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miércoles, 18 de diciembre de 2019

Francisco García Salinas


[1786-1841] Oriundo de Zacatecas, inició sus estudios en el convento de Guadalupe y los continuó en el Seminario Conciliar de Guadalajara. En el primero se preparaban entonces las misiones religiosas para todo el norte de la Nueva España y en el segundo los sacerdotes para el culto cristiano. En éste estudió latín, filosofía y teología pero, sin vocación para el sacerdocio, retornó a Zacatecas y se dedicó a los trabajos de la minería, como empleado algunas veces y como minero otras.
Con 35 años al consumarse la Independencia, se inició en las actividades políticas como miembro del ayuntamiento; más tarde como diputado al congreso constituyente de 1823; senador y ministro de Hacienda durante el gobierno de Guadalupe Victoria, y gobernador de su estado natal que era ya baluarte del federalismo. Eran los tiempos en que España intentaba la reconquista de México con la expedición de Barradas -1829-; en que la conjura de Alamán, Bustamante y Facio consumó el asesinato de Vicente Guerrero, y en que la lucha entre conservadores y liberales se presentaba en todos los campos de la actividad humana.
Pero entre los nubarrones que ensombrecían el porvenir de la Independencia, en la provincia zacatecana un hombre se empeñaba en plasmar en hechos el pensamiento liberal que ya se anunciaba en el horizonte de México: Francisco García Salinas. Minero de profesión y liberal por patriotismo, promovió como gobernante la creación de un Banco Agrícola para “proteger, a los agricultores pobres, por medio de la adquisición de terrenos que serían rentados perpetuamente a personas que carecieran de propiedad raíz”.
El fondo del banco debían formarlo: “La tercera parte de los productos líquidos de la renta del tabaco; la tercera parte de los diezmos que correspondían al Estado, y el valor de las obras pías consistentes en fincas rústicas bienes muebles y terrenos de cualquier clase.” Con ello pretendían “proporcionar trabajo a numerosas familias para combatir la vagancia y el bandolerismo… fomentar la enseñanza y evitar la dilapidación de los bienes o legados en favor de las obras pías, que eran entonces mal administradas”.
No es necesario indicar que de esta manera García Salinas se anticipó a la esencia misma de la Reforma que más tarde, en 1833, había de conformar Gómez Farías y consumar la generación liberal de 1857. “Con multitud de textos Bíblicos, doctrinas de Santos Padres, sentencias de príncipes y autores católicos y reglas canónicas”, el cabildo eclesiástico de Guadalajara se opuso a la ley, pero, no obstante, la legislatura de Zacatecas respondió decretando la prohibición para que los eclesiásticos fueran electos diputados, en virtud de que el ministerio espiritual de ellos era incompatible con las funciones legislativas.
Por conducto del Banco Agrícola, el gobierno de García Salinas compró algunas haciendas para dividirlas en lotes y repartirlos entre labradores pobres para su cultivo; abrió pozos artesianos para el riego y adquirió ganado merino fino para obtener, mediante el cruzamiento, lana de mejor calidad y renovar la confección de paños y casimires de Aguascalientes.
con el propósito de impulsar la minería y como contemporáneo de Lucas Alamán, de Gómez Farías y el doctor Mora, con quienes tuvo trato y amistad, Francisco García Salinas, más que como teórico o técnico como minero y liberal, organizó compañías con accionistas de la entidad; proyectó la construcción de un socavón de tres leguas para unir las mejores vetas de la región y desaguar las minas, aumentar su producción y favorecer el riego para la agricultura. Introdujo, también, las primeras máquinas de vapor en los tiros de las minas.
Concebida así la reforma liberal desde sus raíces económicas -minería, industria y agricultura-, la defensa del federalismo y de la soberanía de los estados, la libertad de imprenta y de pensamiento y la política educativa de la entidad, forzosamente concurrieron en el ideal liberal propuesto: la propagación de la educación primaria; la fundación de la primera biblioteca pública en el estado; la conversión de la cárcel colonial en teatro para el pueblo; la fundación de un colegio de enseñanza superior en Jerez, y la creación de una cátedra de dibujo en el colegio de San Luis Gonzaga. Todo eso a cargo del poder civil.
En Francisco García Salinas pues, llamado por sus coterráneos Tata Pachito, concurren sin complicaciones académicas ni retóricas liberales los pensamientos reformistas estrictamente económicos de Alamán, las concepciones políticas y educativas de Gómez Farías y el doctor Mora, sobre el escenario de la provincia mexicana, a doce años de la Independencia.
Más todavía, en 1831 en funciones de gobernador y por decreto de la legislatura local, convocó a un concurso nacional para seleccionar la mejor disertación acerca del Arreglo y aplicación de las rentas y los bienes eclesiásticos y, con ello, a más de remover la conciencia pública trasponiendo los límites de la provincia, descubrió para México al hombre que elaboró el documento liberal de más alta jerarquía: José María Luis Mora.

(Tomado de: Mejía Zúñiga, Raúl - Benito Juárez y su generación. Colección SepSetentas, núm. 30. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1972)

sábado, 19 de mayo de 2018

José María Luis Mora

José María Luis Mora



Con la firma de Un ciudadano de Zacatecas, en 1831, cierto estudio magistral triunfó en un concurso convocado por la legislatura local de esa entidad. El estudio se intitulaba: Discurso sobre la naturaleza y aplicación de las rentas y los bienes eclesiásticos. Su autor era José María Luis Mora.


Con dicho estudio inició el largo proceso de secularización de la nación mexicana; en la calidad y el ejemplo, la visión clara de la realidad, la honestidad y desinterés de ese hombre, la generación liberal de 1857 tuvo a uno de sus mejores maestros. Su pensamiento la dotó del primer programa económico, político y social que llevó a la estructuración de México en el curso del siglo XIX.



Nacido en Chamacuero (hoy Comonfort, Guanajuato) Mora estudió en Querétaro y en la ciudad de México. Licenciado y doctor en Teología se ordenó sacerdote y en 1825 realizó por sí mismo los estudios de abogado y presentó el examen correspondiente en el estado de México. Armado con un enorme caudal de conocimientos que abarcaban –dice Silva Herzog- todas las ciencias sociales: derecho, historia, sociología, ciencia económica, política, ciencia de la educación, estadística y un acabado pensamiento filosófico, el doctor Mora abordó la vida pública como el más acabado y prístino reformador.



Maestro de latín y humanidades en el colegio de San Ildefonso en 1820, y del curso de economía política por él establecido en la misma institución en 1823, contempló desde la cátedra y el estudio los acontecimientos que estremecían a la nación, y los analizó con frialdad y con valor a través de su amplísima cultura. Como diputado al congreso constituyente del estado de México, colaboró en la formulación de leyes hacendarias, de ayuntamientos y de las que creó el Instituto Científico y Literario de dicha entidad, donde más tarde estudiaron Ignacio M. Altamirano e Ignacio Ramírez.



En 1831 reveses políticos lo hicieron refugiarse en Zacatecas, al amparo del grupo liberal formado por Valentín Gómez Farías y Francisco García Salinas. En ese lugar Mora escribió el Catecismo Político de la Federación y el Discurso sobre la naturaleza y aplicación de las rentas y los bienes eclesiásticos, considerado como “el documento más concienzudo, erudito y dialéctico que sobre esa materia se ha escrito en México y en toda América”.



Electo diputado al congreso general de la República por el estado de Guanajuato en 1833, inspiró la brillante administración de Gómez Farías, en la que culminó la actividad creadora del doctor Mora, para continuar en 1835 en el exilio y perpetuarse hasta nuestros días pues, en palabras de Herzog, “su figura crece cada día, como el árbol copudo y frondoso que ofrece en la llanura asilo al caminante”.



Fue entonces uno de los seis directores de la Dirección General de Instrucción Pública, director de Ciencias Ideológicas y Humanidades y el encargado de la elaboración del plan educativo para México. Sencillo y modesto, Mora trató siempre de ocultarse tras su propio pensamiento al considerar que “las cuestiones se hacen odiosas porque personalizan, ya que el medio más seguro para hacer ilusorias las reformas es envolver las cosas en las personas”.



Su decisión y energía se aprecian en sus palabras: “Si a todo se le tiene miedo y se buscan medidas que carezcan absolutamente de inconvenientes, no será posible hallarlas, ni se adelantará jamás un paso en las reformas sociales tan urgentes en el estado actual de la República.” El sociólogo y educador se revela: “Si la educación es el monopolio de ciertas clases y de un número más o menos reducido de familias, no hay que esperar ni pensar en sistema representativo, menos republicano, y todavía menos popular. La oligarquía es el régimen inevitable de un pueblo ignorante.”



Mora opuso a la escolástica colonial, hace un siglo, el culto a los héroes; y al absolutismo de los Borbones el sistema representativo, la división de poderes en el gobierno, elecciones periódicas y populares, la libertad de producir y de comerciar, de imprenta y de pensamiento, la inviolabilidad de la propiedad y la responsabilidad de los funcionarios públicos.



Las obras de Mora bien pueden considerarse como los documentos reformistas más completos de la época.


(Tomado de: Mejía Zúñiga, Raúl - Benito Juárez y su generación. Colección SepSetentas, núm. 30. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1972)


miércoles, 18 de abril de 2018

Valentín Gómez Farías


Valentín Gómez Farías



Vio la primera luz en la década en que vinieron al mundo la mayor parte de los ilustres varones de la Independencia. Estudió en la Universidad de Guadalajara, su ciudad natal, y a hurtadillas aprendió francés que era entonces lengua prohibida, porque hablaba del enciclopedismo precursor y del racionalismo resultante de la revolución que modeló a los pueblos y a los hombres para vivir los tiempos nuevos.



Graduado médico, ejerció su profesión en Aguascalientes, donde llegó a adquirir una valiosa biblioteca y una posición económica preeminente. Sin embargo, al llamado de la Lucha por la  Independencia y "próxima ésta a lograrse, comprometió todo por ella, armando y organizando a sus expensas un batallón en cuyo sostenimiento gastó la fortuna obtenida en el ejercicio personal".




Así entró al escenario de las contiendas políticas y sociales. En 1824 en el congreso constituyente que elaboró la constitución federal inspirada en los derechos del hombre y en los tratadistas norteamericanos, Gómez Farías luchó como diputado por el federalismo, al lado de Miguel Ramos Arizpe. Ocupó en el gobierno de Zacatecas los puestos de secretario general y de vicegobernador, en los cuales desplegó intensa actividad en defensa del federalismo que era, en la época, la doctrina política más eficaz para luchar en contra del monopolio centralizador y del poder económico y político de la Iglesia.




México padecía entonces las consecuencias de una revolución inacabada, pues ni el Plan de Iguala que consumara la Independencia, ni la constitución de 1824 que estableciera la República, habían logrado destruir la teocracia y el absolutismo de los Borbones y el clero continuaba como regente de la economía de la nación.




La lucha entre partidos y la política reglas transacciones llevó a Gómez Farías, en 1833, a ocupar la vicepresidencia de la república al lado de Santa Anna como presidente. Juró como tal en la cátedral de México y, en breve y sencillo discurso dijo: "Lo que necesita el pueblo es mejorar de suerte. Todo está por hacer. Faltan leyes de hacienda y de enseñanza primaria; falta educar buenos ciudadanos, conocedores de sus deberes y aptos para cumplirlos... Falta justicia, códigos nuevos que resuelvan el enmarañamiento de leyes coloniales. Colonización de vastos desiertos, para asegurar la integridad del país..."




Como si le faltara tiempo, inició de inmediato la tarea: en diez meses, comprendidos dentro del periodo 1833-1834 durante el cual se hizo cargo de la presidencia por ausencia de Santa Anna, con un puñado de legisladores conscientemente liberales entre los que destacaba José María Luis Mora realizó el milagro de "torcer tres siglos de historia" y trazar los derroteros que siguió, desde entonces, la que más tarde habría de ser la generación liberal de 1857.




Gómez Farías aceptó -dice el doctor Mora- el peso enorme que se le echaba sobre los hombros, y la empresa gloriosa de formar una nación libre y rica con los elementos de servidumbre y de miseria que se pusieron en sus manos en 1833. Sin embargo -agrega-, ésta ha sido la primera vez que en la República se trató seriamente de arrancar de raíz el origen de sus males, de curar con empeño sus heridas, y de sentar las bases de la prosperidad pública de unido sólido y duradero.




Pero el fanatismo secular y la tradición colonial simbolizada por Santa Anna, se echó en contra de la administración de Gómez Farías con todo su poder de siglos y éste, "en medio de una rebelión que se introdujo hasta el recinto del Palacio, abandonado de todo el mundo, rodeado de sublevados y conspiradores hasta en el mismo despacho; sin soldados, sin dinero y si prestigio, sacó la Constitución a puerto de salvamento".




Gómez Farías vivió intensamente todos los acontecimientos de su época: entró a las funciones públicas cuando la constitución española se restablecía en México; intervino después en las luchas por la Independencia, en torno al imperio y en las de la Federación.


En 1847, nuevamente al lado de Santa Anna, volvió a gobernar internamente a México, al que defendió contra la invasión norteamericana, contra la Iglesia y contra los conservadores al mismo tiempo. Y entre destierros y excomuniones, diatribas y persecuciones, asistió después, a los 76 años de edad, al juramento de la constitución política de 1857. 17 días después, Valentín Gómez Farías dejó de existir en su casa pueblerina de la Plaza de San Juan, en Mixcoac, D.F. Entonces el clero, que había vuelto al control del gobierno en virtud del pronunciamiento militar de Zuloaga, del golpe de estado de Comonfort y el anunciamiento de la constitución por el partido conservador, negó sepultura al cadáver de Gómez Farías en tierra por él bendita, pues los cementerios habían vuelto al dominio de la Iglesia. Y el hombre que cristianamente combatió a los poderosos y soberbios de la tierra -dice Humberto Tejera- fue inhumado por su hija Ignacia en el huerto de su casa.



Francisco Bulnes, el más virulento adversario de los hombres de la Reforma, reconoció reverente la gigantesca personalidad de Gómez Farías: "No era un estadista; no sabía mentir, ni disimular, ni encogerse, ni ocultarse, ni ceder, ni aflojar. Era el tipo correcto del reformador. Con la vista constantemente fija en el porvenir, con el corazón oscilando tranquilamente entre la apoteosis y el cadalso, con las esperanzas siempre encrespadas por la agitación sideral de su espíritu; sabía o entendía que su misión era el sacrificio, su hogar el holocausto, su fin cualquier tragedia y su gloria la de todos los revolucionarios: el odio de los contemporáneos y la ingratitud de los postreros sí son analfabetas".


(Tomado de: Mejía Zúñiga, Raúl - Benito Juárez y su generación. Colección SepSetentas, núm. 30. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1972)