viernes, 24 de noviembre de 2023

Los narcosatánicos I

 


IX

1989. Los narcosatánicos

Prólogo: la matanza jamás esclarecida

El 6 de mayo de 1987, en las aguas negras del Gran Canal en Zumpango, Estado de México, se encuentran mutilados y amarrados a tapas de alcantarilla de concreto, los cadáveres de Federico de la Vega Lonstalót (a) el Tití, agente de la policía judicial, y Gabriela Mondragón, empleada doméstica. El 8 de mayo, en el Gran Canal, atado a una tapa de alcantarilla, con cuatro heridas de arma punzocortante en el abdomen, se encuentra el cadáver de Martha Calzada Gallegos. El 9 de mayo, en las mismas circunstancias, los cuerpos de José de Jesús González Rolón, dueño de la empresa F.M. Asociados S.A. Master, y su secretaria, Celia Campos de Klein. En el local de la empresa, en Barcelona 25, colonia Cuauhtémoc, se descubren señales de una "limpia": pirú, ajos, huevos de gallina, plantas de sábila, crucifijos de madera. Hay cortinas arrancadas y manchas de sangre.

La empresa F.M. Asociados, S.A. se dedicaba al narcotráfico. Se recibía la cocaína de Colombia, y se procesaba y enviaba al norte dentro de extinguidores. Hay más muertos, se supone, y si nadie duda de la causa: ajustes de cuentas entre los narcos, sorprenden la virulencia y los rituales.


Entrada en materia: el asesinato del travesti

El 20 de julio de 1988, en la colonia popular Santa Teresa, se localizan cuatro bolsas de plástico negro, con 21 fragmentos de un cuerpo masculino. Al rostro se le quitó la piel que se dejó como máscara. Se identifica al muerto: Ramón Paz Esquivel de 39 años, rebautizado para los shows travestis como Claudia Ivette Bonjour de Moa.


Los crímenes: los hallazgos de Matamoros

En marzo de 1989, Mark Killroy joven norteamericano de Brownsville, desaparece en Matamoros, Tamaulipas. Pese a las recompensas ofrecidas, nada se averigua. Semanas después, el 3 de abril, la policía detiene al agricultor Elio Hernández propietario, junto con su hermano Ovidio, del rancho Santa Elena. En los interrogatorios, el velador del rancho reconoce a Killroy en una foto. Elio confiesa: él es narcotraficante, la estudiante de Brownsville Sara María Aldrete Villarreal lo reclutó para un culto a Satán. El dirigente o "sumo sacerdote" es Adolfo de Jesús Constanzo, el Padrino. Elio narra la iniciación en su propio rancho:

Me vendaron los ojos y me llevaron a la casa de madera en donde el Padrino acondicionó un templo para las ceremonias. Ahí me desnudaron y me acostaron boca abajo en el piso. Escuché ruidos como de maracas y un penetrante olor a puro inundó el ambiente y me mareó, pues lo exhalaban sobre mi cuerpo. A continuación sentí unos cortes en los hombros, espalda y pecho, sobre los que empezó a correr la sangre. Me dieron a beber un líquido amargo y espeso, con sabor a vinagre mezclado con aguardiente... Eran como las seis de la tarde. El Padrino pidió dos chivos y dos gallos a los que degollaron como parte del rito. Sara me dijo que con eso me iba a ir muy bien.

Prosiguen las revelaciones de los Hernández. La secta se inicia con un sacrificio propiciatorio (un campesino ofrecido al demonio para que la policía nunca lo capture) y culmina con el de Mark Killroy. En el rancho se encuentran 13 cadáveres mutilados. Hay ofrendas, fetiches, vasijas con restos humanos, semillas de maíz "inscripciones cabalísticas" pintadas con sangre en las paredes, ajos, puros a medio consumir, cabezas de cabra, patas de gallo, corazones de cerdo. Con estos elementos se elaboraba un líquido para untarse en el cuerpo: "Con esto declara -Elio- seríamos inmunes a las balas de la policía, pero no a las de nosotros mismos." Por su parte, Serafincito Hernández, el sobrino de Elio, se sorprende al ser detenido. Él estaba seguro: las pócimas de Constanzo lo harían invisible, los policías no lo podrían ver y las balas no lo podrían tocar.

El relato de la muerte de Killroy resulta escalofriante en más de un sentido. Constanzo les ordenó que consiguieran un joven de raza blanca para depositar su cerebro en la gnanga, el recipiente de santería, porque eso vigorizaría a los espíritus. A Killroy lo secuestran en un bar, lo llevan al rancho y lo desnudan. Luego Constanzo lo golpea, lo tortura, lo sodomiza, lo mutila y lo asesina con un machetazo que le parte el cráneo... A esta descripción sigue el hallazgo de cadáveres: "desobedientes" del grupo, policías, agentes judiciales: Gilberto Garza Sosa, ex-comandante de Servicios Especiales de los Ferrocarriles Nacionales de México; Jorge Valente del Fierro o Pedro Gloria, ex-policía preventivo y "madrina" (informante) de la Policía Judicial; Víctor Saúl Sauceda Galván, ex-policía municipal; Joaquín Manzo Rodríguez, de la Brigada Antinarcóticos de la PJF.

También se encuentran los restos de Mark Killroy. Se le cercenaron los genitales y se le arrancó la columna vertebral, y con los huesos se hicieron un collar 

En Matamoros hay pánico y la población, en un acto de fe en las prácticas diabólicas, quema el rancho donde ocurrieron los asesinatos. La persecución se inicia.


El espacio del crimen: Matamoros 

No es casual la elección de Matamoros. En un clima de ambiciones de dinero rápido, los narcos erosionan profundamente el aparato de justicia. Sin educación formal, sometidos a las vejaciones del clasismo y a las incitaciones de la vida norteamericana, muchos jóvenes aceptan riesgos gravísimos con tal de asir por un instante la impunidad de otro modo inaccesible. Un episodio ilustrativo de Matamoros: en 1983 muere un capo local y la herencia (el territorio de la distribución) se reparte entre sus dos ayudantes. Uno de ellos localiza a su rival en un restaurante, lo rodea con pistoleros, lo golpea y lo humilla. En venganza, el agraviado prepara una celada, donde mueren varios, y el rival, muy mal herido, es trasladado a un hospital. Eso no es suficiente: en la noche, pistoleros que se disfrazan de soldados asaltan el hospital, y victiman a seis enfermeras y pacientes. El mafioso logra quitarse las sondas, se esconde debajo de la cama y escapa, sólo para morir horas más tarde desangrado, en el avión que lo conducía a un hospital privado "para narcos" en Monterrey.


El protagonista: el Padrino Constanzo 

En 1984 llega a México Adolfo de Jesús Constanzo, educado en Miami y Haití por padres cubanos dedicados a la santería, en el rito del Palo Mayombe. Tiene 23 años de edad, viene de la cultura de la droga en Miami, y se adentra en un México cuyas claves esenciales a fin de cuentas conoce: es el orbe del esoterismo y del narco, del horizonte televisivo como la medida del poder social. Por eso, sin dificultades, distribuye cocaína y practica la santería, modificándola a su desaforada conveniencia. Desde el principio, el atractivo físico de Constanzo y su manejo despiadado de la supersticiones propias y ajenas, le habilitan una clientela y un grupo de seguidores fanáticos. Él es, según los testimonios disponibles, un individuo "carismático". Sabe vestir, sabe gastar, sabe jactarse, sabe comprometer irremediablemente a sus allegados, sabe prometer, sabe amenazar, sabe adular. A varios comandantes de la policía judicial -en ceremonias de su invención- los inicia ("raya") para "concederle la inmunidad", dándole la protección de las fuerzas del mal a cambio de apoyo directo y cierto vasallaje; a sus clientes del show business los convence de las ventajas de agradar a los dioses antiguos; a sus fieles les organiza el sentido de la vida.

El de Constanzo es el hedonismo marginal de la sociedad de consumo que se atiene al dogma: nada escapa a la seducción monetaria, ni jueces, ni agentes del ministerio público, ni presidentes municipales, ni policias locales o federales, ni políticos, ni hombres de negocios, ni artistas del espectáculo. A la ferocidad inherente al narco, Constanzo le añade su vertiginoso desequilibrio mental que, durante un tiempo, es un gran elemento persuasivo. Él, ajeno a toda determinación moral, ama la crueldad y, además, la crueldad le es indispensable para consolidar su despotismo sobre esas "almas muertas". En Matamoros y en México asesina y manda asesinar por razones de narcotráfico y de su demencia, y nada le acontece por liquidar, brutalmente, a travestis, mariguaneros, campesinos y judiciales.

La santería, en la muy peculiar versión de Constanzo, es la creencia indicada para quienes se sienten juguetes del Destino, ese seudónimo de la negación de oportunidades. Los seguidores del Padrino conocen dos jerarquías: la reverencia ante la autoridad y los alcances del dólar, la única moneda que manejan. La dualidad modela sus vidas y esta incapacidad de percibir el delito se asemeja de manera alucinante a las persuasiones del universo totalitario. Quienes jamás se propusieron matar lo hacen, y con brutalidad, porque ese día estaban en el sitio indicado al alcance de las órdenes de Constanzo. La oportunidad es el criterio único del mal, y los que en otras circunstancias podrían ser distintos, alcanzan niveles de bestialidad porque, de pronto, alguien les concede el dominio sobre otros cuerpos. Pero Constanzo, así la perfeccione, no inventa esa psicología criminal, muy actuante en las zonas "perdidas" de ciudades como Matamoros o México, y determinada por el vacío existencial propio de los carentes de opciones, que a sus propias vidas y a las ajenas no les atribuyen significado alguno. Ni poseen criterios valorativos, ni conciben el mal o el bien porque lo suyo no es el universo de las decisiones autónomas.

En Constanzo, que se cree en la cima del mundo, no se dan ni se pueden dar reacciones morales. Y la clave para formar su "culto" se la da inesperadamente, una película: The Believers (1987, de John Schlesinger), thriller melodramático sobre satanismo de trama muy convencional: a la muerte de su esposa, un policía (Martin Sheen) se muda a Nueva York con su hijo pequeño y se encarga de investigar una serie de sacrificios humanos, atribuidos al rito del Palo Mayombe. El policía se ve envuelto en una red poderosísima desbordante en complicidades insólitas. Tras numerosos saltos lógicos, y el secuestro de su hijo que va a ser sacrificado, el policía destruye la secta.

Constanzo ve reiteradamente The Believers y perfecciona el sueño de la religión que solo a él pertenecerá. Más que la influencia del cine, localizo aquí un elemento de la expansión de la droga: la "estetización" de lo real, la idea de una vida superior, de una "metafísica del crimen" sólo accesible a unos cuantos. Y los sacrificios "satánicos" son el método peculiar de quienes santifican en su interior la reciedumbre que aporte el señorío sobre otras vidas. En el mismo orden de cosas, se encuentran las preferencias sexuales de Constanzo. Él es gay, pero en su actitud la índole sexual es secundaria. El ejercicio de la tiranía lo subyuga y no admite la mínima disidencia. A cambio, quiere ser generoso. Véase el testimonio hallado en el departamento de Sena:

Éste es mi testamento. Si me muero, mis propiedades y carros van a ser de Martín y Omar. El departamento se lo doy a Omar con todo lo de adentro. El Mercedes que se venda y el dinero se reparte en dos partes, una para Martín y otra para Omar Orea. Igual que el Lincoln. El dinero se reparta en dos partes, una para Martín Quintana Rodríguez y otra para Omar Orea Ochoa. Mis joyas también se las reparten Omar y Martín. Mis herederos son Martín Quintana Rodríguez y Omar Orea Ochoa.

Adolfo de Jesús Constanzo

(Continuará)

(Tomado de: Carlos Monsiváis – Los mil y un velorios (Crónica de la Nota Roja). Alianza Editorial y CNCA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, D.F., 1994) 

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