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viernes, 29 de noviembre de 2024

Dolores del Río


 

Dolores del Río 

(actriz)

(1905-1983, Durango, México). Su nombre completo fue Dolores Asúnsolo López Negrete, hija de una familia aristocrática que perdió su fortuna con la Revolución Mexicana, la también sobrina de Francisco I. Madero emigró a la ciudad de México donde en 1921 contrajo matrimonio con Jaime Martínez del Río, un hombre adinerado por el cual conoció a Edwin Carewe, un productor de Hollywood. La pareja emigró a Estados Unidos, donde ella inició su carrera en 1925 al participar en el reparto de la película Joanna. Dolores alcanzó renombre desde el cine silente de Hollywood ya que fue una de las figuras más admiradas por su dinamismo y extravagante presencia fílmica, cualidades que le hicieron oscilar entre la vampiresa y la santa. Mientras estuvo casada con Jaime Martínez del Río destacó en su quehacer fílmico, posteriormente se divorciaron y la actriz se casó con el magnate de la Metro Goldwyn Mayer, Cedric Gibbons, al cual años después dejaría por Orson Welles, el gran amor de su vida. En los años 40 se transformó en una estilizada indígena al filmar en el cine mexicano, dirigida por Emilio "El Indio Fernández" y fotografiada por Gabriel Figueroa, cuyas obras representativas son María Candelaria y Flor Silvestre, ambas de 1943. Por su labor en el cine nacional recibió tres Arieles: en 1946 por Las abandonadas, en 1952 por Doña Perfecta y en 1954 por El niño y la niebla. Su última película fue Los hijos de Sánchez (1977). Murió en Newport Beach, California, el 11 de abril de 1983.

Lorena Ríos.


(Tomado de: Dueñas, Pablo, y Flores, Jesús. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000)

jueves, 1 de febrero de 2024

Emilio el Indio Fernández

 


Emilio, el Indio Fernández,

El macho tras las cámaras.

Ciudad de México, diciembre de 1974.


¿Que si me molesta que me llamen "el Indio"? ¡Pero si yo soy indio del estado de Coahuila! Mi madre es india pura, piel roja, y mi padre mestizo. ¿Que si me considero totalmente realizado y feliz? Mire usted, ni realizado, ni feliz, pero encantado de vivir; yo creo que la vida es el regalo más grande que se nos ha hecho, y desgraciadamente estamos poco conscientes de ello, para gozarlo más, minuto a minuto, segundo a segundo, gozar de una mañana hermosa, de una nube, un sol, un árbol, un río o una montaña. ¿Que si me enamoré de todas las mujeres que han trabajado conmigo? ¡Yo amo a todas las mujeres! ¡No se puede hacer nada sin amor!... Pero no el amor personal, entre un director que quiera enamorar a una estrella porque está trabajando -que tiene ese derecho- ¡No! Yo hablo en el buen sentido del amor; amo a mis técnicos, sin ellos no podría hacer una película. ¿Que me he repetido en mis películas? Yo le pregunto a usted, ¿Se le critica a Wagner o a Beethoven porque se repiten en alguna nota ¿Y no es porque me sienta orgulloso, sino porque yo quiero hacer mi cine. ¿Que cuántas veces me he casado? Yo, por voluntad, ninguna; pero por compromiso moral, de hombría por respeto... o con la 45 atrás, del papá o de un hermano, pues no recuerdo, quizás dos, tres o cuatro. No recuerdo.

Este era el estilo del Indio Fernández esa linda mañana, cuando nos recibió en su casona de Coyoacán. La mesa estaba adornada muy a la mexicana, desde el mantel de Oaxaca, los tarritos de barro, el chile piquín, el orégano y la cebolla picada. Adivinamos el menú, y alguien dijo: "¡Cómo no me puse una parranda anoche!". El Indio apareció con su indumentaria característica: el paliacate en el cuello. Lo acompañaba la guapísima Argentina Morales, quien fungió como anfitriona, en un bello vestido blanco con encaje -de esos que parecen antiguos, con cuello alto y manga larga- y un rebozo también blanco. A ratos se parecía a Dolores del Río. El Indio, un poco nervioso, de entrada dijo:

¡Pura gente blanca!

Risotada general: se rompió el hielo. Y siguió con una anécdota sobre su amigo Salvador Dalí, cuando a éste lo entrevistaron en una ocasión y él estaba presente. Alguien le dijo a Dalí que hiciera una autocrítica y dijo: "Soy mejor genio que pintor".

¡Cómo quisiera que estuviera esta mañana aquí, en esta silla de acusados, Dalí contestando a sus preguntas! 

En los años 40 el Indio Fernández le dio al cine mexicano una importancia mundial. La pregunta fue: ¿Cree usted que en la actualidad ha superado esta etapa?

Pues yo no hice cine. Yo colaboré con un grupo de cineastas para hacerlo. Me tocó en suerte llevar el cargo de director, a veces de escritor o adaptador de una película. Es un conjunto, y si alguna cosa tuvo de bueno escribir ese cine, ese tiempo, es que nosotros escogimos trozos de la vida mexicana. El valor que tienen esas películas es que eran mexicanas. Ahora se buscan nuevos caminos de expresión, y como se sabe, el cine es el medio más rico que ha tenido el ser humano para expresarse. ¡El cine tiene tal embrujo que hasta pagan por verlo! De ahí que uno adquiere la responsabilidad de hacer un cine que debería servir para elevar, para guiar, y no para degenerar, como está sucediendo en todo el mundo. Yo creo que se pueden hacer cosas estupendas sin herir la susceptibilidad y la decencia. ¡Hay que llevar un código moral, que las cosas lleguen hasta cierto punto. Desgraciadamente ahora nos exigen que hagamos cierto cine, porque es más fácil. El cine está en manos de mercenarios. Son cosas incontenibles.

Se tocó el punto del macho mexicano, que tanto aparece en las películas del señor Fernández, en relación con la mujer mexicana de nuestro tiempo, ya un poco liberada. Contestó con la franqueza acostumbrada:

La palabra macho debe ser una de las más grandes para todo hombre al nacer. Yo prefiero un macho, aunque para muchas gentes sea repulsivo y temido, que un... Y en cuanto a las mujeres, ¡no hay cosa más sublime que una mujer, cuando lo es!

El Indio conoció a Rodolfo Valentino en Chicago "cuando yo andaba metido en la mafia de los bootleggers" y también a Al Capone, quien fue uno de los personajes que lo impulsaron a entrar en el cine, aunque murió unos días después de que se conocieron. Don Adolfo de la Huerta fue otro personaje que le dijo: "Mira, Emilio, se acabaron las revoluciones (él fue militar de carrera y se crió en la Revolución) y no debe haber más, pero hay un arma más fuerte que un cañón o un aeroplano: es el cine; aprende esa profesión." Entonces el Indio andaba por Hollywood, y como él relata:

Me tocó curiosear; yo veía fascinado el ambiente; eran tiempos muy espectaculares. Una vez vi pasar a Dolores del Río -era una estrella preciosísima- y dije: "Pues le entro al cine", y trabajé de extra en una película con ella. ¡Ni siquiera me miró! Pero así es el destino y ya ven lo que pasó. Es una gran compañera, amiga, y yo me siento orgullosísimo y muy agradecido a la vida y al cine de que me haya dado la oportunidad de estar cerca de ella y de tantas otras gentes tan interesantes.

Se habló también del talento joven, del viejo, y de ambos. Expresó:

Hay una gran capacidad, y si no están tan altos como deberían es porque el producto que se está fabricando es mediocre. Si el argumento y la dirección son malos, se hunde el actor, por más bueno que sea. En México tenemos una literatura muy rica, obras estupendas, cuentistas genios, pero no hay directores y productores para interpretarlos.

De películas diversas y de los países en que se filman también charlamos.

Los países socialistas tienden a hacer un cine, si no demagógico, sí dentro de una limitación, de un espíritu encauzado indirectamente; carece de libertad absoluta. Pero el cine es bueno. El cine que japonés me fascina, el italiano ni se diga (lamentó la muerte de Vittorio de Sica), y el francés…

Su próxima película es Zona roja. En su vida artística hubo dos influencias: Einsenstein y John Ford (con el primero se carteaba y de ahí que sus películas fueran las primeras que entraron a Rusia).

Mi cine es cátedra, exigencia del sexto año; además, hay un aula allá que lleva mi nombre.

Confiesa que "su" cine no interesó por algún tiempo, pero no se sintió discriminado.

Quizás; si me hubiera casado con la hija de algún productor... (risas de parte de todos) No crean, a veces lo pensaba yo seriamente.

Cuando le pidieron un mensaje para los jóvenes de hoy:

Antes que todo que tengan conciencia. Que es en ellos donde va a recaer el destino de nuestro país. Las experiencias de los mayores, deben ser un ejemplo, no para ser iguales, sino para mejorar y sobre todo deben tener la conciencia de la tradición mexicana, sin que por eso dejen de ir adelante con el progreso del mundo.

Cabe mencionar que el Indio nos sirvió tequila en vez de jugo de naranja, en copas que llenaba constantemente, y muchas de nosotras (el grupo periodístico de las Veinte mujeres) sin que él lo viera, regábamos con tequilita las plantas que había alrededor de la mesa.


(Tomado de: Krauze, Hellen – Pláticas en el tiempo. Serie: Alios Ventos. Editorial Jus, S.A. de C.V. México, D.F., 2011)

viernes, 27 de julio de 2018

Pedro Armendáriz

Pedro Armendáriz



Nació en la Ciudad de México en 1912; murió en Los Ángeles, Cal., E.U., en 1963. Hijo de mexicano y norteamericana, dominaba el inglés y el español. Se educó en San Antonio, Tex., y San Luis Obispo, Cal. Inició sus actividades artísticas en 1935 con la película María Elena. A partir de esa fecha filmó más de 100 en México, Holliwood y Europa. Obtuvo varios premios de actuación: la Palma de Oro de Cannes, (1946) por María Candelaria (1943);



el de la Bienal de Venecia (1947) y el Ariel (México, 1948), por La perla (1946); y el Ariel (México, 1953), por El rebozo de Soledad (1952). Entre las películas que hizo en Hollywood destacan: The godfathers, We are strangers, Fort Apache y Border river; y entre las mexicanas Lorenzo Rafael y La Adelita (1937), La isla de la Pasión (1941), La bandida, Enamorada (1946), El tejedor de milagros (1961) y Distinto amanecer (1943).




En Europa trabajó en Lucrecia Borgia, de Christian Jacque (1953), y en Hombres y lobos, de Giuseppe de Santis (1955).




(Tomado de: Enciclopedia de México).