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jueves, 16 de enero de 2025

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro

 

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro 

Elizabeth Mejía 


En un pueblecito perdido en las montañas había un hombre muy viejo, de esos que siempre andan en busca de algún despistado para pescarlo y hacerlo que escuche sus historias, esas que relatan tiempos mejores, de cuando eran jóvenes. Pues bien, aquel hombre me pescó y me contó una historia, la misma que quiero compartir con ustedes. 


Mis tierras se llaman Sierra Gorda, y en ellas existían unos quinientos pueblos, cada uno de diferente tamaño; los había muy grandes, muy pocas verdaderas ciudades y muchos pueblecitos de apenas tres o cuatro casas. 

En ese lugar disponemos de una gran cantidad de recursos, en las partes altas de las montañas, que pasan buena parte del año coronadas por las nubes que vienen del norte y que se detienen a visitarnos con mucha frecuencia; el clima es templado con fuertes heladas, tan fuertes como nevadas, mientras que al norte de la sierra se encuentran valles cálidos, que al estar rodeados de montañas hacen que las nubes no bajen y hacen invernaderos cálidos donde hoy los españoles han sembrado muchas plantas, ya que se dan muy bien. 

Pero cuando todavía los blancos no habían llegado las cosas eran diferentes. Donde hoy se sientan las casas de los curas, que llaman misiones, antes hubo pueblos, unos, los que salen a Río Verde, donde se encuentra la hacienda de Concá, estaban gobernados por una gran ciudad, que hoy llaman San Rafael. Ahí los pueblos vivían abajo, en los valles, cerca de los ríos. De donde estamos hoy, llamado Jalpan, y hasta la salida a Xilitla, no hubo grandes ciudades, más bien pueblos medianos de gente huasteca, que fueron famosas por sus cultivos de algodón, que vivieron alrededor de grandes señoríos. Nosotros rendíamos tributo a los señores mexicas a través de uno de esos señoríos. Vivían en las laderas, ahí donde puedes bajar fácilmente, rodeados por sus cultivos, pero también emprender camino a las montañas. 

Es de esas montañas de donde yo vengo, donde yo nací; pero antes de contarte de mi pueblo, déjame decirte, todos los pueblos que hoy ves se fundaron con los que quedamos, los que no pudimos irnos, y a los que no nos quedó más remedio que quedarnos, o sí lo eligieron, ya que la mayoría de los que vivían aquí los mataron cuando no permitieron que los dominaran. Se llamaban jonases. Eran grupos de personas que vivían organizados en bandas, muy diestros en el manejo del arco y la flecha; andaban desnudos, a veces vivían en cuevas porque no tenían pueblos fijos, ya que vagaban por toda la sierra, principalmente cerca del cerro de la Media Luna -donde, por cierto los mataron a todos-, en Xichu y hasta en Zimapán y Cadereyta; a ellos todos les teníamos miedo, ya que les gustaba asaltar a los que tenían pueblos fijos. 

Pero no todos eran guerreros, también hubo grupos de gente pacífica, como los huastecos, de quienes ya te hablé, y los pames, todos gente que vivía de sus cultivos y que fueron controlados por los misioneros, primero por los agustinos, después por los dominicos, y finalmente por los franciscanos, que construyeron las misiones más grandes y más bonitas. 

Pero déjame contarte del pueblo de mis abuelos, allá al sur de la sierra, arriba, en las montañas. Ese lugar estaba gobernado por dos ciudades al mismo tiempo, esas que los españoles llamaron Ranas y Toluquilla, y de las que no se guardó en la memoria el nombre original, ya que se encontraban abandonadas cuando llegaron los primeros conquistadores. 

Toluquilla era el pueblo de mis abuelos, se trata de un cerro alargado donde hubo habitantes desde hace mucho tiempo, pero que tomó fuerza y lustre después del año 500 de la cuenta española. Para hacer crecer el pueblo primero se niveló el terreno haciendo muros de contención con piedras del mismo lugar. Ya nivelado, construyeron los edificios principales, esto es, cuatro canchas de juego de pelota, y altos templos rematados por cuartos con altares, que estaban dedicados a nuestros dioses, pero que también sirvieron para depositar a nuestros muertos, o a los que tenían enfermedades graves, y para dejar a los sacrificados, a los muertos dedicados a los dioses. Todos eran rodeados por ofrendas, esto es, obsidiana, conchas en su ajuar de collares, cuentas, pendientes y orejeras, instrumentos de piedra y pectorales hechos con huesos de animales, vasijas que contenían cinabrio y el alimento necesario para llegar al otro mundo. 

Y hacia el fondo del cerro, ahí donde la ciudad es más cálida, se hicieron nivelaciones para pequeñas milpas y para las habitaciones de gente importante, los gobernantes y los sacerdotes. En total, cuando la ciudad se terminó, completaron hasta 120 construcciones para el año de 900 en la cuenta de los españoles. Si tú vas a visitarla, verás como el tiempo no la ha derrumbado totalmente y aún se puede observar la avenida principal que pasaba por el centro, con su calle mayor que cruzaban pequeños patios y algunos de los callejones que servían para pasar a las construcciones de los lados, y las dos avenidas laterales, las que van por cada lado. Siempre fue un lugar reservado, no se construyeron grandes plazas para reunir grupos numerosos de personas. Ahí se necesitaba invitación, pues en ese lugar se reunían para hacer ceremonias, ya que era un santuario donde se celebraba el juego de pelota. 

El juego que ahí se practicaba era uno de los conocidos entre el 900 y años posteriores; tenía marcas en el piso que dejaban ver cuál era la cancha, y no contaba con marcadores en los muros de los paramentos, como en otros lugares. 

La otra ciudad, la que llamaron Ranas, es la más grande, con unas 150 construcciones. Ocupaba dos cerros completos y tenía tres secciones, una como en Toluquilla, que además era reservada, donde se construyeron tres canchas de juego de pelota, la otra tenía los edificios que reunían y organizaban la producción de alimentos y de cinabrio, uno de los productos que mi gente sacaba de la tierra, que fue de gran valor en nuestra época y que logró que nuestro pueblo conociera tierras lejanas y por el cual se pagaban grandes riquezas. Además, ahí vivían los encargados, los gobernantes. 

En ese lugar se construyeron plazas donde se reunían todas las personas que vivían cerca, que además eran muchas, por ejemplo, ahí donde hoy es San Joaquín hubo un gran pueblo de productores de alimentos, cerca de las tierras de cultivo y de los manantiales. 

Las dos ciudades fueron muy antiguas, tuvieron su primer esplendor en tiempos teotihuacanos, justo cuando se inició la habilitación de las minas, entre los años 100 y 200 después de nuestra era, es decir cuando surgió el comercio con Teotihuacán. Al parecer su relación con ese gran centro era sólo de intercambio, de forma que nunca hubo población teotihuacana en la Sierra Gorda y por ello los objetos que los teotihuacanos enviaron fueron como pago, que al paso del tiempo acabaron en basureros. En todo ese tiempo el comercio del cinabrio hizo que estas ciudades también se relacionaran con otros lugares, como la costa del golfo y la zona de San Rafael, todos huastecos, y cuya influencia se nota en la fabricación de vasijas negras pero con barro local. Otra de las grandes ciudades con las que la sierra tenía contacto era Tula, que tomó fuerte impulso en los años 600, y posteriormente fue la época en que Toluquilla vivió un gran crecimiento, alrededor del año 900. 

Entre los dos pueblos, Ranas y Toluquilla, controlaron toda la región sur de la sierra y con ello una de las zonas más ricas de mineralización de mercurio y cinabrio, lo que les permitió comerciar por un lapso muy prolongado, y en ese periodo nunca perdieron su identidad, hasta que alrededor del año 1400 la ciudad de Toluquilla inició su abandono gradual, hasta quedar totalmente desierta; mientras que Ranas fue invadida por grupos de nómadas que reocuparon las zonas habitacionales. Pero ello no significó que la región quedara desierta, ya que algunos poblados siguieron funcionando, como el pueblo donde se encuentra San Joaquín, que incluso conocieron a los españoles. 


Al llegar a este punto de la plática, el hombre se tomó un respiro para seguir recordando, y aprovechando la pausa y le hice varias preguntas al mismo tiempo: ¿qué tipo de riqueza se obtenían del cinabrio?, ¿para qué se usaba el cinabrio?, ¿Cómo era ese juego de pelota?, ¿era realmente un juego? Me miró, yo creo que pensando que de plano era yo o muy joven o muy ignorante, así que sólo suspiró y me dijo: 


El cinabrio o granate es un polvo rojo que se encuentra entre las rocas como venas el cual, usado como pintura, sirvió para que nuestro pueblo lograra comunicarse, pero también para comerciarlo desde la época de los teotihuacanos; de esta manera se enviaba este pigmento y a cambio se recibían conchas, obsidiana y varios otros que nuestras tierras no se obtenían. 

Ah, y ¿qué otra cosa quería saber?, ¿lo del juego, verdad? Bueno, el juego de pelota es un ritual también viejo como nuestro pueblo, ya que se pierde en la memoria de quienes lo inventaron, pero con los años ha tenido cambios; primero fue un ritual sagrado, ya que nuestro pueblo cree que el mundo tiene varios planos: arriba moran en varios niveles los dioses, en medio estamos nosotros y por debajo, en el inframundo, se encuentran las semillas esperando a ser germinadas, las aguas subterráneas, los muertos, los animales que viven de noche y otros dioses. A este mundo se llega a través de las cuevas, que son las entradas a la madre Tierra. Pero, a veces, el mundo sufre de desajustes, y para lograr el equilibrio es necesario que aquí en la Tierra se hagan ritos para reordenarlo. Uno de los ritos que tiene la finalidad de volver a equilibrar el mundo es el juego de pelota. 

Los jugadores eran entrenados con mucho cuidado, se vestían como dioses, se preparaban con ayunos y con baños rituales; al final del juego se ofrecían sacrificios para que nuestros dioses estuvieran otra vez en paz. A los sacrificados se les sacaba el corazón o se les decapitaba. Pero al paso de los años y cuando se vieron las glorias del mundo mexica, el juego de pelota se transformó en un deporte, e incluso se hacían apuestas. El juego lo realizaban dos equipos; los jugadores se protegían con prendas especiales, ya que la pelota era gobernada con caderas y muslos para hacerla pasar por el lado por un aro y así lograr una anotación. A veces eran los prisioneros los que jugaban, y toda ciudad que fuera importante tenía por lo menos una cancha y templos para exhibir las cabezas de los decapitados, el tzompantli


Cuando el hombre me decía esto, vinieron a buscarme, por lo que, con mucha pena, me despedí de él, no sin antes comprometerme a regresar y seguir escuchando más de las historias de estas tierras.



(Tomado de Mejía, Elizabeth. Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro. Los guerreros de las llanuras norteñas. Pasajes de la Historia IX. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2003)

jueves, 2 de septiembre de 2021

Laboratorios vegetales

 

(Foto: Invernadero Quinta Schmoll)

En el extraño mundo vegetal creado por la Naturaleza para vivir del aire y soportar más de cincuenta grados de cambio en la temperatura (del calor del sol en el cenit al frío de la madrugada), sobresale el cacto, asombroso laboratorio químico natural.

Y de los sitios de la Tierra abundantes en estos monstruos amables, sobresale México, aparante lugar de origen, y poseedor del más vasto catálogo de variedades.

Espinosos, grotescos y a veces hostiles, los cactos fueron durante mucho tiempo el patito feo de la jardinería -extraño en cierto modo, pues de cuantas plantas llevó Colón a Europa, éstas fueron las que más impresionaron- hasta que, nadie sabe dónde, empezaron a ser descubiertos los valores estéticos de estas plantas. De a una destacada estima como elemento ornamental sólo hubo un rápido paso.

Las variedades existentes en México parecen no tener límite en su número. Carl Schumann escribió hace tiempo un tratado que los entendidos estiman como obra clásica, y en él consignó seiscientas setenta especies. Pero de entonces a 1973 la lista ha seguido creciendo sin cesar. Helia Bravo, eminencia internacional en esta área científica, descubrió una nueva variedad: la Ferocactus lindayi, en la proximidad de la Presa del Infiernillo, en la costa michoacana, en 1965. Ese mismo año, en la Sierra de la Giganta, Baja California Sur, Anetta Carter descubrió otra especie más de Lophocereus schottii, cuyo tallo lo forman costillas creciendo en forma espiral "como una vela cuadrada que hubiese sido retorcida".

Ha cobrado tal importancia esta rama de la Botánica, que existen diversas organizaciones científicas internacionales consagradas al estudio. En México, por ejemplo, funciona una Sociedad Mexicana de Cactología (calle Juárez No. 14, Col. San Álvaro, México 17, D. F.), dedicada al trabajo -no lucrativo- de promover el estudio científico de estas plantas. Para probar su descomunal interés en el asunto, estos especialistas cactólogos llegan a rifarse entre ellos mismos algunos ejemplares de cactos.

El país que se extiende entre Tehuacán, Pue., y Huajuapan de León, Oax., está considerado por muchas autoridades científicas como "el mayor y más diversificado campo de cactus en todo el mundo".

Ahí, entre las arrugas de la tierra -vieja millonaria en años- y sobre las crestas y valles del inmóvil oleaje que fingen sus descarnados lomeríos, están esparcidos los hermosísimos ejemplares en tales formas y diseños y dimensiones que sorprenden inevitablemente.

El área de Zapotitlán, Chilac, la montaña de Tetitlán y su ladera opuesta, por San Luis Atototitlán, están cerca de Tehuacán y sirven de botón de muestra de lo que guarda la región de más sierra arriba. Chollas (el cacto esférico, sinónimo festivo de la cabeza humana) que alcanzan dos metros de diámetro; biznágas igualmente monstruosas, con frutos que alcanzan la dimensión del plátano dominico. Otros cactos son increíbles miniaturas, y otros más presentan raíces horizontales que miden hasta quince metros. Son verdaderos prodigios de la Naturaleza, máquinas vegetales creadas para vivir y desarrollarse virtualmente sin agua, expuestas al cambio brutal de los cincuenta grados centígrados en el mediodía, hasta varios grados bajo cero en la helada noche. Aferradas angustiosamente a una reseca roca caliza, sin humedad siquiera, sin humus vegetal del cual nutrirse, ¿cómo viven y se multiplican las células de estos gigantes?, ¿cómo -de la nada- producen su pulposa sustancia generosa en almidón, mucílagos, gomas, ácidos orgánicos, cristales de sílice, alcaloides y un sinfín de etcéteras? Algún día los nuevos hombres de ciencia del México nuevo descubrirán y aprovecharán los maravillosos procesos bioquímicos del cacto, prodigioso laboratorio que extrae de la atmósfera los elementos químicos, los transforma, desintegra y recombina a través de la milagrosa fotosíntesis.

Entre tanto, y si usted no quisiera o no pudiera viajar hasta Puebla-Oaxaca para conocer el más variado jardín de espinas en el mundo, entonces tome usted nota de un lugar bastante más cercano: Cadereyta, Qro., a 37 km de San Juan del Río, sobre la carretera que sube hasta Tamazunchale, S.L.P. El lugar se llama "Quinta Schmoll" y queda a cosa de 25 minutos de Tequisquiapan y sus baños termales. En tal lugar, además de contemplar un estupendo escaparate de actividades, puede adquirir, por pocos pesos, una colección de 50 plantas cactáceas, todas distintas, de 2 a 3 años de edad. Y (quién lo sabe) bien pudiera suceder que se uniera usted al más o menos un millón de personas que, en el mundo, están haciendo del cultivo y colección de cactos una de sus más amables diversiones.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

miércoles, 17 de junio de 2020

Ezequiel Montes


Nació en Cadereyta, Querétaro, el 26 de noviembre de 1820. A pesar de haber iniciado sus estudios tardíamente, los hizo con brillantez y alcanzó el título de abogado en 1852. Desde 1848 fue profesor en el Colegio de San Ildefonso. Incorporado al partido liberal en noviembre de 1855, fue nombrado oficial mayor de Relaciones Exteriores. En diciembre de ese mismo año, al ocupar la presidencia el general Ignacio Comonfort, sustituye a Juárez en el Ministerio de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública. En abril de 1857 se le nombra Ministro Plenipotenciario ante la Santa Sede. A su regreso fue designado diputado por Zumpango, México. Se negó a servir al Imperio y por ello sufrió prisión y destierro. Al triunfo de la República fue elegido diputado varias veces y finalmente secretario de Justicia e Instrucción Pública por segunda vez. Falleció el 5 de enero de 1883.

(Tomado de:  Tamayo, Jorge L. (Introducción, selección y notas) - Antología de Benito Juárez. Biblioteca del Estudiante Universitario #99. Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1993)

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Los arcos del amor, Querétaro



El amor llevó el agua a los queretanos… y los abasteció durante más de doscientos años.
Fue el amor lo que provocó se construyeran los que serían el símbolo del Estado queretano: los arcos.
Mil doscientos ochenta metros de arcos… 74 que se empezaron a construir hace 260 años y se terminaron doce años después… de entonces a la fecha han resistido el paso del tiempo, imperios, revoluciones y no dudamos que todo se deba al amor: El del protagonista y creador de la obra hacia una joven monja… Don Juan Antonio de Urrutia y Arana vivía en la capital, donde se enamoró de la joven a quien sus padres mandaron al convento capuchino en Querétaro… todo para alejarla de las tentaciones que el marqués, hombre casado, le provocaba.
El Romeo mexicano, al saber del traslado de su dama a Querétaro, la sigue y se instala junto con su familia a dos casas del convento capuchino… y dicen las malas lenguas que visitaba a su Julieta con frecuencia… no quería que nada le faltara, y como en aquel entonces le faltaba el agua, prometió dota a su amada del preciado líquido.
Una promesa ambiciosa, pero que el marqués cumpliría… Encontró a 19 kilómetros de la ciudad una fuente natural de agua y mandó construir un drenaje de cantera desde allí hasta el sitio en donde quedarían sus arcos para llevar el agua a su amada… Le llevó doce años para que los arcos funcionaran como acueducto, pero cumplió su palabra, la novia recibió el agua, lo mismo que toda la ciudad de Querétaro. Y no sólo eso, sino que los arcos que se iniciaron por la magia del amor continúan ahí, ya no surtiendo agua, pero sí como símbolo inconfundible de Querétaro… Arcos de 23 metros de alto y de dos metros los más bajos, todos de cantera y mampostería, se encuentran prácticamente como cuando fueron construidos… y todo ello lo agradecen los queretanos, sobre todo los del pueblo de La Cañada, que le mandaron hacer una estatua al marqués… Años después la estatua fue llevada a Querétaro para restaurarla y a su vuelta fue recibida con todos los honores. “Como si se tratara de la procesión de un santo”, dicen, acompañaron a la estatua con flores, cohetes y música. Un justo reconocimiento para quien dio tanto por amor… ¿Y a cambio qué? podríamos preguntar. Pues a cambio de nada, se supone, porque dicen que fue un amor platónico el del marqués por la monja y viceversa… Lo cierto y lo mágico es que los arcos permanecen como recuerdo del agua que llegó por amor.


(Tomado de: Sendel, Virginia - México Mágico. Editorial Diana, S.A. de C.V., México, D.F., 1991)



martes, 2 de julio de 2019

Manuel Gómez Pedraza


Nació el 22 de abril de 1789, en la ciudad de Querétaro. Cadete en 1804 y oficial de Manuel de la Concha en la captura de Morelos en 1815. Fue iturbidista y encargado de entregar la capital a la caída de Agustín I., en 1824.

Asumió el Gobierno y la Comandancia militar de Puebla y como líder de los republicanos "moderados", fue Secretario de Guerra en el gabinete del Presidente Victoria.

Al triunfar el Plan de la Acordada salió a Francia, y al volver ocupó la Presidencia cerca de cuatro años. Orador de altos vuelos, en la tribuna parlamentaria alcanzó celebridad con su discurso del 24 de mayo de 1848 relacionado con el conflicto con los EE.UU. con otra pieza oratoria salvó a Haro y Tamariz de las iras populares.

Secretario de Estado en el Gabinete de Bustamante en 1838; del de Santa Anna en 1839, diputado en el Congreso de 1842, disuelto en diciembre. Fustigó las Bases Orgánicas de 1843; fue Consejero de Estado en 1846 y Senador.

Candidato presidencial, en 1850. Por morir sin confesión, sus despojos mortales no tuvieron albergue en los camposantos capitalinos. Falleció siendo Director del Nacional Monte de Piedad.

Murió el 14 de mayo de 1851 en México, D. F.

(Tomado de: Covarrubias, Ricardo - Los 67 gobernantes del México independiente. Publicaciones mexicanas, S. C. L., México, D. F., 1968)

viernes, 11 de enero de 2019

Fundación de Querétaro

 
(Templo de Santa Rosa de Viterbo)
 
Mientras Zacatecas subía y bajaba en importancia como centro urbano, Querétaro conservó hasta bien entrado el siglo XIX el título de tercera ciudad del virreinato que le adjudicó en 1680 el erudito Carlos de Sigüenza y Góngora. El despegue inicial se debió a la fertilidad de las tierras queretanas y sobre todo al hecho de ser paso obligado para las caravanas de carretas que iban a Zacatecas, primero, y poco después a Guanajuato, con lo cual el comercio alcanzó enorme desarrollo.

Hacia el siglo XII hubo en la comarca de Querétaro un puesto avanzado de los toltecas. Tras la caída de Tula la tierra cayó en manos de los chichimecas bárbaros, y pocos años después de la caída de Tenochtitlan fue ocupada por grupos otomíes a quienes jefaturaba un caudillo llamado Conín. En 1532 llegó a tierras queretanas una corta expedición integrada por algunos españoles y muchos aliados tarascos; Conín se sometió a los recién llegados y por tal motivo el poblado que se fundó poco después fue llamado Querétaro, una palabra derivada de voces tarascas que significan "en el juego de pelota", lo mismo que Nda-maxei, como le llamaba Conín en otomí. El primer asiento resultó demasiado cenagoso, por lo que en 1550 la ciudad fue trasladada al sitio que ocupa hoy en día.

En 1638, un cronista dejó escrito que Querétaro tenía 480 vecinos españoles, todos ellos propietarios "de casas muy cumplidas... Todas tiene agua de pie, huertas y viñas.. (en el campo) tienen dos molinos grandiosos y otro en el mismo pueblo... Hay más de un millón de cabezas de ganado menor y gran abundancia de ganado mayor".

Durante el siglo XVI se hicieron algunas construcciones modestas, todas las cuales fueron demolidas en el siglo siguiente para sustituirlas por otras mejores. De 1698 data el monumental convento franciscano, que abarca cuatro manzanas. La fachada de la iglesia de Santa Clara de Jesús se terminó en 1633 y en 1629 el templo del convento de San Antonio.
 
 

En el siglo XVIII se terminó de construir el acueducto y surgieron edificios como el convento a iglesia de San Agustín, el hospicio de Nuestra Señora de la Merced, los colegios jesuitas de San Ignacio y San Francisco Javier, además de mansiones particulares como la llamada Casa de los Perros y los palacios de Hecala, de los condes de Sierra Gorda y de Francisco Antonio de Aldai. Desde Querétaro se impulsó la construcción de una serie de misiones en la Sierra Gorda. Al despuntar el siglo XIX Querétaro no sólo era una de las ciudades más prósperas y hermosas de la Nueva España, sino que a su gran actividad agrícola y comercial añadía gran número de molinos, telares, talleres industriales y la Real Fábrica de Tabacos, en la que laboraban cientos de trabajadores. Sus habitantes sumaban más de 40,000.
 
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)