Creelman y Don Porfirio
Periodista el uno. Presidente de la República el otro. Un régimen a la deriva. Y para salvarlo, ambos, como los necios, quieren tapar el sol con un dedo.
Ambos también ya no tienen oídos para escuchar los tremendos latidos del corazón enardecido de un pueblo a quien a fuerza desean meter en la órbita de un siglo fallecido: el siglo XIX, cuando las manecillas del reloj marcan horas de la centuria veinte.
Porfirio Díaz, osado, soberbio, ha preferido en este momento fúnebre hablar con un periodista extranjero, antes que conceder ya la misma entrevista a cualquier reportero mexicano. Esa ofensa del dictador al periodismo nacional es, según la califican los filósofos prácticos, de aquéllas ofensas que no se borran.
James Creelman es un cincuentón. Tapa la barbilla afilada con una piocha muy solemne, más afilada aún. Largos bigotes dan respetabilidad a su faz. Su cara es de las que al primer golpe de vista no se olvidan. Llega Creelman al Alcázar de Chapultepec. Se le recibe con exagerados protocolos, en tanto que en las bartolinas de la Cárcel de Belén decenas de periodistas sufren insolencias de los esbirros y prolongado ayuno.
Creelman saluda a Porfirio Díaz. Acomódase éste en amplío sillón, cerca de larga mesa, y el "publicista norteamericano muy afamado", representante del Pearson's Magazine, de Nueva York, extiende su libreta y saca su puntiagudo lápiz. "He hecho un viaje de cuatro mil millas para entrevistarlo", afirma cortésmente el reportero. La farsa ha comenzado.
-"Es un error suponer que el porvenir de la democracia en México se haya puesto en peligro por la continua y larga permanencia de un Presidente en el poder."
Tan gran mentira es anotada por el periodista yanqui. Después de cambiar impresiones en torno de la política norteamericana. Porfirio exclama: "¡Varias veces he tratado de renunciar a la Presidencia, pero se me ha exigido que continue en el ejercicio del poder, y lo he hecho en beneficio del pueblo que ha depositado en mí su confianza. El hecho de que los bonos mexicanos bajaran once puntos cuando estuve enfermo en Cuernavaca, es una de las causas que me han hecho vencer la inclinación personal de retirarme a la vida privada."
El carnet de Creelman sigue anotando falacias.
-"Hemos conservado la forma de gobierno republicano y democrático -agrega cínicamente el dictador Díaz-, hemos defendido y mantenido intacta la teoría; pero hemos adoptado en la administración de los negocios nacionales una política patriarcal, guiando y sosteniendo las tendencias populares, en el convencimiento de que bajo una paz forzosa, la educación, la industria y el comercio desarrollarían elementos de estabilidad y unión en un pueblo naturalmente inteligente, sumiso y benévolo."
Al decir paz forzosa, paradójicamente en el escritorio de trabajo del llamado "Pacificador' se encuentran muchos partes de guerra: levantados en el norte, pronunciados en el Bacatete, guerrillas en el sureste, fusilamientos en todos lados.
-"He esperado con paciencia el día en que la República de México -dice sumisamente- esté preparada para escoger y cambiar sus gobernantes en cada periodo sin peligro de guerras, ni daño al crédito y al progreso nacionales. Creo que este día ha llegado..."
Y ahora el periodista engolosina al general Díaz y le habla de política, de partidos, de hombres nuevos. Y el general Díaz, sin ningún recato, echa a volar está monstruosa mentira:
-"Es cierto que no hay partidos de oposición. Tengo tantos amigos en la República, que mis enemigos no se muestran deseosos de identificarse con la minoría. Aprecio la bondad de mis amigos y la confianza que en mí deposita el país; pero una confianza tan absoluta impone responsabilidades y debes que me fatigan más y más cada día. Tengo la firme resolución de separarme del poder al expirar mi periodo, cuando cumpla ochenta años de edad, sin tener en cuenta lo que mis amigos y sostenedores opinen, y no volveré a ejercer la Presidencia."
El general Díaz -nos cuenta el mismo Creelman- contempló un momento el majestuoso paisaje que se extendía al pie del antiguo castillo, y luego, sonriendo ligeramente, se internó por una galería, rozando a su paso una cortina de flores rojas y geranios rosa, amorosamente enlazados, al jardín interior, en cuyo centro una pila rodeada de palmeras y flores lanzaba plumas de agua, de la misma fuente en qué Moctezuma apagó su sed bajo los gigantes cipreses que aún levantan sus ramas alrededor de las rocas que pisábamos.
Porfirio Díaz cruza los brazos y dando muestras evidentes de estar al margen, muy lejos de la realidad, sostiene está inexactitud.
-"Si en la República llegase a surgir un partido de oposición, le miraría yo como una bendición y no como un mal, y si ese partido desarrollara poder, no para explotar, sino para dirigir, yo le acogería, le apoyaría, le aconsejaría, y me consagraría a la inauguración feliz de un gobierno completamente democrático. Por mí, me contento con haber visto a México figurar entre las naciones pacíficas y progresistas. No deseo continuar en la Presidencia. La Nación está bien preparada para entrar definitivamente en la vida libre. Yo me siento satisfecho de gozar a los setenta y siete años, de perfecta salud, beneficio que no pueden proporcionar ni las leyes ni el poder, y el que no cambiaría por todos los millones de vuestro rey del petróleo."
Otras mentiras más y la farsa termina. James Creelman regresó a su país y poco tiempo después húbose de dar cuenta con escepticismo que su entrevistado de Chapultepec no había dicho la verdad. En su propio periódico, el Pearson's Magazine, leyó este titular, a fines de noviembre de 1910: "Estalló la Revolución en México."
James Creelman es un cincuentón. Tapa la barbilla afilada con una piocha muy solemne, más afilada aún. Largos bigotes dan respetabilidad a su faz. Su cara es de las que al primer golpe de vista no se olvidan. Llega Creelman al Alcázar de Chapultepec. Se le recibe con exagerados protocolos, en tanto que en las bartolinas de la Cárcel de Belén decenas de periodistas sufren insolencias de los esbirros y prolongado ayuno.
Creelman saluda a Porfirio Díaz. Acomódase éste en amplío sillón, cerca de larga mesa, y el "publicista norteamericano muy afamado", representante del Pearson's Magazine, de Nueva York, extiende su libreta y saca su puntiagudo lápiz. "He hecho un viaje de cuatro mil millas para entrevistarlo", afirma cortésmente el reportero. La farsa ha comenzado.
-"Es un error suponer que el porvenir de la democracia en México se haya puesto en peligro por la continua y larga permanencia de un Presidente en el poder."
Tan gran mentira es anotada por el periodista yanqui. Después de cambiar impresiones en torno de la política norteamericana. Porfirio exclama: "¡Varias veces he tratado de renunciar a la Presidencia, pero se me ha exigido que continue en el ejercicio del poder, y lo he hecho en beneficio del pueblo que ha depositado en mí su confianza. El hecho de que los bonos mexicanos bajaran once puntos cuando estuve enfermo en Cuernavaca, es una de las causas que me han hecho vencer la inclinación personal de retirarme a la vida privada."
El carnet de Creelman sigue anotando falacias.
-"Hemos conservado la forma de gobierno republicano y democrático -agrega cínicamente el dictador Díaz-, hemos defendido y mantenido intacta la teoría; pero hemos adoptado en la administración de los negocios nacionales una política patriarcal, guiando y sosteniendo las tendencias populares, en el convencimiento de que bajo una paz forzosa, la educación, la industria y el comercio desarrollarían elementos de estabilidad y unión en un pueblo naturalmente inteligente, sumiso y benévolo."
Al decir paz forzosa, paradójicamente en el escritorio de trabajo del llamado "Pacificador' se encuentran muchos partes de guerra: levantados en el norte, pronunciados en el Bacatete, guerrillas en el sureste, fusilamientos en todos lados.
-"He esperado con paciencia el día en que la República de México -dice sumisamente- esté preparada para escoger y cambiar sus gobernantes en cada periodo sin peligro de guerras, ni daño al crédito y al progreso nacionales. Creo que este día ha llegado..."
Y ahora el periodista engolosina al general Díaz y le habla de política, de partidos, de hombres nuevos. Y el general Díaz, sin ningún recato, echa a volar está monstruosa mentira:
-"Es cierto que no hay partidos de oposición. Tengo tantos amigos en la República, que mis enemigos no se muestran deseosos de identificarse con la minoría. Aprecio la bondad de mis amigos y la confianza que en mí deposita el país; pero una confianza tan absoluta impone responsabilidades y debes que me fatigan más y más cada día. Tengo la firme resolución de separarme del poder al expirar mi periodo, cuando cumpla ochenta años de edad, sin tener en cuenta lo que mis amigos y sostenedores opinen, y no volveré a ejercer la Presidencia."
El general Díaz -nos cuenta el mismo Creelman- contempló un momento el majestuoso paisaje que se extendía al pie del antiguo castillo, y luego, sonriendo ligeramente, se internó por una galería, rozando a su paso una cortina de flores rojas y geranios rosa, amorosamente enlazados, al jardín interior, en cuyo centro una pila rodeada de palmeras y flores lanzaba plumas de agua, de la misma fuente en qué Moctezuma apagó su sed bajo los gigantes cipreses que aún levantan sus ramas alrededor de las rocas que pisábamos.
Porfirio Díaz cruza los brazos y dando muestras evidentes de estar al margen, muy lejos de la realidad, sostiene está inexactitud.
-"Si en la República llegase a surgir un partido de oposición, le miraría yo como una bendición y no como un mal, y si ese partido desarrollara poder, no para explotar, sino para dirigir, yo le acogería, le apoyaría, le aconsejaría, y me consagraría a la inauguración feliz de un gobierno completamente democrático. Por mí, me contento con haber visto a México figurar entre las naciones pacíficas y progresistas. No deseo continuar en la Presidencia. La Nación está bien preparada para entrar definitivamente en la vida libre. Yo me siento satisfecho de gozar a los setenta y siete años, de perfecta salud, beneficio que no pueden proporcionar ni las leyes ni el poder, y el que no cambiaría por todos los millones de vuestro rey del petróleo."
Otras mentiras más y la farsa termina. James Creelman regresó a su país y poco tiempo después húbose de dar cuenta con escepticismo que su entrevistado de Chapultepec no había dicho la verdad. En su propio periódico, el Pearson's Magazine, leyó este titular, a fines de noviembre de 1910: "Estalló la Revolución en México."
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