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lunes, 23 de septiembre de 2019

Jorge Cuesta

Nació en Córdoba, Veracruz, en 1903; murió en la Ciudad de México en 1941. Ingeniero (1927) por la Escuela Nacional de Ciencias Químicas, aunaba al ejercicio de su profesión un acendrado amor a las letras. Escribió varios ensayos para la revista Ulises de Salvador Novo y Xavier Villaurrutia (1927-1928) y editó una Antología de la poesía mexicana moderna (1928). Se afilió al grupo de Contemporáneos (1928-1931) de Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer, Octavio G. Barreda, Bernardo Ortiz de Montellano, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y otros, y colaboró en las principales publicaciones literarias de su tiempo. Dispersa en revistas y periódicos, su obra poética fue reunida por Elías Nandino en Poesías (1942), poco después de haber perdido la razón y de quitarse la vida. Su obra de creación y crítica literaria y artística fue compilada y publicada por la UNAM, bajo el título de Poemas y ensayos (4 vols., 1964). v. José Luis Martínez: Literatura mexicana del siglo XX. 1910-1949 (1950); y Carlos González Peña: Historia de la literatura mexicana (21a. ed., 1975).




(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen III, Colima - Familia)

jueves, 30 de agosto de 2018

Mariano Azuela






Nació en Lagos de Moreno, Jal., en 1873; murió en la ciudad de México en 1952. Es autor de la primera novela de la Revolución Mexicana, Los de abajo (1916), traducida a muchos idiomas. Con anterioridad había escrito María Luisa (1907), Los fracasados (1908), y Mala yerba (1909). Sus obras posteriores son de carácter costumbrista con un estilo sencillo y ágil, que anima adecuadamente ambientes y caracteres. Otras novelas suyas son: La malhora (1923), Las moscas, el camarada Pantoja, Las tribulaciones de una familia decente, Nueva burguesía, Regina Landa, Avanzada, Andrés Pérez, maderista, Sin amor, La luciérnaga, Precursores, San Gabriel de Valdivia, La marchanta, La mujer domada y Sendas Prohibidas. Escribió también un tomo de piezas de teatro, un volumen de crítica (Cien años de novela mexicana, 1947) y una biografía novelada del insurgente Pedro Moreno.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen I, A - Bajío)





(Lagos, Jalisco,1873-México, 1952). Sólo citaré aquí sus obras que tienen que a la Revolución como meollo: Andrés Pérez, maderista (1911); la cumbre del género, Los de abajo (1915); Los caciques (1917); Las moscas (1918); Domitilo quiere ser diputado, del mismo año; De cómo al fin lloró Juan Pablo, Las tribulaciones de una familia decente, todas ellas de la misma fecha; La Malhora (1923). La Revolución volverá a aparecer en El camarada Pantoja (1937); Regina Landa (1939); Avanzada (1949) y Nueva burguesía (1941). Aunque, como es de razón, los hechos que presenció a lo largo de su vida surgen como fondo en casi todas sus novelas; no puede dejar de citarse Precursores (1953), en donde destaca ya su biografía de Manuel Lozada, y la novelada del presidente Madero. Fue médico y ejerció hasta el fin de su vida.
[...]
La obra de Mariano Azuela es la más importante, desde el punto de vista novelístico, de toda la época. Como autores de memorias lo superan Martín Luis Guzmán o José Vasconcelos; no coincide en ningún terreno con lo escrito con tanta elegancia por Alfonso Reyes, pero ninguno de ellos ha tenido la fuerza de invención y reconstrucción que dan cabida a ese famoso espejo que quiso caracterizar la novelística del siglo XIX. Lo mismo sucede con sus biografías que dibujan, como pocas, los sucesos del siglo pasado aun siendo escasos los personajes retratados. La fuerza de Azuela reside ante todo en su honradez, virtud poco frecuente en la literatura. De un hombre honrado, nadie puede hablar mejor que él mismo. Para dibujar un retrato de Mariano Azuela nada como sus palabras al recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en enero de 1950:


“Si este galardón se me otorga por mi amor entrañable a las gentes y cosas de México, está justificado. En verdad yo no habría escrito ni una sola línea en materia literaria si desde mi juventud no me hubiera atraído con fuerza irresistible el deseo de producir algo acerca de nuestro país, algo que siempre fue de mal tono escribir, particularmente en aquellos tiempos en que, incluso la literatura, todo lo importaban de Europa. De lo demás que pueda encontrarse en mi obra no me avergüenzo ni me ufano, porque siempre he creído que el artista no es más que un medio elegido por fuerzas que desconocemos totalmente y que para expresarse se valen de determinados seres humanos. El feliz hallazgo de un tema musical, de una combinación de líneas y colores, el acierto de un verso o pasaje de novela, no son a menudo -por no decir siempre- sino fruto de la subconciencia. Pero vanagloriarse de esto sería tan insensato como absurdo que el cenzontle se ufanara de la variedad de sus trinos, o la avutarda se abochornara por la pesadez de su vuelo. Son dones, y el que los posee sólo está obligado a adueñarse de la técnica indispensable para producir su obra con la mayor perfección.
Pero, en mi concepto, este premio tiene además una significación que trasciende más allá de lo meramente personal. Se le concede a un escritor independiente, y esto equivale a reconocer las ideas que le van aparejadas. Es decir, ese derecho por el que los mexicanos venimos luchando desde la consumación de nuestra Independencia.
Como escritor independiente, mi norma ha sido la verdad. Mi verdad, si así se quiere, pero de todos modos lo que yo he creído que es.
En mis novelas exhibo virtudes y lacras sin paliativos ni exaltaciones y sin otra intención que la de dar con la mayor fidelidad posible una imagen fiel de nuestro pueblo y de lo que somos. Descubrir nuestros males y señalarlos ha sido mi tendencia como novelista; a otros corresponde la misión de buscarles remedio.
En ocasiones hice la crítica acerba de la Revolución; mejor dicho, la autocrítica de nuestra Revolución, ya que tomé parte activa en ella con el entusiasmo de mis mejores años. Reconozco que la novela tendenciosa o de tesis es mala por lo que la enturbia como obra de arte; pero muchas veces tuve necesidad de decir, de gritar lo que yo pensaba y sentía, y de no haberlo hecho así me habría traicionado a mí mismo. No todos comprendieron esta actitud mía y a menudo fui censurado por ello. Por fortuna sí me comprendieron los que a mí me importaban más, los revolucionarios auténticos e íntegros. He proclamado muy claro y muy alto: ninguno de los gobiernos emanados de la Revolución estorbó jamás la publicación de mis escritos ni me tocó nunca en mi persona.”


Ésta es la verdad, nadie la ha dicho mejor; señala el rumbo y la reforma de las novelas de Mariano Azuela; de las de combatiente activo a las de crítico implacable, de Los de abajo a El camarada Pantoja.
Había confesado que “Los autores que influyeron en mis comienzos literarios, casi con exclusión de cualesquiera otros, fueron Honorato de Balzac, Emilio Zola, Flaubert, los Goncourt y Alfonso Daudet.” ¿Qué novelista de su edad no la sufrió?
En cambio no cita -y no puedo entrar ahora en intentar explicar el porqué- a escritores españoles que si no influyeron coincidieron con él. Dejando aparte a Balzac, no hay gran cosa en su obra que recuerde a Flaubert o a Daudet ni siquiera a Zola; tampoco hay influencia de la gran escuela española de fines del XIX: Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valera; pero sí, y era inevitable por la coincidencia de fechas, de Baroja -que podía haber pronunciado el discurso anterior-, por el espíritu pesimista y el estilo que en fondo y forma no deja a veces de traslucir su condición médica y, en segundo lugar y en su segunda época, la de Valle-Inclán, por lo recortado, agrio, desgarrado, popular del lenguaje hablado.
En latinoamérica ¿con quién compararle? ¿Con Roberto J. Payró? ¿Con el envarado Larreta?¿Con Augusto D’Halmar? ¿Con Eduardo Barrios? ¿Con Alcides Arguedas? ¿Con Benito Linch? ¿Con Rómulo Gallegos? Tal vez con el único con quien se codee es con Horacio Quiroga, aunque éste fuera más cuentista que novelista. José Eustasio Rivera escribió un solo libro valedero que se puede comparar, si se quiere, con Los de abajo; pero ¿y los demás?
Muchos de los primeros libros de escritores americanos contemporáneos o anteriores a Azuela podrían titular sus volúmenes -y no dejaron de hacerlo- Del natural. Luego la mayoría se dejó morder por el folletín pero, de hecho, “del natural” son, auténticamente, los primeros relatos de Mariano Azuela. 
Desde los sucesos de la Revolución, su manera será más expresionista: sucesión rápida de imágenes, sin comentario; descripciones violentas y acertadas, feroces las más; la frase corta, burilada, sin rebuscamientos; los diálogos exactos, reducidos a lo esencial; en cierta manera: un Hemingway avant la lettre.
Su última gran novela fue Nueva burguesía (1941), totalmente contemporánea de los hechos que relata. No dejaría de ser curiosa una comparación con Los hijos de Sánchez (de Lewis); Juan del Riel, de Guadalupe de Anda, sucede en el mismo ambiente ferrocarrilero de Nonoalco al igual que Nueva burguesía.
No fue un escritor político sino un gran escritor. Dijo lo que creyó que debía lo mejor que pudo; moralmente se mantuvo siempre más allá que “a la altura del arte”.
-Éstos hablan. Yo no. No tengo nada que decir. Escribir es otra cosa -decía en sus últimos años, en el Colegio Nacional, viendo charlar en otro extremo del salón a Alfonso Reyes y otros componentes de la Institución.
-Escribí lo que ví, sin tomar partido -me dijo una vez don Mariano.


(Tomado de: Aub, Max – Guía de narradores de la Revolución Mexicana. Lecturas Mexicanas #97, 1a serie. Fondo de Cultura Económica, México, D.F.,1985)






martes, 26 de junio de 2018

Alfonso Reyes

Alfonso Reyes



(Monterrey, Nuevo León, 17 de mayo de 1889 – México, 27 de diciembre de 1959)


Participó en la fundación del Ateneo de la Juventud (1910) y publicó a los veintiún años su primer libro: Cuestiones estéticas. De 1914 a 1924 vivió en Madrid, donde sobresalió como periodista literario, investigador, traductor, crítico y cuentista. Diplomático en Francia, Argentina y Brasil, volvió a su país en 1939 para organizar el hoy Colegio de México. Fue la época de sus trabajos unitarios (El deslinde, La crítica en la edad ateniense), sin desmedro de los ensayos breves y libres, crónicas en las que nadie lo ha superado y que guardan, tal vez, lo mejor de su estilo (de Simpatías y diferencias, 1924, a Las burlas veras, 1959).

Inteligencia ávida de encerrar en palabras todos los estímulos del mundo, el poeta Alfonso Reyes no tiene entre nosotros antecedentes ni continuadores directos. Es uno de los primeros que incorporan a la moderna lírica española el prosaísmo de tradición inglesa –un prosaísmo que alterna la finura con la sabia ramplonería, el juego y la canción. En él lo más clásico es sinónimo de lo más popular. Humor y nostalgia, alegría y descripción. Aun cuando para objetivarlas refiera las emociones a un tema mítico (Ifigenia cruel), escribe un verso que se diría a media voz, a contracorriente de las facilidades rítmicas del castellano.


La secreta unidad de su obra quebranta la distinción de géneros: en Reyes la excelencia del prosista es también la excelencia del poeta que fue en todo momento.

Libros de poesía:

Sus versos, escritos entre 1906 y 1958, están en Constancia poética, tomo X de las Obras completas (1959). Habría que añadir cuando menos su “traslado” de La Ilíada (1951) y su prosificación del Poema del Cid (1919).


(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en Movimiento, II)

EL LLANTO

Al declinar la tarde, se acercan los amigos;
pero la vocecita no deja de llorar.
Cerramos las ventanas, las puertas, los postigos,
pero sigue cayendo la gota de pesar.
No sabemos de donde viene la vocecita;
registramos la granja, el establo, el pajar.
El campo en la tibieza del blando sol dormita,
pero la vocecita no deja de llorar.
-¡La noria que chirría!- dicen los más agudos-
Pero ¡si aquí no hay norias! ¡Que cosa tan singular!
Se contemplan atónitos, se van quedando mudos
porque la vocecita no deja de llorar.
Ya es franca desazón lo que antes era risa
y se adueña de todos un vago malestar,
y todos se despiden y se escapan de prisa,
porque la vocecita no deja de llorar.
Cuando llega la noche, ya el cielo es un sollozo
y hasta finge un sollozo la leña del hogar.
A solas, sin hablarnos, lloramos un embozo,
pero la vocecita no deja de llorar.
 

AUSENCIAS
 
De los amigos que yo más quería
y en breve trecho me han abandonado,
se deslizan las sombras a mi lado,
escaso alivio a mi melancolía.
Se confunden sus voces con la mía
y me veo suspenso y desvelado
en el empeño de cruzar el vado
que me separa de su compañía.
Cedo a la invitación embriagadora,
y discurro que el tiempo se convierte
y acendra un infinito cada hora.
Y desbordo los límites, de suerte
que mi sentir la inmensidad explora
y me familiarizo con la muerte.