Al suceder en el mando a Antonio de Mendoza el nuevo virrey don Luis de Velasco, los proyectos de mejorar rápidamente las condiciones de las ciudades ya edificadas, tomaron gran incremento. El primer hecho notable de su gobierno, que le atrajo la simpatía total de los indios, fue la orden de libertad que dictó a 160,000 mineros.
“Más importa la libertad de los indios -decía este virrey- que todas las minas del mundo; y las rentas que percibe la Corona no son de tal naturaleza que por ellas se deba atropellar las leyes divinas y humanas”. Estas palabras suyas nos revelan el gran carácter y el gran espíritu de su persona. Este año memorable en que liberta a los indios de tan penosos y arduos trabajos, marca un momento en la conciencia del dominio español de entonces. En el período de su mandato ocurrieron algunos hechos, que por su trascendencia en los destinos de la época, merecen significarse. Ellos son: el padre Francisco de Gómara publica su famoso libro Historia General de las Indias, y da comienzo el acueducto de Zempoala; el propio virrey, don Luis de Velasco inaugura la Universidad; y tiene lugar la queja que el padre Motolinía hiciera a Carlos V, sobre el comportamiento que fray Bartolomé de las Casas observaba en bien de los indios, para quienes tuvo siempre una política de provecho. En 1556, Carlos V abdica, y Bernardino de Sahagún escribe su gran obra Historia General de las cosas de Nueva España, dándole mucho prestigio a su autor. Poco después -en 1556- muere, en el convento de Atocha, el bondadoso padre Bartolomé de las Casas. De su espíritu humanitario y liberal, hablan muy alto estos conceptos suyos sobre el estado de vida que observaban los indios entonces. Hombre magnánimo, y alma abierta a todas las bondades, su posición era combatir las condiciones deprimentes que vivían en su época los nativos. Su valentía y sincera abnegación lo llevaron a manifestar a cada momento su modo de sentir y de pensar respecto al trato que los españoles daban a los indios. Una demostración de sus elevados sentimientos y de su amplia visión de los problemas de su época queda claramente demostrada en estas frases suyas sobre la esclavitud, a la cual se opuso siempre, sin importarle las consecuencias que tan digna postura trajera de desagradable a su persona.
“Todos los indios que se han hecho esclavos en las Indias del mar Océano -dice fray Bartolomé de las Casas- desde que se descubrieron hasta hoy, han sido injustamente hechos esclavos, y los españoles poseen a los que hoy son vivos por la mayor parte con mala conciencia, aunque sean de los que hubieron de los indios”.
La primera parte de esta conclusión se prueba por esta razón generalmente: porque la menor y menos fea e injusta causa que los españoles pudieron haber tenido para hacer a los indios esclavos era moviendo contra ellos injustas guerras; pues por esta causa de injustas guerras no pudieron justamente hacer uno ni ningún esclavo; luego todos los esclavos que se han hecho en las Indias desde que se descubrieron hasta hoy, han sido hecho injustamente esclavos.
Que la menos mala y menos fea e injusta causa que los españoles pudieron haber tenido y tuvieron para ver los indios esclavos que hicieron, era y fue moviendo contra ellos injustas guerras, fueron llenas al menos de mayor nequicia y deformidad, pruébase por resta manera: porque todas las otras causas y vías que han tenido los españoles sin las de las guerras para hacer a los indios esclavos, tales fraudes, tales dolosas maquinaciones y exquisitas invenciones, y novedades de maldad, para poner en admiración a toda los hombres”.
Conocida es la carta que don Luis de Velasco dirigió al rey Felipe II, en la que le dice: “ Los mestizos van en gran aumento y todos salen mal inclinados y tan osados para las maldades que a éstos y a los negros se ha de temer. Son tantos que no basta corrección ni castigo ni hacerse en ellos ordinariamente justicia. No veo por el presente mejor remedio que enviar a V. A. a mandar que se lleven a España en cada navío quince o veinte para soldados, que traspuestos allá será buena gente para la guerra, y éstos habían de llevar capitanes y pagarles sueldo y proveerlos de mataloje. Con esto y con darles a entender que S. M. quiere servirse de ellos, creo irán de buena voluntad”. En tal concepto tenía el virrey don Luis de Velasco la rebeldía y bravura de los indios mexicanos, cuyo desacato a las normas de gobierno español, no era sino una manifestación independentista de su espíritu y de encendido decoro. Eran renuentes a ser dominados por gentes extrañas; querían el libre desarrollo de su personalidad, sin coacciones y modos opresivos. Sean cuales fueren las normas generales de su gobierno, dejó a su paso por el mismo, huellas inolvidables en la historia inicial de la Colonia. “Don Luis de Velasco, de la casa de los condestables de Castilla, fue íntegro, justiciero, amigo y protector de los indios -dice Manuel Orozco y Berra-. A sus esfuerzos se debió la abolición de la esclavitud que pesaba sobre los vencidos; y si sus disposiciones no lograron ponerlos en la condición de hombres libres, al menos delante de la ley no eran siervos, activo y trabajador, dio lustre y ensanche a la colonia, ya adelantando algunos ramos de la industria, ya avanzando sobre los bárbaros los límites de la frontera. Castellanos e indios le dieron el glorioso nombre de Padre de la Patria, título que explica por sí solo las virtudes que le adornaban. Su muerte fue mirada con un mal público, vistiendo tos a porfía luto en señal de sentimiento. Sus funerales fueron suntuosos: cuatro obispos de los que estaban reuniéndose para el segundo concilio provincial le llevaron en hombros. Seguían el ataúd la Audiencia, los tribunales, el regimiento de la ciudad y un concurso inmenso, cerrando la marcha las tropas reclutadas para ir a las Islas. El cadáver fue sepultado en la Iglesia vieja de Santo Domingo, y cuando se construyó la nueva se transportaron sus huesos a un suntuoso sepulcro al lado del altar mayor de orden de don Luis de Velasco el segundo, hijo de ese benemérito ciudadano”.
La muerte de este ilustre virrey acaeció el 31 de julio de 1564.
(Tomado de: Soler Alonso, Pedro - Virreyes de la Nueva España. Biblioteca Enciclopédica Popular, #63, Secretaría de Educación Pública, México, D. F., 1945)
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