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viernes, 24 de julio de 2020

Creelman y Don Porfirio, 1908

Creelman y Don Porfirio
Periodista el uno. Presidente de la República el otro. Un régimen a la deriva. Y para salvarlo, ambos, como los necios, quieren tapar el sol con un dedo.
Ambos también ya no tienen oídos para escuchar los tremendos latidos del corazón enardecido de un pueblo a quien a fuerza desean meter en la órbita de un siglo fallecido: el siglo XIX, cuando las manecillas del reloj marcan horas de la centuria veinte.
Porfirio Díaz, osado, soberbio, ha preferido en este momento fúnebre hablar con un periodista extranjero, antes que conceder ya la misma entrevista a cualquier reportero mexicano. Esa ofensa del dictador al periodismo nacional es, según la califican los filósofos prácticos, de aquéllas ofensas que no se borran.
James Creelman es un cincuentón. Tapa la barbilla afilada con una piocha muy solemne, más afilada aún. Largos bigotes dan respetabilidad a su faz. Su cara es de las que al primer golpe de vista no se olvidan. Llega Creelman al Alcázar de Chapultepec. Se le recibe con exagerados protocolos, en tanto que en las bartolinas de la Cárcel de Belén decenas de periodistas sufren insolencias de los esbirros y prolongado ayuno.
Creelman saluda a Porfirio Díaz. Acomódase éste en amplío sillón, cerca de larga mesa, y el "publicista norteamericano muy afamado", representante del Pearson's Magazine, de Nueva York, extiende su libreta y saca su puntiagudo lápiz. "He hecho un viaje de cuatro mil millas para entrevistarlo", afirma cortésmente el reportero. La farsa ha comenzado.
-"Es un error suponer que el porvenir de la democracia en México se haya puesto en peligro por la continua y larga permanencia de un Presidente en el poder."
Tan gran mentira es anotada por el periodista yanqui. Después de cambiar impresiones en torno de la política norteamericana. Porfirio exclama: "¡Varias veces he tratado de renunciar a la Presidencia, pero se me ha exigido que continue en el ejercicio del poder, y lo he hecho en beneficio del pueblo que ha depositado en mí su confianza. El hecho de que los bonos mexicanos bajaran once puntos cuando estuve enfermo en Cuernavaca, es una de las causas que me han hecho vencer la inclinación personal de retirarme a la vida privada."
El carnet de Creelman sigue anotando falacias.
-"Hemos conservado la forma de gobierno republicano y democrático -agrega cínicamente el dictador Díaz-, hemos defendido y mantenido intacta la teoría; pero hemos adoptado en la administración de los negocios nacionales una política patriarcal, guiando y sosteniendo las tendencias populares, en el convencimiento de que bajo una paz forzosa, la educación, la industria y el comercio desarrollarían elementos de estabilidad y unión en un pueblo naturalmente inteligente, sumiso y benévolo."
Al decir paz forzosa, paradójicamente en el escritorio de trabajo del llamado "Pacificador' se encuentran muchos partes de guerra: levantados en el norte, pronunciados en el Bacatete, guerrillas en el sureste, fusilamientos en todos lados.
-"He esperado con paciencia el día en que la República de México -dice sumisamente- esté preparada para escoger y cambiar sus gobernantes en cada periodo sin peligro de guerras, ni daño al crédito y al progreso nacionales. Creo que este día ha llegado..."
Y ahora el periodista engolosina al general Díaz y le habla de política, de partidos, de hombres nuevos. Y el general Díaz, sin ningún recato, echa a volar está monstruosa mentira:
-"Es cierto que no hay partidos de oposición. Tengo tantos amigos en la República, que mis enemigos no se muestran deseosos de identificarse con la minoría. Aprecio la bondad de mis amigos y la confianza que en mí deposita el país; pero una confianza tan absoluta impone responsabilidades y debes que me fatigan más y más cada día. Tengo la firme resolución de separarme del poder al expirar mi periodo, cuando cumpla ochenta años de edad, sin tener en cuenta lo que mis amigos y sostenedores opinen, y no volveré a ejercer la Presidencia."
El general Díaz -nos cuenta el mismo Creelman- contempló un momento el majestuoso paisaje que se extendía al pie del antiguo castillo, y luego, sonriendo ligeramente, se internó por una galería, rozando a su paso una cortina de flores rojas y geranios rosa, amorosamente enlazados, al jardín interior, en cuyo centro una pila rodeada de palmeras y flores lanzaba plumas de agua, de la misma fuente en qué Moctezuma apagó su sed bajo los gigantes cipreses que aún levantan sus ramas alrededor de las rocas que pisábamos.
Porfirio Díaz cruza los brazos y dando muestras evidentes de estar al margen, muy lejos de la realidad, sostiene está inexactitud.
-"Si en la República llegase a surgir un partido de oposición, le miraría yo como una bendición y no como un mal, y si ese partido desarrollara poder, no para explotar, sino para dirigir, yo le acogería, le apoyaría, le aconsejaría, y me consagraría a la inauguración feliz de un gobierno completamente democrático. Por mí, me contento con haber visto a México figurar entre las naciones pacíficas y progresistas. No deseo continuar en la Presidencia. La Nación está bien preparada para entrar definitivamente en la vida libre. Yo me siento satisfecho de gozar a los setenta y siete años, de perfecta salud, beneficio que no pueden proporcionar ni las leyes ni el poder, y el que no cambiaría por todos los millones de vuestro rey del petróleo."
Otras mentiras más y la farsa termina. James Creelman regresó a su país y poco tiempo después húbose de dar cuenta con escepticismo que su entrevistado de Chapultepec no había dicho la verdad. En su propio periódico, el Pearson's Magazine, leyó este titular, a fines de noviembre de 1910: "Estalló la Revolución en México."

(Tomado de: Morales Jiménez, Alberto - 20 encuentros históricos en la Revolución Mexicana. Creelman y Don Porfirio. Colección METROpolitana, #2, Complejo Editorial Mexicano, S.A. de C.V., México, D.F., 1973)

miércoles, 22 de julio de 2020

Porfirio Díaz y Elihu Root, 1907

Don Porfirio y Elihu Root

La paz es un mito. En todo el país, desde los remotos tiempos del cuartelazo de Tuxtepec hasta septiembre de 1907, el silencio ha sido alterado por el estallido de balas subversivas, por el ir y venir de caballerías federales, por el marchar de agresivos pelotones de fusilamiento y por el grito de los inconformes encerrados en Belén y en San Juan de Ulúa.
Nuestros vecinos dudan ya de esa paz tan contada, tan traída y tan llevada. Y envían a extravagantes personas a recorrer el territorio con el agradable pretexto de cazar venados o liebres o de estudiar arqueología o etnografía. Bajo los atavíos inofensivos del turista, estos ciudadanos llevan en la cartera los documentos que los acreditan como funcionarios al servicio confidencial de sus respectivos gobiernos. Es importante para las naciones extranjeras salvaguardar los intereses de sus compatriotas radicados en tierra mexicana. Urge saber en las grandes capitales europeas y americanas la verdad acerca de este gobernante a quien llaman Caudillo de la paz.
Se vive, al despuntar el siglo XX, la tremenda época de la expansión imperialista. Y México es un punto del globo terrestre que concentra la mirada de los poderosos.
Nos ven, atentos, los señores de allí enfrente. Porfirio Díaz advierte este hecho y, para disipar recelos, dudas, malos entendimientos, el 7 de junio de 1907, por conducto del embajador mexicano en Washington, Creel invita a Elihu Root, Secretario de Estado norteamericano, a visitar México. Root, dicen los panegiristas de aquel tiempo, "uno de los abogados más notables del foro de Nueva York. Pero no es eso tan sólo; es, además, el colaborador eficaz del Presidente Teodoro A. Roosevelt."
El señor Root acepta la invitación y a mediados de septiembre del mismo año, acompañado por su familia, inicia el viaje. Entra por Nuevo Laredo. Aborda el tren presidencial. Pasa por Monterrey, Saltillo, San Luis Potosí y Querétaro. Y se le recibe pomposamente en la estación ferroviaria del Nacional Mexicano. Le abrazan efusivos Limantour, Ignacio Mariscal, de Landa y Escandón, Enrique C. Creel y otros altos representantes oficiales.
Root no traía ojos de turista. Sus miradas eran escudriñadoras. Deseaba percatarse personalmente del estado de cosas prevaleciente. Así lo estimaron ciertos periódicos antiporfiristas.
Root viose obligado a desmentir tales rumores. "He negado más de cuarenta veces que haya venido a este país con miras políticas de las que estoy muy distante; pero hay ciertos periodistas que piensan que la mejor manera de proceder es la de no creer lo que se les dice. Hacen muy mal observando está conducta, pero en esta ocasión es peor todavía", comentó el Secretario de Estado norteamericano.
-"Deseo ver cuánto antes al señor Presidente de la República, para estrechar su mano, pues tengo de él altísima idea por haber logrado, como sabio estadista, engrandecer y hacer progresar a la nación mexicana, haciéndola respetable y respetada."
Cómo a las 11 de la mañana, míster Root abandona sus habitaciones del Castillo de Chapultepec y se dirige al Palacio Nacional, a bordo de magnífico landau, en compañía de Mariscal y numerosos diplomáticos. Cómo es tradicional en estos casos, el Jefe del Estado Mayor recibe al visitante al pie de escalera principal, y lo conduce al Salón Verde. Allí están ya el Presidente Díaz y todo su Gabinete.
Con las formalidades protocolarias, Mariscal presenta a Porfirio Díaz con Elihu Root. Afectuosas palabras brotan de los labios de ambos personajes después de efusivo apretón de manos. Mariscal desempeña el papel de intérprete. En honor de su anfitrión, míster Root afirma que "es digno, en verdad, de elogios al pueblo mexicano por haber buscado en el trabajo su prosperidad; mas para trabajar con éxito se necesitan el orden y la paz y vos se los habéis dado." Se deslizan corteses alusiones a la Conferencia de Washington que trabaja en favor de la paz centroamericana. Quizá, muy en el fondo, Root desea decirle, sin palabras, a Díaz: "Evita el artillamiento de Salina Cruz."
Porfirio Díaz manifiesta a su visitante que él es digno de las mayores atenciones, porque "no sólo eran al estadística de talento sino al amigo y al político que se afana por afianzar las relaciones internacionales por medio de la paz continental."
En la noche de ese mismo día, Root y el Presidente se sientan a la mesa en que se sirve estupenda cena, en el Palacio Nacional. Uno y otro pronuncian discursos oficiales, abundantes en retórica y buenos deseos. Se exaltan a la paz y al progreso porfiriana. Se dice que México es el Edén.
En el Arbeu, la orquesta del Conservatorio Nacional de música deleita, días más tarde, a Root y al Primer Magistrado. Se suceden otras actividades: visita a las obras de construcción del Teatro Nacional, al nuevo edificio de Correos, la Escuela Nacional de Ingeniería, la Catedral, el Colegio de las Vizcaínas, Chapultepec y hace breves viajes, a Cuernavaca, Tlaxcala, Puebla, Veracruz, Jalisco y Estado de México.
Trata el régimen tuxtepecano de mostrar al diplomático yanqui un México pacífico, constructor, trabajador. En el "Garden Party" que se ofrece en Chapultepec a Root, un invitado exclama: "¡Con el solo champaña de está fiesta, habría habido el suficiente para servir dos veces el memorable banquete de los diez mil alcaldes de París!"
Continúan las visitas a los establecimientos oficiales. En la Cámara de Diputados se le recibe con extraordinaria formalidad. Calero pronuncia un discurso de paz y de amistad. Root contesta en idénticos términos.
Root, después de 15 días de estancia en México, se despide del general Díaz, con quien charla tres horas en el Palacio Nacional. Retorna a los Estados Unidos con el cerebro pletórico de imágenes que describen el trabajo, la paz, el progreso.
Por allí anda un iluso: Francisco I. Madero. El no cree en la traída y llevada paz porfiriana, ni en el falso panorama mostrado a Root. El demostrará, a su hora, todo lo contrario. En Cananea, en Río Blanco, en El Yaqui, en Quintana Roo, en todos lados la sangre ya ha corrido. El 18 de noviembre de 1810 correrá más, pero México seguirá por nuevos senderos. Y las falacias de la entrevista Root-Díaz se vendrá por tierra, como el gigante de los pies de barro.

(Tomado de: Morales Jiménez, Alberto - 20 encuentros históricos en la Revolución Mexicana. Don Porfirio y Elihu Root. Colección METROpolitana, #2, Complejo Editorial Mexicano, S.A. de C.V., México, D.F., 1973)