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lunes, 28 de octubre de 2024

Arenga de Iturbide al Congreso, 1822

 



Arenga de Iturbide 

Al instalar el Congreso el 24 de febrero de 1822 

[Alabanza a la Independencia.]


Agustín de Iturbide 

Señor:

Bien puede gloriarse el pueblo mexicano de que puesto en posesión de sus derechos, es árbitro para fijar la suerte y los destinos de ocho millones de habitantes y de sus innumerables futuras generaciones. Esta gloria, digna de una nación virtuosa e ilustrada, fue justamente uno de los motivos sublimes que me decidieron a formar el plan de independencia, que firmé hoy hace un año en Iguala, y dirigí al Virrey, y a todos los jefes y corporaciones de esta América; que el 2 de Marzo proclamé y juré sostener con el Ejército Trigarante y que ratificado en Córdoba el 24 de Agosto recibe por último todo el lleno en la feliz y deseada instalación de V.M. 

Confieso ingenuamente que si jamás me arredraron las grandes dificultades que de suyo presentaba la empresa, tampoco estuvo en mi previsión el colmo de los felices acontecimientos que apresuraron y siguieron el éxito, que creo no acaban aún de desenvolverse, y han de formar un cuadro que vean con asombro nuestros nietos. ¡Lejos de mí la vana presunción de arrogarme el pomposo título de libertador de la patria! Soy el primero que tributo la más sincera gratitud a los esforzados ciudadanos que con su valor, su celo, su ilustración y desinterés cooperaron a mi designio para llevarlo felizmente al último término. 

Empero, tengo las dulce satisfacción de haber colocado a V.M. augusta en el sitio donde deben dictarle las mejores leyes, en total quietud, sin enemigos exteriores ni en la vastísima extensión del Imperio, pues que no pueden considerarse como tales, por su nulidad, trescientos españoles imprudentes que existen en el castillo de San Juan de Ulúa, ni los poquísimos mexicanos que por equivocados conceptos o por ambición propia, pudieran intentar nuestro mal. La dominación que sufrimos trescientos años fue sacudida casi sin tiempo, sin sangre, sin hacienda, de un modo maravilloso. El país está enteramente tranquilo y bien dispuesto: el Dios de la Sabiduría y de los Ejércitos, así como protegió visiblemente al trigarante mexicano, se digne por su infinita misericordia ilustrar y sostener a V.M. 

En efecto, me lisonjeo de haber llegado al término de mis ardientes votos, y miro con placer levantarse el apoyo de las esperanzas más halagüeñas, porque nuestra felicidad verdadera ha de ser el fruto de los desvelos, de las virtudes y de la sabiduría de V.M. Señor, aún no hemos concluido la grande obra, y no faltan peligros que amenazan nuestra tranquilidad; no más que amenazan. 

Por fortuna está uniformado el espíritu de nuestras provincias; ellas espontáneamente han sancionado por sí mismas las bases de la regeneración, únicas capaces de hacer nuestra felicidad, y ya dan por concluida, conforme a sus votos, la constitución del sistema benéfico que ha de poner el sello a nuestra prosperidad; no faltan, con todo, genios turbulentos que arrebatados del furor de sus pasiones, trabajan activamente por dividir los ánimos e interrumpir la marcha tranquila y majestuosa de nuestra libertad. ¿Quién hay que pueda ni se atreva a renovar el sistema de la dominación absoluta, ni en un hombre solo, ni en muchos, ni en todos? ¿Quién será el temerario que pretenda reconciliarnos con las máximas aborrecidas de la superstición? 

Se habla, no obstante, se escribe, se declama contra el servilismo, bajo el concepto más odioso; se señalan con el dedo partidario de él; se cuenta su excesivo número; se exagera su poder, y tal vez se añade, por un audaz de mala intención, que el gobierno le favorece. Por el contrario, ¡qué de invectivas contra el liberalismo exaltado! Se persigue, se ataca, se desacredita, como si estuviéramos envueltos en los funestos horrores de una tumultuosa democracia, o como si no hubiese más ley que las voces desconcertadas de un pueblo ciego y enfurecido. Se cree minado el sodio augusto de la Religión y entronizada la impiedad. ¡Qué delirio! así se siembra el descontento, se provoca la desunión, se enciende la tea de la discordia, se preparan las animosidades, se fomentan las facciones y se buscan las trágicas escenas de la anarquía. Estas son puntualmente las miras atroces de unos pocos perturbadores de la dulce paz. ¡Seres miserables que vinculan su suerte en la disolución del Estado, que en las convulsiones y trastornos se prometen ocupar puestos que en el orden no pueden obtener, porque carecen de las virtudes necesarias para llegar a ellos; que a pretexto de salvar a los oprimidos, meditan alzarse con la tiranía más desenfrenada; que a fuer de protectores de la humanidad, precipitan su ruina y desolación! ¡Ah! líbrenos el cielo de los espantosos desastres que se nos han pronosticado por algunos espíritus débiles y por otros dañados para los momentos críticos en que vamos a constituirnos. Las naciones extranjeras nos observan cuidadosamente, esperando que se desmientan o verifiquen tan ominosos anuncios, para respetar nuestra cordura o para aprovecharse de nuestra ineptitud. 

Pero V.M., superior a las instigaciones y tentativas de los malvados, sabrá consolidar, entre todos los habitantes de ese imperio el bien precioso de la unión, sin el cual no pueden existir las sociedades; establecerá la igualdad delante de la ley justa; conciliará los deseos e intereses de las diversas clases, encaminándolas todas al común. V.M. será el antemural de nuestra independencia, que se aventuraría, manifiestamente destruida la unidad de sentimientos; será el protector de nuestros derechos, señalando los límites que la justicia y la razón prescriben a la libertad, para que ni quede expuesta a sucumbir al despotismo, ni degenere en licencia que comprometa a cada instante la pública seguridad. Bajo los auspicios de V.M. reinará la justicia, brillarán el mérito y la virtud; la agricultura, el comercio y la industria, recibirán nueva vida; florecerán las artes y las ciencias; en fin, el Imperio vendrá a ser la región de las delicias, el suelo de la abundancia, la patria de los cristianos, el apoyo de los buenos, el país de los racionales, la admiración del mundo y monumento eterno de las glorias del Primer Congreso Mexicano

Desde ahora me anticipo, Señor, a celebrarlas, y tan satisfecho del acierto en las deliberaciones del Congreso, como decidido a sostener su autoridad, porque ha de cerrar las puertas a la impiedad y a la superstición, al despotismo y a la licencia, al capricho y a la discordia, me atrevo a ofrecerle esta pequeña muestra de los sentimientos íntimos e inequívocos de mi corazón y de la veneración más profunda.


(Tomado de: Briseño Senosiain, Lillian; Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (investigación y compilación) - La independencia de México: Textos de su historia. Tomo III El constitucionalismo: un logro. Coedición SEP/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, D.F., 1985)


viernes, 6 de agosto de 2021

Plan de Iguala y Tratados de Córdoba, 1821

 


Plan de Iguala y Tratados de Córdoba. Agustín de Iturbide, 1821

Luis Villoro ha observado que una de las paradojas de la revolución de independencia es que fue consumada por sus enemigos originales. En el Plan de Iguala y los tratados celebrados en la villa de Córdoba entre Iturbide y O'Donojú, se plantea el fin de una era y el principio de otra. La monarquía moderada se ofrece como la forma de gobierno propia para regir a los mexicanos.

Plan de Iguala

Proclama en la cual va inserto el Plan de Independencia, de que se ha hecho mención.

Americanos, bajo cuyo nombre comprendo no sólo los nacidos en América, sino a los europeos, africanos y asiáticos que en ella residen: tened la bondad de oírme. Las naciones que se llaman grandes en la extensión del globo, fueron dominadas por otras, y hasta que sus luces no les permitieron fijar su propia opinión, no se emanciparon. Las europeas que llegaron a la mayor ilustración y policía, fueron esclavas de la romana; y este imperio, el mayor que reconoce la Historia, asemejó al padre de familia, que en su ancianidad mira separarse de su casa a los hijos y a los nietos por estar ya en edad de formar otras y fijarse por sí, conservándole todo el respeto, veneración y amor como a su primitivo origen.

Trescientos años hace la América Septentrional de estar bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. La España la educó y engrandeció, formando esas ciudades opulentas, esos pueblos hermosos, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del universo van a ocupar lugar muy distinguido. Aumentadas las poblaciones y las luces, conocidos todos los ramos de la natural opulencia del suelo, su riqueza metálica, las ventajas de su situación topográfica, los daños que origina la distancia del centro de su unidad, y que ya la rama es igual al tronco; la opinión pública y la general de todos los pueblos es la de la independencia absoluta de la España y de toda otra nación. Así piensa el europeo, así los americanos de todo origen.

Esta misma voz que resonó en el pueblo de Dolores, el año de 1810, y que tantas desgracias originó al bello país de las delicias, por el desorden, el abandono y otra multitud de vicios, fijó también la opinión pública de que la unión general entre europeos y americanos, indios e indígenas, es la única base sólida en que puede descansar nuestra común felicidad.

¿Y quién pondrá duda en que después de la experiencia horrorosa de tantos desastres, no haya uno siquiera que deje de prestarse a la unión para conseguir tanto bien? Españoles europeos: vuestra patria es la América, porque en ella vivís; en ella tenéis a vuestras amadas mujeres, a vuestros tiernos hijos, vuestras haciendas, comercio y bienes. Americanos ¿quién de vosotros puede decir que no desciende de español? Ved la cadena dulcísima que nos une: añadid los otros lazos de la amistad, la dependencia de intereses, la educación e idioma y la conformidad de sentimientos, y veréis son tan estrechos y tan poderosos, que la felicidad común del reino es necesario la hagan todos reunidos en una sola opinión y en una sola voz.

Es llegando el momento en que manifesteis la uniformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños. Al frente de un ejército valiente y resuelto he proclamado la independencia de la América Septentrional. Es ya libre, es ya señora de sí misma, ya no reconoce ni depende de la España, ni de otra nación alguna. Saludadla todos como independiente, y sean nuestros corazones bizarros los que sostengan esta dulce voz, unidos con las tropas que han resuelto morir antes que separarse de tan heroica empresa.

No le anima otro deseo al ejército que el conservar para la santa religión que profesamos y hacer la felicidad general. Oíd, escuchad las bases sólidas en que funda su resolución:

1. La religión católica, apostólica, romana, sin tolerancia de otra alguna.

2. La absoluta independencia de este reino.

3. Gobierno monárquico templado por una Constitución al país.

4. Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía o de otra reinante serán los emperadores, para hallarnos con un monarca ya hecho y precaver los atentados funestos de la ambición.

5. Habrá una junta, ínterin se reúnen Cortes que hagan efectivo este plan.

6. Ésta se nombrará gubernativa y se compondrá de los vocales ya propuestos al señor Virrey.

7. Gobernará en virtud del juramento que tiene prestado al Rey, ínterin ésta se presenta en México y lo presta, y entonces se suspenderán todas las ulteriores órdenes.

8. Si Fernando VII no se resolviese a venir a México, la junta o la regencia mandará a nombre de la nación, mientras se resuelve la testa que deba coronarse.

9. Será sostenido este gobierno por el ejército de las Tres Garantías.

10. Las Cortes resolverán si ha de continuar esta junta o sustituirse por una regencia mientras llega el emperador.

11. Trabajarán, luego que se reúnan, la Constitución del imperio mexicano.

12. Todos los habitantes de él, sin otra distinción que su mérito y virtudes, son ciudadanos idóneos para optar cualquier empleo.

13. Sus personas y propiedades serán respetadas y protegidas.

14. El clero secular y regular conservado en todos sus fueros y propiedades.

15. Todos los ramos del Estado y empleados públicos subsistirán como en el día, y sólo serán removidos los que se opongan a este plan, y sustituidos por los que más se distingan en su adhesión, virtud y mérito.

16. Se formará un ejército protector que se denominará de las Tres Garantías, y que se sacrificará, del primero al último de sus individuos, antes que sufrir la más ligera infracción de ellas.

17. Este ejército observará a la letra la Ordenanza, y sus jefes y oficialidad continúan en el pie en que están, con la expectativa no obstante a los empleos vacantes y a los que se estimen de necesidad o conveniencia.

18. Las tropas de que se componga se considerarán como de línea, y lo mismo las que abracen luego este plan; las que lo difieran y los paisanos que quieran alistarse se mirarán como milicia nacional y el arreglo y forma de todas lo dictarán las Cortes.

19. Los empleos se darán en virtud de informes de los respectivos jefes, y a nombre de la nación provisionalmente.

20. Ínterin se reúnen las Cortes, se procederá en los delitos con total arreglo a la Constitución española.

21. En el de conspiración contra la independencia, se procederá a prisión, sin pasar a otra cosa hasta que las Cortes dicten la pena correspondiente al mayor de los delitos, después del de Lesa Majestad divina.

22. Se vigilará sobre los que intenten sembrar la división y se reputarán como conspiradores contra la independencia.

23. Como las Cortes que se han de formar son constituyentes deben ser elegidos los diputados bajo este concepto. La junta determinará las reglas y el tiempo necesario para el efecto.

Americanos: He aquí el establecimiento y la creación de un nuevo imperio. He aquí lo que ha jurado el ejército de las Tres Garantías, cuya voz lleva el que tiene el honor de dirigírosla. He aquí el objeto para cuya cooperación os incita. No os pide otra cosa que la que vosotros mismos debeis pedir y apetecer: unión, fraternidad, orden, quietud interior, vigilancia y horror a cualquier movimiento turbulento. Estos guerreros no quieren otra cosa que la felicidad común. Uníos con su valor, para llevar adelante una empresa que por todos aspectos (si no es por la pequeña parte que en ella he tenido) debo llamar heroica. No teniendo enemigos que batir, confiemos en el Dios de los ejércitos, que lo es también de la Paz, que cuantos componemos este cuerpo de fuerzas combinadas de europeos y americanos, de disidentes y realistas, seremos unos meros protectores, unos simples espectadores de la obra grande que hoy he trazado, y que retocarán y perfeccionarán los padres de la patria. Asombrad a las naciones de la culta Europa; vean que la América Septentrional se emancipó sin derramar una sola gota de sangre. En el transporte de vuestro júbilo decid: ¡Viva la religión santa que profesamos! ¡Viva la América Septentrional, independiente de todas las naciones del globo! ¡Viva la unión que hizo nuestra felicidad!

Iguala, 24 de febrero de 1821.-Agustín Iturbide


Tratados de Córdoba

Art. 1°. Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo imperio mexicano. 

2°. El gobierno del imperio será monárquico, constitucional moderado.

3°. Será llamado a reinar en el imperio mexicano (previo el juramento que designa el Art. 4°. del plan) en primer lugar el señor don Fernando VII Rey católico de España, y por su renuncia a no admisión, su hermano, el serenísimo señor infante don Carlos; por su renuncia o no admisión, el serenísimo señor infante don Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión, el señor don Carlos Luis, infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca; y por la renuncia o no admisión de éste, el que las Cortes del imperio designen.

4°. El emperador fijará su corte en México, que será la capital del imperio.

5°. Se nombrarán dos comisionados por el Excmo. señor O'Donojú que pasarán a las Cortes de España a poner en las reales manos del señor don Fernando VII copia de este tratado y exposición que le acompañará para que le sirva a S.M. de antecedente, mientras las Cortes del imperio le ofrecen la corona con todas las formalidades y garantías que asunto de tanta importancia exige; y suplican a S.M. que, en el asunto del artículo 3°..., se digne noticiarlo a los serenísimos señores infantes llamados por el mismo artículo por el orden que en él se nombran, interponiendo su benigno influjo para que sea una persona de las señaladas de su augusta casa la que venga a este imperio, por lo que se interesa en ello la prosperidad de ambas naciones, y por la satisfacción que recibirán los mexicanos en añadir este vínculo a los demás de amistad con que podrán y quieren unirse a los españoles.

6°. Se nombrará inmediatamente, conforme al espíritu del plan de Iguala, una junta compuesta de los primeros hombres del imperio, por sus virtudes, por sus destinos, por sus fortunas, representación y concepto, de aquellos que están designados por la opinión general, cuyo número sea bastante considerado para que la reunión de luces asegure el acierto en sus determinaciones, que serán emanaciones de la autoridad y facultades que les conceden los artículos siguientes.

7°. La junta de que trata el artículo anterior se llamará Junta Provisional Gubernativa.

8°. Será individuo de la Junta Provisional de Gobierno el teniente general don Juan O'Donojú, en consideración a la conveniencia de que una persona de su clase tenga una parte activa e inmediata en el gobierno, y de que es indispensable omitir algunas de las que estaban señaladas en el expresado plan en conformidad de su mismo espíritu.

9°. La Junta Provisional de Gobierno tendrán un presidente nombrado por ella misma, y cuya elección recaerá en uno de los individuos de su seno, o fuera de él, que reúna la pluralidad absoluta de sufragios; lo que si en la primera votación no se verificase, se procederá a segundo escrutinio, entrando a él los dos que hayan reunido más votos.

10°. El primer paso de la Junta Provisional de Gobierno será hacer un manifiesto al público de su instalación y motivos que la reunieron, con las demás explicaciones que considere convenientes para ilustrar al pueblo sobre sus intereses y modo de proceder en la elección de diputados a Cortes, de que se hablará después.

11°. La Junta Provisional de Gobierno nombrará, en seguida de la elección de su presidente, una regencia compuesta de tres personas, de su seno o fuera de él, en quien resida el Poder Ejecutivo y que gobierne en nombre del monarca hasta que éste empuñe el cetro del imperio.

12°. Instalada la Junta Provisional, gobernará interinamente conforme a las leyes vigentes en todo lo que no se oponga al plan de Iguala, y mientras las Cortes formen la constitución del Estado.

13°. La regencia, después de nombrada, procederá a la convocación de Cortes, conforme al método que determinare la Junta Provisional de Gobierno, lo que es conforme al espíritu del artículo 24 del citado plan.

14°. El Poder Ejecutivo reside en la regencia, el Legislativo en las Cortes; pero como ha de mediar algún tiempo antes que éstas se reunan, para que ambos no recaigan en una misma autoridad, ejercerá la Junta el Poder Legislativo: primero, para los casos que puedan ocurrir y que no den lugar a esperar la reunión de las Cortes, y entonces procederá de acuerdo con la regencia: segundo, para servir a la regencia de cuerpo auxiliar y consultivo en sus determinaciones.

15°. Toda persona que pertenece a una sociedad, alterado el sistema de gobierno, o pasando el país a poder de otro príncipe, queda en el estado de libertad natural para trasladarse con su fortuna a donde le convenga, sin que haya derecho para privarle de esta libertad, a menos que tenga contraída alguna deuda con la sociedad a que pertenecía, por delito o de otro de los modos que conocen los publicistas. En este caso están los europeos avecindados en Nueva España y los americanos residentes en la Península; por consiguiente, serán árbitros a permanecer, adoptando esta o aquella patria, o a pedir su pasaporte, que no podrá negárseles, para salir del reino en el tiempo que se prefije, llevando o trayendo consigo sus familias y bienes; pero satisfaciendo a la salida, por los últimos, los derechos de exportación establecidos o que se establecieren por quien pueda hacerlo.

16°. No tendrá lugar la anterior alternativa respecto de los empleados públicos o militares, que notoriamente son desafectos a la Independencia mexicana; sino que éstos necesariamente saldrán de este imperio, dentro del término que la regencia prescriba, llevando sus intereses y pagando los derechos de que habla el artículo anterior.

17°. Siendo un obstáculo a la realización de este tratado, la ocupación de la capital por las tropas de la península, se hace indispensable vencerlo; pero como el primer jefe del ejército mexicano imperial, uniendo sus sentimientos a los de la nación mexicana, desea no conseguirlo con la fuerza, para lo que le sobran recursos, sin embargo del valor y constancia de dichas tropas peninsulares, por la falta de medios y arbitrios para sostenerse contra el sistema adoptado por la nación entera, don Juan O'Donojú se ofrece a emplear su autoridad, para que dichas tropas verifiquen su salida sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa.

Villa de Córdoba, 24 de 

agosto de 1821.- Agustín

de Iturbide.- Juan O'Donojú.-

Es copia fiel de su original.-

José Domínguez.- Es copia fiel

de su original que queda en

esta comandancia general.- 

José Joaquín de Herrera.-

Como ayudante secretario, 

Tomás Illañez.


(Tomado de: Matute, Álvaro - Antología. México en el siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas.  Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)

martes, 25 de mayo de 2021

Gabino Gaínza

 


Militar, nació en Pamplona, España, en 1754; murió en la ciudad de México en 1825. En 1780 llegó a América para luchar a favor de la independencia de E.U.; en 1784 se trasladó a Perú, en 1814 a Chile y en 1820 llegó a Guatemala como subdirector general del ejército. En 1821, siendo jefe absoluto del mando militar y civil de Guatemala, al enterarse de la sublevación de Iturbide, de la proclamación del Plan de Iguala y de la insurrección de Chiapas, convocó el 13 de septiembre a la reunión de autoridades y notabilidades guatemaltecas que acordó proclamar la independencia respecto de España, convocar un Congreso que decidiera la forma de gobierno y constituir una Junta Provisional Consultiva presidida por él mismo. A invitación de Iturbide, en el sentido de que la América Central debía formar parte del Imperio Mexicano. Gaínza logró la anuencia de los gobernadores de Nicaragua y Honduras, y en el plebiscito del 5 de enero de 1822, la mayoría de la opinión guatemalteca; tres días después, Gaínza declaró la incorporación de América Central al Imperio Mexicano. Al oponerse San Salvador, Gaínza le declaró la guerra y tras de sucesivas derrotas, Iturbide le hizo relevar por Filisola el 22 de junio de 1822, año en que regresó a la Ciudad de MexIco.


(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen V, - Gabinetes - Guadalajara)

sábado, 21 de diciembre de 2019

El comercio de Nuevo México, 1821-1823


Apertura del comercio

El año de 1821, la consumación de la independencia tuvo como consecuencia la apertura de la frontera. Los comerciantes norteamericanos habían estado aguardando ese momento, y se apresuraron a entrar aprovechando lo que Manning, en su historia de la diplomacia entre las dos naciones, llama una “relajación de las leyes aduanales”, y que Bancroft considera completamente abolidas. En realidad no habían sido del todo abolidas ni el orden se relajó; simplemente no existían. Bork, en su estudio sobre el comercio de Santa Fe, relata que al llegar los comerciantes norteamericanos a Nuevo México no había aduana debido a que en 1805 el virrey había decretado que todos los efectos cambiados en la feria anual quedasen libres de impuestos. Después de un estudio de las listas de los derechos de entrada sobre artículos extranjeros, Bork concluye que esos derechos no empezaron a cobrarse en la subcomisaría de Santa Fe sino en 1823, cuando más remoto. Sin que importe mucho esa diferencia de opiniones meramente legales, lo cierto es que gracias a la iniciativa de William Becknell dio comienzo el comercio terrestre entre las dos naciones vecinas. Josiah Gregg, en su afamada obra acerca del comercio de Santa Fe, nos da una deliciosa descripción de la entrada de una caravana a esta población. Al son de los gritos “los americanos”, “los carros”, “la entrada de la caravana”, los comerciantes llegaban en medio de un espíritu de fiesta. En varios de los diarios de estos comerciantes podemos advertir su gran emoción al verse admirados por toda una población; depositaban sus vagones en la aduana, y comenzaban su estancia en Santa Fe con la asistencia a un fandango organizado en su honor. Los primeros años del comercio se caracterizaron por una sincera y mutua simpatía. Gregg anota que incluso el inspector aduanal abría sólo algunos paquetes, por simpatía hacia los comerciantes y por el deseo de ayudar al incremento del comercio. El gobernador Facundo Melgares recibió muy bien al comerciante norteamericano que llegó a Santa Fe después de la independencia de México, y expresó su deseo de que los norteamericanos continuasen el intercambio; incluso se refirió a que, en caso de que desearan emigrar a Nuevo México, gustosamente les ofrecería facilidades.
El 23 de diciembre de 1821 el dictamen presentado por la comisión de Relaciones Exteriores a la soberana junta gubernativa del imperio pedía que se impulsara la colonización de las regiones norteñas. El dictamen se basaba en las leyes aprobadas por España durante la última legislatura de las cortes que, según criterio de la junta, contenían “máximas muy liberales… que harían la felicidad de las provincias de Tejas, Coahuila y Nuevo México”.
Las excelentes ganancias, la libertad concedida a los comerciantes arrestados y la calurosa bienvenida a los que vinieron después de la consumación de la independencia hicieron que el llamado comercio de Santa Fe creciera con rapidez. Para 1825, a sólo cuatro años de haberse iniciado el comercio, los comerciantes norteamericanos comprobaron que los mercados de Santa Fe habían sido explotados al máximo, por lo que comenzaron la marcha a Chihuahua. Fue esa ciudad la que eventualmente se convirtió en el emporio del comercio por tierra ya que sus minas y gran cantidad de especies redujeron gradualmente a Santa Fe a un mero puerto de entrada hacia los mercados interiores. Para 1830 se llevaban doscientos vagones con mercancías con mercancía por valor de 200 mil pesos. Al comienzo de la guerra entre México y los Estados Unidos el valor de los bienes que llegaban por Santa Fe a Chihuahua era de 3 a 5 millones de pesos al año, sin considerar el contrabando.
El comercio entre las dos naciones se había desarrollado mucho, pero… ¿estaba satisfecho el gobierno mexicano con ese comercio? El 23 de diciembre de 1821 la comisión de Relaciones Exteriores presentó a la junta gubernativa un informe que hablaba de las tendencias expansionistas de los Estados Unidos y del peligro que corrían las regiones norteñas de México. En el dictamen se habló de que los Estados Unidos estaban interesados en el comercio con México porque sus bajos precios les daban ventajas sobre el mexicano, lo que podría resultar “en la ruina de la agricultura, industria y comercio exterior del país”. Poco tiempo bastó a nuestro gobierno para recordar las advertencias del conde de Aranda acerca de la ambición norteamericana.
Antes de la consumación de la independencia, James Smith Wilcocks se encontraba en México como agente norteamericano. Fue él quien entregó al secretario de Estado John Quincy Adams la primera comunicación diplomática de México a los Estados Unidos, en la que le notificaba del triunfo de la independencia y pedía su reconocimiento. Adams contestó el 23 de abril de 1822 prometiendo el nombramiento de un ministro. Sin embargo sólo mandó enviados especiales. Wilcocks fue nombrado cónsul en la ciudad de México. William Becknell, el comerciante que había entablado el comercio con Santa Fe, fue comisionado en esa ciudad, y el agente comercial en Veracruz fue reconocido como funcionario consular. Por su parte, el 24 de septiembre de 1822, el imperio mexicano nombró como primer enviado extraordinario y ministro plenipotenciario a José Manuel Zozaya, quien fue recibido por el presidente de los Estados Unidos el 20 de diciembre de 1822; a las dos semanas fue reconocido oficialmente por el gobierno de los Estados Unidos, aunque el reconocimiento formal no se hizo sino hasta el 27 de enero de 1823.Manning, en su Early Diplomatic Relations between the U.S. and Mexico, informa que para 1823, a sólo un año del comienzo del comercio, el encargado de negocios del gobierno mexicano en Washington había aconsejado “prohibir o regular este comercio”. Desde su primer informe Manuel Zozaya había recomendado dejar pasar el tiempo suficiente para estudiar la propuesta de un tratado de comercio, pues temía que redundara sólo en beneficio de los Estados Unidos. En cuanto al problema de fronteras recomendaba dejarlas como en el tratado Onís-Adams de 1819. Zozaya escribía que recelaba de la política norteamericana “ya que la soberbia de los norteamericanos no les permitía considerar a los mexicanos como iguales, sino como inferiores”.
Mientras tanto, el representante de Misuri ante el Congreso, el senador Charles Bent, presentaba ante el senado de los Estados Unidos un proyecto de nueva ley. Pedía que se establecieran tratados con los indígenas para proteger las caravanas de comerciantes entre Misuri y Santa Fe, cónsules para vigilar el cumplimiento de las estipulaciones aduanales y la construcción de un camino entre Franklin, Misuri, y Santa Fe, Nuevo México. En sus Memorias el senador relató su búsqueda de razones y acontecimientos en que fundamentar su petición para una legislación extraordinaria. Citó las experiencias de un tal Augusto Storr, de Franklin, Misuri, que había conducido una expedición a Santa Fe el verano de 1824.
Entre los precedentes citados por Bent para obtener la aprobación de la petición se encontraba el del camino construido a través de los dominios de los creek y los territorios españoles para llegar a Nueva Orleáns, recién adquirida de los franceses. Lo que no dijo, pero los otros senadores comprendieron, fue que ese territorio había terminado por pertenecerles. El discurso del senador Bent es de gran interés para la historia de México por ser el primero que, pretendiendo basarse en hechos, presentó la situación de la frontera mexicana al congreso norteamericano. Como hemos visto, la actitud de superioridad anglosajona es evidente: “la consolidación de las instituciones republicanas, la mejoría de su condición moral y social, la restauración de sus artes perdidas, son sólo algunos de los efectos que la filantropía espera de ese comercio”. Como veremos, todas las relaciones con México serían justificadas por tales conceptos. 

(Tomado de: Moyano Pahissa, Ángela - El comercio de Santa Fe y la guerra del 47. Colección SepSetentas, #283. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1976)

jueves, 26 de septiembre de 2019

El teatro en ciudad de México, de 1821 a 1823

(Teatro Nacional)

Durante los largos años que duró la guerra de Independencia, el teatro de la capital se sostuvo con variable fortuna, y el 1821, fecha trascendental, lo es también para la historia de nuestro teatro, ya que en ese año encontramos la primera noticia de una obra de Shakespeare montada en México. Ésta fue, tenía que ser, el Hamlet. Pocas noches después, el 27 de octubre de 1821, día de la proclamación y jura solemne de la Independencia, fue ofrecida en el Coliseo una magna función en honor del Ejército Trigarante y de su jefe, Agustín de Iturbide, en la que se representó una obra de autor nacional intitulada, precisamente, México libre, pero con sorpresa vemos que los personajes eran Marte, Palas Atenea y Mercurio, luchando con La Libertad en contra del Despotismo, la discordia, el Fanatismo y la Ignorancia. No tenía, pues, nada de mexicano este México libre
Iturbide, casi enloquecido por el triunfo, la gloria y el incienso, se proclama emperador, pero su corte dura muy poco tiempo y al caer surgen en la conciencia del pueblo sus derechos, e inspirándose en la Revolución Francesa todos los habitantes de la recién nacida República se hacen llamar “ciudadanos”, costumbre que hasta la fecha perdura con una ridícula C antepuesta al nombre en los escritos oficiales. El teatro, que siempre estaba, está y estará listo para adaptarse a la moda del momento, recoge la nueva costumbre y en 1823 así eran los programas: “Se cantará una aria por la ciudadana Mariana Gutiérrez; un concierto de violín por el ciudadano profesor Francisco Delgado; una aria bufa por el ciudadano empresario Victorio Rocamora.”
Por esa misma época el Coliseo Nuevo tiene su primer competidor al inaugurarse un nuevo teatro: el Provisional, situado en lo que fue un palenque de gallos, hecho de madera y sin techo, por lo que en los programas se tenía que anunciar: “La hora de comenzar será a las siete y media si el tiempo lo permite”. Este teatro fue mejorado después, techado y acondicionado, y funcionó por largos años con modestas compañías hasta que fue destruido por el fuego en 1884.
En mayo de 1823 se estrenan dos comedias de autor mexicano del que por desgracia ignoramos su nombre. La primera se tituló El liberal entre cadenas, y la segunda El despotismo abatido. Era El liberal una loa a quienes hicieron posible la Independencia, y constaba de cinco pequeños actos. En el primero veíase a una mujer abrazando a su hijo y llorando a mares porque su esposo había sido encarcelado por sus ideas liberales y por su ardiente amor a la patria. En el segundo acto la esposa es consolada (no sabemos de qué manera) por un amigo de su marido. En el tercero vemos al liberal encadenado pero muy orgulloso de su estado. En el cuarto llega el amigo a decirle que pronto estará libre porque ha triunfado la buena causa, y en efecto, entra un carcelero y lo libera. Y por fin, en el quinto se entona una marcha patriótica por toda la tropa liberal. Sólo que al director de escena se le olvidó cambiar la escenografía para el quinto acto, y así resultó que los liberales entonaban su marcha de libertad dentro de un calabozo. A pesar de tan enorme despropósito, la obra gustó y fue aplaudida, no así la segunda, o sea El despotismo abatido, que fue rechazada por el público porque aparecía Iturbide víctima del escarnio del autor, y el público mexicano jamás ha permitido que se haga burla de un caído, como volvió a demostrarlo años después con Maximiliano y Carlota, y mucho más tarde con Porfirio Díaz.


(Tomado de: Reyes de la Maza, Luis - Cien años de teatro en México. Colección ¿Ya LEISSSTE?. Biblioteca del ISSSTE. México, 1999)

martes, 2 de julio de 2019

Manuel Gómez Pedraza


Nació el 22 de abril de 1789, en la ciudad de Querétaro. Cadete en 1804 y oficial de Manuel de la Concha en la captura de Morelos en 1815. Fue iturbidista y encargado de entregar la capital a la caída de Agustín I., en 1824.

Asumió el Gobierno y la Comandancia militar de Puebla y como líder de los republicanos "moderados", fue Secretario de Guerra en el gabinete del Presidente Victoria.

Al triunfar el Plan de la Acordada salió a Francia, y al volver ocupó la Presidencia cerca de cuatro años. Orador de altos vuelos, en la tribuna parlamentaria alcanzó celebridad con su discurso del 24 de mayo de 1848 relacionado con el conflicto con los EE.UU. con otra pieza oratoria salvó a Haro y Tamariz de las iras populares.

Secretario de Estado en el Gabinete de Bustamante en 1838; del de Santa Anna en 1839, diputado en el Congreso de 1842, disuelto en diciembre. Fustigó las Bases Orgánicas de 1843; fue Consejero de Estado en 1846 y Senador.

Candidato presidencial, en 1850. Por morir sin confesión, sus despojos mortales no tuvieron albergue en los camposantos capitalinos. Falleció siendo Director del Nacional Monte de Piedad.

Murió el 14 de mayo de 1851 en México, D. F.

(Tomado de: Covarrubias, Ricardo - Los 67 gobernantes del México independiente. Publicaciones mexicanas, S. C. L., México, D. F., 1968)

jueves, 18 de octubre de 2018

Agustín de Iturbide

Agustín de Iturbide 1783-1824



El hecho de haber consumado la independencia es indestructible, y el nombre de quien la realizó bajo los más felices auspicios, no merece quedar en la historia como un criminal, sino como el de una persona ilustre que hizo bien a su patria y a quien sus conciudadanos deben un recuerdo constante de justa gratitud.

Enrique Olavarría y Ferrari


Agustín de Iturbide ingresó a la milicia como alférez del regimiento provincial de Valladolid. Al ocurrir la escandalosa conspiración contra el virrey Iturrigaray prestó sus servicios para acabar con el motín de Yermo, aunque no tuvo éxito. En 1809 participo en la represión contra los conspiradores Michelena y García Obeso en Valladolid, de cuyo grupo había formado parte antes de denunciarlos.


Alguna vez escribió –en su Manifiesto de Liorna- que Miguel Hidalgo le ofreció el grado de general en las filas insurgentes, cargo que rechazó por parecerle que el plan del sacerdote estaba tan mal trazado que sólo produciría desorden, derramamiento de sangre y destrucción. En cambio, enlistado en las huestes realistas Iturbide combatió con ferocidad a los insurrectos, contra quienes llevó a cabo un desmedido número de ejecuciones, dejando a su paso un torrente de sangre.



Su dureza no sólo era evidente en los campos de batalla o con los prisioneros de guerra: también con los pacíficos pobladores que simpatizaban con la causa de la Independencia. “No es fácil calcular el número de los miserables excomulgados que de resultas de la acción descendieron ayer a los abismos”, escribió luego de enviar a mejor vida a varios de sus enemigos.



Como comandante del Bajío, en 1815 fue acusado de comercio abusivo, especulación y monopolio de granos. Estas imputaciones llegaron a oídos del virrey Calleja, quien en 1816 se vio obligado a remover a uno de sus jefes más estimados. Aunque absuelto, su reputación se vio seriamente dañada, por lo que Iturbide se retiró a la ciudad de México por algún tiempo.



En 1820 se restableció la constitución española de Cádiz, que no fue bien acogida en México. Los peninsulares residentes en la Nueva España, partidarios del absolutismo, se reunieron para intentar independizarse de la Corona –en lo que se conoció como la conspiración de La Profesa- y para ello consideraron necesario terminar con la guerrilla de Vicente Guerrero.



El virrey Apodaca puso al frente de las tropas del sur al comandante Agustín de Iturbide, quien el 16 de noviembre de 1820 salió de la capital, instaló su cuartel en Tololoapan y, después de varios reveses propinados por guerrero, prefirió elaborar un plan distinto al de La Profesa. El 10 de enero de 1821, Iturbide escribió una carta al insurgente en la que lo invitaba a terminar con la guerra. Guerrero aceptó que unieran sus fuerzas si con ello se lograba la Independencia.



El 24 de febrero de 1821 se proclamó el Plan de Iguala e Iturbide se convirtió en jefe del Ejército Trigarante. De inmediato logró la adhesión de casi todos los mandos y las tropas realistas e insurgentes. El 24 de agosto, don Juan de O’Donojú –el último gobernante que envió España- firmó con Iturbide los tratados de Córdoba, reconociendo la Independencia de México. El 27 de septiembre de 1821, en medio de gran algarabía, el libertador, al frente del Ejército Trigarante, hizo su entrada triunfal a la capital mexicana, donde se vio consumada la Independencia de la nación.



Iturbide tomó a su cargo la dirección de los asuntos públicos. Entre sus primeros actos, nombró una junta de gobierno, que a ojos de todos pareció sospechosa, para redactar el Acta de Independencia y organizar un Congreso; la junta lo designó su presidente, y después fue nombrado presidente de la Regencia y, convenientemente, la regencia decretó para él un sueldo de 120 mil pesos anuales retroactivos al 24 de febrero de 1821, fecha en que promulgó el Plan de Iguala. Además, excluyó a los veteranos de la insurgencia, a quienes Iturbide veía con desprecio.



El libertador movilizó a sus partidarios para que su ascenso al trono pareciera una exigencia popular. El 18 de mayo de 1822, el sargento Pío Marcha lo proclamó emperador y, acompañado por una gran multitud, fue hasta su casa para de ahí llevarlo en andas al Congreso. Un par de meses después, el 21 de julio, Iturbide fue coronado.



El imperio de Agustín I fue hostilizado por republicanos y liberales. Las dificultades se hicieron evidentes en el Congreso; Iturbide lo disolvió y aprehendió a muchos de sus miembros, pero no logró restablecer la estabilidad política de su gobierno. Reinstaló el Congreso, y entonces no supo defender fehacientemente su corona: los rebeldes le ganaron terreno y lograron que abdicara. Iturbide salió de la ciudad de México con su familia y marchó a Veracruz para embarcarse a Europa.



Instalado en Londres, le llegaron noticias de que la independencia de México peligraba. Instado por algunos de sus partidarios –quienes le aseguraban que en México la opinión pública estaba a su favor- se embarcó de regreso. Desconocía que el Congreso lo había declarado traidor y que se le consideraba fuera de la ley.



Después de sesenta y nueve días de viaje, desembarcó en Soto la Marina, Tamaulipas, donde fue descubierto. Ser el consumador de la Independencia no fue suficiente para salvarle la vida: el gobierno había puesto precio a su cabeza y se ensañó con el libertador, quien fue fusilado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824.



Casi inmediatamente después de muerto, el gobierno decidió desterrar a Iturbide del recuerdo de sus conciudadanos y negarle sus méritos como libertador. Aún hoy es considerado uno de los más grandes villanos de la historia mexicana.


(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)



Agustín Primero

Una figura torva recorrió durante una década el Bajío, dejando a su paso la huella imborrable de su acérrima enemistad hacia los insurgentes y su causa, a los que persiguió con saña y crueldad. Conoció a Hidalgo en Valladolid y le prometió seguirlo en su lucha para independizar a la patria en formación y faltó a su palabra. A tal grado llegaron sus desmanes, que los propios jefes realistas tuvieron que aplicarle medidas correctivas. Criollo terrateniente, desbocó su ambición, pues carecía de grandeza, como lo probó en el triunfo y en la derrota; no tuvo escrúpulo alguno, y si lo tuvo, lo acalló siempre; introdujo el cuartelazo en el sistema político mexicano, para nuestra desgracia y, con todos esos antecedentes, un día se hizo llamar nuestro libertador. Hasta que cayó bajo las balas republicanas en Padilla, Tamaulipas, hasta entonces, decimos, respondió al nombre de Agustín de Iturbide.


En 1809 estuvo inmiscuido en la conspiración de Michelena para proclamar la Independencia, pero huyó cuando el cura hidalgo se acercaba a Valladolid después de haber dado el Grito de Dolores y rehusó el grado de capitán que le ofreció el auténtico y verdadero Libertador; Iturbide ordenó fusilar a María Tomasa Estevez, la seductora insurgenta. Su biógrafo José Olmedo y Lama dice de nuestro primer Emperador: “En una ocasión interceptó una carta dirigida a un jefe insurgente por don Mariano Noriega, vecino distinguido de Guanajuato y con sólo esto, dio orden desde su cuartel de Irapuato para que Noriega fuese inmediatamente fusilado, como se verificó, sin que siquiera se le dijese el motivo; cuyo crimen llenó de horror a los habitantes de Guanajuato. Otra vez fue hecho prisionero el padre Luna, su condiscípulo en el colegio y que había tomado partido por la insurrección. Presentado a Iturbide, éste le recibió como quien recibe a un amigo antiguo, mandó que le sirvieran chocolate y luego ordenó que lo fusilasen. Entre las innumerables ejecuciones que dispuso, se recuerda todavía con horror en Pátzcuaro la de don Bernardo Abarca, vecino pacífico y distinguido, quien no tenía más delito que haber admitido, a instancias del doctor Cos, un empleo en un regimiento de dragones que intentó levantar allí para resguardo de la población.”



Gracias al desprendimiento sin precedente de don Vicente Guerrero, a su hombría de bien sin límites y a su buena fe tan grande como su generosidad, Iturbide pudo engañarlo escamoteando a la insurgencia sus ideales y liquidando la lucha armada para burlar las esperanzas de los irredentos sojuzgados, que con estupor y asombro, vieron cómo los que ayer los combatían ahora pisoteaban sus banderas en verdad, bajo la apariencia de empuñarlas.



Cuando Iturbide envió al virrey una comunicación para darle cuenta del Plan de Iguala, afirmó con enorme sorpresa de los insurgentes: “La revolución que tuvo principio la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, entre las sombras del horror, con un sistema (si así puede llamarse) cruel, bárbaro, sanguinario, grosero e injusto, no obstante lo cual, aun subsistían sus efectos en el año de 1821, y no sólo subsistían, sino que se volvía  a encender el fuego de la discordia, con mayor riesgo de arrebatarlo todo”. Antes de morir, escribió en sus “Memorias”: “La voz de insurrección no significaba independencia, libertad justa, ni era el objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir sus posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión: las partes beligerantes se hicieron la guerra a muerte: el desorden precedía a las operaciones de americanos y europeos; pero es preciso confesar que los primeros fueron culpables, no sólo por los males que causaron, sino porque dieron margen a los segundos, para que practicaran las mismas atrocidades que veían en sus enemigos”.



Y por si fuera poco, en su Manifiesto de Liorna estampó: “El Congreso Mexicano trató de erigir estatuas a los jefes de la Insurrección y de hacer honores fúnebres a sus cenizas. A estos mismos jefes yo los había perseguido y volvería a perseguirlos si retrogradásemos a aquellos tiempos, para que pueda decirse quién tiene razón, si el Congreso o yo. Es necesario no olvidar que la insurrección no significaba Independencia, Libertad y Justicia, ni era su objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra y hasta las de la religión. ¿Si tales hombres merecen estatuas, qué se reserva para los que no se separaron de la senda de la virtud?”, se pregunta Iturbide. Y el 19 de julio de 1824 encontró la respuesta, quien se colocó asimismo primero y por encima de su partido y de su patria. No tendrá nunca un lugar junto a sus libertadores. Jamás lo mereció.



(Tomado de: Florencio Zamarripa M. – Anecdotario de la Insurgencia. Editorial Futuro, México, D.F., 1960)

lunes, 9 de abril de 2018

Pedro Ascencio Alquisiras


Existe confusión acerca del nombre de este insurgente. Algunos autores lo llaman Pedro Alquisiras Ascencio y otros aseguran que su nombre fue Pedro de la Ascención Alquisiras, el que sus partidarios y la leyenda popular simplificaron a Pedro Ascencio. También hay duda sobre si nació en Acuitlapan o en Tlataya (aquélla de Guerrero y ésta del Estado de México), y sobre el año de su nacimiento, que algunos sitúan en 1778. Murió combatiendo en Las Milpillas, Morelos, en 1821. Era indio puro y además de su lengua, el tlahuica, hablaba el mazahua y el otomí.



Vivía del comercio con minerales y desde fines de 1810 se unió al movimiento de Independencia, formando una partida insurgente que atacó a la guarnición del Monte de las Cruces. José María López Rayón lo hizo capitán de caballería. Se convirtió en guerrillero famoso, por su bravura y su habilidad. Sirvió a Morelos y a la muerte de éste se fortificó en el cerro de la Goleta, desde donde incursionaba por las ciudades y comarcas cercanas. En el cerro de San Vicente derrotó a Iturbide y en los llanos vecinos al cerro de la Goleta destruyó una formación de tropas recién llegadas de España. Sus acciones llegaron a ser legendarias y mantuvieron viva la idea de la insurrección, al igual que las de Vicente Guerrero en el sur, cuando ya casi todos los jefes habían muerto o habían pedido el indulto.




El virrey mandó cercar el territorio dominado por Alquisiras y las tropas realistas destruían las siembras de los indios para que éstos dejaran de apoyar al jefe guerrillero, pero todos se mantuvieron firmes y en la batalla de Cerromel derrotaron decisivamente a las fuerzas que los atacaban. En 1819, Iturbide obtuvo la autorización del virrey para un plan de campaña que se proponía atacar a fondo y en forma simultánea a Guerrero y Pedro Ascencio, empleando todos los recursos necesarios. Ascencio copó a la retaguardia del ejército de Iturbide en la cañada de Tlatlaya y lo destruyó casi totalmente.




Algunos historiadores afirman que este fracaso convenció a Iturbide de que no era posible vencer militarmente al movimiento rebelde y lo indujo a buscar un entendimiento con Guerrero, al mismo tiempo que reforzaba la lucha contra Ascencio. Este, ignorante de las negociaciones, continuaba combatiendo y el 2 de junio de 1821 marchó sobre Tetecala, donde encontró fuerte resistencia. Al día siguiente, en una acción destinada a impedir la llegada de auxilios realistas, Alquisiras halló la muerte. Su cabeza fue cercenada y en la punta de una lanza fue llevada a Cuernavaca y expuesta públicamente, con un letrero que decía: “Cabeza de Pedro Ascencio”. En su memoria llevan su nombre Almoloya de Alquisiras y Sultepec de Alquisiras.


(Tomado de: Encilopedia de México)

miércoles, 28 de marzo de 2018

Juan Nepomuceno Almonte



Hijo natural de José María Morelos y Pavón y Brígida Almonte. No hay certeza acerca del lugar de su nacimiento, que según unos fue en Parácuaro y según otros, Nocupétaro o Carácuaro, poblaciones todas de la antigua provincia de Valladolid, hoy Michoacán.

Tampoco se conoce con seguridad el año, pero los historiadores lo fijan entre 1802 y 1804. El dato más preciso es la declaración que hizo Morelos ante el Tribunal de la Inquisición, en noviembre de 1815, de que su hijo tenía entonces 13 años. Murió en París en 1869. Siendo un niño acompañó a su padre en muchas acciones militares, entre ellas el sitio de Cuautla y el ataque a Valladolid, en el que resultó herido en un brazo. En 1815 fue enviado a estudiar en Estados Unidos, donde permaneció hasta la proclamación del Plan de Iguala. Cuando Iturbide fue coronado Emperador, regresó a Estados Unidos; volvió a México al instaurarse la República y se le confirió el grado de teniente coronel. formó parte de misiones diplomáticas en Sudamérica e Inglaterra. Fue primero aliado de Vicente Guerrero y a partir de 1836 acompañó a Santa Anna en la campaña de Texas, cayendo prisionero en la batalla de San Jacinto. Al recuperar su libertad, regresó en 1837 en el mismo barco que Santa Anna. En 1839 ascendió a General Brigadier y ocupó durante dos años la Secretaría de Guerra y Marina, bajo la presidencia de Bustamante. De 1841 a 1845 fue ministro ante el gobierno de Estados Unidos, cargo en el que luchó para evitar la intervención norteamericana en Texas. Volvió a ocupar la Secretaría de Guerra y Marina en 1846 y participó en la guerra contra los Estados Unidos.



Liberal y republicano al principio de su vida política, en 1850 se afilió al partido conservador, después de haber impugnado la ley de expropiación de los bienes de la Iglesia. No obstante, Comonfort lo nombró representante de México ante la Gran Bretaña y luego ante las cortes de Austria y España. Ya en plena Guerra de Reforma y como representante de Félix Zuloaga, a quien los conservadores reconocían como presidente, firmó en París el Tratado Mon-Almonte, lo que le valió ser declarado traidor a la patria por el presidente Juárez. Al triunfar los liberales, Almonte abandonó el país y estando en Europa se concertó con Gutiérrez Estrada y otros conservadores para establecer una monarquía en México. Fue uno de los conspiradores de la expedición tripartita e intervino en el ofrecimiento de la corona a Maximiliano. 


Aprovechando la situación creada por la Intervención Francesa, regresó al país en marzo de 1862 y se proclamó en Orizaba presidente interino, título que los jefes expedicionarios franceses en realidad nunca reconocieron. Al servicio del ejército invasor, con el cargo puramente nominal de general en jefe, tomó parte en la batalla del 5 de mayo en Puebla, y al ser ocupada la capital formó parte de la Regencia, junto con el general Salas y el obispo Ormaechea. Maximiliano lo designó su lugarteniente y luego, mariscal del Imperio. En 1866 fue enviado para pedirle a Napoleón III que no retirase las tropas francesas de México. Permaneció en París hasta su muerte. En medio de su agitada vida política y militar, encontró tiempo para pertenecer a la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y a varias sociedades científicas del extranjero, así como para escribir Noticia Estadística sobre Tejas (1835) y Guía de Forasteros y Repertorio de Conocimientos Útiles (1857).


(Tomado de: Enciclopedia de México, tomo I)