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martes, 18 de marzo de 2025

Tariácuri, fundador del reino de Michoacán

 


Tariácuri, fundador del reino de Michoacán 

Amanecía en Tzintzuntzan, el Sol comenzaba a iluminar la capital del reino purépecha. El día anterior había tenido lugar la gran "fiesta de las flechas", la Equata Cónsquaro, que hoy concluiría con el sacrificio masivo del grupo de malhechores y de aquella gente que se castigaría por su rebeldía y desobediencia. El petamuti escuchó las acusaciones de viva voz de los gobernadores y jefes de barrio, y dictó luego la severa sentencia: todos sufrirían la pena de muerte.

Muchas horas transcurrieron al paso del macabro ceremonial, el cual fue presenciado por los principales personajes de la política michoacana. Muy circunspectos, durante las ejecuciones los miembros de la nobleza aspiraban el humo del tabaco silvestre en sus elegantes pipas. Una vez más se cumplían las antiguas leyes que cuidaban de las costumbres y la buena conducta, especialmente aquella que debían a su señor los jóvenes guerreros. 

Al concluir el sacrificio, el séquito siguió los pasos del petamuti, congregándose en el patio fronterizo al palacio del cazonci. Hacía poco tiempo que Tzintzicha Tangaxoan se había entronizado; su corazón no estaba tranquilo, pues graves eran las noticias que llegaban desde México-Tenochtitlan sobre la presencia de extranjeros venidos allende el mar. Pronto sus semblante cambiaría, alegrándose al escuchar el antiguo relato de la venida de sus antepasados a la región lacustre, y sobre todo disfrutaría, una vez más, de la historia de Tariácuri, el fundador del reino de Michoacán. 

El petamuti se dirigió a la concurrencia con estas solemnes palabras: "Vosotros, los del linaje de nuestro dios Curicaueri, que habéis venido, los que os llamáis Eneami y Zacápuhireti, y los reyes llamados Vanácaze, todos los que tenéis este apellido ya nos habemos juntado aquí en uno...". Luego todos elevaron sus oraciones en honor del dios Curicaueri, quien en tiempos antiguos, había guiado a sus antepasados hasta estas tierras; él condujo sus pasos, probó su astucia y valentía, y finalmente les otorgó el predominio sobre toda la región. 

Este territorio estaba ocupado por "gente mexicana", por "nahuatlatos", quienes debieron reconocer la superioridad del dios Tirepeme Curicaueri; la región originalmente estaba gobernada por distintos señores; Hireti-Ticátame, jefe de los chichimecas uacúsecha, siguiendo los designios de su dios, toma posesión de la montaña Uriguaran Pexo. Poco después entran en contacto con los pobladores de Naranjan, y así empezó la historia: Ticátame será la raíz del frondoso árbol de la familia de los Cazonci. 

Como devoto de Curicaueri, muchas fueron sus aventuras, Hireti-Ticátame alimentaba la hoguera con leña sagrada, y pedía permiso a los dioses de la montaña para cazar, enseñando a todos los chichimecas uacúsecha sus deberes para con los dioses. Finalmente casó con una mujer de la localidad, uniendo los nomádicos destinos de su gente con aquellos que ya vivían desde antiguo en las riberas del lago. 

A la trágica muerte de Ticátame en Zichaxucuaro, asesinado por los hermanos de su mujer, le sucede su hijo Sicuirancha, quien prueba su valentía persiguiendo a los homicidas y rescata la imagen de Curicaueri -que había sido robada de su altar- conduciendo a los suyos a Uayameo, donde se establece. En esta ciudad gobernarán como sucesores, sus hijos Pauacume -primero de ese nombre- y Uapeani, que a su vez engendró a Curátame, que continuaría con el linaje. 

En ese momento del relato, la voz del petamuti con arcaicos giros en el lenguaje- describió la peculiar leyenda de la transformación de los hombres en serpientes, exaltando la figura de Xaratanga, la diosa lunar, develando los misterios de los granos de maíz, los chiles y otras semillas, trastocados en sagrada joyería. Eran los tiempos en que los dioses, junto con los hombres, lograban las victorias en el campo de batalla. En esa época fue también cuando el grupo de los chichimecas o uacúsecha se fraccionó y cada jefe menor, con el bulto de su dios, emprendió la búsqueda de su propio lugar de habitación a lo largo y ancho del lago de Pátzcuaro. 

A la muerte de Curátame, sus dos hijos, Uapeani y Pauacume -quienes repitieron los nombres de sus antecesores-, recorrieron llanos y sierras en pos de su destino. Las historias del petamuti animaron a la concurrencia; todos conocían las correrías de los dos hermanos, las cuales los llevarían hasta la isla Uranden, donde encontraron a un pescador de nombre Hurendetiecha, cuya hija casó con Pauacume, el menor de los dos; de aquella unión nació Tariácuri. El destino había unido a cazadores y pescadores, quienes sustentarían a la futura sociedad purépecha. El matrimonio terrenal será la equivalencia mística de la unión entre Curicaueri y Xaratanga, y la adopción de los principales dioses de la localidad, quienes formarán la familia divina. 

Esta gente que fatigosamente había recorrido todo el territorio llegó finalmente a Pátzcuaro, el sitio sagrado que sería el asiento de su largo camino; ahí encontrarán cuatro enormes rocas que materializan a su divinidades tutelares: Tingarata, Sirita Cherengue, Miequa, Axeua y Uacúsecha -el señor de las águilas, su propio capitán divinizado-. Para la concurrencia, el mito se develaba, ellos eran los guardianes de los cuatro rumbos del universo, y Pátzcuaro constituía el centro de la creación. Tzintzicha Tangaxoan musitó: "En este lugar y no en otro ninguno está la puerta por donde descienden y suben los dioses”.

El nacimiento de Tariácuri marcaría la época dorada de los antiguos purépechas. A la muerte de su padre, él todavía era un Infante; mas no importando su corta edad, fue electo cazonci por el consejo de ancianos. Sus tutores fueron los sacerdotes Chupitani, Muriuan y Zetaco, devotos hermanos que enseñaron con el ejemplo al joven discípulo, quien junto con la disciplina que significó la cotidiana devoción de las deidades, se preparó también para la guerra, preludiando la venganza de su padre, sus tíos y sus abuelos. 

Las aventuras de Tariácuri trajeron gozo a los oídos de todos los partícipes de la reunión. El reinado de este cazonci fue muy largo, salpicado de incesantes conflictos bélicos hasta que cada una de las fracciones chichimecas reconocieron su soberanía y el predominio del dios Curicaueri, conformándose así el verdadero reino purépecha. 

Un nuevo episodio en el relato del petamuti fue la historia de los hermanos huérfanos, Hiripan y Tangaxoan, sobrinos de Tariácuri, quienes desaparecieron junto con su madre viuda una vez que los enemigos del cazonci tomaron Pátzcuaro. Ellos tuvieron que huir para salvar sus vidas. Muchas miserias y ofensas debieron sufrir estos niños como pruebas que les imponían los dioses, hasta ser reconocidos por su tío. Las virtudes sin par de los hermanos contrastaban con la bajeza de carácter de su hijo mayor -causada por la embriaguez-, de ahí que Tariácuri, presintiendo el final de sus días, preparó a Hiripan y a Tangaxoan, junto con su hijo menor, Hiquíngare, en la conformación de los futuros tres señoríos que gobernarían conjuntamente el reino: Hiripan gobernará en Ihuatzio (llamado en el relato Cuyuacan, o "lugar de coyotes"); "Hiquíngare, tú continuarás aquí en Pátzcuaro, y tú Tangaxoan, gobernarás en Tzintzuntzan“. Los tres señores seguirán la obra de Tariácuri llevando los triunfos de Curicaueri en todas direcciones, ensanchando las fronteras del imperio. 

La historia contada por el petamuti era escuchada con atención por Tzintzicha Tangaxoan, queriendo reconocer en las palabras del sacerdote los argumentos que le permitirían afrontar los futuros acontecimientos. La confraternidad tripartita de Pátzcuaro Ihuatzio y Tzintzuntzan se rompió, primero con la muerte y extinción de la familia de Hiquíngare, descendiente directo de Tariácuri, y con el posterior despojo que sufriera Ticátame, hijo de Hiripan, por parte de su primo Tzitzipandácuri, vástago de Tangaxoan, quien incluso se apodera de la imagen de Curicaueri. 

Desde entonces Tzintzuntzan se convertiría en la capital de aquel reino. La joyería saqueada de las otras dos ciudades se guardarán en el palacio real, constituyendo el tesoro de Curicaueri y el cazonci. A Zuanga, siguiente gobernante purépecha, tocará enfrentar a los mexicas, a los que vencerá finalmente. Tzintzicha Tangaxoan saboreó esta parte final del relato que exaltaba el poder de sus ejércitos; sin embargo, en el ánimo de la concurrencia ya pesaba el sombrío panorama de la proximidad española, presagiando un funesto final. 


(Tomado de: Solís, Felipe, y Gallegos, Ángel. Tariácuri, fundador del reino de Michoacán. Tariácuri y el reino de los purépechas. Pasajes de la historia VIII. Editorial México Desconocido, S. A. de C. V. México, D. F., 2002)

jueves, 16 de enero de 2025

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro

 

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro 

Elizabeth Mejía 


En un pueblecito perdido en las montañas había un hombre muy viejo, de esos que siempre andan en busca de algún despistado para pescarlo y hacerlo que escuche sus historias, esas que relatan tiempos mejores, de cuando eran jóvenes. Pues bien, aquel hombre me pescó y me contó una historia, la misma que quiero compartir con ustedes. 


Mis tierras se llaman Sierra Gorda, y en ellas existían unos quinientos pueblos, cada uno de diferente tamaño; los había muy grandes, muy pocas verdaderas ciudades y muchos pueblecitos de apenas tres o cuatro casas. 

En ese lugar disponemos de una gran cantidad de recursos, en las partes altas de las montañas, que pasan buena parte del año coronadas por las nubes que vienen del norte y que se detienen a visitarnos con mucha frecuencia; el clima es templado con fuertes heladas, tan fuertes como nevadas, mientras que al norte de la sierra se encuentran valles cálidos, que al estar rodeados de montañas hacen que las nubes no bajen y hacen invernaderos cálidos donde hoy los españoles han sembrado muchas plantas, ya que se dan muy bien. 

Pero cuando todavía los blancos no habían llegado las cosas eran diferentes. Donde hoy se sientan las casas de los curas, que llaman misiones, antes hubo pueblos, unos, los que salen a Río Verde, donde se encuentra la hacienda de Concá, estaban gobernados por una gran ciudad, que hoy llaman San Rafael. Ahí los pueblos vivían abajo, en los valles, cerca de los ríos. De donde estamos hoy, llamado Jalpan, y hasta la salida a Xilitla, no hubo grandes ciudades, más bien pueblos medianos de gente huasteca, que fueron famosas por sus cultivos de algodón, que vivieron alrededor de grandes señoríos. Nosotros rendíamos tributo a los señores mexicas a través de uno de esos señoríos. Vivían en las laderas, ahí donde puedes bajar fácilmente, rodeados por sus cultivos, pero también emprender camino a las montañas. 

Es de esas montañas de donde yo vengo, donde yo nací; pero antes de contarte de mi pueblo, déjame decirte, todos los pueblos que hoy ves se fundaron con los que quedamos, los que no pudimos irnos, y a los que no nos quedó más remedio que quedarnos, o sí lo eligieron, ya que la mayoría de los que vivían aquí los mataron cuando no permitieron que los dominaran. Se llamaban jonases. Eran grupos de personas que vivían organizados en bandas, muy diestros en el manejo del arco y la flecha; andaban desnudos, a veces vivían en cuevas porque no tenían pueblos fijos, ya que vagaban por toda la sierra, principalmente cerca del cerro de la Media Luna -donde, por cierto los mataron a todos-, en Xichu y hasta en Zimapán y Cadereyta; a ellos todos les teníamos miedo, ya que les gustaba asaltar a los que tenían pueblos fijos. 

Pero no todos eran guerreros, también hubo grupos de gente pacífica, como los huastecos, de quienes ya te hablé, y los pames, todos gente que vivía de sus cultivos y que fueron controlados por los misioneros, primero por los agustinos, después por los dominicos, y finalmente por los franciscanos, que construyeron las misiones más grandes y más bonitas. 

Pero déjame contarte del pueblo de mis abuelos, allá al sur de la sierra, arriba, en las montañas. Ese lugar estaba gobernado por dos ciudades al mismo tiempo, esas que los españoles llamaron Ranas y Toluquilla, y de las que no se guardó en la memoria el nombre original, ya que se encontraban abandonadas cuando llegaron los primeros conquistadores. 

Toluquilla era el pueblo de mis abuelos, se trata de un cerro alargado donde hubo habitantes desde hace mucho tiempo, pero que tomó fuerza y lustre después del año 500 de la cuenta española. Para hacer crecer el pueblo primero se niveló el terreno haciendo muros de contención con piedras del mismo lugar. Ya nivelado, construyeron los edificios principales, esto es, cuatro canchas de juego de pelota, y altos templos rematados por cuartos con altares, que estaban dedicados a nuestros dioses, pero que también sirvieron para depositar a nuestros muertos, o a los que tenían enfermedades graves, y para dejar a los sacrificados, a los muertos dedicados a los dioses. Todos eran rodeados por ofrendas, esto es, obsidiana, conchas en su ajuar de collares, cuentas, pendientes y orejeras, instrumentos de piedra y pectorales hechos con huesos de animales, vasijas que contenían cinabrio y el alimento necesario para llegar al otro mundo. 

Y hacia el fondo del cerro, ahí donde la ciudad es más cálida, se hicieron nivelaciones para pequeñas milpas y para las habitaciones de gente importante, los gobernantes y los sacerdotes. En total, cuando la ciudad se terminó, completaron hasta 120 construcciones para el año de 900 en la cuenta de los españoles. Si tú vas a visitarla, verás como el tiempo no la ha derrumbado totalmente y aún se puede observar la avenida principal que pasaba por el centro, con su calle mayor que cruzaban pequeños patios y algunos de los callejones que servían para pasar a las construcciones de los lados, y las dos avenidas laterales, las que van por cada lado. Siempre fue un lugar reservado, no se construyeron grandes plazas para reunir grupos numerosos de personas. Ahí se necesitaba invitación, pues en ese lugar se reunían para hacer ceremonias, ya que era un santuario donde se celebraba el juego de pelota. 

El juego que ahí se practicaba era uno de los conocidos entre el 900 y años posteriores; tenía marcas en el piso que dejaban ver cuál era la cancha, y no contaba con marcadores en los muros de los paramentos, como en otros lugares. 

La otra ciudad, la que llamaron Ranas, es la más grande, con unas 150 construcciones. Ocupaba dos cerros completos y tenía tres secciones, una como en Toluquilla, que además era reservada, donde se construyeron tres canchas de juego de pelota, la otra tenía los edificios que reunían y organizaban la producción de alimentos y de cinabrio, uno de los productos que mi gente sacaba de la tierra, que fue de gran valor en nuestra época y que logró que nuestro pueblo conociera tierras lejanas y por el cual se pagaban grandes riquezas. Además, ahí vivían los encargados, los gobernantes. 

En ese lugar se construyeron plazas donde se reunían todas las personas que vivían cerca, que además eran muchas, por ejemplo, ahí donde hoy es San Joaquín hubo un gran pueblo de productores de alimentos, cerca de las tierras de cultivo y de los manantiales. 

Las dos ciudades fueron muy antiguas, tuvieron su primer esplendor en tiempos teotihuacanos, justo cuando se inició la habilitación de las minas, entre los años 100 y 200 después de nuestra era, es decir cuando surgió el comercio con Teotihuacán. Al parecer su relación con ese gran centro era sólo de intercambio, de forma que nunca hubo población teotihuacana en la Sierra Gorda y por ello los objetos que los teotihuacanos enviaron fueron como pago, que al paso del tiempo acabaron en basureros. En todo ese tiempo el comercio del cinabrio hizo que estas ciudades también se relacionaran con otros lugares, como la costa del golfo y la zona de San Rafael, todos huastecos, y cuya influencia se nota en la fabricación de vasijas negras pero con barro local. Otra de las grandes ciudades con las que la sierra tenía contacto era Tula, que tomó fuerte impulso en los años 600, y posteriormente fue la época en que Toluquilla vivió un gran crecimiento, alrededor del año 900. 

Entre los dos pueblos, Ranas y Toluquilla, controlaron toda la región sur de la sierra y con ello una de las zonas más ricas de mineralización de mercurio y cinabrio, lo que les permitió comerciar por un lapso muy prolongado, y en ese periodo nunca perdieron su identidad, hasta que alrededor del año 1400 la ciudad de Toluquilla inició su abandono gradual, hasta quedar totalmente desierta; mientras que Ranas fue invadida por grupos de nómadas que reocuparon las zonas habitacionales. Pero ello no significó que la región quedara desierta, ya que algunos poblados siguieron funcionando, como el pueblo donde se encuentra San Joaquín, que incluso conocieron a los españoles. 


Al llegar a este punto de la plática, el hombre se tomó un respiro para seguir recordando, y aprovechando la pausa y le hice varias preguntas al mismo tiempo: ¿qué tipo de riqueza se obtenían del cinabrio?, ¿para qué se usaba el cinabrio?, ¿Cómo era ese juego de pelota?, ¿era realmente un juego? Me miró, yo creo que pensando que de plano era yo o muy joven o muy ignorante, así que sólo suspiró y me dijo: 


El cinabrio o granate es un polvo rojo que se encuentra entre las rocas como venas el cual, usado como pintura, sirvió para que nuestro pueblo lograra comunicarse, pero también para comerciarlo desde la época de los teotihuacanos; de esta manera se enviaba este pigmento y a cambio se recibían conchas, obsidiana y varios otros que nuestras tierras no se obtenían. 

Ah, y ¿qué otra cosa quería saber?, ¿lo del juego, verdad? Bueno, el juego de pelota es un ritual también viejo como nuestro pueblo, ya que se pierde en la memoria de quienes lo inventaron, pero con los años ha tenido cambios; primero fue un ritual sagrado, ya que nuestro pueblo cree que el mundo tiene varios planos: arriba moran en varios niveles los dioses, en medio estamos nosotros y por debajo, en el inframundo, se encuentran las semillas esperando a ser germinadas, las aguas subterráneas, los muertos, los animales que viven de noche y otros dioses. A este mundo se llega a través de las cuevas, que son las entradas a la madre Tierra. Pero, a veces, el mundo sufre de desajustes, y para lograr el equilibrio es necesario que aquí en la Tierra se hagan ritos para reordenarlo. Uno de los ritos que tiene la finalidad de volver a equilibrar el mundo es el juego de pelota. 

Los jugadores eran entrenados con mucho cuidado, se vestían como dioses, se preparaban con ayunos y con baños rituales; al final del juego se ofrecían sacrificios para que nuestros dioses estuvieran otra vez en paz. A los sacrificados se les sacaba el corazón o se les decapitaba. Pero al paso de los años y cuando se vieron las glorias del mundo mexica, el juego de pelota se transformó en un deporte, e incluso se hacían apuestas. El juego lo realizaban dos equipos; los jugadores se protegían con prendas especiales, ya que la pelota era gobernada con caderas y muslos para hacerla pasar por el lado por un aro y así lograr una anotación. A veces eran los prisioneros los que jugaban, y toda ciudad que fuera importante tenía por lo menos una cancha y templos para exhibir las cabezas de los decapitados, el tzompantli


Cuando el hombre me decía esto, vinieron a buscarme, por lo que, con mucha pena, me despedí de él, no sin antes comprometerme a regresar y seguir escuchando más de las historias de estas tierras.



(Tomado de Mejía, Elizabeth. Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro. Los guerreros de las llanuras norteñas. Pasajes de la Historia IX. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2003)

jueves, 2 de enero de 2025

Maya, una civilización en la historia


 

Maya, una civilización en la historia 


Las investigaciones realizadas por múltiples disciplinas, entre las que destacan la historia, la arqueología y la epigrafía (el estudio de las escrituras antiguas), nos han dado a conocer la trayectoria histórica de los grupos mayances prehispánicos, que al parecer se inició hace alrededor de cuatro mil años.


Tras largas migraciones, diversos grupos tribales se establecieron en un extenso territorio de aproximadamente 400 000 km cuadrados que comprende los actuales estados mexicanos de Yucatán, Campeche, Quintana Roo y partes de Tabasco y Chiapas, así como Guatemala, Belice y las porciones occidentales de Honduras y El Salvador. A la gran variedad geográfica del área corresponde una notable diversidad cultural e histórica, pues los mayas no son un grupo homogéneo, sino un conjunto de etnias con distintas lenguas -aunque todas provenientes de una lengua madre- costumbres y formas de vinculación con su área. Pero la economía, la organización sociopolítica, las construcciones y las obras escultóricas y pictóricas, así como los conocimientos científicos y la religión de los grupos mayances, presentan semejanzas que permiten considerarlas como producto de una misma cultura. 

La historia prehispánica de los mayas cubre casi 3,500 años, desde el establecimiento de las primeras aldeas, hacia el 2,000 a.C., hasta el sometimiento paulatino a la Corona española, en los siglos XVI y XVII d.C. Los estudiosos del mundo indígena prehispánico han dividido su historia en distintos periodos a fin de comprenderla mejor. Esos periodos son: 


Periodo Preclásico 

Entre los años 1,800 a.C. y 250 d.C. se fueron configurando los rasgos que darían su carácter propio a la cultura maya, con diversas influencias de otros grupos de la gran área cultural llamada Mesoamérica, como los olmecas de la Costa del Golfo de México y los creadores de la cultura de Izapa, en la porción sur de la propia área maya. La domesticación y el cultivo del maíz, aunado al del frijol, la calabaza y el chile, permitió el desarrollo de las primeras aldeas, generalmente en las márgenes de los ríos. Con el incremento de la agricultura sobrevino un aumento de población, se construyeron edificios específicos para el culto religioso y surgió una estratificación de la sociedad como resultado del despliegue de actividades más libres y especializadas, entre ellas la escritura, el arte plástico y los conocimientos científicos. 


Periodo Clásico

Alrededor del siglo III d.C. se inició una época de florecimiento en todos los órdenes, llamada por ello "clásica", que culminó en el siglo IX. En este periodo se intensificaron las relaciones con otros pueblos de Mesoamérica, como los teotihuacanos, y debido al incontenible aumento de la población los asentamientos se convirtieron en núcleos urbanos, con una estructura de poder religioso y civil muy bien organizada, que encabezaba una clase gobernante investida de poderes sagrados. Para este momento la religión ya presentaba un alto grado de complejidad, y los conocimientos científicos y las artes plásticas se encontraban en pleno auge. Entre los muchos sitios que florecieron durante ese periodo podemos destacar a Kaminaljuyú, Tikal, Palenque, Caracol, Yaxchilán, Bonampack, Chinkultik, Copán, Quiriguá, Calakmul, Cobá, Edzná, Uxmal, Ek Balamalam y la Chichén Itzá clásica. 

Hacia el siglo IX se desencadenó una serie de cambios profundos, en lo que se ha denominado "colapso maya", que consistió principalmente en el cese de las actividades políticas y culturales de las grandes ciudades del área central, muchas de las cuales fueron abandonadas para luego desaparecer bajo la espesa selva. Hay varias hipótesis sobre las causas de este fenómeno, entre las que se mencionan crisis agrícolas, ruptura del equilibrio ecológico y hambrunas, que pudieron acarrear grandes conflictos políticos. 

Contrariamente a lo que ocurre en el área central, donde no volverá a florecer con el mismo esplendor la cultura maya, en las regiones norte y sur (norte de la península de Yucatán y Tierras Altas de Guatemala y Chiapas, respectivamente) se produce notables cambios influidos por la llegada de diversos grupos de otras regiones de Mesoamérica. 


Periodo Posclásico 

A las Tierras Altas del sur del área maya arribaron varios pueblos extranjeros que modificaron el rumbo de la historia de esta civilización. Las migraciones están relatadas en los libros que los mayas escribieron durante los primeros años de la época colonial, en sus propias lenguas, pero usando el alfabeto latino que les enseñaron los frailes españoles. El Popol Vuh, libro sagrado de los quichés, dice que después de la creación de los hombres por parte de los dioses: "Muchos hombres fueron hechos y en la oscuridad se multiplicaron. No había nacido el sol ni la luz cuando se multiplicaron. Juntos vivían todos y andaban allá en el Oriente. Una misma era la lengua de todos". Los primeros cuatro hombres creados, que son los ancestros del pueblo quiché, rogaban al creador: "Oh Dios, Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra, danos nuestra descendencia mientras camina el sol y haya claridad. ¡Danos buenos caminos, caminos planos! ¡Que los pueblos tengan paz, mucha paz y sean felices; y danos buena vida y útil existencia”.

luego de reunir a sus hijos, los cuatro patriarcas se dirigieron a la ciudad de Tulán, donde recibieron las imágenes de sus dioses, y con ellas a cuestas emprendieron el largo viaje hacia las tierras mayas, donde fundarían nuevas ciudades. 

Asímismo, algunos cakchiqueles que aprendieron el alfabeto latino narraron el origen del universo y de su propio pueblo en otro libro extraordinario, el Memorial de Sololá, que corrobora los acontecimientos mencionados en el Popol Vuh

Todos estos hechos ocurren históricamente a fines del primer milenio después de Cristo, y con ello se inicia el periodo llamado Posclásico, que va del 900 al 1524. 

Los quichés de la Tierras Altas de Guatemala crearon un poderoso estado militar que sojuzgó a las otras etnias, como los cakchiqueles y los zutuhiles, y mantuvieron fuertes contactos con los mexicas del Altiplano Central a quienes rendían tributo. En 1524, a la llegada de los españoles comandados por Pedro de Alvarado, su capital, Gumarcaah, tuvo un fin violento, como el de Tenochtitlan ocurrido sólo tres años antes. Esta conquista es narrada, entre otros textos, por un emotivo documento colonial llamado Título del Ahpop Uitzitzil Tzunún

En el norte de la península yucateca, durante el Posclásico hubo un gran cambio cultural, ocasionado también por la llegada de grupos muy diversos procedentes de la Costa del Golfo de México que se asentaron en sitios como Uxmal, Chichén Itzá y Mayapán.

En este periodo se intensifican los contactos con varios pueblos; el comercio adquiere un papel central en la vida de los mayas y se crean emporios comerciales, como el de los chontales o putunes. Asimismo, muchas actividades pierden su carácter religioso debido tal vez al militarismo y a los intereses utilitarios. Los mayas destacan ahora ya no como matemáticos y astrónomos, sino como hombres de negocios capaces de organizar y mantener una importante red comercial. 

Pero los mayas nunca dejaron de ser religiosos. En el Posclásico se introdujeron nuevos dioses y cultos provenientes de otras regiones de Mesoamérica, como la veneración al dios Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada del Altiplano Central de México, que los mayas llamaron Kukulcán. También surgieron nuevos estilos artísticos y se vivió un gran auge cultural que se reflejó principalmente en la ciudad de Chichén Itzá. 

La conquista del norte de la península de Yucatán no presentó el carácter de epopeya que tuvieron la de Tenochtitlan en México y la de Gumarcaah en Guatemala. Para entonces las constantes guerras ya habían conducido a la región a una decadencia cultural, y entre 1527 y 1546 cayó en manos de Francisco de Montejo, de su hijo y de su sobrino, del mismo nombre ambos. Pero los itzáes de Chichén Itzá que habían huído hacia las selvas de Guatemala, y fundado la ciudad de Ta Itzá, a orillas del lago Petén, lograron mantenerse libres hasta 1697. 

Después de la conquista española la historia de los pueblos mayances sufrió un cambio radical, pero a quinientos años de ese momento aciago para los mayas, la mayoría de las etnias habita aún en sus territorios, hablan sus lenguas y conservan algunas de sus creencias y costumbres cotidianas, aunque modificadas, lógicamente, por la imposición violenta de otra cultura.


(Tomado de: de la Garza Camino, Mercedes. Una civilización en la historia. Los misterios de Palenque. Pasajes de la Historia II. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2000)

lunes, 9 de diciembre de 2024

La Quemada o el mítico Chicomostoc

 


La Quemada o el mítico Chicomostoc 

Baudelina García 

El sitio arqueológico de La Quemada, también conocido como Chicomoztoc, forma parte del imaginario mexicano que lo convirtió en el lugar mítico por donde habrían pasado los mexicas, en su peregrinación hacia el centro de lo que hoy es México. 

Situada en la frontera entre el norte de México y el occidente -las dos regiones culturales que han recibido menos atención en lo que a investigación se refiere-, La Quemada continúa siendo hasta hoy un espacio enigmático cuya historia completa está aún por conocerse. 

Si bien es cierto que pudo haber sido ocupada ocasionalmente por grupos nómadas, dedicados mayormente a la casa y a la recolección, muchas de las evidencias que pudiéramos tener sobre la presencia de los chichimecas nos han sido negadas por el paso de los años y por la acción de la lluvia y el viento. Los embates de la naturaleza se llevaron el aplanado de barro y cal, además del mortero que servía para darle unidad a las piezas que formaban el conjunto de edificios y basamentos. 

Pero no sólo la naturaleza se encargó de borrar los perfiles que le daban forma definitiva a La Quemada, también los colonizadores, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, utilizaron los edificios como materia prima para construir las ciudades y los pueblos que conformaron la nueva geografía urbana de la región. 

Debido a muchos factores ha sido difícil para los arqueólogos determinar el origen del sitio y su filiación cultural, por lo que muchos investigadores han especulado en cuanto a definir y caracterizar a La Quemada; los hay quienes la consideran una avanzada teotihuacana hacia el norte, un desarrollo tolteca, una fortaleza de los combativos tarascos, el famoso y legendario Chicomoztoc, un centro caxcán y, finalmente, como es lógico, un importante asentamiento defensivo que dio cobijo a grupos indígenas asentados al norte de la frontera marcada por el río grande de Santiago. 

Sin embargo, gracias a los trabajos de Peter Jiménez, hoy sabemos que La Quemada estuvo ocupada entre los años 500 y 900 de nuestra era; los análisis de laboratorio permitieron concluir que se trata de un asentamiento que creció y se desarrolló en los mismos años que corresponden al apogeo y ocaso de Teotihuacan. Aparentemente el sitio fue abandonado cuando los toltecas fundaron la ciudad de Tollan. 

Lo cierto es que La Quemada sigue ahí con sus estructuras sobre un cerro que alcanza los 250 metros sobre el nivel del valle. Quien observa su disposición arquitectónica tiene la sensación de que se trata de una fortaleza, en la que pueden identificarse más de cuarenta plataformas o terrazas de diferentes dimensiones. Pero aun cuando pudiera definirse como un enclave defensivo, una visión cuidadosa del conjunto nos permite distinguir también su carácter cívico-religioso. La mayor parte de lo que vemos hoy en La Quemada corresponde a la última etapa de ocupación: se trata de un conjunto ceremonial fortificado que guarda enormes similitud con los que se encuentran en Mesoamérica durante el Epiclásico (600-900 d. C.)

La existencia de un centro cívico-religioso como La Quemada sólo se explica a partir de la presencia de una actividad agrícola permanente, capaz de sostener la mano de obra necesaria para construirla. Todo hace pensar, y las evidencias así lo demuestran, que los habitantes del valle en el que está sentada La Quemada, el de Malpaso, cultivaban maíz, frijol, calabaza y maguey, además de recolectar productos silvestres como semillas de amaranto, jitomate y nopal. 

Atendiendo a su posición geográfica, que le permitiría establecer relaciones con otros asentamientos vecinos, La Quemada pudo haber sido parte de una red de intercambio en la que intervinieron Chalchihuites -que destacó por su actividad dedicada a la minería-; el Cañón de Juchipila y el Valle de Atemajac, el área de Aguascalientes y los Altos de Jalisco hasta el noroeste de Guanajuato. Esta red seguramente propició el trueque de productos de diversa índole, entre los que podrían mencionarse los minerales, la sal y la concha como parte de la intensa actividad comercial que tuvo lugar en esa época en el noroeste de Mesoamérica. No se descarta la posibilidad de que una actividad de esas características provocara enfrentamientos entre quienes se disputaban el control de una región donde además se comerciaba con la turquesa procedente de lugares tan lejanos como Nuevo México; este último hecho supone la existencia de un corredor comercial que se extendió en su apogeo a lo largo de más de mil kilómetros al norte y representó un vínculo real con el territorio conocido como Aridoamérica. 

Las construcciones más importantes de La Quemada se levantaron, como era lógico, en su momento de apogeo; así, observamos el Salón de las Columnas, el Juego de Pelota, la Pirámide Votiva y la mayor parte de las calzadas. 

Las investigaciones realizadas por Peter Jiménez han permitido conocer algo más sobre su crecimiento y apogeo, así como del momento en que la ciudad fue abandonada por sus habitantes primigenios. 

Son muchos los secretos y las historias que aún guarda este sitio, pues como señala Jiménez, se ha explorado apenas el cinco por ciento de la zona. Estamos seguros de que investigaciones futuras ayudarán a resolver algunas de las incógnitas que impiden descubrir con toda certeza el origen de este asentamiento y los motivos que obligaron a sus moradores a abandonarlo. Como en otros lugares de Mesoamérica, el colapso de La Quemada sólo podrá explicarse cuando ella misma nos cuente, con los datos que aporte la arqueología, la historia de su pasado; mientras tanto podemos imaginar, y esto es perfectamente factible dada su posición geográfica, que por ahí transitaron los hombres de las llanuras norteñas y que los chichimecas hicieron de ese territorio una trinchera frente a la avanzada española.


(Tomado de García, Baudelina. La Quemada o el mítico Chicomoztoc. Los guerreros de las llanuras norteñas. Pasajes de la Historia IX. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2003)

viernes, 13 de septiembre de 2024

Stephens en Palenque

 


Stephens en Palenque 

El encuentro con un esplendoroso pasado 

Corre el año de 1840. Agotados por el penoso viaje a través de la selva, John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood llegan por fin a la impactante ciudad que hacía un siglo, en 1730, había sido descubierta por el licenciado Antonio de Solís, encargado del curato de Tumbalá, quien residía con su familia en el poblado de Santo Domingo de Palenque. 

"En el romance de la historia del mundo -escribiría después el notable explorador norteamericano- jamás me impresionó nada más fuertemente que esta en un tiempo grande y hermosa ciudad, trastornada, desolada y perdida; descubierta por casualidad, cubierta de árboles... y sin siquiera un nombre para distinguirla”.

Desde su descubrimiento, la gran ciudad había empezado a hablar con un lenguaje extraño y misterioso, lenguaje de piedra y estuco, de otros hombres y otros tiempos muy distantes de la cultura occidental que ahora la admiraba. Las más antiguas descripciones: la de José Antonio Calderón, que realizó la primera exploración oficial a la ciudad en 1785, y las de Antonio Bernasconi y el cronista real Juan Bautista Muñoz, así como las interpretaciones que de la ciudad había hecho un grupo de estudiosos bajo la asesoría del canónigo Ramón Ordóñez y Aguiar, sobrino nieto del descubridor de Palenque, presentaban a la enigmática urbe como un vestigio de las incursiones a estas tierras por parte de los fenicios, los cartagineses y las diez tribus perdidas de Israel, entre otros grupos. 

El canónico Ordóñez poseía un librillo escrito siglos antes por los propios indígenas, llamado Probanza de Votán, del cual aseguraba que sólo él podía entenderlo, ya que estaba escrito en lengua indígena y en metáforas, y así convenció a un grupo de diletantes de que Votán, del linaje de los Culebras, había sido el fundador de la ciudad. El personaje había llegado de La Habana, procedente de Siria, en un viaje que incluyó España, Roma y Jerusalén. Según Ordóñez, las inscripciones, que abundan en la ciudad, eran egipcias y los motivos de sus relieves, mitos grecorromanos y hechos históricos, como la derrota de Cartago por los romanos; la ciudad, además, era frecuentada por todos los pueblos marítimos del mundo, aseguraban los eruditos. 

Stephens, quien ya conocía esas interpretaciones, se dedica a buscar datos sobre la historia de la ciudad en el pueblo de Santo Domingo de Palenque y a describir con todo detalle las construcciones. Corrobora que los indios del pueblo nada saben acerca de la ciudad, e incluye en su obra una narración de las expediciones anteriores a la suya, desde el descubrimiento de De Solís que él sitúa en 1750 y que piensa fue realizado por los indios y no por el tío abuelo de Ordóñez, ya que duda mucho que un grupo de españoles se aventurara a internarse en la selva, poblada de insectos, jaguares y mortales víboras. 

Sentado sobre un edificio semidestruido, frente al gran Palacio y a la elevada pirámide que hoy sabemos albergaba el cuerpo de Pakal, el Ahau o Señor más noble de ese antiguo pueblo, y abanicándose con una gran hoja del espeso follaje que crecía por todas partes, Stephens comenta a Catherwood: "¡Decir que esta ciudad es tres veces mayor que Londres! ¡Qué disparate! Es increíble todo lo que se ha inventado; esos relatos están cargados de fantasía. Aunque nos recuerdan a las egipcias, yo más bien creo que las inscripciones narran la propia historia de los constructores y habitantes de la ciudad. ¿Te acuerdas de los jeroglíficos de Copán y de Quiriguá? Yo los encuentro muy semejantes a éstos, por lo que parece ser que todo el territorio fue en un tiempo ocupado por la misma raza que hablaba la misma lengua, o por lo menos que tenía los mismos caracteres escritos, y que luego desapareció. Pero sin duda, aquellos hombres no fueron los antepasados de los indios que vemos ahora por aquí”.

Catherwood asiente mientras delinea el contorno de la alta pirámide que después se llamaría Templo de las Inscripciones. Ese día realiza una acuarela maravillosa que, junto con el libro de Stephens, será difundida a través del tiempo y el espacio a todos los rincones del mundo durante los siguientes dos siglos. Asimismo, la extraordinaria ciudad de Palenque seguirá hablando, y muchos hombres de muchas naciones seguirán interpretando su lenguaje y excavando sus entrañas con el mismo afán de conocerla y con la misma fascinación que sintieron los viajeros románticos del siglo XIX.

A partir del descubrimiento de Palenque, poco a poco fueron emergiendo de la selva grandiosas ciudades mayas construidas por el extraordinario pueblo del que habló Stephens, pero hoy sabemos que ese pueblo no desapareció: los creadores de aquella espectacular civilización fueron los ancestros de los diversos grupos indígenas que habitan hoy el área maya.


(Tomado de: de la Garza Camino, Mercedes. Stephens en Palenque. Los misterios de Palenque. Pasajes de la Historia II. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2000)


viernes, 23 de agosto de 2024

El ritual funerario entre las Culturas del Desierto

 


El ritual funerario entre las Culturas del Desierto 


José Luis Rojas Martínez


El extenso territorio del Norte de México presenta diferentes condiciones geográficas delimitadas por las grandes formaciones de las sierras madre, Occidental y Oriental, y por el Golfo de México y el océano Pacífico, en ambos extremos; en este escenario, y no obstante las condiciones climáticas adversas, se desarrollaron numerosos grupos humanos que lograron expresar a través de diversas manifestaciones culturales, el entorno árido y hostil que los rodeaba. Varios de esos grupos dieron origen a las llamadas "Culturas del Desierto", cuya característica principal fue la de tener una forma de subsistencia basada en la caza, la pesca y la recolección; eran grupos nómadas en constante movilidad que buscaban su sustento, ya que desconocían las bases de la agricultura y la domesticación de animales que pudieran servirles de alimento. Tenían una sencilla cultura material que estaba de acuerdo con el grado de aprovechamiento de los recursos que su medio les ofrecía. 

Uno de los grupos integrantes de las Culturas del Desierto, que ha sido ampliamente estudiado por la arqueología mexicana, se asentó en el área conocida como la Comarca Lagunera, situada en la parte suroeste del estado de Coahuila y una pequeña porción del norte del estado de Durango. Se trata de una inmensa planicie cercana a la moderna ciudad de Torreón, rodeada de grandes macizos orográficos; en su superficie crece la típica vegetación de las zonas áridas, formada por agaves, yucas, lechuguillas, etcétera, cuyas fibras fueron aprovechadas por aquellos grupos laguneros para elaborar su vestimenta, sus adornos y sus utensilios cotidianos. 

Fue precisamente en la Comarca Lagunera donde se realizó uno de los más importantes hallazgos en la historia de la arqueología del norte de México, cuando entre 1953 y 1954 los arqueólogos adscritos al entonces Departamento de Prehistoria del INAH, Manuel Maldonado-Koerdell, Pablo Martínez del Río, y Luis Aveleyra Arroyo de Anda, dedicaron tres temporadas de campo para rescatar una importante cantidad de restos humanos y sus ofrendas, depositados en forma de bultos mortuorios dentro de dos cuevas conocidas como la Candelaria y la Paila, las cuales mostraban, a través de los materiales arqueológicos rescatados, cómo se desarrollaban la vida cotidiana y los rituales de este grupo que habitó la región por más de tres mil años, desde el 2000 a. C. hasta el 1600 d. C. Dicha cronología, basada en los fechamientos obtenidos por el material lítico rescatado, además del estudio científico de los objetos de concha, huesos de animales, madera, textiles y restos óseos humanos, entre otros, nos permiten reconstruir fragmentos de la historia de la ocupación humana en la Comarca Lagunera. 

Todos los integrantes de una pequeña banda de cazadores-recolectores, formada por unos treinta miembros, realizaban sus actividades cotidianas tal como lo habían aprendido durante numerosas generaciones; para sobrevivir en una región desértica como El Bolsón de las Delicias, área ocupada por este pequeño grupo, desarrollaron diversas técnicas que les permitían aprovechar al máximo los recursos naturales a su alcance. Los niños eran adiestrados en el arte de la cacería, y tenían que estar siempre atentos a las indicaciones y enseñanzas de sus padres, ya que de ellas dependía la sobrevivencia del grupo. Uno de los adultos, considerado el más experimentado cazador de venados y conejos en la región de la Comarca Lagunera, de nombre Coyote Blanco, desde pequeño había dado muestras de sus aptitudes para la fabricación de los implementos de caza; sus hábiles manos podían cortar y pulir con destreza excelentes puntas de proyectil e incrustarlos en duros mangos de madera que previamente había preparado. Coyote Blanco se distinguió por su pericia en el uso del arco y la flecha, además del lanzadardos, o átlatl, instrumentos que lo acompañarían a lo largo de su vida por todos los recorridos en busca de presas. 

A Coyote Blanco se le admiraba porque con frecuencia regresaba al campamento con grandes venados cola blanca, conejos y otros mamíferos pequeños, de los que se utilizaba inmediatamente su carne y se llevaba a las fogatas que ya habían encendido previamente las mujeres; mientras tanto las pieles de sus presas se preparaban para cubrirse con ellas durante las épocas más frías. Coyote Blanco era consciente de que su núcleo familiar podía sobrevivir a las duras condiciones de vida del desierto gracias a su experiencia y a sus habilidades. 

Una vez separada la piel del venado, Coyote Blanco se acercó al lugar del desplazamiento y observó detenidamente la cabeza del animal, examinó con sumo cuidado sus astas, que resaltaban por su gran belleza y tamaño, y luego separó la cabeza del animal -para él era importante no dañar las astas-, tomó sus instrumentos de piedra para cortar hueso y con ellos seccionó el cráneo, y enseguida separó cuidadosamente las astas. Después buscó entre la madera que tenía a su disposición y encontró algunas varas que le serviría para su propósito. Tomó entonces las dos astas y las unió con las varas que había seleccionado, sujetándolas con finas cuerdas de fibras vegetales; de esa manera fabricó un amuleto que le sería indispensable para realizar los rituales propiciatorios que le garantizarían seguir obteniendo presas y así asegurar la sobrevivencia de su grupo. 

No sólo las habilidades de Coyote Blanco eran imprescindibles para la existencia de su grupo, también las actividades realizadas por las mujeres eran muy importantes. Ellas iniciaban su instrucción desde muy pequeñas; aprendían a recolectar frutos, semillas y otros alimentos que complementaban su dieta. De la escasa vegetación que crecía en un medio árido, tales como las yucas y las lechuguillas, sabían usar sus fibras para elaborar una vestimenta sencilla: mantas, faldellines, tocados o enredos, bandas con motivos geométricos en rojo, negro, blanco y amarillo, bolsas y otros implementos de uso doméstico. 

Coyote Blanco murió antes de cumplir los cuarenta años, suceso que provocó una gran conmoción entre los miembros de su grupo, quienes prepararon con gran esmero los rituales mortuorios dignos del personaje. De acuerdo con las centenarias tradiciones que exigía este rito, el cuerpo fue flexionado hasta lograr una posición fetal; posteriormente se le colocaron todas sus pertenencias, incluyendo, por supuesto, sus preciados instrumentos de caza. Como una manera de reconocer el prestigio de gran cazador que adquirió en vida, se le colocó en el brazo izquierdo una gran punta de proyectil adherida con resina vegetal a un mango de madera. Después, el cuerpo fue cubierto con una gran manta y amarrado con varias tiras de fibras vegetales, y se le colocó sobre un arnés de varas, amarradas también con fibras, para luego ser transportado hacia la cueva mortuoria, en cuyo interior yacían los cuerpos de varias generaciones de laguneros. Entrar por la boca de la cueva fue extremadamente complicado, ya que el tamaño y el peso del cuerpo dificultaba las maniobras, pero por fin lograron acceder al área principal y en un espacio adecuado pusieron una cama de pencas de nopal sobre la que depositaron el arnés y el envoltorio con los restos mortales de Coyote Blanco. 


(Tomado de Rojas Martínez, José Luis. El ritual funerario entre las culturas del desierto. Los guerreros de las llanuras norteñas. Pasajes de la Historia IX. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2003)

lunes, 24 de agosto de 2020

Los caminos de la turquesa


Es verdad que las relaciones entre los hombres se dan a través de las cosas, como lo podemos ver con los objetos arqueológicos recuperados en Paquimé durante las excavaciones realizadas por el doctor Charles Di Peso, los cuales nos permiten darnos una idea bastante aproximada de cómo era la gente y cómo transcurría su vida cotidiana. El inventario de la cultura material muestra a unos hombres asentados en aldeas a lo largo de las áreas ribereñas de la región. Vestían finas prendas elaboradas con fibras derivadas de los agaves que crecían en las laderas de las montañas. Pintaban sus caras con figuras geométricas de bandas verticales y horizontales, sobre los ojos y en las mejillas, como se puede observar en las vasijas antropomorfas de la admirable cerámica Casas Grandes policromada. Cortaban su cabello por el frente y se lo dejaban largo hacia la parte de atrás. Colgaban de sus orejas, brazos y cuello, aretes (conos a manera de campanillas) hechos con objetos de concha marina y/o cobre.
El intercambio comercial de estos productos inició desde tiempos remotos, con seguridad mucho antes de que se llevarán a cabo los primeros cultivos en el área. Tiempo después aumentó considerablemente el comercio de estos artículos, que estaban directamente asociados con todas sus creencias y dependían de los recursos que la naturaleza les brindaba. En la región, las minas prehispánicas de cobre y turquesa más cercanas, de las estudiadas por los arqueólogos, se encuentran en el área del río Gila, vecina de la población de Silver City, al sur de Nuevo México, es decir más de 600 kilómetros al norte.
Hubo otros yacimientos de cobre, como el que se localiza en el área de Samalayuca, a 300 kilómetros hacia el oriente. Muchos estudiosos han pretendido asociar las minas de Zacatecas con las culturas del norte; sin embargo, durante los tiempos de esplendor de Paquimé, Chalchihuites era ya sólo un vestigio arqueológico.
Cerca de 500 kilómetros hacia el occidente, a través de las montañas, se encontraban los bancos de concha más cercanos a Paquimé, y mucho más lejanos para aquellos grupos que intercambiaban el cobre por conchas y por las coloridas plumas de guacamaya en las regiones norteñas. Es curioso que los chichimecas de Paquimé hayan preferido la concha en lugar de las piedras locales para manufacturar sus ornamentos. Otro material muy estimado fue la turquesa, importada de las minas de Cerrillos, en la región del río Gila. 
Trabajos de investigación y análisis de laboratorio permitirían identificar con certeza los lugares de procedencia del cobre y de la turquesa en el territorio de la Gran Chichimeca y de Mesoamérica, y durante los diferentes periodos de ocupación, ya que hoy en día aún se asume que la turquesa encontrada en sitios correspondientes a la época tolteca y azteca, y la que empleaban otros grupos como los tarascos, los mixtecos y los zapotecos, provenía de las regiones lejanas de Nuevo México.
En el caso de Paquimé hablamos del periodo Medio, fechado entre los años 1060 y 1475 de nuestra era, que corresponde a la época de los toltecas de Quetzalcóatl y de los mayas de Chichén Itzá, y a los orígenes del culto a Tezcatlipoca.
Fray Bernardino de Sahagún comenta que los toltecas fueron los primeros hombres mesoamericanos que se aventuraron hacia las tierras norteñas en busca de las turquesas. Bajo el liderazgo de Tlacatéotl se introdujeron al mercado el chalchíhuitl o turquesa fina, y el tuxíhuitl o turquesa común.
Esta piedra fue utilizada por los chichimecas de Paquimé para manufacturar algunos ornamentos, como las cuentas de collares y los pendientes. En un período de doscientos años los chichimecas, los anasazi, los hohokam y los mogollón de sur de los Estados Unidos aumentaron considerablemente el uso de artefactos de esta fina piedra. Algunos arqueólogos, como el doctor Di Peso, sustentan la idea de que fueron los toltecas quienes controlaron en Nuevo México la explotación minera y el mercado -que incluía el área maya, el altiplano central, y el occidente- con el norte de México.
Los objetos arqueológicos más significativos del mundo prehispánico fueron las placas o efigies con incrustaciones de mosaicos de turquesa. Este tratamiento sugiere el alto valor de los artefactos elaborados con este material y su posible procedencia foránea.
Las rutas de comercio fluían de norte a sur por todo el país, siempre por las rutas del occidente y del altiplano central, rutas que más tarde emplearían los españoles para conquistar las tierras chichimecas.
Para Phil Weigand, una consecuencia directa del auge de la minería prehispánica fue el despliegue de las rutas de comercio, pues una actividad tan próspera requería de una red de distribución bien organizada. Fue así como el creciente consumo de este producto originó que su obtención estuviese regulada por organizaciones sociales cada vez más complejas que garantizaban la explotación en diversos yacimientos y en diferentes momentos, desarrollando avenidas de beneficio para los grandes centros productores y, más aún, para los centros de consumo mesoamericanos.

(Tomado de: Gamboa, Eduardo. Los caminos de la turquesa. Los guerreros de las llanuras norteñas. México Desconocido, serie Pasajes de la historia IX. Editorial México Desconocido, S. A. de C. V. México, 2003)