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viernes, 8 de marzo de 2019

De las lagunas que tiene Michoacán





De las lagunas que tiene Michoacán y del pescado que se coge en ellas.


Hame movido a escribir por menor y por mayor esta provincia, del descuido que veo (si no le llamo cuidado) en todos los historiadores y aun en sus mismos naturales, que siendo justo trofeo de una monarquía la conservación de sus memorias, en la de Michoacán hallo tan postrada esta costumbre, que no sé si la llame desgracia o mal correspondida; porque los pocos que han escrito de ella van tan suscritos, que dejan lo precioso y se contentan con apuntarlo. Pero discúlpoles con lo mismo que a mí me pasa; que no habrán tenido noticia ni relaciones por haberlas despreciado el tiempo, para que el olvido celebre en sueños lo que yo lloro en aquesta historia.

La principal laguna que tiene esta provincia es la de Pátzcuaro, en cuyo contorno estuvo en su primer fundación la gruesa de la gente, y la corte del gran Caltzontzi. Y así no hubo palmo de tierra que no estuviese poblado, y aún hoy que no hay casi gente, se han conservado muchos pueblos como son; la ciudad de Tzinzunzan, cabeza del reino, que está a la orilla de la misma laguna, batida de las aguas, tributándole la antigua obediencia de los reyes y monarcas que ordinariamente tuvieron allí su asistencia. Es ciudad de casi doscientos vecinos, tiene un convento de nuestra orden muy suntuoso. De aquí tres leguas está la ciudad de Pátzcuaro, muy poblada de españoles, donde estuvo antiguamente la silla episcopal, y tiene conventos de la orden de San Agustín, la Compañía de Jesús y San Francisco. Con una iglesia parroquial de mucho porte y consideración. Es ciudad de mucho trato, con que el concurso es numeroso y la población razonable. De aquí al pueblo de Erongaríguaro hay otras tres leguas, es hoy razonable y tiene un convento de los mejores en la provincia. Prosiguiendo la vuelta, cinco leguas de aquí está el convento y pueblo de San Andrés Isirondaro, y aquí media legua, el de san Gerónimo Purenchécuaro, ambas a dos guardianías, y luego tres leguas, el pueblo de San Fe, Retorazgo, que provee la catedral de esta iglesia. De aquí se sigue a dos leguas el pueblo de Cocupao, con su iglesia, muy ameno. Y de aquí a la ciudad de Tzintzunzan una legua, con que se cierra la orla de esta gran laguna, y según el cómputo de estas leguas son quince las de su contorno. Es muy profunda, y se coge infinito pescado blanco, muy sabroso y saludable, y otros géneros. Esta laguna fue el depósito de los ídolos de oro y plata y piedras preciosas, que nuestros frailes debelaron en la fundación del evangelio. Navégase en canoas, y hace en medio una isleta por punto céntrico de tan vistosa circunferencia, donde está fundado un pueblo llamado S. Pedro Jarácuaro, con su iglesia, y se visita y administra del pueblo de Erongarícuaro. Aquí se van a recrear de todas aquestas partes.

Enfrente de ésta está otra, hacia la parte septentrional, llamada la laguna de Sirahuén, en lugar más alto, adonde los reyes y señores, se retiraban al recreo y alivio de sus negocios. Es profundísima, y tiene de boj dos leguas, y se coge gran suma de pescado blanco. No se navega, porque en medio hace un remolino tan rápido que se sorbería un monte. Es tradición de los naturales que se comunica con la de Pátzcuaro. Respecto de ésta, hacia el oriente está la de Cuitzeo, laguna muy grande si bien de pocos años a esta parte ha crecido mucho por las vertientes de los cerros que la rodean. Y así no es muy profunda. Es la cabeza de esta laguna, doctrina y administración de los padres de S. Agustín. Siete leguas de ésta, hacia el mediodía, cae la laguna de Yurirapúndaro, en que se coge mucho pescado para proveer la mayor parte de chichimecas. Hacia el poniente está la laguna de la Magdalena con tres leguas de circuito y mucho pescado. Y media legua de ésta, está la Quitupa, muy profunda y con quien se comunica por ocultos rumbos de la tierra.

Dos leguas del pueblo de Tzacapo está un cerro en cuya cumbre está labrado un vaso tan perfecto, que sólo la naturaleza pudo ser artífice de su fábrica, porque todo el cerro es redondo y dentro hueco y lleno de agua, y desde el borde a los labios del agua, hay como un tiro de piedra, tan liso y tan peinado, que es muy dificultoso bajar, y en todo el circuito, no hay una hebra de zacate, por ser hueco y no tener virtud para producirlo; tiene la latitud como tiro y medio de arcabuz a cuyo respecto es la redondez, porque no ha sido posible el medirla. Las aguas son clarísimas y deleitosas, y así ha movido a admiración, a cuya novedad han ido de muchas partes a verlo. Llámase la Sierra del Agua; háse pretendido sacar a tajo abierto; pero no han podido, por no ser voluntad del que lo puso en términos tan precisos.

Debajo de este cerro cae la ciénaga de Tzacapo donde hay lagunas profundísimas con infinito pescado. De esta ciénaga tiene su nacimiento el río de Angulo, que discurriendo hacia el norte, se incorpora como dijimos, y al darle vistas se precipita de un cerro muy alto con tanta violencia, qe abajo entre el golpe del agua y el peñasco, se pasa a pie enjuto. En esta ciénaga hay infinita cantidad de patos, y así veremos que toda esta provincia no tiene palmo de tierra que no sea fértil y abundante, así de caza como de pescados. Fuera de los ríos y lagunas, tiene muchos baños calientes, particularmente los camosos [sic] de Chucándiro que sanan de todas las enfermedades, salvo las bubas, que en entrando en ellas es ciertísima la muerte.

(Tomado de: Fray Alonso de la Rea. Chronica de la Orden de N. Seraphico P. S. Francisco Prouincia de S. Pedro y S. Pablo de Mechoacan… México, 1643. Tomado a su vez de: Federico Gómez de Orozco (comp.) - Crónicas de Michoacán. Biblioteca del Estudiante Universitario #12, Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1991)

martes, 22 de enero de 2019

De lo que decían los indios luego que vinieron españoles y religiosos

(Códice Techialoyan)
 
Luego como vieron los indios los españoles, de ver gente tan extraña y ver que no comían sus comidas de ellos, y que no se emborrachaban como ellos, llamábanlos tucupacha, que son dioses, y teparacha que son grandes hombres; y también toman este vocablo por dioses, y acazecha, que es gente que trae gorras, y sombreros. Y después andando el tiempo, los llamaron cristianos, decían que habían venido del cielo; los vestidos que traían, decían que eran pellejos de hombres como los que ellos vestían en sus fiestas; a los caballos llamaban venados, y otros tuycen, que eran unos como caballos que ellos hacían en una su fiesta de cuingo, de pan de bledos; y que las crines que eran cabellos postizos que les ponían a los caballos.

Decían al Cazonci los indios que primero los vieron, que hablaban los caballos, que cuando estaban a caballo los españoles que les decían los caballos por tal parte habemos de ir; cuando los españoles les tiraban de la rienda decían que el trigo y semillas y vino que habían traído, que la madre Cueravaperi se lo había dado cuando vinieron a la tierra.
 
 Cuando vieron los españoles y cuando vieron a los religiosos con sus coronas y así vestidos pobremente, y que no querían oro ni plata, espantábanse, y como no tenían mujeres, decían que eran sacerdotes del dios que había venido a la tierra, y llamábanlos curitiecha, que eran sus sacerdotes que traían unas guirnaldas de hilo en las cabezas y unas entradas hechas. Espantábanse como no se vestían como los otros españoles, y decían: “dichosos estos que no quieren nada”. Después unos sacerdotes y hechiceros suyos, hiciéronles creer a la gente que los sacerdotes eran muertos, y que eran mortajas los hábitos que traían, y que de noche dentro de sus casas se deshacían todos, y se quedaban huesos, y dejaban allí los hábitos, y que iban allá al infierno donde tenían sus mujeres, y que venían a la mañana, y esta ironía duróles mucho, hasta que fueron más entendiendo. Decían que no morían los españoles, que eran inmortales.

También aquellos hechiceros hiciéronle creer que el agua con que se bautizaban, que les hechaban encima las cabezas que era sangre, y que les hendían las cabezas a sus hijos, y por eso no los osaban bautizar, que decían que se les habían de morir. Llamaban a las cruces Santa María, porque no habían oído la doctrina, y tenían las cruces por dios como los que ellos tenían. Cuando les decían que habían de ir al cielo no lo creían y decían: “nunca vemos ir ninguno”. No creían nada de lo que les decían los religiosos, ni se osaban confiar de ellos; decían que todos eran unos los españoles, y ellos pensaban que ellos habían nacido así los frailes, con los hábitos: que no habían sido niños. Y duróles mucho esto, y aún ahora no se lo acaban de creer que no tuvieran madres.

Cuando decían misa decía que miraban en el agua, que eran hechiceros. No se osaban confiar ni decían verdad en las confesiones, pensando que los habían de matar, y si se confesaban alguno, estaban todos acechando cómo se confesaba, y más si era mujer. Preguntabanles después qué les habían dicho o preguntado aquel padre, y ellos decíanlo todo.

A las mujeres de Castilla llamaban cuchaecha, que son señoras y diosas.

Decían que hablaban las cartas que les daban para llevar a alguna parte, y por eso no osaban mentir alguna vez. Maravillábanse de cada cosa que veían. Como son amigos de novedades, las herraduras de los caballos decían que eran cotaras y zapatos de hierro de los caballos. En Tlaxcala trujeron para los caballos sus raciones de gallinas como para los españoles. Lo que les predicaban los religiosos espantábanse de oírlo, y decían que eran hechiceros, que les decían lo que ellos hacían en sus casas, o que alguno se lo venía a decir, o que era lo que ellos les habían confesado.
 
 
(Tomado de: Anónimo (siglo XVI) – Relación de las cerimonias y rictos y población y gobernación de los indios de la Provincia de Mechoacan. Madrid, 1869. Tomado a su vez de: Federico Gómez de Orozco (comp.) - Crónicas de Michoacán. Biblioteca del Estudiante Universitario #12, Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1991)