Mostrando las entradas con la etiqueta zarzuela. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta zarzuela. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de marzo de 2022

Etelvina Rodríguez

 


A juicio de Manuel Mañón, autor de zarzuelas y de la deleitable Historia del Teatro Principal (1933), tres fueron las figuras señeras de la comicidad a principios del siglo XX; el payaso inglés Ricardo Bell, el español Francisco "Paco" Gavilanes y su paisana Etelvina Rodríguez.

Los tres, "sin lugar a dudas, los artistas que más hicieron reír en México. Su recuerdo perdurará en toda nuestra generación, que fue bañada con las cornucopias de su alegría".

Por su parte, el comediógrafo Carlos M. Ortega considera que nadie ha podido igualar las creaciones de Etelvina Rodríguez, "ni su donaire y sal para interpretar los tipos caricaturescos [...]. Era fea, alta, simpatiquísima, bondadosa, y su gesto era de una elasticidad única. Sabía decir el chiste con naturalidad, sin abusar de lo cómico [...] con una soltura tal [...] que era inevitable no soltar la carcajada al oírla. El público sentía adoración por esta artista".

Nacida en 1866, en España, arribó a México al parecer en 1898, junto con su esposo, el bajo cómico Eduardo Bachiller, apodado cariñosamente "Bachicha", por su costumbre de retener los restos del habano en sus nerviosos labios.

Pronto ambos se aclimataron al cálido ambiente que prevalecía en el Principal con sus inolvidables tandas, en las cuales encarnó a la perfección a pintorescos personajes nacionales: ranchera, criada, etcétera.

Después de una gran temporada ahí, realizaron gira por La Habana, regresando en marzo de 1902 para aparecer en La fiesta de San Antón. Tiempo después, en 1904, participó en la revista Chin-chun-chan, la cual contabilizó durante esa década más de 10 mil representaciones en todo el país, según información revelada por José F. Elizondo, uno de sus autores.

Del escenario a los sets.

Al cabo de una prolongada enfermedad, la española reapareció en mayo de 1905, y en febrero del año siguiente intervino en el estreno en México de la zarzuela La gatita blanca que, interpretada por la joven Prudencia Grifell, posteriormente popularizó la tiple valenciana María Conesa.

A principios de 1909 el periódico El Imparcial informó que la empresa del Principal había ofrecido a la Conesa tres mil pesos al mes, salario exorbitante para la época. Etelvina, "la genial característica", y su esposo Bachiller ganaban juntos sólo 700.

Dos años después, el 10 de junio de 1911, formó, junto con Chole Álvarez, Tere Calvo y Paco Gavilanes, el reparto de la revista México al día que, representada en el María Guerrero, realizó comentarios sobre la reciente renuncia del general Díaz a la presidencia (25 de mayo de 1911).

Su figura robusta y otoñal fueron claves para interpretar a la mamá de Magdalena (María Caballé), y a la recién casada Rosita en El país de la metralla (1913), revista en un acto de José F. Elizondo.

En esta obra anticarrancista, la actriz repitió tan insistentemente a su esposo (Francisco Gavilanes): "¡Qué amigos tienes, Cardoso!", que originó una pieza del mismo título estrenada en el Teatro Apolo.

De 1913 a 1923 su actividad teatral fue desconocida, no así sus incursiones en dos cintas mudas: La tigresa (1917), presuntamente opera prima de Mimí Derba, y La soñadora (1917), codirigida por Eduardo Arozamena y Enrique Rosas. En ambos dramas encarnó a la madre de las heroínas.

Pareja colosal.

En abril de 1924 volvió otra vez al Principal acompañada de Paco Gavilanes en El asomo de Damasco y en La fiesta de San Antón, Manuel Mañón comenta que ésa fue la última ocasión en que actuaron juntos, porque al mes siguiente él falleció en La Habana, cuando pretendía regresar a su patria.

A decir del historiador teatral, esta "pareja de colosales artistas" compartieron durante algunos lustros "en los escenarios de México, y especialmente en el del Teatro Principal, las continuas ovaciones que cariñosamente y con loco entusiasmo les prodigaba el público, a quien tanto hicieron gozar".

Si, como dice Mañón, ambos compartieron éxitos y desbordantes aplausos en el Teatro Principal, en el terreno cinematográfico no ocurrió lo mismo, ya que ella no fue tan afortunada para protagonizar una vista (imágenes cinematográficas) similar a la de Gavilanes aplastados por una aplanadora (1904), filmada con fines publicitarios por el ingeniero Salvador Toscano, y tal vez de ni siquiera aparecer en algún corto.

Amor por México.

Con respecto a doña Etelvina, tuvo que esperar hasta 1917 para incorporarse a la incipiente industria cinematográfica mexicana -en las cintas antes mencionadas- y, desgraciadamente, su incursión fue ajena a la comicidad.

Otro rol materno le fue asignado en Tras las bambalinas del Ba-Ta-Clán (1925), filme silente que, dirigido por William P. S. Earle, fue estelarizado por la estadounidense Bonnie May y el mexicano César Palacio, primo hermano del famoso Ramón Novarro.

En la etapa sonora la actriz intervino en el documental Recordar es vivir (1940), de Fernando A. Rivero -donde posiblemente fueron incluidas secuencias suyas de La tigresa-, y Hasta que llovió en Sayula (Suerte te dé Dios, 1940), de Miguel Contreras Torres.

Para este último filme realizado en los Estudios Azteca se convocó a varias generaciones de cómicos, como Carlos López "Chaflán", Leopoldo "El Cuatezón" Beristáin, Eusebio Torres "Pirrín", Amparo Arozamena y Max García "Alpiste". Sólo que el cineasta trabajó con escaso tiempo y presupuesto, por lo que la cinta se estrenó en cines de segunda el 27 de junio de 1941.

Fue tanto el amor por nuestro país que Etelvina Rodríguez determinó quedarse a radicar definitivamente en la ciudad de México, donde falleció a mediados del siglo pasado.


(Tomado de: Ceballos, Edgar - Somos Uno, especial de colección, Las reinas de la risa. Año 12, núm. 216. Editorial Televisa, S.A. de C.V., México, D.F., 2002)

sábado, 13 de julio de 2019

Chin Chun Chan y el género chico



En 1908 abundaban ya las pequeñas piezas de autores nacionales que cubrían los estrenos de los teatros de barriada, aunque la zarzuela española insertada muy dentro de las costumbres porfirianas era considerada por el público como el más digno espectáculo para familias que pudiera desearse. Es por eso que al cobrar fuerza y popularidad entre las clases media y baja las obritas del "género chico", intelectuales puros como el poeta Luis G. Urbina pusieron el grito en el cielo publicando el siguiente anatema en el Mundo Ilustrado (junio de 1908):

"La tanda es un divertimiento cómodo y barato. Nuestra pereza intelectual, nuestra flacidez moral, nos inclinan naturalmente del lado de un espectáculo frívolo y ligero, que no pide preparaciones previas, ni exige el ejercicio del pensamiento o del sentimiento, sino que, sacudiendo los instintos, excitando las maldades antropológicas, rascando e irritando las innatas perversidades, pone en los labios humanos una risa de fauno beodo y quema un grano de tentación torpe en las almas amodorradas. Las autoridades fruncen de cuando en cuando el ceño y dan órdenes prohibitivas y severas; hacen enmudecer una copla; destierran un epigrama ponzoñoso; retocan una frase cruda; le ponen camisa de fuerza a una mímica picaresca. Pero no cortan, no pueden cortar de raíz el árbol robusto de la tanda. Arrancan ramajes, mas el tronco queda en pie lleno de savia. A su sombra venenosa se tiende el público, displicente y ahíto, pero habituado ya al espectáculo como un mendigo a su bodrio. Nuestras obras nacionales, en el 'género chico', hasta hoy, no son otra cosa que imitaciones burdas y tontas de las cacharrerías literarias ultramarinas. Cortamos sobre aquel viejo y corriente patrón, muestra fofa y mal tejida estameña artística. En todas partes hay 'género chico' es verdad; sólo que en los grandes centros de civilización no constituye un espectáculo de primer orden. Son en cualquier rincón, el refugio del gusto rufián y de la curiosidad extranjera."

Cualquier exceso que saliera del decoro indispensable, podía ser reprimido por la dura mano de la censura. Por aquellos años, el teatro María Guerrero convertido en "la catedral de los autores del género chico", presentó la obra del "sicalíptico" joven Carlos Fernández Ortega con bailables y couplets de José Quintero titulada México festivo; el estreno fue suprimido de inmediato por sus frases de doble sentido y sus "calambures" al rojo vivo. Pronto, la empresa corrigió la obra y las familias que se habían ausentado del teatro, pudieron concurrir a él sin temor al bochorno.
[...]
El repertorio de los teatros ligeros, hasta 1911 permaneció más o menos ligado a los estilos y modas establecidas en el género. Una revista estrenada en 1904, constituyó el prototipo de lo que sería la típica producción de revista: la obra Chin Chun Chán, con música del español Luis G. Borda y texto de José F. Elizondo; ingeniosa comedia de errores en un hotel de la ciudad de México con la cómica presencia del embajador de China en México, Chin Chun Chan obtuvo un éxito inmediato y tan duradero en los teatros de revista, que se siguió programando hasta el año 1946.

(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D.F., 1989)




(Presentación de la Universidad Autónoma de Aguascalientes con motivo del 150 aniversario de Jesús F. Contreras.)