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viernes, 24 de mayo de 2019

Qué era el juego de pelota?

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¿Qué era el juego de pelota?

Originalmente era una actividad sagrada en las culturas prehispánicas, pero con el tiempo el juego se volvió profano, sin que por ello desapareciera su significación religiosa. Las canchas para su práctica siempre se construyeron dentro de los centros ceremoniales, en la proximidad de los templos más importantes como en Chichén Itzá, Xochicalco, Tula, Monte Albán y El Tajín. El espacio de juego tenía planta en forma de doble T o de I, limitado a los lados por muros verticales o en talud, en los cuales se encontraban unos marcadores, por los que debía pasar una pelota, y que servían también para dividir la cancha.

Los jugadores portaban un cinturón de cuero de venado con prolongaciones para proteger las caderas, así como musleras, rodilleras y un guante en la mano izquierda. En algunas versiones aparecen con lujosos cascos y gruesos cinturones, lo cual ha hecho pensar a algunos investigadores que se trataba de yugos, mientras las palmas serían la exaltación en piedra de sus suntuosos broches. La pelota era de hule, extraído del látex de varias especies vegetales, y tenían un diámetro de diez a doce centímetros.

El juego consistía en que la pelota estuviera en constante movimiento, sin rebasar ciertas marcas, pegándole exclusivamente con el codo y la cadera o alguna otra parte del cuerpo según la variante local. Quien hacía que un adversario tocara la pelota con otra parte del cuerpo, o la lanzaba hasta la pared opuesta o por encima de la muralla, ganaba un punto; pero la única manera de conseguir un triunfo definitivo consistía en hacer pasar la pelota por el marcador. Su práctica debió estar muy extendida pues ya en el posclásico sólo los pueblos de Tochtepec y Otatitlán tributaban a Moctezuma 16,000 pelotas de hule.

(Tomado de: Silva, Carlos - 101 preguntas de historia de México. Todo lo que un mexicano debería saber. Random House Mondadori, S. A. de C. V., México, D. F., 2008)


viernes, 11 de enero de 2019

Fundación de Querétaro

 
(Templo de Santa Rosa de Viterbo)
 
Mientras Zacatecas subía y bajaba en importancia como centro urbano, Querétaro conservó hasta bien entrado el siglo XIX el título de tercera ciudad del virreinato que le adjudicó en 1680 el erudito Carlos de Sigüenza y Góngora. El despegue inicial se debió a la fertilidad de las tierras queretanas y sobre todo al hecho de ser paso obligado para las caravanas de carretas que iban a Zacatecas, primero, y poco después a Guanajuato, con lo cual el comercio alcanzó enorme desarrollo.

Hacia el siglo XII hubo en la comarca de Querétaro un puesto avanzado de los toltecas. Tras la caída de Tula la tierra cayó en manos de los chichimecas bárbaros, y pocos años después de la caída de Tenochtitlan fue ocupada por grupos otomíes a quienes jefaturaba un caudillo llamado Conín. En 1532 llegó a tierras queretanas una corta expedición integrada por algunos españoles y muchos aliados tarascos; Conín se sometió a los recién llegados y por tal motivo el poblado que se fundó poco después fue llamado Querétaro, una palabra derivada de voces tarascas que significan "en el juego de pelota", lo mismo que Nda-maxei, como le llamaba Conín en otomí. El primer asiento resultó demasiado cenagoso, por lo que en 1550 la ciudad fue trasladada al sitio que ocupa hoy en día.

En 1638, un cronista dejó escrito que Querétaro tenía 480 vecinos españoles, todos ellos propietarios "de casas muy cumplidas... Todas tiene agua de pie, huertas y viñas.. (en el campo) tienen dos molinos grandiosos y otro en el mismo pueblo... Hay más de un millón de cabezas de ganado menor y gran abundancia de ganado mayor".

Durante el siglo XVI se hicieron algunas construcciones modestas, todas las cuales fueron demolidas en el siglo siguiente para sustituirlas por otras mejores. De 1698 data el monumental convento franciscano, que abarca cuatro manzanas. La fachada de la iglesia de Santa Clara de Jesús se terminó en 1633 y en 1629 el templo del convento de San Antonio.
 
 

En el siglo XVIII se terminó de construir el acueducto y surgieron edificios como el convento a iglesia de San Agustín, el hospicio de Nuestra Señora de la Merced, los colegios jesuitas de San Ignacio y San Francisco Javier, además de mansiones particulares como la llamada Casa de los Perros y los palacios de Hecala, de los condes de Sierra Gorda y de Francisco Antonio de Aldai. Desde Querétaro se impulsó la construcción de una serie de misiones en la Sierra Gorda. Al despuntar el siglo XIX Querétaro no sólo era una de las ciudades más prósperas y hermosas de la Nueva España, sino que a su gran actividad agrícola y comercial añadía gran número de molinos, telares, talleres industriales y la Real Fábrica de Tabacos, en la que laboraban cientos de trabajadores. Sus habitantes sumaban más de 40,000.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)