lunes, 31 de julio de 2023

Matilde Montoya

 


Luchadora incansable por la salud

Matilde Montoya

(1859-1938)


Las tendencias estéticas e intelectuales europeas de la segunda mitad del siglo XIX, motivaron a algunas familias mexicanas a invertir en la instrucción de sus hijas. Si bien su educación se limitaba al hogar o las artes, fue gracias a esas nociones básicas que una de ellas, Matilde Montoya Lafragua, se atrevió a buscar para así un adiestramiento científico profesional.

Nacida el 14 de marzo de 1859 en la Ciudad de México, fue hija de José María Montoya y Soledad Lafragua y la menor de tres hermanos. Concluyó la primaria a los once años. Por influencia de su madre -quien fue auxiliar hospitalaria- quiso convertirse en partera, sin embargo, se le prohibió continuar con sus estudios hasta que cumpliera los dieciséis años.

De acuerdo con Ana María Carrillo, Matilde alteró su nombre y su fecha de nacimiento -se hizo llamar Tiburcia Valeriana Montoya Lafragua, nacida el 16 de abril de 1852- para iniciarse en la ginecobstetricia, cuya enseñanza tenía una duración de dos años más la práctica clínica correspondiente. En 1870 logró su inscripción a la Escuela de Medicina, aunque abandonó las clases poco después debido a la muerte de su padre.

Al año siguiente se trasladó a Cuernavaca por cuestiones de salud, ahí atendió con éxito un parto de alto riesgo. Esta circunstancia le ganó una invitación del gobernador para ejercer en el estado. Como no tenía título, fue evaluada por dos médicos que la declararon apta, por lo que decidió permanecer en Morelos hasta 1872.

Posteriormente volvió a la capital, continuó sus estudios y realizó las prácticas en la Casa de la Maternidad. Obtuvo excelentes calificaciones y presentó su examen general de obstetricia el 12 de mayo de 1873, recién cumplidos los 14 años, el cual aprobó por unanimidad. El Correo del Comercio la felicitó por haber realizado una evaluación lúcida y solvente. Recién egresada "pudo practicar en el Hospital San Andrés, con el apoyo del doctor Gallardo, quien la recomendó al médico Luis Muñoz, director de la sala de cirugía de mujeres. Se constituyó Muñoz en su protector, tratándola prácticamente como hija, y la instruyó en enfermedades de señoras".

Mudó su residencia a Puebla en 1875 y de inmediato ganó notoriedad entre la población femenina debido a la confianza que inspiraba. Además, aventajaba a muchos médicos gracias a su experiencia en los cuidados previos y posteriores al parto, así como en el trato del recién nacido. Su éxito provocó el celo de algunos doctores que, apoyados por El Amigo de la Verdad. Periódico Religioso y Social Dedicado a la Instrucción del Pueblo, la acusaron de atentar contra las buenas costumbres, "quitando a una joven, honra de su sexo por su aplicación y su talento, a una joven virtuosa y digna, los medios de ganar su subsistencia y la de su pobre madre, mártir también de la envidia, de la intolerancia y del atraso".

Desprestigiada por el entorno misógino, partió a Veracruz. La comunidad poblana se percató del juego mediático en que había caído y pidió su vuelta en 1880. Decidida a convertirse en doctora, se instruyó en las materias que la carrera exigía como requisito previo: "La señorita Matilde Montoya [...] se ha matriculado en el Colegio del estado de Puebla para cursar las cátedras de física y zoología. Ya que nuestros gobiernos ven con el mayor abandono la educación de la mujer, sería de desear que el ejemplo de la joven Montoya encontrase imitadoras. A falta del impulso de la sociedad, es preciso atenerse en este punto al esfuerzo individual". Una vez que cumplió con los requerimientos, realizó las gestiones necesarias para matricularse en medicina en Puebla. Apenas logró cursar algunas materias cuando una nueva campaña de calumnias en su contra la convenció de continuar su formación en la capital. Su lucha fue cada vez más ardua y ganó notoriedad en la prensa:

Grandes han sido las dificultades que Matilde ha tenido que vencer, pues siempre tropezando con el egoísmo de más de cuatro médicos que ven oscurecer el porvenir de sus ingresos, procuran poner cuanta traba han creído oportuna para que esta joven pueda llegar a obtener el título de profesora, pero el Gobierno [...] protege a la estudiosa Matilde contra los tiros de la envidia. Hoy, Matilde, con preferencia es llamada a consulta de las familias y con tanto acierto y felicidad ha logrado salvar a los enfermos, que bien pronto se ha formado una reputación inestimable. Ojalá y fuera invitada por muchas la proto sacerdotisa de la medicina en México.

En enero de 1882, el gobierno le facilitó una pensión de 30 pesos mensuales. A su traslado a la Ciudad de México se enteró que sólo podría asistir a clases como oyente, pues las asignaturas que aprobó de manera particular no eran equivalentes a las del bachillerato. A finales de marzo, El Diario del Hogar tradujo un artículo estadounidense que elogiaba la dedicación de Matilde:

Bajo la dirección de un profesor privado estudió griego, latín, matemáticas y luego solicitó el permiso de asistir a los cursos de la Escuela de Medicina de Puebla. Por fin, después de una inicua oposición, logró ver coronados sus esfuerzos obteniendo el permiso de aquel gobierno para ser admitida a las aulas de aquella Escuela en calidad de "estudiante especial". Una nueva era se abrió desde entonces para la señorita Montoya. La ciencia de Hipócrates la recibió en su seno, estudió con verdadero afán.

Porfirio Díaz, consciente de las aptitudes y la popularidad de la joven aspirante, ordenó que se le dieran las facilidades necesarias para regularizar su situación académica. Matilde correspondió a la confianza comprometiéndose a cubrir las materias que le faltaban concurriendo a las clases respectivas en la Preparatoria. Cuando parecía que por fin alcanzaría regularidad en sus estudios enfrentó una nueva calamidad:

En 1884, de manera injusta [...] la reprobó en el examen de raíces griegas el profesor Francisco Rivas, quien le hizo preguntas y tuvo omisiones indebidas. Miembros de la escuela denunciaron que antes del examen, el señor Rivas ya se había propuesto reprobarla [...]. Hubo rumores, luego desmentidos, de que tendría lugar un duelo entre uno de los detractores y uno de los partidarios de Matilde.

El asunto fue resuelto para bien cuando se decidió que la prueba se aplicaría de nuevo con un examinador imparcial. El machismo rampante intentó frenar el ascenso de Matilde y menospreciar su ejemplaridad para que su influencia no se extendiera hacia las nuevas generaciones. El doctor Luis E. Ruiz, famoso durante el porfiriato, intentó disuadir a las jóvenes de explorar nuevos horizontes académicos:

Cada sección de la humanidad tiene su objetivo bien definido. El papel de la mujer es tan fundamentalmente importante en el santuario del hogar, que cualquier otra actividad a que quisiera consagrársele (por importante que se suponga) sería miserable en comparación de sus grandiosos deberes domésticos [...] y siendo así se le debe educar e instruir, lo más posible, no para que compita con el hombre y lo aventaje; sino para que desempeñe, lo mejor que sea dable, su valioso papel.

Matilde se alejó de las polémicas y, a través de su empeño, ganó la simpatía de buena parte de sus compañeros que, enfrentados a sus malquerientes, fueron conocidos como "Los Montoyos". Muchos sectores sociales observaron con atención el desarrollo de la estudiante, más aún cuando se supo que había solicitado la fecha de titulación.

Se presentó a evaluación los días 24 y 25 de agosto de 1887. El sínodo que la examinó estuvo integrado por eminencias del gremio: Máximo Galán, José G. Lobato, José María Bandera, Fernando Altamirano, Nicolás Ramírez de Arellano, Tomás Noriega y Manuel Gutiérrez. La tesis que escribió se tituló Técnicas de laboratorio en algunas investigaciones clínicas, en ella estudió el tema de la bacteriología. También exhortó a sus colegas a explorar nuevas posibilidades para la cura de las enfermedades infecciosas para que, como médicos, merecieran el "honroso título de defensor de la humanidad doliente".

Acudió al evento Porfirio Díaz acompañado por los miembros más relevantes de su gabinete: "Durante dos horas interrogaron a Matilde acerca de la escarlatina, las afecciones cardíacas, la microbiología y la higiene, no se oyó ni el sonido de la respiración de los concurrentes. Ella contestó con voz trémula a la primera pregunta, pero después, su aplomo dejó ampliamente complacido a su jurado. [...] Al final del interrogatorio se escuchó un prolongado aplauso en la galería y los corredores del edificio".

Al día siguiente Matilde se presentó al hospital de San Andrés para enfrentarse a la parte práctica de su examen. Acompañada por un grupo de especialistas, la joven recorrió distintas habitaciones en las que se hallaban postrados enfermos con diferentes síntomas que ella debió diagnosticar. En la última etapa mostró sus habilidades con el bisturí.

Para algarabía de sus admiradores, aprobó con honores; "Sustentó examen la señorita [...] Montoya, la primera de su sexo que en México obtiene la aprobación del jurado para ejercer la medicina, cirugía y obstetricia." Los diarios la celebraron con artículos y poemas alusivos. "Matilde Montoya [...] dice a la mujer despierta, deja esa vida de inutilidad, que nada hay imposible cuando la fuerza de voluntad se sobrepone a los obstáculos". A pesar de que era costumbre hacer entrega del título profesional días después de la prueba, a Matilde se le otorgó de inmediato, como una cortesía a la primera médica mexicana. Concluidos los actos protocolarios, los asistentes hicieron una valla para escoltar su salida.

Su logro cambió significativamente la dinámica de los roles de género, pues fue prueba fehaciente de que la inteligencia femenina no tenía nada que envidiar a la del hombre:

Por usted ya saben que la verdadera emancipación de la mujer, por medio del estudio y de la ciencia, es un hecho práctico y tangible. Por usted saben también que ni las dificultades han sido bastantes para hacer vacilar la fe ciega que animaba su alma, y que ha luchado usted contra la miseria misma, venciéndola con heroico esfuerzo, y enalteciendo más su carrera a medida que mayores y más graves tropiezos parecían oponerse a su feliz terminación. Aunque no se considerara el nobilísimo sacrificio de usted sino bajo el punto de vista de la enseñanza y del ejemplo, con eso nada más habría usted merecido el bien de sus semejantes, y especialmente de la mujer mexicana.

Las publicaciones especializadas fueron indiferentes al triunfo de Matilde. Esta reacción fue para ella una advertencia de las dificultades que debería sortear para incursionar de lleno en la práctica de la medicina: "No era natural que Matilde se entregara al estudio de una profesión tan chocante y tan poco de acuerdo con las inclinaciones de su sexo, que por instinto repugnaba los espectáculos cruentos, al que aterrorizaba la efusión de sangre, y que se apartaba con asco indomable de la inmunda plancha del anfiteatro anatómico y del pobre lecho del hospital caritativo."

Los años posteriores fueron arduos en trabajo pues, al igual que su madre, concebía la medicina como una vocación más humanitaria que lucrativa, por lo que decidió atender dos consultorios, uno de los cuales era gratuito. Aunque no hizo contribuciones determinantes al desarrollo de su disciplina, fue muy querida por sus pacientes, compuestos en su mayoría por mujeres y niños.

Su vida personal tampoco correspondió al estereotipo de la mujer de su siglo. Permaneció soltera, quizás por elección o por los prejuicios de sus contemporáneos. Pese a todo, Matilde "soñaba con la maternidad, pues adoptó entonces a ciertos jóvenes, hombres y mujeres. [...] Con excepción de Esperanza Herrera Vega, estos muchachos fueron muy ingratos con ella e incluso la negaron".

En los primeros años del siglo XX su nombre era referencia obligada cuando se mencionaba a las profesionistas. En 1901 celebró una fiesta para conmemorar el aniversario de su titulación: "Muy debido fue, pues, el homenaje que sus amigas íntimas le presentaron en estos días y que no es más que el premio adjudicado a la perseverancia en la vocación, virtud de la que muchos hombres están desprovistos, por lo que vagan indecisos y desorientados en busca de un equilibrio estable."

El cambio de siglo también dio lugar a una virulenta campaña en contra de la emancipación femenina, pues muchos aseguraban que con ella se alteraría el equilibrio social. El menosprecio del que fueron víctimas no logró impedir que, impulsadas por Matilde, seis mujeres más se convirtieran en doctoras entre 1890 y 1910.

Una vez que estalló la Revolución y fiel a su concepción de la ciencia médica, Matilde recorrió incansablemente la capital intentando salvar cuantas vidas pudiera. Todavía durante la guerra, profesó un feminismo moderado y se valió de sus conocimientos científicos para desmentir muchos de los mitos sobre la sexualidad femenina.

Concluida la lucha armada siguió trabajando hasta 1937, año en que se retiró para atender su salud. En agosto "diversos grupos de mujeres intelectuales, como la Asociación de Médicas Mexicanas, la Asociación de Universitarias Mexicanas, el Ateneo de Mujeres [...] celebraron en la sala Manuel M. Ponce su jubileo profesional -es decir los cincuenta años del inicio del ejercicio de profesión".

Falleció el 26 de enero de 1938 en Mixcoac. La comunidad científica llenó los periódicos de condolencias por la pérdida de la primera mujer médica cirujana. Varios colegas suyos presidieron el cortejo fúnebre, al que también acudieron sus admiradoras, para quienes Matilde fue un ejemplo de entereza y probidad, aunque su nombre no adorne una esquina de la ajetreada colonia Doctores.


(Tomado de: Adame, Ángel Gilberto - De armas tomar. Feministas y luchadoras sociales de la Revolución Mexicana. Aguilar/Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. de C. V. Ciudad de México, 2017)

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