martes, 13 de agosto de 2019

La tierra de Nadie



En 1824 fue decretado, por el Acta Constitutiva de la Federación, que se formase el Estado de Occidente, reuniendo a las provincias de Sinaloa y Sonora. Seis años más tarde separaron nuevamente sus destinos. Uno de los menos oscuros motivos de su distanciamiento fue el trazo de límites sobre la laguna o estero de Agiabampo, reclamada por ambas entidades con mucho interés. Finalmente, nadie se ocupó de la región.


Y hoy, ciento cuarenta y nueve años después, los manglares, los bosques y selvas de Agiabampo se encuentran en el mismo estado de jardín olvidado, de gigantesco parque cerrado a todo menos a la fauna silvestre más protegida que pueda imaginarse.


Hacia el mar, entre dos barras arenosas a veces pasables a pie y a veces no (aquí el mar sube o baja de nivel hasta seis metros entre una y otra marea), se halla la llamada isla Basacori, un paraje silencioso e inmóvil bajo el sol derretido que le cae a plomo. Sin embargo, con las primeras luces del amanecer o las últimas de la tarde, en la isla resuenan cantos y voces de aves canoras, veloces chachalacas de colores, adornadas codornices, cómicas perdices “canela” y hasta la singular garza atigrada Tigrisoma mexicanum no existe en ningún otro lugar de la Tierra.


Confesamos aquí nuestra incapacidad para trasladar a la descripción toda la variedad de animales raros o muy poco conocidos, que tienen en el área de Agiabampo el más perfecto santuario de sus especies. Es el tipo de lugar adonde usted pueda llegar provisto de cualquier medio de captación y salir invariablemente henchido de valores ya se trate de cámaras, grabadoras, etc., o simplemente un par de ojos insaciables.


El punto de partida está precisamente sobre el kilómetro 1685 de la carretera México-Nogales (115 kilómetros al norte de Guasave) y luego, hacia el mar, hasta el caserío de Agiabampo, son 14 kilómetros de un infame camino (obviamente, si no fuera infame, estaría el área muy estropeada por la excesiva concurrencia). Es uno de los caminos con mayores y más generosas recompensas para el visitante. (En la vecina Navojoa hay un par de tráiler camps: el Alameda y el Del Río, con lo necesario para una estancia cómoda, segura y grata.)


(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

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