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martes, 19 de febrero de 2019

Las calles de Tasco



Imposible imaginar seres más caprichosos, más locos que las calles de Tasco. Odian la línea recta por su fealdad matemática; detestan la horizontal por su falta de espíritu. Aquí, en Tasco, las calles avanzan, suben, descienden, tuercen a la izquierda, después a la derecha; de pronto se encabritan en una barranca, o se arrepienten y regresan al punto de partida. ¿Quién dijo que las calles fueron inventadas para ir de un sitio a otro, o para dar salida a las casas? Las calles de Tasco existen como entes de sinrazón, lo cual justifica su existencia más que si lo fuesen de razón. Algunas son puramente decorativas como el espacio que se abre, hacia algo desconocido, entre los bastidores de una trascendental decoración de teatro. Otras quieren ceñir a la población, viboras rellenas de plata alrededor del abdomen excesivo, y renuncian, desmayan lánguidas y se pierden en la ladera de un cerro. Después inventan un pretexto para reanudarse, pero no donde debieran, sino en el sitio que a su pereza conviene.

Las calles de Tasco llevan una ventaja sobre las de otros reales de minas, como Guanajuato o Zacatecas, y es que no hay en ellas esas odiosas escaleras; todas son en forma de rampa, aunque tengan cuarenta y cinco grados de pendiente y los tacones se claven, como garras, en los intersticios del empedrado. ¡Qué románticas, de noche, con su vetustez, su silencio y su farol colonial en la esquina! Cale hay que no tiene en su ámbito una sola puerta o ventana; admirable para un idilio de sordomudos, sería como si estuviesen en el país de los ciegos sin serlo ellos.



Pero hablemos de algunas calles cuya historia o tradición llega a nosotros.

La calle más importante es la Antigua Calle Real. Atraviesa la población entrando por el Norte y sale por el Sur para seguir la ruta de Acapulco. Pero serpea a su antojo; procura cruzar por sitios cuyo paisaje encanta; es una buena propagandista de Tasco. Los nombres de sus tramos variaban con el sitio que recorrían: Calle Real de San Bernardino de Siena; Calle Real de los Mercaderes; Calle Real de San Nicolás y que hoy ha cambiado y son: del coronel Agustín Tolsá, de la Libertad y de Porfirio Díaz.

La Calle del Arco, acaso la más característica, parece que antaño se llamó de San Sebastián. La Calle de Pineda debió sin duda su nombre a algún minero prominente que llevaba ese apellido. La Calle de la Muerte se designó así por el esqueleto de piedra que, roído de años y amarillecido de intemperies, gesticula sobre la puerta que da acceso a la escalera de la torre sur del templo. La Calle de la Veracruz nos lleva a la capilla de su nombre y la de Guadalupe trepa –calvario cotidiano, coronado por la riqueza del paisaje- hasta el templo de igual designación. El Callejón del Nogal, más que cerrado, ciego, con un recodo a su entrada para que nadie pueda inspeccionarlo atrevido, se indigna porque lo usan como letrina…

Algunas tradiciones se relacionan con las calles. Dicen que doña Elena de Añorga, dueña que fue de la riquísima mina del Espíritu Santo, mandaba peones que alfombraban con barras de plata las calles por donde tenía que pasar cuando venía a Tasco. La Calle de las Estacas que cruza la barranca así llamada, debe su nombre a unas estacas que había en la parte más baja; todavía muestran allí unos grandes bloques de piedra con el hueco que sostenía las estacas. Servían éstas para clavar en ellas a las mujeres que hacían torpe o ilícito comercio de su cuerpo.

La rebeldía de las calles de Tasco, al no querer seguir un plan definido, ha hecho que, sin pensarlo, se formen entre ellas huecos que no ha sido posible llenar de casas: entonces se realizó el prodigio de las plazas de Tasco.


(Tomado de: Manuel Toussaint (texto) y Francisco Díaz de León (grabados) - Oaxaca y Tasco)


martes, 22 de mayo de 2018

La Quesadillera



Las de huitlacoche y flor de calabaza se llevan el premio de la gula; pero la quesadillera, como madre para sus hijos, no tiene predilecciones; le valen igual las de papa y olas de queso, suavecitas; las de crujiente chicharrón que las endiabladas de rajas, que retuercen la lengua.

Al pardear la tarde, instala su comercio la quesadillera. Es corriente y común que al amparo de una tienda, de donde saca, cable de por medio, la luz de un foco. Pero hay muchas todavía que prefieren el modo antiguo de instalarse en la esquina y alumbrarse con mechero de petróleo.

Hace años se situaba en la esquina de Justo Sierra con Argentina una vendedora de quesadillas con sabor glorioso. Probarlas era como oír a Castellanos Quinto su clase de literatura; ignorarlas, no ser estudiante. Hoy día opera por la colonia Independencia, junto a La Barata, y le hacen rueda por las quesadillas y por lo apetitosa.



Pero aquí y allá bate blandas palmas la quesadillera y, por no perder la costumbre, la gente se hace bolas.




-¿Ya, marchanta? Ya tengo mucho aquí.




-¡Orita, marchantita! Estas para la señora, que llegó primero...




Las doradas quesadillas... !Si sólo recordarlas afloja las mandíbulas y hace agua la boca!


(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo (texto) y Alberto Beltrán (dibujo) – Los Mexicanos se pintan solos)



viernes, 18 de mayo de 2018

El afilador

El afilador



En estos tiempos de confort norteamericano en que el hogar cuenta desde calderos atómicos hasta con música de las esferas, las amas de casa se olvidan del afilador. Pero su protesta no es agresiva, es entre sobrio y melancólico el acento de su caramillo.
Una vez, por la calle 60 de Mérida, apareció un afilador; la caminó de punta a punta por mitad del arroyo, bajo el sol de plomo de la tarde, sin que ninguna de las puertas, cerradas a piedra y lodo contra el sopor de la siesta, se abriera para llamarlo. Desde entonces, aunque la cuchillería, las tijeras y mi navaja corten un cabello en el aire, yo hago que llamen al afilador. No sé, pero entre todos los humildes operarios que caminan el loco tiempo y el loco capricho de las ciudades, es el afilador el de más hinchados pies y corazón más dolorido.


¡!Pist¡! Le hacen de pronto al afilador, y él detiene su caballete medieval, levanta su enorme rueda, y con ella, torno de su piedra para afilar, va mojando y afilando, afilando y mojando, y ¡qué bárbaro!, con la yema de los dedos prueba el filo que recrea. Los niños le hacen coro como a un mago o a un faquir.


Algunos han hecho su taller ambulante a lomo de bicicleta, pero la inmensa mayoría parecen como salidos de estampas antiguas. Antes sus mejores amigos eran los espadachines; ahora son los carniceros, dueños y señores de la cuchillería del mundo.
Sigue el afilador su rodar y rodar tozudo. El largo y suplicante tono de su caramillo va partiendo el alma y afilando el aire.

(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo y Alberto Beltrán – Los Mexicanos se pintan solos)

domingo, 13 de mayo de 2018

El Camotero





¡Qué extraña locomotora de vapor es esta que incendia la noche y alborota el espacio y el tiempo! ¿Una de 1873, cuando Sebastián Lerdo de Tejada inauguró el Ferrocarril Mexicano de México a Veracruz?


¿Una máquina de patio, una exploradora, una máquina loca? Sí: es una máquina romántica, de esas de grandes ruedas y recia trompa; de las del tren que corría por el ancha vía pita y pita y caminando; de silbato ululante en mitad de la llanura y del silencio; del caballo de fuego de la montaña. Sólo que su silbar no llama a la nostalgia sino a la glotonería. Viene la achacosa máquina que no puede con su alma de láminas, con su descarrilado estruendo. Atrás, bañado en resplandores de pasos cansados y largos, a pie a tierra, su maquinista fogonero.



¡Uuu! ¡Uuu! ¡Camotes…!



Arriba, la humeante chimenea escupiendo estrellas. Abajo la caldera crepitando leña. En medio el depósito de los almíbares irresistibles.



¡Camotes! ¡Plátanos asados!



En los andenes del barrio esperan impacientes niños y mujerío, preguntando con cuántas horas de retraso viene.



-Camotes medianos a ochenta; grandes a peso. Los plátanos, igual.



Si validos de la noche los rebeldes han volado puentes y durmientes, puede acontecer que un gendarme mordelón lo asalte a preguntas: que si pertenece al STFRM; que qué licencia porta; que qué piensa de la rehabilitación de los ferrocarriles. Entonces, infeliz de él, es de ver al camotero tragar camote.


(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo y Alberto Beltrán – Los Mexicanos se pintan solos)