jueves, 28 de diciembre de 2023

Cabeza olmeca Colosal 1, San Lorenzo

 


Cabeza Colosal 1, San Lorenzo 

fue llamada El Rey por ser la cabeza más alta de San Lorenzo. Las profundas líneas de expresión que corren entre la nariz y la boca, los ojos hundidos y las mejillas flácidas señalan que es el retrato de un gobernante longevo. Debajo de las orejas se observa un desnivel vertical, que pudiera indicar una cubierta o protección en la parte posterior de la cabeza o cabello largo. Porta un tocado compuesto por una banda horizontal, segmentada en tramos, y un casquete, separados entre sí por una franja arremetida. Sobre él descansa una insignia, un elemento alargado que tiene una orilla festoneada y un círculo. Porta orejeras rectangulares, posibles representaciones de las largas cuentas tubulares hechas de piedra verde. Los ojos están hundidos y tienen una forma muy distintiva, por estar sesgados hacia abajo. Además, muestra el estrabismo bilateral convergente, considerado una marca de belleza entre los olmecas. Tres barrenos la han mutilado, uno en cada lado de la nariz y otro debajo del ojo. Tiene la boca delineada entreabierta, el ceño fruncido y pómulos pronunciados. El dorso es plano y pulido.

Cabeza Colosal 1, San Lorenzo (Monumento SL1)

2.85 m de alto, 2.11 m de ancho y 0.87 m de espesor.

Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz.


(Tomado de: Cyphers, Ann. Cabeza Colosal 1, San Lorenzo. Arqueología Mexicana. Edición especial 94, Cabezas colosales olmecas. Editorial Raíces S. A. de C. V. Ciudad de México, 2020)

lunes, 25 de diciembre de 2023

Germán Valdés, Tin Tan, el rey del tíbiri tábara


Germán Valdés "Tin Tan", el rey del tíbiri tábara


Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo, nacido en pleno centro de la Ciudad de México en 1915, la hizo de todo desde que se fue chiquillo para Ciudad Juárez. Fue ayudante de sastre, guía de turistas, trabajó en la Compañía de Luz, fue mandadero, barrendero e incluso pegaba etiquetas de discos en una radiodifusora de allá del norte. Era tan ocurrente, que una vez se consiguió un perro callejero al que le enseñó a sacar la lengua para humedecer las etiquetas. Al menos, eso dicen de Tin Tan.

Por azares del destino, o más bien por un micrófono que se descompuso, Germán Valdés tuvo su primera oportunidad en la radio imitando celebridades con el apodo de Topillo Tapas. Fue tal su estrellota, que pronto tuvo su propio programa: El barco de la ilusión, donde soñaba, desde entonces y a cientos de kilómetros de distancia, con sus futuros "Tintavientos", con los que recorrería la Bahía de Acapulco, un paraíso tropical que lo convirtió en delirio cinematográfico en películas tan deliciosas como Simbad el mareado o Tintansón Crusoe.


Nace el pachuco ingenioso 

Quiso la fortuna que el entonces locutor Topillo se entusiasmara con la caravana de artistas de Paco Miller que pasaba por Ciudad Juárez; con ellos, no solo adquirió el sobrenombre de Tin Tan, sino la amistad de su mero mero carnal del alma, Marcelo Chávez.

Ni hablar, Tin Tan era un hombre que había nacido para triunfar. Así, con sus pantalones aguados y de pronunciadas valencianas, saco amplio de grandes hombreras y solapas, reloj de cadena, zapato bicolor y sombrero de ala ancha con una pluma de pavorreal. Llegaba al cine con Hotel de verano, allá por 1943, bajo las órdenes de René Cardona.

Mascando un curioso spanglish, al que los pachucos llamaban "tatacha", Tin Tan llamó la atención por su estrafalario porte. Por ello, dos años después debutaba ya en plan estelar en El hijo desobediente, dirigido por Humberto Gómez Landero en 1945, donde mostraba la frescura, el acelere y la vivacidad de un genio del humoral, al que sólo le faltaba que le dieran más libertad para actuar.

Gómez Landero lo convirtió en Músico, poeta y loco (1947) y lo dirigió en Con la música por dentro (1946), Hay muertos que no hacen ruido (1946) y El niño perdido (1947), en el papel de un niño chiqueado al lado de una sensualísima Emilia Guiú.

Por fortuna, para 1948 Tin Tan conseguía finalmente romper el hermetismo y el humor acartonado de Gómez Landero para alcanzar una de las etapas más dichosas de nuestra cinematografía en pareja con el realizador Gilberto Martínez Solares, a partir de Calabacitas tiernas en 1948. Una etapa tan ingenua como explosiva en la que el pachuco pasaba de El rey del barrio (1949) a La marca del zorrillo (1950) y de ahí a Simbad el mareado (1950), en sus tan gustados paraísos exóticos acapulqueños.

Germán Valdés iniciaba en los años 50 una oleada de parodias de temas clásicos, tanto del cine como de la literatura. Un gran momento creativo que iba en declive conforme el cómico apostaba por argumentos cada vez más ingenuos, retacados de números musicales, o aceptaba un breve papel que le ofrecía algún productor vivales.

En También de dolor se canta (1950), de René Cardona, Tin Tan hace un pequeño papel: un mano a mano nada menos que con Pedro Infante, y en menos de diez minutos ambos barren con todo el cuadro del cine nacional y sus primeros cien años.


El humor en estado puro

En 1951 abre de manera brillante con El revoltoso, donde interpreta a un limpiabotas metiche.

El ceniciento y su continuación, Chucho el remendado, ambas del año 51, rebasan la simple burla de sus títulos para dar fe de esa extraña gracia capaz de desmontar toda lógica posible. Al lado de un memorable Andrés Soler como el "miado padrino", Tin Tan consigue una de sus películas más emotivas y divertidas en su papel de ingenuo chamula, victimado por sus parientes abusivos.

Se había convertido en una de las personalidades más atrayentes de nuestro cine, el humor en estado puro, debido a una espontaneidad poco común y sorprendentes dotes para la música, el baile, el chiste y el gag visual. A su vez, había impuesto desde fines de los años 40 una suerte de universo erótico y musical rodeado de algunas de las mujeres más hermosas de nuestro cine, entre ellas Lilia del Valle, Silvia Pinal y la señorita México, Ana Bertha Lepe.

Tin Tan mantenía un imparable tren fílmico al lado de Martínez Solares y su habitual equipo de colaboradores: Juan García Peralvillo -su dialoguista de cabecera-, Vitola, el enano Tun Tun, Wolf Rubinskis y, por supuesto, su inigualable "carnal" Marcelo, en cintas como El bello durmiente (1952), Me traes de un ala (1952), El mariachi desconocido (1953), El vizconde de Montecristo (1954), El sultán descalzo (1954) y Lo que le pasó a Sansón (1955).

Empezó a alternar con una serie de realizadores de distintos niveles: ¡Mátenme porque me muero! (1951), de Ismael Rodríguez; El vagabundo (1953), de Rogelio A. González; La isla de las mujeres (1952) y El hombre inquieto (1954) de Rafael Baledón; El médico de las locas (1955), de Miguel Morayta; Las aventuras de Pito Pérez (1956), de Juan Bustillo Oro, donde probaba suerte con un papel tragi-cómico.

Por supuesto, a mediados de los cincuenta, ese tren cinematográfico mostró signos de descomposición con realizadores más bien mediocres como Fernando Cortés y un desbocado Benito Alazraki, que abandonaba sus ímpetus intelectuales a partir de Rebelde sin casa (1957).

La casa del terror (1959), Variedades de medianoche (1959), Pilotos de la muerte (1962), Gregorio y su ángel (1966) y algunas pequeñas partes en El ogro (1969), Acapulco 12-22 (1971), la serie Chanoc, o al lado de Blue Demon en Noche de muerte (1972), su última película, marcaron el declive fílmico de un brillante hombre orquesta, una suerte de alienígena del humorismo que moría una mañana de junio de 1973, llevándose a la tumba el secreto de su genialidad y de su impacto popular.


*Principales películas:

Calabacitas tiernas

El rey del barrio

El ceniciento


*Época de esplendor:

Su encuentro con Martínez Solares, de 1948 a 1954 


*¿Por qué se le recuerda?

Por su espontaneidad su vitalidad y sus gestos tan graciosos como emotivos.


(Tomado de Ávila, Rafael - Tin Tan, el rey del tíbiri tábara. Cómicos inolvidables del cine mexicano. Somos Uno, especial de colección número 8, año 8, Editorial Eres, S.A. de C.V., México D. F., 1997)

viernes, 22 de diciembre de 2023

El Atlante del general

 


El Atlante del general

Hacia 1933, el Atlante enfrentaba una difícil situación económica. A fines de ese año, se llevó a cabo una reunión a la que asistieron 500 personas dispuestas a brindar su apoyo para sacar a flote al equipo. Así, el Atlante se convirtió en una Sociedad Deportiva, con comisiones de organización, propaganda y nuevos estatutos.

Al conjunto de urgía sangre joven. La directiva lo entendió y en 1936 su presidente anunció la reestructuración del equipo. Sin embargo, la primera medida resultó exagerada: el despido de medio equipo, incluidas figuras rutilantes como Dionisio "Nicho" Mejía, Juan "Trompito" Carreño y Felipe Rosas, "Diente". Como era de esperarse, quienes ayudaban al conjunto decidieron retirar sus aportaciones.

Un grupo de personas ligadas sentimentalmente al equipo, entre ellas Agustín González, "Escopeta", acudió al entonces coronel José Manuel Núñez, jefe de ayudantes de la Presidencia, para pedirle que no dejara morir al Atlante. En una junta realizada el 30 de noviembre de 1936 y presidida por Núñez, se decidió nombrar una nueva directiva y recontratar a la triple "ch" ("Nicho", "Nacha" y "Chúndara"), así como al "Trompito" y al "Diente".

En 1938, recién ascendido a general, Núñez decidió incorporar a la directiva del equipo al ingeniero Guillermo Aguilar Álvarez, quien gracias a sus capacidades organizativas le dio un nuevo realce a la institución. Ese año, cuatro estupendos jugadores tapatíos llegaron al Atlante: "Pirracas" Castellanos y "El Pepino" García Solís, venían del Atlas; "Cazuelas" Grajeda había jugado en el Oro, y la mejor adquisición, "El Peluche" Ramos, había salido del Nacional.

Poco después, el Atlante se hizo de los servicios del tico Hutt y del español Fernando García, una verdadera luminaria de la media cancha. Pronto se sumaron a la escuadra "Pipiolo" Estrada, ex portero del Necaxa, y López Herranz, un extremo de gran habilidad para el desborde.

En 1940, bajo el liderazgo del fabuloso Valtolrá y de un estupendo defensa mexicano, el internacional Carlos Laviada el equipo del general se coronó campeón. Además, el líder goleador de la temporada fue un atlantista: "El Caballo" Mendoza. El entrenador Luis Grosz resultó pieza fundamental en la consecución de estas hazañas. En 1944 el técnico anunció su retiro, alegando motivos personales. A su regreso, en 1945, el cuadro se encontraba en los últimos lugares. Grosz lo llevó hasta el subcampeonato y en la temporada 1946-47 lo hizo nuevamente campeón.

Fue la última vez que el equipo saboreó las mieles del triunfo en manos del general. Núñez opinaba que ser campeón no era negocio ya que se gastaba mucho y el disfrute era efímero, así que por orden del general el equipo no volvió a ser campeón.


(Tomado de: Calderón Cardoso, Carlos - Por el amor a la camiseta. (1933-1950). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1998)

lunes, 18 de diciembre de 2023

La lucha libre mexicana

 


Respetable público: 

lucharaaaaaaaaaán, dos a tres caídaaaaaaaas, 

sin límite de tiempooooo.

En esta esquinaaaa el Santo y Cavernario; 

y en esta otraaaaa Blue Demon y el Bulldog.


La lucha libre mexicana 

por Francisco Correa y Selynda Pérez Argueta


¿Quién no ha oído esa canción del Conjunto África? La letra es emblema de una de las manifestaciones culturales más representativas del país y, en particular, del entorno urbano. Nos introduce al universo de los héroes populares que no tienen relación con los cómics o el cine hollywoodense. Frente a ésos, los de los gringos -extravagantes seres superdotados o multimillonarios que "regalan su tiempo libre" a la caza de villanos con resentimiento social- los mexicanos oponemos el héroe enmascarado, surgido de los barrios marginales de Tepito, la Doctores o Peralvillo; el luchador que esconde su identidad tras una colorida máscara y no con unos lentes y un copete envaselinado -que sólo engaña a aquellos con miopía intelectual.


¿Qué puede Batman contra Blue Demon? ¿Qué Hulk contra Psicosis?¿Cuál de todos los Ironman sería capaz de derrotar al Huracán Ramírez?¿Qué miembro de la Liga de la Justicia le haría frente a los Perros del Mal? ¿Podría Spider-man ganarle al Rayo de Jalisco? ¿Derrotaría Superman al Santo?


Preguntas hipotéticas que tienen por respuesta una sola certeza: los héroes mexicanos siempre saldrán vencedores por la sencilla razón que ellos sí existieron -y siguen vigentes-. Cada fin de semana se materializan en el ring -de la Arena México o la Coliseo- pero no se esfuman al terminar la función. Los encontramos inmortalizados en el llamado Cine de Oro, pero también en las calles de las colonias Doctores, Obrera y Bondojto, como parte inherente de la gráfica popular y recientemente de la publicidad de otros productos que "se cuelgan" de la fama de estos personajes; los vemos en orfanatos u hospitales dando ánimos a los niños con leucemia o en funciones públicas que son parte de las ferias regionales o en la carpa improvisada de cualquier plaza del país.

La lucha libre mexicana es el espacio del desahogo colectivo, de la catarsis social, donde el chingón -ése que describió Octavio Paz en El laberinto de la soledad-, se encarna con musculatura de hierro en un ring de seis por seis metros, donde el hombre marginal condenado al ostracismo económico tiene la oportunidad de renacer como héroe de las arenas de concreto -el gladiador redivivo que pelea por algo más que su libertad- y se gana la admiración y el aplauso de la gente, hasta alcanzar su propia estatua en el barrio o el pueblo que lo vio nacer".

Deporte y disciplina, pasión y sufrimiento, donde la violencia, a decir de Carlos Monsiváis, se vuelve estética y refleja la eterna lucha entre el bien y el mal: los técnicos contra los rudos, la máscara contra la cabellera, en un duelo de dos a tres caídas -con límite de espacio, sin límite de tiempo- hasta que el derrotado salga entre un bullicio de chiflidos -cubriéndose el rostro- y el puño del vencedor sea levantado por El Tirantes [uno de los referís más polémicos y reconocidos que lleva casi treinta años en activo], y cual efigie de guerrero helénico, se corone su victoria con un cinturón de fino metal labrado.


Emulando a los griegos 


la arena estaba de bote en bote,

la gente loca de la emoción 

en el ring luchaban los cuatro rudos 

ídolos de la afición.


La lucha libre mexicana nace como un espectáculo ideado por extranjeros que se aventuraron con una osada propuesta: inventar un deporte que combinara el catch europeo y el wrestling americano. Presentaron a los primeros luchadores -entre los que se encontraban Conde Koma, León Navarro y Kawamula- emulando a los atletas griegos que, en tiempos de Heracles, se batían para demostrar quién era, no sólo el mejor luchador, sino "digno de la gracia de los dioses".

En la década de 1920 Giovanni Relesevitch, Antonio Fournier y Constant Le Marin organizaron los primeros espectáculos. Pero no fue sino hasta 1933 cuando se fundó la Empresa Mexicana de lucha libre hoy como hoy conocida como el consejo mundial de Lucha Libre, hoy conocida como el Consejo Mundial de Lucha Libre -CMLL-, por Salvador Lutteroth, quien es considerado como el "padre de la lucha libre mexicana".

La fusión entre la lucha y la identidad desconocida -combinar el deporte con la teatralidad y emparentarlo con la "eterna lucha del bien contra el mal"- comenzó con Ciclón Mackey, el primer enmascarado en pisar una arena en el país. Antes de la Arena México hubo otros escenarios como la Coliseo -también llamado El Embudo de Perú 77-, sede de históricas batallas donde se forjaron los cimientos de, además de uno de los deportes más populares, un emblema de la mexicanidad ante el mundo.

Desde la década de 1950 hasta los años 70, la lucha libre vivió su época de oro: se definieron los personajes más relevantes dentro del ring y de la pantalla grande; se volvieron ídolos internacionales mientras combatían a los más estrafalarios maleantes, reales o imaginarios: momias, brujas, vampiros, hombre lobo, científicos desquiciados, magnates del mal, villanos del absurdo. Ahí Santo y Blue Demon forjaron sus leyendas.

Nombres como el Huracán Ramírez, célebre por su "huracarrana", el Perro Aguayo y sus peludas botas; la Parka derrotando a Pierrot en un duelo de máscaras; Octagón y su cinta roja en la frente a imitación de los guerreros ninja; Mil Máscaras y el Matemático en los tiempos de la Legión de los Villanos; Cavernario Galindo gritando su bramido salvaje; el Rayo de Jalisco aplicando por última vez la desnucadora, Tinieblas y su inseparable amigo Alushe; Dos Caras ganando los campeonatos en los EE. UU.; Lismarck sin nunca haber perdido su máscara; Psicosis y su característica mezcla de cabellera-máscara-cuernos; el Negro Casas y su gusto por Juan Luis Guerra y su 440 -de ahí su apodo-; Máscara Sagrada y su disputa con la AAA; y Atlantis rivalizando con el tiempo, uno de los más longevos y que hasta la fecha sigue vigente en el ring.

En los últimos años peleadores como Dr. Wagner, Shoker el Hijo del Perro Aguayo, Místico o Rey Misterio le han dado otro matiz a las arenas, desarrollando una lucha de acrobacia y espectáculo más cercana a la WWE estadounidense que a la lucha tradicional mexicana. No obstante, también son responsables que este deporte sea muy admirado y respetado en todo el mundo; ni los gringos han podido con el entrenamiento la disciplina y la agilidad que se requieren y más de uno ha salido con un brazo roto o decepcionado por "no dar el ancho" ante las exigencias del público mexicano.


La tragedia nacional 


Y la gente comenzaba a gritar 

se sentía enardecida sin cesar:

"¡Métele la Wilson, métele la Nelson,

la quebradora y el tirabuzón…!"


Todo caos puede ser derrotado por una sobrecarga de tensión: la inseguridad, la corrupción , las injusticias, los desaparecidos, la pobreza o el desempleo. En nuestro país sobran miles de razones por las que un mexicano necesita gritar. Alaridos que reconfortan y desahogan, que exasperan y relajan, que se hacen indispensables -y presentes- en cualquier festejo, pero que cobran especial fuerza en las esquinas de los cuadriláteros.

El colectivo inconsciente se ve constantemente amedrentado, la insatisfacción social amenaza con estallar en cualquier momento, lo que genera la imperiosa necesidad de encontrar válvulas de escape. En su obra El Malestar en la Cultura, Sigmund Freud señala que es necesario que las sociedades tengan medios para liberarse del hartazgo y así no desencadenar algún tipo de histeria colectiva. En México hay varias válvulas de escape y una de las más efectivas -junto con el fútbol- ha sido la lucha libre.

Semejante a un juego ancestral, este deporte puede conceder su origen al pueblo grecorromano. Por un lado nos remonta a las luchas cuerpo a cuerpo que se desarrollaban en el imponente coliseo como preparación física para los gladiadores. Por otro, rememora las tragedias griegas, las cuales asumían la función de caja de resonancia de las ideas y las principales problemáticas de los pueblos que habitaban las polis de la hélade.

Con el tenis término κάθαρση/kátharsis, Aristóteles describió la práctica liberadora de hechos traumáticos que producía la tragedia: sacar a la luz cuanto está en el fondo del ser y que constituye un obstáculo para alcanzar la purificación mental y espiritual. De esta manera se presenta la construcción del escenario idóneo para la puesta en escena de cuanto aqueja al mexicano, como representación teatral contenida en la lucha libre. Arriba del ring los luchadores representan la eterna dualidad de la Hybris y la Némesis griegos, manteniendo un vínculo por medio de la violencia como instinto humano y hermanados por el riesgo a la muerte.

La lucha libre es pues, la catarsis de las energías contenidas en hombres y mujeres de todas las edades, es un fenómeno surgido del barrio y de las colonias populares y que ha logrado permear todos los estratos sociales. Al ser uno partícipe de la batalla en la arena, la imaginación se desborda por el audaz juego de acrobacias y saltos mortales desde la tercera cuerda. El cuadrilátero iluminado es el escenario donde los titanes se enfrentan; reflejo a su vez de la lucha diaria por la supervivencia, de la que todos somos parte aún de forma involuntaria.

El santuario de las pasiones urbanas abre sus puertas a la comunión masiva. Los vestuarios y las coreografías son el preámbulo para el rito místico que congrega a las masas. El grito de: "¡Lucharaaaán de dos a tres caídaaaas... sin límite de tiempoooo!" desata a las fuerzas universales, las cuales se enfrentan hasta alcanzar el punto en el que las máscaras son emblemas del día y la noche, de la dualidad que impera también en nosotros.

Todo sucede en un ambiente donde convergen la música surf con gritos a favor o en contra de tal o cual luchador; en donde los personajes que se encuentran sobre el ring trasladan su protagonismo a los espectadores, quienes, envalentonados con unos tragos de cerveza, son capaces de arrojar toda su ira en un vaso de cartón.

con cada golpe, con cada llave, con cada salto, se desahoga el hartazgo social y es posible posible liberarse de la frustración. Un pancracio [combate gimnico de origen griego, que estuvo de moda entre los romanos, en el que la lucha, el pugilato y toda clase de medios, como la zancadilla y los puntapiés, eran lícitos para derribar o vencer al contrario] que simula la batalla entre colosos, con patadas voladoras, candados asesinos y aterrizajes violentos; la interacción entre el público y los luchadores, se convierte en una especie de comunión, un rito catártico en el que todos desahogan sus miedos y frustraciones. Así, entre silbidos, gritos y mentadas, nos unificamos en una sola voz, somos iguales... excepto en un pequeño detalle: unos son técnicos y otros rudos.


De máscaras y artilugios 


"¡Quítale el candado , pícale los ojos,

jálale los pelos, sácalo del ring…!"


La máscara y la personalidad son vocablos griegos que resultaron fundamentales para la representación dramática de la realidad. Al enmascararse, el luchador se vuelve una abstracción, su historia y su origen se transforman en un signo en forma de glifo mexica o maya, en ángel o demonio, héroe o villano; es una encarnación del misterio. Los elementos inspiradores para la creación de máscaras y personajes en la lucha libre son infinitos. Entidades metafísicas, fenómenos meteorológicos, adjetivos heroicos o en ocasiones despectivos, atributos puros, objetos vivos o inanimados, constituyen la fuente para la conformación del personaje.

La máscara se vuelve un elemento definitorio de su historia, sin importar la tela o el color con que se confeccione: es su tarjeta de presentación y el símbolo de inmortalidad para quien la porta. El valor de la máscara se mide en función del sudor, del estilo y de las maniobras aplicadas sobre el cuadrilátero. Sólo aquellos luchadores que sean capaces de despojarse de sí mismos y convertirse en el personaje -querido u odiado por el público- podrán convertirse en leyendas. Por ello los duelos en los que se apuesta la máscara -o la cabellera-, conllevan la lucha no sólo por un elemento decorativo del disfraz, sino por la identidad y el honor mismo. El luchador que pierde la máscara, pierde su nombre, su trayectoria, su misma existencia. Podría ser su último combate ser borrado de la memoria y sumarse al polvo del olvido; o puede reinventarse y transformar su derrota en el dintel de una nueva historia como lo hizo el mítico Blue Panther.


"¡Uno, dos...tres!"


De entre toda la parafernalia que rodea el espectáculo de la lucha libre mexicana: los carteles anunciando el siguiente encuentro, las arenas repletas de gente, las máscaras, cabelleras y disfraces, la música estridente y el lenguaje del público, se suman las incontables figurillas de plástico que representan a los luchadores en pseudoposición de combate: la mano izquierda levantada con la palma al enfrente, la derecha hacia abajo y las rodillas semiflexionadas. A esas figuras se suman "rines" -cuadriláteros y hexadriláteros- de madera u acolchonados con cuerdas de ligas juguetes tradicionales que han hecho la diversión de varias generaciones.

Finalmente, la lucha libre mexicana es una pelea por ser auténtico. Juan Villoro ha dicho al respecto: "Póngale una máscara a un hombre y dirá la verdad". Los luchadores son la encarnación viva de ello, sus cuerpos son el testimonio vivo de esta mezcla de teatralidad y rito que, por medio del dolor y el esfuerzo -del sudor y las lágrimas- logra su apoteosis. Alegoría de las batallas a que nos enfrentamos a diario, éste deporte se ha convertido en un emblema de nuestra mexicanidad -como los grabados de Posada, Frida Kahlo o el muralismo-, un entretenimiento que también nos remite a nuestras emociones más básicas, a nuestra infancia y, por lo mismo, a nuestra esencia como individuos y que nos anima a levantarnos cada día, sin importar que tanto nos hayan "dejado en la lona".


(Tomado de: Correa, Francisco, y Pérez Argueta, Selynda - La lucha libre mexicana. Algarabía #157, Año XVII, Especial Tragedia y Comedia, Editorial Otras Inquisiciones, S.A. de C.V. México, D.F. 2017)

jueves, 14 de diciembre de 2023

Tzeltales

 


Tzeltales

Se autonombran batzil k'op, "los de la palabra originaria" y pertenecen a la gran familia maya. Emigraron de los Altos Cuchumatanes, Guatemala, a los Altos de Chiapas y sus primeros asentamientos se remontan hacia 500 y 750 a.C.; habitan principalmente la parte central de los Altos.

Representan 34% de la población indígena de Chiapas y su mundo se constituye por el cosmos, chul chan, la madre tierra, lum balumilal, y el inframundo k'atimbak. Los principales pueblos tzeltales son: Tenejapa, Ocosingo, Oxchuc, Yajalón, Chilón, Tzimol, Soyatitán, Aguacatenango y Amatenango del Valle.


(Tomado de: Recorridos por Chiapas. Guía visual. Arqueología, Naturaleza e Historia. Arqueología Mexicana, Edición especial #20. Editorial Raíces, México, 2006)

lunes, 11 de diciembre de 2023

El cuitlacoche

 



El cuitlacoche 

El hongo doméstico de la milpa 

Raúl Valadez Azúa


El cuitlacoche es un hongo producto de una larga historia de asociación con el maíz y las milpas, lo que favoreció que en el siglo XX se convirtiera en un alimento tradicional de la cocina mexicana.

Los alimentos pueden ser tradicionales por dos razones: por su antigüedad o por su asociación con elementos propios de una cultura determinada; así, para México, el guajolote es un alimento tradicional porque su domesticación y uso tiene miles de años de antigüedad y, por otro lado, el guajolote en mole también lo es, por el empleo de elementos de la cocina mesoamericana, como el chile, el cacao y la propia ave, como parte de un guiso novohispano del siglo XVII.

El cuitlacoche (Ustilago maydis) es actualmente el hongo más ligado a la tradición culinaria mexicana. En los meses de lluvia buscamos en los mercados los elotes cubiertos por ese organismo, en parte para asegurar que son alimentos frescos, pero también por esa imagen donde maíz, hongo y milpa se funden.

Pero frente a esta realidad tenemos otra: como este hongo no posee partes duras no existe dato arqueológico alguno que sugiera su uso en Mesoamérica y tampoco hay nada en el aspecto iconográfico. Es en la obra de fray Bernardino de Sahagún (siglo XVI), Historia General de las cosas de Nueva España, donde al fin aparece pero no como alimento, sino como algo llamado cujtlacochi, que se describe como una suciedad que crece encima del maíz. Esto lleva a concluir que en tiempos prehispánicos no se consumía y sólo se veía como una condición indeseable de la milpa, por lo que es inevitable la pregunta: ¿cómo se convirtió este hongo en un alimento tradicional mexicano?

Para resolver esa incógnita regresaremos a la tríada milpa-maíz-cuitlacoche y veámosla desde la perspectiva evolutiva. Recordemos que el maíz (Zea mays) es una planta doméstica cuyo ancestro silvestre es un macollo llamado "teosinte" (Zea perennis). El proceso derivó en plantas altas de un solo tallo y, sobre todo, una espiga más y más grande, desde una con pocos grados hasta las mazorcas actuales.

Este proceso benefició al hombre y a otro personaje. Las gramíneas son parasitadas regularmente por hongos del género Ustilago, reconocible sólo cuando la espiga pierde su consistencia y se transforma en polvo negro, como ceniza, que son las esporas. En el caso del cuitlacoche, cuando invade la futura mazorca altera su desarrollo y transforma los granos del elote en cuerpos llamados soros, que al crecer se convierten en sacos y al madurar se rompen y sueltan algo como lodo, las esporas. El conjunto de soros es lo que reconocemos como cuitlacoche y sus dimensiones son resultado de la cantidad de alimento disponible, por lo que podemos asegurar que la evolución de la espiga de maíz y del tamaño del hongo fueron simultáneos, y así la gente enfrentó esta peculiaridad o, más bien, molestia, pues era una parte de alimento perdido. Aparentemente, esta condición fue lo usual durante todo el período prehispánico.

Entonces, ¿en qué momento Ustilago maydis dejó de ser molestia y se convirtió en comida? En la milpa tradicional coexisten numerosos organismos, unos cultivados o criados y otros que ocupan este ámbito, y el hombre es quien decide qué aprovecha y cómo. Quizá en momentos críticos los campesinos indígenas más humildes consumían el cuitlacoche, pero sólo ellos y sin ser parte de su tradición alimentaria.

Pero conforme pasó el tiempo, sobre todo dentro de la crisis social que vivió México en el siglo XIX, no hubo límite en la necesidad de buscar alimento, cualquiera que fuera, por lo que ese humilde hongo poco a poco se fue extendiendo en su empleo, pero siempre ligado a la pobreza y a la condición indígena, por tanto absolutamente marginado de los platos de cualquier otro grupo social o económico.

Y así llegamos al siglo XX, cuyos inicios están asociados a las hambrunas, y de nuevo todo lo que parecía comestible era bienvenido. En los veinte surgen algunos recetarios en los que se habla del cuitlacoche como ingrediente y también está presente en quesadillas y sopes en puestos de comida, con lo cual abandona el ámbito indígena y se coloca entre los alimentos de quienes prefieren comer a mantener su estatus social, acompañando a la quesadilla con un pulque en vez de un vino.

Aún así era un alimento del que no se debía hablar en una buena mesa, e incluso había la creencia de que su consumo provocaba pelagra. A mediados del siglo XX surge su empleo como ingrediente exótico de platillos elaborados según la concepción francesa, sobre todo crepas y es parte del menú de restaurantes y hoteles de primera clase en México, por lo que adquiere el nombre de "caviar mexicano". Este giro lo convierte en pocos años en alimento propio de la buena cocina y al buscarle un marco cultural digno súbitamente se le coloca, sin evidencia, como platillo de los gobernantes mexicas, mientras permanece en el imaginario colectivo alrededor de los comales, las salsas y las tortillas, manifestando así su origen y larga historia.

Como se indicó, aún no se dispone de evidencia arqueológica que relacione su consumo en algún periodo o relacionado con cierta cultura  prehispánica, algo que no podemos descartar. Desafortunadamente no se han construido metodologías para buscar sus esporas en espacios habitacionales o traspatios, aunque se dispone de imágenes de ellas para reconocerlas. Éste es el siguiente paso obligado para seguir construyendo la historia de ese interesante elemento de la cocina tradicional mexicana.


(Tomado de: Valadez Azúa, Raúl. El cuitlacoche. El hongo doméstico de la milpa. Arqueología Mexicana. Edición especial 87, Hongos de México. Editorial Raíces S. A. de C. V. Ciudad de México, 2019)

jueves, 7 de diciembre de 2023

Será inaugurada la calzada de Tlalpan, 1940

 


Será inaugurada la calzada de Tlalpan


*Ha quedado convenientemente ampliada para descongestionar el tránsito 


(6 de octubre de 1940)


El Departamento del Distrito anuncia que en el curso del presente mes serán inauguradas las obras de ampliación de la calzada de San Antonio Abad y parte de la de Tlalpan, que desde hace tiempo viene emprendiendo a fin de descongestionar el tránsito en el sector este de la ciudad y especialmente el movimiento de vehículos a Xochimilco, Tlalpan y Cuernavaca.

Las obras se encuentran prácticamente concluidas en la calzada de San Antonio Abad, pero no han sido inauguradas en virtud de que por las lluvias, los primeros revestimientos se humedecieron en tal forma que impidieron en algunos tramos la petrolización. Habiéndose secado ya completamente, los trabajos de petrolización están siendo realizados, y se espera concluirlos en unos cuantos días más.

La calzada quedará con una anchura media de 43 a 50 metros, incluyendo las banquetas, con dos canales de circulación. En el centro habrá dos pequeñas arboledas de abeto para dividir los canales y evitar deslumbramientos, así como vías para los trenes y bicicletas y banqueta para peatones.

El lado oriente del puente de la Piedad está siendo terminado, y en el curso de la entrante semana principiará a ser colocado el piso del mismo. Éste se puente tendrá una iluminación especial.

Los trabajos de ensanchamiento están siendo prolongados hasta la delegación de General Anaya.


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

lunes, 4 de diciembre de 2023

Antonio Badú Nahez

 


Antonio Badú Nahez 

(actor 1914-1993 Hidalgo, México)


Parecía que se dedicaría a los negocios de su familia, pero este artista de ascendencia libanesa prefirió primero el canto y luego la actuación con mucho éxito. Dueño de un estilo original fue ídolo de la radio antes de entrar al cine. Su primera película estelar fue La feria de las flores, en 1942, dirigida por José Benavides. Interpretó a uno de los enamorados de María Félix en La mujer sin alma (1943). Entre los melodramas de mayor éxito en su carrera, se encuentra Hipócrita, con Leticia Palma, en 1949. También fue figura importante en teatros de revista y conductor de televisión. Estuvo casado con la desaparecida actriz Esther Fernández.


Mauricio Peña.


(Tomado de: Peña, Mauricio. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000)

jueves, 30 de noviembre de 2023

La increíble historia de la China Poblana

 


Catalina de San Juan 

La increíble historia de la china poblana 


Antonio Rubial García

Doctor en Historia de México por la UNAM y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo. (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011). El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804). (FCE/UNAM, 2010), Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005), La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999), La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

[Este estudio fue elaborado en el Seminario de Historia de la Vida Cotidiana del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, dirigido por la Dra. Pilar Gonzalbo Aizpuru]


En 1621, llegaba a Acapulco en la Nao de China una joven esclava vestida de hombre que no hablaba ni una palabra de castellano. Como todos los años por el mes de enero, los barcos de la flota que la traía venían cargados con productos y con esclavos del Asia, los cuales habían salido de Manila cuatro meses antes. Desde hacía medio siglo, este puerto se había convertido en la entrada del comercio español en el "Lejano Oriente" y en el punto estratégico desde donde se esperaba que el cristianismo se expandiría hacia China, Japón, indochina y todo el sureste de Asia. Manila, además, tenía comercio con las ciudades portuguesas de Macao en China y de Goa y Kochi en la India, donde la esclavita había sido comprada.

La joven iba destinada a la casa de una familia de Puebla y, cuando aprendió un poco de castellano, les contó que se llamaba Catalina de San Juan, que era una princesa del Gran Mogor y que había sido raptada por unos piratas en las costas de su tierra natal. Narró como había sido bautizada por los jesuitas en Kochi y vendida como esclava en Manila. Relató también como Dios le había librado de ser violada por los piratas que la capturaron y cómo había transformado su atractiva belleza en fealdad para protegerla. No sabemos qué partes de esa narración fueron verídicas y cuáles inventadas, pero sin duda sus relatos despertaron en los oyentes una gran compasión que la esclava supo usufructuar muy bien.

Cuando su amo murió, su ama entró al convento de las carmelitas descalzas de Puebla y su nuevo dueño, el clérigo Pedro Suárez, desposó a Catalina con un esclavo chino, quien nunca pudo consumar el matrimonio pues, como contaba ella misma, una fuerza celestial se lo impedía. Su marido murió y una vez viuda consiguió que su amo le diera la libertad, lo cual le permitió dedicarse al servicio del templo de la Compañía de Jesús en Puebla. En ese tiempo, Catalina se pasaba muchas horas de oración en las iglesias y se vio influida por los sermones de los jesuitas, en los cuales los predicadores pintaban escenas de las almas torturadas en el infierno por feroces demonios y de los sufrimientos de aquellos que penaban en el fuego del purgatorio y que pedían ser rescatadas por medio de misas y oraciones.

En los retablos cuajados de oro pudo admirar a los santos y santas con sus miradas extasiadas y sus ricos vestidos y escenas donde Cristo y la Virgen se manifestaban cubiertos de luz en medio de nubes luminosas y coros de ángeles. En las procesiones observó las imágenes de Cristo cubierto de llagas sangrantes y cargando con una cruz, que se paseaban por las calles rodeadas de dolorosos lamentos, cirios y olor a incienso. Esa religión de contrastes unida a una poderosa imaginación y a un pasado lleno de sufrimiento forjaron en la joven hindú una serie de visiones exaltadas. Según contaba, tenía tiernos coloquios con Cristo, quien la trataba como esposa, y con la Virgen que le prestaba al niño Dios para que lo cargara. También se le mostraba el Demonio de distintas maneras para hacerla caer en pecado.

A su muerte en 1688, tres de sus confesores, dos de ellos jesuitas, escribieron su vida con los materiales que la "beata" les facilitó. En estas biografías, Catarina (como también ha sido llamada) era presentada como una persona contradictoria. Despreciándose y humillándose a sí misma, se mostraba siempre como la elegida predilecta de Cristo y de la Virgen. Esclava y princesa, virgen y casada, hermosa y fea, analfabeta y sabia, Catalina era un producto de la cultura barroca que exaltaba los opuestos. La sociedad que la acogió, amante de lo exótico y de lo contrastante, debió estar fascinada al escuchar que estos hechos prodigiosos ocurrían en su tierra.

La prodigiosa vida de Catalina de San Juan estuvo marcada por los cambios y movilidades que se produjeron cuando Nueva España se convirtió en el centro de las rutas que comenzaron a rodear el planeta desde Europa, Asia y África. Como Catalina, a este territorio llegaron personas y productos procedentes de todo el mundo: mercaderes y esclavos, piratas y religiosos, obispos, virreyes y mendigos, hombres y mujeres de todos los estados y condiciones se movieron atravesando los mares y arribaron a destinos que hacía cien años nadie hubiera siquiera soñado.


(Tomado de: Ruibal García, Antonio. Catalina de San Juan. La increíble historia de la China Poblana. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

lunes, 27 de noviembre de 2023

El España y el Asturias

 


El España y el Asturias 


El Club España, que formaba parte del fútbol mexicano desde 1912, continuó como uno de sus máximos exponentes durante las décadas de los treinta y cuarenta. El Asturias, su acérrimo rival, vivió momentos estelares en los años treinta.

Los duelos entre estos equipos se iniciaban mucho antes de saltar a la cancha. Apenas anunciado el partido, los dirigentes empezaban a discutir acaloradamente sobre las condiciones en que debía jugarse: horario, árbitro, cancha... Los jugadores de cada conjunto intercambiaban desafíos y los simpatizantes de ambos bandos, como preludio de las trifulcas que el día del partido se organizaban en las gradas, debatían en las cantinas y los cafés, según corresponde a la rivalidad en torno a un verdadero clásico.

El España, que por lo general ocupaba las primeras posiciones del torneo, sufría para vencer al "cuadro de la Casona", como llamaban al Asturias, un equipo con mala fortuna que con frecuencia perdía juegos, y hasta campeonatos, en el último minuto.

Ambas oncenas llegaron a contar con jugadores excepcionales, algunos de ellos mexicanos, pero sobre todo extranjeros. Entre los nacionales hay que mencionar a Fernando Marcos, Luis "Pirata" Fuente, "Tití" García, Carlos Laviada y Carlos Septién. Entre los importados destacaron Isidro Lángara, "El Charro" Moreno, Luis Regueiro, Aballay, "Butch" y Fernando García.

La verdad es que estos clubes preferían a los extranjeros sobre los locales, a tal grado que alguna vez el España llegó a alinear a nueve españoles, un argentino y ¡un mexicano!

La década de los cuarenta fue difícil para las dos oncenas. La Guerra civil española había dividido las opiniones también en México. En 1939, el parque de los asturianos sufrió un incendio. Nadie pudo convencer a los españoles de que los motivos del atentado no eran políticos. Días más tarde, consumada la derrota de los republicanos, el Casino Español fue atacado por un grupo de personas que, dijeron, rechazaban la presencia de un club en cuyas instalaciones colgaba la fotografía de Franco. En 1949, el Asturias replanteó la posibilidad de retirarse de la liga, luego de que durante una reunión su directiva fue conminada a guardar silencio: "En el ámbito nacional no tienen por qué opinar los gachupines", se le dijo.

Por razones similares, en junio de 1950 el España confirmó su adiós al fútbol profesional. Dos meses después, el 27 de agosto, en una sesión a la que asistieron todos los socios del club, se acordó por mayoría la desaparición de las Asturias. Terminaba un trascendente capítulo en la historia del fútbol mexicano.


(Tomado de: Calderón Cardoso, Carlos - Por el amor a la camiseta. (1933-1950). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1998)

viernes, 24 de noviembre de 2023

Los narcosatánicos I

 


IX

1989. Los narcosatánicos

Prólogo: la matanza jamás esclarecida

El 6 de mayo de 1987, en las aguas negras del Gran Canal en Zumpango, Estado de México, se encuentran mutilados y amarrados a tapas de alcantarilla de concreto, los cadáveres de Federico de la Vega Lonstalót (a) el Tití, agente de la policía judicial, y Gabriela Mondragón, empleada doméstica. El 8 de mayo, en el Gran Canal, atado a una tapa de alcantarilla, con cuatro heridas de arma punzocortante en el abdomen, se encuentra el cadáver de Martha Calzada Gallegos. El 9 de mayo, en las mismas circunstancias, los cuerpos de José de Jesús González Rolón, dueño de la empresa F.M. Asociados S.A. Master, y su secretaria, Celia Campos de Klein. En el local de la empresa, en Barcelona 25, colonia Cuauhtémoc, se descubren señales de una "limpia": pirú, ajos, huevos de gallina, plantas de sábila, crucifijos de madera. Hay cortinas arrancadas y manchas de sangre.

La empresa F.M. Asociados, S.A. se dedicaba al narcotráfico. Se recibía la cocaína de Colombia, y se procesaba y enviaba al norte dentro de extinguidores. Hay más muertos, se supone, y si nadie duda de la causa: ajustes de cuentas entre los narcos, sorprenden la virulencia y los rituales.


Entrada en materia: el asesinato del travesti

El 20 de julio de 1988, en la colonia popular Santa Teresa, se localizan cuatro bolsas de plástico negro, con 21 fragmentos de un cuerpo masculino. Al rostro se le quitó la piel que se dejó como máscara. Se identifica al muerto: Ramón Paz Esquivel de 39 años, rebautizado para los shows travestis como Claudia Ivette Bonjour de Moa.


Los crímenes: los hallazgos de Matamoros

En marzo de 1989, Mark Killroy joven norteamericano de Brownsville, desaparece en Matamoros, Tamaulipas. Pese a las recompensas ofrecidas, nada se averigua. Semanas después, el 3 de abril, la policía detiene al agricultor Elio Hernández propietario, junto con su hermano Ovidio, del rancho Santa Elena. En los interrogatorios, el velador del rancho reconoce a Killroy en una foto. Elio confiesa: él es narcotraficante, la estudiante de Brownsville Sara María Aldrete Villarreal lo reclutó para un culto a Satán. El dirigente o "sumo sacerdote" es Adolfo de Jesús Constanzo, el Padrino. Elio narra la iniciación en su propio rancho:

Me vendaron los ojos y me llevaron a la casa de madera en donde el Padrino acondicionó un templo para las ceremonias. Ahí me desnudaron y me acostaron boca abajo en el piso. Escuché ruidos como de maracas y un penetrante olor a puro inundó el ambiente y me mareó, pues lo exhalaban sobre mi cuerpo. A continuación sentí unos cortes en los hombros, espalda y pecho, sobre los que empezó a correr la sangre. Me dieron a beber un líquido amargo y espeso, con sabor a vinagre mezclado con aguardiente... Eran como las seis de la tarde. El Padrino pidió dos chivos y dos gallos a los que degollaron como parte del rito. Sara me dijo que con eso me iba a ir muy bien.

Prosiguen las revelaciones de los Hernández. La secta se inicia con un sacrificio propiciatorio (un campesino ofrecido al demonio para que la policía nunca lo capture) y culmina con el de Mark Killroy. En el rancho se encuentran 13 cadáveres mutilados. Hay ofrendas, fetiches, vasijas con restos humanos, semillas de maíz "inscripciones cabalísticas" pintadas con sangre en las paredes, ajos, puros a medio consumir, cabezas de cabra, patas de gallo, corazones de cerdo. Con estos elementos se elaboraba un líquido para untarse en el cuerpo: "Con esto declara -Elio- seríamos inmunes a las balas de la policía, pero no a las de nosotros mismos." Por su parte, Serafincito Hernández, el sobrino de Elio, se sorprende al ser detenido. Él estaba seguro: las pócimas de Constanzo lo harían invisible, los policías no lo podrían ver y las balas no lo podrían tocar.

El relato de la muerte de Killroy resulta escalofriante en más de un sentido. Constanzo les ordenó que consiguieran un joven de raza blanca para depositar su cerebro en la gnanga, el recipiente de santería, porque eso vigorizaría a los espíritus. A Killroy lo secuestran en un bar, lo llevan al rancho y lo desnudan. Luego Constanzo lo golpea, lo tortura, lo sodomiza, lo mutila y lo asesina con un machetazo que le parte el cráneo... A esta descripción sigue el hallazgo de cadáveres: "desobedientes" del grupo, policías, agentes judiciales: Gilberto Garza Sosa, ex-comandante de Servicios Especiales de los Ferrocarriles Nacionales de México; Jorge Valente del Fierro o Pedro Gloria, ex-policía preventivo y "madrina" (informante) de la Policía Judicial; Víctor Saúl Sauceda Galván, ex-policía municipal; Joaquín Manzo Rodríguez, de la Brigada Antinarcóticos de la PJF.

También se encuentran los restos de Mark Killroy. Se le cercenaron los genitales y se le arrancó la columna vertebral, y con los huesos se hicieron un collar 

En Matamoros hay pánico y la población, en un acto de fe en las prácticas diabólicas, quema el rancho donde ocurrieron los asesinatos. La persecución se inicia.


El espacio del crimen: Matamoros 

No es casual la elección de Matamoros. En un clima de ambiciones de dinero rápido, los narcos erosionan profundamente el aparato de justicia. Sin educación formal, sometidos a las vejaciones del clasismo y a las incitaciones de la vida norteamericana, muchos jóvenes aceptan riesgos gravísimos con tal de asir por un instante la impunidad de otro modo inaccesible. Un episodio ilustrativo de Matamoros: en 1983 muere un capo local y la herencia (el territorio de la distribución) se reparte entre sus dos ayudantes. Uno de ellos localiza a su rival en un restaurante, lo rodea con pistoleros, lo golpea y lo humilla. En venganza, el agraviado prepara una celada, donde mueren varios, y el rival, muy mal herido, es trasladado a un hospital. Eso no es suficiente: en la noche, pistoleros que se disfrazan de soldados asaltan el hospital, y victiman a seis enfermeras y pacientes. El mafioso logra quitarse las sondas, se esconde debajo de la cama y escapa, sólo para morir horas más tarde desangrado, en el avión que lo conducía a un hospital privado "para narcos" en Monterrey.


El protagonista: el Padrino Constanzo 

En 1984 llega a México Adolfo de Jesús Constanzo, educado en Miami y Haití por padres cubanos dedicados a la santería, en el rito del Palo Mayombe. Tiene 23 años de edad, viene de la cultura de la droga en Miami, y se adentra en un México cuyas claves esenciales a fin de cuentas conoce: es el orbe del esoterismo y del narco, del horizonte televisivo como la medida del poder social. Por eso, sin dificultades, distribuye cocaína y practica la santería, modificándola a su desaforada conveniencia. Desde el principio, el atractivo físico de Constanzo y su manejo despiadado de la supersticiones propias y ajenas, le habilitan una clientela y un grupo de seguidores fanáticos. Él es, según los testimonios disponibles, un individuo "carismático". Sabe vestir, sabe gastar, sabe jactarse, sabe comprometer irremediablemente a sus allegados, sabe prometer, sabe amenazar, sabe adular. A varios comandantes de la policía judicial -en ceremonias de su invención- los inicia ("raya") para "concederle la inmunidad", dándole la protección de las fuerzas del mal a cambio de apoyo directo y cierto vasallaje; a sus clientes del show business los convence de las ventajas de agradar a los dioses antiguos; a sus fieles les organiza el sentido de la vida.

El de Constanzo es el hedonismo marginal de la sociedad de consumo que se atiene al dogma: nada escapa a la seducción monetaria, ni jueces, ni agentes del ministerio público, ni presidentes municipales, ni policias locales o federales, ni políticos, ni hombres de negocios, ni artistas del espectáculo. A la ferocidad inherente al narco, Constanzo le añade su vertiginoso desequilibrio mental que, durante un tiempo, es un gran elemento persuasivo. Él, ajeno a toda determinación moral, ama la crueldad y, además, la crueldad le es indispensable para consolidar su despotismo sobre esas "almas muertas". En Matamoros y en México asesina y manda asesinar por razones de narcotráfico y de su demencia, y nada le acontece por liquidar, brutalmente, a travestis, mariguaneros, campesinos y judiciales.

La santería, en la muy peculiar versión de Constanzo, es la creencia indicada para quienes se sienten juguetes del Destino, ese seudónimo de la negación de oportunidades. Los seguidores del Padrino conocen dos jerarquías: la reverencia ante la autoridad y los alcances del dólar, la única moneda que manejan. La dualidad modela sus vidas y esta incapacidad de percibir el delito se asemeja de manera alucinante a las persuasiones del universo totalitario. Quienes jamás se propusieron matar lo hacen, y con brutalidad, porque ese día estaban en el sitio indicado al alcance de las órdenes de Constanzo. La oportunidad es el criterio único del mal, y los que en otras circunstancias podrían ser distintos, alcanzan niveles de bestialidad porque, de pronto, alguien les concede el dominio sobre otros cuerpos. Pero Constanzo, así la perfeccione, no inventa esa psicología criminal, muy actuante en las zonas "perdidas" de ciudades como Matamoros o México, y determinada por el vacío existencial propio de los carentes de opciones, que a sus propias vidas y a las ajenas no les atribuyen significado alguno. Ni poseen criterios valorativos, ni conciben el mal o el bien porque lo suyo no es el universo de las decisiones autónomas.

En Constanzo, que se cree en la cima del mundo, no se dan ni se pueden dar reacciones morales. Y la clave para formar su "culto" se la da inesperadamente, una película: The Believers (1987, de John Schlesinger), thriller melodramático sobre satanismo de trama muy convencional: a la muerte de su esposa, un policía (Martin Sheen) se muda a Nueva York con su hijo pequeño y se encarga de investigar una serie de sacrificios humanos, atribuidos al rito del Palo Mayombe. El policía se ve envuelto en una red poderosísima desbordante en complicidades insólitas. Tras numerosos saltos lógicos, y el secuestro de su hijo que va a ser sacrificado, el policía destruye la secta.

Constanzo ve reiteradamente The Believers y perfecciona el sueño de la religión que solo a él pertenecerá. Más que la influencia del cine, localizo aquí un elemento de la expansión de la droga: la "estetización" de lo real, la idea de una vida superior, de una "metafísica del crimen" sólo accesible a unos cuantos. Y los sacrificios "satánicos" son el método peculiar de quienes santifican en su interior la reciedumbre que aporte el señorío sobre otras vidas. En el mismo orden de cosas, se encuentran las preferencias sexuales de Constanzo. Él es gay, pero en su actitud la índole sexual es secundaria. El ejercicio de la tiranía lo subyuga y no admite la mínima disidencia. A cambio, quiere ser generoso. Véase el testimonio hallado en el departamento de Sena:

Éste es mi testamento. Si me muero, mis propiedades y carros van a ser de Martín y Omar. El departamento se lo doy a Omar con todo lo de adentro. El Mercedes que se venda y el dinero se reparte en dos partes, una para Martín y otra para Omar Orea. Igual que el Lincoln. El dinero se reparta en dos partes, una para Martín Quintana Rodríguez y otra para Omar Orea Ochoa. Mis joyas también se las reparten Omar y Martín. Mis herederos son Martín Quintana Rodríguez y Omar Orea Ochoa.

Adolfo de Jesús Constanzo

(Continuará)

(Tomado de: Carlos Monsiváis – Los mil y un velorios (Crónica de la Nota Roja). Alianza Editorial y CNCA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, D.F., 1994)