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lunes, 18 de agosto de 2025

Instrucciones del virrey Enríquez de Almansa

 


El cuarto virrey que tuvo Nueva España, don Martín Enríquez de Almansa, instruyó a sus sucesores sobre lo que convenía hacer para el buen gobierno. Puede decirse que con este virrey se cierra todo un periodo en la vida de Nueva España, pues los problemas que señala son los mismos que se repiten a lo largo de los siglos siguientes:

"Y comenzando por lo más importante, digo que la mayor seguridad y fuerza que tiene esta tierra, es el virrey que gobierna y la Real Audiencia; y lo que más puede sustentar esta fuerza, es que sustenten ellos entre sí mucha conformidad y paz; y tras esto, que traiga siempre tan sujeta a la república, para que ninguno se atreva con las cabezas a cosa que huela a desacato, so pena de castigo ejemplar, cosa que se ha hecho con algunos en mi tiempo, sin ruido; porque cosa cierta es que no puede haber mucha seguridad donde los mayores no fueran acatados y temidos. Y si quiere Vuestra Señoría saber el medio con que entre ambas cosas se puede conseguir, mayormente en esta tierra, digo que vivan bien los que mandan, porque en esto pueden siempre usar su libertad y entrar y salir con ella en todos casos sin temor...

Después de esto, sabrá Vuestra Señoría que aunque juzgan en España que el virrey es acá muy descansado, y que en tierras nuevas no debe haber mucho a qué acudir, que a mí me ha desengañado de esto la experiencia y el trabajo que he tenido y lo mismo verá Vuestra Señoría, porque yo hallo que sólo el virrey es acá dueño de todas las cosas que allá están repartidas entre muchos, y él solo ha de tener cuidado de lo que cada uno había de tener en su propio oficio, no solamente seglar, sino también eclesiástico... Y fuera de esto, no hay chico ni grande, ni persona de cualquier estado que sea, que no sepa acudir a otro en todo género de negocios, sino al virrey... porque hasta los negocios y niñerías que pasan de enojos entre algunos en sus casas, les parece que si no dan cuenta de ellos al virrey, no puede haber buen suceso. Y visto yo que la tierra pide esto, y que el virrey ha de ser padre para todo, y que para ellos ha de pasar por todo esto y oírlos a todas horas, sufrirlos con paciencia me ha sido forzoso hacerlo. Y esto mismo procure hacer Vuestra Señoría.

"Y en acudir a otras obligaciones que sólo son del virrey, que es el amparo de todos los monasterios y hospitales y mucha gente pobre y desamparada, que hay en esta tierra, huérfanos y viudas, mujeres e hijos de conquistadores y criados de Su Majestad; porque pasarían mucho trabajo si el virrey no mirara por todos. Y en lo de los hospitales conviene acudir al de indios de esta ciudad y al de San Juan de Ulúa, porque como el de los indios de aquí tiene nombre de hospital real, y piensan todos que Su Majestad provee lo necesario, acuden pocos a él, y así padece necesidad. Demás de los españoles, después de servirse de los indios, más cuidado tienen de sus perros que no de ellos, y hubieran muchos perecido, así de esta ciudad como de fuera, si no se les hubiera hecho este recurso...

"Ya traerá Vuestra Señoría entendido que de las dos repúblicas que hay que gobernar en esta tierra, que son indios y españoles, que para lo que principalmente Su Majestad nos envía acá es para lo tocante a los indios y su amparo. Y ello es así, que a éstos se debe acudir con más cuidado, como a parte más flaca, porque son los indios una gente más miserable, que obliga a cualquier pecho cristiano a consolerse de ellos. Y esto ha de hacer el virrey con más cuidado, usando con ellos oficio de propio padre. Que es: por una parte no permitir que ninguno los agravie, y por otra no aguardar a que ellos no acudan a sus cosas porque no lo harán; sino dárselas hechas, habiendo visto lo que conviene, como lo hace el buen padre con sus hijos: y e non esto ha de ser sin costa ni gastos, porque los más de ellos no tienen de dónde sacar un real, si no venden, ni sus negocios son de calidad ni cantidad...

"He querido dejar para la postre el tratar a Vuestra Señoría lo que entiendo más le ha de cansar en los negocios, que son las provisiones de cargos de justicia de esta tierra: porque los que piensan que más derechos a ellas tienen, son los nacidos en ella, hijos y nietos de conquistadores, aunque de éstos entiendo quedan pocos; y en efecto de no les dar a ellos los cargos, hacen tanto ruido, que no falta sino poner el negocio a pleito, porque pedir testimonio para ir a quejarse a España, por ordinario lo hacen... Y lo que Su Majestad me mandó fue, pues yo tenía esto presente, que como lo demás lo gobernase, mirando lo que más convenía al servicio de Dios y suyo y bien de la tierra. Y lo mismo haga Vuestra Señoría, sin reparar en quejas..."


(Tomado de: Lira, Andrés - El gobierno virreinal. Historia de México, tomo 6, México colonial. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

lunes, 27 de diciembre de 2021

Facultades del virrey Mendoza

 


El primer virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza, fue nombrado en 1529, pero hasta 1535 no se trasladó al reino que iba a gobernar. Se le dieron amplias facultades para que pudiera ejercer la representación personal del rey que se le encomendaba. He aquí una parte del documento en que el rey especificaba el alcance y calidad de su autoridad:


"... Por esta nuestra carta mandamos al presidente y oidores que al presente  residen en la ciudad de México... y al nuestro capitán general y capitanes de ella, y a los consejos, justicias e regidores, caballeros y escuderos oficiales e omes buenos de todas las ciudades, villas y lugares de la dicha Nueva España, que al presente están pobladas e se poblaren de aquí adelante, que sin otra larga ni tardanza alguna, e sin más requerir ni consultar... vos hayan, reciban o tengan por nuestro visorrey e gobernador de la dicha Nueva España e sus provincias, e vos dejen y consientan libremente usar y ejercer los dichos oficios por el tiempo que como dicho es, nuestra merced e voluntad fuere, en todas aquellas cosas e cada una de ellas entendáis que a nuestro servicio y buena gobernación, perpetuidad y noblecimiento de la dicha tierra e instrucción de los naturales viéredes que conviene, para usar y ejercer los dichos oficios, todos se conformen con vos y vos obedezcan, y con sus personas y gentes vos den y hagan dar todo el favor y ayuda que les pidiéredes y menester hubiéredes, y en todo vos acaten y obedezcan...

"E otro si, es vuestra merced, que si vos el dicho don Antonio de Mendoza entendiéredes ser cumplidero a nuestro servicio e a la ejecución, que cualquier persona que ahora está o estuviere en la dicha Nueva España, tierras e provincias della, se salgan y no entren ni estén en ella, les podéis mandar de nuestra parte y lo hagáis de ella salir..."


En las instrucciones que llevaba se le encargó que ejerciera el cargo de capitán general, hasta entonces desempeñado por Hernán Cortés, y recontara los veintitrés mil vasallos que se te habían otorgado al conquistador cuando se le había hecho marqués del valle de Oaxaca. También se le ordenó que vigilara a los encomenderos y redujera las cargas de tributos y servicios que pesaban sobre los indios, según conviniera a su buen tratamiento. Todo esto estaba encaminado a moderar el poder que habían ganado los conquistadores de la tierra.

Por otra parte, se le encomendó que controlara a los eclesiásticos, a los cuales debía dirigirse bajo la forma de ruego y encargo, por el respeto de su fuero; cuidando de que no agraviaran a los habitantes y deshaciendo, como presidente de la Audiencia, aquellos agravios que habían cometido. También se le avisó que las órdenes religiosas no debían recibir tierras ni construir monasterios sin el "pase" del Consejo de Indias.


(Tomado de: Lira, Andrés - El gobierno virreinal. Historia de México, tomo 6, México colonial. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

jueves, 22 de agosto de 2019

Lorenzo de Zavala




Lorenzo de Zavala


(1788-1836) Yucateco que termina convirtiéndose en texano, afirma Charles A. Hale, siempre fue en México un forastero. Entendió las ideas que luchaban entre sí, lo que no llegó a sentir fueron los conflictos que estas ideas produjeron en los hombres de una y otra ideologías.
En la lucha sostenida entre los sanjuanistas (partidarios de la transformación) y los rutineros (epígonos del absolutismo colonial), Zavala se enlistó entre los primeros, al lado de José Francisco Bates, José María Calzadilla, los sacerdotes Vicente María Velázquez y Manuel Jiménez, el maestro Pablo Moreno, Pedro Almeida y José Matías Quintana. Desde muy joven, Zavala se sintió atraído por el periodismo. Antes de que llegara la imprenta a Mérida, hacía circular sus manuscritos con el objeto de propagar las nuevas ideas. A partir del momento en que aparece El Misceláneo, colabora en forma asidua, lo mismo que en El Aristarco y posteriormente en El Filósofo Meridano.
Al sr derogada la constitución española de 1812, que consagraba la Libertad de Imprenta, Zavala y sus amigos protestaron con tal intensidad que los partidarios del absolutismo embargaron la imprenta de Bates y persiguieron a los sanjuanistas. Aprehendidos, fueron remitidos a San Juan de Ulúa (Zavala, Bates y Quintana). Al obtener la libertad, Lorenzo el obstinado sacó su último periódico yucateco, El Hispano-Americano Constitucional.
brevemente, así interpreta Zavala nuestro proceso de Independencia: “Como el tiempo anterior a los sucesos de 1808 (que preparan la insurrección de Hidalgo) es un periodo de silencio, de sueño y monotonía, la historia interesante de México no comienza verdaderamente sino en este año memorable”.
 México, sostiene Zavala, no está capacitado para la Independencia en 1808 o 1810. Este es un sentimiento que madura a lo largo de una década, alimentado por las acciones heroicas de Hidalgo y Morelos, el constitucionalismo liberal de las Cortes españolas y el desarrollo en el exterior de la idea de que México es ya una nación. De esta manera, hacia 1819, el pueblo se convence de que la Independencia es necesaria y el terreno queda listo para el surgimiento del implacable y políticamente astuto Agustín de Iturbide.
Ya en la ciudad de México, Zaval defiende brillantemente sus convicciones federalistas en El Águila Mejicana (1823) y El Correo de la Federación (1826), en el que publica, según Sierra O’Reilly, “muy largos y luminosos escritos acerca de la política del país”. El Correo de la Federación, de filiación yorkina, y El Sol, de orientación escocesa, eran los diarios en los cuales “...se depositaban los odios, los rencores y las pasiones de uno y otro partidos -consigna el propio Zavala-. Bastaba ser del otro bando para que cada uno se creyese autorizado a escribir en contra cuanto le sugería su resentimiento, sin prestar atención a lo que se debe a la verdad, a la decencia pública y a la conciencia. A falta de datos se fingían hechos, se fraguaban calumnias y los hombres eran presentados en los periódicos con los coloridos que dictaban las pasiones de los escritores”.
Si su obra periodística es abundante, las referencias a él y a su actuación política desafortunada podrían llenar volúmenes. 

(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S.A. de C.V., México, D.F., 2010)




Lorenzo de Zavala


Nació en Conkal, Yucatán, el 13 de octubre de 1788. Cuando llegó a la capital como diputado al Congreso del Imperio Mexicano, andaba ya en los 34 años, tenía experiencia política y fama entre sus coterráneos. Era célebre por la inquietud intelectual que manifestó desde su temprana adolescencia, por su inconformidad con la vida rutinera, por sus actividades conspiradoras contra el régimen español y por la prisión que sufrió en San Juan de Ulúa de 1814 a 1817, donde aprendió inglés y estudió medicina. El francés lo había aprendido en la biblioteca del Seminario Conciliar de Mérida leyendo autores prohibidos por la Inquisición. Había sido diputado a las Cortes Españolas que se convocaron en 1820 al restablecerse la constitución del año 1812; regresó a Yucatán después de declarada la Independencia de Nueva España, que él y otros diputados defendieron en las Cortes, y pasó al centro del país con su arsenal de conocimientos y de inquietudes.
En su aprendizaje de autodidacta y conspirador descubrió un mundo de proyectos y de inconformidades con el pasado. Según él, las autoridades españolas lo mantenían como presente en un planeta que ya marchaba al futuro. Ese sería uno de los blancos de sus críticas y, claro, un medio de percepción de la sociedad del México independiente al ver que ciertos grupos se obstinaban en mantener privilegios e instituciones heredadas de aquel orden.
Durante el Imperio mantuvo buena relación con Agustín de Iturbide y fue personaje clave después de disuelto el Congreso e instalada la Junta Nacional Instituyente. En 1823 abrazó la causa republicana federal, la sostuvo en el periódico El Águila Mexicana, fundado por él, y como diputado.
Zavala escribió el discurso preliminar de la Constitución Federal de 1824, que respira optimismo por el feliz acierto de haber encontrado el modelo político más avanzado para organizar el país. Pero del papel a la realidad había una enorme y accidentada distancia que Zavala recorrió, primero como actor y luego como crítico de sus propias acciones.
En aquel ambiente, los hombres de más recursos y de mejor situación por su arraigo en la sociedad de la capital y principales ciudades del país, llevaban las de ganar. Se reunían en las logias masónicas del rito escocés, en las que imperaban la etiqueta y las buenas maneras, y copaban los puntos públicos; tanto arraigo y distinción impedían a los recién llegados a la política tomar parte en el banquete de empleos y prestigios.
Con muchos despreciados pero activos, Zavala organizó las logias masónicas del antiguo rito de York, dispensando de toda etiqueta y distinción a sus miembros. Pronto se multiplicaron y en torno a ellas se fue constituyendo el partido popular contra el partido de la oligarquía o de la jerarquía. Así se definieron dos grupos opuestos que no paraban en medios para aniquilarse entre sí. El partido popular clamaba por los derechos de las masas desheredadas y proclamaba la igualdad política pese a las enormes diferencias de fortuna y civilización. Pero, como advirtió más tarde don Lorenzo, lo que había en el fondo era la lucha por el botín.


Trescientos mil criollos querían entrar a ocupar el lugar que tuvieron por trescientos años setenta mil españoles, y la facción yorkina, que tenía esa tendencia en toda su extensión, halagando las esperanzas y deseos de la muchedumbre, era un torrente que no podía resistir la facción escocesa, compuesta de los pocos españoles que habían quedado y de los criollos que participaban de sus riquezas y deseaban un gobierno menos popular.


En proyectos legales para la felicidad del pueblo, Zavala fue generoso cuando actuó como gobernador del Estado de México en 1827 y 1828. Propuso medidas para acabar con la desigualdad, con el abatimiento y con la superstición que pesaba sobre los indígenas; elaboró planes educativos y hacendarios y, sobre todo, se mantuvo en contacto con lo que ocurría en la capital cuando se preparaba la elección presidencial en la que él y los de su partido sostenían la candidatura del general Vicente Guerrero contra el general Manuel Gómez Pedraza.
Eran muy conocidas las dotes de don Lorenzo para la intriga política y su capacidad para organizar a la canalla. Temiendo su presencia en las elecciones, los escoceses urdieron una acusación para sacarlo del campo, pero Zavala huyó, logró entrar a la ciudad de México y, al saberse el resultado de la elección en favor de Gómez Pedraza, don Lorenzo se apersonó en el edificio de la Acordada para dirigir a los militares amotinados que ahí se habían reunido. Estos alegaban que el partido de Gómez Pedraza mantenía españoles en el poder, que las legislaturas de los estados que votaron en favor de él no eran las verdaderas representativas del pueblo. El motín de la Acordada culminó la noche del 2 al 3 de diciembre con el saqueo del mercado del Parián y el asesinato de dos distinguidos partidarios de la jerarquía. Aquellos hechos marcaron el fin del partido popular, pues muchos de sus seguidores se inclinarían a partir de entonces por la moderación, y luego, algunos hasta por la reacción conservadora.
Guerrero subió al poder en diciembre de 1828 y lo abandonó un año después, frente a la reacción y el desprestigio de su administración. Zavala tuvo que salir del país en 1830 y se convenció de que en la política no había concesiones. Nada podía esperarse de las masas, cuyos “excesos son más temibles que los de los tiranos”. La democracia requería una organización necesariamente discriminatoria en la que se tomaran en cuenta varios factores: “Población, propiedad e ideas o cuerpo moral, porque los representantes deben suponerse interesados en la prosperidad de la nación.”
De los grupos y clases sociales del México independiente, ninguno era apto para la vida política, según la exigía el modelo que Zavala tenía en mente. Unos por pobres y carentes de intereses, como los indios víctimas de la Colonia, y la plebe urbana desheredada; otros por ricos y privilegiados, como los grandes propietarios, la Iglesia y el ejército, empeñados en mantener usos y antiguos fueros. Ante eso, Zavala desesperó. Al salir al exilio en 1830, viajó por los Estados Unidos; confirmó entonces su admiración por esa nación de propietarios individuales, de grandes empresarios, de ausencia de desigualdades sociales sancionadas por la ley, pues si había esclavitud de los negros, tal condición estaba llamada a desaparecer, según él. Confirmó, pues, su admiración por aquel modelo y, también, su escepticismo crítico frente a la realidad mexicana.
Volvió a México en 1832, reasumió el gobierno del Estado de México y luego fue diputado por Yucatán en el Congreso Nacional. La situación parecía favorable, pues bajo la vicepresidencia de Valentín Gómez Farías, del partido del progreso (no popular, pues a lo populoso le temían ya todos los políticos), se emprendieron reformas a la educación superior, se quitó el apoyo de la autoridad civil a los votos monásticos y al deber de pagar diezmos, y se promovió la desamortización de los bienes eclesiásticos. Zavala propuso una ley desamortizadora y de arreglo de la deuda pública que, al decir de José María Luis Mora, abría grandes oportunidades a la especulación y al provecho de funcionarios nada probos. Zavala se enfrentó a estos liberales y tuvo que salir del país en un honroso destierro, como ministro plenipotenciario de México en Francia, en 1834. Al año siguiente renunció, al saber que Antonio López de Santa Anna había llegado a la Presidencia y que se declaraba por una república central. Llegó a Texas, donde tenía grandes intereses en tierras que se le habían concedido años antes. Promovió las juntas independentistas entre los colonos norteamericanos y, en el año de 1836, cuando se declaró la independencia de ese Estado, fue electo ahí vicepresidente. Murió en 1837 en su residencia de Zavala’s Point.
De aquel inquieto y discutido personaje nos quedan obras históricas en las que se retratan con impaciencia, pero con agudeza, los horizontes que una sociedad de profundas desigualdades ofrece al sistema democrático liberal. Por otra parte, nadie como Zavala hasta entonces en México había destacado el surgimiento de un tipo, el del político profesional -él lo era- que vive de organizar la lucha por los puestos públicos y encausa el “aspirantismo” -así lo llamó- de los participantes para usarlo como fuerza. También advirtió cómo esas energías se capitalizan en los “partidos” o “grupos extra-constitucionales” que se valen de las formas democráticas como medio de presión en la lucha por el botín. No le fue a la zaga José María Luis Mora, quien habló de la empleomanía como el vicio de la sociedad mexicana, y de la “revolución” como el medio más usual para hacerse de los cargos públicos, única fuente de ascenso y de ingresos en esa sociedad diseñada políticamente para propietarios y clases productivas, pero dominada por el clero y el ejército, clases estériles amparadas en sus fueros. 
[...]


(Tomado de: Lira, Andrés (Selección, introducción y notas) - Espejo de discordias. La sociedad mexicana vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. Secretaría de Educación Pública, CONAFE, México, D.F., 1984)