martes, 20 de agosto de 2019

Príncipe en cueros


1846
Príncipe en cueros


[Basado en: Leopoldo Zamora Plowers, Quince Uñas y Casanova. Aventureros, tomo I, México, Patria, 1984. pp. 404-406]


Por aquel tiempo llegó clandestinamente a México un príncipe español, don Enrique de Borbón, hermano de Francisco de Asís, esposo de la reina Isabel II. Huía porque su abuela se había opuesto a que se casara con una plebeya.
Quizá nadie se hubiera enterado de tal suceso, de no haber sido porque don Enrique fue asaltado en Ojo de Agua.
La forma en que el príncipe se presentó en Palacio Nacional fue por demás cómica: en paños menores y exigiendo al presidente [Mariano] Paredes, en nombre del gobierno español, castigo a los responsables del ultraje cometido a su persona.
El príncipe Enrique andaba en calzoncillos gritando:
-¿Sois acaso el general Paredes, virrey de México? ¿Sabéis quién soy? De primeras, un viajero despojado de sus ropas lo bandidos de camino real, que venía alegre y confiado por esos caminos de Dios, desde la Villa Rica de la Vera-Cruz, a esta capital de la Nueva España. Y mirad, ¡que me han dejado como me parió mi madre!
El presidente Paredes le pidió que se quejara con la policía.
-¡Pero es que soy, qué puñetazos, el príncipe don Enrique en viaje de incórnito!  
La sorpresa fue mayúscula. Algunos se pusieron en pie y reverenciaron. Alguien gritó:
-¡Sacrilegio! ¡El rey, desnudo!
De inmediato fue llamado el ministro español para reconocer a su majestad, pero este no logró hacerlo, por lo que le pidió su pasaporte.
-¡Hacedme el favor, ministro! ¿Creéis que guardó mis títulos en el mulo? ¡Si todo se lo han llevado! Daba por ellos mil onzas que vos pagaríais y tan mastuerzos los bandidos, que no quisieron.
En esas estaban cuando apareció un asistente del presidente Paredes, con una carta dirigida a él, que leyó de inmediato:


Traidorcillo general:
Cogimos en el camino al llamado príncipe don Enrique, tal vez sea uno de los que ustedes pretenden hacer rey de México. El sujeto llora como mujerzuela, con tanto miedo, que en verdad no nos gusta el candidato. Para llorones, tuvimos bastante con el Moctezuma. Pudimos haberlo retenido en rehén; pero consideramos que era mejor mandároslo así, desnudo, a fin de que vayan ustedes conociendo a su rey, hasta en calzoncillos para que no los engañe. Y con el objeto de que compruebe usted que sí es el príncipe, aunque encuerado, ahí le modo sus títulos.
El capitán de los bandidos santanistas,
LUGARDO DE LA CUEVA


Ante ello, Paredes se disculpó, ofreció su capa para cubrir sus desnudeces al príncipe, que confesó que andaba por estas tierras huyendo de su abuela.
Esto último salvó al país de un escándalo mayor y de una nueva conflagración con la antigua metrópoli, ahora que pocos años atrás había reanudado relaciones y reconocido al gobierno mexicano.


(Tomado de: Sánchez González, Agustín - Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el siglo XIX. Ediciones B, S.A. de C.V., México, D.F., 2006)

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