En el principio fue la villana: Teresa
No deja de sorprender el éxito inicial de la telenovela, teniendo en cuenta los limitados recursos de producción, que se agotaban sobre todo en el pago de primeros actores y actrices, y la vigilante censura, que no ha dejado de pesar, aunque en los últimos años permita audacias sexuales y verbales impensables en los decentes años del lopezmateísmo. Quizá uno de los motivos sea que las primeras telenovelas no se basaran en la fábula de "Cenicienta" o de la eterna mártir. Al contrario, se centraban en personajes casi diabólicos, encarnación irracional del Mal decantado. La cumbre insuperable durante varias décadas fue Teresa, original de Mimí Bechelani, de la que Maricruz Olivier, una sensible actriz de sólida formación teatral, hizo una interpretación perturbadora; nadie como ella lograría manifestar la locura vengadora al arquear las cejas, abrir desmesuradamente sus ojos verdes y trabar la mandíbula. Era la pesadilla de las amas de casa, el anticipo de que la futura víctima tenía los capítulos contados.
El asunto no podía ser más sobado, aunque eficaz: Teresa, una estudiante universitaria de familia menesterosa, avergonzada de su condición económica, a la vez que estudia y hace carrera, manipula a sus novios, enamorados y amantes para ascender; su familia, que era pobre pero honrada, la despreció y ella acabó sola y arrepentida. La historia sumaba varios argumentos ya vistos en el cine mexicano, pero si algo la salvaba del lugar común era la sabia dirección de Banquells y la fortaleza con que Olivier cargaba ella solita con todo un Mal que se abatía contra un abundante reparto de virtuosos angelicales (Aldo Monti, Luis Beristáin, Beatriz Aguirre y Alicia Montoya).
El propio género no se atrevió a ir más lejos y en los años inmediatos procuró suavizar o justificar los arrebatos de furia de sus damas. La leona de Marisa Garrido, encarnada por Amparo Rivelles en 1961, ya trataba de una mujer seducida y abandonada. Muchas cosas dejó en claro esa etapa de la telenovela: que debía centrarse en un personaje femenino firmemente trazado (el caso de Gutierritos ya no volvió a funcionar) y que el villano era la sal verdadera del argumento. Finalmente, Maricruz se especializó en personajes psicológicamente difíciles, como la esquizofrénica (buena y mala) de Dos caras tiene el destino y Las gemelas (1972), donde, obviamente, hacia los dos personajes. El legado de Teresa refrescó un medio ya hundido en madres abrigadas y criaditas en veloz ascenso social con las maldades de Fanny Cano en Rubí (1968).
(Tomado de: Reyes de la Maza, Luis - Crónica de la Telenovela I. México sentimental. Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1999)