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martes, 9 de julio de 2024

Para sacudir el yugo opresor, 1813

 


Para sacudir el yugo opresor


Francisco de Velasco

[Documento publicado en el Ilustrador Americano, el 17 de abril de 1813 bajo el título de "Este mismo a la nación americana."]


Nuestras prensas están ya al cumplir un año de publicar los sentimientos de la nación, y quizá todo se nos ha ido en declamar contra los gachupines, como si este punto no fuera evidenciado, y como si fuera necesario encender una bujía donde penetra la brillantez del sol. Estoy muy distante de juzgar hayan sido inútiles muchos de los papeles que con honor de la nación han salido a luz y que serán la verdadera apología de nuestra causa; pero estos mismos, repetidos aunque no en los accidentes sí en la substancia, solo harán que monotonizados nuestros conceptos, decaigan del aprecio del público, del ignorante siempre amigo de la variedad y del sabio que conocerá los muchos y bastos objetos a que podíamos destinarlos.

Es necesario ya que al cumplir el tercer año de nuestra independencia tratemos de sistemar nuestros ramos de guerra, de hacienda y de política que hasta hoy subsisten en la apariencia y que si no se han desvanecido del todo es a merced de un patriotismo sin ejemplo. Es indispensable que todo esto siga a la libertad de imprenta, pero una libertad que no conozca más barrera que el dogma, y que si haya de erigirse un censor solo sea para sostener la pureza de aquel, y hacer conservar el decoro del estilo y de la expresión. Fuera de esto el ciudadano debe hablar y escribir con libertad, sí con libertad, y libertad absoluta, enemiga solo del despotismo, de la ignorancia y de la arbitrariedad: las leyes que ponen restricciones a la libertad del hombre son promulgadas por la tiranía que levanta su mano asesina sobre los pueblos; ella tiene su ruina en el momento mismo que el hombre diga lo que siente, y ella sola hace elevar su horrible coleso sobre la miseria, sobre la opresión, digamosla en dos palabras, sobre la esclavitud de la humanidad.

El fanatismo y la ignorancia oyen el ronco clamor de la tiranía, y hermanados entre si estos genios maléficos abortan la proscripción de la libertad. Un gobierno justo y paternal nada debe temer de que las familias del hombre estén en todo su ejercicio, antes bien este afianzará su estabilidad y formará su más invencible antemural.

Pueblos todos del universo que aspiran a la libertad y a la independencia ¿queréis reconocer las verdaderas intenciones de los que os mandan? ¿queréis saber si vuestras ventajas corresponderán a vuestro sacrificio? pues mirad si os es concedido explicar con franqueza vuestros sentimientos, pero si lejos de esto esclavizan la opinión y ponen grillos al pensamiento, apresuraos a destruirles ciertas de que son unas víboras que alimentados con vuestra sangre y royendo vuestras entrañas os dejaran incapaces de moveros para el bien o para el mal.

Nada importa que gritemos libertad sí consentimos en ser esclavos y lo seríamos irremisiblemente si no podemos decir y estampar cuanto nos parezca y semejantes al Loro de la fábula solo reclamaremos en nuestra destrucción política [ilegible...] y el desprecio y bien que otra cosa hemos hecho hasta hoy que declarar contra nuestros enemigos. ¡Ah! esta libertad la dirán en toda su extensión los esclavos de México, lejos de prohibirseles se les ha mandado imperiosamente que en todos sus escritos se expliquen con la mayor libertad contra los insurgentes.

Ellos hacen publicar, jurar y sancionar del modo más solemne la ridícula Constitución de Cortes; conocen los tiranos todas las ventajas que sacarían de alucinar a los pueblos con la ciega obediencia a este código efímero y despreciable; pero como él a vuelta de innumerables inconsecuencias y contradicciones asegura la libertad de imprenta, todo lo arrostran, y a los primeros tiros de nuestros sabios escritores, dicen entre sí: menos mal es que se nos convenza de ignorantes, de bárbaros y de perjuros, que el que les concedamos una batería que echará por tierra la obra de tres siglos y el fruto de nuestros progenitores.

Americanos, si no puede presentarse mayor testimonio de la tiranía de estos visiris que el suspender la libertad de imprenta a pocos días de haber jurado sostenerla, tampoco debeis dudar que el termómetro único para conocer los grados de bondad de los que los mandan, es la libertad que os concedan de promulgar vuestras ideas, vuestros deseos y vuestros sentimientos. S. C.



(Tomado de: Briseño Senosiain, Lillian; Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (investigación y compilación) - La independencia de México: Textos de su historia. Tomo II Antecedentes. La búsqueda de nuestra identidad. La conquista de la libertad. La Independencia: una realidad. Coedición SEP/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, D.F., 1985)

jueves, 5 de octubre de 2023

El Caracol y el Sable VI

 



Las cárceles

Federico Gamboa, siendo subsecretario de Relaciones Exteriores, hizo un viaje a Veracruz en febrero de 1909. Su afán era conocer la prisión de San Juan de Ulúa para escribir algunas páginas de su novela La llaga. Gamboa, víctima del "documento humano" de los escritores naturalistas, pretendía encerrarse con los presos unas horas. Comunicó su propósito al director de la prisión, general José María Hernández, y éste le respondió en lenguaje llano:

-No se lo aconsejo, mi estimado subsecretario, pues correría usted el riesgo de que estos bárbaros, me lo violaran…

Gamboa, conducido por el propio Hernández, vio los calabozos y las tinajas de Ulúa. Escribió en su Diario: "...me enseñó los no menos espantables calabozos que apellidan, respectivamente, el "infierno", el "purgatorio", el "limbo" y la "gloria", que yo necesitaba ver con mis ojos para describirlos en mi libro. Todos ellos tenían inquilinos, y quiso mi mala estrella que en el "limbo" llevarse más de un año de estar aislado, incomunicado, el rebelde don Juan Sarabia, quien en las sombras de aquella especie de cisterna cálida y oliente a sudor y a mariscos, en camiseta y calzoncillos, se levantó del asiento que ocupaba para responder a nuestros buenos días. Me horroricé por dentro..." a pesar de su horror, Gamboa -así lo recordaría año y medio después Juan Sarabia- comentó: "Qué fresco, parece que estamos en la playa…"

Cuando visitó Gamboa San Juan de Ulúa, estaban prisioneros los líderes de la huelga de Cananea y los participantes en el asalto a Ciudad Juárez en 1906, a quienes se les acusaba, a  más del delito de rebelión, de "ultrajes al Presidente de la República", homicidio, robo de valores y destrucción de edificios. El trato a los presidiarios era cruel, inhumano. Había cantina y a los ebrios los perseguían los carceleros -así lo describió Esteban Baca Calderón- nervio de toro en mano, para golpearlos. No pocos murieron a palos. Periodistas y obreros -contados líderes de los trabajadores; casi todos los acusados de sedición morían en Valle Nacional o Quintana Roo- descargaban carbón de los transportes a los buques de guerra. De los testimonios de San Juan de Ulúa, el de Enrique Novoa, capturado en la rebelión de 1906 en Acayucan, es imborrable: "Las paredes se tocan y están frías, como hielo, pero es un frío húmedo y terrible que penetra hasta los huesos, que cala, por decirlo así. A la vez el calor es insoportable, hay un bochorno asfixiante; jamás entra una ráfaga de aire, aunque haya norte afuera. Las ratas y otros bichos pasan por mi cuerpo, habiéndose dado el caso de que me roan los dedos... Procuro dejarles en el suelo migas de pan para que se entretengan. Hay noches que despierto asfixiándome, un minuto más y tal vez moriría, me siento, me enjugo el sudor, me quitó la ropa encharcada y me visto otra vez para volver a empezar. Cuando esto sucede, rechino los dientes y digo con amargura ¡oh pueblo! ¡oh patria mía!" Los prisioneros que sobrevivieron reanudaron la lucha emprendida.  Veintisiete años después de las reformas a los artículos 6° y 7°, de las subvenciones a los periódicos, de la clausura de los diarios independientes, de las penas corporales, del acoso y el hambre, la prensa de oposición era invencible. Rafael de Zayas Enríquez, en sus Apuntes confidenciales para Porfirio Díaz verdadero informe de la situación nacional hacia 1906 y cuyas páginas recuerdan las de los visitadores de la Nueva España, porque a más de su veracidad no carecían de advertencias- había escrito de la tenacidad de los no pocos periodistas, de su conducta sincera y de la influencia que ejercían en el país. "Creer -escribió- que la persecución puede destruirla [a la prensa] o siquiera enfrenarla, es error más craso, porque se da a cada escritor perseguido la aureola de un mártir de la libertad, y el héroe de calabozo suele convertirse en héroe de barricada." Zayas entregó sus Apuntes en agosto. Un mes antes los lectores de regeneración habían leído el Programa y Manifiesto del Partido Liberal. La batalla contra la dictadura había empezado en un periódico.


(Tomado de: García Cantú, Gastón - El Caracol y el Sable. Cuadernos Mexicanos, año II, número 56. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

lunes, 18 de septiembre de 2023

Juana B. Gutiérrez

 


La insurrección y la palabra

Juana B. Gutiérrez

(1875-1942)


Juana Belén Gutiérrez Chávez nació en San Juan del Río, Durango, el 27 de enero de 1875. "Este dato debe ser importante importantísimo, porque lo han anotado con minuciosa escrupulosidad en los registros de la cárcel, cada vez que he estado ahí".

Procedente de una familia de escasos recursos, fue hija de Santiago Gutiérrez y Porfiria Chávez. Su padre ejercía oficios de campo y orfebrería según lo demandara la población, a fin de ganar algunos centavos que le permitieran sostener la casa.

A pesar de la precariedad en que creció, logró acercarse a la lectura en forma autodidacta. Su condición de clase la hizo consciente, a muy temprana edad, de la explotación e injusticias de que era víctima el grueso de los trabajadores.

Se casó a los 17 años con Cirilo Mendoza, un obrero analfabeta a quien enseñó a leer y escribir. Sin embargo, "la muerte prematura de su esposo la dejó desde muy joven en estado de viudez y con tres hijos que alimentar: los pequeños Santiago, Julia y Laura Mendoza Gutiérrez". Santiago murió a corta edad, apenas unos años después que su padre, lo que significó un duro golpe para Juana.

su vocación contestataria la aproximó al pensamiento liberal en su vertiente federalista y anticlerical. Para difundir sus perspectivas, se sirvió de su pluma y se convirtió en periodista: "A sus 22 años empezó a colaborar como corresponsal en periódico liberales y opositores al régimen porfirista: en El Diario del Hogar, fundado por Filomeno Mata y en El Hijo del Ahuizote dirigido por Daniel Cabrera.

A pocos meses de su incursión en la prensa publicó un reportaje denunciando las condiciones de trabajo de los mineros de Coahuila, mismo que fue interpretado por el gobierno como un desafío y provocó su primer encarcelamiento. Mientras purgaba su condena, gente de la localidad suplicó por su excarcelación:


A la señora Mendoza la estimamos por su abnegación y su virtud irreprochable como esposa y madre, por su inquebrantable energía y por su claro talento que será mañana gloria de nuestras letras. Si la virtud y el talento merecen consideración, deseamos que esta vez se le guarden cumplidas a la señora Mendoza en atención a la desgracia que le aflige, pues no hace aún ni un mes que se murió su padre, y en atención a la estimación que le profesamos [...] No pedimos más que sin demora se le admita la fianza.


Apenas quedó en libertad reafirmó sus opiniones pasadas y se involucró con mayor brillo en la oposición ideológica a Porfirio Díaz. Viajó a Guanajuato en 1901 y desde ahí fundó el semanario Vésper, nombre que dedicó a su hijo fallecido, quien disfrutaba observando una estrella vespertina. El lema bajo el que se rigió la publicación fue ¡Justicia y Libertad!:


Y el periódico se publicó con gran regocijo del impresor que en muy poco tiempo se había llevado todos mis ahorros. Cuando estos hubieron concluido hice vender las cabras. ¡Mis cabras! Confieso que cuando llegó ese trance tuve el impulso de volverme a la montaña, un deseo desesperado de abrazar a la "Sancha", mi cabra favorita, de remontar a las cumbres, de ver el sol; aquel sol ardiente que reverberaba en las lomas y quemaba la frente... Sí, volver a la montaña... No, decididamente yo no me volvería a la montaña mientras Porfirio Díaz fuera Presidente.


Juana marcó un parteaguas en la historia de México, pues fue de las primeras mujeres en dirigir una publicación. Desde su primer número, Vésper contó con el respaldo de los Flores Magón:


La señora Juana de Gutiérrez de Mendoza, acaba de fundar en Guanajuato un periódico liberal, Vésper, destinado a la defensa de las instituciones liberales y democráticas. Los dos primeros números que tenemos a la vista desbordan entusiasmo y fe por la sagrada causa de la libertad. Vésper, está destinado a desempeñar importante papel en este momento en que los buenos mexicanos luchan contra el personalismo entronizado, para preparar el advenimiento de una era de progreso para nuestra Patria.


La sagacidad e ironía que esgrimía Juana en sus artículos dedicados al clero y al Estado provocaron la rabia del gobernador, quien ordenó incautar la imprenta y detener a la autora de los textos que consideraba oprobiosos. Gracias a la advertencia de un amigo, la joven logró burlar a sus captores.

Se trasladó a la Ciudad de México y reanudó la edición de Vésper en 1903, a pesar de sus dificultades económicas y de que ya era identificada como subversiva por los agentes de Díaz. Desde sus páginas, reprochó a los hombres omisos su tibieza ante el yugo que los despojaba de sus derechos:


Porque sois incapaces de defender a vuestros conciudadanos, por eso lo hacemos nosotras, porque soy incapaces de defender vuestra libertad, por eso hemos venido a defenderla para nuestros hijos, para la posteridad a quien no queremos legar sólo la mancha de nuestra ignominiosa cobardía. Porque no usáis de vuestros derechos, venimos a usar de los nuestros, para que al menos conste que no todo era abyección y servilismo en nuestra época.


En el mismo año figuró como primera vocal del Club Liberal "Ponciano Arriaga", puesto desde el que firmó una protesta por el cierre de publicaciones y el encarcelamiento de periodistas liberales, gracias a ello entró en contacto con Santiago de la Hoz, Elisa Acuña y Rosetti, Antonio Díaz Soto y Gama y Camilo Arriaga. A pesar de que su labor era más que visible, nunca fue avalada por asociaciones como la Prensa Asociada de México, integrada en su mayoría por hombres cercanos al régimen.

La agitación social generada por las reuniones entre los grupos disidentes derivó en la aprensión de sus cabezas más notorias -entre ellos los Flores Magón- bajo el cargo de sedición. Juana fue a visitarlos mientras purgaban su condena y descubrió la monstruosa desigualdad que insensibilizaba a los hombres y los arrojaba al abismo del crimen.

Ella también fue encarcelada al poco tiempo, cuando Díaz sintió que había erradicado los diarios de mayor circulación y decidió encargarse de los de menor tiraje. "Vésper, que hasta entonces había sido respetado, fustigó con indignación a la tiranía, y la tiranía llena de odio se despojó del último resto de pudor y arrojó a las galeras de Belém a la Sra. Gutiérrez de Mendoza [...] y a la Srita. Acuña y Rosetti de la misma publicación."

Cuando salió de prisión siguió los pasos de sus colegas y partió rumbo a Laredo, ya que el gobierno había amenazado con clausurar al medio que le permitiera escribir a cualquiera del grupo. Llegó a territorio estadounidense, acompañada por Elisa Acuña, gracias al apoyo incesante de su amigo Santiago de la Hoz

Ya reunidos en el exilio, los periodistas relataron sus peripecias:


Hace más de 3 años que se nos persigue, pero sin resultado. Los inicuos procesos contra periódicos independientes como Regeneración, Renacimiento, Excélsior, El Hijo del Ahuizote, Vésper, El Demófilo y tantos otros en que tuvimos parte, no nos desconcertaron y tampoco nos hicieron vacilar las vejaciones personales... Efectuando una violación a la ley como nunca antes se había visto ni aún en México, el autócrata Díaz ordenó al juez de la causa contra El Hijo del Ahuizote, Excélsior y Vésper que prohibieran la publicación de nuestros periódicos.


En Estados Unidos hubo una división en el grupo de liberales mexicanos. Camilo Arriaga -hijo de Ponciano Arriaga, constituyente de 1857- había asumido un liderazgo que ponderaba la negociación con Díaz por la vía democrática, mientras que Ricardo Flores Magón promovía luchar contra él por conducto del anarquismo. La facción encabezada por Arriaga, de la que Juana formaba parte, se trasladó a San Antonio para evitar que las fricciones trascendieran. Desde esa nueva sede operativa, Vésper volvió a editarse.

la ruptura definitiva de Juana y los Flores Magón se consumó en marzo de 1904, tras la muerte de Santiago de la Hoz. De acuerdo con Enrique Flores Magón, él y de la Hoz fueron a bañarse al río Bravo e, inesperadamente, un torbellino atrapó al segundo hasta que se ahogó. Sin embargo, otras voces acusaron al sobreviviente de haber asesinado a su compañero por rencillas ideológicas. Juana, entristecida por la suerte de su amigo, suscribió la versión del homicidio y se distanció de los anarquistas.

A principios de 1906, Regeneración saludó el regreso de Vésper, pero al poco tiempo de lo acusó de obstruir el crecimiento del Partido Liberal y a Juana de difamar a sus miembros más importantes:


Reconocemos a la Sra. de Mendoza el derecho de juzgarnos como mejor le plazca y hacer esfuerzos por arrebatarnos la confianza de los liberales en provecho de ella y de Camilo Arriaga, que quisieran estar en nuestro lugar. Desgraciadamente para ellos, nuestros correligionarios están probando que prefieren estar con los que hacemos trabajos prácticos [...] que con los que sólo saben criticar, sembrar divisiones y declararse a sí mismos los más aptos, los más honrados y los más dignos de confianza.


Juana reaccionó y emprendió una campaña de denuncia en contra de los excesos de los Flores Magón, a quienes acusó de manejar los fondos de las asociaciones liberales en su beneficio y de cobrar por las conferencias que impartían. Ricardo Flores Magón hizo todo cuanto pudo por desprestigiarla profesional y moralmente:


Cuando estábamos en San Antonio supimos, eso es asquerosísimo, que Doña Juana y Elisa Acuña y Rosetti se entregaban a un safismo pútrido que nos repugnó. Pudimos comprobarlo de muchas maneras, y descubrimos que en la capital de la República no se hablaba de otra cosa entre los que conocían a las señoras "liberales" que de sus asquerosos placeres.

[...]

Nosotros pensamos que era indecoroso que se nos viera unidos a esas mujeres y procuramos alejarnos de ellas, pero sin darles a entender que nos daban asco. Doña Juana estaba acostumbrada a que yo la mantuviera y cuando vio que no le daba más dinero se volvió enemiga mía y del grupo. Ahora ha visto que los correligionarios están con nosotros y nos ayudan en nuestros trabajos y eso le ha llenado de despecho y por eso ataca. Si a ella le ayudaran los correligionarios no haría tal. Pero cómo le han de ayudar si ya muchos están enterados de sus porquerías.


El encono aumentó cuando Juana puso en duda las intenciones altruistas de los que habían sido sus compañeros:


Cuando llegamos a Laredo, el primer proyecto que [los Flores Magón] nos expusieron fue... ¡Oh! Dios de las libertades, el matemático proyecto de dar en el Teatro de aquella ciudad CONFERENCIAS POLÍTICAS SOBRE NUESTRO PAÍS A PESETA LA ENTRADA [...] esos son los REDENTORES!(?) estos son los patriotas, estos son los miembros de la Junta Organizadora, estos son, en fin, los insultadores de mujeres que rugen de rabia y despecho porque hemos sido bastante dignas y amamos bastante a nuestra patria para no llevar sus desdichas al mercado, para no vender por una peseta sus infortunios [...] Creo que antes que ser socialistas debemos ser mexicanos y entiéndase bien, por los vericuetos que pretende guiar Regeneración, ni llegaremos a ser socialistas y dejaremos de ser mexicanos.


La división involucró incluso a Madero, quien era uno de los principales apoyos económicos de los opositores y tomó partido por el grupo de Juana. Los siguientes años fueron para ella de intenso activismo, pues además de su labor periodística se dedicó a fortalecer las filas del Partido a Liberal en la lucha antirreeleccionista. Por entonces hizo amistad con Dolores Jiménez y Muro, con quien promovió la creación de distintas agrupaciones dedicadas a la difusión de ideas reformistas en contra de Díaz. También se preocupó por la participación de la mujer en la vida social y política, lo que la llevó a fundar el Club Femenil Antirreeleccionista Hijas de Cuauhtémoc.

En 1910 apoyó la candidatura de Madero y dio a conocer "la visión que entonces ella tenía de sí y la independencia de carácter que sostendría a lo largo de su vida. Afirmaba estar en posesión de su libertad, en pleno uso de sus derechos y de su soberanía, sin yugos ni cadenas, sin preocupaciones ni prejuicios, desconociendo temores y abominando cobardías, para 'nosotros no hay tiranía posible y con ser así nos basta para ser inmensamente libres'".

La oposición fue nuevamente perseguida por los esbirros de un Díaz temeroso de perder la elección presidencial. Entre encarcelamientos y homicidios, Juana siguió en pie de guerra contra el gobierno generador de la desigualdad que tanto abominaba. Cuando estalló la Revolución, la periodista demostró ser una luchadora tenaz, participó en distintas sublevaciones y, cuando al fin Madero se alzó con la victoria, abogó por quienes habían caído presos en los distintos frentes.


Con la esperanza de presenciar la transformación social que se auguraba tras la caída de Díaz, Juana recorrió las regiones campesinas del centro del país. Acompañada por Dolores Jiménez, Gildardo Magaña, Santiago Orozco y Camilo Arriaga, descubrió que la precariedad y la explotación seguían vigentes, por lo que decidió apoyar la naciente lucha de Emiliano Zapata. La tensa situación de Morelos provocó fusilamientos sumarios de los simpatizantes del zapatismo, entre los que se hallaba Orozco. Para salvar la vida de su joven amigo y alertar de las atrocidades que ocurrían en Cuautla, Juana escribió una extensa carta dirigida a Madero:


La segunda vez que vine me encontré esta desgraciada Ciudad hecha un dolor de una sola pieza, horrorizada y atemorizada ante la amenaza de ser matada por el asesino Figueroa. El crimen se consumó; Figueroa fue Gobernador y el terror comenzó a reinar en Morelos. Los habitantes de ésta emprendieron la fuga y era doloroso contemplar el éxodo sombrío de este desgraciado pueblo que se marchaba qué sé yo a dónde en defensa de la vida.

Hicimos circular unas hojas sueltas invitando al pueblo para que se preparara para las elecciones de gobernador, a fin de que en ellas hiciera triunfar a su favorito Emiliano Zapata. Esto bastó para que la persecución se recrudeciera y fueran perseguidas hasta las señoritas en cuya casa yo me había alojado. A mí misma me llamó el presidente municipal [...] y me dijo que: "Como autoridad me prohibía que hiciera propaganda electoral en favor de Zapata." Yo me reí de él y continué mi trabajo porque esa es la voluntad de este pueblo y la mía. Los vecinos quisieron que viniera Santiago Orozco, mi hijo, y lo mandé llamar inmediatamente, tocándole estar aquí el día de las elecciones secundarias. Al terminar éstas, el presidente del Colegio Electoral invitó a los concurrentes a que hicieran una manifestación para dar cuenta al pueblo del resultado de las elecciones. Los manifestantes comenzaron a vitorear a Zapata y el tal Presidente que es un Sr. Balbuena, se dirigió al pueblo diciéndole que no aclamara Zapata porque la autoridad no quería. A su vez habló Santiago y dijo que el pueblo era soberano y estaba en su derecho al aclamar a Zapata. Después, y en un lugar privado, se reunió el pueblo y Santiago les habló de la convivencia de guardar un orden absoluto para evitar que los enemigos tuvieran pretextos para perseguirlos, pero que no desmayaran; que el presidente municipal le había dicho que este era un pueblo de ladrones y asesinos, de bandidos e incendiarios, pero él que sabía lo contrario, estaría siempre al lado de ese pueblo, aunque también le llamaran bandido, ladrón e "incendiario". [...] Al martes siguiente llegaron fuerzas de Figueroa al mando de Federico Morales, y a las 5 de la tarde aprehendieron a un hombre del pueblo, fusilándolo una hora después. En la madrugada de ese día yo salí para México, a caballo, acompañándome Santiago hasta Ozumba, de donde se regresó a ésta a instancia de los mismos vecinos.

En el mismo momento en que Santiago se disponía a ponerme un mensaje a México avisándome que sacaban a Marino, fue aprendido él. Un amigo me dio aviso por telégrafo de la aprehensión de Santiago, y me dirigí al Ministerio de Gobernación y al Procurador General en demanda de garantías. Debido a esto se suspendió la ejecución de Santiago que había ordenado Figueroa, quien ya imposibilitado para consumar ese asesinato más, lo mandó poner a disposición del juez de letras de esta Ciudad. Y aquí está, preso, sin que el juez de ni un paso en el proceso, ni haya medio alguno de ponerlo en libertad. Esto es sencillamente abominable y no se nota la ausencia de dn. Porfirio Díaz.

De suerte que, en los momentos en que lea Ud. esta carta, habrá llegado ya al puesto para cuya conquista contribuimos, y nosotros, los que hemos gastado todos nuestros elementos y toda nuestra existencia por conquistar la libertad, no podemos disfrutar ni de la libertad material, lo cual no deja de hacernos reír un poco.

Le ruego a Ud. que si le es posible, se sirva decirme qué puedo esperar de Ud. en este asunto, en la inteligencia de que la libertad de Santiago me importa más que mi propia vida.


Juana volvió a Morelos y se alegró de encontrar a Orozco con vida. Hacia finales de 1912 integró el "Comité Femenil Pacificador", que tenía como finalidad informar a las mujeres sobre los inconvenientes de nuevos levantamientos armados, para que ellas difundieran ese mensaje entre sus familiares y amigos.

Cuando ya había asumido mayor protagonismo en el movimiento de Zapata, la sorprendió la noticia del asesinato de Madero a manos de los golpistas encabezados por Huerta. Para entonces ya ostentaba un grado militar y era famosa entre la tropa por haber mandado fusilar a un soldado que violó a una joven después de una batalla.

En septiembre de 1913 cayó presa acusada de conspirar contra el gobierno En complicidad con el mismísimo jefe del Ejército del Sur. En la prensa, se difundió que pasaría poco tiempo en la cárcel de Belém, pues purgaría su condena en las Islas Marías. Su hija Laura guardó fiel recuerdo de los días aciagos de la detención de Juana, de la angustia que le atormentó hasta que supo de su paradero y de los rumores que la misma autoridad hizo circular asegurando que había delatado a sus compañeros de lucha.

Sus captores la sometieron a interrogatorios, amenazas y maltratos creyendo que lograrían doblegarla y obtener información invaluable para desarticular el movimiento de Zapata, pero ella mantuvo la entereza y logró engañarlos dándoles datos y nombres falsificados:


Urrutia creía que yo estaba haciendo las grandes revelaciones y habló con Chávez y Pita de tratar este asunto con Huerta. Aquello acabó por divertirme pero mi diversión duró poco. Urrutia ordenó que me deportaran a Quintana Roo. A las 2 de la mañana Urrutia volvió, insistiendo que revelara quiénes ayudaban a los rebeldes. Era muy tonto y muy aparatoso y trató de impresionarme presentándome un papel y lápiz para que "por última vez" escribiera a mis familiares. Y se retiró a otra pieza. Por una ventana del piso alto, vi llegar a los soldados de la gendarmería montada. Aquello sí no era broma. O tal vez lo sería, pero como las deportaciones eran muy acostumbradas, yo creí en mi inmediata deportación y una verdadera angustia me encogió el estómago. "Pues ahora sí que desintegré el gabinete de Victoriano Huerta" dije para mí sola. Pero aquella triste broma me sugirió una idea que traté de poner en orden inmediatamente. Como un rayo, con esa rapidez del pensamiento y de la necesidad apremiante, imaginé los sucesos. Todo se reducía a que salieran como yo me los imaginaba. Esperé, fumando desesperadamente, pero con una apariencia tan tranquila como me era posible simular. Media hora después volvió Urrutia, insistiendo en obtener revelaciones. -Bueno, respondí simulando enojo, ¿por qué me pregunta usted a mí?, si ustedes lo saben mejor, si ustedes mismos son los que ayudan a los rebeldes... -¿Qué está usted diciendo? gritó Urrutia en el colmo de su furia. -Eso mismo. -¿A quién se refiere usted?... dígalo enseguida. -No creo que usted ignore las actividades del Sr. Lic. Calero y sus amigos. No acababa de pronunciar esas palabras, cuando Urrutia gritó llamando a Chávez y a Pita, ordenándoles que inmediatamente aprendieran a Calero, que según recuerdo era senador o no sé qué. Urrutia dio una patada en el suelo y reiteró la orden con feos modos. Los esbirros salieron contristados. Urrutia dio varias vueltas por la estancia haciendo preguntas. Yo había recobrado todo el aplomo de que me era posible disponer ante una fiera como aquélla, regocijada por el magnífico resultado. Si aquello continuaba así, Atenor Sala me pagaría la trastada de poner sobre mi pista a la policía, y de más a más con la aprehensión de Calero, la gente del gobierno de Huerta se enredaria entre sí, y por el momento no me deportarían, dándome tiempo para intentar otro recurso... Calero fue detenido a aquellas horas Atenor Sala también, Palacios y otro señor que no reconocía yo, igualmente, y el lío estaba ya, entre ellos mismos... La culpa de esta lenidad la eché sobre el licenciado Rodolfo Reyes, que había ordenado al juez que favoreciera a Sala y socios. No aseguro que así haya ocurrido, pero sí creo que aquel lío influyó poderosamente en la caída de Urrutia, Reyes, etc. Teniendo la seguridad absoluta de que el general Robles dejó el Estado de Morelos a causa de mi revelaciones. En parte estaba logrado el objeto de mi viaje.


La estrategia de Juana dio resultado y causó confusión entre los mandos huertistas. Estuvo diez meses en prisión haciéndose pasar por delatora, gracias a lo cual quedó libre y pudo trasladarse de nuevo a territorio morelense. Retomó la actividad periodística en Vésper y fundó La Reforma, desde el cual escribió sobre la problemática de los indígenas en cuestiones de tenencia de la tierra, salud y educación.

La victoria de Venustiano Carranza sobre Huerta conllevó un intento de pacificación, sin embargo, la causa constitucionalista no reconoció a Zapata como líder revolucionario y lo tachó de bandido, al tiempo que zapatistas y villistas se aliaron al advertir que no tenían cabida en la nuevo proyecto de nación.

Juana, a través de sus publicaciones, fue artífice de la resistencia zapatista y una de las principales detractoras de Carranza, por lo que pisó nuevamente la cárcel en 1916, en esta ocasión acompañada por su hija Laura, quien era su asistente.

Después de pasar casi un año en la penitenciaría, Juana fundó la Colonia Agrícola Experimental Santiago Orozco, uno de los primeros proyectos autosustentables que se emprendieron en México. El objetivo era instalar una comunidad constituida fundamentalmente por indígenas que se dedicaran a producir sus propios alimentos sin intermediarios. Aunque se les otorgaron subsidios para la compra de instrumentos de labranza, no recibieron apoyo suficiente para convertir el experimento en una forma de vida.

En 1922 Juana se incorporó a la primera campaña de alfabetización nacional promovida por José Vasconcelos. Desempeñó su labor docente en Jalisco y Zacatecas, entidades por las que viajó sin descanso impartiendo clase incluso en los poblados de más difícil acceso. "Como reconocimiento a su desempeño como maestra misionera, en 1926 se le nombró inspectora de escuelas rurales en Zacatecas. [...] Además de sus funciones [...] funda y forma parte de una agrupación de indígenas llamada Consejo de los Caxcanes, cuya finalidad fue el rescate de los valores y la dignidad de la raza y la cultura indígena."

Al margen de sus trabajos como profesora, en 1924 publicó el libro Por la tierra y por la raza, en el que denunciaba la marginación indígena propiciada por el clero y proponía la adopción de modelos autóctonos para el desarrollo social. Los comunistas criticaron su acendrado nacionalismo. Posteriormente editó y distribuyó algunos folletos en los que opinaba acerca de la realidad política después de la Revolución. En el transcurso de la guerra cristera recibió el nombramiento de directora del Hospital Civil de Zacatecas y mantuvo intacta su vocación de servicio.

Para 1932 reapareció Vésper en la que sería su última etapa. Juana redactó un texto a modo de recapitulación de todo lo que esa pequeña publicación había significado para ella y en la lucha por la construcción de un país democrático, en el que la libertad de expresión fuera un derecho:


Fue en 1901, alborada de este siglo tormentoso, cuando Vésper surgió a la vida con firmezas de roca y rebeldías montaraces que nada ni nadie pudo quebrantar, porque Vésper no surgió de los invernaderos de la civilización, surgió de las montañas, entre la aspereza del monte y la inmensidad azul, a donde no pueden llegar las fragilidades de la civilización. Abriéndose paso por entre un breñal de dificultades, Vésper vivió quince años, quince años de una vida agitada, intermitente, viendo la luz casi siempre a hurtadillas, desde el escondite sitiado por sus perseguidores, desde las prisiones por sobre el hombro de los carceleros, desde el rincón sombrío, en la tierra extraña, allí donde alumbra apenas el triste sol de los expatriados... Hoy, la sementera está cubierta de brotes, no importa si apenas se advierten perdidos entre el espeso matorral; están allí demandando cultivo, y hay que darse a la tarea de cultivar la fecunda sementera. Este trabajo es duro, laborioso, difícil, pero no imposible. Vésper es de estirpe de labradores y hará a conciencia su tarea en el campo que ayer se regó con sangre de los suyos. Después de tres lustros de luchas más intensas mientras más calladas, Vésper vuelve ya con mañaneros fueros en la misma cumbre: ¡Justicia y Libertad!


A finales de esa década, Gildardo Magaña, su antiguo compañero de batalla, la invitó a participar en el gobierno de Michoacán como directora de la Escuela Industrial para Señoritas, en la que organizó cooperativas y estudió las condiciones de trabajo de los obreros. La vida aventurera y desafiante que llevó le impidió seguir trabajando, por lo que el gobierno le ofreció una pequeña pensión por los servicios que prestó a la patria. La escritora, revolucionaria y activista Juana B. Gutiérrez de Mendoza falleció el 13 de Julio de 1942, dejando tras de sí un ejemplo de insurrección y dignidad ante la pobreza y la injusticia.


(Tomado de: Adame, Ángel Gilberto - De armas tomar. Feministas y luchadoras sociales de la Revolución Mexicana. Aguilar/Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. de C. V. Ciudad de México, 2017)

jueves, 8 de julio de 2021

El Caracol y el Sable III

(Grabado: José Guadalupe Posada)

EL CARACOL Y EL SABLE III

La larga marcha del periodismo libre

En 1883, bajo el gobierno de Manuel González, se reforman los artículos 6° y 7° de la Constitución. El primero de los artículos: “La manifestación de las ideas no puede ser objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa...” y el segundo de ellos: “Es inviolable la libertad de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia...” contenían, sólo en parte, los ideales de los reformadores. El artículo 7° establecía los límites legales de la libertad en cuanto su ejercicio se refería a la vida privada, la moral y la paz pública. “¡La paz pública! –dijo Zarco el 25 de julio de 1856, señalando el peligro del concepto-. Esto es lo mismo que el orden público. El orden público, es una frase que inspira horror; el orden público reinaba en nuestro país cuando lo oprimían Santa Anna y los conservadores, cuando el orden consistía en destierros y proscripciones. El orden público... el reinado tranquilo de todas las tiranías.” Y tal orden había de ser invocado, en 1883, para restringir las libertades de expresión, suprimiendo los jurados de imprenta e instaurando los procedimientos santanistas promulgados en la ley Lares del 25 de abril de 1854. los jueces podían, como entonces, multar a los editores, imponer penas corporales a los periodistas, ordenar la confiscación de las imprentas –los útiles de trabajo señalados como reos del supuesto delito- y clausurar periódicos. No era coincidencia la reforma porfiriana. En los días de Santa Anna la persecución a los periodistas –más de 52 diarios y semanarios fueron cerrados- concurrió con el decreto sobre “Los anexionistas”. Las bocas oficiales hablaban del delito de traición a la patria mientras el gobierno vendía el territorio de La Mesilla –109 574 km2 – a Estados Unidos.

El porfiriato hace otro tanto con las reformas constitucionales de la libertad de expresión, la reelección y las concesiones mineras y ferrocarrileras. Dos años después de expedidos los decretos sobre los artículos 6° y 7°, ante la elección de personas adictas al grupo porfirista, desaparecen los primeros periódicos. Algunos editores buscan asilo en Estados Unidos. En Brownsville y San Francisco se imprimen, por breve tiempo, El Mundo y La República. La persecución, en México, era implacable. En los estados los periodistas eran asesinados impunemente o enviados a San Juan de Ulúa. La prensa nacional, una conquista lograda con esfuerzos y sacrificios incontables, era suprimida.

Desaparecen El Federalista, de Trejo; El Correo del Lunes, de Carrillo; El Socialista, de Mata y Rivera; y El Siglo XIX, el gran periódico de Ignacio Cumplido que divulgara la doctrina liberal. Según el Diario Oficial, en 1883 había en México 300 periódicos. Ocho años después eran doscientos. El gobierno, mediante subsidios, mantenía la apariencia de libertad de expresión a través de una tolerancia ante críticas tímidas –ninguna alusión a errores del Presidente de la República- a funcionarios o gobernadores, en El Demócrata, El Diario del Hogar, La República Mexicana, La Opinión, El Monitor Republicano, El Tiempo, El Nacional y La Voz de México, en cuyas páginas se divulgaron los argumentos de los conservadores contra la Reforma y el liberalismo mexicano. Unos y otros periódicos tenían sus horas contadas, al aparecer, en 1896, El Imparcial de Rafael Reyes Espíndola, quien absorbería todas las subvenciones. Reyes Espíndola, en su periódico, se ufanaba de haber contribuido a abolir la libertad de prensa en México. Una de sus campañas más constantes había sido contra el “fuero del periodismo, viejo lobo del jacobinismo”; en realidad, los restos constitucionales de la dignidad del periodista ante el poder público. El premio a Espíndola fue la organización de una empresa para el aniquilamiento de la prensa independiente, la defensa y el prestigio del grupo gobernante. Luis Cabrera, en el Primer capítulo de los cargos concretos –publicado en El Partido Democrático el 4 de septiembre de 1909- señaló la cantidad de 50 mil pesos anuales como subsidio a El Imparcial. En once años, Reyes Espíndola había comprado dieciocho casas, los terrenos de la colonia El Mundo y El Imparcial y su residencia en Azcapotzalco. La empresa había logrado editar, además, El Mundo Ilustrado, El Heraldo, El Debate y La Revista Universal. En las columnas de sus periódicos colaboraban los adictos al régimen: Bulnes, Díaz Dufoo, Peña Idiáquez, Flores, Etcétera, quienes, a más de canonjías oficiales, eran catedráticos o diputados. En las columnas de El Imparcial se hacía una defensa periódica de los ideales de la Reforma –el mismo culto que dio origen al Hemiciclo de Juárez: retórica liberal y violación de la Constitución-; se discutía sobre la veracidad de episodios nacionales del pasado pero, como lo describió Heriberto Frías, el procedimiento era la falsificación de la verdad para que nadie supiera lo que había ocurrido. “Los noticieros –escribió en su peculiar estilo- que conocían en camisa y aun en cueros vivos, en toda su anatomía patológica, a personajes de la triste política nacional; los pobres diablos de reporteros, que tan saturados estaban del fango en que arrastrábanse rutilantes todas las avideces victoriosas: ministros, senadores, financieros, y sus hijos, y sus esposas, y sus queridas, y sus secretarios, y sus cortesanos, y sus criados, cuya vida íntima conocían tan bien ellos, los despreciados, los irresponsables noticieros tenían que llamarlos con algún calificativo honorífico, con algún título más que nobiliario; imprescindiblemente, sabían la verdad y la referían a sus jefes, pero bien se cuidaban de decirla en el periódico...”

En 1893 se imprimió, a pesar de todo, El Demócrata, dirigido por Joaquín Clausell. “Una consecuencia de la época”, se decía en el editorial del 1° de febrero de aquel año, y en verdad lo era. Sus redactores, estudiantes de leyes e ingeniería, Gabriel González Mier, José Ferrel, Francisco O´Reilly, Francisco J. Mascareñas, José Antonio Rivera, Querido Moheno –quien después sería “ministro” de Victoriano Huerta- y Jesús, Ricardo y Enrique Flores Magón procedían de manera distinta a los noticieros descritos por Heriberto Frías.

Una mañana llegó a las oficinas de El Demócrata un compañero de los Flores Magón. “Dice mi padre –confesó aquel joven estudiante- que el Presidente recibe muchas quejas de funcionarios a quienes exhiben ustedes hasta el escarnio. Le dicen que a través de ellos están pegándole a él...”

-Nosotros estamos publicando la verdad –repuso Jesús Flores Magón.

-Si Porfirio Díaz decide que están ustedes interponiéndose en su camino, les irá mal.

-Él es la rata más grande de todas –bromeó Enrique Flores Magón-. Así, puede él dar la mordida más grande.

Sonó, aquel día, un golpe en la puerta. Enrique Flores Magón evocaría, años después, la figura del inspector de Policía, Miguel Cabrera, gritar a los redactores: “¡Manos arriba!” Los gendarmes inquirían por Ricardo, el cual, simulando ser impresor, mandil en mano abandonó el taller con los obreros. Jesús fue encarcelado el Belén. Desaparecido El Demócrata, los Flores Magón compran una imprenta –seis años de privaciones- y fundan Regeneración. El primer número aparece el 7 de agosto de 1900. las persecuciones, el ensañamiento policiaco y el acoso que padecían, no lograron impedir que el tiraje del periódico fuera de unos 30 mil ejemplares. El pueblo se hacía leer los artículos en los que se exhibía el sistema político del país; los crímenes y despojos de los funcionarios. La tarea de Flores Magón les acarreó la ayuda monetaria de muchos lectores. Nuevamente la policía irrumpe en los talleres; aprehende a Ricardo y a Jesús y los lleva a la cárcel de Belén. Los padecimientos de los Flores Magón no parecían terminar. Muere su madre. Durante su breve agonía, recibe a un emisario del gobierno, el cual la conmina a que haga jurar a sus hijos que desistirán de atacar a Porfirio Díaz. “...prefiero verlos –le respondió doña Margarita Flores- colgados de un árbol o en la horca, y no que se retracten, o arrepientan...” ¿No había dicho su esposo, antes de morir, a sus hijos,: “Que no les robe el tirano su hombría”?

De la cárcel de Belén, aquel año de 1900, salía don Daniel Cabrera. Como director de El Hijo de El Ahuizote habrían de encarcelarlo trescientas veces. El administrador de su periódico, Manuel Domínguez, diría que al abrirse las celdas, los carceleros les arrojaban “un dedal con piojos” para infectarles el tifo. Belén, con su patio de arcos, su pileta de agua cenagosa, sus galeras pestilentes, sus calabozos húmedos, sus celdas en que apaleaban a los reos, era el sitio organizado por el gobierno para quebrarles la hombría a los rebeldes. Ángel de Campo –el dulce Micrós- vio una mañana, desde la azotea de la prisión, cómo se despiojaban las mujeres; pasear, acorralados, a los hombres; ir y venir a unos y otros entre frazadas de colores, cobijas deshilachadas, harapos y petates amarillentos. El vaivén, el vocerío, le pareció –y así lo fue siempre- el pueblo mismo reunido para no se sabía qué propósito. Pasos adelante, Micrós lo descubriría al ver un patio recubierto de hierbas anémicas en que dormitaban soldados. En la pared, dibujada en azul una cruz, el musgo no había borrado los rastros de los disparos. Era el paredón. Día tras día llevaban atado a un prisionero. Los galeros anticipaban la sentencia: “Fulano de tal... ¡sale a su destino!” Los reos acompañaban al sentenciado, durante largos, inimaginables minutos, cantando el Alabado, el canto de Fray Margil de Jesús para dar gracias al Creador en los campos cristianizados. La descarga apagaba las voces. Tal era el destino.

Don Daniel Cabrera resistió todas las humillaciones. Al salir de Belén, volvía a denunciar los actos de Díaz, sus ministros, sus gobernadores, sus militares y sus jefes políticos. Sin embargo, El Hijo de El Ahuizote había venido a menos: se vendían 250 ejemplares. Ricardo y Enrique Flores Magón –Jesús abandonó la lucha para siempre- acudieron a don Daniel. Parecía repetirse la escena de la juventud de Cabrera, cuando pidió permiso a Vicente Riva Palacio para titular a su periódico El Hijo del Ahuizote, recogiendo la lección liberal que Riva Palacio divulgara en El Ahuizote; “Voy a concederte –le contestó a Cabrera- el permiso que me pides con esta condición: que seas honrado y que seas valiente.” Don Daniel alquiló su periódico a los Flores Magón. Poco después se les unirían, con idéntico fervor, Juan Sarabia y Librado Rivera.

En el taller de la calle de Santa Teresa número 1, José Guadalupe Posada –el más grande artista de su tiempo- hacía estampas para la Gaceta Callejera y otras hojas de Antonio Vanegas Arroyo. En sus grabados –más de veinte mil- ha dejado el testimonio de lo que fue el porfiriato: captura de indios, de obreros y “alborotadores” para servir en el ejército, “enganchados” que habrían de morir en Valle Nacional; condenados a muerte que pasan bajo escolta militar, ante la mirada compasiva de los curiosos; infelices que reciben descargas en los paredones de la Escuela de Tiro; hombres ateridos, envueltos en sus cobijas, ajenos a cuanto ocurría en torno suyo; jefes políticos ventrudos; rurales implacables; niños y perros husmeando en las aceras; madres que claman por la desaparición de sus hijos; desfiles del ejército; soldados que eran campesinos y obreros; sus pies, con guaraches, lo demostraban; mujeres que disputan ante los comerciantes; indios lapidados en las calles; gente vestida de percal, harapos, cobijas, fraques, casacas, crinolinas, levitas, paletós o dragonas, se vuelven calaveras que corren, huyen, se hieren, saltan, fusilan, claman al cielo y buscan, ágiles, un rincón para ponerse a salvo de las cargas de caballería de los gendarmes. Es el mundo que ve una mañana a un enorme caracol –el país de Liliput- en la Plaza de la Constitución, lento, adormilado, dejar una estela viscosa que desaparece en Palacio Nacional. Pero no es el caracol el que gobierna sino la muerte; la calavera catrina, la calavera campesina, la calavera burocrática, la calavera científica, la calavera militar; la muerte que enseñorea todo; la danza de la muerte que es la imagen fiel del disloque que reinaba; niños enajenados para venderlos como esclavos, jóvenes capturados para servir en el ejército; campesinos extenuados; obreros hambrientos, empleados tuberculosos. Muerte, sólo muerte. No había otra cosa sobre México que un sable afilado que segaba vidas y ese caracol que nadie podía mover del centro del país.


 Tomado de: García Cantú, Gastón - El Caracol y el Sable. Cuadernos Mexicanos, año II, número 56. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)


viernes, 11 de junio de 2021

El Caracol y el Sable II

 


EL CARACOL Y EL SABLE II

Los clubes liberales

La confesión del obispo Montes de Oca en el Congreso Internacional de Obras Católicas en París, de que en México, a pesar de sus leyes, la situación de la Iglesia y la pacificación era diferente, “gracias a la sabiduría y al espíritu superior del hombre ilustrado que nos gobierna en perfecta paz, hace más de veinte años”, fue objeto de una valiente respuesta en las páginas de la convocatoria del ingeniero Camilo Arriaga para organizar el Partido Liberal. Los clubes que se formaron en el país: un renacimiento del espíritu cívico, no alarmaron al gobierno; pero un año después las resoluciones del Primer Congreso Liberal, celebrado en San Luis Potosí el 5 de febrero, contenían demandas políticas para devolver al pueblo la libertad de expresión; juicio de responsabilidad para las autoridades que fueron demandadas más de cinco veces, por violación de las garantías individuales; fomento de sociedades mutualistas y limitación del clero por sobre toda otra actividad, en la educación. El delegado de Puebla, Ramírez Ramos, señaló la conveniencia de que los liberales se reunieran, ante la proximidad de las elecciones, expedición de las leyes, etcétera. La persecución policiaca se desató contra los afiliados a dichos clubes.

Del anticlericalismo se pasó a un examen más lúcido de las condiciones sociales del país. El temario del segundo Congreso –5 de febrero de 1902- contenía siete temas:

1.- Manera de complementar las leyes de Reforma y de hacer más exacta su observancia.

2.- Medidas encaminadas a hacer efectiva la libertad de imprenta.

3.- Manera de implantar prácticamente y de garantizar la libertad de sufragio.

4.- Organización y libertad municipales y supresión de los jefes políticos.

5.- Medios prácticos legales para favorecer y mejorar las condiciones de los trabajadores en las fincas de campo y para resolver el problema agrario y el del agio.

6.- Medios de afirmar la solidaridad, defensa y progreso de los clubes liberales.

7.- Temas no especificados que los clubes propongan.

El congreso no llegó a celebrarse. La policía aprehendió a los reunidos en una sesión de lectura pública, golpeó a los que acudían, cateó sus domicilios y dio término a las órdenes recibidas, haciendo desfilar a los aprehendidos por las calles de San Luis, bajo escolta militar. Uno de ellos se puso un rótulo a la espalda: “Por liberales”.


Los dominadores


A medida que la represión era más violenta –hubo varios asesinados en los estados y en los pueblos- eran más firmes las demandas políticas y mayor el esclarecimiento de las condiciones del país. En el manifiesto de 1903, escrito por Santiago de la Hoz, se decía respecto de las clases sociales: “El capitalista, el fraile y el alto funcionario, ya sea civil o militar, no son tratados en México igual que el obrero humilde o cualquier otro miembro del pueblo, oscuro en la sociedad, pero brillante en las epopeyas de la nación. Los empleados arrastran una vida de humillación y miseria...” De las libertades, se afirmaba: “...esos infelices que desfallecen en las haciendas bajo el látigo del mayoral y explotados en las tiendas de raya; esos infelices que son transportados al Valle Nacional, a Yucatán y a otros puntos y que a veces no representan más valor que el de diez o veinte pesos. El magnate –sentenciaban- ha llegado a considerar la cárcel como una propiedad suya.” El comercio era próspero para dos o tres propietarios extranjeros: las inversiones extranjeras, “los trusts, esos titanes del monopolio, sin freno que los contenga, hacen subir los precios de los artículos de primera necesidad y hacen bajar los salarios de los que confeccionan esos artículos”. La situación de los trabajadores dependía de una “administración corrompida, del concesionario, del banquero, del ferrocarrilero, del contratista de obras, del representante de compañías de navegación, del funcionario que improvisa fortunas”. La situación de la agricultura –párrafo que recuerda el testimonio de los viajeros- es el del campo deshabitado, “heredados por mexicanos indolentes o adquiridos por españoles refractarios al progreso, o por testaferros del clero que necesitan que el yanquee venga a nuestro país con iniciativa y con trabajo, están cercados e inaccesibles a la mano del agricultor, hasta que una compañía americana viene a aumentar la peligrosa cantidad de propiedades que tiene Estados Unidos en México, debido a la imprudencia del gobierno”. Esos campos, que desde las líneas ferroviarias se veían poblados por seres que arrastraban una vida inhumana, habitando chozas, eran los sitios de los indios, extrayendo de los magueyes el aguamiel, o abandonados para emigrar a las granjas norteamericanas “a consumir sus energías en algún campo explotado por el yanquee o en la modorra embrutecedora de los cuarteles”. El pueblo analfabeto; las escuelas, muchas de ellas clausuradas por falta de presupuesto, y la enseñanza, en manos de los jesuitas, era un peligro para la conciencia cívica que, al ejercerla en actos públicos, era calificada de sediciosa.

(Tomado de: García Cantú, Gastón - El Caracol y el Sable. Cuadernos Mexicanos, año II, número 56. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

jueves, 22 de agosto de 2019

Lorenzo de Zavala




Lorenzo de Zavala


(1788-1836) Yucateco que termina convirtiéndose en texano, afirma Charles A. Hale, siempre fue en México un forastero. Entendió las ideas que luchaban entre sí, lo que no llegó a sentir fueron los conflictos que estas ideas produjeron en los hombres de una y otra ideologías.
En la lucha sostenida entre los sanjuanistas (partidarios de la transformación) y los rutineros (epígonos del absolutismo colonial), Zavala se enlistó entre los primeros, al lado de José Francisco Bates, José María Calzadilla, los sacerdotes Vicente María Velázquez y Manuel Jiménez, el maestro Pablo Moreno, Pedro Almeida y José Matías Quintana. Desde muy joven, Zavala se sintió atraído por el periodismo. Antes de que llegara la imprenta a Mérida, hacía circular sus manuscritos con el objeto de propagar las nuevas ideas. A partir del momento en que aparece El Misceláneo, colabora en forma asidua, lo mismo que en El Aristarco y posteriormente en El Filósofo Meridano.
Al sr derogada la constitución española de 1812, que consagraba la Libertad de Imprenta, Zavala y sus amigos protestaron con tal intensidad que los partidarios del absolutismo embargaron la imprenta de Bates y persiguieron a los sanjuanistas. Aprehendidos, fueron remitidos a San Juan de Ulúa (Zavala, Bates y Quintana). Al obtener la libertad, Lorenzo el obstinado sacó su último periódico yucateco, El Hispano-Americano Constitucional.
brevemente, así interpreta Zavala nuestro proceso de Independencia: “Como el tiempo anterior a los sucesos de 1808 (que preparan la insurrección de Hidalgo) es un periodo de silencio, de sueño y monotonía, la historia interesante de México no comienza verdaderamente sino en este año memorable”.
 México, sostiene Zavala, no está capacitado para la Independencia en 1808 o 1810. Este es un sentimiento que madura a lo largo de una década, alimentado por las acciones heroicas de Hidalgo y Morelos, el constitucionalismo liberal de las Cortes españolas y el desarrollo en el exterior de la idea de que México es ya una nación. De esta manera, hacia 1819, el pueblo se convence de que la Independencia es necesaria y el terreno queda listo para el surgimiento del implacable y políticamente astuto Agustín de Iturbide.
Ya en la ciudad de México, Zaval defiende brillantemente sus convicciones federalistas en El Águila Mejicana (1823) y El Correo de la Federación (1826), en el que publica, según Sierra O’Reilly, “muy largos y luminosos escritos acerca de la política del país”. El Correo de la Federación, de filiación yorkina, y El Sol, de orientación escocesa, eran los diarios en los cuales “...se depositaban los odios, los rencores y las pasiones de uno y otro partidos -consigna el propio Zavala-. Bastaba ser del otro bando para que cada uno se creyese autorizado a escribir en contra cuanto le sugería su resentimiento, sin prestar atención a lo que se debe a la verdad, a la decencia pública y a la conciencia. A falta de datos se fingían hechos, se fraguaban calumnias y los hombres eran presentados en los periódicos con los coloridos que dictaban las pasiones de los escritores”.
Si su obra periodística es abundante, las referencias a él y a su actuación política desafortunada podrían llenar volúmenes. 

(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S.A. de C.V., México, D.F., 2010)




Lorenzo de Zavala


Nació en Conkal, Yucatán, el 13 de octubre de 1788. Cuando llegó a la capital como diputado al Congreso del Imperio Mexicano, andaba ya en los 34 años, tenía experiencia política y fama entre sus coterráneos. Era célebre por la inquietud intelectual que manifestó desde su temprana adolescencia, por su inconformidad con la vida rutinera, por sus actividades conspiradoras contra el régimen español y por la prisión que sufrió en San Juan de Ulúa de 1814 a 1817, donde aprendió inglés y estudió medicina. El francés lo había aprendido en la biblioteca del Seminario Conciliar de Mérida leyendo autores prohibidos por la Inquisición. Había sido diputado a las Cortes Españolas que se convocaron en 1820 al restablecerse la constitución del año 1812; regresó a Yucatán después de declarada la Independencia de Nueva España, que él y otros diputados defendieron en las Cortes, y pasó al centro del país con su arsenal de conocimientos y de inquietudes.
En su aprendizaje de autodidacta y conspirador descubrió un mundo de proyectos y de inconformidades con el pasado. Según él, las autoridades españolas lo mantenían como presente en un planeta que ya marchaba al futuro. Ese sería uno de los blancos de sus críticas y, claro, un medio de percepción de la sociedad del México independiente al ver que ciertos grupos se obstinaban en mantener privilegios e instituciones heredadas de aquel orden.
Durante el Imperio mantuvo buena relación con Agustín de Iturbide y fue personaje clave después de disuelto el Congreso e instalada la Junta Nacional Instituyente. En 1823 abrazó la causa republicana federal, la sostuvo en el periódico El Águila Mexicana, fundado por él, y como diputado.
Zavala escribió el discurso preliminar de la Constitución Federal de 1824, que respira optimismo por el feliz acierto de haber encontrado el modelo político más avanzado para organizar el país. Pero del papel a la realidad había una enorme y accidentada distancia que Zavala recorrió, primero como actor y luego como crítico de sus propias acciones.
En aquel ambiente, los hombres de más recursos y de mejor situación por su arraigo en la sociedad de la capital y principales ciudades del país, llevaban las de ganar. Se reunían en las logias masónicas del rito escocés, en las que imperaban la etiqueta y las buenas maneras, y copaban los puntos públicos; tanto arraigo y distinción impedían a los recién llegados a la política tomar parte en el banquete de empleos y prestigios.
Con muchos despreciados pero activos, Zavala organizó las logias masónicas del antiguo rito de York, dispensando de toda etiqueta y distinción a sus miembros. Pronto se multiplicaron y en torno a ellas se fue constituyendo el partido popular contra el partido de la oligarquía o de la jerarquía. Así se definieron dos grupos opuestos que no paraban en medios para aniquilarse entre sí. El partido popular clamaba por los derechos de las masas desheredadas y proclamaba la igualdad política pese a las enormes diferencias de fortuna y civilización. Pero, como advirtió más tarde don Lorenzo, lo que había en el fondo era la lucha por el botín.


Trescientos mil criollos querían entrar a ocupar el lugar que tuvieron por trescientos años setenta mil españoles, y la facción yorkina, que tenía esa tendencia en toda su extensión, halagando las esperanzas y deseos de la muchedumbre, era un torrente que no podía resistir la facción escocesa, compuesta de los pocos españoles que habían quedado y de los criollos que participaban de sus riquezas y deseaban un gobierno menos popular.


En proyectos legales para la felicidad del pueblo, Zavala fue generoso cuando actuó como gobernador del Estado de México en 1827 y 1828. Propuso medidas para acabar con la desigualdad, con el abatimiento y con la superstición que pesaba sobre los indígenas; elaboró planes educativos y hacendarios y, sobre todo, se mantuvo en contacto con lo que ocurría en la capital cuando se preparaba la elección presidencial en la que él y los de su partido sostenían la candidatura del general Vicente Guerrero contra el general Manuel Gómez Pedraza.
Eran muy conocidas las dotes de don Lorenzo para la intriga política y su capacidad para organizar a la canalla. Temiendo su presencia en las elecciones, los escoceses urdieron una acusación para sacarlo del campo, pero Zavala huyó, logró entrar a la ciudad de México y, al saberse el resultado de la elección en favor de Gómez Pedraza, don Lorenzo se apersonó en el edificio de la Acordada para dirigir a los militares amotinados que ahí se habían reunido. Estos alegaban que el partido de Gómez Pedraza mantenía españoles en el poder, que las legislaturas de los estados que votaron en favor de él no eran las verdaderas representativas del pueblo. El motín de la Acordada culminó la noche del 2 al 3 de diciembre con el saqueo del mercado del Parián y el asesinato de dos distinguidos partidarios de la jerarquía. Aquellos hechos marcaron el fin del partido popular, pues muchos de sus seguidores se inclinarían a partir de entonces por la moderación, y luego, algunos hasta por la reacción conservadora.
Guerrero subió al poder en diciembre de 1828 y lo abandonó un año después, frente a la reacción y el desprestigio de su administración. Zavala tuvo que salir del país en 1830 y se convenció de que en la política no había concesiones. Nada podía esperarse de las masas, cuyos “excesos son más temibles que los de los tiranos”. La democracia requería una organización necesariamente discriminatoria en la que se tomaran en cuenta varios factores: “Población, propiedad e ideas o cuerpo moral, porque los representantes deben suponerse interesados en la prosperidad de la nación.”
De los grupos y clases sociales del México independiente, ninguno era apto para la vida política, según la exigía el modelo que Zavala tenía en mente. Unos por pobres y carentes de intereses, como los indios víctimas de la Colonia, y la plebe urbana desheredada; otros por ricos y privilegiados, como los grandes propietarios, la Iglesia y el ejército, empeñados en mantener usos y antiguos fueros. Ante eso, Zavala desesperó. Al salir al exilio en 1830, viajó por los Estados Unidos; confirmó entonces su admiración por esa nación de propietarios individuales, de grandes empresarios, de ausencia de desigualdades sociales sancionadas por la ley, pues si había esclavitud de los negros, tal condición estaba llamada a desaparecer, según él. Confirmó, pues, su admiración por aquel modelo y, también, su escepticismo crítico frente a la realidad mexicana.
Volvió a México en 1832, reasumió el gobierno del Estado de México y luego fue diputado por Yucatán en el Congreso Nacional. La situación parecía favorable, pues bajo la vicepresidencia de Valentín Gómez Farías, del partido del progreso (no popular, pues a lo populoso le temían ya todos los políticos), se emprendieron reformas a la educación superior, se quitó el apoyo de la autoridad civil a los votos monásticos y al deber de pagar diezmos, y se promovió la desamortización de los bienes eclesiásticos. Zavala propuso una ley desamortizadora y de arreglo de la deuda pública que, al decir de José María Luis Mora, abría grandes oportunidades a la especulación y al provecho de funcionarios nada probos. Zavala se enfrentó a estos liberales y tuvo que salir del país en un honroso destierro, como ministro plenipotenciario de México en Francia, en 1834. Al año siguiente renunció, al saber que Antonio López de Santa Anna había llegado a la Presidencia y que se declaraba por una república central. Llegó a Texas, donde tenía grandes intereses en tierras que se le habían concedido años antes. Promovió las juntas independentistas entre los colonos norteamericanos y, en el año de 1836, cuando se declaró la independencia de ese Estado, fue electo ahí vicepresidente. Murió en 1837 en su residencia de Zavala’s Point.
De aquel inquieto y discutido personaje nos quedan obras históricas en las que se retratan con impaciencia, pero con agudeza, los horizontes que una sociedad de profundas desigualdades ofrece al sistema democrático liberal. Por otra parte, nadie como Zavala hasta entonces en México había destacado el surgimiento de un tipo, el del político profesional -él lo era- que vive de organizar la lucha por los puestos públicos y encausa el “aspirantismo” -así lo llamó- de los participantes para usarlo como fuerza. También advirtió cómo esas energías se capitalizan en los “partidos” o “grupos extra-constitucionales” que se valen de las formas democráticas como medio de presión en la lucha por el botín. No le fue a la zaga José María Luis Mora, quien habló de la empleomanía como el vicio de la sociedad mexicana, y de la “revolución” como el medio más usual para hacerse de los cargos públicos, única fuente de ascenso y de ingresos en esa sociedad diseñada políticamente para propietarios y clases productivas, pero dominada por el clero y el ejército, clases estériles amparadas en sus fueros. 
[...]


(Tomado de: Lira, Andrés (Selección, introducción y notas) - Espejo de discordias. La sociedad mexicana vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. Secretaría de Educación Pública, CONAFE, México, D.F., 1984)