Aproximadamente a treinta minutos de latitud Norte, con respecto al titán de nuestra orografía, se encuentra a manera de penacho del Pico de Orizaba, el Cofre de Perote. Una de las más gallardas cimas de nuestra sierra Madre Oriental, con sus 4,282 metros sobre el nivel de mar, ha sido escogida como porta-antena aérea, faro de aviones que en esa ruta, cruce de corrientes en remolino y nieblas, resulta tan necesario.
Desde la población de Perote, famosa por su viento cortante y su fortaleza, distingo la cresta pétrea que da origen a su nombre. Los aztecas la llamaban Nauhcampatépetl, palabra compuesta de los vocablos: Cuatro, Lados y Cerro.
En efecto, sobre la maraña de espinazos y hondonadas, todos sujetos durante milenios a las luchas planetarias, se yergue una masa en forma de baúl muy alargado. Sus facetas redondeadas en los extremos Norte y Sur, principalmente el primero, han sido convertidas casi en aristas mientras las de Oriente y Poniente son imponentes lápidas o repliegues contra los que se azotan el viento, el granizo, los rayos solares, haciendo presa sólo en algunos sitios la gélida humedad en forma de capa de hielo.
A menor altura, casi frente a la costilla norte, hay un hacinamiento de rocas esferoides, como acumulaciones de detritos de bestias prehistóricas que constituye un contraste que hemos hallado en algunos de nuestros volcanes.
Quizás esta heterogeneidad se deba a que las erupciones, proviniendo de capas a diversas profundidades, mezclan distintos elementos geológicos que quedan a flor de tierra, como huérfanos arrojados por la ira del ogro vulcano en los pórticos de sus dominios.
Por una de las moldeadas hendiduras, hacia la cara Sur, hay cómodo acceso a la cima que, precisamente de ese lado, está convertida en cementerio. Muchos grupos montañistas y hasta religiosos han instalado cruces y señas, haciéndome sonreír el que una imagen a colores de un santo muy en boga, enmarcada, se halle amarrada con cáñamo a una de las cruces.
Como en muchas prominencias, las piedras con superficies lisas ostentan nombres de clubes, de escaladores y quizás a veces de sus amadas. ¿Quién había de pensar que la idea de marcar o pintar las rocas y las cortezas de los árboles proviene posiblemente de un verso de Virgilio que dice: “Grabando mis amores en la tierna corteza de los árboles”? Yo, que siempre fui enseñado a considerar estos actos como de baja educación quedé perplejo al leer esta expresión del sublime poeta latino.
Imposibilitado psicológicamente, no obstante Virgilio, de “ensuciar” estas superficies de las cumbres, por considerarlo un acto de ultraje al anonimato del infinito que aquí reina, por lo menos ya no juzgo despreciativamente a quienes lo hacen. Además, he visto lo efímero de estas inscripciones ya que los veinte o treinta años en que desaparecen, no son nada para la vida de un planeta.
Al otro extremo de este macizo alargado, las antenas se encuentran conectadas mediante cables que parten de un compartimento metálico en la base, que a su vez recibe la energía desde la planta que se haya un poco más abajo, en el campamento, continuamente vigilado por un individuo que ha resuelto ser ermitaño a sueldo de la empresa que da este servicio a los aviones.
Sensiblemente al Oriente, entre las ondulaciones de nuestra mal llamada altiplanicie pues no tiene nada de plana, Jalapa y Coatepec. Hacia el Poniente, en primer término descuellan sobre la bruma, las Derrumbadas con el cerro Pizarro hacia el Norte, muy separado. La Malitzin extendida como hembra placentera que invita al gozo eclipsa en parte al Popocatépetl siempre subyugado por la belleza prístina de Iztaccíhuatl.
En las laderas próximas observo la tala de los bosques que he constatado durante la subida. Entre quienes hicieron el camino para el campamento a donde es traído el petróleo energético; los leñadores furtivos y los agricultores de patatas que siempre recogen pingües cosechas en terrenos montañosos, han destruido miles de soberbios ejemplares arbóreos que antaño nos deleitaban. ¡El hombre abusando de la Naturaleza como los alacranes recién nacidos de su madre!
(Tomado de: Luis Felipe Palafox – Horizontes Mexicanos. Editorial Orión, México, D.F., 1968)