La Historia de Mexico y de los mexicanos como se ha escrito: a través de diarios, de proclamas, de actas, de folletos, de libros. Los testimonios, los datos fríos, los análisis, las letras espontáneas de los corridos. Finalmente, nuestra historia. ¡No nos pierdas la pista!
Profesor de historia en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Originario de Parral, Chihuahua, creció y se educó en el Este de Los Ángeles. Con estudios de licenciatura en literatura, maestría en estudios latinoamericanos y doctorado en historia por la UCLA, se ha dedicado por 27 años a la docencia e investigación en historia política, laboral, intelectual y cultural. Entre sus publicaciones cabe mencionar: Chicano Politics: Reality and Promise, 1940-1990; Mexican American Labor, 1970-1990; The Roots of Chicano Politics 1600-1940 y Sembradores: Ricardo Flores Magón y El Partido Liberal Mexicano. Gómez Quiñones ha sido un incansable promotor de la cultura y de los estudios chicanos. Fue Director del Centro de Estudios Chicanos de la UCLA, fundador de la renombrada revista Aztlán: International Journal of Chicano Studies y co-editor del Plan de Santa Bárbara. Su labor académica ha estado siempre acompañada por reconocido liderazgo comunitario que se ha hecho patente en su activismo en movimientos de derechos civiles, política electoral, trabajo, migración y programas con jóvenes.
(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)
Artemio de Valle-Arizpe nació en Saltillo, Coahuila, en
1884, y murió en la ciudad de México en 1961. El 1° de febrero de 1942 fue
nombrado cronista de la ciudad de México. Sus relaciones amistosas con
estudiosos y escritores mexicanos de la talla de Luis González Obregón y
Victoriano Salado Álvarez lo aficionaron a los temas virreinales. El profundo
interés que por estos temas compartían los escritores mencionados los llevó a
constituir la tendencia literaria conocida como “colonialista”, de la cual él es,
quizá, el máximo representante. No sólo creó un estilo adecuado a la vida de la
Colonia, sino que dio forma a un léxico y una sintaxis abundante en arcaísmos.
Entre sus obras sobresalen:
Por la vieja calzada de Tlacopan (1937), historia.
Del tiempo pasado (1932), leyendas.
El Canillitas (1941), novela.
(Tomado de: Artemio de Valle-Arizpe. De perros y colibríes
en el antiguo México. Cuadernos Mexicanos, año II, número 86. Coedición
SEP/Conasupo. México, D.F. s/f)
(Saltillo, Coahuila, 27 de junio de 1889- Ciudad de México, 11 de mayo de 1970)
Perteneció al grupo del Ateneo de la Juventud (1910). Fue profesor de letras españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México. El poema en prosa alcanza en Julio Torri el extremo de resolver, en unas cuantas proposiciones, series complicadas de supuestos, a veces de origen culto y en ocasiones tomados de fuentes populares. Por encima del sentimiento, ha preferido la emoción de la inteligencia, y contra la elocución farragosa se ha propuesto el juego de la síntesis. Malicia e ironía, a menudo buen humor, trascienden de sus breves trabajos. La heroicidad, los grandes ademanes, los desplantes oratorios, el afán de superioridad, caen bajo su vigilante sonrisa más entregada a la suspicacia que a la aceptación. De él dijo Alfonso Reyes que solía fingir “fuegos de artificio con las llamas de la catástrofe”. Injustamente parca su producción, resume el testimonio de “los escritores que no escriben”, alienta el fervor de buscar en lo que cuenta el lado menos inmediato, el matiz capaz de darnos la sorpresa. Contra la corriente, delata el aspecto casi desconocido de un personaje o de una idea. Desde el rincón de su biblioteca, Torri ha procurado los asuntos que, en unas cuantas frases, tuercen el significado normal que estamos acostumbrados a otorgarles.
Obras:
Ensayos y poemas (1917 y 1937).
De fusilamientos (1940).
Tres libros [contiene los dos libros anteriores y Prosas dispersas] (1964).
(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en Movimiento, II)
... más vale que vayan los fieles a perder su tiempo en la maroma, que su dinero en el juego, o su pellejo en los fandangos.
General Riva Palacio, Calvario y Tabor
Por inaudito que parezca hubo cierta vez una cocinera excelente. La familia a quien servía se transportaba, a la hora de comer, a una región superior de bienaventuranza. El señor manducaba sin medida, olvidado de su vieja dispepsia, a la que aun osó desconocer públicamente. La señora no soportaba tampoco que se le recordara su antiguo régimen para enflaquecer, que ahora descuidaba del todo. Y como los comensales eran cada vez más numerosos renacía en la parentela la esperanza de casar a una tía abuela, esperanza perdida hacía ya mucho. Cierta noche, en esta mesa dichosa, comíamos unos tamales, que nadie los engulló mejores. Mi vecino de la derecha, profesor de Economía Política, disertaba con erudición amena acerca de si el enfriamiento progresivo del planeta influye en el abaratamiento de los caloríferos eléctricos y en el consumo mundial de la carne de oso blanco. —Su conversación, profesor, es muy instructiva. Y los textos que usted aduce vienen muy a pelo. —Debe citarse, a mi parecer —dijo una señora—, cuando se empieza a olvidar lo que se cita. —O más bien cuando se ha olvidado del todo, señora. Las citas solo valen por su inexactitud. Un personaje allí presente afirmó que nunca traía a cuento citas de libros, porque su esposa le demostraba después que no hacían al caso. —Señores —dijo alguien al llenar su plato por sexta vez—, como he sido hasta hoy el más recalcitrante sostenedor del vegetarianismo entre nosotros, mañana, por estos tamales de carne, me aguardan la deshonra y el escándalo. —Por solo uno de ellos —dijo un sujeto grave a mi izquierda— perdería gustoso mi embajada en Mozambique. Entonces una niña… (¿Habéis notado la educación lamentable de los niños de hoy? Interrumpen con desatinos e impertinencias las ocupaciones más serias de las personas mayores.) …Una niña hizo cesar la música de dentelladas y de gemidos que proferíamos los que no podíamos ya comer más, y dijo: —Mirad lo que hallé en mi tamal. Y la atolondrada, la aguafiestas, señalaba entre la tierna y leve masa un precioso dedo meñique de niño. Se produjo gran alboroto. Intervino la justicia. Se hicieron indagaciones. Quedó explicada la frecuente desaparición de criaturas en el lugar. Y sin consideración para su arte peregrina, pocos días después moría en la horca la milagrosa cocinera, con gran sentimiento de algunos gastrónomos y otras gentes de bien que cubrimos piadosamente de flores su tumba.
Juana de Asbaje, poetisa mexicana nacida en 1651, en San Miguel Nepantla, al pie de los volcanes que dominan el valle de México, desde muy pequeña se reveló poseedora de singular talento; siendo aún de pocos años figuró en la corte de los Marqueses de Mancera como dama de la Virreina, donde fue admirada por hermosa y erudita. Muy joven todavía, ingresó como religiosa al convento de Jerónimas de la Capital de Nueva España, y allí continuó dedicada al estudio de las ciencias y al cultivo de las bellas artes, particularmente de la poesía. En 1695, durante una epidemia que asoló la colonia, murió después de haber atendido heroicamente a sus hermanas de religión atacadas por la peste.
La poetisa escribió sonetos, liras, silvas y composiciones menores como letrillas, villancicos, redondillas y otras más, aparte de varias obras dramáticas de singular importancia.
La cultura de Sor Juana Inés de la Cruz es un producto auténtico del coloniaje; en su obra se muestran de modo ostensible las influencias de la península, unidas a condiciones peculiares del medio novohispano en que se producen. Muy a menudo sigue Sor Juana las huellas de los poetas culteranos y en ocasiones no escasas, las de los conceptistas.
En que satisfaga un recelo
Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba, como en tu rostro y en tus acciones vía que con palabras no te persuadía, que el corazón me vieses deseaba.
Y Amor, que mis intentos ayudaba, venció lo que imposible parecía, pues entre el llanto que el dolor vertía, el corazón deshecho destilaba.
Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste
con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
Procura desmentir los elogios
Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido:
es un vano artificio del cuidado;
es una flor al viento delicada;
es un resguardo inútil para el hado;
es una necia diligencia errada;
es un afán caduco, y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Sor Juana ocupa lugar distinguido como autora de obra teatral importante. Si la relacionamos con Juan Ruiz de Alarcón, debemos recordar que el nacimiento de la que había de ser llamada la Décima Musa, ocurrió a solo doce años de distancia de la muerte del que, mexicano como ella, produjo obra notable en el período más luminoso del teatro del Siglo de Oro.
La monja jerónima no salió nunca de la capital de la Nueva España y en el claustro produjo su obra dramática. Dentro de ella, la producción más celebrada es Los Empeños de una Casa, en la que Leonor, la protagonista, cuenta su propia vida que a muchos ha parecido ser precisamente evocadora de la que en la corte vivió Juana de Asbaje.
En Los Empeños de una Casa hay escenas que, por su fluidez, gracia y travesura, recuerdan algunas de las admiradas en el teatro de Lope de Vega. Por la forma de sus conceptos, castiza y sentenciosa, ofrece también parecido con la de Ruiz de Alarcón.
Aunque la obra mencionada se desenvuelve en España, de modo visible muestra la autora su mexicanidad, especialmente en el tipo del gracioso –Castaño, el criado del caballero que enamora a Leonor- al que pinta como nacido en las Indias y devoto de Martín Garatuza, el famoso truhán que por sus fechorías irreverentes y hasta sacrílegas fue condenad por la Inquisición.
El gracioso de Los Empeños de una Casa es un tipo verdaderamente cómico, que actúa en situaciones en las que Sor Juana se burla de los enredos de la corte virreinal que ella conoció y, con perspicacia delicadísima y perfecto equilibrio moral, pinta a los hombres y a las mujeres que en aquel ambiente se movían.
A través de Castaño expresa Sor Juana los más regocijados juicios reveladores de la frescura de espíritu de tan excepcional mujer.
(Tomado de: Soledad Anaya Solórzano – Literatura española. Editorial Porrúa, S.A. México, D.F. 1971)
Sor Juana Inés de la Cruz
Juana de Asbaje, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz o la Décima Musa, no necesita presentación alguna. Su nombre, junto con el de Ruiz de Alarcón, es indudablemente el más esclarecido de las letras mexicanas, y su obra, según el consenso de la crítica, la más divulgada.
Nacida en San Miguel Nepantla en 1651 y fallecida en 1695 en la Ciudad de México, en sus 44 años de vida logró edificar un monumento literario que le ha ganado un sitio entre los inmortales de nuestro idioma.
Fue Sor Juana, por lo demás, un espíritu vasto y prolífico que lo mismo labró joyas imperecederas de la poesía erótica y mística, del teatro y de la prosa, que se detuvo, mexicana al fin. A ensayar en la artesanía literaria de insoslayable corte popular.
Antes de ingresar al convento, Sor Juana distraía sus ocios cortesanos, y los de sus protectores virreinales, con juegos literarios en los que refleja, por más que sus críticos no lo adviertan con frecuencia, la sonrisa del pueblo.
De cómo manejaba la Décima Musa el epigrama, gusanillo al que ni siquiera los espíritus más refinados se conservan inmunes, son los siguientes ejemplos:
A una fea, presumida de hermosa:
Que te dan en la hermosura la palma, dices, Leonor; la de virgen es mejor, ¡que tu cara la asegura! No te precies con descoco que a todos robas el alma, que si te han dado la palma, es, Leonor, porque eres coco.
A un capitán:
Capitán es ya don Juan, mas quisiera mi cuidado hallarle lo reformado antes de lo capitán. Porque cierto que me inquieta, en acción tan atrevida, ver que no sepa la brida y se atreva a la jineta.
A un borrachín linajudo:
Porque tu sangre se sepa, cuentas a todos, Alfeo, que eres De Reyes; yo creo que eres de muy buena Zepa. Y que, pues a cuantos topas con esos Reyes enfadas, tus Reyes, más que de Espadas, debieron de ser de Copas.
Y por último, estos villancicos en los que la voz de Sor Juana se confunde con la del pueblo:
El Alcalde de Belén, en la Noche Buena, viendo que se puso el azul, raso como un negro terciopelo, hasta ver nacer el Sol, de faroles llena el pueblo…
Una voz: Con farol encendido, iba un ciego diciendo, con gracia: ¿Dónde está la Palabra nacida, que no veo palabra?
Otra voz: Sin farol venía una dueña, guardando el semblante, porque dicen que es muy conocida por sus navidades.
Otra voz: Un poeta salió sin linterna, por no tener blanca; que aunque puede salir a encenderla, no sale a pagarla.
Una voz más: Del doctor el farol apagóse, al ir visitando; por más señas, que no es el primero que muere en sus manos.
(Tomado de: Elmer Homero (Rodolfo Coronado) – El despiporre intelectual, Antología de lo impublicable)
(México, 3 de abril de 1871 – Nueva York, 2 de agosto de 1945)
Modernista en su primera etapa –de aquí tal vez hereda el gusto por la palabra, la aventura y el viaje; la noción del arte como cambio perpetuo- José Juan Tablada defendió esta corriente en la revista Moderna (1898-1911). En 1900 fue al Japón. Desde entonces se interesó en “el ejemplo naturalista de los japoneses” cuya estética permite no una copia sino una “interpretación plástica” de la naturaleza. En 1914, al caer Victoriano Huerta, se exilió en Nueva York. Primer mexicano que habló con discernimiento del arte prehispánico y del popular, compañero y guía de López Velarde, amigo y defensor de los pintores Orozco, Rivera y tantos otros, Tablada inicia nuestra poesía contemporánea e introduce el haikú en lengua española. Da libertad a la metáfora antes que los ultraístas, escribe poemas ideográficos casi al mismo tiempo que Apollinaire. Revela a los futuros “Contemporáneos” un nuevo sentido del paisaje, el valor de la imagen, el poder de concentración de la palabra. Su nombre está ligado además a una de las figuras centrales de la música moderna: Edgar Varèse. El compositor franco-americano escribió hacia 1922 una cantata, Offrandes, con un poema de Tablada y uno de Huidobro. Citamos este hecho –poco conocido entre nosotros- para subrayar el interés de Tablada por todas las manifestaciones de vanguardia, tanto en la poesía, como en la música y la pintura. Este poeta que descubrió tantas cosas espera todavía ser descubierto por nosotros.
Libros de Poesía: -El florilegio (1899, 1904 y 1918) -Al sol y bajo la luna (1918) -Un día… (1919) -Li-Po y otros poemas (1920) -El jarro de flores (1922) -La feria (1928) -Los mejores poemas de José Juan Tablada (1943)
(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en movimiento, II)
Nació en Saltillo, Coahuila, en 1849; murió en la ciudad de México (por suicidio) en 1873. Menéndez y Pelayo se refiere a su obra como “una de las más vigorosas inspiraciones con que puede honrarse la poesía castellana de nuestros tiempos”. Entre sus obras: El hombre y la ramera, Ante un cadáver, Hojas secas y Nocturno. Estrenó en 1872 el drama El pasado.