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viernes, 26 de abril de 2024

El de los algodones

 

El de los algodones

Las nubes nos sacan la lengua, escupen y luego se ríen de nosotros en los charcos del aguacero. Pero como los niños ni los grandes saben de poesía estridentista, las nubes, para ellos, son las que venden los algodoneros de los algodones de azúcar. Unas nubes de color rosa, asidas a estirados palitos, como antes, en los mastodónticos hangares, prendidos a largos mástiles hinchaban su suficiencia los zepelines alemanes. Hasta que los reventó el tiempo.

La civilización o lo que presume de serlo, aventó al algodonero como a otros vendedores ambulantes de los primeros cuadros de la ciudad, para no ofender al tránsito y al qué dirán de nosotros las naciones extranjeras; pero el algodonero, como los otros, ha ido a refugiar la feérica y ferial belleza de su colorido, que nadie podrá quitarnos, en los rumbos que frecuentan las gentes sin mancha, como los niños y los grandes que se parecen a los niños. Y aquí está el algodonero con sus copos sedosos, pizcando su cosecha dulce, para almohadas deleitosas; inflando sus globos de Cantolla que se quedaron lamiendo l'olla. Y los niños deshilando, desbaratando, reventando nubes a dentelladas felices. Creciéndose y rasurándose barbas color del alba o atardecer de octubre.

Aquí están el algodonero y su aparato elemental: un gran cazo que gira al calor de mínimo horno de petróleo, con su varita mágica naciendo alrededor del cono que centra interiormente este caso los aéreos y ¡ay! pasajeros azúcares.

El algodonero que amontona las nubes, como Zeus.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

lunes, 28 de agosto de 2023

El cartero

 


El cartero

Su silbato es el de la alegría, aunque a veces sin que él tenga la culpa, pueda ser del sobresalto y la tristeza. Nada, ni la noticia de recibir herencia, es tan esperada como él, porque esta noticia habría de llegar por su conducto.

Es la incertidumbre: "¡El cartero!" -Es la ilusión diferida: "¿No tengo carta hoy?..."

¿Qué hace usted? -preguntaron a cierto imberbe literato, y éste contestó: Por aquí, dando vueltas. ¡Como un tío vivo! -concluyeron los preguntones.

El cartero es un tío bueno que gana el pan de sus hijos dando vueltas, repartiendo de su gran valija de cuero, verdadera lámpara encantada, genios buenos y alguno que otro de mal humor. Si usted, lector, o yo, fuésemos de veras Aladino, estoy seguro de que le concederíamos tres deseos para el regalo de sus pies: las botas de siete leguas, la alfombra mágica y una bicicleta de carreras.

Yo conozco muchachas que lo atisban tras los visillos de las ventanas, como a un novio. A padres que lo esperan como al beso de sus hijos. A hombres llenos de soledad que lo aguardan como al amigo de las confidencias. La simpatía de su informal uniforme y gorra azul, quemados de sol y de cansancio, es unánime, y él lo sabe, pero sólo el Día del Cartero y por Navidad se atreve a ponerla a prueba. Es pobre, pero honrado. Sin embargo, les voy a contar un cuento que sucedió hace muchos años en la tierra de Fue y ya no Volverá.

Este era un cartero que tenía 10 hijos. Un día no tuvo para darles de comer, y extrajo de una carta un giro de $10.00. Entonces el Gran Visir, que era inflexible, lo condenó a 10 años de prisión.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

jueves, 17 de agosto de 2023

El merolico

 


El Merolico

"¡Esta pluma importada de Alemania por la firma de Balk, cuesta en los aparadores la cantidad de 75 pesos. Aquí conmigo, representante directo, esta pluma legítima alemana punto garantizado, oro de 14 kilates, acompañada de un fino lapicero y elegante estuche de terciopelo, no le cuesta a usted cien pesos, ni 75 de 50 ni 30. Le cuesta a usted, caballero, en oferta especial de propaganda, la insignificante cantidad de siete cincuenta. ¡Siete pesos con cincuenta centavos!..."

Un palero compra una pluma; otro también. Adquisiciones bastantes para que indecisos pero picados fuereños y crédulos capitalinos se resuelvan a efectuar tan tentadora operación.

Este, vende plumas; aquél, que tiene una serpiente enroscada al brazo, medicinas curalotodo; el otro, elíxires para extraer muelas sin dolor; ese, adivina el porvenir; el de más allá, vende carteras de piel de Rusia a tres pesos.

Su utilería: una pequeña mesa de tijera, un paño tendido en el suelo; el curalotodo tiene una tribuna con quitasol, y silla para el "paciente". Los paleros se dejan extraer muelas, poner cataplasmas, hacen de clowns y sostienen diálogos picarescos que hacen morirse de risa. Su escenografía es la plaza pública, el mercado, la calle.

Yo he engrosado muchas veces el auditorio del merolico, y he quedado bobo ante su extraña habilidad, su psicología al centavo, su desplante, su irresistible elocuencia, su marrullería graciosa. Esto último me convence de que el merolico no es un político disfrazado.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

jueves, 8 de junio de 2023

Mulitas de Corpus

 


Mulitas de Corpus

No siempre Manuel es una "mula", aunque el santo de su nombre aparezca el jueves de Corpus. Antes, abriendo la húmeda neblina bajaron los indios, albarda sobre aparejo, arriando mulas cargadas de mulas. Mas no las sindicales que se venden al halago de curules, sino las otras, que gustan a los niños.

Nomás se oye un llover de pezuñas presurosas y al chico rato están en el atrio de la Catedral, frente a la solemne arquitectura, estas mulitas que el indio -a quien la gracia nace de las manos, como en su cuenco el brote del agua- modela y trenza con hojas de maíz puestas a dorar en brasas pacientes.

Las parsimoniosas mulitas, 5 a 25 centímetros, cruz al casco la medida de su alzada, erguidas las periscópicas orejas, tenso el cilíndrico cuerpo, lacio el rabo, abiertas y plantadas las macizas patas de palo, belfos rumiando discursos de ministerio -¡ji-jau!- llevan al lomo resistente la apreciada carga de sus huacales.

Redondos capulines azabaches, rubios chabacanos táctiles, peras de San Juan y de leche, rojas ciruelas de contenidas mieles; todas en curioso mirar por entre los maderos de sus cárceles pidiendo a gritos !¡comedme! Arriba un qué bien huele crecer de chícharos y claveles.

Al desfile infantil innúmero se le van los ojos. Inditas zalameras de olán azul, huarache sonoro; y frente a la recua vegetal niños morenos de apresurados huacales, blancas calzoneras y paliacates colorados, brillosos remedos del joven Morelos pensando en la patria al paso de su arriería sureña.

Jueves de Corpus. Que no se enoje Manuel por ser tocayo de tanta gracia; que hay otros que lo son de veras y no se dan por entendidos.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

jueves, 18 de mayo de 2023

Tacos de carnitas

 

Tacos de carnitas

¡Fuchi!, exclaman aquellos como el del cuento -que puro pollo y vino blanco y traía los hollejos de los frijoles entre los dientes- cuando ven las fritangas de carnitas de cerdo; esas que olerlas atrofian cuatro sentidos en favor de uno solo: el gusto; porque así como el de los hollejos desfallecía por comer pollo, estos del ¡fuchi! qué darían por, a pesar de la pretensión, sanos hijos de vecino, llegar hasta el umbral de "El Tentempié", frente a la vitrina cuadrada que medio encierra, sobre una plancha que alimenta lumbre oculta, las odoríferas carnitas "gordas y coloradas" a las que la luz de un foquito relumbra el espejismo voluptuoso, la grasa abundante.

Que en tal lugar, tras la vitrina, está esa segunda versión del vendedor de tacos al que la buena gente aldeana llama "carnitero" cortando a la frita calculados trozos que luego coloca en la tablita o segmento de tronco, para tasajearlos con donaire y primor dignos de clientela de tan privilegiado gusto, como que nomás es verlo trabajar y ya está haciéndose lenguas.

Formadas las tortillas calientitas, chiquitas, van recibiendo de mano del orfebre ésta su porción de "gordito", la otra de "maciza", aquella de "nana", y la de más allá hígado, sin faltar la costura del palillo para evitar reventones prematuros.

"¿Le pongo salsa?", -Y usted, o yo, en Soto, Santa María la Redonda, el Carmen, aquí en Bucareli, de los muy afamados en el cubo del zaguán, muy sentados en la escalera, contando los peldaños de nuestra más lisonjera beatitud.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)


jueves, 6 de abril de 2023

Acá las tortas

 

Acá las tortas

Rótulo o letrero en la pared, en San Cosme, en Palma, en Santa María la Redonda, o Justo Sierra con Correo Mayor, el reclamo, Acá las tortas quiso indicar eso: que allí las tortas, vamos: que ese expendio presumía de vender las insuperables. Hay acá las poderosas en amor, en trabajo, en pelea.

Tortero y tortera hay en México para competir en el más rumboso concurso internacional, pues 500 o mil tortas al día es récord olímpico. Aquí y en Melbourne. Mover manos prodigiosamente, en un santiamén, en menos que canta un gallo; de rebanar teleras, quitarles el migajón, untarles tapas de crema o mostaza, ponerles la vianda indicada entre veinte que se exhiben en otras tantas cazuelas de peltre; freírlas o calentarlas si se requiere; aderezarles chipotle, chilitos verdes, lechuga, cebolla, aguacate; atender veinte manos que se alargan, es ser campeonísimo

"¡Quiero una de pulpo! ¡Tres para llevar! Usted, de qué me dijo?..."

Y él, o ella, rebanando, juntando, rellenando, tapando, envolviendo, haciendo cuentas. Y frente a ellos cien bocas, cada boca con 32 dientes que no se aguantan y una lengua pidiendo tortas a Dios dar; de acuerdo con el hambre, el antojo y el bolsillo.

Al fin de la jornada el tortero queda hecho tortilla, pues aunque en una torta se haya ido el picante del requiebro y en otra la mostaza de una cita, no todo para él son tortas y pan pintado…


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

jueves, 23 de febrero de 2023

La tamalera

 



La tamalera

"¡Verdes y colorados los tamales! ¡De dulce y de manteca! ¡Lleve los tamales! ¿Cuántos le servimos, marchantita?..."

Está envuelta en su rebozo, manto de sus mayores; sobre el fuego lento del anafre, el bote de los tamales. Destapa el bote, quita el lienzo que cubre su calor propicio; a pellizcos rápidos, porque el vapor quema, va sacándolos y poniéndolos en el plato de peltre. Una nube de incienso oloroso cosquillea el olfato del apetito.

Verde, blanco y colorado, la bandera del soldado. Estos tamales mexicanos hasta las cachas, envueltos en hojas de maíz como la superficie de la patria suave. El goce supremo de los tamales es comérselos a mordida ansiosa y trago de atole; este atole que hierve y chorrea en la olla de barro, panzona; champurrado o de cáscara, blanco, de fresa…

"¡Ay, marchantita! ¡Si no están caros! ¡Si nos han subido todo: la masa, la manteca, el azúcar, la hoja, la carne ni se diga! Por eso le pongo poquita! ¡Yo qué más quisiera!..."

El mercado por la mañana; las puertas del cine y las esquinas por las noches son altar de su oficio. Y este pueblo nuestro que hace mesa de la calle y al cochinito del ahorro prefiere la barriga llena para el corazón contento.

"¡Los tamales! ¡De chile y de dulce los tamales!"

Aquí está la tamalera, mientras la noche crece. Corte de caja y balance es el montón de hojas de maíz junto al asiento de ocote. Mientras el frío crece, envuelta en su rebozo, su rescoldo y su vapor, aquí está la tamalera: mal y vendiendo.


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

sábado, 22 de diciembre de 2018

Alberto Beltrán

 
Nació en la ciudad de México en 1923. Estudió dibujo en la Escuela Libre de Arte y Publicidad, de la que fue alumno fundador (1939) y más tarde maestro y director técnico (1960). Aprendió por sí mismo el grabado en linóleo. En 1949 asistió a los talleres de grabado en metal y de pintura al fresco de la Escuela Nacional de Artes Plásticas. En 1945 ingresó al Taller de Gráfica Popular, y llegó a ser presidente de esa asociación en 1958 y 1959. En 1960 se retiró del grupo, junto con Leopoldo Méndez, Pablo O'Higgins, Mariana Yampolsky, Adolfo Mexiac y otros.  En 1956 recibió el Premio Nacional de Grabado, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, y en 1958 el Primer Premio de Grabado de la Primera Bienal Interamericana de Pintura y Grabado, realizada en México. Colaboró en varias publicaciones sindicales y fue ilustrador y caricaturista de El Popular, El Nacional, Excélsior, Novedades, La Prensa, y Diario de la Tarde. Editó los periódicos satíricos Ahí va el golpe (1958) y El Coyote emplumado (1960). Desde 1962 fue subdirector gráfico de El Día y autor desde 1968, en ese periódico, del comentario gráfico semanario. En 1965 dirigió el Taller de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana. En 1971 fue nombrado primer director general de Arte Popular de la Secretaría de Educación Pública y a partir de 1974 fue presidente del Comité Mexicano Pro Artesanías y Arte Popular. Fue miembro fundador de la Academia Nacional de Artes. Infatigable y fecundo creador en el campo de las artes plásticas, realizó 3 murales: uno de piedras naturales, caracoles y cerámica, en el exterior del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, en Jalapa; un mosaico de vidrio en la bóveda del Museo de la Ciudad de Veracruz; y un vitral monumental en el edificio del Registro Civil del propio puerto jarocho. Autor de "Pintura y escultura en Veracruz (de 1910 a 1965)", en La Palabra y el Hombre (37, 1966), 50 artistas opinan sobre el arte (1967) y El petróleo en México (1968); e ilustró, entre otros, los siguientes libros: Origen, vida y milagros de su apellido de Gutierre Tibón (1946), Juan Pérez Jolote: biografía de un tzotzil de Ricardo Pozas A. (1948), La ruta de Hernán Cortés de Fernando Benítez (1950), Life in a Mexican Village: Tepoztlan revisted de Oscar Lewis (1951), Doña Bárbara de Rómulo Gallegos (1954); Azteca (1958), Maya (1960) e Incas (1961) de Víctor W. Vonltagen; y Las tierras flacas de Agustín Yáñez (1968).

[Murió en la ciudad de México el 19 de abril de 2002].
 
 (Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen II, Bajos-Colima)




(Alberto Beltrán: preparación de papel amate; tlacuilo, pintor de códices)
 
 

(Alberto Beltrán: Juguetes mexicanos)
 

(Alberto Beltrán: un día de vida prehispánica)

 
(Alberto Beltrán: Días y meses del calendario maya)