jueves, 28 de diciembre de 2023

Cabeza olmeca Colosal 1, San Lorenzo

 


Cabeza Colosal 1, San Lorenzo 

fue llamada El Rey por ser la cabeza más alta de San Lorenzo. Las profundas líneas de expresión que corren entre la nariz y la boca, los ojos hundidos y las mejillas flácidas señalan que es el retrato de un gobernante longevo. Debajo de las orejas se observa un desnivel vertical, que pudiera indicar una cubierta o protección en la parte posterior de la cabeza o cabello largo. Porta un tocado compuesto por una banda horizontal, segmentada en tramos, y un casquete, separados entre sí por una franja arremetida. Sobre él descansa una insignia, un elemento alargado que tiene una orilla festoneada y un círculo. Porta orejeras rectangulares, posibles representaciones de las largas cuentas tubulares hechas de piedra verde. Los ojos están hundidos y tienen una forma muy distintiva, por estar sesgados hacia abajo. Además, muestra el estrabismo bilateral convergente, considerado una marca de belleza entre los olmecas. Tres barrenos la han mutilado, uno en cada lado de la nariz y otro debajo del ojo. Tiene la boca delineada entreabierta, el ceño fruncido y pómulos pronunciados. El dorso es plano y pulido.

Cabeza Colosal 1, San Lorenzo (Monumento SL1)

2.85 m de alto, 2.11 m de ancho y 0.87 m de espesor.

Museo de Antropología de Xalapa, Veracruz.


(Tomado de: Cyphers, Ann. Cabeza Colosal 1, San Lorenzo. Arqueología Mexicana. Edición especial 94, Cabezas colosales olmecas. Editorial Raíces S. A. de C. V. Ciudad de México, 2020)

lunes, 25 de diciembre de 2023

Germán Valdés, Tin Tan, el rey del tíbiri tábara


Germán Valdés "Tin Tan", el rey del tíbiri tábara


Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo, nacido en pleno centro de la Ciudad de México en 1915, la hizo de todo desde que se fue chiquillo para Ciudad Juárez. Fue ayudante de sastre, guía de turistas, trabajó en la Compañía de Luz, fue mandadero, barrendero e incluso pegaba etiquetas de discos en una radiodifusora de allá del norte. Era tan ocurrente, que una vez se consiguió un perro callejero al que le enseñó a sacar la lengua para humedecer las etiquetas. Al menos, eso dicen de Tin Tan.

Por azares del destino, o más bien por un micrófono que se descompuso, Germán Valdés tuvo su primera oportunidad en la radio imitando celebridades con el apodo de Topillo Tapas. Fue tal su estrellota, que pronto tuvo su propio programa: El barco de la ilusión, donde soñaba, desde entonces y a cientos de kilómetros de distancia, con sus futuros "Tintavientos", con los que recorrería la Bahía de Acapulco, un paraíso tropical que lo convirtió en delirio cinematográfico en películas tan deliciosas como Simbad el mareado o Tintansón Crusoe.


Nace el pachuco ingenioso 

Quiso la fortuna que el entonces locutor Topillo se entusiasmara con la caravana de artistas de Paco Miller que pasaba por Ciudad Juárez; con ellos, no solo adquirió el sobrenombre de Tin Tan, sino la amistad de su mero mero carnal del alma, Marcelo Chávez.

Ni hablar, Tin Tan era un hombre que había nacido para triunfar. Así, con sus pantalones aguados y de pronunciadas valencianas, saco amplio de grandes hombreras y solapas, reloj de cadena, zapato bicolor y sombrero de ala ancha con una pluma de pavorreal. Llegaba al cine con Hotel de verano, allá por 1943, bajo las órdenes de René Cardona.

Mascando un curioso spanglish, al que los pachucos llamaban "tatacha", Tin Tan llamó la atención por su estrafalario porte. Por ello, dos años después debutaba ya en plan estelar en El hijo desobediente, dirigido por Humberto Gómez Landero en 1945, donde mostraba la frescura, el acelere y la vivacidad de un genio del humoral, al que sólo le faltaba que le dieran más libertad para actuar.

Gómez Landero lo convirtió en Músico, poeta y loco (1947) y lo dirigió en Con la música por dentro (1946), Hay muertos que no hacen ruido (1946) y El niño perdido (1947), en el papel de un niño chiqueado al lado de una sensualísima Emilia Guiú.

Por fortuna, para 1948 Tin Tan conseguía finalmente romper el hermetismo y el humor acartonado de Gómez Landero para alcanzar una de las etapas más dichosas de nuestra cinematografía en pareja con el realizador Gilberto Martínez Solares, a partir de Calabacitas tiernas en 1948. Una etapa tan ingenua como explosiva en la que el pachuco pasaba de El rey del barrio (1949) a La marca del zorrillo (1950) y de ahí a Simbad el mareado (1950), en sus tan gustados paraísos exóticos acapulqueños.

Germán Valdés iniciaba en los años 50 una oleada de parodias de temas clásicos, tanto del cine como de la literatura. Un gran momento creativo que iba en declive conforme el cómico apostaba por argumentos cada vez más ingenuos, retacados de números musicales, o aceptaba un breve papel que le ofrecía algún productor vivales.

En También de dolor se canta (1950), de René Cardona, Tin Tan hace un pequeño papel: un mano a mano nada menos que con Pedro Infante, y en menos de diez minutos ambos barren con todo el cuadro del cine nacional y sus primeros cien años.


El humor en estado puro

En 1951 abre de manera brillante con El revoltoso, donde interpreta a un limpiabotas metiche.

El ceniciento y su continuación, Chucho el remendado, ambas del año 51, rebasan la simple burla de sus títulos para dar fe de esa extraña gracia capaz de desmontar toda lógica posible. Al lado de un memorable Andrés Soler como el "miado padrino", Tin Tan consigue una de sus películas más emotivas y divertidas en su papel de ingenuo chamula, victimado por sus parientes abusivos.

Se había convertido en una de las personalidades más atrayentes de nuestro cine, el humor en estado puro, debido a una espontaneidad poco común y sorprendentes dotes para la música, el baile, el chiste y el gag visual. A su vez, había impuesto desde fines de los años 40 una suerte de universo erótico y musical rodeado de algunas de las mujeres más hermosas de nuestro cine, entre ellas Lilia del Valle, Silvia Pinal y la señorita México, Ana Bertha Lepe.

Tin Tan mantenía un imparable tren fílmico al lado de Martínez Solares y su habitual equipo de colaboradores: Juan García Peralvillo -su dialoguista de cabecera-, Vitola, el enano Tun Tun, Wolf Rubinskis y, por supuesto, su inigualable "carnal" Marcelo, en cintas como El bello durmiente (1952), Me traes de un ala (1952), El mariachi desconocido (1953), El vizconde de Montecristo (1954), El sultán descalzo (1954) y Lo que le pasó a Sansón (1955).

Empezó a alternar con una serie de realizadores de distintos niveles: ¡Mátenme porque me muero! (1951), de Ismael Rodríguez; El vagabundo (1953), de Rogelio A. González; La isla de las mujeres (1952) y El hombre inquieto (1954) de Rafael Baledón; El médico de las locas (1955), de Miguel Morayta; Las aventuras de Pito Pérez (1956), de Juan Bustillo Oro, donde probaba suerte con un papel tragi-cómico.

Por supuesto, a mediados de los cincuenta, ese tren cinematográfico mostró signos de descomposición con realizadores más bien mediocres como Fernando Cortés y un desbocado Benito Alazraki, que abandonaba sus ímpetus intelectuales a partir de Rebelde sin casa (1957).

La casa del terror (1959), Variedades de medianoche (1959), Pilotos de la muerte (1962), Gregorio y su ángel (1966) y algunas pequeñas partes en El ogro (1969), Acapulco 12-22 (1971), la serie Chanoc, o al lado de Blue Demon en Noche de muerte (1972), su última película, marcaron el declive fílmico de un brillante hombre orquesta, una suerte de alienígena del humorismo que moría una mañana de junio de 1973, llevándose a la tumba el secreto de su genialidad y de su impacto popular.


*Principales películas:

Calabacitas tiernas

El rey del barrio

El ceniciento


*Época de esplendor:

Su encuentro con Martínez Solares, de 1948 a 1954 


*¿Por qué se le recuerda?

Por su espontaneidad su vitalidad y sus gestos tan graciosos como emotivos.


(Tomado de Ávila, Rafael - Tin Tan, el rey del tíbiri tábara. Cómicos inolvidables del cine mexicano. Somos Uno, especial de colección número 8, año 8, Editorial Eres, S.A. de C.V., México D. F., 1997)

viernes, 22 de diciembre de 2023

El Atlante del general

 


El Atlante del general

Hacia 1933, el Atlante enfrentaba una difícil situación económica. A fines de ese año, se llevó a cabo una reunión a la que asistieron 500 personas dispuestas a brindar su apoyo para sacar a flote al equipo. Así, el Atlante se convirtió en una Sociedad Deportiva, con comisiones de organización, propaganda y nuevos estatutos.

Al conjunto de urgía sangre joven. La directiva lo entendió y en 1936 su presidente anunció la reestructuración del equipo. Sin embargo, la primera medida resultó exagerada: el despido de medio equipo, incluidas figuras rutilantes como Dionisio "Nicho" Mejía, Juan "Trompito" Carreño y Felipe Rosas, "Diente". Como era de esperarse, quienes ayudaban al conjunto decidieron retirar sus aportaciones.

Un grupo de personas ligadas sentimentalmente al equipo, entre ellas Agustín González, "Escopeta", acudió al entonces coronel José Manuel Núñez, jefe de ayudantes de la Presidencia, para pedirle que no dejara morir al Atlante. En una junta realizada el 30 de noviembre de 1936 y presidida por Núñez, se decidió nombrar una nueva directiva y recontratar a la triple "ch" ("Nicho", "Nacha" y "Chúndara"), así como al "Trompito" y al "Diente".

En 1938, recién ascendido a general, Núñez decidió incorporar a la directiva del equipo al ingeniero Guillermo Aguilar Álvarez, quien gracias a sus capacidades organizativas le dio un nuevo realce a la institución. Ese año, cuatro estupendos jugadores tapatíos llegaron al Atlante: "Pirracas" Castellanos y "El Pepino" García Solís, venían del Atlas; "Cazuelas" Grajeda había jugado en el Oro, y la mejor adquisición, "El Peluche" Ramos, había salido del Nacional.

Poco después, el Atlante se hizo de los servicios del tico Hutt y del español Fernando García, una verdadera luminaria de la media cancha. Pronto se sumaron a la escuadra "Pipiolo" Estrada, ex portero del Necaxa, y López Herranz, un extremo de gran habilidad para el desborde.

En 1940, bajo el liderazgo del fabuloso Valtolrá y de un estupendo defensa mexicano, el internacional Carlos Laviada el equipo del general se coronó campeón. Además, el líder goleador de la temporada fue un atlantista: "El Caballo" Mendoza. El entrenador Luis Grosz resultó pieza fundamental en la consecución de estas hazañas. En 1944 el técnico anunció su retiro, alegando motivos personales. A su regreso, en 1945, el cuadro se encontraba en los últimos lugares. Grosz lo llevó hasta el subcampeonato y en la temporada 1946-47 lo hizo nuevamente campeón.

Fue la última vez que el equipo saboreó las mieles del triunfo en manos del general. Núñez opinaba que ser campeón no era negocio ya que se gastaba mucho y el disfrute era efímero, así que por orden del general el equipo no volvió a ser campeón.


(Tomado de: Calderón Cardoso, Carlos - Por el amor a la camiseta. (1933-1950). Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1998)

lunes, 18 de diciembre de 2023

La lucha libre mexicana

 


Respetable público: 

lucharaaaaaaaaaán, dos a tres caídaaaaaaaas, 

sin límite de tiempooooo.

En esta esquinaaaa el Santo y Cavernario; 

y en esta otraaaaa Blue Demon y el Bulldog.


La lucha libre mexicana 

por Francisco Correa y Selynda Pérez Argueta


¿Quién no ha oído esa canción del Conjunto África? La letra es emblema de una de las manifestaciones culturales más representativas del país y, en particular, del entorno urbano. Nos introduce al universo de los héroes populares que no tienen relación con los cómics o el cine hollywoodense. Frente a ésos, los de los gringos -extravagantes seres superdotados o multimillonarios que "regalan su tiempo libre" a la caza de villanos con resentimiento social- los mexicanos oponemos el héroe enmascarado, surgido de los barrios marginales de Tepito, la Doctores o Peralvillo; el luchador que esconde su identidad tras una colorida máscara y no con unos lentes y un copete envaselinado -que sólo engaña a aquellos con miopía intelectual.


¿Qué puede Batman contra Blue Demon? ¿Qué Hulk contra Psicosis?¿Cuál de todos los Ironman sería capaz de derrotar al Huracán Ramírez?¿Qué miembro de la Liga de la Justicia le haría frente a los Perros del Mal? ¿Podría Spider-man ganarle al Rayo de Jalisco? ¿Derrotaría Superman al Santo?


Preguntas hipotéticas que tienen por respuesta una sola certeza: los héroes mexicanos siempre saldrán vencedores por la sencilla razón que ellos sí existieron -y siguen vigentes-. Cada fin de semana se materializan en el ring -de la Arena México o la Coliseo- pero no se esfuman al terminar la función. Los encontramos inmortalizados en el llamado Cine de Oro, pero también en las calles de las colonias Doctores, Obrera y Bondojto, como parte inherente de la gráfica popular y recientemente de la publicidad de otros productos que "se cuelgan" de la fama de estos personajes; los vemos en orfanatos u hospitales dando ánimos a los niños con leucemia o en funciones públicas que son parte de las ferias regionales o en la carpa improvisada de cualquier plaza del país.

La lucha libre mexicana es el espacio del desahogo colectivo, de la catarsis social, donde el chingón -ése que describió Octavio Paz en El laberinto de la soledad-, se encarna con musculatura de hierro en un ring de seis por seis metros, donde el hombre marginal condenado al ostracismo económico tiene la oportunidad de renacer como héroe de las arenas de concreto -el gladiador redivivo que pelea por algo más que su libertad- y se gana la admiración y el aplauso de la gente, hasta alcanzar su propia estatua en el barrio o el pueblo que lo vio nacer".

Deporte y disciplina, pasión y sufrimiento, donde la violencia, a decir de Carlos Monsiváis, se vuelve estética y refleja la eterna lucha entre el bien y el mal: los técnicos contra los rudos, la máscara contra la cabellera, en un duelo de dos a tres caídas -con límite de espacio, sin límite de tiempo- hasta que el derrotado salga entre un bullicio de chiflidos -cubriéndose el rostro- y el puño del vencedor sea levantado por El Tirantes [uno de los referís más polémicos y reconocidos que lleva casi treinta años en activo], y cual efigie de guerrero helénico, se corone su victoria con un cinturón de fino metal labrado.


Emulando a los griegos 


la arena estaba de bote en bote,

la gente loca de la emoción 

en el ring luchaban los cuatro rudos 

ídolos de la afición.


La lucha libre mexicana nace como un espectáculo ideado por extranjeros que se aventuraron con una osada propuesta: inventar un deporte que combinara el catch europeo y el wrestling americano. Presentaron a los primeros luchadores -entre los que se encontraban Conde Koma, León Navarro y Kawamula- emulando a los atletas griegos que, en tiempos de Heracles, se batían para demostrar quién era, no sólo el mejor luchador, sino "digno de la gracia de los dioses".

En la década de 1920 Giovanni Relesevitch, Antonio Fournier y Constant Le Marin organizaron los primeros espectáculos. Pero no fue sino hasta 1933 cuando se fundó la Empresa Mexicana de lucha libre hoy como hoy conocida como el consejo mundial de Lucha Libre, hoy conocida como el Consejo Mundial de Lucha Libre -CMLL-, por Salvador Lutteroth, quien es considerado como el "padre de la lucha libre mexicana".

La fusión entre la lucha y la identidad desconocida -combinar el deporte con la teatralidad y emparentarlo con la "eterna lucha del bien contra el mal"- comenzó con Ciclón Mackey, el primer enmascarado en pisar una arena en el país. Antes de la Arena México hubo otros escenarios como la Coliseo -también llamado El Embudo de Perú 77-, sede de históricas batallas donde se forjaron los cimientos de, además de uno de los deportes más populares, un emblema de la mexicanidad ante el mundo.

Desde la década de 1950 hasta los años 70, la lucha libre vivió su época de oro: se definieron los personajes más relevantes dentro del ring y de la pantalla grande; se volvieron ídolos internacionales mientras combatían a los más estrafalarios maleantes, reales o imaginarios: momias, brujas, vampiros, hombre lobo, científicos desquiciados, magnates del mal, villanos del absurdo. Ahí Santo y Blue Demon forjaron sus leyendas.

Nombres como el Huracán Ramírez, célebre por su "huracarrana", el Perro Aguayo y sus peludas botas; la Parka derrotando a Pierrot en un duelo de máscaras; Octagón y su cinta roja en la frente a imitación de los guerreros ninja; Mil Máscaras y el Matemático en los tiempos de la Legión de los Villanos; Cavernario Galindo gritando su bramido salvaje; el Rayo de Jalisco aplicando por última vez la desnucadora, Tinieblas y su inseparable amigo Alushe; Dos Caras ganando los campeonatos en los EE. UU.; Lismarck sin nunca haber perdido su máscara; Psicosis y su característica mezcla de cabellera-máscara-cuernos; el Negro Casas y su gusto por Juan Luis Guerra y su 440 -de ahí su apodo-; Máscara Sagrada y su disputa con la AAA; y Atlantis rivalizando con el tiempo, uno de los más longevos y que hasta la fecha sigue vigente en el ring.

En los últimos años peleadores como Dr. Wagner, Shoker el Hijo del Perro Aguayo, Místico o Rey Misterio le han dado otro matiz a las arenas, desarrollando una lucha de acrobacia y espectáculo más cercana a la WWE estadounidense que a la lucha tradicional mexicana. No obstante, también son responsables que este deporte sea muy admirado y respetado en todo el mundo; ni los gringos han podido con el entrenamiento la disciplina y la agilidad que se requieren y más de uno ha salido con un brazo roto o decepcionado por "no dar el ancho" ante las exigencias del público mexicano.


La tragedia nacional 


Y la gente comenzaba a gritar 

se sentía enardecida sin cesar:

"¡Métele la Wilson, métele la Nelson,

la quebradora y el tirabuzón…!"


Todo caos puede ser derrotado por una sobrecarga de tensión: la inseguridad, la corrupción , las injusticias, los desaparecidos, la pobreza o el desempleo. En nuestro país sobran miles de razones por las que un mexicano necesita gritar. Alaridos que reconfortan y desahogan, que exasperan y relajan, que se hacen indispensables -y presentes- en cualquier festejo, pero que cobran especial fuerza en las esquinas de los cuadriláteros.

El colectivo inconsciente se ve constantemente amedrentado, la insatisfacción social amenaza con estallar en cualquier momento, lo que genera la imperiosa necesidad de encontrar válvulas de escape. En su obra El Malestar en la Cultura, Sigmund Freud señala que es necesario que las sociedades tengan medios para liberarse del hartazgo y así no desencadenar algún tipo de histeria colectiva. En México hay varias válvulas de escape y una de las más efectivas -junto con el fútbol- ha sido la lucha libre.

Semejante a un juego ancestral, este deporte puede conceder su origen al pueblo grecorromano. Por un lado nos remonta a las luchas cuerpo a cuerpo que se desarrollaban en el imponente coliseo como preparación física para los gladiadores. Por otro, rememora las tragedias griegas, las cuales asumían la función de caja de resonancia de las ideas y las principales problemáticas de los pueblos que habitaban las polis de la hélade.

Con el tenis término κάθαρση/kátharsis, Aristóteles describió la práctica liberadora de hechos traumáticos que producía la tragedia: sacar a la luz cuanto está en el fondo del ser y que constituye un obstáculo para alcanzar la purificación mental y espiritual. De esta manera se presenta la construcción del escenario idóneo para la puesta en escena de cuanto aqueja al mexicano, como representación teatral contenida en la lucha libre. Arriba del ring los luchadores representan la eterna dualidad de la Hybris y la Némesis griegos, manteniendo un vínculo por medio de la violencia como instinto humano y hermanados por el riesgo a la muerte.

La lucha libre es pues, la catarsis de las energías contenidas en hombres y mujeres de todas las edades, es un fenómeno surgido del barrio y de las colonias populares y que ha logrado permear todos los estratos sociales. Al ser uno partícipe de la batalla en la arena, la imaginación se desborda por el audaz juego de acrobacias y saltos mortales desde la tercera cuerda. El cuadrilátero iluminado es el escenario donde los titanes se enfrentan; reflejo a su vez de la lucha diaria por la supervivencia, de la que todos somos parte aún de forma involuntaria.

El santuario de las pasiones urbanas abre sus puertas a la comunión masiva. Los vestuarios y las coreografías son el preámbulo para el rito místico que congrega a las masas. El grito de: "¡Lucharaaaán de dos a tres caídaaaas... sin límite de tiempoooo!" desata a las fuerzas universales, las cuales se enfrentan hasta alcanzar el punto en el que las máscaras son emblemas del día y la noche, de la dualidad que impera también en nosotros.

Todo sucede en un ambiente donde convergen la música surf con gritos a favor o en contra de tal o cual luchador; en donde los personajes que se encuentran sobre el ring trasladan su protagonismo a los espectadores, quienes, envalentonados con unos tragos de cerveza, son capaces de arrojar toda su ira en un vaso de cartón.

con cada golpe, con cada llave, con cada salto, se desahoga el hartazgo social y es posible posible liberarse de la frustración. Un pancracio [combate gimnico de origen griego, que estuvo de moda entre los romanos, en el que la lucha, el pugilato y toda clase de medios, como la zancadilla y los puntapiés, eran lícitos para derribar o vencer al contrario] que simula la batalla entre colosos, con patadas voladoras, candados asesinos y aterrizajes violentos; la interacción entre el público y los luchadores, se convierte en una especie de comunión, un rito catártico en el que todos desahogan sus miedos y frustraciones. Así, entre silbidos, gritos y mentadas, nos unificamos en una sola voz, somos iguales... excepto en un pequeño detalle: unos son técnicos y otros rudos.


De máscaras y artilugios 


"¡Quítale el candado , pícale los ojos,

jálale los pelos, sácalo del ring…!"


La máscara y la personalidad son vocablos griegos que resultaron fundamentales para la representación dramática de la realidad. Al enmascararse, el luchador se vuelve una abstracción, su historia y su origen se transforman en un signo en forma de glifo mexica o maya, en ángel o demonio, héroe o villano; es una encarnación del misterio. Los elementos inspiradores para la creación de máscaras y personajes en la lucha libre son infinitos. Entidades metafísicas, fenómenos meteorológicos, adjetivos heroicos o en ocasiones despectivos, atributos puros, objetos vivos o inanimados, constituyen la fuente para la conformación del personaje.

La máscara se vuelve un elemento definitorio de su historia, sin importar la tela o el color con que se confeccione: es su tarjeta de presentación y el símbolo de inmortalidad para quien la porta. El valor de la máscara se mide en función del sudor, del estilo y de las maniobras aplicadas sobre el cuadrilátero. Sólo aquellos luchadores que sean capaces de despojarse de sí mismos y convertirse en el personaje -querido u odiado por el público- podrán convertirse en leyendas. Por ello los duelos en los que se apuesta la máscara -o la cabellera-, conllevan la lucha no sólo por un elemento decorativo del disfraz, sino por la identidad y el honor mismo. El luchador que pierde la máscara, pierde su nombre, su trayectoria, su misma existencia. Podría ser su último combate ser borrado de la memoria y sumarse al polvo del olvido; o puede reinventarse y transformar su derrota en el dintel de una nueva historia como lo hizo el mítico Blue Panther.


"¡Uno, dos...tres!"


De entre toda la parafernalia que rodea el espectáculo de la lucha libre mexicana: los carteles anunciando el siguiente encuentro, las arenas repletas de gente, las máscaras, cabelleras y disfraces, la música estridente y el lenguaje del público, se suman las incontables figurillas de plástico que representan a los luchadores en pseudoposición de combate: la mano izquierda levantada con la palma al enfrente, la derecha hacia abajo y las rodillas semiflexionadas. A esas figuras se suman "rines" -cuadriláteros y hexadriláteros- de madera u acolchonados con cuerdas de ligas juguetes tradicionales que han hecho la diversión de varias generaciones.

Finalmente, la lucha libre mexicana es una pelea por ser auténtico. Juan Villoro ha dicho al respecto: "Póngale una máscara a un hombre y dirá la verdad". Los luchadores son la encarnación viva de ello, sus cuerpos son el testimonio vivo de esta mezcla de teatralidad y rito que, por medio del dolor y el esfuerzo -del sudor y las lágrimas- logra su apoteosis. Alegoría de las batallas a que nos enfrentamos a diario, éste deporte se ha convertido en un emblema de nuestra mexicanidad -como los grabados de Posada, Frida Kahlo o el muralismo-, un entretenimiento que también nos remite a nuestras emociones más básicas, a nuestra infancia y, por lo mismo, a nuestra esencia como individuos y que nos anima a levantarnos cada día, sin importar que tanto nos hayan "dejado en la lona".


(Tomado de: Correa, Francisco, y Pérez Argueta, Selynda - La lucha libre mexicana. Algarabía #157, Año XVII, Especial Tragedia y Comedia, Editorial Otras Inquisiciones, S.A. de C.V. México, D.F. 2017)

jueves, 14 de diciembre de 2023

Tzeltales

 


Tzeltales

Se autonombran batzil k'op, "los de la palabra originaria" y pertenecen a la gran familia maya. Emigraron de los Altos Cuchumatanes, Guatemala, a los Altos de Chiapas y sus primeros asentamientos se remontan hacia 500 y 750 a.C.; habitan principalmente la parte central de los Altos.

Representan 34% de la población indígena de Chiapas y su mundo se constituye por el cosmos, chul chan, la madre tierra, lum balumilal, y el inframundo k'atimbak. Los principales pueblos tzeltales son: Tenejapa, Ocosingo, Oxchuc, Yajalón, Chilón, Tzimol, Soyatitán, Aguacatenango y Amatenango del Valle.


(Tomado de: Recorridos por Chiapas. Guía visual. Arqueología, Naturaleza e Historia. Arqueología Mexicana, Edición especial #20. Editorial Raíces, México, 2006)

lunes, 11 de diciembre de 2023

El cuitlacoche

 



El cuitlacoche 

El hongo doméstico de la milpa 

Raúl Valadez Azúa


El cuitlacoche es un hongo producto de una larga historia de asociación con el maíz y las milpas, lo que favoreció que en el siglo XX se convirtiera en un alimento tradicional de la cocina mexicana.

Los alimentos pueden ser tradicionales por dos razones: por su antigüedad o por su asociación con elementos propios de una cultura determinada; así, para México, el guajolote es un alimento tradicional porque su domesticación y uso tiene miles de años de antigüedad y, por otro lado, el guajolote en mole también lo es, por el empleo de elementos de la cocina mesoamericana, como el chile, el cacao y la propia ave, como parte de un guiso novohispano del siglo XVII.

El cuitlacoche (Ustilago maydis) es actualmente el hongo más ligado a la tradición culinaria mexicana. En los meses de lluvia buscamos en los mercados los elotes cubiertos por ese organismo, en parte para asegurar que son alimentos frescos, pero también por esa imagen donde maíz, hongo y milpa se funden.

Pero frente a esta realidad tenemos otra: como este hongo no posee partes duras no existe dato arqueológico alguno que sugiera su uso en Mesoamérica y tampoco hay nada en el aspecto iconográfico. Es en la obra de fray Bernardino de Sahagún (siglo XVI), Historia General de las cosas de Nueva España, donde al fin aparece pero no como alimento, sino como algo llamado cujtlacochi, que se describe como una suciedad que crece encima del maíz. Esto lleva a concluir que en tiempos prehispánicos no se consumía y sólo se veía como una condición indeseable de la milpa, por lo que es inevitable la pregunta: ¿cómo se convirtió este hongo en un alimento tradicional mexicano?

Para resolver esa incógnita regresaremos a la tríada milpa-maíz-cuitlacoche y veámosla desde la perspectiva evolutiva. Recordemos que el maíz (Zea mays) es una planta doméstica cuyo ancestro silvestre es un macollo llamado "teosinte" (Zea perennis). El proceso derivó en plantas altas de un solo tallo y, sobre todo, una espiga más y más grande, desde una con pocos grados hasta las mazorcas actuales.

Este proceso benefició al hombre y a otro personaje. Las gramíneas son parasitadas regularmente por hongos del género Ustilago, reconocible sólo cuando la espiga pierde su consistencia y se transforma en polvo negro, como ceniza, que son las esporas. En el caso del cuitlacoche, cuando invade la futura mazorca altera su desarrollo y transforma los granos del elote en cuerpos llamados soros, que al crecer se convierten en sacos y al madurar se rompen y sueltan algo como lodo, las esporas. El conjunto de soros es lo que reconocemos como cuitlacoche y sus dimensiones son resultado de la cantidad de alimento disponible, por lo que podemos asegurar que la evolución de la espiga de maíz y del tamaño del hongo fueron simultáneos, y así la gente enfrentó esta peculiaridad o, más bien, molestia, pues era una parte de alimento perdido. Aparentemente, esta condición fue lo usual durante todo el período prehispánico.

Entonces, ¿en qué momento Ustilago maydis dejó de ser molestia y se convirtió en comida? En la milpa tradicional coexisten numerosos organismos, unos cultivados o criados y otros que ocupan este ámbito, y el hombre es quien decide qué aprovecha y cómo. Quizá en momentos críticos los campesinos indígenas más humildes consumían el cuitlacoche, pero sólo ellos y sin ser parte de su tradición alimentaria.

Pero conforme pasó el tiempo, sobre todo dentro de la crisis social que vivió México en el siglo XIX, no hubo límite en la necesidad de buscar alimento, cualquiera que fuera, por lo que ese humilde hongo poco a poco se fue extendiendo en su empleo, pero siempre ligado a la pobreza y a la condición indígena, por tanto absolutamente marginado de los platos de cualquier otro grupo social o económico.

Y así llegamos al siglo XX, cuyos inicios están asociados a las hambrunas, y de nuevo todo lo que parecía comestible era bienvenido. En los veinte surgen algunos recetarios en los que se habla del cuitlacoche como ingrediente y también está presente en quesadillas y sopes en puestos de comida, con lo cual abandona el ámbito indígena y se coloca entre los alimentos de quienes prefieren comer a mantener su estatus social, acompañando a la quesadilla con un pulque en vez de un vino.

Aún así era un alimento del que no se debía hablar en una buena mesa, e incluso había la creencia de que su consumo provocaba pelagra. A mediados del siglo XX surge su empleo como ingrediente exótico de platillos elaborados según la concepción francesa, sobre todo crepas y es parte del menú de restaurantes y hoteles de primera clase en México, por lo que adquiere el nombre de "caviar mexicano". Este giro lo convierte en pocos años en alimento propio de la buena cocina y al buscarle un marco cultural digno súbitamente se le coloca, sin evidencia, como platillo de los gobernantes mexicas, mientras permanece en el imaginario colectivo alrededor de los comales, las salsas y las tortillas, manifestando así su origen y larga historia.

Como se indicó, aún no se dispone de evidencia arqueológica que relacione su consumo en algún periodo o relacionado con cierta cultura  prehispánica, algo que no podemos descartar. Desafortunadamente no se han construido metodologías para buscar sus esporas en espacios habitacionales o traspatios, aunque se dispone de imágenes de ellas para reconocerlas. Éste es el siguiente paso obligado para seguir construyendo la historia de ese interesante elemento de la cocina tradicional mexicana.


(Tomado de: Valadez Azúa, Raúl. El cuitlacoche. El hongo doméstico de la milpa. Arqueología Mexicana. Edición especial 87, Hongos de México. Editorial Raíces S. A. de C. V. Ciudad de México, 2019)

jueves, 7 de diciembre de 2023

Será inaugurada la calzada de Tlalpan, 1940

 


Será inaugurada la calzada de Tlalpan


*Ha quedado convenientemente ampliada para descongestionar el tránsito 


(6 de octubre de 1940)


El Departamento del Distrito anuncia que en el curso del presente mes serán inauguradas las obras de ampliación de la calzada de San Antonio Abad y parte de la de Tlalpan, que desde hace tiempo viene emprendiendo a fin de descongestionar el tránsito en el sector este de la ciudad y especialmente el movimiento de vehículos a Xochimilco, Tlalpan y Cuernavaca.

Las obras se encuentran prácticamente concluidas en la calzada de San Antonio Abad, pero no han sido inauguradas en virtud de que por las lluvias, los primeros revestimientos se humedecieron en tal forma que impidieron en algunos tramos la petrolización. Habiéndose secado ya completamente, los trabajos de petrolización están siendo realizados, y se espera concluirlos en unos cuantos días más.

La calzada quedará con una anchura media de 43 a 50 metros, incluyendo las banquetas, con dos canales de circulación. En el centro habrá dos pequeñas arboledas de abeto para dividir los canales y evitar deslumbramientos, así como vías para los trenes y bicicletas y banqueta para peatones.

El lado oriente del puente de la Piedad está siendo terminado, y en el curso de la entrante semana principiará a ser colocado el piso del mismo. Éste se puente tendrá una iluminación especial.

Los trabajos de ensanchamiento están siendo prolongados hasta la delegación de General Anaya.


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

lunes, 4 de diciembre de 2023

Antonio Badú Nahez

 


Antonio Badú Nahez 

(actor 1914-1993 Hidalgo, México)


Parecía que se dedicaría a los negocios de su familia, pero este artista de ascendencia libanesa prefirió primero el canto y luego la actuación con mucho éxito. Dueño de un estilo original fue ídolo de la radio antes de entrar al cine. Su primera película estelar fue La feria de las flores, en 1942, dirigida por José Benavides. Interpretó a uno de los enamorados de María Félix en La mujer sin alma (1943). Entre los melodramas de mayor éxito en su carrera, se encuentra Hipócrita, con Leticia Palma, en 1949. También fue figura importante en teatros de revista y conductor de televisión. Estuvo casado con la desaparecida actriz Esther Fernández.


Mauricio Peña.


(Tomado de: Peña, Mauricio. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000)