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lunes, 10 de febrero de 2025

La caída de Tenochtitlan, 1521

 

15

La caída de Tenochtitlan 

por Hernán Cortés 


Cortés no se dejó abatir por las derrota de la Noche Triste. Desde la tierra amiga de Tlaxcala prepara la vuelta a la metrópoli Imperial. La segunda marcha sobre México-Tenochtitlan y su caída constan en la tercera de las Cartas de relación del Capitán, de la cual se entresacan los siguientes párrafos.


Quiso nuestro señor dar tanto esfuerzo a los suyos que les entramos hasta los meter por el agua, a las veces a los pechos, y les tomamos muchas casas de las que están en el agua; y murieron de ellos más de seis mil ánimas entre hombres y mujeres y niños, porque los indios nuestros amigos, vista la victoria que Dios nos daba, no entendían en otra cosa sino en matar a diestro y a siniestro [...]

Aquel día se mataron y prendieron más de cuarenta mil ánimas. Y era tanta la grita y lloro de los niños y mujeres, que no había persona a quien no quebrantase el corazón. E ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad, que no en pelear con los indios. La cual crueldad nunca en generación tan recia se vio ni tan fuera de toda orden de naturaleza como en los naturales de estas partes. Nuestros amigos hubieron este día muy gran despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de novecientos españoles, y ellos más de ciento y cincuenta mil hombres, y ningún recaudo ni diligencia bastaba para los estorbar que no robasen aunque de nuestra parte se hacía todo lo posible [...]

Viendo que estos de la ciudad estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse, colegí dos cosas: la una, que habíamos de haber poca o ninguna de las riqueza que nos habían tomado; y la otra, que daban ocasión y nos forzaban a que totalmente los destruyésemos. De esta postrera tenía más sentimiento, y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma tenía para los atemorizar de manera que viniesen en conocimiento de su yerro y del daño que podían recibir de nosotros, y no hacía sino quemalles y derrocalles las torres de sus ídolos y sus casas. E porque lo sintiesen más, este día hice poner fuego a estas casas grandes de la plaza, donde, la otra vez que nos echaron de la ciudad, los españoles y yo estábamos aposentados, que eran tan grandes, que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podía aposentar en ellas; y otras que estaban junto a ellas, que, aunque algo menores, eran muy más frescas y gentiles, y tenían en ellas Muteczuma todos los linajes de aves que en estas partes había; y aunque a mí me pesó mucho, porque a ellos les pesaba mucho más, determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar, y también los otros sus aliados de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra fuerza bastase a les entrar tanto en la ciudad, y esto les puso harto desmayo [...]

Miré [desde una torre] lo que teníamos ganado de la ciudad, que sin duda de ocho partes teníamos ganado las siete; e viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas, y puesta cada una sobre sí en el agua y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos había, y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algún día, y movelles algún partido por donde no pereciese tanta multitud de gente; que cierto me ponían en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se hacía, y continuamente les hacía acometer con la paz; y ellos decían que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir peleando, y que de todo lo que teníamos no habíamos de haber ninguna cosa, y que lo habían de quemar y echar al agua, donde nunca pareciese. Y yo, por no dar mal por mal, disimulaba el no les dar combate.

Otro día siguiente tornamos a la ciudad, y mandé que no peleasen ni hiciesen mal a los enemigos. Y como ellos veían tanta multitud de gente sobre ellos y conocían que los venían a matar sus vasallos y los que solían mandar, y veían su extrema necesidad, y como no tenían donde estar sino sobre los cuerpos muertos de los suyos, con deseo de verse fuera de tanta desventura, decían que por qué no los acabábamos ya de matar; y a mucha priesa dijeron que me llamasen, que me querían hablar. E como todos los españoles deseaban que ya esta guerra se concluyese, y habían lástima de tanto mal como hacian, holgaron mucho, pensando que los indios querían paz. Con mucho placer viniéronme a llamar y a importunar que me llegase a una albarrada donde estaban ciertos principales, porque querían hablar conmigo. Aunque yo sabía que había de aprovechar poco mi ida, determiné de ir, como quien quiera que bien sabía que no darse estaba solamente en el señor y otros tres o cuatro principales de la ciudad, porque la otra gente, muertos o vivos, deseaban ya verse fuera de allí. Y llegado al albarrada, dijéronme que pues ellos me tenían por hijo del sol, y el sol en tanta brevedad como era en un día y una noche daba vuelta a todo el mundo, que por qué yo así brevemente no los acababa de matar y los quitaba de penar tanto, porque ya ellos tenían deseos de morir y irse al cielo para su Ochilobus que los estaba esperando para descansar; y este ídolo es el que en más veneración ellos tienen. Yo les respondí muchas cosas para los atraer a que se diesen, y ninguna cosa aprovechaba, aunque en nosotros veían más muestras y señales de paz que jamás a ningunos vencidos se mostraron, siendo nosotros, con el ayuda de Nuestro Señor, los vencedores.




(Tomado de: González, Luis. El entuerto de la Conquista. Sesenta testimonios. Prólogo, selección y notas de Luis González. Colección Cien de México. SEP. D. F., 1984)

lunes, 29 de abril de 2024

La Noche Triste y otros descalabros

 

14

La Noche Triste y otros descalabros 

por Hernán Cortés


A la etapa de amor entre Hernán Cortés y la ciudad de Tenochtitlán siguió una serie de desavenencias que culminan en el episodio conocido con el nombre de la Noche Triste. A los españoles, acosados por todas partes, no les queda otro recurso que abandonar la ciudad. Esa desastrosa retirada es referida por Cortés en sus Cartas de Relación a Carlos V.


[...] Y así quedaron aquella noche con victoria y ganadas las dichas cuatro puentes; y yo dejé en las otras cuatro buen recaudo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de madera que llevaban cuarenta hombres; y viendo el gran peligro en que estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían, y temiendo que también deshiciesen aquella calzada como las otras, y deshecha era forzado morir todos, y porque de todos los de mi compañía fue requerido muchas veces que me saliese, y porque todos o los más estaban heridos y tan mal que no podían pelear, acordé de lo hacer aquella noche, y tomé todo el oro y joyas de vuestra majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué con ciertos líos a los oficiales de vuestra alteza, que yo en su real nombre tenía señalados, y a los alcaldes y regidores y a toda la gente que allí estaba le rogué y requerí que me ayudase a lo sacar y salvar, y di una yegua mía para ello, en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar; y señalé ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniese con el dicho oro y yegua, y lo demás lo dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen.

Desamparada la fortaleza, con mucha riqueza así de vuestra alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude, sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Muteczuma y Cacamacín, señor de Aculuacán, y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar, y a otros señores de provincias y ciudades que allí tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera de ellas se echó la puente que yo traía hecha, con poco trabajo, porque no hubo quien la resistiese excepto ciertas velas que en ella estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra; y yo pasé presto con cinco de caballo y cien peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra firme. Y dejando aquella gente a la delantera, torné a la rezaga donde hallé que peleaban reciamente, y que era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles, como los indios de Tascaltécal que con nosotros estaban, y así a todos los mataron, y muchos naturales de los españoles; y asímismo habían muerto muchos españoles y caballos y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda la artillería.

Recogidos los que estaban vivos, échelos adelante, y yo y con tres o cuatro de caballo y hasta veinte peones que osaron quedar conmigo, me fui en la rezaga peleando con los indios hasta llegar a una ciudad que se dice Tacuba, que está fuera de la calzada, de que Dios sabe cuánto trabajo y peligro recibí; porque todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas y viras y apedreado, porque como era agua de la una parte y de otra, herían a su salvo sin temor. A los que salían a tierra, luego volvíamos sobre ellos y saltaban al agua, así que recibían muy poco daño si no eran algunos que con los muchos se tropezaban unos con otros y caían y aquellos morían. Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente hasta la dicha ciudad de Tacuba, sin me matar ni herir ningún español ni indio, sino fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga; y no menos peleaban así en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas por do venía la gente de la gran ciudad.

y llegado a la dicha ciudad de Tacuba hallé toda la gente remolineada en una plaza, que no sabían dónde ir, a los cuales yo di prisa que se saliesen al campo antes de que se recreciese más gente en la dicha ciudad y tomasen las azoteas porque nos harían de ellas mucho daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir, y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha ciudad, y esperé en unas labranzas; y cuando llegó la rezaga supe que habían recibido algún daño, y que habían muerto algunos españoles e indios, y que se quedaba por el camino mucho oro perdido, lo cual los indios cogían; y allí estuve hasta que pasó toda la gente peleando con los indios, en tal manera, que los detuve para que los peones tomasen un cerro donde estaba una torre y aposento fuerte, el cual tomaron sin recibir algún daño porque no me partí de allí ni dejé pasar los contrarios hasta haber tomado ellos el cerro, en que Dios sabe el trabajo y fatiga que allí se recibió, porque ya no había caballo, de veinte y cuatro que nos habían quedado, que pudiese correr, ni caballero que pudiese alzar el brazo, ni peón sano que pudiese menearse. Llegados al dicho aposento nos fortalecimos en él, y allí nos cercaron y estuvimos cercados hasta noche, sin nos dejar descansar una hora. En este desbarato se halló por copia, que murieron ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y más de dos mil indios que servían a los españoles, entre los cuales mataron al hijo e hijas de Muteczuma, y a todos los otros señores que traíamos presos.

Y aquella noche, a media noche, creyendo no ser sentidos, salimos del dicho aposento muy calladamente, dejando en él hechos muchos fuegos, sin saber camino ninguno ni para dónde íbamos, más de que un indio de los de Tascaltécal nos guiaba diciendo que él nos sacaría a su tierra si el camino no nos impedían. Y muy cerca estaban guardas que nos sintieron y muy presto apellidaron muchas poblaciones que había a la redonda, de las cuales se recogió mucha gente y nos fueron siguiendo hasta el día, que ya que amanecía, cinco de caballo que iban delante por corredores, dieron en unos escuadrones de gente que estaban en el camino y mataron algunos de ellos, los cuales fueron desbaratados creyendo que iba más gente de caballo y de pie.


Y porque vi que de todas partes se recrecía la gente de los contrarios concerté allí la de los nuestros, y de la que había sana para algo, hice escuadrones; y puse en delantera y rezaga y lados, y en medio, los heridos; y asimismo repartí los de caballo, y así fuimos todo aquel día peleando por todas partes, en tanta manera que en toda la noche y día no anduvimos más de tres leguas; y quiso Nuestro Señor que ya que la noche sobrevenía, mostrarnos una torre y buen aposento en un cerro, donde asimismo nos hicimos fuertes. Y por aquella noche nos dejaron, aunque, casi al alba, hubo otro cierto arrebato sin haber de qué, más del temor que ya todos llevábamos de la multitud de gente que a la continua nos seguía al alcance. Otro día me partí a una hora del día por la orden ya dicha, llevando la delantera y rezaga a buen recaudo, y siempre nos seguían de una parte y de otra los enemigos, gritando y apellidando toda aquella tierra, que es muy poblada; y los de caballo, aunque éramos pocos, arremetíamos y hacíamos poco daño en ellos, porque como por allí era la tierra algo fragosa, se nos acogían a los cerros; y de esta manera fuimos aquel día por cerca de unas leguas, hasta que llegamos a una población buena, donde pensamos haber algún reencuentro con los del pueblo, y como llegamos lo desampararon, y se fueron a otras poblaciones que estaban por allí a la redonda.


y allí estuve aquel día, y otro, porque la gente, así heridos como los sanos, venían muy cansados y fatigados y con mucha hambre y sed. Y los caballos asimismo traíamos bien cansados, y porque allí hallamos algún maíz, que comimos y llevamos por el camino, cocido y tostado; y otro día nos partimos, y siempre acompañados de gente de los contrarios, y por la delantera y rezagada nos acometían gritando y haciendo algunas arremetidas, y seguimos nuestro camino por donde el indio tascaltécal nos guiaba, por el cual llevábamos mucho trabajo y fatiga, porque nos convenía ir muchas veces fuera de camino. Y ya que era tarde, llegamos a un llano donde había unas casas pequeñas donde aquella noche nos aposentamos, con harta necesidad de comida.

Y otro día, luego por la mañana, comenzamos a andar, y aún no éramos salidos al camino, cuando ya la gente de los enemigos nos seguía por la rezaga, y escaramuzando con ellos llegamos a un pueblo grande, que estaba dos leguas de allí, y a la mano derecha de él estaban algunos indios encima de un cerro pequeño; y creyendo de los tomar, porque estaban muy cerca del camino, y también por descubrir si había más gente de lo que parecía, detrás del cerro, me fui con cinco de caballo y diez o doce peones, rodeando el dicho cerro, y detrás de él estaba una gran ciudad de mucha gente, con los cuales peleamos tanto, que por ser la tierra donde estaba algo áspera de piedras, y la gente mucha y nosotros pocos, nos convino retraer al pueblo donde los nuestros estaban; y de allí salí yo muy mal en la cabeza de dos pedradas. Y después de me haber atado las heridas, hice salir los españoles del pueblo porque me pareció que no era aposento seguro para nosotros; y así caminando, siguiéndonos todavía los indios en harta cantidad, los cuales pelearon con nosotros tan reciamente que hirieron a cuatro o cinco españoles y otros tantos caballos, y nos mataron un caballo que aunque Dios sabe cuánta falta nos hizo y cuánta pena recibimos con habérnosle muerto, porque no teníamos después de Dios otra seguridad sino la de los caballos, nos consoló su carne, porque la comimos sin dejar cuero ni otra cosa de él, según la necesidad que traíamos; porque después que de la gran ciudad salimos ninguna otra cosa comimos sino maíz tostado y cocido, y esto no todas veces ni abasto, y hierbas que cogíamos el campo.


Y viendo que de cada día sobrevenía más gente y más recia, y nosotros íbamos enflaqueciendo, hice aquella noche que los heridos y dolientes, que llevábamos a las ancas de los caballos y a cuestas, hiciesen muletas y otra manera de ayudas como se pudiesen sostener y andar, porque los caballos y españoles sanos estuviesen libres para pelear. Y pareció que el Espíritu Santo me alumbró con este aviso, según lo que a otro día siguiente sucedió; que habiendo partido en la mañana de este aposento y siendo apartados legua y media de él, yendo por mi camino, salieron al encuentro mucha cantidad de indios, y tanta, que por la delantera, lados ni rezaga, ninguna cosa de los campos que se podían ver, había de ellos vacía. Los cuales pelearon con nosotros tan fuertemente por todas partes, que casi no nos conocíamos unos a otros, tan revueltos y juntos andaban con nosotros, y cierto creíamos ser aquel el último de nuestros días, según el mucho poder de los indios y la poca resistencia que en nosotros hallaban, por ir, como íbamos, muy cansados y casi todos heridos y desmayados de hambre. Pero quiso Nuestro Señor mostrar su gran poder y misericordia con nosotros, que, con toda nuestra flaqueza, quebrantamos su gran orgullo y soberbia, en que murieron muchos de ellos y muchas personas muy principales y señaladas; porque eran tantos, que los unos a los otros se estorbaban que no podían pelear ni huir. Y con este trabajo fuimos mucha parte del día, hasta que quiso Dios que murió una persona tan principal de ellos, que con su muerte cesó toda aquella guerra.



(Tomado de: González, Luis. El entuerto de la Conquista. Sesenta testimonios. Prólogo, selección y notas de Luis González. Colección Cien de México. SEP. D. F., 1984)

lunes, 16 de octubre de 2023

El derrotismo tenochca

 


II

El derrotismo tenochca

Por Bernardino de Sahagún


Un macehual informó a Motecuhzoma, el emperador de México-Tenochtitlan, de la llegada a "orillas de la mar grande" de una como "torres o cerros pequeños que venían flotando por encima del mar" y transportaban gentes de "carnes muy blancas". Desde ese instante, el emperador, según sus allegados, "ya no supo de sueño, ya no supo de comida. Casi cada momento, suspiraba. Estaba desmoralizado", pues creía que era el cumplimiento de los ocho "presagios y augurios que se dieron todavía antes de que los españoles llegaran a estas tierras". Según informes recogidos por fray Bernardino de Sahagún, que constan en el libro XII de su Historia general de las cosas de Nueva España, los fenómenos que propiciaron la actitud derrotista de Motecuhzoma y su corte fueron los siguientes, de acuerdo con la versión castellana de Wigberto Jiménez Moreno.


Diez años antes de que los españoles llegaran por primera vez se mostró en el cielo una serie de funestos augurios, como un mechón de fuego, como una llama de fuego, como una aurora, que estaba extendida cuando fue visible, como enclavada en el cielo.

Estaba en su base ancha, arriba aguda. Hacia el centro del cielo, hasta el corazón del cielo subió, hasta el corazón del cielo subió.

Se veía allá en el oriente y alcanzaba su máximum a medianoche; cuando venía la aurora matutina, hasta entonces el sol la desalojaba.

Después de haber llegado se levantaba durante un año entero (en el año "doce casas" comenzó) y cuando se mostró provocó un gran estrépito. Se pegaron sobre la boca, se tenía gran miedo; abandonaron su ocupación habitual, se desesperaron.

En segunda augurio funesto fue aquí en México. Se quemó por sí mismo, se incendió sin que alguien lo hubiera encendido, encendiéndose por sí mismo, el templo del diablo Vitzilopochtli, el famoso lugar del nombre llamado Tlacateccan.

Parecía como si las columnas ardieran, como si del interior de las columnas saliera la llama del fuego, la lengua del fuego, el fuego rojo; muy rápido se quemaron las jambas de madera. Entonces surgió un gran estrépito y ellos dijeron: "Mexicanos, acudid rápidamente con vuestros cántaros para apagar el fuego."

Y cuando echaron agua encima para apagarlo, tanto más el fuego echó llamas; no podía ser apagado, ardía más.

Tercer augurio funesto: entre rayos y truenos se incendió un templo, una choza llamada Tzomolco, el templo de Xiuhtecutli, el dios del fuego. No llovía fuertemente, sólo lloviznaba, y ellos vieron en esto un augurio funesto; díjose que se trataba sólo de un rayo de verano; tampoco se oía un trueno.

Cuarto augurio funesto: cuando el sol todavía estaba presente, bajo un meteoro. Triple era: vino de la región del poniente del sol y se fue a la región oriente, como una lluvia fina de chispas; a lo lejos se ensancharon sus colas, a lo lejos se extendieron sus colas, al notarse esto, se levantó un gran estrépito que se excedió como un alboroto general de sonajas.

Quinto augurio funesto: el agua hirvió sin viento que la hiciera hervir, como agua hervida, como agua hervida con ruido de estallar. A lo lejos se extendió y mucho; subió en lo alto y las olas llegaron al basamento de las casas y los desbordaron, y las casas fueron atacadas por las aguas y se derrumbaron. Esto es nuestro lago de México.

Sexto augurio funesto: frecuentemente se oía una mujer que lloraba, gritaba durante la noche, gritaba mucho y decía: "¡Mis queridos hijos, nos partimos (nos arruinamos)!" A veces les decía: "Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?"

Séptimo augurio funesto: un día cazaron o metieron redes para aves la gente que vive cerca del agua, y cogieron un pájaro de color gris, ceniciento, como una grulla; entonces vinieron a mostrarlo a Motecuhzoma en la casa del color negro, el tlillancalmécac.

El sol ya estaba poniéndose, pero siempre había claridad; una suerte de espejo se encontraba encima (de la cabeza del pájaro), como un disco redondo con un gran agujero en el centro.

Allí aparecía el cielo, los astros, la constelación del taladrador del fuego. Y cuando miró otra vez la cabeza del pájaro un poco más allá, vio llegar algo como gentes (o cañas) enhiestas, como conquistadores armados para la guerra, llevados por venados. Y entonces el Rey convocó a los intérpretes y a los sabios y les dijo: ¿No sabéis lo que he visto, como gente (o cañas) que llega rectamente? Y ya querían contestarle lo que vieron, cuando desapareció (el pájaro); no vieron nada más.

Octavo augurio funesto: se mostraron delante la gente con frecuencia hombres monstruosos que tenían dos cabezas, pero un solo cuerpo. Los llevaron a la casa del color negro, el tlillancalmécac; allá los vio el Rey, y después de haberlos visto, desaparecieron.



(Tomado de: González, Luis. El entuerto de la Conquista. Sesenta testimonios. Prólogo, selección y notas de Luis González. Colección Cien de México. SEP. D. F., 1984)

viernes, 1 de septiembre de 2023

Los dioses de los mexicas

 


Los dioses de los mexicas


La religión, concebida como conjunto de creencias, no es una mera acumulación de éstas, sino un acervo sistematizado de pensamiento. Para lograr sus propósitos, el hombre desarrolla un sistema simbólico por medio del cual se establece el intercambio social de las ideas y se desarrolla colectivamente el pensamiento. Un componente fundamental de este sistema lo constituye el panteón, en el que confluyen un complejo conjunto de símbolos. Entre éstos se encontraban el maquillaje, las divisas y los atavíos de los dioses. Tales símbolos permitían a los fieles no solo identificar a los dioses, sino entender algunas de sus funciones.

El rico y complejísimo panteón del México central no es una creación súbita o espontánea sino el producto de largo siglos de tradición: gran parte de los dioses, de sus ritos y la mayoría de sus mitos son comunes a toda Mesoamérica y se remontan al período Clásico. Esto es cierto para dioses como Quetzalcóatl, Tláloc, Xipe, los dioses del fuego y de la muerte, y resulta probable para otros muchos.


*COATLICUE. "La de la falda de serpientes". Fue una de las diosas madre en la cosmogonía mexica. Coatlicue, a quien quiso matar su hija Coyolxauhqui, diosa de la Luna, fue madre de Huitzilopochtli, dios principal de los mexicas. Huitzilopochtli mata a Coyolxauhqui y la arroja desde lo alto del Coatépetl.


*HUITZILOPOCHTLI. "Colibrí zurdo o colibrí del sur". Era dios de la guerra y patrono de los mexicas, y se le dedicaban rituales diariamente. En varios mitos aparece como uno de los dioses creadores de los humanos, aunque destaca su papel de guía durante la peregrinación mexica desde Aztlan hasta Tenochtitlan. Se le representaba con un yelmo con forma de colibrí, ave asociada con el Sol.


*TLÁLOC. Dios de la lluvia y patrono de los campesinos. Era uno de los dioses más antiguos e importantes de Mesoamérica; se le representaba con una especie de anteojos formados por dos serpientes entrelazadas, cuyos colmillos se convertían en sus fauces. Su cara estaba pintada de negro y azul y a veces de amarillo, y su ropa estaba manchada de gotas de hule que simbolizaban gotas de lluvia. Se le ofrecían en sacrificio, en el mes de atemoztli, niños, hombres y perros.


*COYOLXAUHQUI. "La del afeite facial de cascabeles". Diosa de la luna. Era hermana mayor de Huitzilopochtli. Coyolxauhqui se enteró del embarazo de su madre, Coatlicue, y por eso trató de matarla ayudada por sus hermanos los cuatrocientos huitznahua. Huitzilopochtli salió del vientre de Coatlicue y, armado con una xiuhcóatl, dio muerte a Coyolxauhqui, desmembrándola.


*TEZCATLIPOCA. "Espejo humeante". Dios que daba y quitaba la riqueza; también era protector de los esclavos. Fue uno de los dioses que gobernaba el destino de los hombres y quien, transfigurado con los atributos de Quetzalcóatl, obligó al Sol a mantener su diario recorrido.


Tomado de: Dossier: La religión mexica. Los mexicas. Arqueología Mexicana, Vol.XVI núm. 91. Editorial Raíces, México, 2008)

jueves, 6 de julio de 2023

La religión mexica

 


La religión mexica

Una religión mesoamericana

La religión es un producto de la actividad cotidiana del hombre. Es el resultado de la necesidad práctica de entender y manejar una realidad compleja compuesta por el medio natural, la sociedad y su propia interioridad. En la construcción de la religión mexica predomina la herencia de una milenaria actividad agrícola, procesada y transformada a lo largo del tiempo.

Fuentes para su estudio

La comprensión de una realidad histórica remota, como lo es la religión mexica, es producto de una ardua labor científica. En ese sentido, está condicionada por el enfoque particular y muy diverso de los investigadores que a lo largo del tiempo se han dedicado a su estudio. Así, el entendimiento de la cosmovisión mexica se ha ido enriqueciendo a la par de los avances en el estudio de las numerosas fuentes indígenas y españolas, y en especial de los numerosos hallazgos arqueológicos.

La vida ritual

La religión es básicamente una acción regida por la práctica inveterada. Como la creencia, constituye un sistema. En este caso fundamentalmente desemboca en una técnica, en un sistema de comunicación con las sobrenaturaleza. La acción cultural tiene como uno de sus ejes la adecuación de la voluntad de los dioses al tiempo-espacio mundano, con el propósito de que el agente pueda satisfacer sus necesidades de subsistencia. En este sentido, los rituales eran fundamentales y en el caso de los mexicas, un conjunto de ellos tenía gran importancia: las fiestas de los meses del año solar.

Los templos

La cosmovisión de los pueblos mesoamericanos se reflejó en la cultura material, como la arquitectura y la disposición de las ciudades. En los centros de los sitios se localizaban templos cuya forma, decoración y función se correspondían con el papel que las deidades a que estaban dedicadas tenían en el entramado mítico y ritual 

El Templo Mayor de los mexicas estaba dentro de un espacio sagrado, aislado del mundo profano por un muro. Ese espacio reproducía el concepto cosmogónico mexica del quincunce: cuatro rumbos y un centro. En el centro se elevaba el Templo Mayor, que simbolizaba el Coatépetl, la montaña sagrada, que almacenaba la lluvia, los rayos, las semillas multiplicadoras de la vida.

Situado en el centro del espacio sagrado, el Templo Mayor se convertía en el axis mundi, centro del mundo, para los mexicas. Era la morada de los dioses y el lugar por excelencia en que los hombres podían descender a los nueve niveles del inframundo o ascender a los 13 niveles de los cielos.

Era el lugar donde los seres humanos hacían ofrendas y pedimentos a las divinidades, y donde renovaban con ellas los pactos de reciprocidad. Ahí, en las dos capillas ubicadas en la cima de Coatépetl, los mexicas donaban sangre y corazones, lo más preciado por los hombres, para que los dioses se alimentaran y recuperaran fuerzas para que pudieran, a su vez, dar alimentos y vida a los seres humanos.


(Tomado de: Dossier: La religión mexica. Los mexicas. Arqueología Mexicana, Vol.XVI núm. 91. Editorial Raíces, México, 2008)

jueves, 17 de marzo de 2022

10 batallas decisivas en México (I)



10 batallas decisivas en la historia de México [I]

Luis A. Salmerón Sanginés

(Maestro en Historia por la UNAM. Cursa el doctorado en Historia en la misma institución y es profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Especialista en investigación iconográfica y divulgación histórica)


1

Caída de Tenochtitlan

13 de agosto de 1521

Tras resistir un largo asedio ante enemigos cuya superioridad numérica era abrumadora, ese día se rindieron los últimos defensores de la gran ciudad de Tenochtitlan, iniciándose así la dominación española sobre el territorio que hoy constituye México.

La batalla duró 93 días, durante los cuales los mexicas más de una vez estuvieron a punto de obligar al enemigo a retirarse, pero el capitán español Hernán Cortés, mediante la diplomacia, la fuerza o la astucia, fue aislándolos y ganando cada vez más aliados para su causa, de modo que a los tlaxcaltecas (primeros que se le unieron) se agregaron más y más pueblos.

El 7 de agosto, con los aztecas diezmados por el hambre y la enfermedad provocada por la ingestión de agua salobre y contaminada, Cortés ordenó la ofensiva final. Se combatió casa por casa, canal por canal, hasta encerrar a los últimos guerreros mexicas y a las mujeres y niños que habían tomado las armas para defender su ciudad en el centro de Tlatelolco.

Cuauhtémoc, el último gobernante mexica, se convenció de que era imposible seguir resistiendo y, cuando el 13 de agosto los españoles doblegaron la resistencia de su último bastión, él había escapado con la intención de encabezar la lucha desde otro lugar, pero fue interceptado por uno de los bergantines que los españoles habían botado en el lago de Texcoco. Fue llevado preso ante Cortés, a quien, según la tradición, dijo: "Señor, ya yo he hecho lo que estaba obligado en defensa de mi ciudad y vasallos, y no puedo más; y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona, toma ese puñal que traes en la cinta y mátame luego con él".

Así, la complejidad política y la enemistad granjeada por los aztecas con sus pueblos vecinos se conjuntaron con la capacidad de Cortés para tejer las alianzas que permitieron consumar la caída de México-Tenochtitlan.

El abrupto vuelco que sufrieron las culturas mesoamericanas modificó radicalmente la historia de este territorio que sería Nueva España y en donde nacería la sociedad que luego fundó la nación mexicana.


(Tomado de: Salmerón, Luis A. - 10 batallas decisivas en la historia de México. Relatos e historias en México. Año VII, número 81, Editorial Raíces, S.A. de C. V., México, D. F., 2015)



viernes, 5 de marzo de 2021

Mictlantecuhtli

 

(Mictlantecuhtli. Cultura mexica. Posclásico Tardío. Casa de las Águilas, Templo Mayor. MTM)

El señor del inframundo, que es lo que significa su nombre en lengua náhuatl, se representa semidescarnado. Su pareja era Mictlancíhuatl, señora del Mictlan o mundo de los muertos. Ambos se encontraban en el nivel más profundo -el noveno- adonde llegaban quienes morían de cualquier tipo de muerte no asociada a la guerra o al agua.

Los muertos tenían que ser devorados por la tierra, Tlaltecuhtli, que con sus afilados colmillos se comía la carne y la sangre. Una vez devorado, la esencia sería parida por la tierra para que fuera a su lugar de destino conforme al tipo de muerte que hubiera tenido: al Sol si era guerrero muerto en combate o sacrificio; al Tlalocan si había fallecido por causa del agua o enfermedades asociadas a ella, o al Mictlan si sufría cualquier otro tipo de muerte. En este último caso las esencias del individuo muerto tenían que emprender un viaje de cuatro años lleno de peligros para, finalmente, presentarse ante Mictlantecuhtli.

La escultura muestra agujeros en su cabeza -seguramente para colocarle cabello de personas muertas- y destacan sus largas uñas. Lo más enigmático, en un principio, fue el elemento trilobulado que cuelga entre sus costillas. Después de un análisis en fuentes históricas y códices, se determinó que se trataba del hígado, víscera que guarda los humores del cuerpo humano.

(Tomado de: Matos Moctezuma, Eduardo - "Voces de barro" - Los ejes de vida y muerte en el Templo Mayor y en el recinto ceremonial de Tenochtitlan. Arqueología Mexicana, edición especial #81. Agosto de 2018. Editorial Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ciudad de México)

lunes, 4 de noviembre de 2019

Bernal Díaz del Castillo


Nació en Medina del Campo, España, entre 1492 y 1493; murió en la ciudad de Guatemala hacia 1585. Pasó al Nuevo Mundo como soldado de Pedrarias Ávila o Pedro Arias de Ávila, gobernador de Tierra Firme (Nicaragua-Costa Rica). Fue a Cuba y participó en las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalba (1517-1518), y se alistó en la de Hernán Cortés. Al lado de Pedro de Alvarado, quien era su jefe inmediato, fue testigo y actor de la conquista, desde la salida del puerto de Santa María, el 18 de febrero de 1519, hasta la malaventurada expedición de las Hibueras (Honduras). Participó en los principales acontecimientos, presenció la sangrienta matanza de Cholula, vio la prisión de Moctezuma II, sufrió la derrota de la Noche Triste, tomó parte en el sitio y toma de México-Tenochtitlan y fue testigo del tormento de Cuauhtémoc. En más de una ocasión escapó milagrosamente de la muerte, y salió herido en la garganta en un ataque a Texcoco. Residió por algún tiempo en la Villa del Espíritu Santo de Coatzacoalcos, donde fue regidor. Embarcó a España en 1539 con el propósito de hacer valer sus derechos obtenidos en la conquista y con no poco trabajo consiguió que se le hiciera merced de un corregimiento en Soconusco. Volvió a México en 1541, y como la suerte le fuera adversa, resolvió ir a la ciudad de Santiago de Guatemala. En 1551 viajó por segunda vez a España, solicitando premios e implorando justicia, hasta lograr un corregimiento en la capital de Guatemala, en donde vivió el resto de sus días. Ya viejo, en 1568 terminó su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, en estilo “rudo y selvático”, según la calificó Marcelino Menéndez y Pelayo. Sin embargo, es una obra única en su género dentro de todas las literaturas. Cautiva tanto por la pujante rudeza de su estilo, cuanto por lo que el relato mismo tiene de deslumbrador y pintoresco. Presenta un cuadro completo de la conquista: sucesos, pormenores minuciosos, anécdotas, dichos célebres, descripciones de lugares, retratos de personajes, juicios, críticas punzantes, relaciones de peligros y fatigas, todo consignado con gran sencillez y sinceridad. Así como las obras de López de Gómara, Gonzalo de Illescas y Leonardo de Argensola exaltan a Cortés, atribuyéndole la gloria de la conquista, Díaz del Castillo hace hincapié en los méritos de los soldados y reivindica para la hueste el valor heroico de aquella hazaña. La razón que movió a Bernal Díaz a escribir su Historia fue la de rectificar a Francisco López de Gómara, teniendo a la vista su Historia General de las Indias. La obra de Bernal Díaz se publicó en Madrid en 1632 por fray Alonso Remón, cronista general de la Orden de la Merced, quien utilizó una copia enviada por el autor a España. Remón añadió al texto el relato de los hechos que supuso realizados por el mercedario Bartolomé de Olmedo, algunos recortes y ajustes, una conclusión, un epítome y el texto continuado -a causa de su muerte- por fray Gabriel Ardazo de Santander, obispo de Otranto. Una segunda edición se hizo en Madrid (1632-1665), a la que se añadió otro capítulo, “que es el último del original”. A partir de entonces se ha publicado muchas veces, utilizando el manuscrito original que existe en Guatemala. Son las más conocidas las ediciones de Rivadeneyra (Madrid, 1906), Espasa Calpe (1942 y 1955), Genaro García (1904) y Porrúa (1960). Ha sido traducida, además, al francés, inglés, alemán y búlgaro. v.Luis González Obregón: El capitán Díaz del Castillo, conquistador y cronista de Nueva españa. Noticias biográficas y bibliográficas (1894-1898); Genaro García: “Bernal Díaz del Castillo. Nota bio-bibliográfica” en Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología (1903); Alberto María Carreño: Bernal Díaz del Castillo, descubridor, conquistador y cronista de Nueva España (1946); Jacinto Hidalgo: “El ideario de Bernal Díaz”, en Revista de Indias (Madrid, 1948); y Herbert Cervin: Bernal Díaz del Castillo. Historian of the Conquest (Norman, Okla., 1963).

(Tomado de: Enciclopedia de México, Tomo III, Colima-Familia; México, D.F. 1977)





lunes, 11 de junio de 2018

Axayácatl

Axayácatl


Sexto señor de los aztecas, sucedió a su padre, Moctezuma I, en 1469; murió en 1483. Su nombre significa Máscara de agua.

Bajo su reinado se amplió el dominio tenochca. De temperamento guerrero y audaz, atacó ante todo el vecino reino de Tlatelolco, famoso por su gran mercado y rival de Tenochtitlan por sus pretensiones religiosas, que lo llevaron al intento de edificar un gran santuario a Huitzilopochtli, dios de la guerra. Axayácatl mató con su propia mano a Moquihuix, último rey de los tlatelolcas, en el Templo Mayor de la ciudad (1473). Pretendió, sin éxito, dominar a Tlaxcala. En una expedición guerrera a los Altos de Toluca, participó personalmente en la batalla, pero un guerrero matlatzinca le hirió tan gravemente una pierna, que el rey quedó cojo. Posteriormente realizó otras expediciones que afirmaron el dominio azteca en la región de los huastecos; reunió riquísimo botín en oro, plata y joyas de todas clases, que habían de caer en manos de los soldados de Cortés. Murió a la edad de 30 años. Le sucedió su hermano Tizoc.

Bajo Axayácatl las artes religiosas llegaron a su máximo desarrollo. En esa época se labró la gran Piedra del Calendario, que pesa más de 20 toneladas y tiene un diámetro de 4 metros. Durán (Historia I), Torquemada (Monarquía Indiana I), Tezozómoc (Crónica Mexicana) y otros historiadores ofrecen numerosos datos sobre el reinado de Axayácatl. Su nombre tiene las variantes de Axayaca, Axayacatzin, (Mendieta), Axáyatl (Sahagún), Jayacazi (Relación de Ichcateopan) y formas similares. Se atribuye a Axayácatl un poema elegíaco en celebración de Itzcóatl. He aquí la traducción del doctor Ángel María Garibay K.:


Tú festejado eres, divinos hechos hiciste.
Pero quedaste muerto donde el camino se tuerce.
Hechos desoladores hiciste.
No sin razón, dijo un hombre:
“El que persiste llega a cansarse:
ya a nadie sostiene en vida el que da la vida.”
Día de llanto, día de lágrimas:
triste está tu corazón.

(Tomado de: Enciclopedia de México)

sábado, 24 de marzo de 2018

Jerónimo de Aguilar


Jerónimo de Aguilar



Intérprete de Hernán Cortés, nació en Ecija, España, hacia 1489; muerto hacia 1531. Educado para el sacerdocio y establecido en Darién, naufragó en la costa de Yucatán y cayó en manos de indígenas mayas. Llegó a ser muy estimado por el cacique, debido a su castidad. Cuando Cortés fue a Yucatán en 1519, Jerónimo llegó hasta él y, posteriormente, le sirvió de intérprete, pues conocía la lengua maya de Yucatán. Doña Marina (Malinche) hablaba a la vez los idiomas náhuatl y maya, de modo que ella fue la colaboradora de Jerónimo en las pláticas con los totonacos, tlaxcaltecas y aztecas, aun antes de aprender español.


(Tomado de: Enciclopedia de México)

miércoles, 21 de marzo de 2018

Acamapichtli


Acamapichtli



Acamapichtli (del náhuatl acamapilli, vara, derivado de ácatl, caña, y mapilli, dedos de la mano, formado a su vez de máitl, mano y pilli, hijo: "puñado de carrizos" o "el que empuña la vara"), primer rey azteca, proveniente de Colhuacan, antiguo centro tolteca. Después de un laborioso y prudente gobierno de 20 años, fue sometido por los tepanecas hacia 1413. Durán, Ixtlixóchitl y Tezozómoc mencionan a otro Acamapichtli que ocupó el trono de Colhuacan en 1 Técpatl (1324). Según los Anales de Cuauhtitlán, Acamapichtli, rey de los aztecas, llegó a ser monarca en 9 Técpatl (1384). Sahagún relata que bajo su gobierno hubo 21 años de paz y quietud (Historia, II). Hizo edificar la ciudad y ordenó casas y acequias. Mostró pesar por no haber librado a los mexicanos de los tributos a Azcapotzalco (Durán: Historia, I). No nombró sucesor, y a su muerte fue elegido rey su hijo Itzcóatl, padre de Moctezuma I. Se cree que el primer monarca mexica de este nombre fue en un principio sacerdote de la diosa Cihuacóatl. Hay ciertos desacuerdos en los datos de varios historiadores que tratan de Acamapichtli. Su nombre también se ha escrito Acamapixtli, Acamapic, Acamapic y Acamapitz.

(Tomado de: Enciclopedia de México)

viernes, 16 de marzo de 2018

Ahuízotl



Octavo tlatoani mexica; sucedió a su hermano Tizoc en 1486 y murió en 1503. Terminó el gran templo de Tenochtitlan, a cuya inauguración asistieran más de 20 mil invitados de todo el imperio mexica y de otros señoríos independientes. Todos estos asistentes sin duda se sacaron sangre de las orejas y otras partes carnosas del cuerpo, en cumplimiento del ritual del autosacrificio. A partir de esta circunstancia derivó la mala interpretación de que fueron sacrificados 20 mil hombres, lo que resulta lógicamente imposible, sobre todo si se tiene en cuenta que el sacrificio humano era un acto muy solemne apegado a la reverencia ritual, y que constituía un mensaje simbólico a los dioses, que era ofrenda y eucaristía. Terminado el sacrificio, parte de la carne de la víctima ya deificada se comía con el significado con que los católicos toman la comunión. Las campañas militares de Ahuízotl se extendieron, por el sur, hasta Guatemala, y hasta la Huasteca veracruzana por el norte. Amigo de la ostentación, era al mismo tiempo fuerte y aguerrido. Hubo de sofocar constantes rebeldías, especialmente en la región de Puebla y Tlaxcala. Según el Códice Mendocinoconquistó 45 pueblos, fue muy valiente y alcanzó el título de tlacatécatl”. Durán (Historia I, 325-421) describe varios episodios de su reinado.

 Ahuízotl hermoseó la ciudad con bellos edificios y dio organización a las expediciones de los pochtecas (comerciantes a la vez que espías). Bajo su reinado se produjo una inundación grave, a consecuencia de la canalización de las aguas de Acuecuechco, manantial en las cercanías de Coyoacán. Recibió en las obras una herida en la cabeza y murió a consecuencia de ella. Su sobrino Moctezuma Xocoyotzin heredó el trono y su hijo Cuauhtémoc fue el último paladín de los aztecas.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen I, A - Bajío)


(Lápida de Ahuízotl MNAH)


Ahuízotl

1467-1502

Para hacer con mayor aparato tan horribles sacrificios ordenaron las víctimas en dos hileras... y según iban llegando eran prontamente sacrificados.

Francisco Javier Clavijero

Fue Ahuízotl el octavo gobernante de Tenochtitlan entre 1486 y 1502, famoso por ser enérgico, feroz y sanguinario, y por haber peleado contra mazhuas y otomíes para consolidar su poder. bajo su reinado el imperio azteca llegó a su mayor expansión y poderío, aunque el impulso que dio a la vida económica de la ciudad se debió en gran parte a su control sobre los traficantes o pochtecas, a quienes utilizaba como espías.

Durante su mandato se concluyó la edificación del Templo Mayor. cuando inauguró la última etapa de la construcción, con el fin de honrar a Huitzilopochti ordenó el sacrificio de miles de prisioneros durante tres días: él mismo, con un cuchillo de obsidiana, extrajo los corazones de varios hombres. refieren las crónicas que el número de sacrificados llegó a ochenta mil.

Ahuízotl, cuyo nombre en náhuatl significa "perro de agua", murió durante una inundación provocada por su propia necedad. El tlatoani había ordenado al señor de Coyoacán -tributario de los aztecas- que abriera las fuentes para el acueducto llevara más agua a Tenochtitlán; aceptó, pero advirtió también que "de cuando en cuando aquellas aguas se derramaban... y anegarían la ciudad de México". El gobernante tenochca consideró su advertencia como un desafío y lo mandó matar. así, se abrieron las fuentes y un torrente de agua inundó la ciudad con tal fuerza que fue necesario abandonar el palacio real. Ahuízotl intentó escapar, pero se golpeó la cabeza y murió días después.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)