Don Porfirio y Elihu Root
La paz es un mito. En todo el país, desde los remotos tiempos del cuartelazo de Tuxtepec hasta septiembre de 1907, el silencio ha sido alterado por el estallido de balas subversivas, por el ir y venir de caballerías federales, por el marchar de agresivos pelotones de fusilamiento y por el grito de los inconformes encerrados en Belén y en San Juan de Ulúa.
Nuestros vecinos dudan ya de esa paz tan contada, tan traída y tan llevada. Y envían a extravagantes personas a recorrer el territorio con el agradable pretexto de cazar venados o liebres o de estudiar arqueología o etnografía. Bajo los atavíos inofensivos del turista, estos ciudadanos llevan en la cartera los documentos que los acreditan como funcionarios al servicio confidencial de sus respectivos gobiernos. Es importante para las naciones extranjeras salvaguardar los intereses de sus compatriotas radicados en tierra mexicana. Urge saber en las grandes capitales europeas y americanas la verdad acerca de este gobernante a quien llaman Caudillo de la paz.
Se vive, al despuntar el siglo XX, la tremenda época de la expansión imperialista. Y México es un punto del globo terrestre que concentra la mirada de los poderosos.
Nos ven, atentos, los señores de allí enfrente. Porfirio Díaz advierte este hecho y, para disipar recelos, dudas, malos entendimientos, el 7 de junio de 1907, por conducto del embajador mexicano en Washington, Creel invita a Elihu Root, Secretario de Estado norteamericano, a visitar México. Root, dicen los panegiristas de aquel tiempo, "uno de los abogados más notables del foro de Nueva York. Pero no es eso tan sólo; es, además, el colaborador eficaz del Presidente Teodoro A. Roosevelt."
El señor Root acepta la invitación y a mediados de septiembre del mismo año, acompañado por su familia, inicia el viaje. Entra por Nuevo Laredo. Aborda el tren presidencial. Pasa por Monterrey, Saltillo, San Luis Potosí y Querétaro. Y se le recibe pomposamente en la estación ferroviaria del Nacional Mexicano. Le abrazan efusivos Limantour, Ignacio Mariscal, de Landa y Escandón, Enrique C. Creel y otros altos representantes oficiales.
Root no traía ojos de turista. Sus miradas eran escudriñadoras. Deseaba percatarse personalmente del estado de cosas prevaleciente. Así lo estimaron ciertos periódicos antiporfiristas.
Root viose obligado a desmentir tales rumores. "He negado más de cuarenta veces que haya venido a este país con miras políticas de las que estoy muy distante; pero hay ciertos periodistas que piensan que la mejor manera de proceder es la de no creer lo que se les dice. Hacen muy mal observando está conducta, pero en esta ocasión es peor todavía", comentó el Secretario de Estado norteamericano.
-"Deseo ver cuánto antes al señor Presidente de la República, para estrechar su mano, pues tengo de él altísima idea por haber logrado, como sabio estadista, engrandecer y hacer progresar a la nación mexicana, haciéndola respetable y respetada."
Cómo a las 11 de la mañana, míster Root abandona sus habitaciones del Castillo de Chapultepec y se dirige al Palacio Nacional, a bordo de magnífico landau, en compañía de Mariscal y numerosos diplomáticos. Cómo es tradicional en estos casos, el Jefe del Estado Mayor recibe al visitante al pie de escalera principal, y lo conduce al Salón Verde. Allí están ya el Presidente Díaz y todo su Gabinete.
Con las formalidades protocolarias, Mariscal presenta a Porfirio Díaz con Elihu Root. Afectuosas palabras brotan de los labios de ambos personajes después de efusivo apretón de manos. Mariscal desempeña el papel de intérprete. En honor de su anfitrión, míster Root afirma que "es digno, en verdad, de elogios al pueblo mexicano por haber buscado en el trabajo su prosperidad; mas para trabajar con éxito se necesitan el orden y la paz y vos se los habéis dado." Se deslizan corteses alusiones a la Conferencia de Washington que trabaja en favor de la paz centroamericana. Quizá, muy en el fondo, Root desea decirle, sin palabras, a Díaz: "Evita el artillamiento de Salina Cruz."
Porfirio Díaz manifiesta a su visitante que él es digno de las mayores atenciones, porque "no sólo eran al estadística de talento sino al amigo y al político que se afana por afianzar las relaciones internacionales por medio de la paz continental."
En la noche de ese mismo día, Root y el Presidente se sientan a la mesa en que se sirve estupenda cena, en el Palacio Nacional. Uno y otro pronuncian discursos oficiales, abundantes en retórica y buenos deseos. Se exaltan a la paz y al progreso porfiriana. Se dice que México es el Edén.
En el Arbeu, la orquesta del Conservatorio Nacional de música deleita, días más tarde, a Root y al Primer Magistrado. Se suceden otras actividades: visita a las obras de construcción del Teatro Nacional, al nuevo edificio de Correos, la Escuela Nacional de Ingeniería, la Catedral, el Colegio de las Vizcaínas, Chapultepec y hace breves viajes, a Cuernavaca, Tlaxcala, Puebla, Veracruz, Jalisco y Estado de México.
Trata el régimen tuxtepecano de mostrar al diplomático yanqui un México pacífico, constructor, trabajador. En el "Garden Party" que se ofrece en Chapultepec a Root, un invitado exclama: "¡Con el solo champaña de está fiesta, habría habido el suficiente para servir dos veces el memorable banquete de los diez mil alcaldes de París!"
Continúan las visitas a los establecimientos oficiales. En la Cámara de Diputados se le recibe con extraordinaria formalidad. Calero pronuncia un discurso de paz y de amistad. Root contesta en idénticos términos.
Root, después de 15 días de estancia en México, se despide del general Díaz, con quien charla tres horas en el Palacio Nacional. Retorna a los Estados Unidos con el cerebro pletórico de imágenes que describen el trabajo, la paz, el progreso.
Por allí anda un iluso: Francisco I. Madero. El no cree en la traída y llevada paz porfiriana, ni en el falso panorama mostrado a Root. El demostrará, a su hora, todo lo contrario. En Cananea, en Río Blanco, en El Yaqui, en Quintana Roo, en todos lados la sangre ya ha corrido. El 18 de noviembre de 1810 correrá más, pero México seguirá por nuevos senderos. Y las falacias de la entrevista Root-Díaz se vendrá por tierra, como el gigante de los pies de barro.
Se vive, al despuntar el siglo XX, la tremenda época de la expansión imperialista. Y México es un punto del globo terrestre que concentra la mirada de los poderosos.
Nos ven, atentos, los señores de allí enfrente. Porfirio Díaz advierte este hecho y, para disipar recelos, dudas, malos entendimientos, el 7 de junio de 1907, por conducto del embajador mexicano en Washington, Creel invita a Elihu Root, Secretario de Estado norteamericano, a visitar México. Root, dicen los panegiristas de aquel tiempo, "uno de los abogados más notables del foro de Nueva York. Pero no es eso tan sólo; es, además, el colaborador eficaz del Presidente Teodoro A. Roosevelt."
El señor Root acepta la invitación y a mediados de septiembre del mismo año, acompañado por su familia, inicia el viaje. Entra por Nuevo Laredo. Aborda el tren presidencial. Pasa por Monterrey, Saltillo, San Luis Potosí y Querétaro. Y se le recibe pomposamente en la estación ferroviaria del Nacional Mexicano. Le abrazan efusivos Limantour, Ignacio Mariscal, de Landa y Escandón, Enrique C. Creel y otros altos representantes oficiales.
Root no traía ojos de turista. Sus miradas eran escudriñadoras. Deseaba percatarse personalmente del estado de cosas prevaleciente. Así lo estimaron ciertos periódicos antiporfiristas.
Root viose obligado a desmentir tales rumores. "He negado más de cuarenta veces que haya venido a este país con miras políticas de las que estoy muy distante; pero hay ciertos periodistas que piensan que la mejor manera de proceder es la de no creer lo que se les dice. Hacen muy mal observando está conducta, pero en esta ocasión es peor todavía", comentó el Secretario de Estado norteamericano.
-"Deseo ver cuánto antes al señor Presidente de la República, para estrechar su mano, pues tengo de él altísima idea por haber logrado, como sabio estadista, engrandecer y hacer progresar a la nación mexicana, haciéndola respetable y respetada."
Cómo a las 11 de la mañana, míster Root abandona sus habitaciones del Castillo de Chapultepec y se dirige al Palacio Nacional, a bordo de magnífico landau, en compañía de Mariscal y numerosos diplomáticos. Cómo es tradicional en estos casos, el Jefe del Estado Mayor recibe al visitante al pie de escalera principal, y lo conduce al Salón Verde. Allí están ya el Presidente Díaz y todo su Gabinete.
Con las formalidades protocolarias, Mariscal presenta a Porfirio Díaz con Elihu Root. Afectuosas palabras brotan de los labios de ambos personajes después de efusivo apretón de manos. Mariscal desempeña el papel de intérprete. En honor de su anfitrión, míster Root afirma que "es digno, en verdad, de elogios al pueblo mexicano por haber buscado en el trabajo su prosperidad; mas para trabajar con éxito se necesitan el orden y la paz y vos se los habéis dado." Se deslizan corteses alusiones a la Conferencia de Washington que trabaja en favor de la paz centroamericana. Quizá, muy en el fondo, Root desea decirle, sin palabras, a Díaz: "Evita el artillamiento de Salina Cruz."
Porfirio Díaz manifiesta a su visitante que él es digno de las mayores atenciones, porque "no sólo eran al estadística de talento sino al amigo y al político que se afana por afianzar las relaciones internacionales por medio de la paz continental."
En la noche de ese mismo día, Root y el Presidente se sientan a la mesa en que se sirve estupenda cena, en el Palacio Nacional. Uno y otro pronuncian discursos oficiales, abundantes en retórica y buenos deseos. Se exaltan a la paz y al progreso porfiriana. Se dice que México es el Edén.
En el Arbeu, la orquesta del Conservatorio Nacional de música deleita, días más tarde, a Root y al Primer Magistrado. Se suceden otras actividades: visita a las obras de construcción del Teatro Nacional, al nuevo edificio de Correos, la Escuela Nacional de Ingeniería, la Catedral, el Colegio de las Vizcaínas, Chapultepec y hace breves viajes, a Cuernavaca, Tlaxcala, Puebla, Veracruz, Jalisco y Estado de México.
Trata el régimen tuxtepecano de mostrar al diplomático yanqui un México pacífico, constructor, trabajador. En el "Garden Party" que se ofrece en Chapultepec a Root, un invitado exclama: "¡Con el solo champaña de está fiesta, habría habido el suficiente para servir dos veces el memorable banquete de los diez mil alcaldes de París!"
Continúan las visitas a los establecimientos oficiales. En la Cámara de Diputados se le recibe con extraordinaria formalidad. Calero pronuncia un discurso de paz y de amistad. Root contesta en idénticos términos.
Root, después de 15 días de estancia en México, se despide del general Díaz, con quien charla tres horas en el Palacio Nacional. Retorna a los Estados Unidos con el cerebro pletórico de imágenes que describen el trabajo, la paz, el progreso.
Por allí anda un iluso: Francisco I. Madero. El no cree en la traída y llevada paz porfiriana, ni en el falso panorama mostrado a Root. El demostrará, a su hora, todo lo contrario. En Cananea, en Río Blanco, en El Yaqui, en Quintana Roo, en todos lados la sangre ya ha corrido. El 18 de noviembre de 1810 correrá más, pero México seguirá por nuevos senderos. Y las falacias de la entrevista Root-Díaz se vendrá por tierra, como el gigante de los pies de barro.
(Tomado de: Morales Jiménez, Alberto - 20 encuentros históricos en la Revolución Mexicana. Don Porfirio y Elihu Root. Colección METROpolitana, #2, Complejo Editorial Mexicano, S.A. de C.V., México, D.F., 1973)
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