miércoles, 31 de octubre de 2018

Luis G. Ledezma


Nacido en 1838, el poeta zacatecano Luis G. Ledezma sembró el último tercio del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX con centenares de epigramas, retruécanos y toda clase de ingeniosas alteraciones idiomáticas que el pueblo repetía regocijadamente.

Su conocimiento del idioma, adquirido mediante un reiterado ejercicio poético, lo llevó a convertirse en un formidable calumburista, en un desenfadado artífice del impudor literario. La malicia del mexicano en el aspecto erótico-sexual (caracterizado algunas veces por sublimidades freudianas), encontró así en Ledezma a su más fiel intérprete.

Rubén M. Campos, espigador impar del folklore literario de México, dice de él:

La obra epigramática de Luis G. Ledezma “corría anónima sin que el poeta se preocupara de reclamar la paternidad, orgullosos de saber y oír que todo el mundo rural y urbano repetía y aun prohijaba su producción literaria, pecaminosa y fuerte.”

“El arte de Ledezma consistía en vertebrar frases alteradas que aparentemente eran de una inocencia infantil, pero que escuchadas por oídos malos significaban dicterios que hacían desternillar de risa o sublevaban como un fuetazo.”

En 1923, año de la muerte de Luis G. Ledezma, su legado humorístico permanecía inédito (todavía hasta la fecha nadie se ha interesado en inventariarlo siquiera, que sepamos), y solamente algunos de sus amigos, como el mencionado Rubén M. Campos, nos han obsequiado con algunos ejemplos estupendos:

Un conocido yesero
dos Cupidillos vació
y a dos chicas los vendió
para adornar un ropero.
El papá negó el dinero
porque en el recibo dice:
“Pagan las niñas Eunice
y Guadalupita Mata
un par de pesos de plata
por dos niños que les hice.”

*

El ducho arpista Llorente
muy joven sordo quedó,
y el arpa después tocó
tan solo intuitivamente.
Pero Luz, muchacha ardiente
y arpista de gran talento,
viendo que el sordo irredento
ya el arpa no afinaría,
cuando el caso se ofrecía
le templaba el instrumento.
*
De pan apostó una torta
con Don Juan Pérez, María,
por ver quién más correría
en una distancia corta.
El taimado agarró el pan,
y la chica, ya en carrera,
le cogió la delantera
y, ¡claro! perdió Don Juan.

*

Aurora tiene un gorrión
y de él se preocupa tanto,
que casi derrama llanto
si lo sacan al balcón.
Si lo meten, su aflicción
es más desconsoladora.
Y con su pájaro Aurora
diariamente nos irrita,
pues si se lo meten, grita,
y si se lo sacan, llora.

El humorismo de Ledezma, sin embargo, baja de tono en otras ocasiones, sin perder su inevitable matiz satírico:


-Muchacho, lleva este apunte
a don Blas el de “La Selva”,
y dile que lo devuelva
después de que lo trasunte.

-Ya entiendo: llevo a don Blas
este papel y le digo
que lo devuelva conmigo
después de untárselo atrás.

Y una muestra de cómo Ledezma jugaba con el alfabeto:

B b y x a c

mi señor don Blas,

Y e t a i s  5 p

que le quiere dar.

Q k, c k i j

de tan buen papá,

V y a q d i a c

que se acueste el tal.


Fue también un malabarista ortográfico, como lo demuestra la correspondencia que se suscitó entre él y Ramón Valle, cuando este otro ingenioso humorista le envió la siguiente cuarteta laudatoria:

A Samuel (Luis G. Ledezma)
Samuel (coma) voto a tal
que tus versos todos juntos
son magníficos (dos puntos)
muy buenos (punto final).

Ramón Valle

*

A Ramón Valle
Leí con (admiración)
y al ver tu rima preciosa
(coma) me dije Ramón
(punto y coma) pero son
buenos mis versos o es cosa
de sueño (interrogación).
La respuesta no me calle
el autor de aquella letra
(otro punto y coma) Valle
(nueva coma) así lo impetra
este vate de mal talle
tonto (coma) rudo (etcétera)
de los disparates gusto
con mis versos repulsivos
y (entre paréntesis) justo
son duros como incisivos
(otra coma) causan susto
y hasta (puntos suspensivos)
Conque así diga el autor
del ingenioso cartel
qué encuentra de halagador
cuando emborrona papel
tan rústico trovador
como el estulto

Samuel.


(Tomado de: Elmer Homero (Rodolfo Coronado) – El despiporre intelectual (Antología de lo impublicable). Colección El Papalote, #6. Editores Asociados, S. A. México, D.F., 1974)


martes, 30 de octubre de 2018

Día de Muertos, 1850




Otra costumbre que ha sido conservada por toda la población, pero que para los indios tiene un significado especial, es la festividad de “Todos los Santos”. Para los mexicanos ha adquirido un sello nacional que proviene de los aborígenes y que, gradualmente, ha sido adoptada por los mestizos y aun por los criollos. No es ciertamente el festival basado en ritos de la Iglesia romana, porque esto, aquí, es sólo una consideración secundaria; en rigor viene a ser un antiguo festival indio, añadido a las celebraciones cristianas, debido a la prudencia de los sacerdotes católicos, quienes consideraron que esta costumbre ya estaba demasiado arraigada entre los neocatólicos. Antes de la fecha consagrada a todos los santos, la gente suele hacer muchas compras. Hay que usar ese día un vestido nuevo, zapatos nuevos, ponerse nuevos adornos. Las mujeres compran vajillas nuevas de todas clases, esteras multicolores, pequeños cestos de hojas de palma (tompiatl) y otros productos; sobre todo la compra de cirios de cera es la que más atareada tiene a la gente.
 
 Durante varias semanas, antes de la fecha, se observa gran actividad entre los comerciantes minoristas. Cada uno de ellos trata de adquirir cera a un precio razonable; los fabricantes de velas trabajan hasta en sus casas elaborando cirios de todos los tamaños y, por las tardes, la familia entera se ocupa de adornar las velas con cintas de papel de colores. No hay casa ni cabaña que carezca de cirios de cera; hasta el trabajador más pobre prefiere quedarse sin pan, pero no sin un cirio; y los indios dedican a la compra de este producto sus ingresos de varias semanas.

Estos hábitos no se ven mucho en las ciudades grandes; las clases altas se abstienen en lo posible de adoptar costumbres plebeyas; si queremos ver un festival en su forma antigua, tendremos que trasladarnos a alguna aldea.

Los que tienen la fortuna de hacerse de un padrino entre los indios, deben ir a visitar a sus “compadres” el día primero de noviembre. La calle, frente a la casa, esta limpiamente barrida y delante de la puerta hay una gran cruz cubierta de siemprevivas. El indio las llama “cempasúchil” y procura cultivarlas cerca de su cabaña. La casa está arreglada como en días de fiesta; hay flores ante todas las imágenes de santos adosadas al muro; entre éstas, hay una corona de flores y dos cirios encendidos en sus candeleros de barro. No se ve a nadie en casa, pero cerca de allí se escucha el palmoteo de las tortillas.

Observemos a través de la puerta este sanctorum de las mujeres. Tres robustas doncellas preparan la masa en los metates; pero allí está nuestra “comadre” con un cuchillo en la mano, como Judith frente a Holofernes; en este caso su víctima es un enorme pavo. En un rincón se encuentra un segundo guajolote, sentenciado a correr la misma suerte que el primero; no lejos de allí se encuentran cuando menos seis gallinas; todo listo para la comilona. Le pregunto después de saludarla: “Dígame, comadre, ¿qué va a hacer con tantas provisiones? ¿Acaso se va a casar una de las muchachas?” Las tres se miran pícaramente unas a otras. “Ojalá –dice la mamá entre risitas-, así me quitarían una de mis preocupaciones; pero esas gallinas que ve usted son para el día de muertos, y ya nos hará usted el honor de probar el tlatonile.”

Si el lector pensara aceptar la invitación, yo le rogaría que no se llenara la boca con este platillo antes de probarlo; el “tlatonile” parece un guisado inocente, pero arde como el fuego; es el mero extracto de chile y nadie que no tenga una boca a prueba de llamas debe aventurarse a saborearlo.

Pero ahora explicaremos el significado del festival. Los antiguos aztecas efectuaban anualmente una festividad en honor de los difuntos y les ofrecían sacrificios de animales.
 
En tumbas amuralladas de los viejos tiempos encontré los huesos de muslos de pavos, tapados con un plato, y en el piso alrededor, en otras tumbas, los huesos de pequeños pájaros. Los sacrificios eran probablemente de varias clases, ya que los indios presumían que sus muertos estarían en las ilustres moradas del sol, en la sombría morada de Tláloc o en el tenebroso “Mictlan”. Inclusive parece que se hacían sacrificios humanos, sacrificios de esclavos, pues se encontraron algunos cráneos enfrente de una pirámide funeraria, dentro de un recinto amurallado. No hay duda de que en estas festividades había sacrificios y alimentos de seres sacrificados. Los sacerdotes cristianos aceptaron que estos ritos se combinaran con las ceremonias de todos los santos y de esta suerte se ha mantenido hasta el presente día la costumbre pagana, probablemente de origen tolteca. Por el nombre –todos los santos- podría pensarse que se trata de una festividad lúgubre dedicada a recordar a los seres amados que han fallecido. Pero ni el indio ni el mestizo conocen la plena amargura del sentimiento; no temen a la muerte; abandonar la vida no es nada terrible para ellos; no se apasionan por los bienes terrenales que van a dejar en este mundo y tampoco se preocupan por los parientes que les sobrevivirán, ya que éstos seguirán disfrutando de la fértil tierra y del suave cielo. ¿Es indiferencia o acaso una frivolidad lo que esta rica naturaleza tropical ofrece a sus hijos? No sabría decirlo; pero lo cierto es que, a los ojos del pueblo, la muerte no parece tan tenebrosa ni funesta; que la tristeza por los que se van no absorbe todos los deleites de la vida. El primer estallido de dolor es violento, muchas lágrimas se derraman, pero pronto se secan. Al igual que el musulmán, el mexicano dice: “Dios lo ha querido, todos debemos morir.” Así mira las cosas cada indio, desde el lado práctico. Cuando una persona fallece, parientes y vecinos acuden a ofrecer sus condolencias, especialmente por la noche cuando el cuerpo permanece todavía en la casa. El tributo ofrecido es un cirio o algo que beber. Se dicen plegarias por el eterno descanso del desaparecido y después transcurre la noche en medio de entretenimientos sociales y contento, en la misma estancia donde yace el cadáver sobre el piso, rodeado por cuatro cirios encendidos.

Cuando fallece un niño menor de siete años, el hecho es celebrado como un día de íntimo regocijo, porque el alma del pequeño asciende directamente al cielo, sin el transitorio paso por el purgatorio. El cuerpecito lo cubren de flores y listones, sujeto a una tabla y colocado de pie en un rincón de la cabaña, en una especie de nicho formado con plantas y flores e iluminado por muchos cirios. Al acercarse la noche se queman algunos cohetes que son el anuncio del “velorio”; se toca música y la noche transcurre con alegría y bailes. Los padrinos de la criatura no aprueban este ceremonial porque tiene que cargar con los gastos. Todo el mundo permanece despierto hasta el amanecer, lo mismo los niños que los adultos, hasta que todos se dirigen al cementerio parroquial. Se acondiciona rápidamente el féretro con unas cuantas tiras de madera; una estera sirve de ataúd. Si hay algún sacerdote cerca, va al sitio de la exhumación, precedido por tres hombres que llevan la cruz, imparte la bendición y el cuerpo es bajado a la tumba. Los presentes arrojan puñados de tierra, la tumba se llena al fin y los dolientes se alejan, sin que en ellos se haya producido ninguna extraordinaria impresión. Si a una madre se le da el pésame por haber perdido a su pequeño, ella replica: “Yo amé a este angelito; pero me alegro de que esté feliz sin haber tenido que soportar las amarguras de la vida”.

Acostumbrados los indios a reconocer lo inevitable, y aun a danzar en torno de la tumba abierta, no es de sorprender que los ritos en honor de los que se marchan revistan un carácter más bien alegre que melancólico. Debemos repetir que sólo los indios y los mestizos observan esta práctica, en tanto que los criollos blancos rara vez imitan la costumbre indígena.

En los poblados de los indios se sigue este procedimiento: por la tarde del último día de octubre, la casa se pone en el mejor orden y al oscurecer se tiende sobre el piso de la vivienda una estera multicolor nueva. Toda la familia se reúne en la cocina en espera de que se prepare la comida que consiste en chocolate, champurrado de maíz, pollos cocidos y tortillas pequeñas. Se coloca una porción de cada cosa en nuevos cacharros que los miembros de la familia conducen a la casa donde se ha instalado la estera multicolor; a las porciones previamente servidas se añade una peculiar especie de pan de maíz, llamada “etotlascale” y “pan de muerto”, cierta clase de pan de trigo sin grasa, ni azúcar ni sal, y que es horneado para esta ocasión. Antes de hornearlo, la masa es dividida en pequeñas porciones y a cada una de éstas se le da la forma de una liebre, de un pájaro, etcétera, después de lo cual cada pieza es bellamente adornada. En candeleros de barro, en número igual al de los platillos, se encienden cirios delgados como canutillos; entre los platos se colocan rosas, caléndulas y botones de Datura grandiflora. Y ahora sí, el jefe de la familia invoca a los niños muertos de su propia familia, es decir, hijos, nietos, hermanos y hermanas, para que acudan a disfrutar de la ofrenda. Enseguida toda la familia retorna a la cocina para consumir lo que resta del alimento, que ha sido preparado en abundancia para que también los vivos lo disfruten. A ese ritual se le llama “la oferta de los niños”, y cada pequeño, de acuerdo con su edad, dispone de su platillo y de su cirio. Alrededor de la estera multicolor se colocan unos cuencos con incienso, y toda la estancia es invadida por una densa nube del humo aromático.

Al día siguiente se preparan en forma similar ofrendas para la gente adulta, pero en una escala mayor, que incluye desde la estera hasta los cirios. Además se añaden otros platillos, como el mole de guajolote, tamales y otras viandas deliciosamente sazonadas, una buena cantidad de bebidas en grandes vasos de metal con asa: alcohol, pulque, vino de Castilla y otras bebidas favoritas de los indios. Con la ofrenda de los adultos la gente se preocupa menos en adornar la casa con flores; pero en cambio se añaden objetos que pertenecieron a los difuntos: sus sandalias, sus sombreros de palma o las hachas pequeñas con que solían trabajar. La casa entera se llena con el humo del incienso colocado ante las imágenes de los santos patronos; imágenes que indudablemente fueron adoptadas hace tres siglos en sustitución de los ídolos.

Sin duda los toltecas les dejaron en herencia a los aztecas la creencia de que las almas de los muertos visitan los lugares que para ellos fueron más queridos en vida, y que esas almas a veces flotan en sus moradas en la forma de graciosos colibríes o de nubes; podemos presumir que tal creencia subsiste aún entre el pueblo, por más que no lo hemos confirmado por boca de los indios. Ellos son reservados en todo lo que concierne a la religión de sus mayores, y es posible que como consecuencia de su prolongada sumisión, sus tradiciones sean inconexas y sólo acá y acullá sean reconocidas.


(Tomado de: Carl Christian Sartorius – México hacia 1850)

lunes, 29 de octubre de 2018

Decreto para la venta de indios mayas, 1848



Decreto

De fecha 6 de Noviembre de 1848, origen de la venta de indios que tantos abusos causó después.


Secretaría de Guerra y Marina.- Miguel Barbachano, Gobernador del estado libre y soberano de Yucatán, a todos sus habitantes, sabed: que habiendo acreditado la experiencia que la lenidad y dulzura con que se ha tratado a los indios sublevados que han caído prisioneros en poder de las tropas del Gobierno, no ha surtido en el ánimo de los que aún permanecen con las armas en la mano el efecto moral que era de esperar; que los decretos de amnistía dados en favor de los que se presentasen, corrieron su término sin obtener grandes resultados: que los que han sido puestos en libertad después de hechos prisioneros, lejos de reconocer en beneficio de dejarlos en quieta posesión de sus hogares, han vuelto a tomar partido entre los sublevados; que habiendo por consiguiente absoluta necesidad de dictar en la península medidas de precaución contra la osadía y tendencias de esa raza, disminuyendo su número en los departamentos sublevados, en cuanto sea posible y conveniente, y deseando por último, conciliar dichas medidas con los principios de humanidad y el derecho de gentes, en uso de las facultades extraordinarias de que legalmente me hallo investido para poner en acción los medios más adecuados para terminar la presente guerra, he venido en decretar y decreto:

Artículo único. A todo indio que sea hecho prisionero con las armas en la mano, o que habiendo tomado partido con los sublevados no se hubiese acogido en tiempo hábil a la gracia de los indultos publicados en su favor, podrá el gobierno alejarlo de su respectivo domicilio, y aun expulsar del Estado por diez años cuando menos, a los que tenga por conveniente, exceptuándose a los cabecillas, que serán precisamente juzgados militarmente conforme a los decretos de la materia.

Por tanto, mando se imprima, publique y circule para su debido cumplimiento. Dado en el palacio del gobierno, en Mérida a 6 de Noviembre de 1848. – Miguel Barbachano. – A D. Martín F. Peraza::.

Y lo transcribo a U. para su inteligencia y efectos correspondientes, Mérida 6 de Noviembre de 1848. – M. F. Peraza.


(Tomado de: Lorena Careaga Viliesid (comp.) – Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo. Antología, Tomo II, La guerra de Castas. Fondo del Fomento Editorial del Gobierno del estado de Quintana Roo, Instituto Quintanarroense de la Cultura. S/F)

sábado, 27 de octubre de 2018

Códice Azcatitlán




 


Se conserva el original en la Biblioteca Nacional de París (M. Méx. Núms. 59-64). Es un códice mexica posthispánico, dividido en 29 secciones. Está hecho en papel europeo (21 por 28 centímetros), pero conserva la técnica indígena. Por su contenido, debe proceder del norte de la cuenca de México, acaso Cuautitlán-Xaltocan-Tlatelolco. Su carácter es histórico, migratorio y dinástico, y abarca desde la salida de la peregrinación azteca hasta 1572 (?). Habla de las migraciones de los mexicanos, anteriores a la fundación de México-Tenochtitlan (1325); de las conquistas de los aztecas y tlatelolcas, y de la genealogía de sus gobernantes; de la llegada de los españoles; de la implantación de la nueva religión y de otros sucesos de la Colonia. Es de la misma especie que el Códice Cozcatzin. La primera parte se liga con los códices Aubin y Boturini, y con algunas narraciones manuscritas como el Códice Ramírez. Lo publicó Robert H. Barlow en Journal de la Societé des Àmericanidtes de París. Nouvelle Serié, XXXVIII (París, 1949). v. José Alcina Franch: Fuentes Indígenas de Méjico (Madrid, 1956); Miguel León-Portilla y Salvador Mateos Higuera: Catálogo de los Códices Indígenas del México Antiguo (1957); y Donald Robertson: Mexica Manuscript Painting of Early colonial Period (New Heaven, 1959).

 

(Tomado de: Enciclopedia de México, Tomo I)

viernes, 26 de octubre de 2018

Laurent Graff (Lorencillo)


 

 

La horda de piratas que cayó sobre Campeche era formada de franceses e ingleses capitaneada por el filibustero flamenco Laurent Graff y por su teniente Agramont, cuya ferocidad e implacable saña hicieron de ellos el azote de nuestros mares.

Manuel A. Lanz

 

Mientras España, Francia, Inglaterra y Holanda celebraban diversos tratados de paz para poner orden en Europa, en la segunda mitad del siglo XVII los piratas devastaban las costas y atacaban las flotas imperiales que transportaban al viejo continente grandes riquezas extraídas de las colonias en América.

Sus ataques representaban terribles pérdidas para la Corona española. Importantes sumas de dinero invertidas en la armada de Barlovento –creada ex profeso para combatir la piratería- fueron infructuosas. Las tranquilas aguas novohispanas eran continuamente hostilizadas y asoladas.

El lunes 17 de mayo de 1683, aparecieron en el horizonte un par de navíos a dos leguas de Veracruz. Doscientos hombres comandados por Laurent Graff –pirata de origen holandés conocido como Lorencillo- desembarcaron y llegaron a la plaza de armas de la ciudad. A la medianoche, seiscientos hombres más asaltaron y tomaron el puerto.

Los piratas se dividieron en grupos para saquear la ciudad; los habitantes, sin distinción de sexo o edad, fueron llevados a la catedral, donde permanecieron encerrados hasta el 22 de mayo. Sus atacantes colocaron un barril de pólvora en la puerta del templo y amenazaron con hacerlo estallar si los prisioneros no entregaban los supuestos tesoros que tenían.

La mañana del sábado 22 de mayo, Graff sacó de la catedral a los prisioneros para trasladarlos a la Isla de los Sacrificios. A los funcionarios los tomó como rehenes y el resto, a punta de palos, fue obligado a cargar el cuantioso botín, empresa que tomó hasta el 30 de mayo. El 1 de junio Lorencillo levó anclas, desplegó velas y se hizo a la mar, dejando a su paso cuatrocientos muertos, miseria y desolación.

Dos años después, en 1685, el pirata volvió a hacer de las suyas: se apoderó de Campeche, ciudad que sufrió la misma suerte que Veracruz. Ante la apatía de la Corona para tomar medidas eficaces contra el asedio de los bandidos, el gobernador de Yucatán, don Antonio de Iseca –temeroso de que Lorencillo invadiera Mérida- salió con un grupo de soldados hacia Campeche para enfrentarlo. El tristemente célebre pirata resultó ileso y, aunque se embarcó precipitadamente, se llevó consigo un rico botín.

Ningún esfuerzo parecía suficiente para que Lorencillo y sus filibusteros se retiraran de la península. Los vecinos de Campeche, hartos de los graves perjuicios que habían sufrido a causa de los piratas, comenzaron en 1686 la construcción de murallas defensivas para la ciudad. En los siguientes años se levantaron dos kilómetros de muralla y ocho baluartes. La obra fue terminada ya muy entrado el siglo XVIII, cuando la piratería había menguado considerablemente y la historia de Lorencillo era sólo un recuerdo.

 
(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México)
 
 
 

 

jueves, 25 de octubre de 2018

Acuetzpalin, Caimán

Acuetzpalin, Caimán



Hay en esta tierra unos grandísimos lagartos que ellos llaman acuetzpalin, los españoles los llaman caimanes; son largos y gruesos, tienen pies y manos, y colas largas y dividida la punta en tres o cuatro; tienen la boca muy ancha, y muy ancho tragadero; los grandes de ellos tráganse un hombre entero. Tienen el pellejo negro, tienen conchas en el lomo muy duras, sale de ellas mal hedor, atraen con el anhélito lo que quieren comer. Estos no andan en la mar, sino en las orillas de los ríos grandes.

(Tomado de: Sahagún, fray Bernardino de - Historia General de cosas de Nueva España. Numeración, anotaciones y apéndices de Ángel María Garibay K. Editorial Porrúa, S. A. Colección “Sepan Cuantos…” #300. México, D.F. 1982)

miércoles, 24 de octubre de 2018

Los Olvidados (1950)

Los Olvidados

 


Dir. Luis Buñuel, con Roberto Cobo, Stella Inda y Miguel Inclán.
Argumento original: Luis Buñuel y Luis Alcoriza.

Fotografía: Gabriel Figueroa.

Filmada del 6 de febrero al 9 de marzo de 1950 en los Estudios Tepeyac y locaciones de la Ciudad de México –Plaza Romita, Tacubaya, Nonoalco y otros-. Estrenada el 9 de diciembre de 1950 en el cine México –una semana.
 

Comentario: Bien puede ser vista como la primera obra de genio producida por el cine en castellano, si por obra de genio se tiene a la que propone un universo.

 
(Tomado de: Algarabía #142. Emilio García Riera – Las grandes películas de la Época de Oro. México, D.F. 2016)

 

 


 

martes, 23 de octubre de 2018

Francisco Javier de Balmis

Francisco Javier de Balmis




Nació en Alicante, y murió en Madrid, ambas en España (1753-1819). En 1783 pasó a La Habana y luego a México, donde fue cirujano mayor del Hospital de San Juan de Dios y estudió las propiedades de algunas plantas contra el mal venéreo. Publicó, a propósito, Tratado de las virtudes del agave y la begonia (Madrid, 1794). Fue después médico de Carlos IV, a quien persuadió de que enviase a América una expedición para propagar la vacuna contra la viruela, recién descubierta por Jenner en Inglaterra. Nombrado jefe de la misión, se valió de unos niños que por inoculaciones sucesivas conservaron fresco el virus.
 Partió de España en 1804. Estuvo en Puerto Rico, Puerto Cabello, Caracas, La Habana, Mérida, Veracruz y México. La vacuna llegó hasta Texas, por el norte, y hasta la Nueva Granada por el sur. En la capital novohispana tuvo que vencer la oposición del virrey Iturrigaray. En 1805 se embarcó en Acapulco rumbo a Manila y regresó a la península en 1806. En 1810 volvió a México. Escribió Instrucción sobre la introducción y conservación de la vacuna y tradujo del francés el Tratado histórico-práctico de Moreau sobre el mismo tema. El doctor Miguel Muñoz conservó y propagó la vacuna en México hasta 1844, año en que se encargó de ella su hijo Luis, pasando después al cuidado del doctor Luis Malanco.

(Tomado de: Enciclopedia de México, volumen 2, pág. 8. Bajos-Colima)





lunes, 22 de octubre de 2018

Vicki Baum

Vicki Baum
 


Nació en Viena en 1887; murió en Hollywood en 1960. Escritora de origen judío, entre sus novelas se encuentra El Ángel sin cabeza (Headless Ángel), de ambiente mexicano. Vivió una larga temporada en Guanajuato para reconstruir el ambiente en que se mueven sus personajes, situados en la época de la insurgencia. Desde su adolescencia vienesa Vicki Baum solía tener un sueño que se repetía con frecuencia: una selva con un sinnúmero de setas comestibles en el suelo. En mayo de 1952 se enteró de que algo parecido existía en el sur de Chiapas, entre Comitán y los lagos de Montebello, y emprendió el viaje. La realidad superó su fantasía: a la visión de la selva con miles de hongos se añadieron las orquídeas en los árboles. La novelista consideró ese viaje con una de las experiencias más felices de su vida.

 

(Tomado de: Enciclopedia de México, tomo 2)

sábado, 20 de octubre de 2018

Jerónimo Baqueiro Foster

Jerónimo Baqueiro Foster




Nació en Campeche, Camp., en 1908; murió en la Ciudad de México en 1967. Estudió preparatoria en Mérida, aprendió a tocar la flauta, enseñó solfeo en Hopelchén y de 1915 a 1921 formó parte de la Banda Regional de Yucatán. Pasó a la Ciudad de México, trabajó como flautista en el Teatro Arbeu, ingresó a la Banda del Colegio Militar y en 1922 se inscribió en el Conservatorio Nacional de Música. Discípulo de Julián Carrillo, divulgó la teoría del Sonido 13. Dedicado al periodismo durante 40 años, con especialización en temas musicales y de folclore, recogió sus artículos de El Nacional en Geografía de la canción mexicana. De 1942 a 1943 dirigió la Revista Musical Mexicana. Prologó el Chopin de Iwaz Kiewicz Jaroslaw (1949). Escribió Curso completo de solfeo (9ª. Ed., 1965), “La música”, en México 50 años de Revolución (1960), Historia de la música en México (1964) y La canción popular de Yucatán 1850-1950 (1970). Hizo estudios acústicos sobre instrumentos de boquilla circular y compuso, entre otras obras, La mañana de la cruz, lieder con letra de Juan Ramón Jiménez, y Danzatina, estudio para piano de 24 octavos.



(Tomado de: Enciclopedia de México, volumen 2, pág. 46. Bajos-Colima)



viernes, 19 de octubre de 2018

Guerra de castas

   
Corrido de los indios mayas con el Veintiocho Batallón

(Anónimo)
Voy a cantar un corrido
pero no crean que es de amor,
es un corrido de historia
del Veintiocho Batallón.
Este corrido de historia,
lo compuso un buen soldado,
perdonen lo mal forjado,
porque le falta memoria.
Yo ya me voy, yo ya me voy,
quédate con Dios, trigueña,
porque ya los indios mayas
están sirviendo la leña.
Año de mil novecientos
a veintiuno de febrero,
peleó el Veintiocho guerrero,
como famoso valiente.
A veintiuno de febrero,
que fue lo que aconteció,
ese Veintiocho valiente
a los indios derrotó.
Cuando el Veintiocho salió,
para el camino de Okopo
con su jefe David Nose,
que a la cabeza marchó.
Yo ya me voy, yo ya me voy,
con mucho gusto,
porque ya los indios mayas,
se están muriendo del susto.
Cuando el fuego se rompió
los indios nomás gritaban,
pero el Veintiocho valiente,
puras balas les echaba.
Yo ya me voy, yo ya me voy,
me voy pa´Guadalajara,
porque los indios no quieren
la gorda tan martajada.
Luego que los indios vieron,
que las balas les quemaban,
dieron media vuelta luego,
y hasta las gordas dejaban.
A los primeros balazos,
Jesús Domínguez cayó
que así llamóse el soldado
que en el combate murió.
Cuando el subteniente Lauro,
ya la sangre le corría,
porque la herida tenía
en la inmediación del cráneo.
El subteniente decía,
que nada le había pasado,
pero sí, a los pocos días,
quedó el pobre sepultado.
Bravo de pronto llegaba
y el campo se levantó,
mandó poner la lumbrada,
y a los indios los quemó.
Yo ya me voy, yo ya me voy,
al otro lado del mar,
que ya no tienen los indios,
ni camino que agarrar.
Ignacio Bravo, el valiente,
los indios hacía correr,
y como buen combatiente,
nunca se le vio agobiado.
Yo ya me voy, yo ya me voy,
me voy para Veracruz,
que ya perdieron los indios,
del pueblo de Santa Cruz.

Yo ya me voy, yo ya me voy,
por el tiempo del invierno,
porque los indios mayas,
están mirando el infierno.
con esta y no digo más,
tremolando mi bandera,
porque al Veintiocho en la guerra
no le han ganado jamás.
Ya con ésta me despido,
al pie de mi batallón,
que aquí se acaba el corrido
del Veintiocho Batallón.
Iniciada en 1847, momento en que Yucatán se hallaba separado de la Federación, la llamada Guerra de Castas de Yucatán, involucró a gran parte de los miembros de la etnia maya en contra de los blancos, mestizos y sus aliados indígenas.

A pesar de la dura represión por parte de los blancos y sus aliados, los Mayas continuaron la guerra, abastecidos en la colonia Británica de Belice, mientras que en 1848, el gobernador Barbachano decretó la reincorporación del estado de Yucatán a la Nación Mexicana, lo que aseguró la participación del Estado Mexicano en el conflicto, así los blancos y sus aliados lograron recuperar parte del territorio yucateco que los mayas habían conseguido con la guerra.


Algunos tratados con los mayas pacificaron a una parte de estos, durante las décadas de: 1850 y 1860, quedando aislado el principal foco de rebelión en lo que hoy es el estado de Quintana Roo, al sureste de Yucatán.


En 1893, el Tratado Spencer-Mariscal, entre México y la Gran Bretaña, definió los límites entre Yucatán y Belice y comprometió a los ingleses a suspender la ayuda a los guerreros Mayas, quienes, independientemente, habían establecido su propia capital en Chan Santa Cruz.


Ante la gran resistencia de los Mayas, el Gobierno del general Porfirio Díaz dispuso fuerzas federales para reprimir y acabar con la guerra de los Mayas.


La relación que nos da el corrido, es sobre la victoria que tuvo el Veintiocho Batallón, dirigido por David Nose, sobre los guerreros Mayas, en el poblado de Chan Santa Cruz, donde los Mayas se habían concentrado. La acción del Veintiocho Batallón contra los indios Mayas tuvo lugar el 21 de febrero de 1901.


Fue hasta el 4 de mayo cuando el general Ignacio A. Bravo llegó a Chan Santa Cruz con los batallones: Sexto, Séptimo y Décimo y los anexó al Veintiocho. Por la acción de Chan Santa Cruz, Ignacio A. Bravo recibió una espada de honor y Chan Santa Cruz recibió el nombre de Santa Cruz de Bravo. El nombre actual de Chan Santa Cruz es Felipe Carrillo Puerto.


Luego de la acción de Chan Santa Cruz, el general Victoriano Huerta, con el Tercer Batallón de Infantería continuó la guerra de exterminio de los últimos reductos de la Rebelión Maya.


La Campaña contra los Mayas concluyó hasta 1904 y como resultado de la misma, la división política de Yucatán se modificó creándose el Territorio de Quintana Roo, segregado del estado de Yucatán.


(Tomado de: Antonio Avitia Hernández- Corrido Histórico mexicano (1810-1910) Tomo I)



jueves, 18 de octubre de 2018

Agustín de Iturbide

Agustín de Iturbide 1783-1824



El hecho de haber consumado la independencia es indestructible, y el nombre de quien la realizó bajo los más felices auspicios, no merece quedar en la historia como un criminal, sino como el de una persona ilustre que hizo bien a su patria y a quien sus conciudadanos deben un recuerdo constante de justa gratitud.

Enrique Olavarría y Ferrari


Agustín de Iturbide ingresó a la milicia como alférez del regimiento provincial de Valladolid. Al ocurrir la escandalosa conspiración contra el virrey Iturrigaray prestó sus servicios para acabar con el motín de Yermo, aunque no tuvo éxito. En 1809 participo en la represión contra los conspiradores Michelena y García Obeso en Valladolid, de cuyo grupo había formado parte antes de denunciarlos.


Alguna vez escribió –en su Manifiesto de Liorna- que Miguel Hidalgo le ofreció el grado de general en las filas insurgentes, cargo que rechazó por parecerle que el plan del sacerdote estaba tan mal trazado que sólo produciría desorden, derramamiento de sangre y destrucción. En cambio, enlistado en las huestes realistas Iturbide combatió con ferocidad a los insurrectos, contra quienes llevó a cabo un desmedido número de ejecuciones, dejando a su paso un torrente de sangre.



Su dureza no sólo era evidente en los campos de batalla o con los prisioneros de guerra: también con los pacíficos pobladores que simpatizaban con la causa de la Independencia. “No es fácil calcular el número de los miserables excomulgados que de resultas de la acción descendieron ayer a los abismos”, escribió luego de enviar a mejor vida a varios de sus enemigos.



Como comandante del Bajío, en 1815 fue acusado de comercio abusivo, especulación y monopolio de granos. Estas imputaciones llegaron a oídos del virrey Calleja, quien en 1816 se vio obligado a remover a uno de sus jefes más estimados. Aunque absuelto, su reputación se vio seriamente dañada, por lo que Iturbide se retiró a la ciudad de México por algún tiempo.



En 1820 se restableció la constitución española de Cádiz, que no fue bien acogida en México. Los peninsulares residentes en la Nueva España, partidarios del absolutismo, se reunieron para intentar independizarse de la Corona –en lo que se conoció como la conspiración de La Profesa- y para ello consideraron necesario terminar con la guerrilla de Vicente Guerrero.



El virrey Apodaca puso al frente de las tropas del sur al comandante Agustín de Iturbide, quien el 16 de noviembre de 1820 salió de la capital, instaló su cuartel en Tololoapan y, después de varios reveses propinados por guerrero, prefirió elaborar un plan distinto al de La Profesa. El 10 de enero de 1821, Iturbide escribió una carta al insurgente en la que lo invitaba a terminar con la guerra. Guerrero aceptó que unieran sus fuerzas si con ello se lograba la Independencia.



El 24 de febrero de 1821 se proclamó el Plan de Iguala e Iturbide se convirtió en jefe del Ejército Trigarante. De inmediato logró la adhesión de casi todos los mandos y las tropas realistas e insurgentes. El 24 de agosto, don Juan de O’Donojú –el último gobernante que envió España- firmó con Iturbide los tratados de Córdoba, reconociendo la Independencia de México. El 27 de septiembre de 1821, en medio de gran algarabía, el libertador, al frente del Ejército Trigarante, hizo su entrada triunfal a la capital mexicana, donde se vio consumada la Independencia de la nación.



Iturbide tomó a su cargo la dirección de los asuntos públicos. Entre sus primeros actos, nombró una junta de gobierno, que a ojos de todos pareció sospechosa, para redactar el Acta de Independencia y organizar un Congreso; la junta lo designó su presidente, y después fue nombrado presidente de la Regencia y, convenientemente, la regencia decretó para él un sueldo de 120 mil pesos anuales retroactivos al 24 de febrero de 1821, fecha en que promulgó el Plan de Iguala. Además, excluyó a los veteranos de la insurgencia, a quienes Iturbide veía con desprecio.



El libertador movilizó a sus partidarios para que su ascenso al trono pareciera una exigencia popular. El 18 de mayo de 1822, el sargento Pío Marcha lo proclamó emperador y, acompañado por una gran multitud, fue hasta su casa para de ahí llevarlo en andas al Congreso. Un par de meses después, el 21 de julio, Iturbide fue coronado.



El imperio de Agustín I fue hostilizado por republicanos y liberales. Las dificultades se hicieron evidentes en el Congreso; Iturbide lo disolvió y aprehendió a muchos de sus miembros, pero no logró restablecer la estabilidad política de su gobierno. Reinstaló el Congreso, y entonces no supo defender fehacientemente su corona: los rebeldes le ganaron terreno y lograron que abdicara. Iturbide salió de la ciudad de México con su familia y marchó a Veracruz para embarcarse a Europa.



Instalado en Londres, le llegaron noticias de que la independencia de México peligraba. Instado por algunos de sus partidarios –quienes le aseguraban que en México la opinión pública estaba a su favor- se embarcó de regreso. Desconocía que el Congreso lo había declarado traidor y que se le consideraba fuera de la ley.



Después de sesenta y nueve días de viaje, desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas, donde fue descubierto. Ser el consumador de la Independencia no fue suficiente para salvarle la vida: el gobierno había puesto precio a su cabeza y se ensañó con el libertador, quien fue fusilado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824.



Casi inmediatamente después de muerto, el gobierno decidió desterrar a Iturbide del recuerdo de sus conciudadanos y negarle sus méritos como libertador. Aún hoy es considerado uno de los más grandes villanos de la historia mexicana.


(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)



Agustín Primero

Una figura torva recorrió durante una década el Bajío, dejando a su paso la huella imborrable de su acérrima enemistad hacia los insurgentes y su causa, a los que persiguió con saña y crueldad. Conoció a Hidalgo en Valladolid y le prometió seguirlo en su lucha para independizar a la patria en formación y faltó a su palabra. A tal grado llegaron sus desmanes, que los propios jefes realistas tuvieron que aplicarle medidas correctivas. Criollo terrateniente, desbocó su ambición, pues carecía de grandeza, como lo probó en el triunfo y en la derrota; no tuvo escrúpulo alguno, y si lo tuvo, lo acalló siempre; introdujo el cuartelazo en el sistema político mexicano, para nuestra desgracia y, con todos esos antecedentes, un día se hizo llamar nuestro libertador. Hasta que cayó bajo las balas republicanas en Padilla, Tamaulipas, hasta entonces, decimos, respondió al nombre de Agustín de Iturbide.


En 1809 estuvo inmiscuido en la conspiración de Michelena para proclamar la Independencia, pero huyó cuando el cura hidalgo se acercaba a Valladolid después de haber dado el Grito de Dolores y rehusó el grado de capitán que le ofreció el auténtico y verdadero Libertador; Iturbide ordenó fusilar a María Tomasa Estevez, la seductora insurgenta. Su biógrafo José Olmedo y Lama dice de nuestro primer Emperador: “En una ocasión interceptó una carta dirigida a un jefe insurgente por don Mariano Noriega, vecino distinguido de Guanajuato y con sólo esto, dio orden desde su cuartel de Irapuato para que Noriega fuese inmediatamente fusilado, como se verificó, sin que siquiera se le dijese el motivo; cuyo crimen llenó de horror a los habitantes de Guanajuato. Otra vez fue hecho prisionero el padre Luna, su condiscípulo en el colegio y que había tomado partido por la insurrección. Presentado a Iturbide, éste le recibió como quien recibe a un amigo antiguo, mandó que le sirvieran chocolate y luego ordenó que lo fusilasen. Entre las innumerables ejecuciones que dispuso, se recuerda todavía con horror en Pátzcuaro la de don Bernardo Abarca, vecino pacífico y distinguido, quien no tenía más delito que haber admitido, a instancias del doctor Cos, un empleo en un regimiento de dragones que intentó levantar allí para resguardo de la población.”



Gracias al desprendimiento sin precedente de don Vicente Guerrero, a su hombría de bien sin límites y a su buena fe tan grande como su generosidad, Iturbide pudo engañarlo escamoteando a la insurgencia sus ideales y liquidando la lucha armada para burlar las esperanzas de los irredentos sojuzgados, que con estupor y asombro, vieron cómo los que ayer los combatían ahora pisoteaban sus banderas en verdad, bajo la apariencia de empuñarlas.



Cuando Iturbide envió al virrey una comunicación para darle cuenta del Plan de Iguala, afirmó con enorme sorpresa de los insurgentes: “La revolución que tuvo principio la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, entre las sombras del horror, con un sistema (si así puede llamarse) cruel, bárbaro, sanguinario, grosero e injusto, no obstante lo cual, aun subsistían sus efectos en el año de 1821, y no sólo subsistían, sino que se volvía  a encender el fuego de la discordia, con mayor riesgo de arrebatarlo todo”. Antes de morir, escribió en sus “Memorias”: “La voz de insurrección no significaba independencia, libertad justa, ni era el objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir sus posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión: las partes beligerantes se hicieron la guerra a muerte: el desorden precedía a las operaciones de americanos y europeos; pero es preciso confesar que los primeros fueron culpables, no sólo por los males que causaron, sino porque dieron margen a los segundos, para que practicaran las mismas atrocidades que veían en sus enemigos”.



Y por si fuera poco, en su Manifiesto de Liorna estampó: “El Congreso Mexicano trató de erigir estatuas a los jefes de la Insurrección y de hacer honores fúnebres a sus cenizas. A estos mismos jefes yo los había perseguido y volvería a perseguirlos si retrogradásemos a aquellos tiempos, para que pueda decirse quién tiene razón, si el Congreso o yo. Es necesario no olvidar que la insurrección no significaba Independencia, Libertad y Justicia, ni era su objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión. ¿Si tales hombres merecen estatuas, qué se reserva para los que no se separaron de la senda de la virtud?”, se pregunta Iturbide. Y el 19 de julio de 1824 encontró la respuesta, quien se colocó asimismo primero y por encima de su partido y de su patria. No tendrá nunca un lugar junto a sus libertadores. Jamás lo mereció.



(Tomado de: Florencio Zamarripa M. – Anecdotario de la Insurgencia. Editorial Futuro, México, D.F., 1960)

miércoles, 17 de octubre de 2018

Antonio Plaza

Antonio Plaza



Ningún poeta mexicano, incluidos Manuel Acuña, Amado Nervo y Ramón López Velarde – para citar sólo a los que más se han acercado a la veneración popular- logró adentrarse en la sensibilidad del pueblo, convirtiéndose en cantor de sus grandezas y miserias, de sus virtudes y sus vicios, de sus altanerías y de sus frustraciones, como Antonio Plaza. Ninguna voz poética más viril que la suya para zaherir al poderoso, para maldecir al perverso y defender al humilde. Su verdad, como acertadamente ha observado Rubén M. Campos, “quema como gota candente de plomo sobre carne viva”.

Su poesía, corrosiva y cáustica, solda o amputa, absuelve o condena, según el grado del mal en cada organismo y en cada espíritu, sin que el poeta se preocupe del efecto que fatalmente produzca. Esta cualidad le ganó en vida el odio del burgués, pero también le ganó el amor del pueblo.”


En muchas ocasiones hemos oído a un obrero, a un chofer de taxi, a un fígaro de barriada, a una mariposilla irredenta o a un militar inválido y desencantado de sus servicios a la patria, declamar de memoria a Antonio Plaza, algunas veces sin conocer siquiera la procedencia de los versos.


Y que el pueblo prohije la voz de un poeta, que la haga suya y que como tal la transmita a los demás, es un fenómeno que se ha producido en la historia de la literatura mexicana en honor de muy pocos: Sor Juana, “El negrito poeta”, Guillermo Prieto, Luis G. Ledezma, y hace poco Renato Leduc.


Pero no solamente la poesía de Antonio Plaza, sino también su vastísima producción festiva, son ya hijas del sentimiento popular. La selección que de él presentamos, por lo consiguiente, de lo menos que puede dejarnos satisfechos es de su novedad:



AUTOBIOGRAFIA HEROICA

El éxito no fue malo:
vencimos a los traidores.
y volví pisando flores
con una pata de palo.
 
 
EPIGRAMAS

Dijo la niña Isabel
cuando con Juan se midió:
-No somos iguales: él
tiene un dedo más que yo.


*
Mariquita, ella tan viva,
una noche resbaló,
y aunque cayó boca arriba
el vientre se le inflamó.


*
-Y ¿cómo es el Diablo, madre?
dime, para entretenernos.
-Es viejo, feo y con cuernos…
-No sigas: ese es mi padre.


*
Iban a matar a un chivo
y Cenobio lo evitó.
Su mujer le preguntó:
¿Para qué lo quieres vivo
cuando es inútil así?
El dijo entonces: “Señora,
lo que hago por él ahora
mañana lo harán por mí.”


*
Doña Manuelita Ocio
un pleito tiene enredado;
pero no encuentra abogado
que le mueva su negocio.


*
¡Lindos pies te ha dado Dios!
Bien mereces otros dos.
*
Hicieron guarda de aduana
marítima a Juan Castillo,
y a poco su bella hermana
resultó con un chiquillo.
Él, muy enojado, pronto
quiso matar al trofeo;
pero ella le dijo: “¡Tonto!
¿quieres perder el empleo?”


*
Ya no ejerce el doctor Lario:
¡ese sí es humanitario!
 
 
 
EPITAFIOS
 
Isabelita Meneses,
siendo tan pobre y tan bella,
al cielo se fue doncella:
pues murió a los quince meses.
*
La hermosa doña Ventura
descansa aquí boca arriba,
porque cuando estaba viva
le gustaba esa postura.
*
El chapucero Canuto
hace un año aquí llegó.
Pagó a la tierra tributo…
-Fue lo único que pagó.
*
El burócrata Dorantes
aquí reposa, como antes.
 
 
 
(Tomado de: Elmer Homero [Rodolfo Coronado] – El Despiporre Intelectual (Antología de lo impublicable). Colección El Papalote, #6. Editores Asociados, S. A. México, D.F., 1974)





Yo

Me hizo nacer la suerte maldecida,
de sombra y luz conjunto inexplicable;
que oculta en mi corteza despreciable
arde un alma grandiosa y descreída.
Llevo en mi frente, do la audacia anida
un mundo de ilusiones impalpable;
soy, en fin, un misterio impenetrable,
que me agito en el sueño de la vida.
Por el cielo a sufrir predestinado,
me llena el mundo de ponzoña y duelo;
mas yo siempre orgulloso y resignado
contra mi propia pena me revelo,
y en cada golpe, al mundo malhadado
doy mi desprecio, y mi perdón al cielo.
 

Dolce far Niente
 
 
Feliz yo que tendido boca arriba,
sin amo, sin mujer, sin nada de eso,
ni me duelo de Job, ni envidio a Creso,
ni me importa que el Diablo muera o viva.

 
Indiferente a lo que el doctor escriba,
en holganza constante me esperezo,
y después de roncar, canto el bostezo,
y después de cantar, Morfeo me priva.

 
Aquella maldición que Adán nos trajo
de que al hombre le sude hasta su lomo
para comer un poco su tasajo,

 
Por una chanza del Señor la tomo;
pues si yo he de comer de mi trabajo,
entonces, ¿la verdad?,,, mejor no como.
 
 *
 
EPIGRAMAS
 
Entraba un recién casado
al taller de un peinetero,
y oliendo a cuerno quemado
se paró muy asustado
a sacudir el sombrero.


*
Inés mira con enojo
a Pablito el diminuto:
pero el rico don Canuto
ese sí le llena el ojo.


*
“Qué tonta es mi hija Librada”,
dijo el buen Juan Acevedo;
sólo mi hija la casada
esa sí no se mama el dedo.
 

AMOR Y PROSA
 
Te adoro como a Dios –dije a Gregoria-
y si te inflama esta pasión ingente,
yo juro que mi cántico ferviente,
como Dios hará eterna tu memoria.

 
Con luz del cielo escribiré tu historia,
pondré bajo tu planta el sol ardiente.
La regia luna brillará en tu frente
y hasta en la gloria envidiarán tu gloria.

 
Mas ella ¡ay! Sus ojos picarones
en mí clavando, dijo con salero:
“Lindas son en verdad sus ilusiones;

 
Pero, responda usted, señor coplero:
¿con el sol y la luna y sus canciones
tendré casa, vestidos y puchero?”
 

(Tomado de: Antonio Plaza, Poesías. Editorial El libro español, México, D.F. 1963)