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jueves, 7 de julio de 2022

El Raffles mexicano

 


Para fugarse de una prisión, además de la oportunidad y la suerte que juegan importantísimo papel, es necesario tener sangre fría y astucia o, en su defecto, recurrir a la violencia.

Pruebas de todo constan en cada evasión conocida en cualquier parte del mundo.

En muchas ocasiones la oportunidad puede provocarse, pero la suerte viene por sí sola o no llega nunca y la astucia va adentro del individuo que, si no la tiene, tampoco le llegará jamás.

La violencia es el argumento de todos los que en el momento crucial no tuvieron ni la suerte, ni la ocasión, ni el talento para consumar una huida en forma pacífica y efectiva.

Hace alrededor de cuatro décadas hubo en México un delincuente a quien por su forma de actuar se le bautizó como "Raffles Mexicano" o "Manos de Seda".

El verdadero "Raffles", hampón a la alta escuela, operó en los más escogidos centros de reunión de la alta sociedad europea y los beneficios que obtuvo con esas ilícitas actividades fueron enormes, disfrutando de ellos como el gran señor que nunca fue.

Pero hablábamos de Roberto Alexander Gros, el "Raffles Mexicano", quien llenó una larga página de fechorías a lo largo de varios años.

Los miembros del hampa decían que este delincuente podía considerarse de los mejores en su especialidad, porque era "limpio" para realizar sus ilegales actividades.

Vestía apropiadamente y era simpático, lo que le facilitaba, en un gran porcentaje, el llegar a los lugares en donde podía operar con grandes beneficios.

Era capaz de sustraer la cartera de una persona sin que ésta se percatara, no obstante estar avisado de la presencia del ladrón, de ahí nació el mote de "Manos de Seda".

Su especialidad era precisamente el robo en grande escala, ya que no le importaba apoderarse de pequeñeces. El iba tras las grandes joyas, fuertes cantidades de dinero, relojes finos y todas esas cosas, inclusive antigüedades, adornos y no se diga el oro.

Los golpes asentados por Alexander habían sido muchos y en gran escala, pero para su suerte siempre había logrado salir avante, logrando hacer una fortuna de cierta consideración.

Pero la ambición lo acabó, como siempre suele suceder en la vida.

Una de sus actividades consistía en infiltrarse en los grandes hoteles de la capital y en ocasiones enamorando a las mucamas y en otras repartiendo dinero, lograba tener acceso a las suites, en donde el caudal existente era en grande.

Todo comenzó cuando la policía se percató de que esos robos cuantiosos en hoteles se sucedían con demasiada frecuencia y, desde luego, se pensó en que alguna banda de argentinos o colombianos se había colado a México y estaba haciendo de las suyas.

Se estableció fuerte vigilancia en todos los hoteles de lujo, en los grandes restaurantes y en todos los puntos de reunión donde la gente adinerada podía llegar, pero los robos continuaban y no se sabía quién era el autor.

Como todos los delincuentes que se sobreestiman y consideran ser tan superiores a la policía, que jamás caerán en sus manos, Alexander llegó a ese momento.

Sabía de la facilidad que tenía para practicar el famoso "dos de bastos" (introducir los dedos índice y medio en los bolsillos ajenos para sacar la cartera) y pensó que nunca nadie lo descubriría.

Cuidando siempre su apariencia lograba penetrar en los lugares que le interesaban, sin que nadie pensara que se trataba de un ladrón y eso le ayudaba.

Una mañana logró burlar la vigilancia establecida en el hoy desaparecido Hotel Regis y se coló a los pisos superiores en donde, sabía, la servidumbre estaría haciendo el arreglo de los cuartos y suites.

Pensó que era el momento de dar el gran golpe de su vida y se dedicó a dar los pasos para ello 

Sin contratiempo forzó algunas cerraduras, simplemente al azar, adivinando, con su experiencia, que en tal o cual cuarto habría valores. Con ayuda de su ganzúa y demás equipo capaz de abrir lo más difícil de las puertas, pudo entrar a seis habitaciones.

En unas encontró alhajas, en otras un magnífico reloj de una dama olvidadiza que por salir de prisa lo dejó sobre el buró, y en otras más, dinero.

Alexander estaba feliz de la vida porque el éxito logrado aquella mañana no lo había tenido en mucho tiempo, y le permitiría disfrutar por un buen tiempo de la buena vida sin tener que trabajar.

Los bolsillos del "Raffles" estaban materialmente repletos de los objetos robados cuando decidió que era tiempo de abandonar el hotel, porque si robaba más ya no tenía en dónde guardarlo y podía ser descubierto.

Se encaminó hacia los elevadores, pero entonces, una sagaz y cumplida encargada de piso lo vio con cierta extrañeza, y como no recordara haberlo visto en calidad de huésped pensó que se trataba de un ladrón.

Obviamente, la muchacha no estaba muy equivocada, pero todavía temerosa de cometer un garrafal error que le pudiera costar el empleo y tal vez hasta algo más, se acercó hasta el sujeto que en esos momentos abordaba el elevador que había llegado a la llamada que se hiciera con el timbre.

"¿Perdón señor, está usted alojado en este piso?", inquirió la joven, y la pregunta muy a pesar de la sangre fría, aplomo y experiencia del bandolero, lo puso a temblar.

Sorprendido no supo qué responder, titubeó y hasta cambió de color.

Esto dio la pauta a la empleada de que su olfato detectivesco no había fallado y que estaba ante un delincuente de alta escuela.

Viajaban los dos solos en el elevador, que descendía con rapidez, y Alexander ya no supo qué hacer.

Quizá pensó en que al llegar a la planta baja podría correr y alcanzar la calle con facilidad, pero apenas se abrieron las puertas del elevador, en el piso bajo, la joven comenzó a gritar que había un ladrón, pidiendo la ayuda del equipo de seguridad.

En menos tiempo del ocupado para narrar esto los agentes ya estaban preguntando a la joven qué sucedía y ésta, narrando lo que descubriera, señaló al "Raffles" y los de vigilancia lo detuvieron.

El hampón debe haber sentido que toda la construcción le daba vuelta por encima de su cabeza y que se le derrumbaba en un anticipo de lo que acaecería el 19 de septiembre de 1985, con el terremoto.

Alexander fue llevado a un compartimento en donde se le pidió volteara sus bolsas al revés, e inclusive que se desnudara.

El delincuente sabía que estaba perdido. Ni siquiera opuso resistencia, aun cuando de nada le hubiera servido, y así fueron saliendo anillos, costosas medallas, relojes, dinero, dólares, plumas fuente, mascadas de fina seda e infinidad de cosas de valor.

"Raffles" estaba perdido y fue consignado de inmediato, relatando ante los agentes policiacos todas las fechorías que había consumado y en dónde.

Poco o nada se pudo recuperar de los robos anteriores, porque por protección no se dejaba objetos en su poder, excepción hecha del dinero que no tiene marca de propiedad alguna.

Poco después el delincuente de alta escuela estaba en el lóbrego y triste Palacio Negro de Lecumberri.

Los barrotes de las crujías no iban a ser impedimento para que él retornara a la libertad, pensó al llegar al presidio, e inmediatamente comenzó a planear cómo sería su fuga y a estudiar los "puntos débiles" de aquel temido penal.

Alexander no dejaba de estudiar todos los movimientos y cada rincón de la cárcel, ocupando todo su tiempo en ello y así descubrió que un punto vulnerable podía ser el momento de la salida de los visitantes.

Días después ya estaba formado en la cola de las mujeres que salían después de visitar a algún pariente. Por supuesto, vestido de mujer.

El "Raffles" fue ayudado por un celador y logró su objetivo.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que volviera a lo que en verdad era el sitio que le correspondía: la cárcel.


(Tomado de: Aquino, Norberto Emilio de - Fugas. Editora de Periódicos, S. C. L., La Prensa. México, D. F., 1993)


lunes, 7 de marzo de 2022

El enemigo público número uno de México

 


94

El enemigo público número uno de México

En la década de 1980 la sociedad recibió la noticia de un asalto de banco, pocos días después de otro que había sido llevado a cabo con el mismo estilo: espectacular, atrevido, violento y despreocupado. Ambos casos incluían un descarado desafío a la Policía.

El nombre del autor de ambos asaltos era Alfredo Ríos Galeana, de quien empezó a oírse en todos lados y sobre quien comenzaron a correr cientos de rumores. Para el momento de su aparición, Ríos Galeana ya era algo conocido: en los años setenta había sido comandante del temido Barapem (Batallón de Radio Patrullas del Estado de México), disuelto por órdenes del gobernador en turno a causa del gran número de quejas que habían sido pronunciadas por las arbitrariedades cometidas. 

Fue al quedarse sin trabajo, dicen los que saben, que Ríos Galeana organizó una banda delictiva para continuar con sus actividades ilícitas, pero ahora en forma privada. Sus conocimientos policiales le permitían estar siempre un paso adelante de sus perseguidores, aunque según el rumor, esto lo lograba gracias a que tenía infiltrados todos los cuerpos del orden.

La fama de Ríos Galeana, por supuesto, creció con cada golpe que asestó su organización que, según la gente, estaba compuesta por despiadados y sanguinarios asesinos, todos los cuales portaban armas de oro. En total, la banda de Ríos Galeana asaltó veintisiete bancos en un periodo de siete años, de 1981 a 1988. Y se dice que se sabía tan bueno que hasta tenía el descaro de advertir a la Policía sobre sus próximos robos.

La presión política y el asesinato de policías obligaron a los altos mandos a perseguir a Ríos Galeana como si se tratara de una fiera salvaje escapada de un zoológico. Tantos fueron los esfuerzos que lo detuvieron en varias ocasiones, aunque siempre era para verlo escapar. La primera vez fue en 1983, la segunda en 1984 y la tercera en 1985. Esta última la Policía lo encerró en el Reclusorio Sur, de donde Ríos Galeana escapó cuando diez de sus cómplices lanzaron una granada de mano en medio del tribunal que lo condenaría.

Así, la leyenda creció y creció, y con ella los rumores: se llegó a decir que Ríos Galeana había usurpado la personalidad del famoso cantante vernáculo conocido como el Charro del Misterio, que imitaba encapuchado a Javier Solís. Mientras tanto, su carrera delictiva continuaba en la ciudad de México y en los estados vecinos. Para entonces ya se le acusaba de robo, asociación delictuosa, porte y acopio de armas, homicidio, falsificación, evasión de presos y ataques sexuales.

Ríos Galeana cometió su único error a los sesenta y ocho años. Refugiado en Los Ángeles, California, decidió sacar una licencia de conducir. La Policía de esa ciudad lo detuvo y lo denunció ante su homóloga mexicana. Hasta ese momento, en 2005, había vivido en Estados Unidos casi veinte años, sin mayores sobresaltos ni preocupaciones, con los hábitos de un hombre de familia, como correspondía a un miembro de su congregación anglicana. El hombre de los mil rostros, por las cirugías plásticas a las que se sometió para evadir a la justicia, finalmente fue atrapado. A pesar de su edad avanzada, quienes lo consideran el enemigo público número uno de México siguen esperando oír que Ríos Galeana acaba de escapar de la cárcel. [murió el 4 de diciembre de 2019].


(Tomado de: Marcelo Yarza - 101 Rumores y secretos en la historia de México, Editorial Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2008)

viernes, 6 de septiembre de 2019

Asaltantes de canoas son atrapados, 1842

1842

Asaltantes de canoas son atrapados


[Basado en: “Ejecución de justicia”, Unipersonal del Arcabuceado, pp. 159-160]


La Ciudad de México tuvo un paisaje acuático desde su origen y lo conservó hasta principios del siglo XX, época en que concluyó, prácticamente, la navegación como forma de transporte.
Resulta difícil imaginar una ciudad acuífera; es curiosa la referencia que hace, en el siglo XVII, Miguel de Cervantes Saavedra, en su obra El Licenciado Vidriera:


[...] desde allí embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad que de no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante: merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran Méjico, para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quien se le opusiese. Estas dos famosas ciudades se parecen en las calles, que son todas de agua: la de Europa, admiración del mundo antiguo; la de América, espanto del mundo nuevo.


Por toda la ciudad podían verse las canoas y barcas que transitaban por los canales y las acequias que cruzaban por todas partes, comunicando la ciudad con Xochimilco, Chalco, Iztacalco y Mixquic. Esta forma de transporte era fundamental para el transporte de los alimentos que, por lo general, procedían de esas zonas.
La urbe se encontraba llena de canales y vías fluviales a través de los lagos de Texcoco, Chalco, Xochimilco, Zumpango y Xaltocan.
Guillermo Prieto describe un viaje por uno de los canales más famosos de aquel tiempo:


En un galope estábamos en La Viga; colocamos en el balcón de piedra que forma la garita sobre pel y lo vimos cubierto, tapizado de flores; debajo de las flores desaparecían las aguas. Los conductores de las canoas, todos tan alegres, tan presurosos de llegar a sus destinos; varias familias en simones madrugadores, en coches particulares y a caballo también [...] A las seis de la mañana parte de aquellas innumerables canoas, ya están en destino.
Generalmente se estacionan en la parte del canal que va desde el Puente de San Miguel de la Leña, es decir, espalda de la calle de Quemada, Convento de la Merced y Callejón de Santa Ifigenia. En las aceras que forman estas calles, cuyo centro ocupa el canal, hay balcones coronados de espectadores y de damas, perfectamente vestidas [...]


En estos espacios, el coronel Francisco Vargas acompañado de un piquete de tropa logró capturar a una peligrosa banda de asaltantes.
Los primeros ladrones apresados fueron el español Abraham de los Reyes y su cómplice Cipriano Márquez, acusados de atracar, en octubre de 1842, las canoas que circulan por Chalco.
Cuando estaba por concluir el proceso judicial, el gachupín delató al resto de sus cómplices, designando los más variados delitos cometidos. Se trataba de Cipriano Márquez, Francisco Ramírez, José Antonio González, Vicente Tovar, Francisco Tapia, José Trinidad Contreras, Gorgonio Guzmán y Guadalupe Sánchez. 
Cipriano Márquez, comerciante, guardia auxiliar de Mexicalcingo, era capitán de varias cuadrillas de delincuentes con quienes se reunía para atracar en la mojonera del camino de San Ángel, al pueblo de Coyoacán, lo que no pudo realizarse pues no llegaron todos los ladrones que esperaban. No ocurrió lo mismo en el pueblo de Culhuacán, en donde saquearon la casa de don José Manuel Rodríguez a quien robaron más de nueve mil pesos. Días después, esta misma cuadrilla robó una mula cargada de cobre de antigua moneda en el pueblo de Huichilaque. Así mismo, Confesó haber sido responsable de la balacera suscitada durante más de dos horas a las canoas de Chalco, el 8 de diciembre pasado.
Cómplice de los anteriores, era un reo que se había fugado de la cárcel, de nombre Francisco Ramírez, de oficio carpintero, que al ser atrapado se le descubrió como la persona que había robado a dos pasajeros en la mojonera del camino a San Ángel.
El cuarto ladrón atrapado fue Antonio González, sin oficio, acusado de los asaltos efectuados el 12 y 13 de diciembre en los montes de Canales, Cruz del Marquéz y de Fierro del Toro. También tenía causa pendiente por hurto en los juzgados de Toluca y Tenancingo.
Vicente Tovar, de oficio carpintero, fue denunciado debido a los asaltos a que por espacio de cinco días dieron a innumerables pasajeros en Cerro Gordo y demás parajes del camino a Cuernavaca, batiéndose con la tropa comandada por el general Jerónimo Cardona. En junio, asaltó una tienda del barrio de los Reyes, en Coyoacán; entre el 9 y el 11 de septiembre atracaron a una multitud de pasajeros de San Agustín de las Cuevas, robándose en el peaje de Cerro Gordo las armas y dinero colectado; el 19 del mismo mes asaltó a tres pasajeros en la mojonera de san Ángel; el 26 concurrió al atraco de José Rodríguez, en Culhuacán; el 8 de octubre asaltó en la zona de “más arriba”, a todas las canoas de Chalco; más tarde hizo lo mismo en el Carrizal de Ixtacalco, cuando secuestró cinco canoas trajineras desarmando a la tropa que las escoltaba; el 31 de octubre participó en el robo de más de cincuenta personas en “El Cuernito”, arriba de Tacubaya, entre cuyos pasajeros se encontró el cura del pueblo de Santa Fe y a quienes quitaron con violencia el dinero, ropa y caballos que tenían. Así mismo, confesó una media docena de asaltos más, además de ser desertor del ejército.
A Francisco Tapia de oficio carnicero y de veintiséis años, se le responsabilizó del atraco a la diligencia en las inmediaciones de Huichilaque, de los asaltos del Cuernito y Fierro del Toro e igualmente, de ser desertor de la brigada ligera de artillería.
José Trinidad Contreras, de ejercicio herrero y de veintidós años, fue denunciado como concurrente al repetido asalto de Fierro del Toro y preso por complicado en el atraco que el 6 de abril dieron ocho individuos a Bernardo Herrera en su casa, sita en la 2a. Calle de Vanegas y desertor del octavo regimiento de caballería.
Gorgonio Guzmán, de ejercicio zapatero y de veinticinco años, fue cómplice en los asaltos de la mojonera de San Ángel, del de Culhuacán y del efectuado en Fierro del Toro.
Guadalupe Sánchez, de veintiséis años, era el guía de los pillos y concurrente a los asaltos del camino a Cuernavaca, a los de la Cruz del Marquéz y Monte de Canales, con el agregado de desertar dos veces del regimiento ligero de caballerías, una de ellas con circunstancia agravante.
Al realizarse las aprehensiones, se practicaron las diligencias y se comprobaron los delitos. Los criminales confesaron con el mayor cinismo su culpabilidad, en cuya virtud, el consejo de guerra ordinario los condenó a la pena del último suplicio.


(Tomado de: Sánchez González, Agustín - Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el siglo XIX. Ediciones B, S.A. de C.V., México, D.F., 2006)

martes, 20 de agosto de 2019

Príncipe en cueros


1846
Príncipe en cueros


[Basado en: Leopoldo Zamora Plowers, Quince Uñas y Casanova. Aventureros, tomo I, México, Patria, 1984. pp. 404-406]


Por aquel tiempo llegó clandestinamente a México un príncipe español, don Enrique de Borbón, hermano de Francisco de Asís, esposo de la reina Isabel II. Huía porque su abuela se había opuesto a que se casara con una plebeya.
Quizá nadie se hubiera enterado de tal suceso, de no haber sido porque don Enrique fue asaltado en Ojo de Agua.
La forma en que el príncipe se presentó en Palacio Nacional fue por demás cómica: en paños menores y exigiendo al presidente [Mariano] Paredes, en nombre del gobierno español, castigo a los responsables del ultraje cometido a su persona.
El príncipe Enrique andaba en calzoncillos gritando:
-¿Sois acaso el general Paredes, virrey de México? ¿Sabéis quién soy? De primeras, un viajero despojado de sus ropas lo bandidos de camino real, que venía alegre y confiado por esos caminos de Dios, desde la Villa Rica de la Vera-Cruz, a esta capital de la Nueva España. Y mirad, ¡que me han dejado como me parió mi madre!
El presidente Paredes le pidió que se quejara con la policía.
-¡Pero es que soy, qué puñetazos, el príncipe don Enrique en viaje de incórnito!  
La sorpresa fue mayúscula. Algunos se pusieron en pie y reverenciaron. Alguien gritó:
-¡Sacrilegio! ¡El rey, desnudo!
De inmediato fue llamado el ministro español para reconocer a su majestad, pero este no logró hacerlo, por lo que le pidió su pasaporte.
-¡Hacedme el favor, ministro! ¿Creéis que guardó mis títulos en el mulo? ¡Si todo se lo han llevado! Daba por ellos mil onzas que vos pagaríais y tan mastuerzos los bandidos, que no quisieron.
En esas estaban cuando apareció un asistente del presidente Paredes, con una carta dirigida a él, que leyó de inmediato:


Traidorcillo general:
Cogimos en el camino al llamado príncipe don Enrique, tal vez sea uno de los que ustedes pretenden hacer rey de México. El sujeto llora como mujerzuela, con tanto miedo, que en verdad no nos gusta el candidato. Para llorones, tuvimos bastante con el Moctezuma. Pudimos haberlo retenido en rehén; pero consideramos que era mejor mandároslo así, desnudo, a fin de que vayan ustedes conociendo a su rey, hasta en calzoncillos para que no los engañe. Y con el objeto de que compruebe usted que sí es el príncipe, aunque encuerado, ahí le modo sus títulos.
El capitán de los bandidos santanistas,
LUGARDO DE LA CUEVA


Ante ello, Paredes se disculpó, ofreció su capa para cubrir sus desnudeces al príncipe, que confesó que andaba por estas tierras huyendo de su abuela.
Esto último salvó al país de un escándalo mayor y de una nueva conflagración con la antigua metrópoli, ahora que pocos años atrás había reanudado relaciones y reconocido al gobierno mexicano.


(Tomado de: Sánchez González, Agustín - Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el siglo XIX. Ediciones B, S.A. de C.V., México, D.F., 2006)

viernes, 2 de noviembre de 2018

Corrido de Chucho el Roto

Corrido de Chucho el Roto

(Anónimo)
 
 

A la cuadrilla
de Chucho el Roto
un hombre honrado,
se incorporó,
porque aquel jefe,
que era un valiente,
siempre triunfó.
 
Bandolero, bandolero,
que tienes el corazón
más noble
que el de un caballero.
 
En muchos lances
comprometidos,
triunfar hiciste
tu decisión,
y con el arma
no descuidada,
honores diste
a tu legión.
 
En los peligros,
más complicados
demuestras siempre
tu gran valor,
y con audacia
de hombre completo
tremolas siempre,
tu pabellón.
 
Nunca dejaste
que la perfidia
manchara al bravo
que compasivo,
con los humildes,
fuiste mil veces
su salvador.
 
Con sus hazañas,
de hombre afamado
a las mujeres
cautivas fiel,
porque eras digno
como bandido,
y tu palabra siempre valió.
 
Muy generoso,
siempre con maña,
en mil asaltos,
venciste al fin.
Jamás de nadie
quedas burlado,
y en los peligros
vences doquier.
 
Con los humildes
fuiste un hermano,
secas su llanto,
dales hogar,
y con semblante
de buen cristiano,
siempre de todos
te hiciste amar.
 
Bandolero, bandolero,
que tienes el corazón
más noble
que el de un caballero.

Jesús Arriaga, mejor conocido como Chucho el Roto, nació en la calle de Manzanares, del barrio de La Merced, en la ciudad de México y fue el bandido urbano más famoso del México de las postrimerías del siglo XIX.

El ingenio caracterizó los robos de Chucho el Roto, ya que la mayoría de sus asaltos los efectuó utilizando disfraces y engaños, tratando siempre de evitar, en lo posible, el uso de la violencia. El disfraz preferido de Jesús Arriaga fue el de aristócrata porfirista, personaje al que popularmente se conocía como Roto o Rotos, de ahí el sobrenombre de Jesús Arriaga.


Parte del producto de los asaltos de Chucho el Roto se destinó a ayudar a gente menesterosa, lo que ganó a Jesús Arriaga una gran popularidad en la ciudad de México, misma que fue compartida por sus compinches: La Changa, El Rorro y La Fiera.

Chucho el Roto fue aprehendido por la policía de la ciudad de México y trasladado a la cárcel de San Juan de Ulúa, donde murió en 1895.


Las hazañas de Chucho el Roto, fueron el tema de la más larga radionovela seriada mexicana, así como de varias versiones de películas cinematográficas, al igual que obras de teatro, corridos e historietas.


(Tomado de: Antonio Avitia Hernández- Corrido Histórico mexicano (1810-1910) Tomo I)




Capítulo 1 de la radionovela, XEW: