sábado, 31 de agosto de 2019

Cruces parlantes

(Tablero del Templo de la Cruz; Palenque, Chiapas)
Uno de los fenómenos religiosos más sobresalientes entre los indígenas mayas fue el culto a las cruces parlantes, introducido o revivido por José María Barrera durante la guerra de Castas en Yucatán., Aun cuando la relación entre la cruz foliada y el misterio indígena del agua se basaba en ideas religiosas muy antiguas, aquella devoción cobró gran popularidad cuando ese signo, grabado en un árbol, se convirtió en símbolo de la rebelión de los mayas. No se sabe si los oráculos de la cruz fueron transmitidos por individuos posesos o si desde un principio se trataba de una superchería de sacerdotes ventrílocuos, según lo afirman varios historiadores yucatecos. La cruz parlante de Chan Santa Cruz, sustituida posteriormente por otras cruces sagradas, se convirtió en un símbolo religioso y aun nacional para los cruzoob, cuya autonomía política y religiosa se sostuvo en el territorio del actual Estado de Quintana Roo durante varias décadas.
Los cruzoob (hispanismo del maya yucateco: de cruz y -oob, sufijo pluralizador) fue el nombre de los indígenas rebeldes que a mediados del siglo XIX se instalaron en las selvas de Quintana Roo y adoptaron o renovaron la antigua religión maya. Su centro político y religioso era Chan Santa Cruz. Chan es el antiguo nombre de los mayas y significa serpiente, símbolo de la fertilidad; y Santa Cruz se refería a la cruz maya, de simbolismo pagano. La tierra de los cruzoob se extendía por el sureste de la península, hasta Tulum por el norte y por el sur hasta el lago Bacalar. En 1867 contaban con unos 40 mil adeptos y se consideraban un estado independiente. Recibían cierta ayuda de los ingleses de Belice, especialmente armas modernas, a cambio del permiso de explotar las maderas de sus bosques. Según el viajero Fred Aldherre, los cruzoob no observaban la vieja religión maya, sino una mezcla de cristianismo y paganismo, centrada alrededor de la gran cruz mágica y parlante de Chan. Esta tenía su intérprete oficial, el Tata polin, y sólo ocasionalmente escribía cartas para indicar su voluntad, firmadas con tres cruces.
La cruz parlante era un culto sincrético en que se admitían ciertas ideas católicas; sin embargo, a medida que florecía en Quintana Roo, muchas ideas religiosas de los antiguos mayas, que habían sobrevivido en tradiciones, supersticiones y conocimientos transmitidos oralmente, contribuían a vitalizar a los cruzoob. Todavía en 1871 se veneraba a una cruz parlante en Tulum, y el culto no parece haber desaparecido del todo aún en época posterior. v. Enciclopedia yucatanense; S. Baqueiro: Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán desde el año 1840 hasta 1864 (Mérida, 1878); N. Reed: The Caste War of Yucatan (Stanford, 1964).  
Antecedentes. Los españoles, según algunos cronistas, hallaron algunas cruces, o señales de ellas, en los adoratorios de Yucatán; esto originó la suposición de que los mesoamericanos conocían la cruz cristiana. En abono de este aserto, se han señalado las cruces y las figuras cruciformes en los tableros de Palenque, que más bien pueden considerarse como plantas de maíz estilizadas. Muchos siglos antes de la era cristiana se representaba la cruz en América, según lo demuestran la que se ve en la estatuilla de Atlihuayán, Morelo, que se conserva en Cuernavaca, y la del jaguar de Chavín, Perú. Las cruces cristianas prehispánicas han sido motivo de leyenda. 


(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen III, Colima - Familia)

viernes, 30 de agosto de 2019

Gertrudis Bocanegra


8

Gertrudis Bocanegra (1765-1817)

No era usual que las mujeres tuvieran acceso al conocimiento. Pero ella buscó, de una u otra forna, el modo para hacerse de libros que le contagiaran el ánimo libertador. Los autores de la Ilustración despertaron en ella una conciencia de justicia social y libertad. Por ello, cuando inició el movimiento insurgente en 1810, y a pesar de que sus padres y su marido, Pedro Advíncula de la Vega, eran españoles, de inmediato sintió simpatía por la causa.

Al principio dudó en hacerle saber sus pensamientos a su esposo. Al fin y al cabo, don Pedro era un soldado de la tropa provincial. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que ninguno de los dos podía estar en contra de un movimiento que intentaba dar justicia a los habitantes del país.

Los dos se lanzaron a apoyar la insurgencia. Incluso un hijo suyo, a la primera oportunidad, se unió a las huestes de Hidalgo. Sin embargo, con el paso del tiempo, fue doña Gertrudis quien pudo brindar mayores servicios a la causa insurgente, en especial, después de que tanto su esposo como su hijo fallecieran en el campo de batalla.

Doña Gertrudis, a pesar de las dolorosas pérdidas, continuó con la gesta. Si de alguna forma podía honrar a sus muertos era luchando a favor de la causa por la que habían entregado sus vidas.

Bocanegra había nacido en Pátzcuaro, Michoacán, y conocía a diestra y siniestra a las personas y los senderos de aquella zona. Gracias a ello, pudo organizar una extensa red de comunicación entre los jefes insurgentes, sirviendo ella misma de correo entre Pátzcuaro y Tacámbaro.

Los cabecillas del movimiento encontraron en ella una persona de confianza. Por ello, cuando la insurgencia parecía destinada a resquebrajarse por la desunión, el poderío del ejército realista y la obstinación del gobierno virreinal, tomó un papel definitivo para la supervivencia del movimiento.

Enviada a Pátzcuaro, se le encomendó preparar la toma de su pueblo natal. De inmediato, sus cualidades de mando y organización salieron a relucir. Comenzó por organizar las fuerzas insurgentes dentro del poblado para permitir la entrada de los que se encontraban a las afueras. 

También se informó del estado de la defensa realista y trató de convencer a diversas personas de unirse al movimiento. Su gallardía llegó al punto de pedir a soldados realistas que cambiasen de bando. Tal temeridad le costó la vida.

Traicionada, fue apresada por las autoridades virreinales. Siguieron largos interrogatorios para tratar de sacarle alguna información. Sin embargo, Bocanegra no dijo una sola palabra que pusiera en peligro al movimiento, tal era su firmeza y fortaleza de carácter. Enjuiciada y sentenciada fue fusilada al pie de un fresno el 11 de octubre de 1817.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008)

jueves, 29 de agosto de 2019

Radio Fórmula, 19-sep-1985



(Insurgentes y Álvaro Obregón, 19 de septiembre de 1985. foto tomada de este POST)



El edificio se bamboleaba con una fuerza que no puedo describir



Es un verdadero milagro que haya sobrevivientes -dice Pedro Ferriz de Con- porque tal y como sucedieron las cosas fue para que todos estuviéramos muertos.
Todo empezó a las 7:18 de la mañana. Sentimos el típico temblor muy tenue. Yo estaba pasando una nota en que Mario Moya Palencia se confirmaba como embajador de México ante la ONU. Seguimos sintiendo aquel temblor oscilatorio. Avenida Cuauhtémoc y Río de la Loza es una zona en donde empieza el lodo en el subsuelo de la ciudad de México. Pensé que iba a ser oscilatorio todo el tiempo y que, como tantas veces, iría disminuyendo. Le pedí al operador de audio en la cabina de enfrente y del que me separaba un cancel con un vidrio, que quitara la grabación para empezar hablar del temblor. Por deformación profesional, mi primer impulso, en vez de correr, fue el de hacer la crónica. Entonces vi que se le salían los ojos de las órbitas, estaba realmente muy asustado. Lo vi como semisentado en el aire a punto de dar un brinco. Margarito, tranquilo, tú sigue allí en tu puesto y vamos a narrarle a la gente lo que está pasando: Señoras y señores: se está sintiendo en la ciudad de México un temblor oscilatorio. Vamos a ponernos en contacto con el observatorio de Tacubaya para averiguar de qué magnitud es. Creí que iba a durar como un minuto y ¡nada! ¡cuál minuto, siguió oscilando más, y cada vez más, y cada vez más! Empezó a asomar el miedo en una forma muy tenue, y pensé en los míos; mi mujer, mis hijos. El edificio se bamboleaba con una fuerza que no puedo describir. Vi, a través del vidrio de mi cabina, cómo caían los lóckers encima de las personas que tenía enfrente: el productor ejecutivo del programa y mi operador, y las columnas empezaron a tronar y las losas también y fue entonces cuando me di cuenta de que estábamos en medio de un verdadero terremoto. vi los ojos del operador, vi su expresión de pánico. Ya no le obedecían los músculos de la cara y tenía un rictus de terror, lo vi brincar como una gacela hacia la puerta de su cabina y en ese momento todo fue oscuridad, perdimos piso, me caí en el vacío con todo y mesas, sillas, alfombras, todo lo que, según yo, era sinónimo de solidez. 
Yo sentía que íbamos desplomándonos como en escalonazos, y creo que desde el séptimo en que estábamos caímos al quinto. El edificio constaba de una planta baja y seis pisos. Luego caímos al primer piso y con nosotros una losa junto con una catarata de escombros, de pedazos de losa, varillas, discos, vidrio, madera, ruido. Me acordé de Alicia en el país de las maravillas, cuando se va cayendo por un túnel en medio de la más completa oscuridad. Y entonces, sepultado bajo tantas cosas recordé a Joaquín Pardavé. De niño, mi papá o mi mamá me contaron, que cuando exhumaron sus restos lo encontraron boca abajo y con la seda que tapizaba el ataúd, rasguñada. Supuestamente lo habían enterrado vivo. Yo me decía que aquella muerte tan horrible, a la que más le había temido, me había venido a tocar a mí. Le pedí a Dios morir rápido, para no sufrir asfixia. no sentía miedo sino una profunda resignación y la tristeza de pensar en los míos; en mi mujer y mis hijos tan chicos. Me puse a rezar un Padre Nuestro y, acostado boca arriba sin poder moverme, supe que Dios estaba allí conmigo y me decía: “Ahora busca los medios para sobrevivir”. Con trabajos quité de mi cara un pedazo de losa, y me di cuenta de que tenía encima un marco de ventana y eso me había ayudado a que no me aplastaran los escombros. Luego torcí un poco la cabeza y miré hacia atrás y vi un agujerito de luz y pensé que por allí estaría entrando un poquito de oxígeno y que no iba a morir asfixiado. Me puse a escupir lo más fuerte que podía, y había como un resoplido de todo el polvo de concreto que tenía en la boca, en la nariz y en los ojos. no podía abrirlos bien porque todo era una nube de polvo. De pronto vi a Alfonso Chang, a quien le decimos el Chino, productor del programa “Batas, pijamas y pantuflas”, salir bajo los escombros sangrando de la cabeza. Exclamó:
-Pedro, ¿puedes caminar?
-No creo que pueda porque creo que tengo la espalda rota.
-¿Sabes qué?, si no te incorporas y salimos, se nos va a caer todo encima.
Volví la cara y vi un muro alto, alto, que tenía adheridos pedazos de pisos precipitándose hacia nosotros. Podía oler la adrenalina que secretaba mi cuerpo. El Chino me jaló y sentí que me partí en pedazos pero me levanté y apoyándome en él, nos fuimos caminando, junto con un muchacho Ricardo que de pronto apareció. Ascendimos una montaña de escombros. Desde allí se veía la calle. Conforme iba yo saliendo, oí los gritos de desesperación. En la avenida Cuauhtémoc, en vez de circular coches circulaban gentes, que corrían de un lado a otro como hormigas aturdidas. Lo veía todo en blanco y negro, como si hubiera huido el color, por el efecto del polvo de tanto edificio derrumbándose. Mientras subíamos a la montaña de escombros, pude oír los gritos ahogados y los lamentos de mis compañeros y hasta distinguía lo que algunos decían: “Sáquenme de aquí”, “¡No ven que estoy aquí debajo?” Y yo sin poder hacer nada, como en una especie de shock.
Me ayudaron a bajar hasta la banqueta y recuerdo que vi pasar a una compañera reportera que se llama Rosa Haydée Castillo que al verme se puso a llorar. “Debo estar muy deprimente para que al verme llore”, y le pedí: “Dame un beso, Rosa Haydée, para que veas que estoy bien y que todos estamos bien y que nos vamos a salvar”. Fue precisamente el papá de Rosa Haydée, el señor Castillo, quien se ofreció a manejar mi camioneta, cuyas llaves estaban en la bolsa de mi pantalón, y me llevó al hospital.
Cuando iba a arrancar la camioneta donde me subieron entre varias personas, les dije que si creían que era yo tan egoísta que me iba a ir solo al hospital, que subieran a todos los que cupieran, especialmente a mis compañeros de Radio Fórmula. “No, vete tú, los demás van a ir en otros vehículos.” Me lo dijeron porque todos los demás estaban muertos.
Llegó mi papá:
-¿Cómo te viniste tan aprisa?
-En una moto.
-¿Y cómo están todos?
-Muy mal, hijo, es una zona de desastre.
Comencé a preguntar por mis compañeros. Por Gustavo Armando Calderón, tan querido, con el que subía todos los días en el elevador y bajaba en el quinto piso. Allí encontrábamos a un señor flaquito de la limpieza: “Buenos días”, “Quiúbole, ¿cómo está?” Me informaron que el maestro Gorbachov estaba muerto junto con los del programa de “Batas, pijamas y pantuflas”, que también estaba muerto Gustavo Calderón padre, y recordé cómo todos los días al saludarme me abrazaba; y Sergio Rod, con el que siempre bromeaba y me convidaba un tamal en su cabina y en medio del tamal y de las hojas y del café contábamos algún chiste. Y temblando pregunté: “¿Y Margarito?” Yo tenía el remordimiento de haber evitado que Margarito mi operador se fuera, a lo mejor a tiempo; “Está muerto”.
Todo fue una pesadilla espantosa que espero sepamos capitalizar en experiencia. Debemos aprender alguna forma de conducta que evite que las cosas alcancen tan enorme dimensión. Decía el maestro Zeevaert, que es un experto en mecánica de estructuras, que no hay estructura hecha por el hombre que garantice que vaya a resistir un terremoto, tampoco hay estructura de sentimientos que resista un desastre como éste.


(Testimonio recopilado por Fidela Cabrera, tomado de: Poniatowska, Elena - Nada, Nadie. Las voces del temblor. Ediciones Era, S.A. de C.V. México, D.F., 1988)

miércoles, 28 de agosto de 2019

Prisciliano Sánchez


(1783-1826), nace en el Estado de Nayarit. En 1822 es elegido Diputado al Primer Congreso Nacional, al año siguiente, al Primer Congreso Constituyente y en 1824, a la Primera Legislatura de Jalisco. Como legislador destaca como partidario del sistema federal y del liberalismo. En 1825 es elegido Gobernador Constitucional del Estado de Jalisco, donde realiza reformas y cambios administrativos.
El 28 de julio de 1823 aparece el Pacto Federal del Anáhuac, folleto en donde Prisciliano Sánchez se pronuncia por el federalismo y se adelanta a las objeciones que contra el federalismo esgrimirán los centralistas, al discutir el Acta Constitutiva. 
Haciendo el cotejo de las bases de Prisciliano Sánchez con el Proyecto de Acta Constitutiva presentado por la Comisión, señala Jesús Reyes Heroles, es obvio que las primeras influyeron decisivamente sobre todo en la enumeración de las facultades del Poder Ejecutivo. La forma de gobierno establecida por el proyecto de Acta, está definida en los mismos términos que el documento que se comenta.



(Tomado de: Prisciliano Sánchez, El pacto federal del Anáhuac. Materiales de Cultura y Divulgación Política Mexicana #6. Partido Revolucionario Institucional, Subsecretaría de Publicaciones, México, 1987)

martes, 27 de agosto de 2019

Córdova, Alaska


Hace años me sobrecogió el descubrimiento,en el mapa de Alasca, de Córdova, el puerto más cercano al cabo San Elías. Escribí al alcalde Roy Goodman y poco a poco me enteré de la historia de la pequeña metrópoli hiperbórea que ostenta un nombre “tan nuestro”. Goodman y los demás cordoveses (o cordovanos, como ellos se definen) ignoraban que Córdova se originó en las expediciones de conquista que llevaron a cabo en el lejano norte España y Nueva España. El 16 de julio de 1741 es la fecha de descubrimiento de América desde el oeste: Vito Bering, navegante danés al servicio del zar de Rusia, entrevió en la bruma el monte San Elías, gigantesco pico volcánico visible desde el mar a 300 kilómetros de distancia; tiene una altura de 5,516 metros, poco menos que el pico de Orizaba. Las expediciones novohispanas, que salieron todas del puerto nayarita de San Blas entre 1774 y 1792 para ganarle a los rusos e ingleses la posesión de aquellas regiones boreales en el extremo de California, dejaron en la costa canadiense nombres muy nuestros: el estrecho Juan de Fuca, las islas Galiano, Valdés y Texada, la bahía Redonda. El estrecho de Malaspina recuerda al navegante italiano al servicio de España, Alejandro Malaspina, quien en 1791 midió la altura del San Elías. Más al norte se encuentran los estrechos de Laredo y de Caamaño y la isla de Aristazábal; más al norte todavía, ya en Alasca, a una latitud de 61 grados, está la ciudad de Valdéz, (hoy Valdez), así llamada por Cayetano Valdéz, jefe de la expedición compuesta por las goletas Mexicana y Sutil. El vecino puerto de Fidalgo inmortaliza al teniente de navío Salvador Fidalgo, comandante del paquebote San Carlos; un poco al sureste, el puerto Gravina es homenaje al siciliano duque de Gravina, capitán general de la Armada Española y futuro héroe de Trafalgar. Casi paralelo a la bahía Orca (también nombre castellano que recuerda el encuentro con uno de estos feroces cetáceos de los mares fríos) se encuentra el puerto de Córdova.
Está por investigarse en los archivos de la Marina el día de la toma de posesión de Córdova. Su nombre es una fabulosa reminiscencia, en el extremo norte de América, de la Córdoba del Guadalquivir, debida a hispanos y novohispanos. No es menos impresionante el nombre de la goleta de Valdéz, llamada La Mexicana decenios antes de la independencia y que se adoptara el nombre de México para la nueva nación.
A principios del siglo XX, cuando se descubrió en el retrotierra una prodigiosa riqueza mineraria, MIke Heney, constructor del Ferrocarril Alascano, escogió Córdova como puerto ideal para la exportación del cobre. Córdova se volvió el más conspicuo canal del mundo por el cual pasaba el rojo metal; esto duró hasta el agotamiento de las minas. En 1939 se oyó en el puerto el último silbido de la locomotora. Los cordovanos tuvieron que dedicarse a una nueva actividad: la pesca. Se multiplicaron las empacadoras de salmón y de cangrejo; hoy en día Córdova es una ciudad moderna, ansiosa de progreso, una meca de los que buscan su futuro en el norte. Desde hace poco sacude a Alasca una nueva fiebre del oro, mil veces más fuerte que la de 1982. Esta vez se debe al descubrimiento del oro negro. ¿Cómo llevarlo al mar? En lugar de arriesgar el transporte por superpetroleros rompehielos, que se abrirían camino a través de un dédalo de islas polares, -venciendo rutinariamente el fabuloso pasaje del noroeste- se ha optado por la construcción de un oleoducto transalascano que desembocará en Valdés, puerto libre de hielos todo el año. El Pacífico en lugar del Atlántico.
Las autoridades de Córdova, Alasca, aceptaron mi proposición de establecer una relación de hermandad con Córdoba, Veracruz. Ignoraban las raíces mexicanas de su ciudad: en el museo que planeé para los cordovanos habrá piezas arqueológicas totonacas, bordados de Amatlán de los Reyes, muestras de café y de ron cordobés; en tanto que el museo de nuestra Córdoba se enriquecerá con muestras de antiguas piezas de cobre de los indígenas alascanos, cabezas de alce y de oso pardo, muestras de los exquisitos cangrejos enlatados. Desde luego, habrá intercambio de fotomurales, hábilmente iluminados.


(Tomado de Tibón, Gutierre - México en Europa y en África. Colección Biblioteca Joven, #14. Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V. México, D.F., 1986)

lunes, 26 de agosto de 2019

Ultiminio Ramos, la Pantera Negra



Ultiminio Ramos, la “Pantera Negra”


Al otro lado del Río Bravo estaba California; más allá del Golfo de México, la isla de Cuba. Mencionar estas dos regiones en los años cincuenta representaba hablar de box y de beisbol. Pero nuestro país sólo estaba en condiciones de competir en estas geografías con los pugilísticos guantes. Antes del triunfo de su Revolución en 1959, la rivalidad boxística entre México y Cuba era patente. Los nuestros viajaban a la isla y los cubanos regresaban la visita. A Mérida llegaron Diego Sosa y Mik Acevedo, y en la capital del país se presentaron “Lagartija” Reyes y Miguel Lassus. En la Habana causó sensación el púgil de Reynosa, KidAnáhuac”, cuyos combates contra Puppy García mantenían en suspenso a medio Cuba.
Con la victoria de los revolucionarios, Fidel Castro -el nuevo presidente de la isla- llevó a cabo profundas reformas en las estructuras sociales y económicas del país. Al deporte también le llegaron sus cambios. El gobierno revolucionario prohibió el ejercicio profesional de toda actividad deportiva. Muchos boxeadores decidieron, entonces, salir de la isla y buscar en otros lugares el dinero que proporciona la carrera de las orejas de coliflor.
El chachachá pugilístico llegó a México y para fines de 1961 la afición azteca vio desfilar a Luis Manuel Rodríguez, Pastor Marrero, Ultiminio Ramos, “Chuchú” Gutiérrez, Robinson García, Douglas Vaillant y José Legrá. Hubo boxeadores malos, buenos y fantásticos.
[...]
Llegó a México en 1961. Su récord era impresionante: cuatro años en el profesionalismo, invicto en 28 peleas -con sólo un empate ante Ike Chesnut-, 22 ganadas por la vía del cloroformo. En febrero de 1960 alcanzó el título cubano de los pesos pluma. Para fines de ese año era el segundo en su peso a nivel mundial. Peleó en Venezuela, Panamá y luego cayó en nuestro país, donde cosechó triunfo tras triunfo. Ese 1961, Ultiminio no dejó títere sin cabeza.
Después de su polémico debut en estas tierras ante Juan Ramírez, su estampa -”auténticamente boxística”- lució en espectaculares y sangrientos encuentros, sobre todo los que sostuvo ante Alfredo “Canelo” Urbina y KidAnáhuac”. Hacía tiempo que la afición mexicana no se metía de lleno al deporte de los puños. Los cubanos vinieron a revivir esa apagada determinación de los nuestros que, aunque derrotados por los caribeños, dieron muestras de coraje y valentía en el ring.
Ultiminio nació en Matanzas en 1941 y para nadie era un secreto en aquella tierra que su primer maestro de boxeo fue su hermana mayor. La vida en el barrio donde creció era dura por la cantidad de pandillas que se enfrentaban constantemente. Su hermana recuerda los pleitos del barrio: “Yo, a los once años, era capitana de una pandilla pero nuestros pleitos no eran a cadenazos ni con navajas para malherir a alguien, sino a golpes, haciéndose hombres los hombres y defendiéndonos bravamente las mujeres.” Bajo esas circunstancias se iría puliendo la infancia de Ultiminio.
Estaba hecho a la medida de la afición azteca:”Gran presencia sobre el ring, un estilo emotivo, sensacional, boxea estupendamente y cuando ataca es un rayo mortífero.” Y aunque era de una exagerada presunción, los fanáticos se le entregaron sin reserva. El público lo empezó a llamar “Pantera Negra”, Sugar Ramos y el “Huracán Cubano”.
Antes de conquistar el trono mundial de los plumas frente a Davey Moore, Ultiminio era ya el “Mexicano”, ídolo de las multitudes.



(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Vídeos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

sábado, 24 de agosto de 2019

Ley de Desamortización, 1856


Un economista irlandés de origen, Bernardo Ward, que pasó la mayor parte de su vida en España, que fue consejero de Fernando VI y ministro de la Real Junta de Comercio y Moneda, decía en su libro titulado Proyecto económico que la medida más importante para resolver los problemas de América, consistía en dar en propiedad tierras a los indios para que así gozaran de la plena y pacífica posesión de todo el fruto de su trabajo. Pero las opiniones de Ward, del hombre de ciencia desinteresado, no fueron atendidas por los gobernantes y políticos españoles, y la realidad se impuso decenios más tarde al desgajarse de España sus vastos y ricos territorios de América. Claro está que de todos modos no era posible evitar la independencia de los pueblos sojuzgados; mas la lucha hubiera sido distinta si las tierras se hubieran repartido con inteligencia y equidad, creándose así intereses vitales entre un gran número de pobladores. La pequeña propiedad -dice un autor- es la espina dorsal de las naciones.
Entre los caudillos de la Independencia no faltaron quienes vieron con claridad la cuestión relativa a la tierra. Morelos pensaba que debía repartirse con moderación, “porque el beneficio de la agricultura consiste en que muchos se dediquen con separación a beneficiar un corto terreno que puedan asistir con su trabajo”. Pero como la Independencia la consumaron los que combatieron a Morelos, los criollos acaudalados que llegaron a comprender las ventajas económicas y políticas que obtendrían con la separación de España, nada hicieron para resolver el problema fundamental y de mayor trascendencia para el nuevo Estado. De 1821 a 1855 no se puso en vigor ninguna medida de significación tendiente a encontrarle solución al serio problema de la tenencia de la tierra. Por supuesto que durante ese tercio de siglo no faltaron hombres preocupados y patriotas que se dieron cuenta de la mala organización de la propiedad territorial. El doctor Mora fue siempre adversario de las grandes concentraciones territoriales y siempre se pronunció a favor de la pequeña propiedad. Pensaba que nada adhiere al individuo con más fuerza y tenacidad a su patria, que la propiedad de un pedazo de tierra; y Mariano Otero, el notable pensador cuyo pulso dejó de latir prematuramente, decía en 1842: “Son sin duda muchos y numerosos los elementos que constituyen las sociedades; pero si entre ellos se buscara un principio generador, un hecho que modifique y comprenda a todos los otros y del que salgan como de un origen común todos los fenómenos sociales que parecen aislados, éste no puede ser otro que la organización de la propiedad”. Así, Otero, por estas y otras de sus ideas cabe ser catalogado entre los que se anticiparon a la interpretación materialista o económica de la historia.
El problema más grave de México en cuanto a la propiedad territorial, desde principios del siglo XVIII hasta mediados del XIX, consistía en las grandes y numerosas fincas del Clero en aumento año tras año y sin cabal aprovechamiento. Propiedades amortizadas, de “manos muertas”, que sólo en muy raras ocasiones pasaban al dominio de terceras personas; constituían, pues, enormes riquezas estancadas sin ninguna o casi ninguna circulación. El doctor Mora planteó con erudición, valentía y claridad el tremendo problema en su estudio presentado a la Legislatura de Zacatecas en los comienzos de la cuarta década del siglo pasado. El trabajo de Mora fue visto con disgusto por las autoridades eclesiásticas, puesto que implicaba amenaza de pérdida de tan cuantiosos bienes, probablemente necesarios para dominar en la conciencia de los fieles. Las opiniones del distinguido polígrafo, y de otros mexicanos progresistas, se abrieron camino lentamente, se filtraron en el ánimo de los ciudadanos más alertas, hasta transformarse en firme convicción de que el país no podía avanzar y constituirse definitivamente como nación, si no se desamortizaban las propiedades del Clero.
Por fin, el 25 de junio de 1856 se promulgó la Ley de Desamortización. Sus preceptos y tendencias fundamentales pueden resumirse de la manera siguiente:


1° Prohibición de que las corporaciones religiosas y civiles poseyeran bienes raíces, con excepción -tratándose de las del Clero- de aquellos indispensables al desempeño de sus funciones.
2° Las propiedades del Clero debían adjudicarse a los arrendatarios calculando su valor por la renta al 6% anual.
3° En el caso de que los arrendatarios se negaran a adquirir tales inmuebles, éstos quedarían sujetos a denuncio, recibiendo el denunciante la octava parte del valor.
4° El Clero podía emplear el producto de la venta de sus fincas rústicas y urbanas en acciones de empresas industriales o agrícolas.


Como lo habrá advertido el lector, la Ley no trataba de despojar al Clero de su cuantiosa riqueza sino sólo de ponerla en movimiento para fomentar la economía nacional. Sin embargo, el Clero estuvo inconforme y amenazó con la excomunión a quienes se atrevieran a adquirir sus bienes raíces por cualquiera de los dos procedimientos que la Ley señalaba. Además, tal vez por no confiar demasiado en la eficacia de la excomunión, provocó las guerras más sangrientas que registran las páginas de la historia mexicana, y tan largas como las de la Independencia, puesto que duraron también once años, de 1856 a 1867. Terminaron con la prisión y fusilamiento de Maximiliano y el triunfo de los ejércitos liberales.
Pío IX estimuló la intransigencia del Clero mexicano, lo mismo que la de todos los fieles, ordenándoles desobedecer no sólo la Ley de 25 de junio, sino también la Constitución de 1857, condenándolas, reprobándolas y declarándolas írritas y de ningún valor. Sin los anatemas del Papa, cargados de odio anticristiano, quizás no hubiera estallado la guerra de Tres Años y no hubiera sido tal y como fue, por lo menos en parte, la historia de México de aquel periodo sangriento y cruel.
Por otra parte, los resultados de la Ley de Desamortización no coincidieron con los propósitos del legislador. Los arrendatarios, en su mayor parte de escasa cultura y de más escasos recursos, no se adjudicaron las fincas del Clero. En cambio, no faltaron denunciantes, propietarios de extensos terrenos que agrandaron sus ya vastos dominios con los bienes de “manos muertas”. Mientras tanto, la Iglesia de Cristo utilizaba el dinero producto de tales ventas para intensificar la lucha en contra del Gobierno de la República, para que fuese más enconada y sangrienta la guerra entre hermanos. Había que defender sobre todas las cosas los bienes temporales.


(Tomado de: Silva Herzog, Jesús - Breve historia de la Revolución Mexicana. *Los antecedentes y la etapa maderista. Colección Popular #17, Fondo de Cultura Económica; México, D.F., 1986)

viernes, 23 de agosto de 2019

La venta del amor, DF


Es un mercado de amor, de ilusión, de fe, de esperanza o de remedios. Un mercado difícil de encontrar en todo el mundo porque, generalmente, todo esto no se vende. Pero aquí sí. Se vende todo eso y más, se venden recetas para curar los males de amor, se venden oraciones para quien no lo conoce, se venden ilusiones y se venden los medios para que el amor llegue.
Y no sólo se venden,  sino que también se compran, y se compran mucho. En este mercado de Sonora, que se encuentra en el mercado en la Merced de la Ciudad de México, y en muchos otros, en diferentes partes de la República, se vende el amor; se vende en pastillas y en palabras. Ahora que mucho depende de qué clase de amor se compre. Puede ser un amor pasajero o duradero, el que termina en matrimonio, o quizá lo que se necesite sea una cura contra el mal de amor; no importa, también la hay.
Los productos amorosos de este mercado son muchos, cientos, y se presentan en diferentes formas. Si se quiere resultar irresistible a un galán, entonces conviene adquirir un jabón atrayente, que según dice en las indicaciones, no es un jabón cualquiera, sino un jabón protector de los enamorados que con su exquisito aroma atrae al sexo opuesto, ya que está elaborado con esencia de flores exóticas.
Pero no se usa así nada más. Para que haga efecto hay que decir estas palabras mágicas: “Jabón atrayente, te pido, por la virtud que tienes, me ayudes a conquistar a fulano de tal que de día y de noche ocupa mis pensamientos”.
Parece un jabón cualquiera y huele como un jabón cualquiera, pero no, es el jabón “atrayente”, y para lograr un mejor efecto, se debe pensar en el ser amado mientras se usa. Ahora que si no le hace efecto el jabón con todo y la oración, el pensamiento, y el baño, no importa, para eso están los polvos. Éstos son llamado “polvos de San Antonio”, y para que resulten, hay que espolvorearlos sobre el cuerpo después del baño y decir “San Antonio, traedme novio y pronto matrimonio”.
Se dice que, por lo regular, las instrucciones garantizan su efectividad, la cual se debe a que están hechos con legítimo polvo de arroz y perfume de virgen de azahar, y es muy difícil que fallen. Pero si esto tampoco resulta, entonces se puede recurrir a las veladoras o a las velas, que en este caso tienen que ser 9. Además hay que rezar:
Estas velas que enciendo, en 9 días se consumirán, y las almas que invoco cuanto les pida me concederán. Almas, moved el corazón de fulanito o zutanita, para que su corazón lleno de amor hacia mí se acuerde, y todo cuanto tenga me lo venga a dar.
Esta oración es muy importante, sobre todo cuando de amor desinteresado se trata. Pero todavía hay más remedios o más esperanzas, y no sólo para el sexo femenino; también hay talismanes y oraciones para los hombres.
El del coyote dice así: “Coyote hermoso, con tu talismán poderoso, que cargas en la cabeza, préstamelo para que con él haga lo que yo quiera, y que se enamore de mí cuanta mujer yo viera”.
La piedra imán también es importante en el mercado de amor, como lo son los perfumes, las flores y los ajos. Las más discretas se venden en forma de polvo molido, pero todas con la oración al chupamirto o chuparrosa, siempre presente, que debe rezarse toda los viernes con una vela y frente a la imagen del ser amado (aunque sea una foto).
Polvo de chuparrosa disecada, molida y pulverizada en luna llena para espolvorear en todo el cuerpo, para obtener la gracia del amor.
El chupamirto para atraer al novio, la chuparrosa para atraer a la novia, polvos para que no se olviden, oraciones para que se atormenten, velas para que repartan lo que tienen, jabones para que no se alejen. Remedios para todo y para todos, esperanzas a la venta por unos cuantos pesos y unas muchas ilusiones, todo como parte del México Mágico que encontramos en el mercado de Sonora de la Ciudad de México,


(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)



jueves, 22 de agosto de 2019

Lorenzo de Zavala




Lorenzo de Zavala


(1788-1836) Yucateco que termina convirtiéndose en texano, afirma Charles A. Hale, siempre fue en México un forastero. Entendió las ideas que luchaban entre sí, lo que no llegó a sentir fueron los conflictos que estas ideas produjeron en los hombres de una y otra ideologías.
En la lucha sostenida entre los sanjuanistas (partidarios de la transformación) y los rutineros (epígonos del absolutismo colonial), Zavala se enlistó entre los primeros, al lado de José Francisco Bates, José María Calzadilla, los sacerdotes Vicente María Velázquez y Manuel Jiménez, el maestro Pablo Moreno, Pedro Almeida y José Matías Quintana. Desde muy joven, Zavala se sintió atraído por el periodismo. Antes de que llegara la imprenta a Mérida, hacía circular sus manuscritos con el objeto de propagar las nuevas ideas. A partir del momento en que aparece El Misceláneo, colabora en forma asidua, lo mismo que en El Aristarco y posteriormente en El Filósofo Meridano.
Al sr derogada la constitución española de 1812, que consagraba la Libertad de Imprenta, Zavala y sus amigos protestaron con tal intensidad que los partidarios del absolutismo embargaron la imprenta de Bates y persiguieron a los sanjuanistas. Aprehendidos, fueron remitidos a San Juan de Ulúa (Zavala, Bates y Quintana). Al obtener la libertad, Lorenzo el obstinado sacó su último periódico yucateco, El Hispano-Americano Constitucional.
brevemente, así interpreta Zavala nuestro proceso de Independencia: “Como el tiempo anterior a los sucesos de 1808 (que preparan la insurrección de Hidalgo) es un periodo de silencio, de sueño y monotonía, la historia interesante de México no comienza verdaderamente sino en este año memorable”.
 México, sostiene Zavala, no está capacitado para la Independencia en 1808 o 1810. Este es un sentimiento que madura a lo largo de una década, alimentado por las acciones heroicas de Hidalgo y Morelos, el constitucionalismo liberal de las Cortes españolas y el desarrollo en el exterior de la idea de que México es ya una nación. De esta manera, hacia 1819, el pueblo se convence de que la Independencia es necesaria y el terreno queda listo para el surgimiento del implacable y políticamente astuto Agustín de Iturbide.
Ya en la ciudad de México, Zaval defiende brillantemente sus convicciones federalistas en El Águila Mejicana (1823) y El Correo de la Federación (1826), en el que publica, según Sierra O’Reilly, “muy largos y luminosos escritos acerca de la política del país”. El Correo de la Federación, de filiación yorkina, y El Sol, de orientación escocesa, eran los diarios en los cuales “...se depositaban los odios, los rencores y las pasiones de uno y otro partidos -consigna el propio Zavala-. Bastaba ser del otro bando para que cada uno se creyese autorizado a escribir en contra cuanto le sugería su resentimiento, sin prestar atención a lo que se debe a la verdad, a la decencia pública y a la conciencia. A falta de datos se fingían hechos, se fraguaban calumnias y los hombres eran presentados en los periódicos con los coloridos que dictaban las pasiones de los escritores”.
Si su obra periodística es abundante, las referencias a él y a su actuación política desafortunada podrían llenar volúmenes. 

(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S.A. de C.V., México, D.F., 2010)




Lorenzo de Zavala


Nació en Conkal, Yucatán, el 13 de octubre de 1788. Cuando llegó a la capital como diputado al Congreso del Imperio Mexicano, andaba ya en los 34 años, tenía experiencia política y fama entre sus coterráneos. Era célebre por la inquietud intelectual que manifestó desde su temprana adolescencia, por su inconformidad con la vida rutinera, por sus actividades conspiradoras contra el régimen español y por la prisión que sufrió en San Juan de Ulúa de 1814 a 1817, donde aprendió inglés y estudió medicina. El francés lo había aprendido en la biblioteca del Seminario Conciliar de Mérida leyendo autores prohibidos por la Inquisición. Había sido diputado a las Cortes Españolas que se convocaron en 1820 al restablecerse la constitución del año 1812; regresó a Yucatán después de declarada la Independencia de Nueva España, que él y otros diputados defendieron en las Cortes, y pasó al centro del país con su arsenal de conocimientos y de inquietudes.
En su aprendizaje de autodidacta y conspirador descubrió un mundo de proyectos y de inconformidades con el pasado. Según él, las autoridades españolas lo mantenían como presente en un planeta que ya marchaba al futuro. Ese sería uno de los blancos de sus críticas y, claro, un medio de percepción de la sociedad del México independiente al ver que ciertos grupos se obstinaban en mantener privilegios e instituciones heredadas de aquel orden.
Durante el Imperio mantuvo buena relación con Agustín de Iturbide y fue personaje clave después de disuelto el Congreso e instalada la Junta Nacional Instituyente. En 1823 abrazó la causa republicana federal, la sostuvo en el periódico El Águila Mexicana, fundado por él, y como diputado.
Zavala escribió el discurso preliminar de la Constitución Federal de 1824, que respira optimismo por el feliz acierto de haber encontrado el modelo político más avanzado para organizar el país. Pero del papel a la realidad había una enorme y accidentada distancia que Zavala recorrió, primero como actor y luego como crítico de sus propias acciones.
En aquel ambiente, los hombres de más recursos y de mejor situación por su arraigo en la sociedad de la capital y principales ciudades del país, llevaban las de ganar. Se reunían en las logias masónicas del rito escocés, en las que imperaban la etiqueta y las buenas maneras, y copaban los puntos públicos; tanto arraigo y distinción impedían a los recién llegados a la política tomar parte en el banquete de empleos y prestigios.
Con muchos despreciados pero activos, Zavala organizó las logias masónicas del antiguo rito de York, dispensando de toda etiqueta y distinción a sus miembros. Pronto se multiplicaron y en torno a ellas se fue constituyendo el partido popular contra el partido de la oligarquía o de la jerarquía. Así se definieron dos grupos opuestos que no paraban en medios para aniquilarse entre sí. El partido popular clamaba por los derechos de las masas desheredadas y proclamaba la igualdad política pese a las enormes diferencias de fortuna y civilización. Pero, como advirtió más tarde don Lorenzo, lo que había en el fondo era la lucha por el botín.


Trescientos mil criollos querían entrar a ocupar el lugar que tuvieron por trescientos años setenta mil españoles, y la facción yorkina, que tenía esa tendencia en toda su extensión, halagando las esperanzas y deseos de la muchedumbre, era un torrente que no podía resistir la facción escocesa, compuesta de los pocos españoles que habían quedado y de los criollos que participaban de sus riquezas y deseaban un gobierno menos popular.


En proyectos legales para la felicidad del pueblo, Zavala fue generoso cuando actuó como gobernador del Estado de México en 1827 y 1828. Propuso medidas para acabar con la desigualdad, con el abatimiento y con la superstición que pesaba sobre los indígenas; elaboró planes educativos y hacendarios y, sobre todo, se mantuvo en contacto con lo que ocurría en la capital cuando se preparaba la elección presidencial en la que él y los de su partido sostenían la candidatura del general Vicente Guerrero contra el general Manuel Gómez Pedraza.
Eran muy conocidas las dotes de don Lorenzo para la intriga política y su capacidad para organizar a la canalla. Temiendo su presencia en las elecciones, los escoceses urdieron una acusación para sacarlo del campo, pero Zavala huyó, logró entrar a la ciudad de México y, al saberse el resultado de la elección en favor de Gómez Pedraza, don Lorenzo se apersonó en el edificio de la Acordada para dirigir a los militares amotinados que ahí se habían reunido. Estos alegaban que el partido de Gómez Pedraza mantenía españoles en el poder, que las legislaturas de los estados que votaron en favor de él no eran las verdaderas representativas del pueblo. El motín de la Acordada culminó la noche del 2 al 3 de diciembre con el saqueo del mercado del Parián y el asesinato de dos distinguidos partidarios de la jerarquía. Aquellos hechos marcaron el fin del partido popular, pues muchos de sus seguidores se inclinarían a partir de entonces por la moderación, y luego, algunos hasta por la reacción conservadora.
Guerrero subió al poder en diciembre de 1828 y lo abandonó un año después, frente a la reacción y el desprestigio de su administración. Zavala tuvo que salir del país en 1830 y se convenció de que en la política no había concesiones. Nada podía esperarse de las masas, cuyos “excesos son más temibles que los de los tiranos”. La democracia requería una organización necesariamente discriminatoria en la que se tomaran en cuenta varios factores: “Población, propiedad e ideas o cuerpo moral, porque los representantes deben suponerse interesados en la prosperidad de la nación.”
De los grupos y clases sociales del México independiente, ninguno era apto para la vida política, según la exigía el modelo que Zavala tenía en mente. Unos por pobres y carentes de intereses, como los indios víctimas de la Colonia, y la plebe urbana desheredada; otros por ricos y privilegiados, como los grandes propietarios, la Iglesia y el ejército, empeñados en mantener usos y antiguos fueros. Ante eso, Zavala desesperó. Al salir al exilio en 1830, viajó por los Estados Unidos; confirmó entonces su admiración por esa nación de propietarios individuales, de grandes empresarios, de ausencia de desigualdades sociales sancionadas por la ley, pues si había esclavitud de los negros, tal condición estaba llamada a desaparecer, según él. Confirmó, pues, su admiración por aquel modelo y, también, su escepticismo crítico frente a la realidad mexicana.
Volvió a México en 1832, reasumió el gobierno del Estado de México y luego fue diputado por Yucatán en el Congreso Nacional. La situación parecía favorable, pues bajo la vicepresidencia de Valentín Gómez Farías, del partido del progreso (no popular, pues a lo populoso le temían ya todos los políticos), se emprendieron reformas a la educación superior, se quitó el apoyo de la autoridad civil a los votos monásticos y al deber de pagar diezmos, y se promovió la desamortización de los bienes eclesiásticos. Zavala propuso una ley desamortizadora y de arreglo de la deuda pública que, al decir de José María Luis Mora, abría grandes oportunidades a la especulación y al provecho de funcionarios nada probos. Zavala se enfrentó a estos liberales y tuvo que salir del país en un honroso destierro, como ministro plenipotenciario de México en Francia, en 1834. Al año siguiente renunció, al saber que Antonio López de Santa Anna había llegado a la Presidencia y que se declaraba por una república central. Llegó a Texas, donde tenía grandes intereses en tierras que se le habían concedido años antes. Promovió las juntas independentistas entre los colonos norteamericanos y, en el año de 1836, cuando se declaró la independencia de ese Estado, fue electo ahí vicepresidente. Murió en 1837 en su residencia de Zavala’s Point.
De aquel inquieto y discutido personaje nos quedan obras históricas en las que se retratan con impaciencia, pero con agudeza, los horizontes que una sociedad de profundas desigualdades ofrece al sistema democrático liberal. Por otra parte, nadie como Zavala hasta entonces en México había destacado el surgimiento de un tipo, el del político profesional -él lo era- que vive de organizar la lucha por los puestos públicos y encausa el “aspirantismo” -así lo llamó- de los participantes para usarlo como fuerza. También advirtió cómo esas energías se capitalizan en los “partidos” o “grupos extra-constitucionales” que se valen de las formas democráticas como medio de presión en la lucha por el botín. No le fue a la zaga José María Luis Mora, quien habló de la empleomanía como el vicio de la sociedad mexicana, y de la “revolución” como el medio más usual para hacerse de los cargos públicos, única fuente de ascenso y de ingresos en esa sociedad diseñada políticamente para propietarios y clases productivas, pero dominada por el clero y el ejército, clases estériles amparadas en sus fueros. 
[...]


(Tomado de: Lira, Andrés (Selección, introducción y notas) - Espejo de discordias. La sociedad mexicana vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. Secretaría de Educación Pública, CONAFE, México, D.F., 1984)