¿Había usted oído hablar de los amuzgos? No, no son ni animales ni plantas. Son unos quince mil hombres y mujeres que constituyen todo un país. Con su propio idioma y costumbres y tradiciones. Durante siglos han tratado de no mezclarse racialmente con sus vecinos, y han tenido éxito. Siguen viviendo en la oscura noche de su pasado misterioso. Hoy son los únicos depositarios de un proceso de teñido que data de hace más de mil años y quizás sea tan antiguo como el que hizo célebre las telas de los fenicios: la púrpura de tiro, o múrice.
Ese color “púrpura imperial” ha sido como oro para los amuzgos y mucho depende de él la supervivencia económica del grupo. En noches de cuarto menguante lunar, bajan a la costa guerrerense y van recorriéndola pacientemente en busca de Murex purpura, el caracol mágico. Uno por uno, hasta sumar miles, los hacen segregar unas gotas de líquido tinte con el que dan color al algodón hilado a mano. Después, con jugos de frutas y otros recursos secretos, consiguen una gama de colores que va desde el brillante verde limón y el chartreuse, hasta el más oscuro púrpura. Las telas así teñidas jamás se decoloran y jamás se pudren. Además, llevan la prueba de su autenticidad: un leve aroma marino. Y hasta ahora nada iguala, en brillo, tonos y riqueza, a las sedas y algodones teñidos por los amuzgos.
Para encontrar a esos raros mexicanos, la ruta se inicia en Acapulco, costea hacia el sur, le lleva a Ometepec y de ahí por caminos de tierra, hacia el pueblo Amuzgos y otros que le rodean. No le asuste nada de lo que vea ahí, está usted en un país que se ha conservado independiente casi totalmente, y quieren seguir así. Lo demás, es aventura memorable.
(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)
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