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lunes, 19 de junio de 2023

Dios omnipotente, y don Porfirio presidente... (III)

 


Una ciudad maquillada.- El gran circo que fue la Ciudad de México durante las Fiestas del Centenario, opíparamente manipuladas por Porfirio Díaz, operaba como el bello rostro -rostro que de continuo retocado, maquillado- de una ciudad enferma de tuberculosis política cuyo padecimiento, larvado en los pulmones, pronto provocaría la gran crisis.

Los afeites con los que a la ciudad se le simularon las arrugas y las llagas de la enfermedad social y política que había invadido la intimidad orgánica del país, no impidieron que ocho semanas después (18 de noviembre, 1910) aflorara caudalosamente el malestar nacional en Puebla.

Meses atrás el volcán había empezado a despertar, encolerizado. Las huelgas de Cananea, Son., y la de Río Blanco, Ver., fueron algunos de los primeros síntomas que ya no captó la otrora fina sensibilidad política de Díaz, envejecido y atrofiado por el lacayismo envilecedor de la oligarquía que medraba al amparo de su sombra y de la brutalidad de la represión institucionalizada.

Desatado el movimiento armado en el norte del país, la Ciudad de México, de momento, se vio a salvo de combates. Poco duraría este compás de espera para la metrópoli, cuyas calles empero, ya alojaban manifestaciones públicas de descontento, una de ellas, particularmente violenta, ocurrida el 25 de abril de 1911: frente a la Cámara de Diputados, un grupo de estudiantes, acompañado por gente del pueblo encabezado por dos modestos empleados de la tienda La Gran Sedería de la Ciudad de México, Juan García Rosas y Atanasio Villarino Ceceña, este último nativo de San José del Cabo, Baja California Sur, pidieron tumultuosamente la renuncia del Gral. Díaz. Obviamente esta manifestación fue disuelta con los sables de la caballería.


Una ciudad sin clase media. Las fotografías de la Ciudad de México de la época constituyen elocuentes testimonios que permiten identificar las clases sociales que el sistema había fosilizado. Por una parte, vemos indígenas ataviados miserablemente con ropas de campo: manta y sombrero de palma los hombres; grandes enaguas y rebozos humildes las mujeres; y por otra, jaquets, sombreros altos de seda o bombines, corbatas de plastrón con su inevitable fistol, fracs, crinolinas, sombrillas de lujo, como en París; hipódromos, carruajes soberbiamente engalanados... Y el Dictador con apariencia inconmovible de monolito, con aplomo de eternidad y con los destellos de las numerosas condecoraciones que le hinchan el tórax. ¿Clase media en las fotografías? Prácticamente ausencia de ellas y en general, de la vida y de la estructura socioeconómica del país.

Así el porfirismo había venido castrando el surgimiento de una cabal clase media. Y la ciudad, entonces, era morada que sin comunicación, diálogo y relación, en la que habitaba la pseudoaristocracia criolla y latifundista asociada con el ejército y con el alto clero; y con una densa capa social de desheredados, muchos de ellos provenientes de las áreas rurales y que, en la capital -en sus suburbios sórdidos- procuraban asilo y trabajo.

La naciente y balbuceante clase media que empezaba a germinar, en el país desempeño dos funciones históricas contradictorias -y en la ciudad se advirtió el fenómeno con evidencias y claridades de fotografía muchas veces amplificada-: un grupo, más politizado y más impaciente que culto, que formó los cuadros directivos del movimiento revolucionario; otro, más numeroso y no menos impaciente, quizá más culto pero menos politizado, que optó por la "neutralidad" -si así puede denominarse la conducta pasiva, acomodaticia, mimética-, grupo que en secreto admiraba el oropel porfirista y que anhelaba filtrarse dentro de él, aunque fuese en calidad de polizón o de lacayo.


Durante los días 23 y 24 y 25 de mayo de 1911, la capital fue escenario de manifestaciones y motines de multitudes que exigían la renuncia del general Díaz.


(Tomado de: Romero, Héctor Manuel. - "Dios omnipotente, y Don Porfirio presidente..." -La Ciudad de México (Delegación Cuauhtémoc) en 1910/1911-. Ediciones de la Delegación Cuauhtémoc, México, D. F., 1982.)

jueves, 12 de enero de 2023

Dios omnipotente, y don Porfirio presidente... (II)

 


Un millón, los visitantes. Las festividades que el porfirismo auspiciaba año con año para conmemorar la iniciación de la independencia combinaron en 1910 con esplendor y entusiasmo inusitados. Desde los comienzos mismos del año se hicieron los cálculos más optimistas sobre el aluvión de visitantes que inundaría la capital: 100,000 extranjeros y 900,00 nacionales; total: un millón (¡) A fin de hospedar a los visitantes distinguidos algunos de los más conspicuos oligarcas del momento pronto ofrecieron sus residencias. el Club Político Patria propuso que a la Ciudad de México se trajeran indígenas de todos los rincones del país "para hacerlos partícipes de esa gloria, y mostrarles los grandes adelantos de la capital, encauzando de esta manera sus aspiraciones".


Un cronista del periódico El Imperial relata que:

Nunca había experimentado el reportero una impresión tan honda y emoción tan fuerte como la que lo sacudió ayer por la noche en la Plaza de la Constitución, a la hora solemne en que el primer Magistrado de la República, conmemorando el Grito de Dolores, repitió las palabras del Cura Hidalgo. El aspecto de la plaza era hermosísimo, inusitado, sorprendente ante el espectáculo deslumbrador de la plaza, iluminada por 200,000 focos incandescentes... Era increíble el número de gentes que de todas las clases sociales llenaban aquel inmenso recinto, encaramadas en los árboles, trepadas en las azoteas, los balcones, en las torres, en las cornisas de Palacio, en los salientes de los edificios... Exclamaciones de júbilo, gritos de protesta, olas humanas que se atropellaban en el Zócalo eran otros tantos caudalosos ríos cuyas corrientes se desenvolvían por el propio cauce en la imposibilidad de desembocar en aquel mar pleno hasta los bordes…


El 15 de septiembre, más de 10,000 personas desfilaron ante las urnas de los héroes de la Independencia. Ese mismo día, a las 11 de la mañana, el Presidente apareció en el balcón principal del Palacio Nacional acompañado de los representantes diplomáticos de EE.UU., Japón, Inglaterra, España y China.


Se inició entonces el desfile histórico, en el que no faltaron Moctezuma, Cortés, la Malinche y otros personajes de la Conquista. Frente a Palacio Nacional se representó el encuentro de Cortés con Moctezuma y, después, escenas del virreinato -Jura del Pendón, la Audiencia- y de la Independencia: la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México.


España devuelve banderas.- Medio millón de personas contempló regocijadamente este desfile. El entusiasmo llegó al delirio al paso de las reliquias y banderas devueltas por España. Se vitoreó a Hidalgo, a Morelos, a España y a la Virgen de Guadalupe.


No menos lucido fue el desfile militar del día 16: al lado de los soldados mexicanos participaron marinos y cadetes alemanes, franceses, argentinos y brasileños. El Batallón de Zapadores portó los fusiles Porfirio Díaz, con marrazo-cuchara invento -naturalmente- del señor Presidente Díaz. La tropa uso, por vez primera, saracoff y los rurales cerraron la columna. La prensa, emocionada, comentó que, "según opiniones extranjeras", el Colegio Militar y la Escuela de Aspirantes podrían figurar dignamente en una gran parada (desfile) europea. En la noche hubo una serenata en el Zócalo a cargo de las Bandas de Artillería y del Estado Mayor; se quemaron castillos con la imagen de Hidalgo, Héroe Inmortal, y de Morelos, Estratégico (sic) sagaz.


Ahora el Baile del Centenario.- Ningún festejo del porfiriato alcanzó tanto esplendor como el baile celebrado en Palacio Nacional durante las fiestas del centenario. No lo hubo más lujoso en el "Imperio" de Maximiliano.


Se repartieron 5,000 invitaciones con un plano anexo e instrucciones para la circulación. Los criados vestían calzón corto y casaca de color; 40,000 focos iluminaban, en espectáculo nunca visto, el alambicado plafond de seda instalado en Palacio.


A las 10 de la noche empezó el baile, después de que el general Díaz y la marquesa de Bugnano dieron una vuelta al salón. Esta fiesta, comentaba orgullosa y satisfecha la prensa oficiosa, manifestaba alto grado de cultura y buen gusto social, al mismo tiempo que los "vívidos deseos de la clase rica y media para relacionarse con las personalidades de otros países". Para el diario El Imparcial, dos aspectos fueron los más atractivos y sobresalientes: la abdicación a "nuestra personalidad en exaltación de la ajena", y "el enriquecimiento gradual de nuestra sociedad". En efecto, decía ebrio de euforia, 25 años antes no se habría dado una fiesta cómo ésta, en la que "alhajas y toilettes se valuaron en centenares de miles de pesos".


Digno colofón de las Fiestas del Centenario fue el baile celebrado en el Casino Español en honor de Porfirio Díaz. El elegante salón de las calles de Isabel la Católica lo iluminaban 9,000 focos eléctricos.



(Tomado de: Romero, Héctor Manuel. - "Dios omnipotente, y Don Porfirio presidente..." -La Ciudad de México (Delegación Cuauhtémoc) en 1910/1911-. Ediciones de la Delegación Cuauhtémoc, México, D. F., 1982.)