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lunes, 13 de mayo de 2024

Pulque, tesgüino y levaduras

 


Las levaduras 


Nodo Hidalgo-Tlaxcala, red temática del Patrimonio Biocultural (Conacyt)


En el México antiguo, así como en el México contemporáneo las bebidas fermentadas, especialmente las autóctonas (pulque, Centro; y tesgüino, Sierra Tarahumara) han sido uno de los ejes culturales (mágico-religioso, alimenticio e incluso medicinal) de los distintos grupos humanos que han habitado estos territorios: nahuas y rarámuris (Arqueología Mexicana, números 78 y 114). Una rica variedad de sustratos ha sido la fuente de azúcares y almidones, procedentes del maguey y del maíz, respectivamente, que han permitido el proceso de la fermentación por la actividad enzimática de hongos microscópicos (especialmente levaduras), además de bacterias y algunos otros hongos, también microscópicos. Aunque no visibles al ojo humano, han sido manejados durante siglos por grupos que los incorporaron a su cultura, y realizaron una selección y reproducción continua de las cepas que han permitido una gama determinada en la calidad de esas bebidas. Estas cepas de levaduras continúan presentes, pues visto objetivamente producir pulque o tesgüino, por ejemplo, es en realidad llevar a cabo un cultivo y propagación de levaduras en un rico medio glucosado líquido, el aguamiel. Las levaduras han sido cultivadas en estos medios naturales (aguamiel para el pulque y mosto de maíz para el tesgüino) durante muchos siglos, quizás milenios: por consiguiente, constituyen parte del patrimonio biocultural de los pueblos que han mantenido estas prácticas, basadas en conocimientos locales múltiples, sobre las plantas que producen los sustratos, sobre los procesos y variables que inciden en la fermentación, además de una serie de prácticas asociadas a este interesante e importante fenómeno biocultural.

Lamentablemente, en las recientes décadas, la preferencia por estas bebidas ha declinado de manera considerable, aunado al crecimiento vertiginoso de la producción y consumo de cerveza a partir de cebada y de la industria vitivinícola, mezcalera y tequilera en el país, lo que ha traído relevantes consecuencias negativas de carácter cultural, social, ambiental, biocultural y político. En el Estado de Hidalgo, por ejemplo (productor ejemplar de buen y abundante pulque en otros tiempos), la producción y la cultura pulqueras han sido eclipsadas y casi asfixiadas por una poderosa industria cervecera extranjera, al grado de reemplazar significativamente el cultivo de maguey por el de cebada, en regiones como Apan, otrora región importante de la industria pulguera. Por fortuna, no obstante, recientemente parece haber iniciado un paulatino interés por la recuperación de la producción del maguey y prácticas culturales asociadas, como la elaboración de pulque.

El proceso de elaboración de pulque dio inicio, probablemente, ante la necesidad de obtener alimento en zonas áridas en situaciones de emergencia, recurriendo a desprender el corazón del maguey (meyólotl) el cual es suave y carnoso, además de altamente nutritivo. El maguey era abandonado pero posiblemente tiempo después el primero que lo vio, o alguien más, volvía para rascar en el sitio donde se había extraído el corazón, descubriendo que manaba agua dulce de las paredes de la cavidad, la cual pudieron haber bebido como aguamiel; si este fluido se dejaba algunos días más, al visitarle después se descubría que ahora era viscoso y turbio, y que al beberlo provocaba una sensación agradable, con lo cual se descubrió el pulque, al que se le atribuyó una especie de bendición por parte de los dioses: parte de este regalo o bendición lo constituyeron las levaduras. A partir de entonces, en un sistema biocultural complejo, inició la producción de pulque y, con ello, el manejo y la selección indirecta de las levaduras a lo largo de varios siglos En el caso del tesgüino, el fenómeno de la fermentación y de la participación de levaduras ocurrió tal vez a partir de maíz accidentalmente germinado pero que, en una situación difícil, fue tostado y quebrado para comerlo, tal vez con agua. Al olvidar parte de esta especie de atole rústico y consumirlo días después, los rarámuris o sus ancestros descubrieron la magia del tesgüino.

Vemos así que las levaduras, minúsculos hongos, han sido utilizadas por distintas culturas. Se les relaciona con dos bebidas que, utilizadas con moderación, tienen múltiples beneficios para quienes las consumen. Sería deseable que las políticas públicas del país fomentaran con un buen marco regulatorio, desde luego, su consumo entre la población, tanto de forma natural como con un posible valor agregado. A este respecto, el medio científico, especialmente el biotecnológico, y el empresarial tendrían una participación importante y la bioculturalidad se vería fortalecida.



(Tomado de: Las levaduras. Arqueología Mexicana. Edición especial 87, Hongos de México. Editorial Raíces S. A. de C. V. Ciudad de México, 2019)

jueves, 8 de junio de 2023

Mulitas de Corpus

 


Mulitas de Corpus

No siempre Manuel es una "mula", aunque el santo de su nombre aparezca el jueves de Corpus. Antes, abriendo la húmeda neblina bajaron los indios, albarda sobre aparejo, arriando mulas cargadas de mulas. Mas no las sindicales que se venden al halago de curules, sino las otras, que gustan a los niños.

Nomás se oye un llover de pezuñas presurosas y al chico rato están en el atrio de la Catedral, frente a la solemne arquitectura, estas mulitas que el indio -a quien la gracia nace de las manos, como en su cuenco el brote del agua- modela y trenza con hojas de maíz puestas a dorar en brasas pacientes.

Las parsimoniosas mulitas, 5 a 25 centímetros, cruz al casco la medida de su alzada, erguidas las periscópicas orejas, tenso el cilíndrico cuerpo, lacio el rabo, abiertas y plantadas las macizas patas de palo, belfos rumiando discursos de ministerio -¡ji-jau!- llevan al lomo resistente la apreciada carga de sus huacales.

Redondos capulines azabaches, rubios chabacanos táctiles, peras de San Juan y de leche, rojas ciruelas de contenidas mieles; todas en curioso mirar por entre los maderos de sus cárceles pidiendo a gritos !¡comedme! Arriba un qué bien huele crecer de chícharos y claveles.

Al desfile infantil innúmero se le van los ojos. Inditas zalameras de olán azul, huarache sonoro; y frente a la recua vegetal niños morenos de apresurados huacales, blancas calzoneras y paliacates colorados, brillosos remedos del joven Morelos pensando en la patria al paso de su arriería sureña.

Jueves de Corpus. Que no se enoje Manuel por ser tocayo de tanta gracia; que hay otros que lo son de veras y no se dan por entendidos.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

jueves, 1 de julio de 2021

Leyenda de la calle de Donceles


LA CALLE DE LOS DONCELES
I
Con el séquito que trajo
un virrey a Nueva España,
llegaron ocho donceles
de indescriptible arrogancia.

Eran, al decir de todos, 
de distinguida prosapia,
con pergaminos y escudos
de la más brillante heráldica.

Mirábanlos las mujeres
como apolíneas estatuas,
pero esquivando gazmoñas
conversarles cara a cara.

Y era de verlos a todos
en palacio haciendo guardia
con vistosos uniformes
mitad nieve y mitad grana.

Juntos iban por la calle
a la iglesia y a la plaza
departiendo alegremente
al rumor de sus espadas.

Hablóse de todos ellos
con gran sigilo en las casas,
porque a padres y a maridos
pusieron en gran alarma.

Y más crecieron los sustos
de las gentes timoratas
sabiendo que todos eran
de Sevilla y de Granada.

Centinelas incansables,
habituadas a las zambras,
y perpetuos rondadores
de balcones y ventanas.

Tenores al aire libre
en alegres serenatas,
prontos a verter su sangre
por conquistar a una dama.

Hombres de angosta escarce:
y de conciencia muy ancha;
los miedos a Dios y al mundo
cargábanlos en la espalda.

Y en comidas y saraos,
como en religiosas pláticas,
a las más lindas doncellas
galantes ruborizaban.

De cada cual se decían
historias breves o largas
de infortunados amores
fuentes de dolor y lágrimas.

Quien con delicado tino
sedujo a discreta dama,
quien enamoró a una monja
y quien burló a una casada.
Y eran tales los embustes
y eran las consejas tantas
que no faltó quien dijese,
como una verdad sagrada,
que aquellos ocho donceles
dieron tal guerra en España
con sus cuitas amorosas
y sus riñas y asechanzas,
que por tener ascendientes
de Manresa y Calatrava
y ser hidalgos muy limpios
y mayorazgos sin tacha,
en vez de darles castigos
que su sangre rebajaran,
se creyó justo y prudente
pasar a todos por agua
volviéndolos edecanes
del virrey de Nueva España.

Y así a México vinieron
precedidos de gran fama,
y hubieran ido al palacio
a vivir como en su casa,
si el Virrey, hombre celoso
y de experiencia muy vasta,
no hubiera determinado,
por razones que se callan,
que aquellos mozos vivieran
lejos de la real estancia.

Y alegres y satisfechos
como antiguos camaradas
un mismo techo dio abrigo
a tan arrogantes guardias.

II
Es la juventud la fuente
de las más hermosas aguas
que fecundizan las flores
del amor y la esperanza.

Edad que nunca vacila,
ni teme, ni mide nada,
pues los más negros abismos
o los desdeña o los salva.

Radiante aurora de mayo
con nubes de armiño y gualda,
que incensan todas las rosas
y pueblan todas las auras.

¿Quién no se siente a su influjo
capaz de tender las alas
sobre los profundos mares
que sacude la borrasca?

¿Quién no rinde a la hermosura
ese amor que eterno irradia
un fulgor que envidiaría
la estrella que anuncia el alba?

Llenan de placer las horas
dulces e infinitas ansias,
que son de noche aventuras
y por la tarde esperanzas.

La nívea mano que arroja
desde el balcón una carta;
los negros ardientes ojos
que despiden vivas llamas;
el suspiro que despliega
al aire impalpables alas
al tenue rumor de un beso
que por tenue arrulla el alma;
la promesa no cumplida,
la nunca completa charla,
el infundado reproche
que las vigilias amarga;
la caricia que el armiño
de los recatos profana, 
el áureo rizo robado
a una frente pura y casta;
el lazo que cae al polvo
y la devoción levanta
y al cambiarlo en amuleto
como reliquia lo guarda;
los alardes de bravura,
los testimonios de audacia,
el odio a las mezquindades
y a las miserias humanas;
y los sueños de grandeza
con que el pensamiento abarca
todo el porvenir que ofrecen
la fe, el amor y la patria;
esto en raudo torbellino
en hirviente catarata,
se desborda de la vida
en las primeras mañanas.

Y nada oscurece el mundo,
y nada la dicha empaña,
porque como luz eterna
el amor alumbra el alma.

Y así soñando imposibles,
siempre entre ficciones vagas
y alegrando con cantares
las horas que breves pasan,
aquellos alegres mozos
turbaron juntos la calma
de una ciudad que dormía
entre lutos y plegarias.

Sus mandolinas sonoras
noche por noche poblaban
de alegres notas las calles
haciendo abrir las ventanas.

Y aunque el toque de la queda
en la catedral sonara,
y aunque llamase a sermones
en la torre la campana,
con alegres seguidillas,
o con peteneras lánguidas,
como buenos andaluces
libando sabrosas cañas,
lo mismo en anchos parajes
que en tristes encrucijadas,
iban derramando juntos
la sal, la vida y la gracia.

Y ni su paso cortóles
la austera ronda de capa,
ni les impuso silencio
la autoridad soberana.

Porque eran de sangre limpia,
todos la flor y la nata
de los bravos estudiantes
de la egregia Salamanca.

Porque los trajo en familia
quien más honores alcanza,
y porque eran por su lustre,
sus años y su arrogancia
los donceles escogidos
para hacer brillante guardia
en las reuniones selectas
del virrey de Nueva España.

III
No derramaron seis lunas
sus tibios rayos de plata
sobre la ciudad que fuera
rico emporio del Anáhuac,
cuando ya en todas las bocas
al par que en todas las casas,
era el obligado tema
la conducta de los guardias.
-Don Lope corteja a Luisa.
-Don Mendo vive con Juana.
--Don Gastón sedujo a Julia.
-Y don Baldomero a Ignacia.
-Y el Virrey disculpa todo.
-Y la Mitra no hace nada.
-Y todo se les tolera
y se les toma por gracia.
-¿El Santo Oficio qué dice?
-Como de nobles se trata,
el Santo Oficio está mudo
y sordo como una tapia.
-Pues por pecados veniales,
si a los de éstos se comparan,
a plebeyos infelices
se han arrojado a las llamas.

-La Inquisición, como todo,
tiene gran miedo al monarca
y cuentan que entre estos chicos
tiene un hijo el rey de España.
-¡Eso es imposible! ¡Nunca
un ser de estirpe tan alta
como un segundón sin lustre
viene a tierras tan lejanas!
-Nadie sabe si el rey quiere
más vástagos de su raza
en estos ricos dominios...
-El rey sabe lo que manda.
-¿Y quién es el misterioso
príncipe que se recata?
-Lo sabrá Dios solamente.
-O Julia tal vez, o Juana.
-Anoche en el Mentidero,
que así a los Plateros llaman,
cerca de la media noche
se cruzaron dos espadas:
llegó la ronda y hallóse
con donceles en campaña,
les saludó con respeto
y luego siguió su marcha.
-¿Y murió alguno?
-Lo ignoro;
pero al rayar la mañana
yo he visto sangre en las piedras
cuando fui a la misa de alba.
-Cuentan unos que estos mozos
viven en constante zambra,
y que con todo descaro
noche por noche en su casa
danzan y beben y juegan
con impuras cortesanas.
-¡Y nada dicen los curas
en la cátedra sagrada!
-¡Qué han de decir, si parece
que les aplauden sus faltas!
-Ya es justo poner remedio.
-En esto peca el que calla.
-Pensaremos en el modo,
porque ya es mucha la alarma.
-Los padres y los maridos
tenemos miedo en el alma.
-¿Qué haremos?
-Dios nos inspire.
-¡Un memorial!
-¿Quién lo calza?
-¡Una denuncia!
-Hay peligro.
-Démosles la cencerrada.
-Y nos dirán motineros
y la ronda nos atrapa.
-Pues estos chicos no deben
continuar su propaganda
de escándalos y vergüenzas...
-El diablo es quien los ampara.
-Será el Virrey.
-Es lo mismo.
-Detén la lengua.
-Me exalta
en estos tiempos tan tristes
lo que vemos, lo que pasa.
-Ya Dios nos dará el consuelo.
-Buena noche.
-Hasta mañana.

IV
Fueron tantos los abusos,
las víctimas fueron tantas,
de aquel grupo de Tenorios
impunes por su prosapia,
que al fin el Virrey se dijo
cuando meditó con calma
al saber que cien familias
se estaban ahogando en lágrimas:

~Si no puedo castigarlos
por no ofender al monarca,
lo más cuerdo y lo más justo
es ordenar que se vayan~.

Y con sutiles razones
preparó la pronta marcha
de los que al principio fueron
sus más consentidos guardias.

Alegráronse los hombres
de resolución tan sabia,
pero causó gran sorpresa
a doncellas y casadas.
-¡Pobrecillos! Porque visten
con gusto y con elegancia,
porque son mozos y alegres,
porque cortejan y cantan,
y en fin, porque cuanto sienten
ni lo fingen ni lo callan,
el Virrey como castigo
los vuelve a pasar por agua.
-¡Ay, quién pudiera con ellos
ir hasta tierras extrañas!
-¡Yo quisiera ser el puño
de sus hermosas espadas!
-Pues yo la hebilla que cierra
el encaje de sus calzas.
-Yo la pluma del sombrero.
-Yo el botón de su casaca.
-Las mujeres nos morimos
por salir a las ventanas
cuando en las noches de luna
juntos en la calle cantan.
-Con razón, si son tan guapos.
-Si son la flor y la nata.
-Yo voy a llorar por ellos.
-Viene tu padre, ¡silencio!
-Ya está tu marido, ¡calla!
-¡Pobrecitos!
-Pobrecitos.
-Los expulsan.
-Los arrancan.
-Que nos escuchan.
-Prudencia.
-Buena noche.
-Hasta mañana.
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..
Y pasados unos meses
quedó desierta la casa
que fue durante algún tiempo
centro de amorosas ansias.

Y cuando de aquellos mozos
y sus aventuras raras
el pueblo que todo inquiere
forjó tragedias y dramas,
a la calle en que vivieron
los ocho arrogantes guardias
la llamó "de los Donceles"
para eternizar su fama.


(Tomado de: Peza, Juan de Dios – Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México. Prólogo de Isabel Quiñonez. Editorial Porrúa, S.A. Colección “Sepan cuantos…”, #557, México, D.F., 2006)

jueves, 27 de mayo de 2021

Leyenda de la calle del Relox


El reloj de Palacio
Leyenda de las calles del Reloj

Lector, escúchame atento
esta tosca narración
y júzgala la tradición,
fábula, consejos o cuento.
En un libro polvoriento
la encontré leyendo un día,
y hoy entra a la poesía
desfigurada y maltrecha;
el verso es de mi cosecha
y la conseja no es mía.

Hubo en un pueblo de España
cuyo nombre no es del caso
porque el tiempo con su paso
todo lo borra o lo empaña,
un noble que cada hazaña
de las que le daban brillo,
celebraba en su castillo
dando dinero a su gente
construyendo un nuevo puente
o alzando un nuevo rastrillo.

Era el noble de gran fama,
de carácter franco y rudo,
con campo azul en su escudo
y en su torre un oriflama.
Era señor de una dama
piadosa como ninguna;
dueño de inmensa fortuna
por trabajo y por herencia
y tan limpio de conciencia
como elevado de cuna.

Una vez, para decoro
de sus ricas heredades
cruzó yermos y ciudades
para combatir al moro.
Llevóse como tesoro
y como escudo a la par,
un talismán singular
atado a un viejo rosario:
un modesto escapulario
con la Virgen del Pilar.

Era el precioso legado
de sus ínclitos mayores;
desde sus años mejores
lo tuvo siempre a su lado.
Y como voto sagrado
de cristiano y caballero
juzgó su deber primero
en el combate ceñido
llevarlo siempre escondido
tras de su cota de acero.

En ocasión oportuna
el noble llegó a creer
que ante el moro iba a perder
honra, blasón y fortuna.
Soñó que la media luna
nuncio de sangre y de penas,
en horas de espanto llenas
iba en sus feudos a entrar
y hasta la vio coronar
sus respetadas almejas.

Y no sueño, realidad
pudo ser en un momento,
pues fue tal presentimiento
engendro de la verdad.
Acércanse a su heredad
Muslef y sus caballeros;
mira brillar los aceros
al fulgor de alta linterna
y sale por la pierna
en busca de sus pecheros.

Anda con paso inseguro
de un hachón a los reflejos;
"alarma", grita a lo lejos
el arquero sobre el muro.
Como a la voz de un conjuro
del noble a los servidores
surgen entre los negrores
de aquella noche maldita
y lo siguen cuando grita:
"¡Sus!¡a degollar traidores!"

Corren y en breves instantes
terror y el espanto difunden
y en una masa se funden
asaltados y asaltantes.
Los cascos y los turbantes,
revueltos y confundidos,
entre quejas y alaridos
vense en las sombras surgir,
sin lograrse distinguir
vencedores y vencidos.

El noble señor avanza
en pos del blanco alquicel
de un moro que en su corcel
huye blandiendo su lanza.
Resuelto a asirlo le alcanza
por ciega rabia impelido,
y cruel y enardecido
le mata con gran fiereza
y le corta la cabeza,
pues Muslef era el vencido.

Al tornar lleno de gloria
a su castillo feudal
dijo: "Es un ser celestial
el que me dio la victoria.
El que ampara la memoria
y el lustre de mis abuelos;
el que me otorga consuelos
cuando vacila mi planta;
es... ¡la imagen sacrosanta
de la Reina de los Cielos!

"Siempre la llevé conmigo
y hoy de mi fe como ejemplo
he de levantarle un templo
donde tenga eterno abrigo.
El mundo será testigo
de que ferviente la adoro,
y cual reclamo sonoro
de su gloria soberana
daré al templo una campana
hecha con armas del moro."

El tiempo corrió ligero
y el templo se construyó,
como que el noble empeñó
palabra de caballero.
Sobre su recinto austero,
todo el feudo acudió a orar
venerando en el altar
en lujoso relicario,
un modesto escapulario
con la Virgen del Pilar.

Los siglos, que todo arrasan,
lo más sólido destruyen,
los hombres llegan y huyen
y los monumentos pasan. 
Templos que en la fe se abrasan
ceden del tiempo al estrago;
todo es efímero y vago
y en las sombras del no ser
lo que vistió el oro ayer
hoy lo encubre el jaramago.

Quedóse el templo en ruinas,
sus glorias estaban muertas
y ya en sus naves desiertas
volaban las golondrinas.
Sobre sus muros, espinas;
verde yedra en la portada;
la virgen, abandonada
por ley aciaga e injusta,
y la campana vetusta
eternamente callada.

En cierta noche el horror
de algo extraño se apodera
de aquel pueblo cuando oyera
de la campana el rumor.
Desde el más alto señor
al pobre y al pequeñuelo,
acuden con vivo anhelo
a mirar quién la profana
y se encuentran la campana
sola, repicando a vuelo.

Asaltan con gran trabajo
la torre donde repica
y su espanto multiplica
ver que toca sin badajo.
El noble, el peón del tajo,
el alcalde, el alguacil,
con agitación febril
y con ánima turbada
exclaman: "¡Está hechizada
por los siervos de Boabdil!"

Entre temores y enojos,
propios de aquellos instantes,
los sencillos habitantes
ya no pegaron los ojos.
Con sobresalto y sobrinos
el temor al pueblo excita;
lleva el cura agua bendita
y como todos, temblando,
comienza a rezar, regando
a la campana maldita.

A medida que mojaba
el agua bendita el hierro,
cual diabólico cencerro
más la campana sonaba.
La gente se santiguaba
triste, amedrentada y loca;
el cura a Jesús invoca
y por fin llega a exclamar:
"No la podemos callar
porque el diablo es quien la toca".

Tras esa noche infernal
se dio cuenta al nuevo día
de aquella aventura impía
al consejo y al fiscal.
Éste, en tono magistral,
bien estudiado el conjunto,
resolvió tan grave punto
y por solución perfecta
dijo: "Que tuvo directa
parte el diablo en el asunto."

Y como sentencia sana,
poniendo al espanto un dique,
declaró nulo el repique
de la maldita campana;
que cualquier mano profana
con un golpe la ofendiera;
que el pueblo la maldijera,
siendo el alcalde testigo
y desterrada, en castigo, 
para las Indias saliera.

Cumplida aquella sentencia,
maldecida y sin badajo,
a México se la trajo
antes de la Independencia.
de algún Virrey la indolencia
la dio castigo mayor
quedando en un corredor
del Palacio abandonada,
por ser campana embrujada
que a todos causaba horror.

Alguien la alzó en el espacio,
le dio voz y útil empleo,
y fue un timbre y un trofeo
en el reloj de palacio.
El tiempo a todo reacio
y que méritos no advierte,
puso un término a su suerte
cambiando su condición
y encontró en la fundición
metamorfosis y muerte.

En el libro polvoriento
que al acaso registré,
la descripción encontré
de tan raro monumento.
Tuvo como un ornamento
de sus nobles condiciones,
de su abolengo pregones
en la parte principal,
una corona imperial
asida por dos leones.

En el cuerpo tosco y rudo
consagrando sus sonidos,
se miraban esculpidos
un calvario y un escudo;
y como eterno saludo
de la tierra en que nació
en sus bordes se grabó
una fecha y un letrero:
"Maese Rodrigo" (el obrero
que la campana fundió).

Produjo tal sensación
entre la gente más llana
ver un reloj con campana
en la virreinal mansión,
que son eterna expresión
de aquel popular contento
las calles que el pueblo atento
"del Reloj" sigue llamando,
constante conmemorando
tan fausto acontecimiento.

Dos centenares de auroras
la campana de palacio
lanzó al anchuroso espacio
sus voces siempre sonoras.
Después de marcar las horas
con solemne majestad,
dejole a nuestra ciudad
recuerdo imperecedero,
que es su toque postrimero
vibrando en la eternidad.


(Tomado de: Peza, Juan de Dios – Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México. Prólogo de Isabel Quiñonez. Editorial Porrúa, S.A. Colección “Sepan cuantos…”, #557, México, D.F., 2006).

viernes, 24 de abril de 2020

Leyenda de la calle del Indio Triste

El indio triste
[Juan de Dios Peza, 1852-1910]

I
Es media noche; la luna
irradia en el firmamento,
y riza al pasar el viento
las ondas de la laguna.

En el bosque secular
y entre el tupido ramaje,
turba el pájaro salvaje
la quietud con su cantar.

Y entre los contornos vagos
del horizonte, a lo lejos,
brillan cual claros espejos
al pie del monte los lagos.

Yace en paz, sola y rendida
de Tenoch la ciudad bella;
parece que impera en ella
la muerte más que la vida.

Y no es ficción, es verdad,
que fue tan triste su suerte
que la orillan a la muerte
el luto y la soledad.

Su esplendor está apagado
de la guerra al terremoto;
el gran huehueil está roto
y el teponaxtle callado.

No alumbra el teocal la luz
del copal de suave aroma,
porque el teocal se desploma
bajo el peso de la cruz.

No cubren mantos de pluma
los cuerpos de altivos reyes;
tiene otro Dios y otras leyes
la tierra de Moctezuma.

Y ante este Dios y esta ley
que transforman su recinto
sólo al César Carlos Quinto
reconoce como rey.

¡Cuántos heroicos afanes!
¡Cuántos horribles estragos,
han visto bosques y lagos,
ventisqueros y volcanes!

Está el palacio vacío
sin pompas ni ricas galas;
desiertas se ven sus salas
su exterior mudo y sombrío.

Y zumba en su derredor
del viento la aguda queja,
como un suspiro que deja
honda impresión de dolor.

Es el profundo lamento
de una raza sin fortuna:
¡la sangre que en la laguna
flota y se queja en el viento!

Por eso duerme rendida
de Tenoch la ciudad bella,
como al imperase en ella
la muerte más que la vida.

II
Frente a la anchurosa plaza,
cerca del teocal sagrado,
y del palacio olvidado
que pronta ruina amenaza,

donde con riqueza suma
viviera en tiempo mejor,
Axayacatl el señor
y padre de Moctezuma,

en corta y estrecha calle
desde la cual, el que pasa
mira fabricar la casa
del alto marqués del Valle,

así en la noche sombría
como en la tarde callada
y al fulgor de la alborada
con que nace el nuevo día

en toscas piedras sentado
y con harapos vestido;
entre las manos hundido
el semblante demacrado;

un hombre de aspecto rudo,
imagen de desventura,
siempre en la misma postura
y como una estatua mudo;

inclinada la cabeza
allí lo encuentra la gente,
como la expresión viviente
de la más honda tristeza.

¿En qué piensa? ¿qué medita?
¿qué dolor su alma destroza
que ni llora, ni solloza,
ni se queja, ni se agita?

En su conjunto reviste
tanta tristeza ignorada,
que la gente acostumbrada
clama al verlo: ¡el indio triste!

Le conocen por tal nombre
en el pueblo y la nobleza
y dicen: es la tristeza
que tiene formas de hombres.

A nadie llegó a contar
su tenaz dolor profundo;
siempre triste lo vio el mundo
en aquel mismo lugar;

tal vez fue algún descendiente
de los nobles mexicanos,
que al ver en extrañas manos
y en poder de extraña gente.

La nación que libre un día
vivió con riqueza y calma,
sintió en el fondo del alma
horrible melancolía.

Y sin ninguna amenaza,
viendo a su nación cautiva,
fue la expresión muda y viva
de la aflicción de su raza.

Muchos años se le vio
en igual sitio sentado,
y allí pobre y resignado
de su tristeza murió.

Su desconocida historia
al vulgo pasma y arredra,
y en tosca estatua de piedra
honrar quiso su memoria.

La estatua al cabo cayó,
que al tiempo nada resiste,
y "Calle del Indio Triste"
esa calle se llamó,

sin poder averiguar
con ciencia ni sutileza
la causa de la tristeza
del indio de aquel lugar;

pero en nuestro hermoso valle
y en nuestra mejor ciudad,
pasan de edad en edad,
ese nombre y esa calle.

(Tomado de: Peza, Juan de Dios – Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México. Prólogo de Isabel Quiñonez. Editorial Porrúa, S.A. Colección “Sepan cuantos…”, #557, México, D.F., 2006)


(Portaestandarte mexica conocido como "El indio triste')