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lunes, 24 de febrero de 2025

La joda de la moda



 La joda de la moda 


El aire juega a los recuerdos 

se lleva todos los ruidos 

y deja espejos de silencio 

para mirar los años vividos. 

Xavier Villaurrutia 


Manuel M. Ponce señalaba en 1900 el desdén hacia el folclore y la indiferencia ante su extinción así como la proverbial avidez mexicana por lo extranjero. Tal denuncia, que indudablemente resulta encomiable, se antoja curiosa a vida cuenta de que el folclorismo preconizado por el autor de "Estrellita" y "Concierto del sur" provenía de Europa. Hoy se repite el fenómeno porque el afán de volver la vista a lo autóctono no se genera desde dentro, sino que, como ya ha sido señalado, curiosamente proviene de fuera, en concreto de Estados Unidos y París. 

Por lo visto la gente no está dispuesta a moverse más que hacia donde apunta el signo de la moda. Hace quince años podía uno ir a la Lagunilla o a Tepito y procurarse, a cambio de no mucho dinero, un escritorio de cortina hecho de encino "americano". Actualmente los tales muebles han desaparecido del mercado merced a millares de clasemedieros enterados de cuán elegante resulta tener uno en la sala. Durante los años cincuenta se antojaba insólito ver a una muchacha morenita con aspiraciones clasemedieras luciendo blusas indígenas de artesanía. Hoy han cambiado las cosas gracias, según parece, a la intermediación de jóvenes de tendencias intelectuales que, si no procedían de las colonias francesa, alemana o española, al menos encajaban en familias de inclinaciones artísticas y atentas a la cultura europea. Con la música pasa exactamente lo mismo. 

La música folcloroide andinopampallanera ha aparecido esporádicamente en México desde hace casi cuarenta años sin que se le prestara demasiada atención. Pero bastó con que los franceses pusieran los ojos en blanco al escuchar los charangos y los bombos de algunos estudiantes hispanoamericanos radicados en París, o que Paul Simon y Art Garfunkel grabaran "El cóndor pasa" para ver al paisanaje irrumpir en incondicional aplauso para cuando se hiciera pasar por música de "nuestros hermanos latinoamericanos”.

A continuación se presenta una lista de intentonas tan espontáneas como estériles que, a pesar de sus deficiencias, resulta harto significativa. 

Año de 1934. Faustino Lazcano, Pepe de la Vega y Miguel Bermejo forman Los Gauchos de los Ponchos Verdes.

Abril de 1945. La gran compañía de arte folklórico peruano debuta en Bellas Artes. Ymma Sumac (cantante), César Gallegos (quena), Ríos Amurú (quena), Tipoy Anky Wara (arpa), Nicolás Wetsecc (charango). Todos ellos se presentaban bajo el nombre de Ynca Taky y el Gran Conjunto Típico Suramericano dirigido por Carlos Moisés Vivanco. 

Febrero de 1947. El teatro Follies presenta a María Esther Casas, intérprete de la canción Argentina. 

Marzo de 1947. El público capitalino conoce al Che Marino, "El auténtico gaucho de las pampas”.

Abril de 1947. Los Ángeles del Infierno "los máximos folcloristas del Brasil", según la cartelera del Follies. 

Junio de 1948. El cabaret Aurora presenta a Ñata Gaucha, "la voz de las pampas”.

Diciembre de 1950. Los Llaneros actuaban en la XEW y, ya lanzada a la fama por el Hollywood Bowl y gracias al Times y a Capitol Records, algunos empresarios mexicanos se desvivían por traerse a Ymma Sumac y a Carlos Moisés Vivanco. 

Muy importante resulta resaltar en el mismo año las andanzas de Stella Inda, quien se hacía acompañar por un grupo folclórico -violín, tambor y guitarra- para llevar a Cuba melodías tradicionales michoacanas. Con el mismo repertorio actuó en Las Tullerías de la ciudad de México. 

Febrero de 1952. A falta de la Sumac, se presentó por estos lares la "soprano indoamericana" Suray Surita. 

Mayo de 1952. En Rumba Casino y en el Esperanza Iris actuó la tucumana Ana Morena. Se decía "india americana del sur del continente", pero no hacía más que cantar en francés, alemán, inglés, italiano y, de vez en cuando, en castellano. 

Ya en 1953 el doctor Roque Carbajo y Juanita andaban por Europa asestando a quien se pusiera a tiro sus aires folclóricos mexicanos. 

Año de 1954. Nos visitaron Los Jilguerillos, avezados intérpretes de bambucos colombianos y valses peruanos. 

Octubre de 1955. Mientras "Pancho López" se encontraba en tercer lugar de popularidad, "Camino del Indio" ocupaba el sexto. Se trata de la famosa pieza de Atahualpa Yupanqui que, entre otras versiones, contaba con las huapangoides perpetradas por Rosita Quintana y el Mariachi México, así como por Miguel Aceves Mejía. Es de temerse que el paradigma de tan conspicuos folcloroides fuera la hispana Imperio Argentina, quien grabó, además, "Canto inca" y "La bamba”.

También en 1955 la chilena María Luisa Buchino y sus Llaneros grabaron números sudamericanos para la RCA. 

En enero de 1957 la revista Radiolandia anunciaba que Gloria del Sol -antes integrantes del Dueto del Sol- fue contratada por la Peerless para probar suerte con repertorio sudamericano. 

Durante 1957 las radiodifusoras aztecas dieron algún impulso a una nueva canción de Atahualpa Yupanqui: "A unos ojos". Por entonces volvió a sonar una que otra milonga interpretada por Medeles, Pimentel y Ledezma -integrantes del Trío Argentino (se hace referencia a tres jarochos que adoptaron nombre y repertorio del original Trío Argentino)- que llegaron al D.F. a fines de los cuarenta. También por 1957 el público chilango conoció a Los Embajadores, quienes más tarde serían el Trío Peruano. 

En 1958 la RCA lanza Folclore latinoamericano de Los Cuatro Hermanos Silva, disco de larga duración que incluye, entre otras, "Pájaro campana", "Carnavalito quebradeño" y "Ende que te vi", interpretadas por tan relamido grupo, podían adquirirse también discos de setenta y ocho revoluciones por minuto con "Las dos puntas" y "Paisajes de Catamarca". 

En mayo de 1958 el baterista Tino Contreras grabó América canta y baila con piezas como "Alma llanera" -joropo venezolano-, "Cabaquino" -samba brasileña-, "San José" -montuno costarricense-, "Santo Domingo -apambichao dominicano- y otras parecidas. Mientras tanto, como el folclore boliviano no le redituaba mucho, Raúl Shaw Moreno iniciaba una transición pausada hacia el bolero. 

Mayo de 1959. Raúl Shaw Moreno y Los Peregrinos llevaban al acetato un vals peruano -"Con locura"- y una polca boliviana "Palmeras". En septiembre del mismo año el Tío Sam de Niño Perdido 204 presenta a los Wara Waras con Kosinara y Tito Yupanqui, "creadores (!) del folklore boliviano y suramericano"- ¡viva la alegría! Y a las pocas semanas anunciaba a Tamara y Saldívar -con atuendos peruanos y todo- autobautizados como Los Folcloristas de América. 

En abril de 1959 el trío Los Delfines -mexicanos- promovían "Alma llanera" y "Sabaneando", en tanto que en julio del mismo año estrenaron Ecos de los Andes. Luego, mientras, por instrucciones de Paco de la Barrera, Irma Dorantes copiaba el repertorio completo de la venezolana Adilia Castillo. María Luisa Buchino volvía a la carga con "Zamba de la Candelaria", "Llora, llora corazón" -vals- "El picaflor" -carnavalito-, "La loca" -chacarera- "Soy libre" -baguala- etcétera. 

Y ya en pleno estallido rocanrolero, los Wara-Wara nos ofrecían "Yaraví", "Thaya", "Kunutaguiragui", "A Conocas" -de Tito Yupanqui-, "Marujita", etcétera. 

Un dato curiosísimo es que Los Platters -"Only you", "The Great Pretender"- tuvieron la humorada de incluir nada menos que "Viva Jujuy" en su disco Al estilo latino

Marzo de 1960. La cartelera del teatro Iris anunciaba a Raymi Itica, "La alondra del Perú”.

A los 4 meses vinieron del Uruguay los Hermanos Gamarra y poco después el también uruguayo Lautaro Llempe graba "Tarde tibia" -pasillo- y "Ayer" -vals. 

en 1961 llegaron de Alemania Los Colegiales del Swing y no conforme llevar al acetato piezas folclorulentas mexicanas como "La cucaracha", se lanzaron al ruedo con "Quena blues". Casi simultáneamente Ernesto Torrealba y Los Araucanos hicieron discos con "Tiki, "Tuki", "Rosario", "Concierto de la llanura", etc., anteriormente habían acompañado a Adilia Castillo, "la novia del llano", quien dejó varias piezas folcloroides en el catálogo de la Musart. 

Para cerrar esta lista viene a cuento señalar que en 1963 el Terraza Casino presentó sin pena ni gloria a Los de Ramón, "embajadores de la canción latinoamericana" provistos de bombo y lira y aficionados a tocar toda clase de zambas, malambos y chacareras. 

Por otra parte, a partir de 1960 ciertos medios estudiantiles mexicanos -especialmente la Facultad de Ciencias de la UNAM- empezaron a escoger casi imperceptiblemente la moda folcloide in porque en Estados Unidos tomaba fuerza considerable entre la gente joven. No se trataba ya de los éxitos esporádicos de Los Weavers o Merle Travis, sino que la nube venía cargada con superestrellas como Joan Baez y Bob Dylan. En aquellos tiempos ser folcloroide era estimulante y grato porque no implicaba adocenamientos ni mesianismos. Lo repelente proviene de esa suerte de folcloroidez trasnochada que ha cundido desde 1968, acogiendo en su seno a elementos muy dados a disfrazar su exhibicionismo de compromiso y a pretender que su avidez de triunfo pase por altruismo. Lo irritante está en esos folcloprotestosos empeñados en idealizar al proletariado y a los "campesas" desde una perspectiva peternalista cargada de curiosos complejos y sentimientos de culpa. Lo irrespirable viene cuando los folcloprotestosos asestan al prójimo la paliza calificada por el jazzista John Renshan como "el chanchullo de la sinceridad”.

Por lo demás todo pasa. De hecho, la proliferación de mexicanos dedicados a imitar la música argentina, venezolana o colombiana es oportuna y justa. Así nos vengaremos sañudamente de elementos como Los Rancheros, La Mexicanita, Los Yucatecos -curiosamente nativos de Argentina- Los Pepes -venezolanos- La Mexicanita -en esta ocasión se trata de una colombiana- o Los Charros, todos ellos lanzados por los años cincuenta a jinetear y exprimir por esos mundos de Dios la música vernáculos de nuestro -o de quien sea- sufrido país. Lástima que a los folcloroides mexicanos no les haya dado por atentar contra la música francesa. De otra manera hubiéramos visto vengada a la patria por los agravios perpetrados por unos franchutes cuyo nombre se pierde en la sima de los tiempos y que se valieron del repelente Luis Mariano para filmar en París El cantor de México. Otro tanto puede decirse del impune Tercet Egzotyczny de Polonia formado por dos charros/gauchos -Zbigniew y Mieczyslaw- tan eslavos como Grotovski y una diva -Isabella- que no teme a cactus, haciendas, malagueñas o Granadas. 

Ya desatado los demonios revanchistas, tampoco estaría de más que un Anthar López o un Adriancito Nieto se lanzaran a cantar "The Yellow Rose of Texas" o "Home on the Range" para quedar a mano con la deplorable versión de "Guadalajara" grabada por Elvis Presley a fines de los años cincuenta así como con "A Gay Ranchero" -"Las Alteñitas"- imputable, entre otros, a Roy Rogers.


Tomado de: Arana, Federico. Roqueros y folcloroides. Colección Contrapuntos. Editorial Joaquín Mortis S. A. de C.V. México, Distrito Federal, julio de 1988)

martes, 10 de septiembre de 2024

Yucatán y Texas: una alianza entre rebeldes, 1841-1843, 1

 


(Sam Houston)


Yucatán y Texas: una alianza entre rebeldes, 1841-1843 

La escena y los personajes 



La República de Texas existió como tal desde el 2 de marzo de 1836, en que declaró su independencia de México, hasta el 16 de febrero de 1846, en que se anexó a Estados Unidos como el estado número 28. Por su localización geográfica, sus recursos potenciales y las circunstancias que le dieron origen como república independiente de México, Texas fue de gran interés comercial y estratégico no solo para México y Estados Unidos, sino también para Inglaterra, Francia y otros países europeos. 

Uno de los uno de los principales actores del drama que empieza a principios de 1836 fue Samuel L. Houston, presidente de la República de Texas en dos ocasiones: de septiembre de 1836 a fines de noviembre de 1838, con Lamar como vicepresidente, y de diciembre de 1841 a fines de noviembre de 1844. En su primera administración tomó posesión del cargo antes de la fecha prevista por la constitución texana, debido a su gran popularidad. En su discurso inaugural habló muy poco y superficialmente de su programa de gobierno, el cual de hecho estaba basado en la inminente anexión de Texas a Estados Unidos. Su gabinete reunió a personas de varias tendencias políticas en un invento en un intento por unificarlas. 

Líder de la oposición en contra de Lamar, Houston fue el candidato más esperado para derrotarlo en las elecciones. Su segunda administración unida a un Congreso conservador, fue el opuesto de la ambiciosa y costosa presidencia de Lamar. Los cortes presupuestales del 6° Congreso fueron tajantes. Se eliminaron muchos puestos públicos, se redujeron las plazas burocráticas, se bajaron los salarios. Los gastos militares posteriores a 1841 se limitaron a mantener a un reducido grupo de rangers. Su política pacifista con los indios, especialmente con los cherokees, ahorró vidas y dinero. 

Figura muy popular por su papel central en la revolución texana, Houston poseía experiencia política desde sus años al lado de Andrew Jackson. Totalmente opuesto a Lamar y muy crítico de su administración, canceló y revirtió todas las medidas tomadas por éste cuando asumió la presidencia por segunda vez: fuertes cortes presupuestales frente a la banca rota en la que Lamar dejó al gobierno tejano. En cuestiones políticas, la tendencia de la población tejana fue dividirse en facciones pro o antiHouston, ya que, en términos generales, sólo una minoría de los habitantes creía firmemente en la existencia promisoria de una Texas independiente; la mayoría deseaba y esperaba, como Houston, su anexión a Estados Unidos y celebró este hecho cuando finalmente ocurrió. 

Llama la atención que le interesara más deshacerse del ejército que incrementar su fuerza, especialmente frente a la amenaza de una confrontación con México. En mayo de 1837 licenció a todas las tropas exceptuando a 600, soldados ofreciéndoles transporte gratuito a Nueva Orleans a aquellos que decidieran regresar a Estados Unidos, o bien 1,280 acres de tierra a aquellos que aceptaran el licenciamiento y decidieran asentarse en Texas. Para equilibrar la disminución de fuerzas bélicas, el Congreso creó a los Texas Rangers. Esta institución se encargaría principalmente de lidiar con el problema indio, el cual Houston trató de resolver lo más pacíficamente posible, preservando los derechos de los cherokees, pero sin llegar a una solución duradera. 

Para los efectos de este trabajo podemos resumir la postura de Houston de la siguiente forma: estaba a favor de la anexión de Texas a Estados Unidos y en contra de llegar a la guerra con México. Cuantos menos choques con éste, mejor. 

Por su parte Mirabeau B. Lamar fue presidente de diciembre de 1838 a fines de noviembre de 1841, presentando en su discurso inaugural y primer mensaje al Congreso un ambicioso programa congruente con su idea de unas Texas independiente y de irse a la guerra con México si fuera necesario. Realizó intentos de establecer la paz con el descontento vecino, pero condicionados al reconocimiento por parte de México de la independencia tejana. Se puede afirmar que su política de defensa nacional fue muy agresiva. 

Su política financiera fue dispendiosa, otorgando mucho presupuesto para el ejército y la marina, lo que ocasionó un aumento tremendo de la deuda pública y exterior, que empeoró con la emisión de papel moneda. Le interesó conservar la flota texana, hacer alianzas bélicas con Yucatán en contra de México e intentar quitarle a éste el territorio de Santa Fe. Se manifestó a favor del bloqueo de los puertos mexicanos y desde fechas tempranas, como miembro del gabinete de Burnet, se negó a firmar el tratado de Velasco con Santa Anna, pues opinaba que éste debía ser juzgado en una corte marcial y ejecutado. 

Lamar puso en práctica una política sumamente agresiva y violenta contra los indios, especialmente contra los cherokees. Inmediatamente después de tomar posesión de la presidencia anunció un drástico cambio en la política india, estableciendo que los indios, o se plegaban a las leyes texanas, o dejaban la nación o serían exterminados. Algunos autores afirman que la administración de Lamar fue marcada por las más sangrientas guerras de indios que ocurrieron en la historia de Texas. Muy criticado por su administración, agobiado por problemas de todo tipo -financieros y bancarrota, la alianza con Yucatán, la expedición a Santa Fe, la agresión contra los indios- se tuvo que enfrentar al partido de Houston, quien desde el Congreso se opuso a todos sus proyectos. 

Con respecto al papel jugado por las potencias europeas, Houston decidió buscar su reconocimiento con la aprobación del Congreso, en el verano de 1837, convencido de que Estados Unidos, en esos momentos, no consideraría la anexión de Texas. Sin embargo, la actitud inicial de lord Palmerston, ministro de Asuntos Extranjeros inglés, fue de indiferencia, y las razones para ello eran que Gran Bretaña se oponía a la esclavitud, los capitalistas ingleses tenían millones invertidos en bonos mexicanos y a su gobierno no le interesaba ayudar a una nación que probablemente pronto se uniría a Estados Unidos. 

la situación cambió a raíz de la guerra de los Pasteles y del cambio en la política tanto de Houston como especialmente de Lamar. James Hamilton, el enviado de Lamar a Europa, tuvo más éxito con los franceses, logrando la firma de un tratado de comercio el 25 de septiembre de 1839, aunque no logró que le concedieran un ansiado préstamo. De esta forma, Francia fue la primera nación que reconoció la independencia tejana, lo que llevó luego a la república a firmar un tratado con Holanda en septiembre de 1840. 

El reconocimiento diplomático de Gran Bretaña fue posterior al de Francia y se dio en respuesta a las tendencias anexionistas cada vez más fuertes en Texas. En noviembre de 1840 Palmerston y Hamilton firmaron un tratado de comercio y navegación que obligaba a Gran Bretaña a ser mediadora en el conflicto con México, y a darle a Texas 5 000 000 de dólares de la deuda mexicana contraída con los poseedores de bonos ingleses. A cambio de ello se le daba a Gran Bretaña manga ancha en la supresión del tráfico de esclavos. Este tratado, a pesar de las dudas del senado texano, fue ratificado en 1842. Por lo tanto, no les interesaba a los ingleses el bloqueo de los puertos mexicanos por la flota texana, pues ello entorpecería las prácticas de paz.

A estas alturas, tanto Francia como Gran Bretaña estaban ansiosas por prevenir la anexión de Texas. A principios de 1844 el ministro de Relaciones Exteriores inglés le presentó al representante mexicano en Londres un plan para lograr que Texas no se anexara a Estados Unidos. Tal plan implicaba el reconocimiento de la independencia texana, así como la garantía de los límites entre ambos ambas naciones bajo la supervisión de ingleses y franceses. 

Sin embargo, la anexión de Texas fue uno de los principales asuntos en la campaña presidencial de 1844 en Estados Unidos, por lo que se decidió suspender toda decisión hasta después de las elecciones. La razón de esto es que muchos estadounidenses estaban en contra de Inglaterra y se creía que si los ingleses intervenían en el asunto, ello no haría más que acelerar el proceso de la anexión. 

La postura de México en relación con la independencia y anexión de Texas fue siempre muy clara: de franca oposición. Sistemáticamente se negó a hacer la paz con Texas y a reconocer su independencia, estableciendo que su anexión a Estados Unidos sería causa de guerra. Fueron las luchas intestinas y el vacío de poder político en México, más que la fuerza de los texanos, los que permitieron a Texas y el gobierno de Houston mantenerse a salvo de las amenazas mexicanas. 

El tratado de Velasco, firmado el 14 de mayo de 1836 por el presidente Burnet y Santa Anna, fue casi inmediatamente rechazado por el Congreso mexicano, mientras que el gobierno anunciaba su intención de someter a Texas a como diera lugar. El presidente Houston, convencido de que México tenía demasiadas dificultades internas como para cumplir con sus amenazas, no tomó ninguna medida al respecto. 

Cuando Lamar subió a la presidencia en diciembre de 1838, la situación se tornó más crítica, ya que manifestó que "si la paz sólo puede ser obtenida por la espada, dejemos a la espada a hacer su trabajo". No obstante, al mismo tiempo que establecía una política de franca hostilidad hacia México, también emprendió negociaciones de paz. 

En el otoño de 1839, mientras México estaba inmerso en la corta pero costosa guerra de los Pasteles con Francia, Lamar aprovechó la oportunidad para mandar al primer comisionado texano Barnard E. Bee, a negociar el reconocimiento de la independencia tejana y de la frontera en el Río Bravo a cambio de 5 000 000 de dólares. A pesar de contar con el apoyo del ministro inglés en México, Richard Pakenham, Bee fracasó. A fines de ese mismo año, Lamar envió a James Treat en una misión similar e igualmente improductiva, que duró diez meses y en la que el gobierno mexicano participó solamente para mantener a la flota texana alejada de los puertos nacionales. No obstante la asistencia del ministro inglés en las negociaciones, asistencia que estaba ahora respaldada por el tratado firmado con Gran Bretaña en 1840, la misión del tercer comisionado texano, James Webb, tampoco tuvo éxito. Webb regresó a Texas con la recomendación de prepararse inmediatamente para la guerra. Fue a raíz de estas noticias que Lamar decidió entrar en tratos con Yucatán y establecer una alianza de apoyo mutuo en contra de México. 

Así, a pesar de la hostilidad manifiesta de Lamar en contra de México, de su ayuda a los federalistas yucatecos y de la expedición a Santa Fe, que resultó en la invasión de Texas por México en 1842, ni Texas ni México estuvieron nunca en posición de hacerse la guerra realmente. De nuevo en el poder, Houston tomó una actitud cautelosa hacia México, y aunque pidió refuerzos, armas y dinero a Estados Unidos, acabó vetando la decisión del Congreso de declarar la guerra. Proclamó una tregua en junio de 1843, y el 15 de febrero del siguiente año, los comisionados de Texas y México firmaron un acuerdo de armisticio. Sin embargo, las negociaciones terminaron abruptamente cuando el gobierno mexicano se enteró de que Houston había firmado en secreto un tratado de anexión de Texas a Estados Unidos. 

A los texanos les interesaban sobre todo las relaciones con Estados Unidos, tanto durante la revolución como durante la república. El gobierno texano buscó la ayuda estadounidense, a veces la intervención directa a su favor, o el reconocimiento diplomático y aún la anexión lo antes posible. 

Houston fue el presidente que más asiduamente buscó el apoyo y la anexión a Estados Unidos, considerando que el voto que lo llevó a ese cargo en septiembre de 1836 era un voto a favor de dicha anexión. Sin embargo, sus comisionados en Washington no encontraron mucha respuesta a estos anhelos, ya que había serias dudas de que Texas pudiera mantener su independencia, miedo de ofender a México y la creencia de que el reconocimiento diplomático sería el primer paso rumbo a la anexión. Al final de su administración, el presidente Jackson nombró a Alcee La Branche encargado de negocios de Estados Unidos en Texas. 

Después del reconocimiento, Texas presionó por la anexión, pero la propuesta hecha por Hunt, uno de los comisionados, en agosto de 1837, fue rechazada bajo el argumento de que lo impedían los tratados celebrados con México. Había, además, mucha oposición a la anexión por parte de los antiesclavistas. Cuando Lamar subió la presidencia, el Congreso texano retiró la petición en enero de 1839 y no se volvió a hablar de anexión por un buen tiempo.

Algunos autores opinan que si algo de positivo tuvieron las expediciones texanas a Santa Fe y Mier fue que encendieron nuevamente el interés del público estadounidense por Texas, a la vez que se dieron otras circunstancias, que revivieron las discusiones con respecto a su anexión. Entre éstas está el hecho de que Houston reiniciara las negociaciones al respecto con la administración del presidente John Tyler. Éste las aceptó quizá por miedo a la creciente influencia de Gran Bretaña sobre Texas. Houston, por su parte, puso dos condiciones: que las fuerzas armadas estadounidenses se prepararán para impedir cualquier invasión de Texas y que las negociaciones se mantuvieran en secreto. 

Vale la pena destacar este periodo de las relaciones Texas-Estados Unidos, especialmente por los personajes que intervinieron en los acontecimientos: el sureño John C. Calhoun sustituyó A. P.  Upshur como secretario de Estado de Tyler, y preocupado por lo que consideró una política imperialista agresiva de Gran Bretaña, accedió a las demandas de Houston, además de que tenía interés en aumentar el territorio de estados esclavistas dentro de la Unión. El 12 de abril de 1844 Calhoun firmó un tratado con los comisionados texanos que establecía la anexión de Texas a Estados Unidos en calidad de territorio, a cambio de lo cual Estados Unidos asumiría la deuda texana. No obstante, en los siguientes meses el Senado estadounidense rechazó el acuerdo por la oposición de los antiesclavistas. 

*

Otra circunstancia importante fue el lugar destacado que ocupó la anexión de Texas dentro de los temas de la campaña presidencial estadounidense de 1844. Martin van Buren perdió la nominación al partido demócrata por manifestarse en contra de la anexión, quedando como candidato a la presidencia James Polk, abiertamente anexionista. Enfrentándose a Henry Clay, el candidato whig que se oponía a la anexión inmediata de Texas. Polk resultó electo, con lo que la anexión fue prácticamente un hecho consumado. 

Sin embargo, por indicaciones de Tyler al Congreso, las condiciones de la anexión fueron establecidas el 28 de febrero de 1845 en una resolución conjunta de las cámaras antes de que Polk asumiera la presidencia. Los términos de la misma fueron los siguientes: Texas entraría a la Unión como un estado; Estados Unidos se encargaría de ajustar todas las cuestiones relativas a los límites internacionales; toda la propiedad pública texana, incluyendo la flota naval, puestos militares, fortificaciones y armamento, sería cedida al gobierno estadounidense; Texas retendría su public domain para pagar su deuda pública; con el consentimiento de Texas podrían constituirse hasta cuatro estados en su territorio; la esclavitud estaría prohibida en el estado formado al norte del paralelo 36° 30'; y el presidente podría vetar la resolución conjunta del Congreso y proponer otro tratado de anexión. 

Si bien Polk se manifestó de acuerdo con la resolución proporcionada por Tyler, los retrasos en su aprobación y firma a finales provinieron del presidente de Texas, Anson Jones, así como de los agentes de Inglaterra y Francia, Charles Elliot y el conde de Saligny respectivamente, quienes seguían tratando de impedir la anexión mediante el reconocimiento de la independencia texana por parte de México. No obstante, la presión de la opinión pública en favor de la anexión forzó el presidente Anson a convocar a las cámaras en Austin a principios del mes de julio. La convención estudió tanto la resolución como el tratado con México que Elliot había formulado, rechazando unánimemente este último y recomendando la aprobación de la propuesta hecha por Estados Unidos. Tras la votación en favor de la anexión y de la aprobación de una constitución tejana recién redactada, el 29 de diciembre de 1845 Polk firmó la incorporación oficial de Texas a la Unión, la cual se verificó en forma definitiva el 16 de febrero de 1846.


(Tomado de: Careaga Viliesid, Lorena - De llaves y cerrojos: Yucatán, Texas y Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, Distrito Federal, 2000)

lunes, 3 de junio de 2024

México ante la Segunda Guerra Mundial, 1940


La actitud de México ante el conflicto 

sigue siendo comentada con elogio en Estados Unidos: discurso en el Senado.


Por William H. Lander

Corresponsal de la United Press 


Washington, 14 de junio.- Ha sido objeto de favorables comentarios tanto en los círculos oficiales como en la prensa la determinación de México de ponerse al lado de Estados Unidos y de Francia. Una de las primeras repercusiones que la noticia de esa actitud ha tenido se manifestó hoy en el Senado, durante un discurso que pronunció el senador Downey, de California, recomendando que se mejoraran las relaciones entre Estados Unidos y México. 

Se recordará que Downey está considerado como uno de los mejores amigos de México, entre el elemento oficial de Estados Unidos, y que recientemente hizo una visita al vecino país del Sur. En unas declaraciones que hizo a la United Press el embajador de Francia, conde de Saint Quentin, este representante diplomático manifestó que ha sido muy satisfactorio el telegrama del general Cárdenas al presidente Lebrun; pero no hizo otro comentario. 

El senador Downey manifestó en su discurso que entre los medios que Estados Unidos podría adoptar para reforzar sus defensas se encuentra principalmente una mejoría inmediata en las relaciones con México, insistiendo en que esas relaciones deben colocarse sobre la misma base en que se encuentran las relaciones entre Estados Unidos y Canadá. 

Los observadores extraoficiales recuerdan que México, durante la guerra de Etiopía asumió distintamente y en forma decisiva una actitud contraria a los procedimientos seguidos por Italia.

Por otra parte, en los círculos británicos de esta capital se tiene entendido que Inglaterra siempre ha estado dispuesta a discutir las posibilidades de que se reanuden las relaciones diplomáticas con México, siendo muy explicable que los ingleses prefieran que México asuma la iniciativa puesto que fue México el primero en ordenar que su ministro se retirara de Londres. 

Todos esos factores, unidos al reciente arreglo con la Sinclair y las negociaciones que están sosteniéndose con las empresas independientes para dejar terminado el problema petrolero, han relegado ese problema que con anterioridad ha determinado circunstancias muy difíciles, a un plan decididamente muy secundario. 

Todo parece indicar que se dejará ese problema en paz por lo menos hasta después de las elecciones y posiblemente aun hasta después de que tome posesión el nuevo presidente. 

Se ha observado con máximo interés la mejoría registrada por el peso mexicano en el mercado de cambios; pero hasta ahora no ha sido objeto de comentario alguno. Se espera que un aumento del 20 por ciento más o menos en el valor internacional de la moneda mexicana será de mucha ayuda para su capacidad adquisitiva, especialmente en lo que respecta a la compra de productos extranjeros y sobre todo para los productos americanos.



(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

jueves, 30 de mayo de 2024

Peregrinos por la libertad: mascogos y kikapúes

 


Peregrinos por la libertad 

Los exesclavos negros que llegaron al norte de México en el siglo XIX


Javier Villarreal Lozano 


Historiador y catedrático de la Universidad Autónoma de Coahuila. Recibió el Premio Nacional de Historia por su biografía de Venustiano Carranza. Autor de Melchor Múzquiz el insurgente olvidado, Los ojos ajenos: viajeros en Saltillo (1603-1910), Oscar Flores Tapia y Cartas de Querétaro, entre otras obras. Es director del Centro Cultural Vito Alessio Robles, en Saltillo, Coahuila.


Al noroeste de la ciudad Melchor Múzquiz, Coahuila, en la entrada del pueblo hay un aviso: "Comunidad de negros". A quienes habitan allí y escribieron el letrero no les importó que hoy resulte políticamente incorrecto el uso del término negro. Ellos están orgullosos de ser descendientes de valientes ex-esclavos africanos que hace casi 170 años encontraron en México el bien preciado de la libertad. Esta es su historia.

En 1850, con asombro y seguramente también miedo, los habitantes de Guerrero, Coahuila, vieron cruzar el Bravo e internarse en territorio mexicano a cerca de setecientos hombres, mujeres y niños de la más heterogénea apariencia. La mayoría eran indios, pero junto a ellos venían negros. Buscaban refugio en México huyendo de la feroz persecución emprendida por el gobierno estadounidense.

No fue aquella la única oleada de indios y exesclavos africanos llegados a Coahuila. Otro grupo formado por seminolas, negros y algunos kikapúes se presentó ese mismo año en San Fernando (hoy Zaragoza), solicitando asilo y tierras para trabajar. Al frente venían tres jefes cuyos nombres estaban destinados a convertirse en leyenda: el seminola John Horse, posteriormente castellanizado como Juan Caballo; Wild Cat (Gato del Monte) y el kikapú Papicuan.

Seminolas y antiguos esclavos compartían una historia de valentía, sufrimiento y terror: eran víctimas del Tratado Adams-Onís, firmado el 22 de febrero de 1819, por el cual España vendió a Estados Unidos la península de Florida en 5 millones de dólares, tras una larga historia de confrontaciones armadas entre las dos naciones. Fue un mal negocio para los españoles. Nunca recibieron el dinero. El gobierno estadounidense obtuvo gratis el territorio exigiendo compensación a España por los daños causados en la guerra e inició el exterminio de seminolas y exesclavos.


De la libertad al horror 

La historia de los negros llegados a Coahuila arranca en 1770, cuando esclavos de origen africano huyeron de Carolina del Sur, Georgia y Alabama y encontraron un refugio en Florida, entonces posesión de la Corona española. Se acogían al decreto real de 1699, el cual ofrecía protección a esclavos evadidos. Buen número de estos fueron bien recibidos en la Florida por los seminolas que allí habitaban.

Indios y exesclavos convivieron en paz, produciéndose un intercambio cultural tan estrecho que los negros acabaron llamándose a sí mismos "mascogos", castellanización de mascogee, nombres de algunas familias lingüísticas, entre ellas la creek y la seminola.

La pacífica convivencia terminó bruscamente cuando Estados Unidos se adueñó de Florida, poniendo punto final a la azarosa historia de esa península, utilizada en ocasiones como moneda de cambio entre las naciones europeas.


Española, inglesa, francesa, estadounidense

En 1513, Juan Ponce de León, quien según la tradición buscaba la fuente de la eterna juventud, fue el primer europeo en poner el pie en Florida, la cual nominalmente pasó a formar parte del virreinato de la Nueva España y ser dependiente de la capitanía de Cuba.

Exploraciones posteriores enriquecieron el conocimiento sobre el territorio, pero fue hasta 1565 cuando se fundó San Agustín, el primer asentamiento de español perdurable. Casi dos siglos después, en 1763, concluyó el dominio hispano al ceder Florida a Gran Bretaña mediante el Tratado de París que puso fin a la Guerra de los Siete Años. La presencia británica fue efímera. Al consumarse la independencia de Estados Unidos en 1783, España recuperó la península, sólo para enfrentar la agresiva presión expansionista norteamericana.

En un esfuerzo tan inútil como desastroso, igual como se hizo en Texas, España promovió la colonización de la península y, lo mismo que ocurrió en Texas, el incremento demográfico cargó la balanza a favor de angloamericanos e ingleses poco afectos a España, qué pronto se vería envuelta en la invasión napoleónica iniciada en 1808. Con el rey Fernando VII en el destierro y la sede del imperio ocupada por las tropas de Napoleón, la debilidad de España incitó a colonos angloamericanos a proclamar el establecimiento de la República de Florida Occidental el 23 de septiembre de 1810.

Fue el principio del fin. Las incursiones del ejército estadounidense llegaron hasta tierras de los seminolas. El robo de ganado y las atrocidades cometidas por la soldadesca detonaron una guerra con inocultable trasfondo genocida.

Luego de que los norteamericanos destruyeran el Fuerte Negro, dice un autor, "siguió un periodo de asesinatos y robo de ganado que encolerizó a los nativos y llevaron a la Primera Guerra Seminola (1817-1818), conflicto que ofreció un casus belli a los estadounidenses para poner en jaque la permanencia de la titularidad de España en las Floridas".

Con cuatro mil hombres, Andrew Jackson coronó la completa dominación norteamericana de la península mediante la llamada Segunda Guerra Seminola (1835-1842). La frase atribuida a Jackson: "El mejor indio es el indio muerto", revela la ausencia total de límites éticos en la ocupación.

Sin embargo, no fue tarea sencilla. Seminolas y descendientes de africanos iniciaron una contraofensiva que acabó por convertirse en la rebelión esclavista más importante de las registradas en la historia de Estados Unidos. Fincas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar fueron arrasadas, afectando seriamente a la región agrícola más desarrollada del país.


México: tierra de libertad 

Acosados por los estadounidenses, esclavos negros que lograron salvarse de la furia genocida de Jackson iniciaron un peregrinar que lo llevó hasta el Río Bravo, al sur del cual estaba la ansiada libertad, pues México había abolido la esclavitud años atrás.

El Supremo Gobierno brindó buena acogida a los migrantes. Para dotarlos de tierra, adquirió cuatro sitios de ganado mayor (alrededor de 68,000 hectáreas) pertenecientes al latifundio de la familia Sánchez Navarro, que repartió entre kikapúes, mascogos y seminolas. Estos últimos tiempos después abandonarían el país. Mascogos y kikapúes permanecen hasta ahora en El Nacimiento, llamado así por encontrarse en las cercanías del manantial donde nace el río Sabinas, el más caudaloso del interior de Coahuila.

También las autoridades coahuilenses vieron con buenos ojos a los recién llegados. El estado vivía momentos críticos a causas de los constantes ataques de apaches y lipanes que cruzaban el Bravo para arrasar pueblos y ranchos, robar ganado y raptar a mujeres y niños. La escasa población de Coahuila era una limitante para combatir con éxito a los depredadores venidos allende la frontera. Indios kikapúes y negros mascogos eran aliados potenciales, como lo demostraron posteriormente. Con base en el diario de operaciones del coronel Juan José Galán, quien participó en una de las decenas de campañas para perseguir a los "indios bárbaros", en 1851 el subinspector en Coahuila, Juan Manuel Maldonado, encomió el comportamiento de aquellos:

Los señores, oficiales, tropas y voluntarios son también acreedores a la consideración [...], pero singularmente el jefe Gato del Monte, los capitanes Nicusimalda, Manuel Flores y John Johos, sus demás oficiales y tropa, seminoles y moscogos [sic]; cuya lealtad, sufrimiento y conducta bélica es digna de imitarse y merece consideración del Supremo Gobierno de La Unión [...] La conducta noble y leal del Gato del Monte, de sus jefes y seminoles, el capitán John Johs [sic] con los negros que mandaron en esta jornada de sufrimientos, ha probado que su adhesión a México es digna de que el Supremo Gobierno de la Unión y los poderes generales del Estado protejan sus inclinaciones hacia la civilización y los hagan provechosos a la frontera.


La generosa disposición del gobierno mexicano al abrir las puertas a los grupos perseguidos en el vecino país resultó, a fin de cuentas, beneficiosa. Trajo paz a una región coahuilense constantemente castigada por apaches y lipanes. Así lo reconoció el gobernador Victoriano Cepeda en su informe leído ante el Congreso estatal el 2 de enero de 1869:

Existe en la Antigua hacienda de Nacimiento, jurisdicción de la municipalidad de Múzquiz, varias tribus de indios pacíficos [...] emigrados de Estados Unidos hace algunos años [...] Desde que han radicado en aquel punto, han evitado por allí las incursiones de los indos bárbaros antes tan funestas a los habitantes de aquella villa [Múzquiz] y demás puntos inmediatos: muchas veces han salido a largas y provechosas campañas contra ese enemigo.


Su permanencia en territorio mexicano no fue fácil. Bandas de norteamericanos se internaban con la intención de aprender a esclavos fugados y devolverlos a sus amos. El 2 de enero de 1855, el gobierno de Coahuila informaba al ministro de gobernación de la invasión del medio millar de "filibusteros" estadounidenses, "los cuales -agrega el comunicado- se dirigen al Distrito de Río Grande [colindante con el Bravo ], con el pretexto de llevarse a los negros que allí residen".

También la codicia de autoridades y particulares amenazaba la existencia de las colonias. Santiago Vidaurri, el gobernador que anexó Coahuila a Nuevo León, despojó de tierras a los kikapúes y mascogos. Una comisión de estos viajó a México a entrevistarse con el emperador Maximiliano en marzo de 1865, solicitando se respetaran los acuerdos existentes con el gobierno. El encuentro lo inmortalizó el pintor Jean Adolphe Beaucé. A los indios, apunta Willhelm Knetchel, jardinero oficial de la residencia Imperial del Castillo de Chapultepec, los acompañaban tres negros -seguramente mascogos- que sirvieron de intérpretes traduciendo al inglés la conversación.

Los descendientes de aquellos antiguos esclavos ocupan hasta hoy las tierras entregadas por el gobierno y, no obstante el mestizaje, varios de ellos conservan rasgos que son herencia de sus antepasados africanos, e incluso los que tienen tez más clara se siguen identificando a sí mismos como negros.


Kikapúes, seminolas y mascogos: de Florida a Coahuila


1513. Juan Ponce de León descubre la Florida, que pasa a formar parte de la Nueva España

1763. España cede Florida a la Gran Bretaña, como parte del tratado que pone fin a la Guerra de los Siete Años.

1783. Estados Unidos se independiza de Gran Bretaña. Florida vuelve a ser de dominio español.

1810. Estadounidenses proclaman el establecimiento de la República de la Florida Occidental.

1812. Nace John Horse, futuro líder de los mascogos, hijo de una esclava negra y un seminola.

1817-1818. Primera Guerra Seminola. Conflicto entre EUA y España por la posesión de las Floridas.

1835-1842. Segunda Guerra Seminola. Andrew Jackson expresa: "El mejor indio es el indio muerto".

1845. Florida se convierte formalmente en parte de Estados Unidos.

1850. Grupos de indios seminolas y exesclavos llegan a Guerrero y Zaragoza, en Coahuila.

1853. El gobierno de México dota de tierras a kikapúes, seminolas y mascogos en el lugar conocido como El Nacimiento.

1855. Medio millar de filibusteros estadounidenses penetra en territorio de Coahuila para capturar exesclavos y devolverlos a sus dueños.

1855-1858. Tercera Guerra Seminola. Los seminolas son derrotados y la mayoría son obligados a dejar la Florida.

1865. Kikapúes y mascogos se entrevistan con el emperador Maximiliano reclamando respeto a sus tratados con el gobierno mexicano.


(Tomado de: Villarreal Lozano, Javier. Peregrinos por la libertad. Los exesclavos negros que llegaron al norte de México en el siglo XIX. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

lunes, 27 de mayo de 2024

Reies López Tijerina

 


Reies López Tijerina


Fue para muchos un símbolo desafiante de la estructura norteamericana. Nació en Fall City, Texas, en 1926, en el seno de una familia de trabajadores agrícolas migrantes. Ministro protestante, fundamentalista, apodado el "Tigre" por su carácter combativo, encabezó en Nuevo México la lucha más grande de los tiempos modernos por el derecho a las tierras perdidas.

En un principio su activismo proponía la devolución de la propiedad de Tierra Amarilla, Nuevo México, a sus legítimos dueños por la vía constitucional, sustentando su demanda en los derechos que otorgaba el Tratado de Guadalupe-Hidalgo. Tras varios rechazos de los tribunales, Tijerina cambió de estrategia, reorganizó la Alianza Federal de Pueblos Libres y, emulando el movimiento civil de los negros, logró atraer a su causa a activistas del movimiento chicano y grupos pro derechos civiles. Sus métodos de lucha, que mostraron que los chicanos eran capaces de usar la violencia como acto político, lo llevaron a innumerables conflictos no sólo con las autoridades anglosajonas sino con los propios mexicano-americanos; conflictos que lo condujeron a la cárcel y el debilitamiento de su movimiento. Para Tijerina la lucha por la tierra era la lucha por la dignificación de la comunidad mexicano-americana oprimida y sojuzgada.

[Falleció en El Paso, Texas, en 2015]


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

miércoles, 27 de marzo de 2024

Juan Gómez-Quiñones

 


Juan Gómez-Quiñones

[1940-2020]


Profesor de historia en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Originario de Parral, Chihuahua, creció y se educó en el Este de Los Ángeles. Con estudios de licenciatura en literatura, maestría en estudios latinoamericanos y doctorado en historia por la UCLA, se ha dedicado por 27 años a la docencia e investigación en historia política, laboral, intelectual y cultural. Entre sus publicaciones cabe mencionar: Chicano Politics: Reality and Promise, 1940-1990; Mexican American Labor, 1970-1990; The Roots of Chicano Politics 1600-1940 y Sembradores: Ricardo Flores Magón y El Partido Liberal Mexicano. Gómez Quiñones ha sido un incansable promotor de la cultura y de los estudios chicanos. Fue Director del Centro de Estudios Chicanos de la UCLA, fundador de la renombrada revista Aztlán: International Journal of Chicano Studies y co-editor del Plan de Santa Bárbara. Su labor académica ha estado siempre acompañada por reconocido liderazgo comunitario que se ha hecho patente en su activismo en movimientos de derechos civiles, política electoral, trabajo, migración y programas con jóvenes.


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 19 de febrero de 2024

Belén B. Robles

 


Belén B. Robles


Es la presidenta nacional de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC) y la primera mujer en ocupar este cargo. LULAC es la organización más antigua y grande de derechos civiles de los hispanos. Con casi cuarenta años de pertenecer a esta organización y de experiencia en el Servicio de Migración y Naturalización y de Aduanas de Estados Unidos, Robles se ha distinguido por su activo papel para asegurar que las condiciones económicas, históricas y culturales de la comunidad sean consideradas en los centros de poder. Es ahora también directora de Relaciones Comunitarias en el Distrito de El Paso, Texas, en el Servicio de Aduana de Estados Unidos e Inspectora Principal de las operaciones de Cargo en el Puente de las Américas. Desde el inicio de su presidencia en LULAC ha organizado distintos foros sobre educación, derechos humanos, contra la Propuesta 187 y ha representado a los hispanos en la Cumbre de las Américas.



(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 22 de enero de 2024

Un hombre llamado Juan Caballo

 


Un hombre llamado Juan Caballo

Hijo de un esclava negra y un indio seminola, John Horse nació en 1812 en la Florida, cuando la península era colonia española. Desde muy joven se distinguió por su bravura al combatir al ejército norteamericano al lado del jefe Osceola. Cayó prisionero y fue confinado en el antiguo Castillo de San Marcos, rebautizado por los estadounidenses como Fuerte Marion.

Allí conoció al joven guerrero seminola Wild Cat. Ambos lograron escapar y continuaron peleando hasta que John Horse firmó la paz con el general Thomas Jesup, del ejército norteamericano, quien lo emancipó. Sin embargo, a la muerte de Jesup, el gobierno desconoció el tratado de paz Horse fue conducido junto a cientos de seminolas y exesclavos a la reserva en el Territorio Indio (hoy Oklahoma).

Allí compartían espacio con sus enemigos ancestrales, los creek, menudeando las fricciones. En uno de los encuentros armados, el futuro Juan Caballo fue herido de bala. Entonces él, Gato del Monte y un jefe llamado Micanopy viajaron a Washington para gestionar tierras separadas de los creek. Su petición fue rechazada.

Muerto Micanopy, Juan Caballo y Gato del Monte huyeron a Texas, donde fueron atacados por los rangers. Unidos a los kikapúes, lograron finalmente cruzar el Bravo e internarse en México, obteniendo tierras en el sitio conocido como El Nacimiento, donde hasta hoy subsisten las dos comunidades Nacimiento de los Indios y Nacimiento de los Negros.

Juan Caballo murió de más de setenta años durante un viaje a Ciudad de México. Iba a defender las tierras otorgadas por el gobierno que algunos particulares amenazaban con invadir.


(Tomado de: Villarreal Lozano, Javier. Peregrinos por la libertad. Los exesclavos negros que llegaron al norte de México en el siglo XIX. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

lunes, 20 de noviembre de 2023

Edward R. Roybal

 


Edward R. Roybal 

Hijo de una familia de clase media méxico-americana nació, en 1916 en Albuquerque, Nuevo México. A la edad de 4 años se mudó a Los Ángeles. Después de graduarse de la Universidad de California en Los Ángeles y la universidad de Southwestern, Roybal inició su labor como trabajador social y educador en salud, a finales de la década de los treinta. Tras su participación en la Segunda Guerra Mundial, ya de regreso en California, un grupo de méxico-americanos forma la asociación Community Services Organization (CSO) para lanzarlo como candidato al Ayuntamiento de Los Ángeles en 1947. La derrota de Roybal sirvió para que la CSO se diera a la tarea de registrar a un buen número de votantes mexicano-americanos que aseguraron en 1969 su elección como Concejal en el Ayuntamiento de Los Ángeles. Así, se convirtió en el primer mexicano que formara parte de dicho ayuntamiento desde 1881. Tras varias reelecciones, Roybal se mantuvo en este cargo por trece años. En 1962 fue electo para la Cámara de Representantes y sentó de nuevo precedente como el primer mexicano-americano del Condado de Los Ángeles en el Congreso Federal. Durante sus treinta años en el Congreso Roybal trabajó con gran tenacidad a favor de reformas sociales y económicas. En 1967 introdujo la primera acción federal de educación bilingüe. Como presidente del Caucus Hispano en 1982, dirigió la oposición contra sanciones a empleadores de trabajadores indocumentados. A lo largo de su carrera el Congresista luchó por la participación ciudadana de los hispanos en todos los niveles de gobierno. [Falleció en 2005, en California] Su hija Lucille Roybal Allard es ahora diputada federal demócrata, la primer mujer mexicano-norteamericana electa para el Congreso.


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

jueves, 12 de octubre de 2023

Héctor P. García

 


Héctor P. García

Pionero del movimiento de los derechos civiles de los hispanos y fundador del American G. I. Forum, organización de veteranos de guerra que bajo su dirección logró importantes victorias en educación, derechos de salud y contra la segregación de los mexicanos. 

Hijo de padres mexicanos que emigraron a Estados Unidos en 1918 por la Revolución Mexicana. Se graduó en 1940 de la Escuela de Medicina de la Universidad de Texas, participó en la Segunda Guerra Mundial como oficial del Cuerpo Médico y de Ingenieros de la Armada. 

Como médico, profesión que ejerció a lo largo de su vida, realizó su activismo como voluntario. Fue designado por el presidente Lyndon B. Johnson como embajador en Naciones Unidas, siendo el primer oficial americano en hablar una lengua distinta al inglés. En 1968 fue juramentado como el primer comisionado hispano de la Comisión de Derechos Civiles de Estados Unidos. En 1984 recibió del presidente Ronald Reagan la "Medalla Presidencial de la libertad". Murió en julio de 1996.


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 11 de septiembre de 2023

César Chávez

 


César Chávez

Nació en Yuma, Arizona, en 1927, pero creció en California. Como hijo de inmigrantes mexicanos dedicados a las labores del campo vivió las tribulaciones de los trabajadores agrícolas. De su familia recibió el espíritu de servicio, su fe católica y la conciencia de organizar a los trabajadores para demandas colectivas. Durante los años cuarentas emigró a San José, California, y se casó con su fiel compañera de lucha Helen Fábila. Ahí conoció al padre Donald Mcdonell quien tuvo enorme influencia en su vida, profundamente católica. Chávez recibió su entrenamiento formal como organizador trabajando para la Community Services Organization (CSO), a la que renunció en 1962 por no lograr su apoyo para organizar a los trabajadores del campo, la principal preocupación de su vida. Emprendió su viaje a Dellano, California, donde sin más ayuda que la de su familia y sus fieles compañeros, Gil Padilla y Dolores Huerta, se dio a la tarea de convencer a los campesinos, yendo de puerta en puerta, para formar el primer sindicato independiente de trabajadores agrícolas, la National Farm Workers Association (NFWA). Con un sindicato sin dinero, constituido por mexicanos y filipinos pobres, Chávez incluyó la religión y los derechos civiles en su disputa laboral, lo que le ganó la ayuda de la iglesia y de grupos pro derechos civiles. Bajo la bandera roja con el águila negra, tácticas no violentas y un discurso pacifista al grito "Justicia para los campesinos y viva la virgen de Guadalupe" Chávez logró convertir su movimiento denominado La Causa, en la gran cruzada nacional de lucha por una mayor justicia social. Académicos, estudiantes y trabajadores liberales se unieron a sus marchas, huelgas y boicots que culminaron con victorias para los trabajadores agrícolas. Fue reconocido por el gobierno de México con la condecoración El Águila Azteca en 1990. Chávez murió en 1993, cuando seguía incansable con su lucha, reconocida a nivel mundial. A su funeral asistieron más de cincuenta mil personas y estuvieron presentes la bandera de México y el estandarte de la virgen de Guadalupe. 


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 16 de mayo de 2022

La Expedición Punitiva II

 


Las alas de la Punitiva.

La gran flota aérea de los Estados Unidos, bandada de pájaros de guerra que cubren el cielo y permiten a las escuadras y a los ejércitos maniobrar a la sombra, nació en los desiertos y en las montañas de Chihuahua hace cincuenta años, cuando la Expedición Punitiva trataba de capturar, vivo o muerto, a Pancho Villa, el locamente audaz asaltante de Columbus. Fueron los trabajos y penalidades, los éxitos y los fracasos, los vuelos entre la nieve y la lluvia, los aterrizajes forzados, las travesías rozando los árboles de las montañas, de once pilotos ahora olvidados, los que dieron tal caudal de experiencia, que la flota aérea americana lo está aprovechando todavía, desde los tiempos anteriores a la participación de Estados Unidos en la primera Guerra Mundial.

El 19 de marzo, una semana después de que las tropas de caballería al mando del general John J. Pershing cruzasen la frontera entre Nuevo México y Chihuahua, tras las huellas aún visibles de los corceles de Pancho Villa, salieron de Columbus ocho aeroplanos del ejército norteamericano con dirección al sur. La invasión es ya no sólo por la tierra, sobre la arena del desierto, sino por el aire, entre las nubes de tempestad. Sabiendo que el escuadrón estaba listo, Pershing telegrafió desde Nuevo Casas Grandes, ordenando que los ocho aeroplanos salieran a incorporársele. Pasaban diez minutos de las cinco de la tarde, cuando el octavo aparato se desprendió de la tierra en el campo de aviación de Columbus. El primero había traspasado ya la red invisible que debe existir marcando la frontera, y en formación, los ocho aparatos enfilaron abiertamente hacia el sur. Era la primera vez que Estados Unidos, en su historia militar, utilizaba la aviación como arma de combate. Eran ocho aviones lentos, carentes de los aparatos de precisión que ahora se usan, mal acoplados, mal inspeccionados. A la media hora de vuelo, uno da media vuelta y enfila proa nuevamente hacia Columbus, por haberse dado cuenta el piloto de que uno de los cilindros del motor no funcionaba. Pronto llegó la noche, pues eran los últimos días del invierno los que iban pasando. Siete aviones vuelan sobre territorio desconocido y se dispersan. Cuatro de ellos, entre sombras, llegan al pueblo de La Ascención y aterrizan en campo raso. Los otros tres se han perdido y nada se sabe de ellos sino hasta la mañana siguiente: uno aterrizó cerca de Janos, otro en Ojo Caliente, y el tercero, tratando de poner término a su vuelo en las inmediaciones de la estación de Pearson, se destroza las ruedas, capotea y queda en condiciones de no poder elevarse más. Es el marcado con el número 41. El piloto emprende la marcha a pie rumbo a Casas Grandes, y se envía un destacamento para recoger las partes del aeroplano que puedan ser aprovechables, pero encuentra villistas en el camino, se tirotea con ellos y se devuelve. Al día siguiente, un escuadrón más fuerte intenta de nuevo llegar hasta el aparato caído; nadie lo hostiliza ya, y puede recoger varias piezas, abandonando el resto, y cuando está a dos o tres kilómetros, ve una columna de humo: los villistas que han seguido a la columna, queman los restos del avión enemigo.

La escuadrilla comienza con mala fortuna. Vientos terribles hacen perder la ruta a los aviones y los precipitan sobre las montañas, donde corren el riesgo de estrellarse. El teniente T. S. Bowen, cogido en un remolino, cae con su aparato, que se destroza, y tiene que marchar a pie a rendir el parte de su desgracia.

Las funciones de la escuadrilla eran mantener comunicaciones entre las tres columnas volantes destacadas por Pershing hacia el sur y las bases de operaciones, y también, las de avisar de la presencia de cualquier grupo armado, no americano, que vieren en sus travesías. Con esa finalidad, los aeroplanos volaban todos los días, sobre montañas y valles, desiertos y ríos. Cuando dos aviones intentan pasar la Sierra de Cumbre, a través de la cual pasa un túnel del Ferrocarril Noroeste de México, las máquinas apenas pueden levantarse lo suficiente para pasar rozando con las ruedas las copas de los árboles.

Otro avión, el 44, es destruido al aterrizar en San Jerónimo. Se incendia. Y el 52, que hacía un reconocimiento entre Satevó y Parral, cayó cerca de Ojito, destrozándose en gran parte. A cien millas de distancia de la próxima base, el teniente I. A. Rader abandona su máquina y se marcha a pie por el desierto. El 42, después de varios vuelos, está de tal manera inservible, que se le desmantela y se le incendia en San Jerónimo.

Sin duda el más interesante incidente de la aviación americana en esos días, fue el vuelo hacia la ciudad de Chihuahua. En territorio que les era hostil, los americanos encontraban grandes dificultades para proveerse de alimentos. Y se decide pedir al cónsul de la ciudad de Chihuahua, Mr. Marion Letcher, que los adquiera ahí y los envíe por ferrocarril hacia el oeste. Dos aeroplanos llevarán por duplicado las comunicaciones al cónsul, por si uno fracasa. El número 43, piloteado por el capitán Benjamín D. Faulois y el teniente Herbert A. Dargue, debe aterrizar al sur de la ciudad, mientras el 45, en el que van el capitán T. F. Dood y el teniente Joseph E. Carberry, debe aterrizar al norte. Los dos llegan a su destino, al mediodía del 6 de abril. La población se da cuenta, comprende que los aviones han tocado tierra, y grandes grupos de gente indignada emprenden la marcha rumbo a los probables sitios de aterrizaje. Del 43, que está en el llano al sur, baja el capitán Faulois, y emprende la marcha rumbo al consulado americano mientras el avión se eleva de nuevo para reunirse con el que ha aterrizado en el lado norte, en las inmediaciones del pueblo de Nombre de Dios. Apenas tiene tiempo de elevarse antes de que cuatro soldados, que le han visto, le hagan fuego. El capitán Faulois es capturado y la policía se encamina con él hacia la Penitenciaría. Se ha juntado ya alrededor del grupo una gran multitud, hombres y muchachos, que gritan contra los americanos. Son los brazos abiertos que el general Pershing esperaba encontrar en Chihuahua. El coronel Miranda, jefe del estado mayor del general Luis Gutiérrez, interviene y consigue la libertad del prisionero, quien entonces pide a las tropas mexicanas protección contra el pueblo, temeroso de que algo les haya ocurrido a los dos aeroplanos y los demás tripulantes. En efecto, cuando llegan a Nombre de Dios, encuentran solamente un aeroplano, el del teniente Dargue. Él les informa que, cuando el otro aeroplano había tocado tierra, el capitán Dood se marchó a entregar sus despachos, pero el avión había sido rodeado por una multitud hostil que lanzaba gritos contra los invasores y procuraba dañar el aparato, quemando la tela con los cigarros o rasgándola con las navajas. Temerosos de que sus aviones fueran destruidos por la multitud que engrosaba de momento en momento, los dos pilotos decidieron emprender el vuelo, hacia el lado sur, donde esperarían a los capitanes. Carberry pudo despegar, mas en cuanto Dargue echó a andar su motor, una lluvia de pedradas cayó sobre el aparato unos cuantos metros corrió sobre el suelo y comenzó a elevarse, pero el estabilizador estaba roto por las pedradas, y tuvo que aterrizar inmediatamente. En cuanto lo vieron caído, los indignados habitantes se calmaron, y al día siguiente, arreglados los desperfectos, Dargue pude elevarse para informar a la Expedición Punitiva que ya el cónsul Letcher enviaba a los soldados la comida que les estaba haciendo falta.

Pocos días después, el 19 de abril, el teniente Dargue y el capitán Robert H. Willis, que estaban tomando fotografías de los caminos que conducen a Chihuahua (lo que no era precisamente perseguir a Pancho Villa), se estrellan al occidente de la ciudad. Willis queda bajo el fuselaje roto, y sale todo cubierto de heridas. Incendian el aparato y en dos días de marcha, sin alimento ni agua, caminan los cien kilómetros que los separan de su base.

En un mes se han perdido seis aviones, las tres cuartas partes de la fuerza aérea de la Expedición. El resto de la escuadrilla se retira hacia Columbus, en espera de nuevos aparatos.

Villa, escondido en su cueva de la sierra de Santa Ana, herido en una pierna, inmovilizado, poseído por la calentura, oye los motores de los aviones americanos zumbar sobre la montaña y sobre la cañada. Él y sus fieles, Marcos Torres y Bernabé Cifuentes, desafían el peligro por la curiosidad y asoman la cabeza por la cueva para ver pasar a los aeroplanos. Varias veces sienten la vigilancia que sus enemigos ejercen desde las nubes. Pero lentos como son los aviones, son todavía demasiado veloces para darse cuenta de los seis ojos que los miran desde la gota negra de una cueva en el flanco de la montaña. Y pasan y vuelven a pasar, sin darse cuenta de que las hélices le hacen fresco en la cara a Pancho Villa. El teniente Rader, que se ha estrellado cerca de Ojito, está ahí nada más, al pie de la montaña, viendo su aeroplano inútil. Se encuentra más cerca de Villa que de su base, más cerca de Villa que ningún otro americano, pero no lo sabe, y quizá si lo supiera marcharía más de prisa para unirse con los suyos. Los villistas no lo molestan, porque sería dar señas de su presencia. Y no vuelven más aeroplanos por ahí, porque no quieren que les mire la mala estrella que cegó a Rader.

Villa duerme tranquilo, sin que le moleste más el zumbido de los motores.

En cuanto se da cuenta de que Pancho ha ocupado la ciudad de Chihuahua, el general Pershing se inquieta y pide permiso para atacar. Varios meses lleva ya la Punitiva sin desarrollar actividad alguna, y al sentir que nuevamente el atacante de Columbus ha puesto en pie de guerra un ejército de seis mil hombres, el jefe de la Expedición considera que ha llegado el momento de procurar su desbandada. He aquí lo que dice al general Funston, jefe del sector militar: "Debido a la audacia de Villa y a la ineficacia de las tropas carrancistas, el poder de aquél va creciendo. Informes que considero auténticos, señalan su fuerza en seis mil hombres. Cuatro trenes cargados de mercancía, capturada en Chihuahua, llegaron a San Isidro el día 5 del presente. Debe dársele un golpe rápido. Nuestro prestigio en México aumentaría en el momento. Tomando en cuenta las actividades de Villa en las últimas dos semanas, la pasividad de la Expedición a mi mando no es de desearse. Como lo he informado en anteriores comunicaciones, la ofensiva de nuestra parte no encontraría quizá resistencia por parte de las fuerzas carrancistas, y debe recibirse aprobación; el elemento civil nos recibirá bien, pues ahora se sorprende de nuestra inacción."

Y al transcribir el anterior mensaje al Departamento de Guerra, el general Funston se muestra de acuerdo: "Yo apruebo la anterior recomendación -dice-. Los éxitos de Villa lo están colocando rápidamente en el control de una gran parte del estado de Chihuahua. Los carrancistas que se le han opuesto han fracasado, habiendo sido seria y decisivamente derrotados varias veces en el curso del mes pasado. Y no veo la razón para creer que tendrán más fortuna en los meses próximos, pues Villa está adquiriendo mayor fuerza a cada momento y mayor influencia y está extendiendo la zona sobre la que tiene completa autoridad. Los informes del servicio secreto dicen que hay fuertes simpatías para Villa en Coahuila y Nuevo León, y yo creo que si se le permite seguir su carrera sin obstáculos, en el curso de pocos meses controlará todo el norte de México. Un rápido y decisivo golpe que le dirija ahora John J. Pershing detendrá su creciente poder, y si se le permite continuar hasta que Villa sea capturado, pondrá fin a su movimiento, beneficiando grandemente al gobierno de facto. John J. Pershing declara que tal esfuerzo no encontrará resistencia por parte de los carrancistas. Yo ciertamente veo que contará no sólo con su aprobación, sino con su ayuda. Ésta comprenderá el permiso para usar el Ferrocarril Central o el Noreste de Ciudad Juárez al sur, ya que Pershing necesita alguno de ellos para sus comunicaciones, pues no se podría asegurar el éxito completo en la persecución de Villa sin la posibilidad de seguirlo hasta el estado de Durango."

Una vez más, los jefes americanos demuestran su error en interpretar la situación, y hacen augurios que el tiempo se encargará de echar al viento. Funston asegura que Villa podrá controlar en pocos meses todo el norte de México, pues no creyó que las tropas carrancistas puedan tener mejor fortuna que la que tuvieron hasta el momento de la caída de Chihuahua. Ignora qué clase de gente es Francisco Murguía, quien avanza al galope de Santa Rosalía hacia Chihuahua. Ignora que en los momentos en que dicta su mensaje, en los llanos de Horcasitas Villa y Murguía, al frente de cuatro o cinco mil jinetes cada uno, se encuentran, cargan uno contra el otro, se mezclan, se hacen fuego con sus pistolas, se golpean con sus sables, se encrespan, se echan los caballos encima, caen en la tierra revueltos, y luchan ferozmente por cuatro horas hasta que Villa se retira rumbo a Chihuahua. Ciertamente no ha sido la fortuna la que decidió este encuentro, sino el valor, la decisión, el coraje, la fuerza. Francisco Villa ha encontrado un adversario de su categoría. No es ya José Cavazos quien lo combate, ni Jacinto B. Treviño ni Gabriel González Cuéllar. Es Francisco Murguía, a quien siguen Eduardo Hernández, Heliodoro Pérez, Pablo González el Güero y otros generales que usan la ropa bien apretada. Son los que van a asestarle los golpes definitivos en plena quijada. Primero en Horcasitas, después en muchos otros encuentros. Villa ganará alguno, pero cuando Murguía deja el mando de las tropas carrancistas en Chihuahua, ya Pancho va perdiendo la confianza en que algún día la División del Norte volverá a pasear victoriosa por la República. Por lo pronto, abandona la ciudad de Chihuahua y se encamina hacia la sierra, aproximándose hacia la Expedición Punitiva. Sabe que no corre peligro, pues a las instancias de Pershing para que se le permita atacar, Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, contesta que se están desarrollando pláticas para el retiro de la Expedición y que ésta no debe dar un paso hacia adelante, ni disparar un solo tiro, si no es atacada en sus posiciones.

Villa se guarda mucho de atacarlas. Y los soldados vestidos de caqui lo ven pasar, casi frente a sus posiciones, llevándose los trenes cargados con el producto del saqueo de Chihuahua.


(Tomado de: F. Muñoz, Rafael - La Expedición Punitiva. Cuadernos Mexicanos, año I, número 19. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)