lunes, 31 de julio de 2023

Matilde Montoya

 


Luchadora incansable por la salud

Matilde Montoya

(1859-1938)


Las tendencias estéticas e intelectuales europeas de la segunda mitad del siglo XIX, motivaron a algunas familias mexicanas a invertir en la instrucción de sus hijas. Si bien su educación se limitaba al hogar o las artes, fue gracias a esas nociones básicas que una de ellas, Matilde Montoya Lafragua, se atrevió a buscar para así un adiestramiento científico profesional.

Nacida el 14 de marzo de 1859 en la Ciudad de México, fue hija de José María Montoya y Soledad Lafragua y la menor de tres hermanos. Concluyó la primaria a los once años. Por influencia de su madre -quien fue auxiliar hospitalaria- quiso convertirse en partera, sin embargo, se le prohibió continuar con sus estudios hasta que cumpliera los dieciséis años.

De acuerdo con Ana María Carrillo, Matilde alteró su nombre y su fecha de nacimiento -se hizo llamar Tiburcia Valeriana Montoya Lafragua, nacida el 16 de abril de 1852- para iniciarse en la ginecobstetricia, cuya enseñanza tenía una duración de dos años más la práctica clínica correspondiente. En 1870 logró su inscripción a la Escuela de Medicina, aunque abandonó las clases poco después debido a la muerte de su padre.

Al año siguiente se trasladó a Cuernavaca por cuestiones de salud, ahí atendió con éxito un parto de alto riesgo. Esta circunstancia le ganó una invitación del gobernador para ejercer en el estado. Como no tenía título, fue evaluada por dos médicos que la declararon apta, por lo que decidió permanecer en Morelos hasta 1872.

Posteriormente volvió a la capital, continuó sus estudios y realizó las prácticas en la Casa de la Maternidad. Obtuvo excelentes calificaciones y presentó su examen general de obstetricia el 12 de mayo de 1873, recién cumplidos los 14 años, el cual aprobó por unanimidad. El Correo del Comercio la felicitó por haber realizado una evaluación lúcida y solvente. Recién egresada "pudo practicar en el Hospital San Andrés, con el apoyo del doctor Gallardo, quien la recomendó al médico Luis Muñoz, director de la sala de cirugía de mujeres. Se constituyó Muñoz en su protector, tratándola prácticamente como hija, y la instruyó en enfermedades de señoras".

Mudó su residencia a Puebla en 1875 y de inmediato ganó notoriedad entre la población femenina debido a la confianza que inspiraba. Además, aventajaba a muchos médicos gracias a su experiencia en los cuidados previos y posteriores al parto, así como en el trato del recién nacido. Su éxito provocó el celo de algunos doctores que, apoyados por El Amigo de la Verdad. Periódico Religioso y Social Dedicado a la Instrucción del Pueblo, la acusaron de atentar contra las buenas costumbres, "quitando a una joven, honra de su sexo por su aplicación y su talento, a una joven virtuosa y digna, los medios de ganar su subsistencia y la de su pobre madre, mártir también de la envidia, de la intolerancia y del atraso".

Desprestigiada por el entorno misógino, partió a Veracruz. La comunidad poblana se percató del juego mediático en que había caído y pidió su vuelta en 1880. Decidida a convertirse en doctora, se instruyó en las materias que la carrera exigía como requisito previo: "La señorita Matilde Montoya [...] se ha matriculado en el Colegio del estado de Puebla para cursar las cátedras de física y zoología. Ya que nuestros gobiernos ven con el mayor abandono la educación de la mujer, sería de desear que el ejemplo de la joven Montoya encontrase imitadoras. A falta del impulso de la sociedad, es preciso atenerse en este punto al esfuerzo individual". Una vez que cumplió con los requerimientos, realizó las gestiones necesarias para matricularse en medicina en Puebla. Apenas logró cursar algunas materias cuando una nueva campaña de calumnias en su contra la convenció de continuar su formación en la capital. Su lucha fue cada vez más ardua y ganó notoriedad en la prensa:

Grandes han sido las dificultades que Matilde ha tenido que vencer, pues siempre tropezando con el egoísmo de más de cuatro médicos que ven oscurecer el porvenir de sus ingresos, procuran poner cuanta traba han creído oportuna para que esta joven pueda llegar a obtener el título de profesora, pero el Gobierno [...] protege a la estudiosa Matilde contra los tiros de la envidia. Hoy, Matilde, con preferencia es llamada a consulta de las familias y con tanto acierto y felicidad ha logrado salvar a los enfermos, que bien pronto se ha formado una reputación inestimable. Ojalá y fuera invitada por muchas la proto sacerdotisa de la medicina en México.

En enero de 1882, el gobierno le facilitó una pensión de 30 pesos mensuales. A su traslado a la Ciudad de México se enteró que sólo podría asistir a clases como oyente, pues las asignaturas que aprobó de manera particular no eran equivalentes a las del bachillerato. A finales de marzo, El Diario del Hogar tradujo un artículo estadounidense que elogiaba la dedicación de Matilde:

Bajo la dirección de un profesor privado estudió griego, latín, matemáticas y luego solicitó el permiso de asistir a los cursos de la Escuela de Medicina de Puebla. Por fin, después de una inicua oposición, logró ver coronados sus esfuerzos obteniendo el permiso de aquel gobierno para ser admitida a las aulas de aquella Escuela en calidad de "estudiante especial". Una nueva era se abrió desde entonces para la señorita Montoya. La ciencia de Hipócrates la recibió en su seno, estudió con verdadero afán.

Porfirio Díaz, consciente de las aptitudes y la popularidad de la joven aspirante, ordenó que se le dieran las facilidades necesarias para regularizar su situación académica. Matilde correspondió a la confianza comprometiéndose a cubrir las materias que le faltaban concurriendo a las clases respectivas en la Preparatoria. Cuando parecía que por fin alcanzaría regularidad en sus estudios enfrentó una nueva calamidad:

En 1884, de manera injusta [...] la reprobó en el examen de raíces griegas el profesor Francisco Rivas, quien le hizo preguntas y tuvo omisiones indebidas. Miembros de la escuela denunciaron que antes del examen, el señor Rivas ya se había propuesto reprobarla [...]. Hubo rumores, luego desmentidos, de que tendría lugar un duelo entre uno de los detractores y uno de los partidarios de Matilde.

El asunto fue resuelto para bien cuando se decidió que la prueba se aplicaría de nuevo con un examinador imparcial. El machismo rampante intentó frenar el ascenso de Matilde y menospreciar su ejemplaridad para que su influencia no se extendiera hacia las nuevas generaciones. El doctor Luis E. Ruiz, famoso durante el porfiriato, intentó disuadir a las jóvenes de explorar nuevos horizontes académicos:

Cada sección de la humanidad tiene su objetivo bien definido. El papel de la mujer es tan fundamentalmente importante en el santuario del hogar, que cualquier otra actividad a que quisiera consagrársele (por importante que se suponga) sería miserable en comparación de sus grandiosos deberes domésticos [...] y siendo así se le debe educar e instruir, lo más posible, no para que compita con el hombre y lo aventaje; sino para que desempeñe, lo mejor que sea dable, su valioso papel.

Matilde se alejó de las polémicas y, a través de su empeño, ganó la simpatía de buena parte de sus compañeros que, enfrentados a sus malquerientes, fueron conocidos como "Los Montoyos". Muchos sectores sociales observaron con atención el desarrollo de la estudiante, más aún cuando se supo que había solicitado la fecha de titulación.

Se presentó a evaluación los días 24 y 25 de agosto de 1887. El sínodo que la examinó estuvo integrado por eminencias del gremio: Máximo Galán, José G. Lobato, José María Bandera, Fernando Altamirano, Nicolás Ramírez de Arellano, Tomás Noriega y Manuel Gutiérrez. La tesis que escribió se tituló Técnicas de laboratorio en algunas investigaciones clínicas, en ella estudió el tema de la bacteriología. También exhortó a sus colegas a explorar nuevas posibilidades para la cura de las enfermedades infecciosas para que, como médicos, merecieran el "honroso título de defensor de la humanidad doliente".

Acudió al evento Porfirio Díaz acompañado por los miembros más relevantes de su gabinete: "Durante dos horas interrogaron a Matilde acerca de la escarlatina, las afecciones cardíacas, la microbiología y la higiene, no se oyó ni el sonido de la respiración de los concurrentes. Ella contestó con voz trémula a la primera pregunta, pero después, su aplomo dejó ampliamente complacido a su jurado. [...] Al final del interrogatorio se escuchó un prolongado aplauso en la galería y los corredores del edificio".

Al día siguiente Matilde se presentó al hospital de San Andrés para enfrentarse a la parte práctica de su examen. Acompañada por un grupo de especialistas, la joven recorrió distintas habitaciones en las que se hallaban postrados enfermos con diferentes síntomas que ella debió diagnosticar. En la última etapa mostró sus habilidades con el bisturí.

Para algarabía de sus admiradores, aprobó con honores; "Sustentó examen la señorita [...] Montoya, la primera de su sexo que en México obtiene la aprobación del jurado para ejercer la medicina, cirugía y obstetricia." Los diarios la celebraron con artículos y poemas alusivos. "Matilde Montoya [...] dice a la mujer despierta, deja esa vida de inutilidad, que nada hay imposible cuando la fuerza de voluntad se sobrepone a los obstáculos". A pesar de que era costumbre hacer entrega del título profesional días después de la prueba, a Matilde se le otorgó de inmediato, como una cortesía a la primera médica mexicana. Concluidos los actos protocolarios, los asistentes hicieron una valla para escoltar su salida.

Su logro cambió significativamente la dinámica de los roles de género, pues fue prueba fehaciente de que la inteligencia femenina no tenía nada que envidiar a la del hombre:

Por usted ya saben que la verdadera emancipación de la mujer, por medio del estudio y de la ciencia, es un hecho práctico y tangible. Por usted saben también que ni las dificultades han sido bastantes para hacer vacilar la fe ciega que animaba su alma, y que ha luchado usted contra la miseria misma, venciéndola con heroico esfuerzo, y enalteciendo más su carrera a medida que mayores y más graves tropiezos parecían oponerse a su feliz terminación. Aunque no se considerara el nobilísimo sacrificio de usted sino bajo el punto de vista de la enseñanza y del ejemplo, con eso nada más habría usted merecido el bien de sus semejantes, y especialmente de la mujer mexicana.

Las publicaciones especializadas fueron indiferentes al triunfo de Matilde. Esta reacción fue para ella una advertencia de las dificultades que debería sortear para incursionar de lleno en la práctica de la medicina: "No era natural que Matilde se entregara al estudio de una profesión tan chocante y tan poco de acuerdo con las inclinaciones de su sexo, que por instinto repugnaba los espectáculos cruentos, al que aterrorizaba la efusión de sangre, y que se apartaba con asco indomable de la inmunda plancha del anfiteatro anatómico y del pobre lecho del hospital caritativo."

Los años posteriores fueron arduos en trabajo pues, al igual que su madre, concebía la medicina como una vocación más humanitaria que lucrativa, por lo que decidió atender dos consultorios, uno de los cuales era gratuito. Aunque no hizo contribuciones determinantes al desarrollo de su disciplina, fue muy querida por sus pacientes, compuestos en su mayoría por mujeres y niños.

Su vida personal tampoco correspondió al estereotipo de la mujer de su siglo. Permaneció soltera, quizás por elección o por los prejuicios de sus contemporáneos. Pese a todo, Matilde "soñaba con la maternidad, pues adoptó entonces a ciertos jóvenes, hombres y mujeres. [...] Con excepción de Esperanza Herrera Vega, estos muchachos fueron muy ingratos con ella e incluso la negaron".

En los primeros años del siglo XX su nombre era referencia obligada cuando se mencionaba a las profesionistas. En 1901 celebró una fiesta para conmemorar el aniversario de su titulación: "Muy debido fue, pues, el homenaje que sus amigas íntimas le presentaron en estos días y que no es más que el premio adjudicado a la perseverancia en la vocación, virtud de la que muchos hombres están desprovistos, por lo que vagan indecisos y desorientados en busca de un equilibrio estable."

El cambio de siglo también dio lugar a una virulenta campaña en contra de la emancipación femenina, pues muchos aseguraban que con ella se alteraría el equilibrio social. El menosprecio del que fueron víctimas no logró impedir que, impulsadas por Matilde, seis mujeres más se convirtieran en doctoras entre 1890 y 1910.

Una vez que estalló la Revolución y fiel a su concepción de la ciencia médica, Matilde recorrió incansablemente la capital intentando salvar cuantas vidas pudiera. Todavía durante la guerra, profesó un feminismo moderado y se valió de sus conocimientos científicos para desmentir muchos de los mitos sobre la sexualidad femenina.

Concluida la lucha armada siguió trabajando hasta 1937, año en que se retiró para atender su salud. En agosto "diversos grupos de mujeres intelectuales, como la Asociación de Médicas Mexicanas, la Asociación de Universitarias Mexicanas, el Ateneo de Mujeres [...] celebraron en la sala Manuel M. Ponce su jubileo profesional -es decir los cincuenta años del inicio del ejercicio de profesión".

Falleció el 26 de enero de 1938 en Mixcoac. La comunidad científica llenó los periódicos de condolencias por la pérdida de la primera mujer médica cirujana. Varios colegas suyos presidieron el cortejo fúnebre, al que también acudieron sus admiradoras, para quienes Matilde fue un ejemplo de entereza y probidad, aunque su nombre no adorne una esquina de la ajetreada colonia Doctores.


(Tomado de: Adame, Ángel Gilberto - De armas tomar. Feministas y luchadoras sociales de la Revolución Mexicana. Aguilar/Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. de C. V. Ciudad de México, 2017)

jueves, 27 de julio de 2023

De la provincia de Xoconusco, 1586

 


De la provincia de Xoconusco, 1586


Fray Alonso Ponce

Viaje a Chiapas (Antología).

Tuxtla Gutiérrez,

Gobierno Constitucional del Estado de Chiapas [...]


Aquella provincia de Xoconusco es gobernación que se provee de España, aunque está sujeta a la audiencia de Guatemala. Solía ser muy rica y próspera y muy poblada de indios y frecuentada de españoles mercaderes, por el mucho cacao que en ella se daba y por el grande trato que de ello había, ya tiene muy pocos indios, que dicen no llegan a dos mil, y el trato del cacao va cesando en ella y se pasa a otra provincia más adelante en el mismo camino de Guatemala llamadas de los Xuchitepeques, con todo esto es muy nombrada la de Xoconusco y por antonomasia la llaman la Provincia, como San Pablo llaman el Apóstol, a David el Profeta, y Aristóteles el Filósofo. Residen en ella siete clérigos que administran los Santos Sacramentos y doctrina cristiana los indios, y dellos, aunque pocos, son sustentados y regalados, porque con el cacao se puede hacer y hace mucha hacienda. En toda aquella provincia hace un calor excesivo, porque cae en la costa del mar del Sur, y casi toda es tierra llana, dánse en ella muchas frutas de las Indias de tierra caliente, y de las de España todo género de naranjas, limas y limones hay por allí muchos y muy caudalosos ríos por causa de los cuales y de las muchas ciénagas, no se puede ir a Guatemala por aquel camino en tiempo de aguas, y entonces váse por la provincia de Chiapa y tómase el camino por la venta de Gironda, como atrás queda dicho. Por causa de estos ríos y ciénagas y el demasiado calor y las muchas huertas de cacao, abundan aquella provincia de moxquitos, los cuales la defienden varonilmente con sus armas tan agudas y subtiles, y para defenderse los hombres de su persecución usan en las camas pabellones cerrados, y aunque los indios de aquella tierra tienen, como dicho es, lengua particular, tratan empero y contratan en la mexicana con los españoles, porque esta como atrás queda dicho corre hasta Guatemala y Nicaragua y aún más adelante. Hay también en aquella provincia muchas estancias de ganado mayor, porque tiene grandes pastos y muy buenos, con abundancia de agua; donde éstas están se llama el Despoblado porque no hay ningunos pueblos entremetidos en ellas, como presto se verá, aunque primero será razón tratar alguna cosa del cacao, de quien hemos hecho ya alguna mención.


(Tomado de: López Sánchez, Cuauhtémoc (recopilación) - Lecturas Chiapanecas IV. Miguel Ángel Porrúa, Librero-Editor. México, D. F., 1991)

lunes, 24 de julio de 2023

Mathias Goeritz

 


Mathias Goeritz

Las Torres de Satélite.

Ciudad de México, marzo de 1976.


México no es un país, es un vicio. Yo venía de España, donde la gente prácticamente vivía en el siglo XIX; cuando llegué aquí y vi construcciones como la Ciudad Universitaria decidí quedarme. Después quise recorrer el mundo y salir de México, pero perdí el tren. ¡Nací al llegar a México, cuando ya tenía 30 años!

Alguien que se expresa así de un país y del arte, ¿cómo funda un movimiento llamado Los Hartos? ¿Hartos de qué?

No hartos del arte y menos del país. Hartos de cómo se presenta hoy día el arte. Por ejemplo, una exposición. Empiezo por la lata de trasladarme al centro de noche. ¿Dónde dejo el coche? ¡Otra lata! Todo esto requiere paciencia y sólo se hace por algún amigo. Por fin entro a la sala, llena de gente (Claro whiskeys gratis). En la puerta encuentro al dueño de la galería y al artista; los felicito antes de ver la obra. Recorro las salas y salgo sin haber podido ver nada. ¡Es este tipo de vida artística la que me tiene harto y hay muchos más que también lo están! 

¿Como José Luis Cuevas, que se va?

Hace bien en irse. Dice que México le queda chico Tamayo también se fue, y si no se hubiera ido, no habría tenido el reconocimiento. Nadie es profeta en su tierra.

¿Usted ha tenido reconocimiento en este país, que afirma es "su casa"?

México me lo ha dado todo. Inclusive la oportunidad de convivir con la juventud en las clases universitarias que imparto Y eso es algo que siempre agradeceré. Me mantiene joven y alerta.

¿Qué me dice de ese famoso Laberinto que está construyendo en Jerusalén?

Me invitaron a hacer algo para que los niños árabes y judíos pudieran jugar. Yo pensé: ¡Qué flojera, otra escultura urbana. Me gustaría hacer una cosa más larga, más ambiciosa. Y así lo dije. Me contestaron que estableciera el programa y que ya se vería que se podría hacer. Entonces me puse a trabajar en este proyecto con zonas divididas para diferentes edades y organizadas como una especie de callejón sin salida; un laberinto con agujeros en los muros para que pasen de un lado a otro. También invité a una serie de artistas como Kalder, Miró, Sebastián, Pedro Friedeberg y otros para que cada uno colabore con un diseño de juguete para niños. Mi idea es que el mismo tiempo que sea una obra de muchos artistas sea un museo funcional.

También se habla del proyecto GODIGOSE. ¿Qué es?

Ángela Gurría recibió el encargo de hacer una serie de esculturas en cinco plazas en Villahermosa. Reunió a cuatro artistas, Geles Cabrera, Juan Luis Díaz, Sebastián y yo. De ahí el nombrecito. Las primeras sílabas de nuestros nombres. Empezamos a estudiar la problemática que encerraba el sólo trabajar en grupo, ya que disentíamos totalmente en ideas. Llegamos a un acuerdo para trabajar sobre una misma temática. Desde luego, no será nada parecido a la Ruta de la Amistad, tan disímbola, sino que dará la impresión de estar hecha por un solo artista.

Sabemos que en Holanda le han encargado unas Torres y que serán subterráneas. ¿Por qué?

Un psiquiatra me dijo que tengo miedo de los subterráneos. Quizás lo que quiero es poner ese miedo bajo tierra.

Se dice que hay artistas que crean por crear y otros que se comprometen con el momento histórico. ¿Qué es válido para usted?

Yo creo que ambos caminos son válidos. En tiempos pasados se pensaba más en el arte por el arte. Lógicamente esto no satisface al artista que quisiera servir, y yo definitivamente pertenezco al grupo que quiere servir.

¿Qué piensa de nuestros monumentos?

El Ángel me encanta, aunque sea como punto de referencia. El Monumento a la Revolución lentamente se integra a su contexto. Las Torres de Satélite les "dan en la torre" a los edificios de los alrededores. El Caballito como escultura es bonita, ¿pero quién la ve?... es un paso de coches. El pobre de Cuauhtémoc está perdido a pesar de su pedestal, y Cuitláhuac es una mosca entre los gigantescos edificios de Tlatelolco.

¿Cómo ve usted el futuro de la arquitectura?

La arquitectura es efímera, de vidrio. Se hace para diez años, después se quita el edificio para poner otro. Si la humanidad llega al año 2000, habrá que usar un poco de ficción para planear la arquitectura. Es bueno que la fantasía artística sueñe cómo podrá ser su vida, ya que es imposible prever el futuro.

¿Económicamente produce su profesión?

Hasta hace 5 años me moría de hambre, ahora ya no. Pero no te haces rico a menos de que seas Tamayo y hagas lo que te dé la gana.


(Tomado de: Krauze, Hellen – Pláticas en el tiempo. Serie: Alios Ventos. Editorial Jus, S.A. de C.V. México, D.F., 2011)

viernes, 21 de julio de 2023

Fernando Benítez y Veracruz, 1950

(Viñeta por Alberto Beltrán)

V. Veracruz, la puerta estrecha de México

Veracruz es una ciudad y es un mar. Una ciudad colmada de aire marino y de gaviotas. También de salina claridad. Donde la calle termina, se abre la plazuela azul de la bahía. El cielo de la costa y el profundo cristal del mar la ciñen, otorgándole esa atmósfera celeste, de ámbitos sin fronteras, que la distingue.

El paisaje urbano está de tal manera contagiado del paisaje marítimo, que la perspectiva abarca por igual torres y mástiles, árboles y muelles. Esta convivencia estrecha del agua y de la piedra crea la sensación de que pisar Veracruz vale tanto como embarcarse. ¿En qué nave? En un balcón de madera, en una mesilla de los portales, mientras a nuestro lado fluye la rica onda de la vida porteña.

El primer acto que realizamos en Veracruz es renunciar a la circunspección de la meseta. Tiramos sobre la primera silla la chaqueta y la corbata. Luego nos desabrochamos la camisa, hecho natural que, de golpe, devuelve a nuestro cuello la libertad tan duramente regateada en las altas ciudades del interior de México.

Un vaso de cerveza helada permite saborear mejor la primera docena de ostiones en su concha que se nos sirve entre rodajas de limón. El menú, por sí solo, es una invitación a la sensualidad: jaibas, camarones, cangrejos, langostas. No faltan los percebes olorosos a plantas marinas. Los pescados más finos figuran también en la lista: huachinangos pequeños de escamas sonrosadas; pámpanos de carne tierna y sápida; suavísimas mojarras de río; róbalos y esmedregales. Faisanes y tórtolas baten sus alas sobre esta naturaleza muerta, necesaria prolongación de los caldos marineros y de las sopas de pescado con sus tonos ácidos, picantes, y su gama de sabores delicados. Los matices del ajo, del aceite de oliva, de la intervención de las salsas de tomate y de "chilpachole", de las especias ya aclimatadas en el trópico americano, unidos a la fragancia de la nieve de guanábana y del aromático café, forman las principales delicias de la cocina veracruzana.

Después de comer, el monótono bisbisear de los ventiladores nos sumiría en un blando sopor, si el discurrir de la vida no lo ahuyentara con sus imágenes novedosas. Un hombre jovial ofrece guacamayas. Otro, tocado con un sombrero de palma de alas arriscadas, vende traviesos monitos de manos inquietas. Un mercader cubierto de tatuajes lleva un pavo real, cuya larga y sedosa cola barre el suelo. La vieja mulata, fumando su puro desfila con un cargamento de camelias, gardenias y orquídeas; un chicuelo apela a todos los recursos de la elocuencia tropical para que se le compren sus cestas de vainilla. Al poco rato de permanecer en el portal, me doy cuenta de que soy propietario de una camelia roja, de un portamonedas de piel de serpiente, de cuatro ejemplares de la misma edición de un periódico local, de dos paquetes de puros y un sombrero de jipi tan útil para mí como los puros y los ejemplares del abominable diario adobado con artículos de algún plumífero superviviente de los tiempos de don Porfirio. Confieso que he estado a punto de sucumbir a la tentación de adquirir el pavo real, pero la melancólica reflexión de que no podría tenerlo como huésped en mi reducida habitación y la más grave de que mi estado financiero empeoraría notablemente, de seguir escuchando las insinuaciones de los vendedores, me obligaron a cerrar los oídos a sus ofrecimientos. 

La simpatía del veracruzano obra en mí como un poderoso reactivo. El aire fino del altiplano, lo mismo en México que en el Perú, crea seres graves, tristes y ceremoniosos, La cortesía es planta que florece a dos mil metros sobre el nivel del mar. Lo mismo podría decirse de la teología, al menos en tierras de América. Mientras en el altiplano la vida se matiza de una delicada dignidad, que ya encierra una roedora y activa propensión al misticismo, en la costa la vida se contagia de una despreocupada sensualidad, ruda quizá, pero inocente y dichosa.

¿En qué sitio de México es posible advertir las escenas que se desarrollan en la plaza de Veracruz? El palacio del Ayuntamiento, con sus blancas columnas y su airosa torre, es, en la tibia noche, bajo las estrellas resplandecientes, una decoración teatral, en la misma medida que lo son los portales vivamente iluminados y los árboles del jardín de recortados follajes. Suenan sin cesar las guitarras costeñas, los sones jarochos y las marimbas. La música en sordina, de la banda municipal, llega por rachas. En este aire estremecido se confunden los gritos de los vendedores, las conversaciones de los parroquianos, las disputas de los marineros, las charlas de los pájaros desvelados y de las muchachas que pasean devolviendo saludos y requiebros. Pero este bullicio no altera los sentidos, sino que los exalta, como el vino de las campiñas mediterráneas.

¡La serenata veracruzana! Necesaria cura de reposo para el triste hombre de la meseta. Se vive al aire libre, a medio vestir, con el apetito afilado y la cabeza trastornada, porque se ha recobrado plenamente la sensualidad y, con ella, la certeza de nuestra condición corpórea.

Abundan los cuadros pantagruélicos. Veracruzanos de enormes panzas y carrillos colorados no cesan de trasegar cerveza; gordas mujeres de comerciantes devoran descomunales fuentes de percebes y pescados; marineros negros y suecos atléticos de enmarañadas greñas rubias, se emborrachan hasta rodar bajo las mesas. En medio de esa humanidad glotona y bárbara, como aves que cruzan el pantano sin mancharse -emplearemos la imagen con el deliberado propósito de no abandonar el coto geográfico de la poesía veracruzana-, se mueven, llenas de gracia, las hijas de estas abigarradas y sudorosas matronas.

Rechazo escandalizado la idea de que tan prosaico destino aguarde a esos ángeles vislumbrados en una noche de magia. La ronda de mariposas, la recuerdo ahora, de vuelta a mi hotel, entre la luz verde que se cuela por el de enrejado morisco de las persianas, como un fragmento de ballet del que se hubieran desvanecido los rostros y las figuras del conjunto. Sólo una figura se destaca en forma inolvidable. Es la de una adolescente. Tenía de la infancia la gracia libre y segura de los movimientos pero la bañaba la luz misteriosa de la feminidad. Su vestido blanco, sin un adorno, insinuaba la curva de las caderas y la sombra de los pechos menudos. La línea del cuello frágil todavía, y la de la dulce curva de la barba, sostenían el rostro inocente y la mata de cabellos castaños anudada por una cinta de terciopelo azul.

Por desgracia sus palabras no llegaban hasta el banco bañado de sombra en que yo contemplaba la escena, pero alcanzaba a distinguir su voz limpia de entonaciones graves, un poco aguda y segura de su fuerza. A cada vuelta, su figura se me hacía más hermosa. Las piernas desnudas, ágiles y finas, apenas tocaban el suelo. La seguía entre las apretadas filas de paseantes, y esperaba con ansia que asomara su noble cabecita. Al fin, su vestido blanco no apareció más en el jardín, y yo me retiré guardando en mi cartera de viajero, como Antonio Machado, la gracia de esta rama florecida en los muros alegres del viejo puerto. Que su imagen cierre la visión de la moderna Veracruz; ella hace buena compañía a las gaviotas y al espacio del mar en que se desvanece. Después de todo, ¿qué figura podría simbolizar mejor la gracia salina de su gente? En la noche colmada de suavidad, en el día de sol ardiente, en medio de la risa de las mulatas y el paisaje de portales, anchos balcones de madera, mástiles y torres, quede la niña del vestido blanco. Ése es su paisaje. La expresión animada de una sonrisa del alma que penetra en el corazón con mayor eficacia que los sones jarochos y el murmullo capitoso de la marimba.


(Tomado de: Benítez, Fernando - La ruta de Hernán Cortés. Lecturas Mexicanas #7, primera serie. Fondo de Cultura Económica, México, 1983)

lunes, 17 de julio de 2023

Salinas de Gortari II El protector de los pobres


Segunda parte 

Su México

2

EL PROTECTOR DE LOS POBRES


En un tiempo abundaron las personas convencidas de que Carlos Salinas de Gortari era un estadista genial por haber concebido y puesto en práctica el Programa Nacional de Solidaridad (PRONASOL), el cual representaba un invaluable recurso para sacar de la miseria a los millones de individuos que desde la época en que florecieron Teotihuacán y las prodigiosas urbes mayas, han pululado en la tierra ocupadas hoy por la república mexicana. Entre las virtudes que se atribuyeron al PRONASOL, destacaba la de estar basado en las decisiones propias de la gente beneficiada, no en imposiciones de la burocracia federal; en el hecho de que no repartía dádiva simplemente, sino que los beneficiarios aportaban trabajo manual para la realización de las obras y, sobre todo, en que los fondos gastados en el programa no provenían del ingreso fiscal normal, sino de los sobrantes que dejó la gran venta de empresas paraestatales realizada durante el sexenio, sobrantes que, de haber sido arrojados de manera torpe a la masa de dinero circulante, habrían sido consumidos por la inflación sin mayor provecho para el país.

Al terminar el sexenio, el PRONASOL había devorado 52,000 millones de nuevos pesos y había hecho posible la realización de 523,000 "obras y acciones de carácter social", como aulas, banquetas, puentes, el remozamiento de placitas pueblerinas, la pavimentación de algunas calles, la dotación de sistemas de drenaje y agua potable, más el otorgamiento de becas para alumnos de primaria muy pobres, que consistían en una pequeña despensa y cien pesos mensuales. Efectivamente, el programa aportó algunos beneficios para cientos de miles de pobres, pero la situación en general apenas varió y el problema de la miseria siguió tan acuciante como siempre.

Entre las principales críticas que se hicieron al PRONASOL figuran la de ser un recurso para aportar votos al PRI; que gran parte del dinero invertido se gastara en mantener al ejército de burócratas encargado de llevar a la práctica el programa, y sobre todo que no hubiera erradicado la miseria.

En efecto, millones de ciudadanos deben haberse sentido inclinados a votar por un partido que les entregaba algunas migajas en lugar de hacerlo por otro que sólo les endilgaba discursos. Pero era absurdo esperar que el PRI emprendiera programas destinados a conseguir votos para un partido rival. Y por supuesto, gran parte de los 52,000 millones de nuevos pesos invertidos fueron despilfarrados o robados por la burocracia. Qué otra cosa podría esperarse de un programa gubernamental?

En la época colonial quiero se la pasaba sermoneando a la población con peticiones de que le entregaran dinero "para socorrer a los pobres", y a la postre solo creó unas cuantas instituciones roñosas de caridad mientras algunos arzobispos y obispos obtenían rentas que, según el barón de Humboldt, sobrepasaban a las asignadas a muchos príncipes de Alemania. Salinas, aprovechando la inagotable masa de bobos que ofrece el país, no hizo más que continuar la tradición y tomar su tajada del lucrativo negocio de socorrer a los pobres. Contrariamente a lo que se dice, jamás articuló la absurda promesa de erradicar la miseria en un sexenio.

Todos los gobiernos de todas las épocas han tenido como objetivo principal el de esquilmar a los gobernados con impuestos y repartirse el dinero entre los gobernantes; si en los países avanzados la repartición del botín fiscal se realiza de manera más decorosa que en México, es porque su ciudadanos han impuesto a los gobernantes una infinidad de candados que automáticamente reducen a lo tolerable el nivel de robo social, y si la sociedad mexicana no ha impuesto más candados de ese tipo, la culpa recae más en el subdesarrollo que en la persona de los gobernantes.

Milenio y medio se pasó la Iglesia compadeciéndose de los pobres y pidiendo dinero para redimirlos sin que la situación mejorara de manera apreciable. El gobierno mexicano ha hecho lo mismo desde 1917, y si la miseria no ha empeorado, al menos se puede afirmar que México no ha dejado de ser uno de los países con mayores índices de miseria en el mundo y que ni los más optimistas creen que el flagelo se pueda suavizar a corto plazo.

Ningún gobierno de ninguna época ha erradicado jamás la miseria de su pueblo; las naciones que hoy gozan de elevados niveles de vida deben su bienestar al hecho de que estimularon la producción, crearon millones de empleos y con esto vino la abundancia. Si en la Alemania o el Japón de posguerra un político hubiera sugerido gastar 17,000 millones de dólares -a eso equivale lo devorado por PRONASOL- en hacer obras de caridad entre la población -aunque ésta se moría literalmente de hambre y de frío- lo más probable es que lo hubieran metido a un manicomio. Por lo menos a nadie se le habría ocurrido confiarle un puesto de dirección en el gobierno.

Con los 52,000 millones de nuevos pesos despilfarrados en PRONASOL se hubiera podido financiar el surgimiento de -muy a grosso modo, por supuesto- 52,000 empresas -comercios, talleres, pequeñas fábricas, etc.-  con el nada despreciable capital de un millón de nuevos pesos cada una. Estas empresas podrían haber creado cientos de miles o tal vez un millón de nuevos empleos y habrían estado obligadas a amortizar el capital que se les prestó, habrían pagado impuestos junto con sus empleados, y de esta manera se habrían obtenido más recursos para bajar impuestos o promover otras actividades productivas. A los pobres les habría sido más benéfico disponer de nuevas fuentes de trabajo que poder pasearse por la calle recientemente pavimentada de su pueblo. Claro, para los miles de burócratas empleados en PRONASOL no habría habido "chamba", pero la ley de la necesidad quizá los habría obligado a buscarse un empleo más dignificante o hasta crear una pequeña empresa aprovechando los recursos que se facilitaran para promover la producción.

Gemelo de PRONASOL fue PROCAMPO, otro armatoste destinado a subsidiar a los campesinos más pobres, en el cual se gastaron 11,700 millones de nuevos pesos sólo en 1994. Atrás del programa, además de ganar votos para el PRI, estaba el deseo de ayudar a los campesinos a competir con los agricultores extranjeros que, al entrar en vigor el Tratado de Libre Comercio, podrían incrementar sus exportaciones a México.

A lo largo de toda la frontera con Estados Unidos se observa un desconcertante fenómeno: al norte, donde se pagan los salarios más altos a los peones, los agricultores pueden vender -por ejemplo- el maíz que producen a un precio inferior hasta en un 50% al que pueden venderlo los agricultores mexicanos, y aún así los del norte obtienen utilidades que les permiten pagar impuestos sobre la renta y vivir con gran comodidad ellos y sus familias. Al sur, en tierras de la misma calidad, sujetas al mismo régimen climático y con la ventaja de que los peones ganan salarios más bajos y los ejidatarios recibieron las tierras gratuitamente y no pagan impuestos, se considera imposible competir en precio con los norteamericanos.

Los economistas del gobierno suelen afirmar que la desventaja está en que los agricultores norteamericanos reciben subsidios que no disfrutan los mexicanos, pero tales subsidios se les han pagado a cambio de que mantengan ociosas sus tierras y así dejen de producir, porque no habría mercado para absorber las fantásticas cantidades de granos que podrían obtenerse si se activaran todas las tierras norteamericanas, en tanto que los ejidatarios mexicanos suelen recibir pequeños préstamos que generalmente nunca pagan (y los líderes se benefician con tajadas de esos mismos préstamos), con lo cual el consumidor mexicano tiene que pagar altos precios por el producto nacional y de ribete aportar, por la vía de los impuestos, cantidades enormes de dinero para financiar el déficit de los bancos y subsidiar a los productores ineficientes.

Cuesta trabajo criticar a los ejidatarios, seres pobres entre los mexicanos más pobres, pero la verdad es que el corrupto régimen ejidal los ha convertido en "parásitos que ni comen ni dejan comer", como suelen decir los campesinos trabajadores. El mal estaba hecho desde antes que naciera Salinas, de modo que no puede achacársele a él la responsabilidad; más bien, al reformar el artículo 27 constitucional para permitir la compraventa de algunos terrenos ejidales, Salinas tomó una medida que podría ser útil a largo plazo para ser más eficiente el campo mexicano.

Salinas fue acusado de traición a la patria por haber reformado el artículo 27, y lo mismo sucedió al discutirse la conveniencia de privatizar la Compañía Nacional de Subsistencias Populares, CONASUPO, a pesar de que todo el mundo conoce los negocios que se hacen a la sombra de esa empresa: cobro de fuertes comisiones por facilitar la importación de productos extranjeros, venta con elevada pérdida del mismo producto a los favoritos y hasta "jineteo" y robos del dinero que se debe pagar a los productores nacionales. Por supuesto, los acusadores de Salinas fueron los burócratas a quienes perjudicaría la privatización de CONASUPO y -aunque parezca increíble- las acusaciones encontraron eco nada menos que entre los contribuyentes a quienes se ha hecho creer que la diabólica institución beneficia a los pobres.

En efecto, el país tiene ganas de creer que el gobierno puede redimir a los pobres y debe hacerlo. Esta patraña surgió durante el virreinato, se reforzó con el estallido de la revolución mexicana y no se sabe si algún día podrá erradicarse, pues ahora son más numerosos los burócratas empeñados en difundirla.

Una causa más palpable de la miseria que aflige a los mexicanos es el número de burócratas que deben sostener, el cual, sólo por lo que se refiere a los afiliados al ISSSTE, pasó de 134,352 en 1962 a 430,482 en 1970, a 1,086,872 en 1976, a 1,582,114 en 1982, a 2 millones 100,000 en 1988 y a 2,250,000 cuando terminó el mandato de Salinas, pese a que el número debió haber bajado por la publicitada supresión de algunas dependencias federales. Más aún, durante el sexenio de Salinas la tajada del presupuesto federal dedicada al pago de la nómina burocrática pasó del 23.2% en 1988 al 40.2% en 1994 sin que surgiera un clamor público de censura, pues la gran aspiración de la mayoría de los mexicanos parece seguir siendo la de beneficiarse con algún gaje burocrático.

Las cifras no incluyen a las fuerzas armadas, ni a los empleados de las paraestatales, ni a los empleados supernumerarios. Conservadoramente se puede calcular que el gran total asciende a más de cuatro millones, de los cuales por lo menos la mitad no desempeñan ningún trabajo útil si es que no resultan nocivos. Tal es el caso de los pequeños burócratas que acechan tras sus ventanillas la oportunidad de extorsionar a los ciudadanos cobrándoles "mordida" por poner un sello o simplemente por no inventar dificultades para los trámites, pues esos individuos impiden que mucha gente abra negocios creadores de empleos productivos, y por ello millones de mexicanos queden condenados a no tener ni quien los explote -si se admite que todo es una explotación- y obligados a marchar a Estados Unidos en calidad de braseros indocumentados.

Como las cucarachas, los burócratas que viven de fastidiar a los ciudadanos independientes suelen ser más perjudiciales por lo que echan a perder que por lo que se comen. El elevado costo de los trámites, más los altos impuestos, desestimula la creación de empleos en el país, y la abundancia de burócratas de mediana o alta categoría que han amasado desde capitales importantes hasta inmensas fortunas constituyen un constante recordatorio de que el gran negocio que puede hacerse en México es el de medrar desde el gobierno. Los que se resuelven a intentar la creación de una empresa industrial o comercial suelen ser vistos como tontos o ilusos y de esta manera se desestimula aún más la actividad productiva.

Salinas emprendió un esbozo de reforma administrativa mediante el cual las cinco leyes con 895 enredosos artículos que regulaban la actividad agropecuaria fueron reducidas a dos leyes con 230 artículos; los 118 artículos de la antigua ley federal de pesca bajaron a 30; la ley de turismo bajó de 108 artículos a 55; la ley forestal de 90 a 58, la minera de 109 a 59 y las cuatro leyes que permitían al gobierno intervenir en la economía, con 113 artículos, fueron fundidas en una sola con 39 artículos. Salinas merece un aplauso por esta labor y sólo se le debe censurar que no haya agilizado más los trámites ni haya procurado que los inspectores dejen de molestar a los ciudadanos que operan dentro de la ley.

Hasta dónde se puede atribuir a Salinas la culpa de que siga prevaleciendo la miseria en México, y hasta dónde recae la responsabilidad sobre la sociedad mexicana por no haber sido capaz de controlar a sus gobernantes, es una cuestión que podría discutirse largamente y desde varios ángulos, pero la conclusión definitiva debe ser que el problema data de siglos y que, al no resolverlo, la culpa no fue toda de Salinas. Si Salinas dejó al país sumido en la miseria, también es cierto que no lo recibió en la opulencia ni mucho menos.


(Tomado de: Ayala Anguiano, Armando - Salinas y su México. Contenido ¡Extra! México de carne y hueso. Segunda parte. Deslinde de culpas. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1995)

viernes, 14 de julio de 2023

Armando Jiménez y las ánimas en pena

 


Las ánimas en pena

Todos los pueblos han pasado por una etapa de supersticiones en que la gente cree en la existencia de fantasmas. Pocos países se han liberado totalmente de esas supercherías y México, por desgracia, no está entre ellos. Por desgracia, por una parte, pero por fortuna, por otra, pues estas creencias han dado y siguen dando, motivo a muy interesantes leyendas. La más popular era hasta hace pocos años "la Llorona"; antes fue "el Nahual"; en la actualidad han gozado sucesivamente de renombre distintos entes sobrenaturales, inventados por personas poco respetuosas que, aprovechándose del ascendiente que los espectros ejercen sobre las masas, los han utilizado para propaganda -¡hágame usted favor!- de sorteos de la Lotería Nacional.

A esa desatinada publicidad se debe que muchos creyentes hayan perdido el respeto de que los aparecidos gozaban en épocas idas. En efecto, por los incontables relatos de antaño que González Obregón y de Valle-Arizpe consignan en sus libros, tocante a espantosos seres de ultratumba, hemos de inferir que éstos tendrían asustados a nuestros asombradizos predecesores, en grado tal, que suponemos sería punto menos que desconocido, en aquellas épocas, el estreñimiento. Antes bien, con tantas terríficas brujas y ánimas del purgatorio nuestros infelices abuelos cumplirían esa humilde función fisiológica, sin la cual no hay dicha posible en este mundo, con más frecuencia que la estrictamente requerida.

Pero hagamos a un lado las impúdicas cuestiones escatológicas, que a nada bueno conducen, y continuemos con nuestros fantasmas.

las leyendas coloniales relacionadas con aparecidos son, en la gente de pueblo, continuación de las existentes entre los antiguos mexicanos y, en los habitantes de ciudad, reflejo o reproducción de tradiciones españolas. El mito de la Llorona tiene infinidad de versiones; una la relaciona con pronósticos que anunciaron a los aztecas el arribo de Cortés; otra la encarna en la Malinche; Sahagún la remonta a la tradición de la diosa Cihuacóatl. El propio Sahagún dice que unas estantiguas sin pies ni cabeza, que andaban rodando por el suelo y gimiendo como enfermo asustaban a los medrosos, pero que los indígenas valientes se enfrentaban a esos espíritus malignos y aún salían a su encuentro. Si alguno se topaba con el espectro arremetía y lo sujetaba fuertemente; el ánima le pedía libertad y el indio accedía a condición de que le proporcionara púas de maguey que, según nuestros antepasados, traían fortaleza y valor y hacían cautivar tantos adversarios cuantas espinas diese el aparecido. Otro espectro surgía en los tecorrales, en forma de mujer enana y con andar semejante al de un pato. Otro, con apariencia de calavera, saltaba como bola de hule del juego de pelota; uno más, que parecía difunto, tendido, amortajado, sin embargo se quejaba y gemía. Ellos eran hechura del maligno dios Tezcatlipoca, quien merece un voto de censura de todo buen mexicano por haber dejado transcurrir su vida sin provecho para él ni para la patria; carecía totalmente de sentido comercial: con la habilidad de que disponía habría conseguido en los días que corren cuando menos el cargo de jefe de publicidad de la Lotería Nacional y quién sabe si hasta el de gerente.


Ahora dejemos las cosas de la historia en santa paz e incursionemos en una popular narración, hecha en verso, que trata del espeluznante asunto de fantasmas. ¿Adivina usted, culto lector, cuál es? Claro que sí, ¡cómo no lo va a saber!: es la que escribió Margarito Ledesma, poeta ingenuo, con visión muy estrecha del mundo, dado que sólo en dos ocasiones abandonó Chamacuero, "la bendita tierra que lo vio nacer y donde vio la luz primera"; una para dirigirse a Celaya, con motivo de "un negocio del juzgado" y otra para ir a San Juan de los Lagos, a cumplir una manda por haber salido con bien cuando cayó en las profundidades de un excusado de pozo.

Seguramente que usted, culto lector, pensó en ella porque ha tenido gran divulgación.

Pues bien, esa poesía del genial Margarito no es a la que me refiero; no, sino a otra que aunque poco difundida entre gente refinada, tiene la virtud de ser más conocida en nuestro país que las de sor Juana, López Velarde, Amado Nervo y Antonio Plaza. Miles de hombres del pueblo la recitan de memoria, sin haber visto ni el forro de un ejemplar, y lo que es más, a pesar de que algunos no saben leer.

Está usted enterado, culto lector, que nos referimos a El ánima de Sayula, obra de Teófilo Pedroza cuyo original es punto menos que desconocido. Durante casi 13 lustros se han publicado muchas versiones; el autor del presente libro, por no quedarse atrás, ofrece la suya:


El siguiente cuaderno fue editado en 1947 para conmemorar el cincuentenario de la publicación del poema original.


Composición con grabados de José Guadalupe posada ilustraciones interiores de Alberto Beltrán.


En un caserón ruinoso,

de Sayula en el lugar,

vive Apolonio Aguilar,

trapero de profesión.


Hace tiempo que padece 

hambre voraz y canina 

y por eso está que trina 

contra su suerte fatal.


Cuatro tablas, dos petates,

un bacín roto, de barro, 

cuatro cazuelas y un jarro 

son de su casa el ajuar.


Su mujer y sus hijuelos,

macilentos, muy hambreados,

con semblantes demacrados, 

piden pan con triste voz. 


El pobre trapero esconde 

la cara entre la cobija 

por su suerte tan canija 

que el causa tal dolor. 


Y fijando en su consorte 

la penetrante mirada, 

con voz grave y levantada 

de esta manera le habló:


-Es preciso que ya cese 

esta situación horrible, 

vivir así no es posible,

harto estoy de padecer. 


"Me ocurre feliz idea 

que desde luego te explico; 

esta noche me hago rico 

o perezco en la función. 


"Tú sabes que en esta tierra,

entre la gente de seso, 

se cuenta cierto suceso 

que ha causado sensación. 


"Se dice, pues, que de noche, 

al sonar las doce en punto 

sale a penar un difunto 

por la puerta del panteón.


"Esto lo aseguran todos 

y mi compadre José 

me ha jurado por su fe 

que también al muerto vio. 


"Él afirma que ese muerto 

tiene la plata enterrada 

y busca gente templada 

con quien poderse arreglar. 


"Y que yo, me ha sugerido, 

deponiendo todo miedo, 

acometa con denuedo 

la empresa del fantasmón. 


"Pues bien, me siento con bríos 

para encarármele al diablo 

y ese muerto yo le hablo 

aunque fallezca después.


-Por Dios, mi esposo -le dijo 

su mujer muy afligida-, 

no juegues así la vida, 

deja a los muertos en paz. 


"Por tus hijos, Apolonio, 

no hagas caso a tu compadre 

te lo pido por tu madre, 

olvides esa cuestión.


-Aunque mi compadre tenga 

la mala fama que tiene, 

a mí nadie me detiene 

de hacer lo que quiera yo. 


"Señora: no retrocedo, 

es una cosa resuelta,

si pronto no estoy de vuelta, 

prepara mi funeral.


Exclamó, y con veloz paso,

pálido como un difunto 

salió de su casa al punto,

camino para el panteón. 


Muy lóbrega está la noche,

y al soplo del viento frío 

gimen los sauces del río 

con quejumbroso rumor. 


Camina, pues, atrevido, 

aquel hombre de faz yerta, 

y al fin se ve en la puerta 

del tenebroso panteón 


la silueta del trapero, 

que a la aventura de Dios 

va de la fortuna en pos 

hasta vencer o morir.


Por fin de repente suenan  

doce lentas campanadas,

cuyas notas alargadas 

vibran con sordo rumor.


Cruza la puerta el fantasma, 

mudo, rígido y sombrío, 

llenando de escalofrío 

al que lo mira pasar.


Tiene la cara cubierta 

con negro y tupido velo, 

y arrastrando por el suelo 

lleva un sudario también.


Aguilar, de espanto yerto, 

y erizado su cabello, 

con agitado resuello 

tras el ánima se va.


Haciendo un supremo esfuerzo, 

cual si jugara la vida,

con la voz despavorida 

en esta forma le habló:


-En nombre de Dios te pido 

me digas cómo te llamas,

si penas entre las llamas 

o vives aquí entre nos.


"¿Qué buscas en estos sitios 

donde a los vivos espantas?

Si tienes talegas, ¿cuántas 

me puedes proporcionar?"


-Me llamo Perico Surres 

-dijo el fantasma en secreto-, 

fui en la tierra buen sujeto,

mayate mientras viví.


"El favor que yo te pido 

es un favor muy sencillo: 

que me prestes el anillo 

tras el que ando siempre en pos. 


"Esas talegas soñadas 

aquí las traigo y son dos, 

y dale gracias a Dios 

que las cargo para ti." 


Al escucharlo Apolonio, 

lleva la mano al cuchillo, 

sin desatender su anillo 

que siempre cuidando está.


Al momento huyó el fantasma,

tan rápido como el viento,

tras las tapias del convento,

y allí desapareció.


Mudo de sorpresa queda 

el pobrecito trapero, 

y echando al suelo el sombrero, 

de esta manera exclamó:


-Por vida del Rey Clarión 

y por la madre de Gestas, 

¿qué chingaderas son estas 

las que me pasan a mí?


"Vengo lleno de esperanza 

a buscar aquí la vida, 

y la suerte maldecida 

me depara un lance atroz.


"No tengo yo más alhaja 

que la alhaja del fundillo,

¡y que me la pida un pillo 

que viene del más allá!


"Yo no sé lo que me pasa, 

pues ignoro con quién hablo, 

ese cabrón es el diablo 

o es mi compadre José.


"Esto que a mí me sucede 

es para perder el seso: 

si los muertos piden eso, 

los vivos ¿qué pedirán?"


Así se dijo el trapero

muy pensativo y mohino 

del pueblo tomó el camino 

y en sus calles se perdió.


Y es fama que cuando oía 

hablar del aparecido, 

receloso y precavido 

se ponía la mano atrás.


MORALEJA 

¡Ay!, lector, si alguna noche 

y por artes del demonio 

te vieres como Apolonio, 

en crítica situación,


y tropezares, acaso 

con algún ánima en pena,

aunque te diga que es buena, 

no te descuides lector, 


y para tu garantía 

pon el cuchillo delante 

y sin perder un instante 

repliégate a la pared.



Impreso por tipográfica mercantil, 1947.


(Tomado de: Jiménez, Armando - Picardía mexicana. Las ánimas en pena. Editorial Diana, S.A. de C.V. México, D. F., 2000)

lunes, 10 de julio de 2023

Ya nunca más; sin PRI


Sin PRI:

CUAUHTÉMOC, ¿EL RELEVO?


De crédulos y cándidos, los mexicanos tenemos poco: casi todo el mundo se imaginó desde el principio que la "corriente democratizadora" y la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas habían salido de las altas esferas del gobierno; luego hubo dudas cuando los ataques contra el hijo de Tata Lázaro menudearon y él tocó temas como la corrupción de Pemex y el verdadero poderío militar, pero eso acabó en el retiro de Heberto Castillo. De nueva cuenta, no hubo nadie que no estuviera seguro de que el grupo en el poder jugaba con dos barajas: Salinas o Cuauhtémoc, Cuauhtémoc o Salinas.

Los analistas imparciales están divididos. Unos consideran que la determinación estaba tomada desde el principio, y que se impulsó a Castillo para no hacer las cosas demasiado evidentes. Otros piensan que las dos postulaciones surgieron espontáneamente y se dejaron correr hasta que los estrategas del comando mayor advirtieron dos hechos: uno, la muy real y muy alarmante fuerza de Manuel J. Clouthier; dos, que el número de seguidores de Cuauhtémoc sí crecía, pero no a costa del PAN, sino a expensas del PRI.

Abundan los indicios que sugieren que los segundos estaban o están en lo cierto. A toro pasado, ¿no es verdad que la directiva del PRI y los funcionarios federales nunca le pegaron fuerte al michoacano? ¿No es cierto que los tres partidos que inicialmente integraron el Frente Democrático Nacional (el PARM, el PPS y el PST) fueron siempre de invernadero, abonados y regados con el agua y los fertilizantes que sólo hay en los canales y bodegas de la Federación? ¿No tuvo el ingeniero Cárdenas tres veces más dinero que cualquier opositor (13,800 millones contra menos de un tercio de subsidio para el PRT, para el PMS y para el PDM y nada para los panistas, que no aceptaron fondos públicos) y "buena prensa" en medios afines al PRI o de algún modo alineados con él?

Y los del revés. Clouthier arrasó por primera vez en Yucatán, pero los agentes federales sabían que le había ido inesperadamente bien en Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes, Jalisco. Luego vino el alarde en Puebla; el domingo 7 de mayo fue la "toma" de la plaza de toros de Cuatro Caminos y se comprobó que había empuje panista en el DF y en el estado de México. Siguieron Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Durango, la Macroplaza de Monterrey y, después de muchos titubeos e indecisiones, el PRI escogió el peor momento para anunciar el fallo sobre Monclova y... sobre el gobierno y su partido cayó el cierre parcial de setenta carreteras, de Chiapas a Baja California, a cargo de un panismo tan disciplinado y entrenado que no se registró en toda la república protesta formal de los automovilistas perjudicados. Luego, a mediados de junio, la "cadena humana por la democracia" llevó a las banquetas de dieciséis kilómetros de la avenida Insurgentes una multitud como nunca se había visto.

En ese momento deben haberse reanudado, si alguna vez se suspendieron, las negociaciones. Con rapidez, sin paciencia para los que quisieron poner objeción, a matacaballo: a Clouthier no lo habían detenido la campaña de prensa para impedir que lo postularan, ni las acusaciones de que estaba al servicio de los norteamericanos, ni la agresión en Ciudad Juárez en la que asesinaron a una niña, ni la falta de dineros públicos, ni las puertas cerradas de algunos medios informativos; era, es, una amenaza muy verdadera y muy grande, y había que lanzar contra ella todos los proyectiles disponibles... incluso un segundo candidato del grupo en el gobierno.

Cuauhtémoc Cárdenas respondió tal vez a la pregunta de qué pondrán en el sitio del PRI que ya no existe: pondrían las mismas siglas, u otras, con una tendencia a la izquierda, y llamarían a los pseudopriístas como Porfirio e Ifigenia para reconstruir los cuadros del partido, diseminados por Echeverría y desechados despectivamente por Jesús Reyes Herodes.

Un proyecto así se tropezó con varios peros. Uno: la candidatura "única" de izquierda no le restó votos al PAN, aunque posiblemente romperá el frente para la defensa del voto, en el que los blanquiazules parecían tener puestas muchas esperanzas, y desde luego contó en contra de Clouthier en las casillas, a la hora de las actas. Dos: consecuentemente, la maniobra tampoco aumentó el número de sufragios en favor de los candidatos del PRI. Tres: no será difícil que los jefes del PRI y del FDN se entiendan y formulen una estrategia común (si entendimiento y estrategia no existieron desde el principio), pero entre los subordinados de ambos bandos las hostilidades fueron de veras y no hubo manera de diluirlas, aunque eso no tuvo significado sino hasta después del momento crítico de la votación.

Y cuatro: ¿habrá sido enterrado del plan y le habrá dado su aprobación el cetemista Fidel Velázquez?

Y cinco: ¿qué pasará en los ámbitos financieros nacionales e internacionales si se extiende la noción de que hubo y hay un acuerdo "secreto" entre el PRI y los izquierdosos, y de que el frente cardenista de reconstrucción nacional o cualquier pancarta equivalente desplazarán al liquidado partido del gobierno y se instalarán en su lugar con igual jerarquía, parecidas atribuciones y... una media vuelta al tornillo ideológico hacia la izquierda? ¿Volverán así del extranjero los grandes capitales?


(Tomado de: Teissier, Ernesto Julio. Ya nunca más México en 1989. Política mexicana. Editorial Grijalbo, S.A., México, Distrito Federal, 1989)