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viernes, 12 de septiembre de 2025

Batalla de Santa Isabel, 1866


Muerte en Santa Isabel


El comandante Brian (de Foussieres Fonteneuille) Paul (1828-1866), era un hombre robusto, de barba y bigote cerrados y parecía de más edad que la suya. No tenía familia y manifestaba poca inclinación para las mujeres más allá de las exigencias del cuerpo. Eso sí, tomaba ajenjo y mucho, y se volvía entonces muy platicador. Generalmente bebía con el teniente Liberman. Brian aguantaba muy bien. Linberman no. En esa región de México sobraba el vino local y también el whisky que venía del Norte con los americanos de Juárez. Salido de Saint Cyr entre los últimos de su promoción, había pasado 15 de sus 19 años militares en el regimiento extranjero. Por cierto, no sé por qué la Legión decidió hacer del combate de Camarón otra derrota, algo como su símbolo. El combate de Santa Isabel, el primero de marzo de 1866, no fue menos catastrófico, ni los legionarios menos valientes. Hasta fueron más, bastantes más los que murieron en ese desgraciado encuentro. Pensándolo bien, digo tonterías. El capitán D'Anjou no cometió ningún error, se sacrificó para cubrir el convoy de pólvora sin el cual no se rinde Puebla, mientras que Brian sacrificó a sus hombres para nada, combinando errores y mala suerte y, quizá, ajenjo, a un peso la botella. 

No fue sólo el responsable de su propia muerte, sino de la de 103 hombres. El destacamento francés quedó aniquilado, y todos los sobrevivientes -yo entre ellos- presos. Quizá no fue realmente culpable. A veces en el cuerpo expedicionario soplaba un viento de bravura loca, quizás soplaba para él en esos últimos días de febrero, en esa terrible primera noche de marzo, quizá su destino era llevar a su tropa a la catástrofe. Hacía frío. Lo veo todavía, montado en su caballo, con sus botas anchas y altas, muy altas, sobre su caballo alto, las riendas colgando a lo largo de su brazo, las manos en las bolsas para protegerse del frío, caminando delante de nosotros. Nos empujaba hacia lo desconocido una fuerza tan invisible como el viento en la noche fría. Veo también la cara algo adolescente del subteniente Royiaux, titiritando de frío, y las caras campesinas de nuestros alemanes y polacos, la tropa en su uniforme azul oscuro. Todos, casi todos murieron en esa mañanita, al mismo tiempo. La realidad no podría ser más nítida que mi recuerdo. Todo se me grabó, no olvido nada, no olvidaré, nunca. 

El 28 de febrero, al atardecer, Brian, comandante de las fuerzas de Parras, cuatro compañías del segundo batallón del regimiento extranjero, fue informado de que los liberales se encontraban a tres leguas de la ciudad, en la hacienda de Santa Isabel. Contra la opinión de todos los oficiales, decidió salir a medianoche con tres compañías y 400 mexicanos de las fuerzas rurales, entre ellos 90 jinetes, pero todos mal armados, con un solo cartucho en la bolsa y menos de 15 días de servicio. 

A paso rápido llegamos en 3 horas a la primera vanguardia del enemigo, quien se retiró a la primera descarga, y poco después nos topamos con el grueso de sus fuerzas, parapetadas en un peñón de unos sesenta metros de altura, arriba de la hacienda de mampostería, con terrazas. Tardamos una hora en reconocer la posición y los liberales no dejaron de disparar. Les sobraba parque. Éramos 185 legionarios, contando a los ocho oficiales, y 400 mexicanos contra dos mil hombres. Recuerdo el viento, ligero, ligero, y el olor que llevaba consigo, un olor a cuartos sin ventilación o a fogata, y de repente se me ocurrió que ese olor era el de la muerte o que el olor de la muerte debería ser algo semejante. Era de noche todavía. Brian decidió atacar. ¿Irresponsabilidad? Eso dijeron después: que no había esperado al despuntar del día para reconocer mejor el terreno y apreciar la fuerza adversa. Pero sabíamos que eran muchos, muchos más que nosotros, y Brian quería esconder nuestra inferioridad numérica y atacar protegido por los últimos momentos de oscuridad. En otras ocasiones habíamos hecho lo mismo y la sorpresa había derrotado a un enemigo tres o cuatro veces más numeroso. Pero no hubo sorpresa. Nos esperaban bien protegidos en las terrazas y detrás de los bancos de roca; además, nos disparaban desde arriba. 

La noche ya era más clara. Un perro aulló, otro le respondió y varios más. Cuando el capitán Moulinier menciona la posibilidad de retirarnos, Brian montó en cólera. Dicen que había tomado bastante, pero no me consta y además aguantaba demasiado bien. Eso sí, regañó fuertemente a Moulinier. Dijo que jamás había huido, que los mexicanos no eran tantos y que nos íbamos a tumbar tranquilamente con una buena carga de bayoneta, y que la caballería aliada terminaría su derrota. Dio la orden, gritó ¡La France!, grito que repetimos todos con entusiasmo, olvidando las tres horas de marcha forzada, y ¡a la carga! Corrimos, corrimos bajo una lluvia de balas, detrás de nuestro comandante, que había dejado su caballo y desenvainado su espada. Nos disparaban por delante, por atrás, por los lados, desde la hacienda y desde el cerro. Tres veces intentamos con esfuerzo sobrehumanos tomar la posición, tres veces fuimos rechazados con pérdidas crecientes. Los auxiliares mexicanos, ¿qué podían hacer sin parque y sin práctica? Nos abandonaron al inicio de la carga, menos el jefe Campos, prefecto de Parras, quién atacó una vez con 50 de sus hombres. Logró escapar en su buen caballo y no hay nada que reprocharle, bueno, sí, algo se le debió reprochar: se habían equivocado sobre la distancia y por eso Brian lanzó el ataque desde muy lejos; tampoco nos había dicho que una barranca cruzaba el camino antes de llegar a los muros de la hacienda, la cual nos impidió amenazar el flanco enemigo. Nuestra ala tuvo que replegarse al centro de nuestra línea de frente y nos encabestramos unos a otros. Perdí a mis hombres o mis hombres me perdieron a mí y llegamos en grupo compacto y desordenado, con la respiración cortada después de una carrera de 800 metros. Normalmente uno va al paso de carga durante 200 metros nada más. Sin embargo, tratamos de escalar tres veces el cerro.

Ahí cayó herido el comandante y muerto a su lado el teniente Roiyaux.  Brian gritó y agitó su sable como si fuera a hablar a la columna, pero era tan fuerte el ruido de los disparos que no se oyó una sola palabra. ¿Se habría dado cuenta de que nos conducía a una muerte segura? Nadie lo sabrá porque en ese momento explotó una granada a su derecha y unas esquirlas dejaron su corazón al descubierto. El sable se le cayó de la mano, pero su brazo derecho seguía en alto; luego Brian se derrumbó y no volvía a ver ni su cadáver. 

Todos nuestros esfuerzos, 150 contra 2000, fracasaron; entre los liberales bien protegidos, unos 100 tenían el famoso rifle yanqui de ocho tiros ¡una maravilla! Nos retiramos después de haber perdido a más de la mitad de lo nuestros, ya no había caballería para protegernos y nos vimos rodeados por 600 jinetes; el teniente Schmidt, valiente entre los valientes, cayó en la bajada, acribillado, alentando aún a los soldados con su voz debilitada; tenía los dos brazos rotos cuando un balazo en la cabeza acabó con él. El capitán Cazes también. El capitán Moulinier, ya sin caballo, tomó el mando con la ayuda del teniente Rabix y la mía, los tres sin heridas. Varias veces intentamos formar el cuadrado pero era imposible, eran demasiado numerosos, como dijo un viejo soldado de Waterloo. Moulinier, al brincar una barranca, recibió quince balazos y lo remataron a sablazos. Quedamos Rabix y yo, intentando formar una línea de tiradores, pero el enemigo venía más y más; caímos en una tercera barranca, ya protegidos contra los sables de la caballería, pero ahora llegaba la infantería y nosotros adentro de la barranca y ellos fusilándonos desde arriba, por todos lados. Mataron a Rabix. Armé mi pistola para acabar pronto y no ser masacrado, hice una breve oración y de repente me acordé de mis padres. Entonces me levanté, preferí sufrir y sobrevivir por ellos. En ese instante se presentó un oficial enemigo que me pidió cortésmente mis armas. Sobrevivimos 82, 37 de los cuales heridos. Habían muerto 97 soldados y seis oficiales. Entre las filas liberales había un francés, un tal Albert, no sé si era su nombre o su apellido, un desertor del 62° de línea. Brian había sido capitán el regimiento 62° de 1861 a 1864. Dicen que Albert mutiló su cadáver. Sé que remató a nuestro médico, el buen Rustegho, herido, recogido por los mexicanos, en su ambulancia. Espero que el diablo se haya llevado al tal Albert. Los liberales, ellos se portaron bien, nos trataron como se trata a presos de guerra y no me quejaré nunca de ellos. 

Atravesamos a pie el desierto del Bolsón de Mapimí, sufriendo como ellos sed y hambre, pero siempre nos trataron bien. Los generales Treviño y Viesca nos perdonaron la vida cuando pudieron fusilarnos, puesto que desde el abominable decreto de Maximiliano teníamos instrucciones de no tomar prisioneros, de fusilar a los oficiales y soltar a los soldados. Quisieron hacer matones de nosotros. Duré preso nueve meses, libre bajo palabra en la ciudad de Monterrey, con oficiales austríacos; terminé de aprender el español a fondo, aprendí algo de alemán y de inglés. De no ser tan francés, me hubiera quedado en Monterrey con esas mexicanas tan bonitas. Y es todo lo que le puede contar Ernest Moutiez, en aquel entonces subteniente en el regimiento extranjero.

(Tomado de Meyer, Jean - Yo, el francés. Crónicas de la Intervención francesa en México, 1862-1867, Maxi Tusquets Editores S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 2009)

lunes, 7 de julio de 2025

Frente a Puebla 22 de abril de 1863


 

Frente a Puebla, 22 de abril de 1863. 


“Su vigorosa resistencia hace el mayor honor a los mexicanos y prueba que una guerra de partidos puede volverse una guerra nacional. Los doce cientos de aliados del principio eran una intervención y bien hubieran podido llegar a México, pero nuestros veinte mil hombres son una invasión extranjera y todos los patriotas se levantan para rechazarla. Venceremos porque tenemos que hacerlo y porque así acabamos siempre, pero ¿a qué precio? Lo que no tiene par es la vanidad francesa. La primera vez, el 5 de mayo de 1862, nos preguntamos si ir a Puebla antes o después de tomar el café y subimos rifle al hombro a Guadalupe, un fuerte casi inexpugnable. La segunda vez, la nuestra pues, se sabe que habrá un sitio, se quiere el sitio para dar satisfacción a las tres armas y sabe a cuántas ambiciones y se llega con 50 piezas de artillería, de las cuales solamente doce son adecuadas para el sitio contra una plaza defendida por una docena de fuertes y doscientos cañones. ¿Se vio alguna vez un sitio paralizado por la falta de pólvora? Duramos varios días sin poder explotar ni una pobre mina. Nos quedaban apenas trescientos kilos de pólvora.”


Médico mayor Jules Aronssohn a su familia.


(Tomado de Meyer, Jean - Yo, el francés. Crónicas de la Intervención francesa en México, 1862-1867, Maxi Tusquets Editores S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 2009)

lunes, 23 de junio de 2025

Porfirio Díaz en Les Invalides, 1911




 1. Porfirio Díaz


Eran los primeros días de julio de 1911. El expresidente de México, exiliado en París, había cumplido el pasado 16 de septiembre 81 años. Ahora había recibido la visita de un general francés, Gustave Niox gobernador de Los Inválidos, quien lo había invitado a visitar la tumba de Napoleón. Porfirio Díaz se hospedaba en el Hotel Astoria en la suite 102, frente al Arco del Triunfo. 

El 20 de julio una escolta pasó por él y lo llevó a Les Invalides. 

Vestía una levita negra cruzada que en el ojal de la solapa izquierda mostraba la única condecoración extranjera que don Porfirio usaba: el botón rojo de la Legión de Honor, concedido muchos años antes por la República Francesa a su glorioso adversario. Recibió con beneplácito las muestras de deferencia y afecto de los viejos oficiales franceses; el intercambio de frases cordiales, brevemente franco-mexicanas, no duró mucho porque el general Niox invitó a empezar la visita, primero de la tumba de Napoleón, luego de la sala México del Museo Histórico del Ejército. 

Un gesto de Niox cambió el aire majestuoso y prudente de Don Porfirio. El general francés evocó la guerra de intervención. Al hacer un homenaje a los soldados muertos en defensa de su patria, tuvo también palabras para quienes defendieron con sus vidas el pabellón que les había sido confiado. Lo rodeaban algunos soldados más de la guerra de México, entre ellos el general Charles Lanes, que había participado en el sitio de Oaxaca como subteniente de un regimiento de zuavos bajo las órdenes del Mariscal  Bazaine. Don Porfirio respondió a las palabras de Niox evocando algunas anécdotas de la guerra de Intervención. Recordó con admiración el brío del comandante Henri Testard, abatido el 3 de octubre de 1866 en Miahuatlán, y que por instrucciones suyas había sido sepultado con honores en la cañada de los Nogales. Su perro, dijo, no dejaba que nadie se acercara al cadáver de Testard; fue necesario apaciguarlo para recoger la espada, que se mandó después a su familia por conducto de Bazaine. Al terminar los discursos, todos pasaron a la capilla de Los Inválidos. Ahí, en el momento de bajar por uno de los lados, el custodio de la cripta, un inválido condecorado, entregó las llaves al general Díaz para que abriera con su propia mano la puerta de bronce de la tumba de Napoleón. Don Porfirio descendió los escalones hasta llegar a la tumba, frente a la cual inclinó la cabeza por unos instantes. Tal vez en ese momento recordó que durante la batalla de Puebla había vencido a los franceses con los mismos fusiles utilizados por ellos al ser derrotados junto con el Emperador en la batalla de Waterloo. Niox caminó en dirección al general tomando entre sus manos la espada que llevaba consigo Napoleón en Austerlitz. Pronunció algunas palabras en francés para dirigirse después a Díaz en un español arcaico. 

-Mi general -le dijo-, en nombre del ejército francés os ruego que toméis esta espada.

Don Porfirio titubeo antes de aceptar 

-No podría quedar en mejores manos. 

*

El divisionario Gustave Niox (1840-1921) quien organizó la visita de Don Porfirio a la tumba de Napoleón y los encuentros con los veteranos de la Intervención francesa era un capitán de Estado Mayor de 23 años cuando llegó a México en 1862. Sirvió en el Estado Mayor General y en el Servicio Topográfico. Estuvo en los sitios de Puebla y Oaxaca antes de regresar a Francia el otoño de 1965 por una razón muy precisa: una sordera acelerada que le imposibilitaba participar en la guerra. Lo designaron al Servicio Histórico; recibió en 1867 los archivos del Cuerpo Expedicionario y fue encargado de su clasificación, que se ha mantenido tal cual hasta la fecha. Eso le permitió escribir una notable Historia de la expedición de México que no ha sido superada. 

Huérfano, becario, era hijo de un teniente coronel de caballería, y tan pronto regresó de México se casó con una prima de la isla de la Reunión. Con todo y sordera cayó preso en Metz con Bazaine y tuvo una muy brillante carrera. Ya jubilado siguió trabajando como comandante de Les Invalides y director del Museo Histórico del Ejército. Por eso pudo recibir a Don Porfirio. 


Porfirio Díaz: 

“Cuando ustedes empezaron de verdad la guerra, a finales de abril (1862), el general Zaragoza me ordenó tomar posesión de los territorios que ustedes debían desocupar, según lo pactado. Llegué cerca de Orizaba y mandé a mi hermano Félix a observar su retirada; los suyos lo atacaron a él y a sus cincuenta jinetes. Félix quedó preso -no tardó en evadirse- con los que no murieron. Así empezó la guerra. Cuando Lorencez marchó rápidamente sobre Puebla, me tocó atrincherar la tropa en las cumbres de Acultzingo para frenar su progresión; cumplimos y nos retiramos sobre Puebla donde los zuavos nos alcanzaron a los dos días. Me tocó defender la Ladrillera hasta que al final de la tarde los franceses exhaustos se retiraron en buen orden. No volví a pelear contra ustedes sino hasta marzo de 1863. Durante ese terrible sitio de Puebla, defendí la línea de San Agustín sin mayor problema. Nos acabó el hambre. Nos rendimos el 17, una rendición muy digna frente a un enemigo caballeroso. Dos días después tuve la oportunidad de escapar tranquilamente, saliendo por la puerta, confundido entre las visitas. Acompañé al gobierno de Juárez, cubriendo su retirada hacia el norte, hasta que me encargaron la defensa de la ciudad de Oaxaca. 

Recuerdo perfectamente el juego de las tres esquinas; los franceses construían un camino para llevar su artillería pesada a Teotitlán. Mi Ejército de Oriente adoptó entonces la guerra de guerrillas. Brincourt tenía toda la razón en lo que decía a Bazaine cuando le reclamaba libertad de maniobra.

El Ejército de Oriente en Oaxaca era la última gran fuerza organizada de la república, por eso Bazaine decidió hacer una campaña formal contra nosotros. Me preparé para un sitio, dejando fuera de la ciudad las dos brigadas de caballería. 

El 8 de febrero de 1865 hice personalmente la rendición de la ciudad; esa misma noche quedé en el cuartel de Bazaine en calidad de prisionero; habíamos negociado personalmente, cara a cara, la rendición. Ahí nos conocimos y seguimos siempre en muy buenas relaciones. ¿Cómo han podido ver en este hombre un traidor? Me consta que era un militar pundonoroso y un hombre de palabra.”


(Tomado de Meyer, Jean - Yo, el francés. Crónicas de la Intervención francesa en México, 1862-1867, Maxi Tusquets Editores S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 2009)

lunes, 2 de junio de 2025

Ferrocarriles urbanos, 1877



 Ferrocarriles urbanos 


Tomado de: El siglo XIX, 

6 de noviembre de 1877


He aquí las condiciones bajo las cuales la empresa de ferrocarriles urbanos y el ayuntamiento de México, convinieron en extender las líneas existentes en 1877: 

De la Plaza Mayor, por las calles de la Monterilla hasta Necatitlan y plaza del Árbol, para enlazarse con la que existe en San Lucas. De la plaza, por el Seminario, hasta el Puente Blanco, callejón del Tepozán, y ligarse con la de Peralvillo. De la plaza de Villamil, por Magueyitos, Hidalgo, Lerdo, Camelia y Guerrero, hasta unirse con la de San Fernando. De la estación de la empresa por la calle de las Artes en la Colonia de los Arquitectos, hasta la iglesia de San Cosme; y de allí hasta la plaza del Mercado, extremidad de la calle de Santa María de la Ribera. 

La línea de San Cosme se prolongará de la antigua garita hasta la iglesia del mismo nombre. Las obras se ejecutarán sin entorpecer el tránsito del público; serán por cuenta de la empresa las que hayan de hacerse en las calles, a fin de que éstas queden en buen estado para el servicio público; al terminarse el ferrocarril, quedará obligada la empresa a hacer la limpia de las atarjeas, siempre que así lo acuerde la comisión de obras y la dirección del ramo. 

La empresa ejecutará sus trabajos de modo que no se emprenda un tramo mientras no se termine el comenzado y se deje desembarazada la vía; si se suspenden los trabajos por más de dos semanas se repondrá el pavimento y se dejará limpio de escombros; no podrá entrar a usar la empresa otra tracción que la animal; la anchura de la vía y dimensiones de vagones será las usadas actualmente. 

Dentro de seis meses darán principio a sus trabajos y a las seis siguientes estarán terminadas las líneas de San Cosme, de la Colonia de los Arquitectos, y las del Norte y Sur de la ciudad. Las otras las empezarán dentro de un año, quedando terminadas al año y medio; pasados estos plazos, salvo el caso de fuerza mayor, sin que se haya cumplido con lo expuesto, se dará por caduca la concesión, pudiendo otorgarse a otra persona o empresa, debiendo en ese caso la empresa reponer o indemnizar los perjuicios que hubiera causado en las vías públicas. 

Durará la concesión 99 años, terminados los cuales se podrán modificar estas cláusulas, y las dificultades que pudieran suscitarse se resolverán por el ayuntamiento y en definitiva por el gobernador del Distrito, con exclusión absoluta de la autoridad judicial.


(Tomado de: Ruiz Castañeda, María del Carmen. La ciudad de México en el siglo XIX. Colección popular Ciudad de México #9. Departamento del Distrito Federal. Secretaría de Obras y Servicios, 1974). 

lunes, 26 de mayo de 2025

Matías Romero, sobre la política que adoptará Lincoln, 1860

 


Matías Romero informa sobre la política que se supone adoptará Lincoln respecto a México al asumir el poder. 


Washington, noviembre 25 de 1860.

Excelentísimo señor ministro de Relaciones Exteriores.

Heroica Veracruz .

Excmo. señor:

Después de escrita mi nota reservada número trece, fecha de ayer, relativa a las complicaciones que hay en la política de este país y el provecho que de ellas puede sacar México, recibí una carta de una persona que reside en Nueva York, que se ocupa bastante de los sucesos de México y que asegura que ha adquirido de una fuente muy respetable y del carácter más fidedigno, lo que pasó a referir respecto de la política que la administración republicana, que se instalará el 4 de marzo próximo, se propone seguir en los negocios de México. 

La parte relativa de dicha carta es como sigue: 

"La política de la nueva administración será ocuparse desde luego de la cuestión mexicana haciendo de ella una cuestión nacional, a fin de distraer la atención pública del asunto de la esclavitud. Los dos grandes puntos de nuestra política con referencia a México serán: 

"1°- Asegurar una tranquilidad duradera en la República Mexicana con más efectivo auxilio moral y pecuniario, concedido al único partido que puede consolidar allí un Gobierno estable, el partido cuyos principios están de acuerdo con las tendencias del siglo, a saber, el partido liberal constitucional y 

"2°- Asegurar una gran expansión de nuestro tráfico con México, por medio de un tratado de comercio basado sobre principios amplios de reciprocidad mercantil. 

"La necesidad de facilitar de alguna manera fondos para sostener por algunos años un Gobierno estable se comprende en la primera proposición.

"El nombramiento de un nuevo Ministro será uno de los primeros actos de la próxima administración y se tendrá gran cuidado de elegir a una persona cuyos deseos y habilidades la hagan propia para desarrollar ese plan”.

Todo lo cual tengo la honra de comunicar a V. E. para conocimiento del Excmo. señor Presidente.

Reproduzco a V. E. con este motivo las seguridades de mi muy distinguida y respetuosa consideración. 

Dios y Libertad.


Matías Romero


(Tomado de: Tamayo, Jorge L. - Benito Juárez, documentos, discursos y correspondencia. Tomo 3. Secretaría del Patrimonio Nacional. México, 1965)

miércoles, 21 de mayo de 2025

Los charros franchutes

 


Los charros franchutes 


Hacía principios de siglo [XX] se asentó a tal grado la influencia musical europea, que casi no se escuchaban más que canciones italianas y francesas (algunas de ellas hechas en México). La situación fue descrita por Manuel M. Ponce en estos términos: "La música vernácula agonizaba en las perdidas rancherías del Bajío... Sufría el desdén de los compositores más prestigiados y se escondía como chicuela avergonzada, ocultando su origen plebeyo a las miradas de una sociedad que solo acogía en sus salones a la música de procedencia extranjera y con título en francés. Hubiérase juzgado un enorme atentado contra su majestad el chic, la intromisión de una canción vulgar en el programa de una esplendorosa soirée." 

En 1901, el pianista y compositor Miguel Lerdo de Tejada, hombre extremadamente inquieto y emprendedor, fundó su Orquesta Típica y vistió de charros a sus músicos para distinguirlos de quienes sólo interpretaban música europea. Sin embargo, la tendencia imperante era tan fuerte que ni el mismo Lerdo de Tejada logró escapar de ella. Los músicos charros causaban admiración, pero de sus instrumentos seguía fluyendo música de estilo europeo. El propio Lerdo compuso muchas canciones (Perjura, la más popular de ellas) en las cuales la calidad es tan elevada como obvia su inspiración europeizante. 

Durante los últimos años del régimen de Porfirio Díaz, la Orquesta Típica de Miguel Lerdo de Tejada fue vista como fidelísima intérprete de la música mexicana e incluso viajó al extranjero con la misión de darla a conocer "en todo su valor". Pero esas pulcras interpretaciones no representaban la exaltación sino la mediatización de la canción popular de México.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

lunes, 12 de mayo de 2025

La ciudad de México en el siglo XIX


 La ciudad de México en el siglo XIX 


Introducción 


La fisonomía de la ciudad de México en el siglo XIX empieza a perfilarse en las postrimerías de la centuria anterior.

Gracias a Francisco Sedano, sabemos que en 1790 México comprendía 355 calles y 146 callejones; 90 plazas y plazuelas y 12 barrios diversos (Francisco Sedano. Noticias de México... desde el año de 1756... J. García Icazbalceta, editor. México, Imprenta de Barbedillo y Cía. 1880. p. 72-74). 

Según el plano del Teniente Coronel Diego García Conde, quien hace un cálculo más conservador, en 1793 la ciudad contaba con 397 calles y callejones; 78 plazas y plazuelas; 14 parroquias, 41 conventos, 10 colegios principales, 8 hospitales y 3 recogimientos. 

El siglo XVIII fue el siglo de las grandes mejoras materiales que tendían a llegar aun a los suburbios de la ciudad. 

El Duque de Linares, 35o. Virrey de la Nueva España (1711-1716), inició la construcción del acueducto de Belén, de Chapultepec a la Fuente del Salto del Agua. El Conde de Fuenclara, cuadragésimo Virrey (1742-1746), se ocupó de reparar las calles de la capital y en asear la población. Bucareli y Ursúa, cuadragésimo sexto (1771-1779), concluyó el acueducto de Belén, construyó el paseo de su nombre y reglamentó el tránsito de vehículos en la capital. Su sucesor, D. Martín de Mayorga, realizó en 1783 la primera división política de la ciudad de México en ocho cuarteles mayores, cada uno subdividido en otros cuatro menores, lo que dio como resultado 32 cuarteles regidos por Alcaldes. Don Matías de Gálvez, que sucedió al anterior en el gobierno de la Nueva España (1783-1784), atendió al empedrado de las calles. 

Al segundo Conde de Revillagigedo, quien ocupa el quincuagésimo segundo lugar en la lista de virreyes novohispanos (1789-1799), corresponde el mérito de haber transformado el aspecto de la ciudad de México. Despejó y embelleció la Plaza Mayor, organizó los mercados públicos; hizo cegar numerosas zanjas y acequias; reglamentó el alumbrado público, que hasta entonces había quedado a cargo de los particulares; estableció la policía de seguridad y de ornato; atendió el embanquetado y la nomenclatura de las calles, y abrió nuevos paseos y calzadas, como la avenida que lleva su nombre. 

La importancia de México como centro económico se manifiesta en la paulatina aparición de tiendas de comercio, que habían sido muy escasas en los siglos anteriores, y en la creación del Mercado del Volador, en 1792, por mandato del Conde de Revillagigedo, y un año después, del mercado de la Cruz del Factor, donde se refugiaron los vendedores ambulantes y puesteros que habían sido desalojados de la Plaza Mayor. (Manuel Carrera Stampa. Planos de la ciudad de México. Bol. de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. T. LXVII. México, marzo-junio de 1949, p. 302 y SS.).

En el último cuarto del siglo XVIII, se abren nuevas arterias que favorecen la prolongación axial del núcleo urbanizado: el Paseo de Bucareli (1775), el de la Viga, debido al Conde de Gálvez (1785) y el de Revillagigedo (1790).

A principios del siglo XIX, la ciudad desconoce definitivamente los linderos de la "Traza" y se ensancha sobre todo al Poniente y al Sur, sobre las avenidas recientemente inauguradas. El crecimiento progresivo desplaza el centro topográfico de la misma, de la Plaza Mayor, a la esquina que ahora ocupa el Correo Central. Pero el crecimiento no sólo es superficial: también aumenta la densidad de población. "Con el aumento de población, fue preciso disminuir la extensión de las habitaciones, aumentar los pisos y reducir el tamaño de los patios, suprimir las cuadras espaciosas, los jardines y los sembrados…” (Manuel Rivera Cambas. México pintoresco, artístico y monumental... México, Imprenta de la Reforma, 1880. Vol. I. p. 19-20).

En 1805, México cuenta con unos 130,000 habitantes, que para 1811 han aumentado a 168,846. 

En su aspecto externo, "todavía en el año de 1810, la ciudad de México presentaba en casas, palacios, hospitales y conventos, modelos de cada uno de los estilos que en el curso de tres centurias habían caracterizado la arquitectura colonial, desde el plateresco hasta el churriguera, que tanto predominó en el siglo XVIII... Apenas comenzaba Tolsá a hermosear la ciudad con sus elegantes y clásicos edificios" (Luis González Obregón. México 1810. Editorial Stylo, 1943, p. 19-20).

Aún después de consumarse la Independencia, nuestra ciudad conserva su apariencia monacal. Las crónicas de los viajeros de la primera mitad del siglo XIX coinciden en alabar su importancia, la suntuosidad de sus templos, el magnífico aspecto de sus edificios y la rectitud de sus calles, que contrastan con el descuido y suciedad de los arrabales y el abandono de los servicios urbanos. En el México de entonces no existían plazas públicas ornamentales: las que había se destinaban a sitios de carruajes y a la ordeña del ganado. 

La ciudad fue erigida en Distrito Federal, comprendiendo sus alrededores, en noviembre de 1824. Los sucesivos gobiernos atienden, en la medida de sus posibilidades, los servicios públicos más urgentes. Sin embargo, todavía en 1850, el aspecto de la ciudad en lo referente a ornato, limpieza y alumbrado de las calles, pavimentación y embanquetado de calles, sigue siendo desastroso. 

Entre las primeras obras de planificación de la etapa independiente, cuenta la ampliación de la Avenida de los Hombres ilustres (Ave. Hidalgo), que se inició en 1852; la empresa prosiguió, aunque interrumpida por las contingencias políticas; en 1879 la demolición del antiguo acueducto de la Mariscala llegaba ya a la Tlaxpana. El acueducto de la Verónica se fue sustituyendo por cañería subterránea. 

Al principiar la segunda mitad del siglo XIX, la ciudad tenía 245 manzanas, 304 calles, 140 callejones, 90 plazas y plazuelas, y 4,100 casas de piedra (Marcos Arróniz. Manual del Viajero en México. París, Librería de Rosa y Bouret, 1859, p. 38). La municipalidad de México seguía conservando su división colonial en 8 cuarteles mayores y 32 menores.

Por decreto del 22 de agosto de 1851, se fijaron como suburbios las calles y plazas que quedaban fuera de una línea imaginaria que pasaba a espaldas de la iglesia de San Hipólito, la estatua de Carlos IV, la puerta de la Ciudadela; al oriente de la iglesia de San Pablo, por el convento del Carmen y llegaba al puente Blanco. [José I., Cossío. Guía retrospectiva de la ciudad de México, 1941, p. 320-321]

La verdadera transformación de México comienza después de la Reforma, debido a las diferentes leyes que afectaron las propiedades de la Iglesia. Se inicia en 1861, al efectuarse la refundición de los conventos de la misma orden, y culmina con la ley de exclaustración de religiosas y religiosas de febrero de 1863, la nacionalización de bienes eclesiásticos y la secularización de cementerios, hospitales y establecimientos de beneficencia. 

De 1856 a 1861, los reformadores demolieron los conventos de San Fernando, Santo Domingo, San Agustín, San Francisco, La Merced, La Concepción, etc. Nuevas vías de comunicación se abren paso entre los escombros y nuevos edificios surgen sobre los cimientos de los templos arruinados. Varios conventos e Iglesias no afectados por el derrumbe, se destinaron a otros usos: bibliotecas, escuelas, cuarteles.

La breve etapa que corresponde al Imperio de Maximiliano afectó sobre todo la composición demográfica de la capital, atrayendo vecinos europeos que se radican sobre todo en las colonias de Santa María y de Guerrero, y favoreció el crecimiento radial de la ciudad con la apertura de nuevas avenidas, como el Paseo de la Reforma, iniciado en 1864, que determinará la creación de colonias aristocráticas, situadas al sur. 

A la restauración de la República, el cuadro que presentaba la ciudad era poco alentador. Un cronista la describe como una "ciudad poco higiénica, de sucias calles, con defectuosísimos desagües, de nula corriente y mal dispuestas; cuyas vías públicas en general se inundaban de acera a acera en pleno tiempo de aguas; con malos pisos de piedra y peores embanquetados, con alumbrado escaso y deficiente…” [Galindo y Villa. Historia sumaria de la ciudad de México. México. Editorial Cultura, 1925, p. 209]

Uno de los primeros cuidados del gobierno republicano consistió en el levantamiento de un plano de la ciudad, en 1869. La superficie de la ciudad para esta fecha era de 15,329.113 metros cuadrados y la longitud de su perímetro de 15.681 m. de N. a S., desde la Garita de Peralvillo a la de la Candelaria (Calzada de San Antonio Abad), se cuentan 4,500 m.; y de E. a W., del Puente de San Lázaro hasta San Cosme, 4800 m. [Ibid. p. 199]

La paz porfiriana, aunque negativa en lo político, propició un extraordinario desarrollo de la ciudad, tanto en extensión superficial y aumento de densidad, como en el incremento de los servicios públicos. 

A partir de 1880, en terrenos que habían pertenecido a los ejidos de la ciudad, aparecen sucesivamente, dilatando el perímetro urbano por diversos rumbos, las colonias de La Teja y Violante (1882), Morelos (1886), del Rastro, Indianilla e Hidalgo (1889); San Rafael (1890); Limantur y Candelaria Atlampa (1891); Díaz de León y de la Maza (1894); del Paseo (1897); Peralvillo (1899); Condesa, Roma y de la Bolsa (1902); Nueva del Paseo (1903); Cuauhtémoc (1904); de La Viga (1905); Escandón y de los Arquitectos (1909); del Chopo (1910); Balbuena y otras (1903); Juárez, del Paseo y de Bucareli o Americana (1906). 

En 1887, el Distrito Federal tenía una extensión superficial de 1,200 kilómetros cuadrados. Formaban el Distrito Federal la Municipalidad de México y Prefecturas divididas en municipalidades: Municipalidad de Tacubaya (Tacubaya, Tacuba, Cuajimalpa, Santa Fe y Mixcoac); Tlalpan (Tlalpan, San Ángel, Coyoacán, Iztapalapa, Iztacalco); Xochimilco (Xochimilco, Milpa Alta, Tulyehualco, San Pedro Actopan, Oxtotipan, Mixquic, Tláhuac, Hastahuacan), y Guadalupe Hidalgo (Guadalupe, Azcapotzalco).

Los decretos del 15 y 17 de diciembre de 1898 fijaron los límites del Distrito Federal, dividiéndolo en 13 municipalidades: México, Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, Tacuba, Tacubaya, Mixcoac, Cuajimalpa, San Ángel, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco, Milpa Alta e Iztapalapa, a cargo de prefectos políticos. El decreto del 28 de julio de 1899 circunscribió la Municipalidad de México limitándola al N. por las de Azcapotzalco y Guadalupe Hidalgo; al E. y  SE. por la de Iztapalapa; al S por la de Mixcoac; al S. W. por la de Tacubaya, y al W. por esa misma municipalidad, la de Tacuba y parte de la de Azcapotzalco. Su extensión superficial se calculó en en 20.000,000 de metros cuadrados. 

Para los efectos del dictamen aprobado por el ayuntamiento, en mayo de 1904, se supone a la ciudad dividida en cuatro cuadrantes, cuyos ejes se cruzan en la esquina del Correo Central. 

A principios del siglo actual, la ciudad ha triplicado sus dimensiones superficiales y sigue ensanchándose sobre todo al Oeste y Sudoeste. 

Según los datos suministrados por las guías de la ciudad de esta época, la ciudad, que en 1892 contaba con 554 manzanas que formaban 950 calles, 15 plazas y 66 plazuelas, hacia 1905 tenía ya 1,300 calles, 69 plazas y varios jardines. 

De 1895 a 1905 se mejoran notablemente los ramos de mercados, paseos, jardines, comunicaciones urbanas, alumbrado, saneamiento, pavimentación, abastecimiento de aguas potables, drenaje, vigilancia pública, etc., y se inicia una etapa de construcción de obras de utilidad común y de ornato. 

De 1891 a 1900 se extiende progresivamente la pavimentación con adoquines de asfalto, que en 1903 se sustituye por el sistema de láminas de asfalto. En 1896 se cambia el sistema de tranvías por tracción animal, por los tranvías eléctricos, y se implanta el alumbrado eléctrico en las calles céntricas. Un año después se sustituye el sistema de atarjeas y colectores por otro más moderno. 


(Tomado de Ruiz Castañeda, María del Carmen. La ciudad de México en el siglo XIX. Colección popular Ciudad de México #9. Departamento del Distrito Federal. Secretaría de Obras y Servicios, 1974).

lunes, 28 de abril de 2025

El kiosko morisco: DF

 


El kiosko morisco: D.F.

El único kiosco morisco de fierro fundido que hay en el mundo no está en Arabia, ni siquiera en España. Se encuentra en México, y para ser más precisos, en la colonia Santa María la Ribera de la Ciudad de México. 

Aparte de ser morisco, tiene otras particularidades. Es totalmente desarmable, y a pesar de que está a punto de cumplir un siglo se conserva en buen estado. Fue concebido como stand para que México lo presentara en la exposición de Nueva Orleans, y así destacó por su alarde de originalidad y talento de los mexicanos. El kiosko tuvo un costo aproximado de 250 mil pesos de aquel entonces.


El arquitecto Castro Reguera, quien dirigió la última restauración, opina que fue la respuesta de México a los alardes mundiales del empleo de fierro fundido en la construcción, luego de que empezó a usarse en la exposición de París con la Torre Eiffel. 

La respuesta de México sorprendió a todos, pues si bien se necesitaron 20 carros de ferrocarril para trasladarlo a la ciudad de Nueva Orleans, nuestro kiosko dejó a los conocedores con la boca abierta, ya que todas las construcciones moriscas de la época estaban hechas con estuco o yeso, y el kiosko mexicano es de fierro fundido, tiene la belleza del estilo morisco y es totalmente desarmable y transportable. 

De diciembre de 1884 a mayo de 1885 el kiosko morisco estuvo montado en Nueva Orléans, donde obtuvo cinco diplomas de reconocimiento. De allí el kiosko morisco fue a Centroamérica, siempre como pabellón de exposiciones mexicanas. Al regresar a México fue instalado en la Alameda Central, pero como nadie es profeta en su tierra: fue concesionado a una lotería de monitos. En 1920 pasó a adornar lo que entonces era una colonia exclusiva, Santa María la Ribera. Poco a poco fue cayendo en el abandono, hasta que se convirtió en campo de fútbol y en basurero. 


En los años cincuenta el regente de la ciudad Ernesto P. Uruchurtu lo mandó a restaurar, sólo que no se empleó la técnica adecuada y a fines de 1977 el gobierno capitalino volvió a ocuparse del kiosko, confiándole la restauración al arquitecto Jorge Castro Reguera, asesorado por Bellas Artes. 

La restauración tardó casi un año, el kiosko recobró su dignidad y ahora es de nueva cuenta adorno y orgullo de la Alameda de Santa María, donde se encuentra el único kiosko morisco de fierro fundido que hay en el mundo.


(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)

viernes, 25 de abril de 2025

Cuando la gran inundación, 1888

 


Cuando la gran inundación


Tomado de México Gráfico

14 de octubre de 1888. 


Han de saber ustedes que hace muchos años llovió muchísimo, y se salieron de madre los ríos y las lagunas, derramándose sobre todas las calles; pero tanto, tanto, que se ahogaron muchos pobres que vivían en cuarto bajo, se cerraron las iglesias y los ricos salían en canoa. El señor virrey y el señor arzobispo andaban seguidos de muchas canoas con recaudo, manteca, pollos, carne y maíz, repartiendo a los pobres 

-¿Y todos se quedarían sin misa? 

-¡Qué se habían de quedar! Si ordenó Su Ilustrísima que en las bocacalles se pusieran tablados con su altar, y allí los señores sacerdotes ofrecían los domingos. Los ricos estaban contentísimos. Cómo no lo habían de estar, si a la puerta de sus casas les llevaban todo, y tenían canoas, que las alfombraron y les pusieron toldo con banderita, y así iban a visitar a las gentes, pudiendo meter esas canoas hasta las escaleras de las casas. 

-Pero eso sólo en los zaguanes anchos, porque aquí no hubieran podido. 

-Se entiende, hija, se entiende. Y como en México todo se vuelve farsa, cuando ya estaban acostumbrados salían en las noches de luna a cantar con sus guitarras los jóvenes de aquella época. 

-¡Ay! ¡Qué bonito hubiera sido estarlos oyendo desde un balcón, y luego ver alejarse la canoa con su remos chapaleando.

***

-Bueno, pero qué sucede, ¿nos inundamos o no?

-Pues no; porque ya hay unas bombas muy grandotas que están sacando el agua.

-¿Y para dónde la sacan?

-Pues para la laguna. 

-Y la laguna ¿para dónde la echa?

-Pues para México. 

-Entonces, ¿es el cuento de nunca acabar?

-Eso yo no lo sé. Es cosa que solo entienden los medidores que han nombrado el gobierno. Pero lo que sí les puedo asegurar a ustedes, es que habrá peste de enfermedades en cuanto se vaya las lluvias. Hay calles donde da dolor tener narices. 

-Todas las calles que se llaman puente es porque lo tenían, y ahora que no lo tienen no se puede pasar por ellas. 

-Será cosa de volver a poner los puentes y mandar hacer las canoas.


(Tomado de: Ruiz Castañeda, María del Carmen. La ciudad de México en el siglo XIX. Colección popular Ciudad de México #9. Departamento del Distrito Federal. Secretaría de Obras y Servicios, 1974). 

domingo, 20 de abril de 2025

Pacto social de los mexicanos, 1823

 



El pacto social de los mexicanos

[Loa a la independencia mexicana]

1823

Francisco Severo Maldonado 


Compatriotas: 

Ya sois libres, ya sois independientes: pero la independencia no basta por sí sola para hacer venturosa a la nación. Independientes son los Japoneses y los Chinos, independientes los Apaches y los Turcos, independientes las naciones más cultas de la Europea, envanecidas con sus constituciones y cartas o códigos políticos que a pesar del entusiasmo con que los aplaude la irreflexión o la ignorancia, no han bastado jamás para sacar de la abyección y la miseria a las grandes masas de los pueblos. Sólo un gobierno sabio e ilustrado, solo un gobierno que sepa abrazar todos los objetos de la pública y generar prosperidad bajo todos sus aspectos y atar todas sus relaciones, solo un gobierno montado sobre sus verdaderos quicios, cimentados sobre leyes dirigidas a afianzar infaliblemente a todos y cada uno de los ciudadanos sus derechos naturales e inviolables, única base y único fin de toda institución social, es el que puede haceros felices, preparar y consumar la regeneración política de los habitantes del vasto y opulento imperio mejicano. 

¡O águila sublime y generosa de Anáhuac! llegó por fin el fausto y bien hadado día en que, rotas las cadenas que impedían tu libre vuelo, puedas ya remontarte a la mayor altura. Apenas la fama de tu emancipación va a cundir y extenderse por la redondez de la tierra, cuando las naciones todas van a fijar sobre ti sus ojos perspicaces, o para celebrar el tino y la firmeza de tus primeros movimientos y recibir de ti lecciones de instrucción y de consuelo, o para mirar con desdén y compasión tu torpeza y extravíos. Ya que tus hijos han entrado más tarde, que los demás pueblos en la carrera de la libertad política; no, llenarán toda la elevación de tus altos y heroicos destinos, si alumbrados con la experiencia y luces de los gobiernos que les han precedido, no aciertan a formar un código que, asegurando tu felicidad interior por todos los medios, te convierta en el ídolo de todos los pueblos civilizados, y en un objeto de consolación y reconocimiento para todos los habitantes del mundo conocido. Tal debe ser forzosamente una ley orgánica y fundamental, deducida de las fuentes puras de la naturaleza, madre común de todos los mortales, y del incorrupto manantial del evangelio en que el mismo verbo santo, descendido del seno del padre de las luces, impuso a todos los hombres como una ley estrecha, la del amor recíproco y fraterno. 

Sí, mis amados compatriotas: la ley natural y la ley evangélica, éstas dos amables e íntimas hermanas que se ligan perfectamente y conspiran de consuno a la felicidad del hombre en el estado social, ved aquí las dos guías luminosas y brillantes que constantemente me han venido conduciendo en toda esta obra, que aunque dirigida desde luego a la nación española, porque tanto le conviene a ella, como a otras cualesquiera, y porque las circunstancias no me han permitido observar otro lenguaje, está sin embargo especialmente compuesta y formada para vosotros. Ilustre y generoso apóstol de la Puebla, inmortal y esclarecido Pérez, Troncoso, Herrera, Mier, Bustamante, Quintana Roo, Azcárate, Lloreda y algunos otros, que despreciando anatema fulminados por la superstición y el despotismo, sacudistéis en tiempo el baño de barbarie, adquirida en las escuelas españolas, y os habéis empapado en las buenas fuentes del derecho natural y público, vuestra concurrencia es la que imploro a nombre de la patria, uníos conmigo para zanjar los cimientos del imperio más firme, floreciente y duradero de todo el universo. * Sabios americanos, recomendables por vuestro acendrado patriotismo y por la profundidad y la extensión de vuestras luces, a vosotros toca censurar, criticar, adicionar y corregir este proyecto que tenga los defectos que tuviese, mejora notablemente la condición de todos los individuos de la generación presente, y remueve las causas radicales de los grandes males que aquejan a todos los estados, causas que han dejado intactas y vigentes los códigos inglés, francés y gaditano que solo tiene de español el nombre, pues en todas sus páginas respira lo galo y lo bretón con no pocos resabios del bárbaro y odioso feudalismo. Por desgracia no faltan entre nosotros algunos entusiastas  de ese plagio indecente y mal zurcido. Yo, para batirlo, no me valdré de otro argumento, que del irrefragable de los hechos, que de sus amargos y ominosos frutos. El ha dividido en bandos a la España, el ha desunido a los españoles a quienes debería haber unido estrechamente, el ha puesto a la nación en los bordes de su ruina. Extraño por cierto y azaroso beneficio, el que solo puede introducirse a la bayoneta, es decir, con el único argumento que propagó y mantiene vivo el islamismo en el oriente. Se cree comúnmente que la opresión y las desgracias de los pueblos no proviene de las leyes, sino de la de su transgresión o falta de observancia ¡ilusión peligrosa! ¡error grosero! Cuando la ley es buena, identifica a los gobernantes con los gobernados, todos y cada uno de los ciudadanos tienen un conocido interés en su más puntual, seguro, exacto y religioso cumplimiento. O americanos, adoptad el código que he tenido la noble osadía de proponeros, y bajad a los infiernos, sacad de sus abismos los espíritus más obcecados y confirmados en el mal para colocarlos en los puestos y empleos de todo género, y los veréis por una consecuencia inevitable, forzosa y necesaria de la buena legislación, obligados a conciliarse el amor, el respeto y la gratitud de los pueblos. Continuemos exponiendo este código, para que nuestros paisanos puedan convencerse de la certeza de nuestros vaticinios y promesas.


(Tomado de: Briseño Senosiain, Lillian; Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (investigación y compilación) - La independencia de México: Textos de su historia. Tomo III El constitucionalismo: un logro. Coedición SEP/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, D.F., 1985)

lunes, 14 de abril de 2025

Suárez y Navarro informa desde Mérida, 1860

 


Suárez y Navarro informa desde Mérida


Mérida, noviembre 17 de 1860 

Excmo. Sr. Presidente de la República 

don Benito Juárez 

Mi señor y amigo que aprecio:


Como adición a última hora de mis dos anteriores, tengo que añadir dos incidentes de bastante gravedad respecto a la cosa pública de este Estado y otro respecto a mi viaje. 

Sea el primero que por comunicaciones llegadas aquí el 10, los capitanes de los indios sublevados han propuesto la paz y aunque ya corría en el público esta especie, yo no quise decir a usted nada en mi carta del 12 hasta no saber auténticamente el hecho; la tira adjunta instruirá a usted de lo sucedido. Creo que usted lo recibirá de oficio así como en el expediente instruido en Campeche sobre los indios cogidos en Sisal; por esto no me extiendo en dar pormenores sobre ambos acontecimientos. 

Parecía que la guerra entre Campeche y Mérida no se efectuaría; pero nuevos incidentes me hacen creer que se realizará esta guerra que juzgo desastrosa para ambas partes. Parece que Campeche ha ministrado armas, gente y dinero a un Sr. Vargas, el cual ha reunido 400 según unos, o 500 según otros, y ha ocupado el Partido de Maxcanú (a) 12 leguas de aquí y que viene sobre esta ciudad. Probablemente dentro de pocos días sucederá algo que complique más los males de este infeliz país. 

Parece que la desgracia me fuerza a hacer alto aquí y no irme, como lo deseaba, en el regreso del vapor. 

Vea usted la carta adjunta y juzgue usted si tendré medios para moverme y recursos con qué vivir; estoy, pues, lleno de miseria porque la paga que recibí en septiembre, me ha sido insuficiente para pagar lo que he consumido en seis meses que hace estoy viviendo de prestado. 

Si usted no ordena que conmigo no habrá la orden que se cita, estoy en la incapacidad de hacer nada; por esto, aquí espero las ulteriores órdenes de usted.

Soy con el mayor afecto su servidor q. b. s. m.

Juan Suárez y Navarro 


P. D. Al pegar mi carta, sé que Sisal ha sido ocupado por las tropas de Campeche y que tropas de Maxcanú avanzan. Creo que sería bueno el que usted se decidiera a nombrar una comisión que mediase y pusiera término a los males que preveo y que veo indudables.


(Tomado de: Tamayo, Jorge L. - Benito Juárez, documentos, discursos y correspondencia. Tomo 3. Secretaría del Patrimonio Nacional. México, 1965)

lunes, 24 de marzo de 2025

Miguel Guridi y Alcocer

 


Guridi y Alcocer (Miguel) .-Nació en el pueblo de San Felipe Ixtacuiztla (E. de Tlaxcala). Hizo sus estudios en el seminario seminario Palafoxiano de Puebla, fue catedrático de Filosofía y Sagrada Escritura y censor de la Academia de Bellas Artes. En la Universidad de México fue graduado de doctor en Teología el 9 de octubre de 1790. Fue cura de Tacubaya y, nombrado diputado a Cortes, pasó a España en 1810. Volvió a México en 1813, y fue nombrado provisor y vicario general del arzobispado, y después cura del Sagrario. Escribió: Arte de la lengua latina. México, 1805. -Disertación sobre los daños que causa el juego. Representación de la diputación americana sobre las convulsiones de la América. Londres, 1812. -Curso de Filosofía moderna. Sermones. Tres tomos. Informes sobre la inmunidad eclesiástica. Discursos varios. Poesías líricas y dramáticas. Apología de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, México, 1820, y una larga y muy extraña relación de su propia vida.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

jueves, 20 de marzo de 2025

Postes telefónicos, 1882


Postes

Tomado de El Jueves. 21 de diciembre de 1882.


Los primeros postes telefónicos estropearon de tal manera la estética de la ciudad, que los capitalinos protestan en todos los tonos; contribuye a la animadversión despertada por los adefesios, el hecho de que la compañía telefónica es extranjera. 

Vemos con pena que las autoridades no han hecho ninguna gestión para con la Compañía Telefónica y que ésta sigue sus tareas sin tropiezo, contribuyendo a que las calles de la ciudad pierdan el poco ornato que tenían. Dentro de poco tiempo con esos bosques horribles en que han convertido la ciudad, los habitantes no transitarán por las aceras, ni podrán asomarse a los balcones y ventanas los que pagan por disfrutar la vista de la calle. Si esta empresa llenara una exigencia social, podrían disculparse los adefesios con que nos está molestando, pero no prestando ninguna utilidad por su mal servicio.


(Tomado de: Ruiz Castañeda, María del Carmen. La ciudad de México en el siglo XIX. Colección popular Ciudad de México #9. Departamento del Distrito Federal. Secretaría de Obras y Servicios, 1974).

jueves, 6 de marzo de 2025

Juárez acelera las operaciones sobre México, 1860

 


Juárez desea se aceleren las operaciones sobre la ciudad de México, 1860 


Teúl, noviembre 13 de 1860.

Excmo. Sr. don Manuel Doblado.

Guanajuato 

Muy señor mío y amigo:

Acabando de recibir la apreciable suya ha llegado también un extraordinario de Guadalajara que trajo varias noticias importantes para todos los jefes que actualmente figuran en beneficio de la actual revolución, una de ellas alarmante por las complicaciones que pueden resultar por el negocio de la ocupación de la conducta de platas y otras muy favorables respecto al giro -que la unidad y energía de los jefes han sabido mostrar- para salvar circunstancias muy críticas, cuyo curso habría desnaturalizado en totalidad los trofeos que nuestro partido ha conseguido por la unidad del Ejército Federal. Las primeras se refieren a que si no se indemnizan las sumas extranjeras de la conducta que se tomó, hay un conflicto, porque sabe que circula la noticia de una junta de Ministros extranjeros en Jalapa para tomar el partido que crean más ventajoso y será probablemente el apoderarse de los puertos de nuestra República. 

El señor Juárez, para evitar tal conflicto, quiere que se aceleren las operaciones de guerra sobre México y que, concluyendo pronto, pueda irse el grueso del Ejército Federal a impedir el golpe que se prepara; también hace una excitativa para impedir en lo moral tal golpe y ésta se refiere a que cada Gobernador se comprometa a satisfacer proporcionalmente al poder monetario de su Estado, un contingente que permita y sea susceptible de indemnizar en compañía las cantidades sustraídas y los daños y perjuicios a que la reclamación de dichos caudales pueda dar lugar. 

Las segundas consisten en que el Excmo. Sr. don Santos (Degollado) quiere sustraerse al ridículo que ha caído sobre él, así como también la censura que ante el Gobierno General y ante la Nación toda, se ha contraído por la ocupación de la conducta como por su malhadado plan que seguramente viene a complicar un tanto la situación; el tal modo consistió en un pronunciamiento que iba a efectuar mandando a Zaragoza, sin tener ya facultades para ello, que toda la fuerza la pusiera a las órdenes del Sr. (López) Uraga, a quien confería sus omnívoras facultades y le hacía observaciones muy exageradas con respecto a personas que si bien deben pagar con sus intereses, había de ser más bien por un conducto adecuado. Usted adivinará el resto, pues no se pueden encomendar a la pluma, cosas que por un extravío puedan interpretarse desfavorablemente. La persona contra que se procedía es Muñoz Ledo, a quien se debían intervenir sus bienes todos, para indemnizar los perjuicios ocasionados…

El Sr. Zaragoza desconoció el mandato de don Santos y respondió a Uraga dignamente lo mismo que a Mirabete, ayudante de don Santos, que venía de orden superior a encargarse de la comisaría. Todos estos golpes, dados en falso, lo han desconcertado a tal grado que no es posible sea capaz de aventurar nada nuevo. 

Se dice vagamente que (López) Uraga estaba en el complot dirigido desde que sé yo qué punto, creo que de México. 

Dos comunicaciones llegaron a la vez para las destitución de don Santos, una por la ocupación de la conducta, otra por el plan Mathew-Degollado. Todo esto es demasiado serio para verlo como un acontecimiento muy pasajero que sea superficial. 

Además ha llegado Francisco Cendejas, como comisionado del Sr. Juárez hacia González Ortega; no sé aún su comisión porque no quiso venir acá. Todo esto lo debe usted saber porque sus agentes son siempre mejores, pero lo informo yo por si usted no tuviere conocimiento de esto.

Muy de la aprobación del señor (González) Ortega ha sido la ejecución del pobre Patrón y desea que si Andrade está en igual caso se le aplique la ley. 

Hágame usted favor de saludar a Doloritas, a mi familia, la de Siliceo, a Prieto, etc. y, agradeciéndole y aceptando sus ofrecimientos, soy de usted su s. s.

José G. Lobato


(Tomado de: Tamayo, Jorge L. - Benito Juárez, documentos, discursos y correspondencia. Tomo 3. Secretaría del Patrimonio Nacional. México, 1965)

martes, 4 de marzo de 2025

Puestos ambulantes, 1895

 



Puestos ambulantes

Tomado de El Universal, septiembre 10 de 1895.


Entusiasmo y mucho, se notaba en los días del sábado y domingo en la plazuela de la Regina, en las calles del mismo nombre y en la de las Ratas y Mesones. Barracas de madera y lona en las que se improvisaron figones y tabernas, multitud de puestos ambulantes, otros en las orillas de las banquetas, multitud enorme de frutas, dulces y otras mil golosinas; un fotógrafo bajo un gran quitasol chino, fogatas de ocote y leña. De una a otra azotea, cohetes corredizos y en las calles cohetazos sin descanso. Dos templetes había, uno en Regina y otro en las Ratas; en el primero tocó una mala murga, en el segundo el 21° Batallón, estando los individuos que formaban ésta última, sin uniforme. Se quemaron grandes castillos. No hubo grandes desórdenes ni delitos. Ebrios escandalosos, sí. Con esto formen ustedes una idea de lo que fueron las luces de Regina.


(Tomado de: Ruiz Castañeda, María del Carmen. La ciudad de México en el siglo XIX. Colección popular Ciudad de México #9. Departamento del Distrito Federal. Secretaría de Obras y Servicios, 1974).