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sábado, 23 de marzo de 2019

Palacio de Bellas Artes


Una vez demolido el Teatro Nacional en 1901, la ciudad de México quedó sin teatro digno para el ceremonial porfirista, a pesar de contar con el antiquísimo y transformado Principal. Para ello, el secretario de Instrucción don Justo Sierra arrendó y restauró en 1903 el teatro Arbeu que se había instalado en la iglesia de San Felipe desde 1875, con planos del arquitecto Apolonio Téllez Girón. Ya dotado de palco presidencial, el Arbeu es ocupado provisionalmente como "teatro oficial" mientras se erige la mole titánica del nuevo teatro Nacional. El antiguo teatro Nacional formaba parte de los edificios que serían reformados para las celebraciones de 1910. Estos trabajos de mejora se le encomendaron al arquitecto [Adamo] Boari pero en 1901 el gobierno decidió, dentro de su plan de reforma urbana, prolongar la calle de Cinco de Mayo, con lo cual se firmó la sentencia de muerte del teatro y del anhelo de su reconstrucción. En Boari recayó el contrato para proyectar el nuevo teatro, emplazado ahora a un costado de la Alameda, donde la nueva prolongación de la calle desembocaría.







De un viaje por Europa y Norteamérica para estudiar la tradición y los avances en la arquitectura teatral de entonces, Boari importó e interpretó los ideales constructivos, funcionales y decorativos que dieron a su proyecto singularidad y contemporaneidad propios. Dentro de los puntos que el autor destacaba como innovadores de su programa y únicos en el mundo, señalaba los siguientes: "Dobles entradas laterales para el servicio de carruajes; un gran jardín cubierto de cristales en lugar de foyer; una cúpula colocada sobre el jardín y no sobre la sala de espectáculos; la sala de espectáculos en forma de embudo, con el pavimento de una superficie cóncava y las galerías voladas; iluminación periférica y oculta; caja acústica en la bóveda; el telón en forma rígida y con cristales opalescentes; energía hidráulica y eléctrica para movimientos de escena; cabinas para dos proyectores cinematográficos”. No sólo resultaba sorprendente la silueta cupular triple, que a la manera de las mezquitas turcas, anunciaba una nueva fisonomía teatral, antes señalada por los peristilos y frontones; también desconcertaba su luneta semicircular en lugar de triangular, la cúpula sobre el gran vestíbulo-invernadero, y, desde luego, una sala ya no dispuesta a la italiana concepción de la herradura. Para evitar espacios ciegos el autor tomó de los teatros wagnerianos la forma de embudo. Este principio que ya se había usado con éxito en el auditorium de Chicago (Arqs. Adler y Sullivan, 1886), de donde el propio Boari lo estudió, sería, mas tarde, el mismo que se empleó para las varias salas de concierto y cinema. En cuanto al sistema constructivo se prefirió la "osamenta metálica interior" con muros de hormigón y granito recubiertos al exterior por mármoles italianos y mexicanos. Para la cimentación se contrató, con la casa Milliken Bros. de Nueva York, una gran plataforma reticulada de hierro y argamasa, que distribuiría el peso del edificio de modo homogéneo y a la vez fraguaría la inestabilidad del subsuelo, pero, aun antes de empezar a revestir de mármol la enorme jaula, la cimentación ya presentaba desniveles considerables en varias de sus partes.



En cuanto al aspecto estilístico fue voluntad clara del arquitecto el llamar a escultores, pintores y casas de diseño a integrar, con bronces, mármoles, cristales y mosaicos, la monumental obra decorativa.



Boari se afirmaba como un propulsor, a su modo, de las formas ondulantes que en la Exposición de París de 1900 dieron carta de filiación al Art Nouveau; una modalidad, más ornamental que arquitectónica, que abanderó la modernidad estilística del nuevo siglo. En la versión propia del arquitecto tenían cabida imágenes nacionales no empleadas antes con tanto acierto en la arquitectura de este género. Los mascarones de coyotes, monos y caballeros águila; la flora mexicana y las ondulantes serpientes-moldura, son parte de la nueva iconografía que hicieron del conjunto una interpretación originalísima del art nouveau, distante y menos obvia del concepto francés o belga. El peculiar sentido estilístico del teatro fue la síntesis de las colaboraciones de Leonardo Bistolfi y su panneau para el luneto central; Agustín Querol y sus cuatro pegasos que rematarían los cuatro ángulos del cubo de telares; Géza Marotti quien realizó el conjunto escultórico que corona la cúpula, el mosaico del arco de escena y el plafond circular de cristal con el tema de Apolo musageta; Boni y Fiorenzo, diseñadores de los relieves para claves, mascarones, guirnaldas y florones; Mazzucotelli es el autor del trabajo de herrería y, finalmente, el espectacular telón de cristales opalescentes fue realizado por la casa Tiffany de Nueva York con base a una panorámica del Dr. Atl, único artista mexicano que aportó un diseño al concierto ornamental del teatro.


Transcurridos los cinco años fijados para su estreno y rebasado en muchos el presupuesto inicial, el teatro no pudo inaugurarse en 1910 por el lamentable atraso de su fábrica. Se optó entonces por transferir su apertura para el centenario de la Consumación iturbidista en 1921. Se trabajó hasta 1916 en que, por conflictos propios de la Revolución y el deterioro del erario, se paralizaron las obras y se cancelaron los contratos. Ante la imposibilidad del regreso de Boari, el arquitecto Antonio Muñoz continuó las obras con sobrada lentitud hasta 1923, fecha en la que una vez más se congelaron.


 
A partir de entonces el Palacio viviría una situación vacilante; símbolo decaído del porfiriato y simultáneamente, de la nueva cultura revolucionaria, la obra se reanudó hasta 1928, bajo el fuerte impulso del secretario de Hacienda Alberto J. Pani. Finalmente, las labores continuaron hasta su conclusión en 1934, con los trabajos de techado de cúpulas, decoración interior y maquinaria técnica. La tarea de simplificación y desembarazo suntuario recayó en el arquitecto Federico Mariscal. En su proyecto, el vestíbulo y el salón de fiestas pasaron a formar las salas del Museo de Artes Plásticas, y los lineamientos estilísticos de los interiores derivaron del geometrismo impuesto en la arquitectura a partir de la Exposición de Artes Decorativas de París de 1925.


(Tomado de: Jaime Cuadriello - El historicismo y la renovación de las tipologías arquitectónicas: 1857-1920. Historia del Arte Mexicano, fascículo #83, Arte de la afirmación nacional; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V., México, D.F., 1982)

sábado, 23 de junio de 2018

Gerardo Murillo (Dr. Atl)

Gerardo Murillo (Dr. Atl)



Nació en Guadalajara, Jal. En 1875; murió en la Ciudad de México en 1964. En su ciudad natal estudió pintura con Felipe Castro (hacia 1890); pasó a la de México y fue alumno de las escuelas de Bellas Artes y Preparatoria. Cuando terminó ésta, el presidente Porfirio Díaz lo pensionó para estudiar pintura en Europa, pero en lugar de esa especialidad tomó clases en la Universidad de Roma con el filósofo Antonio Labriola y el sociólogo y penalista Enrico Ferri. Colaboró con el Partido Socialista italiano y escribió en su órgano periodístico, el diario L’Avanti. Viajó a pie de Roma a París y asistió como oyente a las cátedras de sociología de Emilio Durkheim y de psicología y teoría del arte de Henri Bergson, en la Facultad de Altos Estudios. En 1902, en París, Leopoldo Lugones lo bautizó con el nombre de Dr. Atl (agua, en náhuatl). Hizo otra caminata de París a Madrid con fines deportivos.

 Regresó a México en 1904 y en 1906 organizó la exposición de pintura Savia Moderna, exhibiendo por vez primera la obra de Ponce de León, Francisco de la Torre y Diego Rivera, provocando el interés por el impresionismo y la muerte del estilo pompier. En 1910 promovió el Centro Artístico, cuyo objeto era conseguir muros en los edificios públicos para pintar en ellos. Esta iniciativa no prosperó porque sobrevino la Revolución armada.



Volvió a Europa en 1911. En París fundó el periódico Action d’Art, en el que difundió sus teorías pictóricas y el sentido social de la Revolución Mexicana. En sus libros autobiográficos Gentes profanas en el convento y Apuntes inéditos para un diario habla de sus colaboraciones para L’Humanité, bajo la égida de Jean Jaurés. El poeta Carlos Barrera, diplomático mexicano en Francia, cuenta que el pintor publicó durante varios meses el periódico La Revolution au Mexiqué y que realizó varias gestiones en favor de la facción constitucionalista, aprovechando la asistencia de Clemanceau y del ministro de Finanzas Dumont a las exposiciones de pintura. En esta empresa fue apoyado por el ministro de México Miguel Díaz Lombardo.




Reintegrado a México en 1914, Venustiano Carranza lo comisionó para tratar con Zapata la unificación de las fuerzas revolucionarias; pero fracasó en su gestión y estuvo a punto de ser fusilado (existe la correspondencia entre Zapata y el Dr. Atl relativa a sus conferencias y disputas). Durante la permanencia del Primer Jefe en Veracruz, el Dr. Atl fundó La Vanguardia, en cuyas páginas se publicaron caricaturas e ilustraciones de José Clemente Orozco. Organizó la confederación Revolucionaria, integrada por 10 militares y 10 civiles, entre ellos los generales Álvaro Obregón y Benjamín Hill, Jesús Urueta y Rafael Zubarán Campany, al fin disuelta por la notable preponderancia que llegó a tener. De esa agrupación surgió más tarde el Bloque de Obreros Intelectuales, presidido por Juan de Dios Bojórquez. Parece que también intervino en el pacto que suscribieron, el 17 de febrero de 1915, el secretario de Gobernación de Carranza y la Casa del Obrero Mundial, aunque no firmó el documento. Fue en esa época director de la Academia de San Carlos, tesorero general de las Fuerzas Constitucionalistas y jefe del Departamento de Bellas Artes.


Terminado el movimiento armado, se dedicó de lleno a pintar, a promover el conocimiento del arte popular, a estudiar vulcanología y a escribir.



En el período de 1920 a 1964 destacan su lucha en favor de las potencias del Eje, su controversia con Lázaro Cárdenas y su gran amistad con Adolfo López Mateos, a quien le debe estar sepultado en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Designado miembro del Colegio Nacional, renunció a la distinción porque se le había otorgado a Gerado Murillo y no al Dr. Atl.




Su obra escrita comprende:


1.- Folletos: Palabras de un hombre al pueblo americano (traducido al inglés), Paz germana o paz judáico-británica, ¿La victoria de Alemania y la situación de la América Latina?, Paz, neutralidad o guerra, El futuro del mundo y La carroña de Ginebra.


2.- Libros de arte: La sinfonía del Popocatépetl, Artes Populares (2 vols.; 1921, 2ª. Ed., 1922), Las iglesias de México (6 vols.), Cómo nace y muere un volcán (sobre el Paricutín), Historia del paisaje y Los volcanes de México.


3.- Crítica de arte; el catálogo de la colección Pani y un articulo contra el capítulo “Las artes plásticas” de Antonio Luna Arroyo, en México, 50 años de Revolución (t.IV, 1962).


4.- Literatura: Cuentos bárbaros, Cuentos de todos colores, Carmen (versos) y De la vida alegre y peligrosa y Gentes profanas en el convento (novelas).


5.- Ciencia: Petróleo en el valle de México, Oro más oro, Un hombre más allá del universo y El grito en la Atlántida.


6.- Política: La Revolución Mexicana defiende derechos humanos y Los judíos sobre México.


Inventó, además, las modificaciones a la encáustica, el fresco al óleo y los atlcolors. Estos son secos, a la resina, y se trabajan como el pastel, sin la fragilidad de éste, e igual sirven, al decir de su creador, para pintar sobre papel, tela o roca.




Explorador y caminante, instalado en el ex convento de La Merced, pintó ahí buena parte de su obra, sobre todo los grandes cuadros del valle de México. En 1943 asistió al nacimiento del volcán Paricutín, de cuyo fenómeno tomó apuntes y realizó cuadros que exhibió en el Palacio de Bellas Artes en 1944. Hizo algunos retratos, dibujos de arquitectura y bocetos para murales, pero sobre todo cientos de dibujos y gran número de pinturas de paisaje. Adoptó la perspectiva curvilínea propuesta por Luis G. Serrano, circunstancia que añadió a su obra una constante de monumentalidad. En sus últimos años pasó largas temporadas en Pihuamo, Tepoztlán y la barranca del río Santiago, recreando el paisaje y proyectando Olinca, la ciudad mundial de la cultura, una de sus mayores ilusiones que nunca vio realizada; e inició el género del aeropaisaje, o sean las grandes visiones de conjuntos geográficos desde la perspectiva de los aviones. Entre las decenas de autorretratos,  pintados a menudo en el primer término de sus apuntes o cuadros destaca el que lo muestra entre las nieves, hecho en 1938. En Dr. Atl donó a las galerías del Instituto de Bellas Artes una rica colección de su obra.




Tomado de: Enciclopedia de México, Tomo 1)