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viernes, 6 de marzo de 2020

Fray Bartolomé de Las Casas


Nació en Sevilla en 1474 y murió en Madrid, a los noventa y dos años, en 1566. Hijo de un soldado que acompañó a Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo, estudió en Salamanca y pasó a Indias en 1502. Pero no era su destino trabajar la tierra, sino preservar a los que la trabajaban. Así, abrazó el sacerdocio en 1510 y, en Cuba, se dedicó a la evangelización. En 1514, indignado por los "repartimientos de indios", que entonces se hallaban en to su apogeo, y considerando que era injusto y tiránico el tratamiento que a aquéllos daban los conquistadores, decidió consagrarse a su protección y defensa. Esta había de ser su principal misión. Renunció a sus haciendas. En favor del derecho de los naturales a la libertad, levantó su voz ante las autoridades civiles y eclesiásticas de España. Promovió investigaciones. Ideó nuevos sistemas de colonización; él mismo, aunque sin resultado feliz, trató de colonizar. Incansable, iba y venía del Viejo al Nuevo Mundo. A su tenacidad se debió que se promulgaran las Nuevas Leyes que refrenarían la inhumanidad desbordada. Dominico desde 1523, obispo de Chiapas a los setenta años, predicando ya con la palabra, ya con el ejemplo, litigando aquí, discutiendo allá, amenazado, perseguido, amado, odiado, vivió para una idea: erigir, sobre las ruinas de la opresión, el derecho de los naturales a vivir libres.
Por esto su figura, batalladora y ardiente, se proyecta con fúlgidos destellos en el horizonte de nuestro dramático siglo XVI. Por esto, más que a la de las letras, pertenece a la historia de las libertades humanas.
Tres obras le debemos: la Historia de las Indias, que abarca desde Colón hasta 1520, y que fue impresa en 1875-76; la Historia apologética, suplemento de la anterior publicada en 1909, y la famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que su autor destinó a Carlos V, fue impresa en Sevilla en 1552, y causó enorme sensación en su tiempo. La crítica moderna objeta el valor histórico de la obra de Las Casas. Estímasele como un doctrinario fanático que, empeñado en demostrar que los indígenas de América eran dechado de virtudes y fueron corrompidos por los españoles, se lanza por los campos de la fantasía, sin parar mientes en los datos de la realidad.
Insistamos: en Fr. Bartolomé de Las Casas, más que al historiador hay que tener en cuenta al paladín de una causa. "Exageró y abultó quizá -ha escrito D. Justo Sierra- la bondad esencial y la maldad de sus explotadores, no tanto como otros documentos lo demuestran. Pero aun así, esta clase de hombres que exageran y extreman de buena fe la pintura del mal, son necesarios en las épocas de crisis; así el remedio, aunque sea deficiente, bien pronto."

(Tomado de: González Peña, Carlos - Historia de la literatura mexicana. Desde los orígenes hasta nuestros días. Editorial Porrúa, Colección "Sepan cuantos..." #44, México, D.F., 1990)

viernes, 3 de mayo de 2019

Luis de Velasco (padre)


Al suceder en el mando a Antonio de Mendoza el nuevo virrey don Luis de Velasco, los proyectos de mejorar rápidamente las condiciones de las ciudades ya edificadas, tomaron gran incremento. El primer hecho notable de su gobierno, que le atrajo la simpatía total de los indios, fue la orden de libertad que dictó a 160,000 mineros.


Más importa la libertad de los indios -decía este virrey- que todas las minas del mundo; y las rentas que percibe la Corona no son de tal naturaleza que por ellas se deba atropellar las leyes divinas y humanas”. Estas palabras suyas nos revelan el gran carácter y el gran espíritu de su persona. Este año memorable en que liberta a los indios de tan penosos y arduos trabajos, marca un momento en la conciencia del dominio español de entonces. En el período de su mandato ocurrieron algunos hechos, que por su trascendencia en los destinos de la época, merecen significarse. Ellos son: el padre Francisco de Gómara publica su famoso libro Historia General de las Indias, y da comienzo el acueducto de Zempoala; el propio virrey, don Luis de Velasco inaugura la Universidad; y tiene lugar la queja que el padre Motolinía hiciera a Carlos V, sobre el comportamiento que fray Bartolomé de las Casas observaba en bien de los indios, para quienes tuvo siempre una política de provecho. En 1556, Carlos V abdica, y Bernardino de Sahagún escribe su gran obra Historia General de las cosas de Nueva España, dándole mucho prestigio a su autor. Poco después -en 1556- muere, en el convento de Atocha, el bondadoso padre Bartolomé de las Casas. De su espíritu humanitario y liberal, hablan muy alto estos conceptos suyos sobre el estado de vida que observaban los indios entonces. Hombre magnánimo, y alma abierta a todas las bondades, su posición era combatir las condiciones deprimentes que vivían en su época los nativos. Su valentía y sincera abnegación lo llevaron a manifestar a cada momento su modo de sentir y de pensar respecto al trato que los españoles daban a los indios. Una demostración de sus elevados sentimientos y de su amplia visión de los problemas de su época queda claramente demostrada en estas frases suyas sobre la esclavitud, a la cual se opuso siempre, sin importarle las consecuencias que tan digna postura trajera de desagradable a su persona.


Todos los indios que se han hecho esclavos en las Indias del mar Océano -dice fray Bartolomé de las Casas- desde que se descubrieron hasta hoy, han sido injustamente hechos esclavos, y los españoles poseen a los que hoy son vivos por la mayor parte con mala conciencia, aunque sean de los que hubieron de los indios”.


La primera parte de esta conclusión se prueba por esta razón generalmente: porque la menor y menos fea e injusta causa que los españoles pudieron haber tenido para hacer a los indios esclavos era moviendo contra ellos injustas guerras; pues por esta causa de injustas guerras no pudieron justamente hacer uno ni ningún esclavo; luego todos los esclavos que se han hecho en las Indias desde que se descubrieron hasta hoy, han sido hecho injustamente esclavos.


Que la menos mala y menos fea e injusta causa que los españoles pudieron haber tenido y tuvieron para ver los indios esclavos que hicieron, era y fue moviendo contra ellos injustas guerras, fueron llenas al menos de mayor nequicia y deformidad, pruébase por resta manera: porque todas las otras causas y vías que han tenido los españoles sin las de las guerras para hacer a los indios esclavos, tales fraudes, tales dolosas maquinaciones y exquisitas invenciones, y novedades de maldad, para poner en admiración a toda los hombres”.


Conocida es la carta que don Luis de Velasco dirigió al rey Felipe II, en la que le dice: “ Los mestizos van en gran aumento y todos salen mal inclinados y tan osados para las maldades que a éstos y a los negros se ha de temer. Son tantos que no basta corrección ni castigo ni hacerse en ellos ordinariamente justicia. No veo por el presente mejor remedio que enviar a V. A. a mandar que se lleven a España en cada navío quince o veinte para soldados, que traspuestos allá será buena gente para la guerra, y éstos habían de llevar capitanes y pagarles sueldo y proveerlos de mataloje. Con esto y con darles a entender que S. M. quiere servirse de ellos, creo irán de buena voluntad”. En tal concepto tenía el virrey don Luis de Velasco la rebeldía y bravura de los indios mexicanos, cuyo desacato a las normas de gobierno español, no era sino una manifestación independentista de su espíritu y de encendido decoro. Eran renuentes a ser dominados por gentes extrañas; querían el libre desarrollo de su personalidad, sin coacciones y modos opresivos. Sean cuales fueren las normas generales de su gobierno, dejó a su paso por el mismo, huellas inolvidables en la historia inicial de la Colonia. “Don Luis de Velasco, de la casa de los condestables de Castilla, fue íntegro, justiciero, amigo y protector de los indios -dice Manuel Orozco y Berra-. A sus esfuerzos se debió la abolición de la esclavitud que pesaba sobre los vencidos; y si sus disposiciones no lograron ponerlos en la condición de hombres libres, al menos delante de la ley no eran siervos, activo y trabajador, dio lustre y ensanche a la colonia, ya adelantando algunos ramos de la industria, ya avanzando sobre los bárbaros los límites de la frontera. Castellanos e indios le dieron el glorioso nombre de Padre de la Patria, título que explica por sí solo las virtudes que le adornaban. Su muerte fue mirada con un mal público, vistiendo tos a porfía luto en señal de sentimiento. Sus funerales fueron suntuosos: cuatro obispos de los que estaban reuniéndose para el segundo concilio provincial le llevaron en hombros. Seguían el ataúd la Audiencia, los tribunales, el regimiento de la ciudad y un concurso inmenso, cerrando la marcha las tropas reclutadas para ir a las Islas. El cadáver fue sepultado en la Iglesia vieja de Santo Domingo, y cuando se construyó la nueva se transportaron sus huesos a un suntuoso sepulcro al lado del altar mayor de orden de don Luis de Velasco el segundo, hijo de ese benemérito ciudadano”.


La muerte de este ilustre virrey acaeció el 31 de julio de 1564.


(Tomado de: Soler Alonso, Pedro - Virreyes de la Nueva España. Biblioteca Enciclopédica Popular, #63, Secretaría de Educación Pública, México, D. F., 1945)


miércoles, 5 de septiembre de 2018

Catedral de San Cristóbal



En la población llamada Ciudad Real, hoy San Cristóbal de las Casas, en el año de 1528 se levantó un templo que más tarde llegaría a ser la Catedral.

Primeramente fue dedicado a la gloriosa Virgen y Madre de Dios, después se le cambió por el de san Cristóbal. En 1536 cambió el nombre de Ciudad Real por el de San Cristóbal de los Llanos.

El papa Paulo III por bula expedida el 14 de abril de 1538 fue eregida en obispado, señalando al licenciado Juan Arteaga para que fuera a ocuparla, pero antes de llegar a su sede, murió en Puebla, siendo designado para sustituirlo en el año de 1543 fray Bartolomé de las Casas.

Este nuevo obispo en muy poco tiempo mejoró notablemente la arquitectura de la modesta iglesia que tenía categoría de Catedral, colocándole tres naves, bellos decorados y una fachada estilo barroco.

(Tomado de: Casasola, Gustavo – 6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976. Vol. 2. Editorial Gustavo Casasola, S.A. México, 1978)