miércoles, 29 de mayo de 2019

Tres pesos por un retrato

(David Alfaro Siqueiros: Retrato de María Asúnsolo, niña)
El cuadro de la mujercita -uno de los que se llevó Laughton- es muy bonito. Nació, además, de circunstancias que a Siqueiros le parecen, todavía hoy, llenas de ternura. Piensa en ellas como un adulto cuando revive pasajes particularmente gratos de su niñez.
"Recuerdo que un día, en apariencia ordinario, llamó a la puerta de mi estudio, en Taxco, una señora, campesina, como de setenta años. No bien le franqueé la puerta, me dijo:
-Sé que usted retrata a las personas, siñor, y yo quiero tener un retrato en pintura, que es lo que me han dicho que usted hace.
Le pregunté si lo quería para regalárselo a alguien, pero me contestó que no, que lo quería para su casita y para que sus hijos la vieran cada vez que fueran a visitarla, estuviese o no."
Era tan hermosa y tan interesante la mujer, que el artista la hubiera pintado de todos modos. Pero quiso responder a sus deseos, de tal manera que no le confesó que le hubiera gustado que le sirviera de modelo, sino que le preguntó:
-Muy bien, señora, ¿y cuánto me puede usted pagar?
-Yo pago lo que sea.
¿Cómo darle a esa señora el precio que habitualmente cobraba entonces por un retrato? Buscó la manera más adecuada de responderle y plantearle el problema, ocurriéndosele interrogarla al revés:
-Creo que hay aquí un fotógrafo y pintor llamado Montenegro. ¿Cuánto cobra ese señor por los retratos?
-Sí, hay un señor Montenegro, y a una hermana mía por un retrato iluminado le cobró tres pesos.
-Bien, yo le hago el retrato iluminado por tres pesos, pero a condición de que me deje copiarlo para tener dos.
Etonces ella meditó unos segundos y al fin le dijo:
-Yo le compro los dos.
Sonriente, aunque desconcertado, ofreció esta solución:
-En ese caso, le pintaré tres.
-Bueno, bueno, el tercero se lo mandaré a mi compadre Encarnación, que vive en Taxco el Alto.
-No -se opuso el artista-. Mire usted, es que yo quiero quedarme con uno.
Entonces ella levantó los ojos maliciosamente, como preguntando: "¿Si le estaré yo, tan vieja, gustando a este siñor?"


"La señora se extrañó que yo quisiera que ella fuera varios días a sentarse delante de mí. Creo que en alguna ocasión estuvo a punto de decirme: "Sabe usted que el señor Montenegro lo hace más aprisa". Pero sólo, si acaso, esbozó la censura. El hecho es que con puntualidad extraordinaria se presentaba todas las mañanas en mi estudio, se sentaba en el lugar acostumbrado y sin externar jamás deseos por ver lo que estaba yo haciendo, se retiraba cuando así se lo indicaba.
Varias veces, cuando la observé con fijeza para trasladar al lienzo algún rasgo que pudiera acentuar determinados aspectos de su carácter, la presentí ausente, como si fuera ajena a los problemas de los demás y se conservara únicamente interesada e seguir el curso del arroyo, ya casi seco, de sus propios sentimientos. Pensé en una analogía entre su cutis moreno y curtido por el sol, igual que lodo al fin endurecido como la piedra, con aquel otro paisaje de su mundo interior, igualmente necesitado de aguas nuevas."
Terminó el retrato. La viejecita se ve austera y tiene el aire hierático de la campesina mexicana. Aparece con una falda verde oscuro y una blusa rosa. Sin duda alguna es de las pequeñas obras que ha realizado con mayor ternura. Tal vez por eso, para Charles Laughton fue uno de sus cuadros preferidos.
"Cuando a la viejecita le dije que ya podía llevarse su compra, pero que le pedía permiso para quedarme con una igual -la réplica, de la que no quería desprenderme-, tranquilamente sacó su paliacate donde tenía atado el dinero y de la manera más natural sacó los tres pesos convenidos y me los pagó."
Cuentan que después no salía de su asombro, pues muchos turistas, mexicanos y extranjeros, le ofrecían cantidades mil por ciento superiores a lo que ella pagó por su retrato. Pero jamás quiso venderlo.
"La última vez que estuve en Taxco, o mejor dicho, la última vez que pude ver la pequeña pintura, contemplé el retratito  en el mismo lugar que le había destinado desde el primer día. Por cierto que le puso un marco muy feo, de esos de fotografía iluminada..."

(Tomado de: Scherer García, Julio – Siqueiros, la piel y la entraña. Ediciones Era, S.A. México, D.F. 1974)
  

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