Fuera de dos amagos de guerra con Guatemala, el primero por las pretensiones de ese país sobre el Soconusco y el segundo por el asesinato en México de un presidente guatemalteco derrocado, la política internacional de Porfirio Díaz fue pacífica y amigable con todas las naciones, inclusive con Francia, con cuyo gobierno firmó la paz. A propuesta de Estados Unidos, la capital mexicana fue sede de la Segunda Conferencia Internacional Americana, reunida en el Palacio Nacional del 23 de octubre de 1901 al 31 de enero de 1902, sin resultados importantes, excepto la firma de un tratado por el cual las naciones del continente se sujetaban en sus controversias al arbitraje. Inmediatamente después, Estados Unidos, como representante de la Iglesia Católica de California, reclamó a México el pago de los intereses vencidos del fondo piadoso de las Californias; el asunto se sometió a arbitraje y México fue condenado a pagar $1.420,682 y una anualidad perpetua. En 1902 las fuerzas norteamericanas que habían peleado en Cuba contra España abandonaron la isla, ésta se constituyó en nación soberana y México estableció relaciones con la nueva república. En 1903 el gobierno norteamericano, con el propósito de obtener el dominio sobre el canal interoceánico que pensaba abrir en el Istmo de Panamá, provocó la segregación de este departamento, que lo era de Colombia; el gobierno de Díaz tardó en reconocer la independencia de Panamá, pero al fin lo hizo el 1° de marzo de 1904. En ocasión del conflicto bélico de Guatemala contra El Salvador y Honduras, Estados Unidos y México actuaron como árbitros y lograron armonizar a los contendientes en julio de 1906. A poco estalló otra contienda entre Honduras y Nicaragua; México fue nuevamente invitado por Estados Unidos como socio en el arbitraje, pero como el presidente Teodoro Roosevelt deseaba que el fallo fuera apoyado con la fuerza de las armas, Porfirio Díaz se rehusó. Sin embargo, en una reunión de los estados centroamericanos celebrada en Washington y convocada por los gobiernos de Estados Unidos y México, se llegó a un tratado de paz entre ambas naciones. A principios del siglo XX ocurrieron varios hechos que incomodaron al gobierno de Washington: la Suprema Corte de Justicia mexicana falló contra los reclamantes norteamericanos de la empresa de Tlahualillo; el gobierno mexicano solicitó la devolución de las tierras de El Chamizal, incorporadas a Estados Unidos por desviación del río Bravo; México dio asilo al presidente de Nicaragua, José Santos Zelaya, derrocado por una revuelta apoyada por Estados Unidos, cuyo gobierno pretendía que el exmandatario fuera enviado a Washington para ser juzgado por la muerte de dos filibusteros norteamericanos; el gobierno de Díaz contrató con la casa inglesa de Pearson la administración del ferrocarril de Tehuantepec, artilló el istmo defensivamente y, por último, se negó a prorrogar el arrendamiento de la Bahía Magdalena.
La obra educativa del régimen porfirista fue modesta en relación con el tiempo en que se realizó, pero apreciable en cuanto a sus logros. En 1887 se fundaron escuelas normales de maestros en Jalapa y en México. En 1891 se creó el Consejo Superior de Instrucción Pública, elevado en 1905 al rango de Secretaría. Justo Sierra, su primer titular, reunió las escuelas de especialidades (medicina, leyes, minería y otras) y en 1910 las organizó en una Universidad Nacional, con lo cual restauró la antigua Real y Pontificia, suprimida en 1833 por Valentín Gómez Farías. En 1878 había 4,498 escuelas primarias oficiales y 696 particulares. Treinta años después, las del gobierno se habían duplicado (9,541) y las privadas, triplicado (2,527), dando un total de 12,068. Sin embargo, se carecía de maestros, pues era un oficio mal remunerado.
La obra principal del porfirismo fue el impulso económico, basado en el capitalismo liberal. Desde su primer período presidencial, Díaz fomentó los transportes por ferrocarril. Ante la mezquindad de los inversionistas mexicanos, recurrió a los extranjeros, a quienes otorgó ventajosas concesiones para construir vías férreas. Los contratos más importantes se firmaron con compañías norteamericanas: James, Sullivan, Symons y Camacho y David Ferguson. Se concedieron subvenciones de $6,500 (México-Laredo) a $9,500 (México-El Paso) por kilómetro. En 1897 se habían tendido 13,584 kilómetros de vía, en comparación con los 578 que existían cuando Díaz asumió el poder. México era entonces el primer país de Latinoamérica en comunicaciones ferroviarias. En 1898, a instancias del ministro de Hacienda, José Ives Limantour, se pensó nacionalizar los ferrocarriles, cesaron las concesiones y el gobierno procuró adquirir el mayor número de acciones de las compañías. El 28 de febrero de 1908 se consolidaron las propiedades ferrocarrileras en una sola empresa constituida y ubicada en el país y 3 meses después se crearon los Ferrocarriles Nacionales de México, con participación preponderante del Estado. Al término del porfirismo (mayo de 1911) había en la República 50 líneas de vía ancha y 49 de vía angosta, con un total de 19,748 kilómetros de jurisdicción federal aparte otros 4,840 de líneas estatales y particulares. La minería (no el petróleo, que apenas comenzaba a explotarse en el mundo) era la principal fuente de riqueza de México. Gracias a las vías férreas, las compañías fundidoras norteamericanas se establecieron en México e introdujeron técnicas modernas para el tratamiento de los metales. Contribuyó a acelerar este fenómeno la energía eléctrica y la mayor producción de cobre.
De las 1,030 compañías mineras que operaban en el país en 1910, 840 eran norteamericanas; 148, mexicanas; y el resto, inglesas o francesas. En 1877 Porfirio Díaz llegó a la Presidencia en una situación financiera de completa bancarrota. La paz impuesta dio seguridades al capital extranjero. El prestamista más pródigo fue Inglaterra, cuya moneda era la más fuerte en aquel tiempo. En las postrimerías del porfirismo la deuda exterior ascendía a 22.700,000 libras esterlinas, pero el país tenía una capacidad de pago muy superior a esa cifra. El ministro de Hacienda más notable que tuvo el presidente Díaz fue José Ives Limantour, hijo de francesa, pero mexicano por nacimiento. Para superar el presupuesto deficitario, agregó a los impuestos ya existentes gravámenes sobre bebidas alcohólicas, tabaco y herencias; rebajó los sueldos de los empleados públicos y redujo el número de plazas; y suprimió los derechos que imponían al comercio los estados.
Con estas medidas el presupuesto gubernamental de 1895 tuvo ya un supéravit de $2 millones, que llegó a 10 en 1897. Con tales excedentes se emprendieron obras en toda la República y particularmente en la Ciudad de México, como el gran canal del desagüe y el Hospital General. El Teatro Nacional (hoy Palacio de las Bellas Artes), el Palacio de Correos y el Ministerio de Comunicaciones. Se inició la construcción de un Palacio Legislativo, a imitación del Capitolio de Washington, parte de cuya estructura se convirtió posteriormente en el Monumento a la Revolución. Con apoyo en la inversión extranjera, se introdujo la energía eléctrica. Cuando se terminó la presa de Necaxa, era la más grande del mundo. Primero en los estados y luego en la capital, se estableció el servicio de tranvías eléctricos. El alumbrado público se renovó para utilizar la nueva energía. La Ciudad de México rivalizaba con las mejores de Europa.
Las principales leyes porfiristas en materia de propiedad territorial fueron las de Colonización (1883), de Aprovechamiento de aguas (1888), y de Enajenación y Ocupación de Terrenos Baldíos (1894), todas las cuales contribuyeron a incrementar el latifundismo. A este fenómeno estuvieron vinculadas las compañías deslindadoras, que recibían en pago de su trabajo una tercera parte de las superficies mesuradas. Hacia 1890, cuando ya se habían deslindado 32 millones de hectáreas, 28 de ellos (14% de la superficie total de la República) estaban en poder de 27 compañías. Este proceso de concentración de la propiedad en el campo llegó a su máximo en 1910, cuando las haciendas, en manos de 830 terratenientes, comprendían el 97% de la superficie rural; el 2% correspondía a los pequeños propietarios y el 1% a los pueblos.
La producción de maíz siempre fue deficitaria; se obtuvieron, en cambio, grandes excedentes de azúcar. Los peones agrícolas ganaban de 8 a 25 centavos diarios, lo mismo que en 1810, y se les proveía de lo indispensable en las tiendas de raya, mediante un sistema de crédito que los mantenía sujetos al amo hasta la redención de las deudas, que nunca podían pagar. Esta situación propició las rebeliones agrarias. Los obreros, a su vez, percibían salarios irrisorios a cambio de jornadas de 16 horas, sin disponer de un día de descanso en todo el año. Esto dio motivo a que fructificaran las prédicas socialistas y a que apareciera el sindicalismo en las circunstancias más adversas. En ocasiones desesperadas los trabajadores recurrieron a la huelga, considerada entonces como un delito, según ocurrió en Cananea (1° de junio de 1906) y Río Blanco (1907), movimientos que fueron reprimidos con crueldad.
En 1903, cuando Porfirio Díaz contaba ya con 73 años de edad, se reformó la Constitución para alargar a 6 años el periodo presidencial. Al año siguiente Díaz fue reelegido por sexta vez. En 1908 concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, que fue publicada en el Pearson's Magazine, en el cual anunció sus deseos de retirarse del poder y el agrado con que vería la formación de partidos políticos que contendieran en las elecciones de 1910. Estás declaraciones estimularon a la juventud ansiosa de entrar en política, pero estaba ya tan consagrada la figura de Díaz, que los partidos se conformaron con disputarse la vicepresidencia. El Reeleccionista sostenía la fórmula Díaz-Corral; el Nacional Democrático, la planilla Díaz-Bernardo Reyes, hasta que éste manifestó su decisión de apoyar el binomio propuesto por los reeleccionistas; y el Antireeleccionista, que acabó postulando a Madero y Emilio Vázquez Gómez.
Mientras tanto, se celebró con gran pompa el primer centenario de la Independencia nacional. El 27 de septiembre de 1910 el Congreso declaró reelectos a Porfirio Díaz y Ramón Corral, y el 1° de diciembre tomaron posesión de su cargo para el siguiente sexenio. El descontento era ya general y los barruntos de revolución, evidentes. Madero expidió el Plan de San Luis el 5 de octubre de 1910, por el cual desconocía al gobierno e invitaba a la rebelión para el día 20 de noviembre. La revolución iniciada en Chihuahua, cundió rápidamente por todo el país. Ciudad Juárez se rindió a los revolucionarios el 10 de mayo de 1911; Colima, el 20; Acapulco y Chilpancingo, el 21; Tehuacán, Torreón y Cuernavaca, el 22. El 21 de mayo se firmó un convenio de paz por el cual Porfirio Díaz y Corral renunciarían a sus puestos. El primero tardó en hacerlo y el pueblo n la Ciudad de México se amotinó ante la casa del caudillo tuxtepecano. El 31 de mayo Díaz embarcó rumbo a Europa en el vapor alemán Ipiranga, acompañado de su familia y otras personas. Había cumplido 80 años y 30 de haber gobernado con poderes absolutos. Residió en París, Francia, donde murió el 2 de julio de 1915, a los 84 años cumplidos.
La obra educativa del régimen porfirista fue modesta en relación con el tiempo en que se realizó, pero apreciable en cuanto a sus logros. En 1887 se fundaron escuelas normales de maestros en Jalapa y en México. En 1891 se creó el Consejo Superior de Instrucción Pública, elevado en 1905 al rango de Secretaría. Justo Sierra, su primer titular, reunió las escuelas de especialidades (medicina, leyes, minería y otras) y en 1910 las organizó en una Universidad Nacional, con lo cual restauró la antigua Real y Pontificia, suprimida en 1833 por Valentín Gómez Farías. En 1878 había 4,498 escuelas primarias oficiales y 696 particulares. Treinta años después, las del gobierno se habían duplicado (9,541) y las privadas, triplicado (2,527), dando un total de 12,068. Sin embargo, se carecía de maestros, pues era un oficio mal remunerado.
La obra principal del porfirismo fue el impulso económico, basado en el capitalismo liberal. Desde su primer período presidencial, Díaz fomentó los transportes por ferrocarril. Ante la mezquindad de los inversionistas mexicanos, recurrió a los extranjeros, a quienes otorgó ventajosas concesiones para construir vías férreas. Los contratos más importantes se firmaron con compañías norteamericanas: James, Sullivan, Symons y Camacho y David Ferguson. Se concedieron subvenciones de $6,500 (México-Laredo) a $9,500 (México-El Paso) por kilómetro. En 1897 se habían tendido 13,584 kilómetros de vía, en comparación con los 578 que existían cuando Díaz asumió el poder. México era entonces el primer país de Latinoamérica en comunicaciones ferroviarias. En 1898, a instancias del ministro de Hacienda, José Ives Limantour, se pensó nacionalizar los ferrocarriles, cesaron las concesiones y el gobierno procuró adquirir el mayor número de acciones de las compañías. El 28 de febrero de 1908 se consolidaron las propiedades ferrocarrileras en una sola empresa constituida y ubicada en el país y 3 meses después se crearon los Ferrocarriles Nacionales de México, con participación preponderante del Estado. Al término del porfirismo (mayo de 1911) había en la República 50 líneas de vía ancha y 49 de vía angosta, con un total de 19,748 kilómetros de jurisdicción federal aparte otros 4,840 de líneas estatales y particulares. La minería (no el petróleo, que apenas comenzaba a explotarse en el mundo) era la principal fuente de riqueza de México. Gracias a las vías férreas, las compañías fundidoras norteamericanas se establecieron en México e introdujeron técnicas modernas para el tratamiento de los metales. Contribuyó a acelerar este fenómeno la energía eléctrica y la mayor producción de cobre.
De las 1,030 compañías mineras que operaban en el país en 1910, 840 eran norteamericanas; 148, mexicanas; y el resto, inglesas o francesas. En 1877 Porfirio Díaz llegó a la Presidencia en una situación financiera de completa bancarrota. La paz impuesta dio seguridades al capital extranjero. El prestamista más pródigo fue Inglaterra, cuya moneda era la más fuerte en aquel tiempo. En las postrimerías del porfirismo la deuda exterior ascendía a 22.700,000 libras esterlinas, pero el país tenía una capacidad de pago muy superior a esa cifra. El ministro de Hacienda más notable que tuvo el presidente Díaz fue José Ives Limantour, hijo de francesa, pero mexicano por nacimiento. Para superar el presupuesto deficitario, agregó a los impuestos ya existentes gravámenes sobre bebidas alcohólicas, tabaco y herencias; rebajó los sueldos de los empleados públicos y redujo el número de plazas; y suprimió los derechos que imponían al comercio los estados.
Con estas medidas el presupuesto gubernamental de 1895 tuvo ya un supéravit de $2 millones, que llegó a 10 en 1897. Con tales excedentes se emprendieron obras en toda la República y particularmente en la Ciudad de México, como el gran canal del desagüe y el Hospital General. El Teatro Nacional (hoy Palacio de las Bellas Artes), el Palacio de Correos y el Ministerio de Comunicaciones. Se inició la construcción de un Palacio Legislativo, a imitación del Capitolio de Washington, parte de cuya estructura se convirtió posteriormente en el Monumento a la Revolución. Con apoyo en la inversión extranjera, se introdujo la energía eléctrica. Cuando se terminó la presa de Necaxa, era la más grande del mundo. Primero en los estados y luego en la capital, se estableció el servicio de tranvías eléctricos. El alumbrado público se renovó para utilizar la nueva energía. La Ciudad de México rivalizaba con las mejores de Europa.
Las principales leyes porfiristas en materia de propiedad territorial fueron las de Colonización (1883), de Aprovechamiento de aguas (1888), y de Enajenación y Ocupación de Terrenos Baldíos (1894), todas las cuales contribuyeron a incrementar el latifundismo. A este fenómeno estuvieron vinculadas las compañías deslindadoras, que recibían en pago de su trabajo una tercera parte de las superficies mesuradas. Hacia 1890, cuando ya se habían deslindado 32 millones de hectáreas, 28 de ellos (14% de la superficie total de la República) estaban en poder de 27 compañías. Este proceso de concentración de la propiedad en el campo llegó a su máximo en 1910, cuando las haciendas, en manos de 830 terratenientes, comprendían el 97% de la superficie rural; el 2% correspondía a los pequeños propietarios y el 1% a los pueblos.
La producción de maíz siempre fue deficitaria; se obtuvieron, en cambio, grandes excedentes de azúcar. Los peones agrícolas ganaban de 8 a 25 centavos diarios, lo mismo que en 1810, y se les proveía de lo indispensable en las tiendas de raya, mediante un sistema de crédito que los mantenía sujetos al amo hasta la redención de las deudas, que nunca podían pagar. Esta situación propició las rebeliones agrarias. Los obreros, a su vez, percibían salarios irrisorios a cambio de jornadas de 16 horas, sin disponer de un día de descanso en todo el año. Esto dio motivo a que fructificaran las prédicas socialistas y a que apareciera el sindicalismo en las circunstancias más adversas. En ocasiones desesperadas los trabajadores recurrieron a la huelga, considerada entonces como un delito, según ocurrió en Cananea (1° de junio de 1906) y Río Blanco (1907), movimientos que fueron reprimidos con crueldad.
En 1903, cuando Porfirio Díaz contaba ya con 73 años de edad, se reformó la Constitución para alargar a 6 años el periodo presidencial. Al año siguiente Díaz fue reelegido por sexta vez. En 1908 concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, que fue publicada en el Pearson's Magazine, en el cual anunció sus deseos de retirarse del poder y el agrado con que vería la formación de partidos políticos que contendieran en las elecciones de 1910. Estás declaraciones estimularon a la juventud ansiosa de entrar en política, pero estaba ya tan consagrada la figura de Díaz, que los partidos se conformaron con disputarse la vicepresidencia. El Reeleccionista sostenía la fórmula Díaz-Corral; el Nacional Democrático, la planilla Díaz-Bernardo Reyes, hasta que éste manifestó su decisión de apoyar el binomio propuesto por los reeleccionistas; y el Antireeleccionista, que acabó postulando a Madero y Emilio Vázquez Gómez.
Mientras tanto, se celebró con gran pompa el primer centenario de la Independencia nacional. El 27 de septiembre de 1910 el Congreso declaró reelectos a Porfirio Díaz y Ramón Corral, y el 1° de diciembre tomaron posesión de su cargo para el siguiente sexenio. El descontento era ya general y los barruntos de revolución, evidentes. Madero expidió el Plan de San Luis el 5 de octubre de 1910, por el cual desconocía al gobierno e invitaba a la rebelión para el día 20 de noviembre. La revolución iniciada en Chihuahua, cundió rápidamente por todo el país. Ciudad Juárez se rindió a los revolucionarios el 10 de mayo de 1911; Colima, el 20; Acapulco y Chilpancingo, el 21; Tehuacán, Torreón y Cuernavaca, el 22. El 21 de mayo se firmó un convenio de paz por el cual Porfirio Díaz y Corral renunciarían a sus puestos. El primero tardó en hacerlo y el pueblo n la Ciudad de México se amotinó ante la casa del caudillo tuxtepecano. El 31 de mayo Díaz embarcó rumbo a Europa en el vapor alemán Ipiranga, acompañado de su familia y otras personas. Había cumplido 80 años y 30 de haber gobernado con poderes absolutos. Residió en París, Francia, donde murió el 2 de julio de 1915, a los 84 años cumplidos.
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)
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