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lunes, 9 de junio de 2025

Huautla, una entre muchas



 Huautla, una entre muchas 

Huautla, un "lugar del águila" más. Conocí hace años la Huautla de Hidalgo, entonces de difícil acceso, donde tuve la sorpresa de encontrar un grupo de gitanos que cautivaban a los vecinos con la exhibición de viejas películas de cine. Supe de la existencia de otras Huautlas en Guerrero, Puebla y Morelos. Son muchos los lugares de México que evocan al águila, nahual del Sol, o a los guerreros consagrados al astro mayor, como lo fue el propio Cuauhtémoc. Huautla de Jiménez, la capital mazateca, es la única población indígena que tiene la dignidad de ciudad. 

Me había enterado, gracias al lingüista George M. Cowan, que en esa Huautla oaxaqueña se conserva un lenguaje silbado el cual permite dialogar holgadamente desde distancias considerables. Ignoraba que Huautla se volvería, por muy otras razones, un lugar célebre en todo el mundo, con el cual me atarían los lazos más imponderables. 

No había, a principios de los cincuentas, más comunicación con la ciudad serrana que los caminos de herradura, largos caminos abruptos. A principios de 1956 supe en Ciudad Alemán, por Raúl Sandoval (uno de los vocales ejecutivos de la Comisión del Papaloapan), que ya existía un campo de aterrizaje y que se estaba construyendo una carretera de Teotitlán del Camino a Huautla. ¿Quería conocer el ritmo con que se trabajaba? Dentro de poco iría a inspeccionarlo y podría acompañarle.


Vuelo de Alemán a Teotitlán


Heme así, una mañana, sentado en el avión que Sandoval conduce con la tranquilidad con que manejaría su coche en el paseo de la Reforma. Raúl Sandoval, ingeniero civil, es hombre joven: tendrá unos treinta y cinco años. Mirada aguda, mentón volitivo.

Atisbo la población de Papaloapan en el culebreo de las aguas y Tuxtepec entre las orillas verdes; ahí está Temascal, con la presa gigantesca, y el nuevo lago formado por el río Tonto. Subimos, subimos, para salvar la enorme joroba del cerro Rabón, la montaña mágica de los mazatecos. Ahí está la cueva inmensa en que veneran -desde hace cuatro siglos, con liturgia católica- a su antiquísimo dios de la lluvia. 

Pasamos a poca distancia de la roca desnuda del Rabón. Cielo intensamente azul; el aire resplandece en este puerto de la sierra. Ahora el avión baja suavemente hacia el valle de Teotitlán. Volamos sobre la imponente fortaleza azteca de Quiotepec -muralla sobre una colina que encierra y domina la cañada- y atisbamos la mancha verde de las arboledas y las huertas del oasis teotitleco. Un fuerte viraje del avión me permite gozar lindas perspectivas calidoscópicas, grises y amarillas. La tonelada alada se posa como pluma en el campo; éste sí es campo, porque hay hierba y maleza. 


Primer ascenso a la Sierra Mazateca 


Sandoval inicia sin perder un instante el ascenso a la sierra. Admiro desde el jeep los trabajos de la carretera Teotitlán-Huautla. Una ladera semidesnuda, continuamente interrumpida por vallecitos y barrancos. En pocos quilómetros se sube de la cálida cañada a tierra fría. Teotitlán ya se pierde en el valle a lo lejos; la vegetación, antes rala, se vuelve más tupida y más verde. Surgen los bosques, ya se respira el aire fresco, ya hay humedad. 

Un grupo de chozas: las primeras que veo desde Teotitlán. Aquí viven mazatecos, como los de la otra vertiente. Una familia -siete adultos y dos niños- siembra maíz en un declive muy empinado. Y tanto, que se tiene miedo de verla perder el equilibrio y precipitarse en el despeñadero. Vestidos blancos, camisas solferino en la luz violenta de la altura. Silenciosos, concentrados, no me miran. La siembra es un rito. 

Llegamos al puerto. 


Los simbiontes 


Más allá, detrás de las lomas grises, está Huautla. Dentro de pocos meses la carretera alcanzará el corazón de la sierra mazateca; y lo afirmo porque han llegado -me parece, milagrosamente- hasta este alto puerto montañoso, los diplodocos y Los mastodontes mecánicos. Arañan las laderas con sus uñas de acero al cromo-níquel, mueven toneladas de tierra, levantan rocas, alisan, aplanan, bufando y echando pesado humo de aceite. Siempre me llena de asombro la perfecta simbiosis entre los megaterios metálicos y el hombrecillo que está adentro, a quien tengo la tentación de llamar simbionte. 

Esa no es una carretera de lujo, ni su propósito es turístico. Se trata de comunicar las dos vertientes, de abaratar los transportes, de infundir una nueva vida económica en una zona rica y secularmente aislada. Así se aviva el ritmo de la amalgamación del México indígena con el México moderno, se abate la discriminación y se unifica a todos los mexicanos por medio del idioma de Castilla. 

El frío aquí arriba es polar. Urge volver a tierra templada. ¡Hasta pronto, Huautla! Bajo mil quinientos metros con el jeep. La atrevida e inteligente carretera sabe dónde y cómo serpentear por la falda escarpada. Ya me doy cuenta de por qué atribuyen tanta sabiduría a la serpiente.



(Tomado de: Tibón, Gutierre - La ciudad de los hongos alucinantes. Panorama Editorial, S. A. México, D. F., 1985)

jueves, 27 de octubre de 2022

Cultura mixteca


La cultura mixteca

Es una de las regiones mesoamericanas de mayor profundidad histórica. A lo largo de aproximadamente 3,000 años, en ese territorio se desarrollaron varias tradiciones culturales, dos de las cuales, la mixteca y la zapoteca, se encuentran entre las más importantes de Mesoamérica, por su longevidad y el alcance de sus aportaciones. Hoy en día, esa extraordinaria diversidad cultural se refleja en los numerosos grupos étnicos que aún pueblan la entidad, en lo que de hecho constituye el conglomerado indígena más numeroso del país, con una notable variedad de lenguas, así como de costumbres y creencias con raíces prehispánicas.


La Mixteca 

Los mixtecos habitaron una extensa región que abarca la parte occidental del actual estado de Oaxaca y parte de los estados de Guerrero y Puebla. Aunque en su mayoría es montañosa, la Mixteca comprende tres zonas ecológicas: la Mixteca Alta -escenario del desarrollo de los principales poblados de esta cultura, como Tilantongo -, la Mixteca Baja -o Ñuiñe ("Tierra Caliente")- y la Mixteca de la Costa.


Los mixtecos: la Gente de la Lluvia

La cultura mixteca es una de las más relevantes de Mesoamérica. Se distingue no sólo por su profundidad y continuidad histórica, sino por ser la fuente de algunos de los códices prehispánicos más importantes que se conocen, y por la extraordinaria calidad de su arte.las exploraciones en las distintas áreas de la región han mostrado que la Mixteca, al igual que la de sus vecinos zapotecos, era una sociedad compleja. En la época prehispánica, la región se encontraba dividida en señoríos independientes inmersos en una complicada red de relaciones económicas y políticas, que lo mismo incluían alianzas por medio de matrimonios entre miembros de la clase gobernante que enfrentamientos bélicos.


Arte mixteco

Los mixtecos se cuentan entre los mejores artesanos del México prehispánico, y sus creaciones fueron apreciadas en muchos otros lugares. Esta maestría creativa se encuentra plasmada en obras de todo tipo y realizada con diferentes materiales: figuras y herramientas de obsidiana y cristal de roca; cerámica polícroma, decorada con un sinfín de motivos geométricos, simbólicos y religiosos; grabados en hueso y madera con representaciones de escenas semejantes a las de los códices; adornos en jade, concha y turquesa, así como artículos de orfebrería, rama en la cual eran considerados los mejores de Mesoamérica. Con el empleo de diversas técnicas como el martillado, la cera perdida, la filigrana y las aleaciones, elaboraron entre otros objetos: collares, pectorales, anillos, orejeras y narigueras. El mejor ejemplo de la maestría de esta cultura en la fabricación de objetos de oro, lo constituye la rica ofrenda depositada en honor de un señor mixteco, en algún momento del Posclásico, en la famosa tumba 7 de Monte Albán, cuando esa gran ciudad zapoteca ya había sido abandonada y era también considerada un lugar sagrado para otros pueblos.


Cronología de la Mixteca


Fase Cruz

(Preclásico)

1600-500 a.C.

*Hay docenas de pueblos sedentarios en la Mixteca.

*Se construyen edificios públicos y comienza la estratificación social.


Fase Ramos/Flores

(Preclásico -Clásico)

500 a.C.-950 d.C.

*Apogeo del urbanismo en la Mixteca.

*La estratificación social está bien definida.


Fase Natividad

(Posclásico)

950-1520 d.C.

*La cultura mixteca alcanza su máximo desarrollo.


Periodo colonial 

1521-1810

*La Mixteca se adapta a la cultura europea 


Los mixtecos en la actualidad

Los hablantes de mixteco ascienden a 359 119: en Oaxaca hay 242 050, en Puebla 6 694 y en Guerrero 110 375. Cantidades significativas de hablantes de mixteco se encuentran en Distrito Federal: 12 337; estado de México: 21 278; Baja California: 12 843; Baja California Sur: 1 524; Sinaloa: 3 101 (INEGI, 2005). Sin contar a los miles de mixtecos que viven en Estados Unidos, cuya población hablante de este idioma ascendía en 2005 a 410 202 personas.


(Tomado de: Dossier: La Mixteca. Tres mil años de cultura en Oaxaca, Puebla y Guerrero . Arqueología Mexicana, Vol.XV núm. 90. Editorial Raíces, México, 2008)

lunes, 1 de febrero de 2021

Murales de Cacaxtla, 1977

 


Hallan en Cacaxtla murales mejores que los de Bonampak

*Logra EL UNIVERSAL básica primicia

*Palacio ceremonial del clásico tardío

*Restos de sacrificios de niños

Por MANUEL MEJIDO

Enviado Especial

CACAXTLA, Tlaxcala, a 9 de enero. -Acaba de descubrirse en este que fuera centro ceremonial de varias culturas mesoamericanas, un talud de veinte metros de largo por uno y medio de alto, con una serie de murales, donde se narran aspectos bélicos, que pueden ser determinantes para el estudio de las migraciones indígenas por el continente americano. Al pie del talud también se hallaron restos de niños mal formados que fueron sacrificados.

EL UNIVERSAL está en posibilidades de ofrecer esta primicia -aun con fotografías- que era celosamente guardada por el arqueólogo Daniel Molina, encargado de los trabajos de descubrimiento y restauración en este lugar desde el cual se dominan perfectamente los valles de Tlaxcala, Cholula, Puebla y Huejotzingo.

Estos murales, en opinión del profesor Desiderio Hernández Xochitiotzin, pintor y delegado en Tlaxcala de monumentos coloniales, están mejor conservados que los de Bonampak, fueron logrados con pinturas vegetales, y han resistido el paso de los siglos, pues datan de los años 700 a 900 después de Jesucristo.

Javier Lima Paredes, director de Turismo del estado de Tlaxcala, narró a EL UNIVERSAL la historia de estos hallazgos:

"En noviembre de 1975, cuando el gobernador Emilio Sánchez Piedras se encontraba en una gira de trabajo, vio a un campesino que estaba sacando objetos de un hoyo. Se aproximó al hombre y lo sorprendió con una figura precolombina en la mano. Al volver a la ciudad de Tlaxcala mandó que se investigara aquel lugar. Pidió la colaboración del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

"Fue comisionado para los trabajos exploratorios el arqueólogo Daniel Molina. En cuatro meses, descubrió un palacio ceremonial que data del clásico tardío, en el que concurren una serie de culturas mesoamericanas, pues tienen de maya, mixteca, zapoteca, teotihuacana y algo de Xochicalco, Morelos.

"No han podido ubicarse exactamente, pero en el palacio ceremonial existen reminiscencias xicalancas, que era un grupo mercenario que con el tiempo adquirió cultura por la influencia de Cholula. Los xicalancas vivían entre Matamoros, Puebla y Huajuapan de León, Oaxaca, y tenían su capital en Tilantongo (cerca de Acatlán).

"Los xicalancas, ante las presiones de los mexicas, se alojaron en Cacaxtla, que significa, en lengua náhuatl, "lugar de escaleras". Ahí construyeron una fortaleza de tipo ceremonial y guerrera, desde donde podían los valles de Tlaxcala, Cholula, Puebla y Huejotzingo.

"Durante los trabajos del arqueólogo Daniel Molina, fueron apareciendo varios estratos que habían cubierto los murales (los primeros en descubrirse se encuentran en la parte superior; los recientes, en el talud, en la parte inferior) del centro ceremonial. Al retirar uno de los estratos, aparecieron los murales, en lo que era propiamente la construcción. Estos, no narran aspectos bélicos. En cambio, los de abajo, los de talud sí, y en ellos se da gran dignidad al vencido, aunque lo representan con las vísceras de fuera.

"En todos los murales, los de la parte superior y los recientemente descubiertos, se nota el tres venado, los numerales, que son típicamente mayas. En los murales superiores hay cangrejos, caracoles, tortugas, todos estos símbolos de influencia marina, desconocida en Tlaxcala. Se supone que estos jeroglíficos pueden ser de influencia olmeca.


También se nota la serpiente emplumada, como Quetzalcóatl, no como Kukulcán de los mayas. Por eso se supone la influencia olmeca. Curiosamente, en el cercano pueblo de San Miguel del Milagro (a un kilómetro de Cacaxtla), se venera al Arcángel San Miguel, abatiendo, venciendo a una serpiente, que es el mito más grande de los pueblos prehispánicos.

"Precisamente por el centro ceremonial de Cacaxtla, se supone ahora que los misioneros españoles inculcaron la fe en el Arcángel San Miguel. Tuvieron el propósito de destruir el mito indígena de la serpiente emplumada. En la actualidad, durante el mes de septiembre. San Miguel del Milagro es visitado por miles de romeros de Puebla, del Distrito Federal, Tlaxcala, Morelos, Hidalgo y del Estado de México.

"En Cacaxtla, recientemente (aún no dado a la publicidad) se acaban de encontrar restos humanos de sacrificios de niños. Esta es una característica muy especial dentro de los rituales indígenas. Y, precisamente fueron hallados al pie del talud donde aparecieron los últimos murales.

"En la parte superior de la construcción hay una estela que tapó una parte de los murales, lo cual revela otra época de la existencia de Cacaxtla. En ese lugar, lo que sobresale en la jamba, es la presencia de dos danzantes, donde se nota -también hay caracoles en derredor- la influencia maya.

"Se considera que los murales de Cacaxtla son mucho más claros que los de Bonampak y los expertos suponen que la pintura es de origen vegetal. Además, por la técnica usada, se entiende que esas culturas indígenas conocían la técnica del aplanado, puesto que los murales y los pisos están perfectamente aplanados".

Hasta aquí la explicación de Javier Lima Paredes.


Se han tomado precauciones muy pobres para preservar de los elementos naturales a estas joyas recientemente descubiertas.

Están cubiertas -en el talud- por una serie de láminas en la parte superior; al frente y a los lados, en una extensión de 20 metros, sólo por mantas.

Es sabido que en esa parte de Tlaxcala las lluvias, al contacto con la tierra, producen carbono, el cual deteriora las pinturas.

Tal vez por falta de presupuesto, pero los trabajos de preservación en Cacaxtla son muy rudimentarios y dejan mucho que desear, sobre todo, si tomamos en consideración el inestimable valor de los murales y los restos del palacio ceremonial.


En los alrededores hay mucho por explotar todavía.

En un cerro que se encuentra frente a lo descubierto, hay señales inequívocas de una pirámide enterrada.

(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 7, 1976-1985. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987) 

lunes, 22 de junio de 2020

Acuerdos de San Andrés Larráinzar, 1996


Documento firmado entre los representantes del EZLN [Ejército Zapatista de Liberación Nacional] y el gobierno federal el 16 de febrero de 1996, que sienta las bases para poner fin al conflicto armado en Chiapas y establecer una nueva relación entre el Estado y los pueblos indígenas.
Las mesas de trabajo se celebraron del 20 de abril de 1995 al 16 de febrero de 16 de febrero de 1996. El Acuerdo estuvo atestiguado por la CONAI [Comisión Nacional de Intermediación], los medios de comunicación (nacionales y extranjeros) y miembros de la sociedad civil.
Los Acuerdos son un paquete de cuatro documentos en donde las partes fijan una serie de principios para establecer una nueva relación entre los pueblos indígenas y el Estado.

¿Cuáles son los principales compromisos de los Acuerdos?
-Reconocer a los pueblos indígenas en la Constitución el derecho a la autodeterminación en su modalidad de autonomía.
-Impulsar cambios jurídicos que amplíen su participación y representación jurídica.
-Garantizar el pleno acceso a la jurisdicción del Estado y reconocer la aplicación de sus sistemas normativos.
-Promover sus manifestaciones culturales.
-Asegurar su educación y capacitación y garantizar la satisfacción de sus necesidades básicas.
-Impulsar la base económica de los pueblos indígenas.
-Proteger a los indígenas migrantes.
-Garantizar el acceso de los pueblos a los medios de comunicación, su propiedad y administración.
-Reconocer la facultad de los municipios indígenas para asociarse libremente con el fin de promover su propio desarrollo.
-Elegir a sus autoridades y ejercer sus formas de gobierno interno de acuerdo con sus normas internas.
-Acceder de manera colectiva al uso y disfrute de los recursos naturales en sus territorios.

(Tomado de: Roldán Quiñones, Luis Fernando. Diccionario irreverente de Política mexicana. Con ilustraciones de Helguera. Grijalbo/Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2006)

viernes, 15 de mayo de 2020

Astronomía y cultura en Mesoamérica

"Alfaqui mayor que está de noche mirando las estrellas en el cielo y a ver la hora que es, que tiene por oficio y cargo..." "Reloxero por las estrellas del cielo..." (Códice Mendocino, lámina XXIV, primera parte)

I. Astronomía y cultura en Mesoamérica
Miguel León-Portilla

Las investigaciones contemporáneas sobre arqueoastronomía han puesto de relieve -ahora más que nunca- el grande y sostenido interés de los pueblos mesoamericanos por observar, conocer y medir los movimientos y los ciclos de un cierto número de cuerpos celestes. De ese interés dan testimonio múltiples inscripciones, algunas que provienen desde el período preclásico y otras a todo lo largo de la evolución cultural de Mesoamérica. Tienen asimismo especial significación las representaciones y registros de fenómenos astronómicos en los códices que se conservan (mayas, mixtecas y del altiplano central), algunos con información de tan grande importancia como la que puede inferirse de las tablas de eclipses incluidas en el Códice de Dresde. A tales testimonios deben sumarse los que forman parte de la documentación escrita ya con el alfabeto, en lenguas indígenas (náhuatl, maya-yucateco, maya-quiché...) a raíz de la Conquista, y también las noticias que, sobre conocimientos astronómicos del hombre indígena, proporcionan algunas crónicas e historias de autores españoles sobre todo del siglo XVI.
El análisis de estos testimonios ha permitido a distintos investigadores elaborar varios géneros de trabajos: unos, de índole descriptiva, de los cuerpos celestes, sus ciclos, etcétera, que conocieron los mesoamericanos; otros, de carácter más especulativo, dirigidos a correlacionar datos de la astronomía europea con diversas formas de cómputos mesoamericanos, en función de los cuales se busca inferir que también en el mundo prehispánico se llegó a tales o cuales conocimientos astronómicos. Tomando en cuenta la existencia de estos géneros de trabajos, creo pertinente formular aquí la siguiente pregunta que se dirige a situar la comprensión del interés astronómico en su correspondiente ámbito cultural: ¿Cuáles fueron las principales motivaciones que despertaron y mantuvieron viva una "preocupación astronómica" en Mesoamérica? Inquirir en torno a esta cuestión ayudará a esclarecer dos puntos que considero básicos:

1.- ¿Qué sentido tuvo lo que hoy llamamos "astronomía mesoamericana" en el contexto de su visión del mundo, religión, organización social, política y económica y, en una palabra en su "todo social y cultural", es decir, en función de la suma de sus elementos y factores dinámicos, desde sus modos de producción hasta su arte, literatura, derecho y religión? De la respuesta o respuestas que puedan darse a esta primera cuestión habrá de derivarse una comprensión mucho más adecuada de esa "preocupación mesoamericana", entendida en su relación con la propia cultura prehispánica. La segunda cuestión, muy ligada con la anterior, es ésta:

2.- ¿Qué sentido tiene, con base en inferencias a partir de cómputos sobre todo de índole calendárica en códices o inscripciones, o apoyándose en los datos obtenidos acerca de las orientaciones de determinados edificios prehispánicos, encaminarse a "descubrir" que los mesoamericanos abarcaron en su preocupación astronómica un gran número de ciclos o fenómenos celestes que obviamente el investigador conoce con anterioridad gracias a las aportaciones de la astronomía desarrollada en la cultura occidental? Para dar un ejemplo, pienso en quienes sostiene que los mesoamericanos conocían los ciclos de varios planetas, además del de la "estrella grande" o Venus. Otras afirmaciones respecto de otros cuerpos celestes o ciclos de los mismos -como la citada acerca de los planetas- tienen en común que se formulan partiendo sobre todo de inferencias matemáticas, pero desligadas de lo que, a través de las fuentes, sabemos que interesaba específicamente a los mesoamericanos en sus observaciones celestes.

En esta breve nota que resume una exposición más amplia, en vez de ocuparme en hacer una evaluación crítica de este último género de trabajos, opto por señalar, al menos en forma general, cuáles son los principales elementos de la visión del mundo, pensamiento religioso e intereses primordiales en la vida social, política y económica de estos pueblos, que deben tomarse en cuenta si se quiere situar debidamente en su correspondiente "todo social y cultural" esta preocupación astronómica. Citaré, en primer lugar, un texto traducido del náhuatl, bastante elocuente en esta materia. Su interés está en que precisamente hace descripción de los "astrónomos" nahuas, situándolos entre quienes tienen a su cargo el culto de los dioses, los sacrificios, la formulación de los discursos, el estudio de los libros de pinturas, el de las cuentas de los días y de los años. Todos ellos, como lo expresa el testimonio indígena, son "quienes nos guían, nos gobiernan, nos llevan a cuestas...". El texto dice así:

Hay quienes nos guían, acerca de cómo deben ser adorados nuestros dioses, cuyos servidores somos como la cola y el ala. Los que hacen las ofrendas, los que ofrecen copal, los llamados sacerdotes de Quetzalcóatl. También los sabios de la palabra, los que tienen obligación, se ocupan día y noche, de poner el copal, de su ofrecimiento, de las espinas para sangrarse.
Los que ven, los que se dedican a observar el curso y el proceder ordenado del cielo, cómo se divide la noche. Los que están mirando (leyendo), los que cuentan (o refieren lo que leen). Los que vuelven ruidosamente las hojas de los códices. Los que tienen en su poder la tinta negra y roja (la sabiduría) y lo pintado.
Ellos nos llevan, nos guían, nos dicen el camino. Quienes ordenan cómo cae un año, cómo siguen su camino la cuenta de los destinos y los días y cada una de las veintenas (los meses). De esto se ocupan, a ellos les toca hablar de los dioses. [Libro de los Colloquios -preservado en la Biblioteca Vaticana en un "Códice misceláneo", Gabinete 1, Vol. 91-. Texto original en náhuatl, recogido y revisado por fray Bernardino de Sahagún, fol. 34 v.).

obvio es que "los que se dedican a observar el curso, y el proceder ordenado del cielo" son personas que lo hacen en relación con sus creencias religiosas y en función de las instituciones políticas y socioeconómicas, en este caso de México-Tenochtitlan. A la luz de dichas creencias y realidades se desarrolló un empeño astronómico que -no obstante variantes a través de los siglos o de carácter regional- mantuvo su enfoque siempre integrado a la raíz de la visión mesoamericana del mundo y a los intereses primordiales de un existir en el que la agricultura era elemento clave. Los cuerpos y fenómenos celestes que abarcó ese enfoque son, como es de suponerse, los que encontramos representados en los códices e inscripciones y a la vez los mismos que ocupan lugar prominente en los relatos, mitos y otros textos sagrados en varias lenguas mesoamericanas. Esos principales cuerpos y fenómenos celestes -cuyos símbolos y nombres se repiten muchas veces en los códices y textos- son el Sol, la "estrella grande" (Venus), la Luna (Metztli), las Pléyades (Tianquiztli) y otros conjuntos de estrellas (constelaciones), además de las citlalin pohpocah (cometas). De enorme interés son asimismo los eclipses (qualo in tonatiuh "es comida el Sol...") de los que existen tablas, como las ya referidas, en el Códice Dresde.
En principio no debe olvidarse que para los mesoamericanos el universo guarda relación fundamental con el Sol. En mucha lenguas de esta área el concepto de sol se enuncia con un vocablo cuya raíz significa "luz-calor". En náhuatl, por ejemplo, tonatiuh, deriva de tona "brillar, calentar", se relaciona con tonalli que es "día, calor, destino". Por otra parte tonatiuh, al referirse a los "soles" que han existido, significa "edad", "periodo cósmico".
El que hayan existido varias edades o "soles" que terminaron violentamente llevó a la persuasión de que el hombre vive en un universo presidido por el sol que es fuente de vida, es "Dador de vida", pero está a la vez sujeto siempre al riesgo de debilitarse y sucumbir. El Sol es realidad divina pero no es el supremo dios dual, padre y madre de todos los dioses. Entre los mexicas, más vinculado parece a otras deidades como Huitzilopochtli. Proclama él mismo en un himno: "Yo soy el que ha hecho salir el Sol..."
El Sol presente puede perecer. Ello hace del mundo un escenario de tensiones. Para prevenir los destinos adversos, es vital conocer los ciclos del Sol y de todos los cuerpos celestes que, de un modo o de otro, se muestran en relación con él: la Luna, la gran estrella (Venus), Tianquiztli (las Pléyades), Mamalhuaztli (Cinturón y espada de Orión), Cólotl (Escorpión), Colotlixayácatl ("Rostro de Escorpión"), Citlaxanecuilli (Osa menor?), Citlaltlachtli, "Juego de pelota de las estrellas", y otros cuerpos celestes identificados como distintas constelaciones.
Apoyándose en textos de los informantes de Sahagún, Johanna Broda ha puesto de relieve, por ejemplo, la significación de Tianquiztli (las Pléyades) dentro del ciclo de 52 años, cuando a la mitad de la noche ocurría la renovación del fuego. Precisamente porque tal renovación era prueba de que el Sol iba a continuar alumbrando esta edad, por ello importaba conocer el ciclo de Tianquiztli.
En función de los ciclos solares -en maya-yucateco kin es sol, día, edad cósmica, tiempo- el hombre mesoamericano organizó sus cómputos calendáricos, con toda la amplísima gama de connotaciones de los mismos. Éstos abarcaban, entre otras cosas, las medidas y normas de los ciclos agrícolas, de las fiestas a lo largo de las trecenas y veintenas de días, la suma de los destinos en los momentos propicios, adversos o indiferentes para cualquier evento o proyecto de acción tenidos por importantes, desde el nacimiento hasta la muerte.
Amplio campo se abre a las investigaciones en los textos míticos, legendarios, religiosos y aun históricos, así como en las representaciones acompañadas de glifos en los códices, dirigidas a buscar múltiples relaciones de Tonatiuh (Kin) con los otros cuerpos celestes que allí se mencionan o registran. Pensemos, por ejemplo, en lo que consignan los Anales de Cuauhtitlan, la Leyenda de los Soles, el Códice de Dresde y varios manuscritos del grupo Borgia, sobre "enfrentamientos" entre Tonatiuh y Huey Citlalin (Venus). Ponderemos siquiera lo relativamente poco que conocemos respecto de la Luna en el pensamiento mesoamericano, o las complejidades de Quetzalcóatl-Xólotl en relación con la "estrella de la mañana y de la tarde". Cuestión tampoco clara es la de Mixcóatl, entendido como "Serpiente de Nubes" y su relación con la Vía Láctea.
A pesar de que una interpretación pan-astral o pan-babilónica, que pretenda relacionar o identificar a los distintos dioses con otros tantos cuerpos celestes no parezca hoy aceptable, es cierto que tampoco puede desecharse a la ligera la vinculación entre unos y otros que, en algunos casos, ponen de manifiesto las fuentes. Inquirir acerca de esto podrá revelar aspectos de enorme interés en la visión mesoamericana del mundo. Como en otro lugar lo manifesté, el afán de los cómputos y las medidas de los ciclos sería ciencia pura si no estuviera tan entretejido con las creencias hasta resultar en una compleja y admirable forma de "mitología matematizada".
En modo alguno pienso que deba minimizarse la importancia de los cómputos, ni de cualquier otro elemento medible o calculable en Mesoamérica. Conviene repetirlo: lo extraordinario de "la astronomía", "el calendario", y "la matemática" en esta área cultural es su rigor extremo, pero no como saber por sí mismo, sino en función plena de los requerimientos de su visión del mundo y de sus necesidades de subsistencia. Tomar esto en cuenta en cualquier estudio sobre la "preocupación astronómica" de los mesoamericanos difiere radicalmente de la postura de quienes inquieren desde la mira de los conocimientos astronómicos de la cultura occidental y, haciendo malabarismos, tratan de acomodar en los cómputos prehispánicos, ciclos y correlaciones que resultan en "descubrimientos" que nada tiene que ver con lo que de verdad interesó al hombre de Mesoamérica, empeñado a lo largo de milenios, por motivos muy distintos, en "observar el curso y el proceder ordenado del cielo..."


Tomado de: León-Portilla, Miguel - Astronomía y cultura en Mesoamérica. Incluido en: Marco Arturo Moreno Corral (compilador) - Historia de la astronomía en México. Colección La ciencia desde México #4, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1986)

miércoles, 12 de junio de 2019

Dos veladas con hongos


La velada vivida por Bernardo (1962)

A las nueve de la noche, acostado en un petate al lado de Miriam, empecé a masticar los hongos que me dio María Sabina. Eran seis pares, y los trague con dificultad. No les tenía confianza, por el completo fracaso en las dos ocasiones precedentes; así que me comí un hongo más, de los de Miriam y otros dos que le pedí a María Sabina. Esperé en la semioscuridad, con escepticismo; me molestaba la risita histérica y el río de palabras inútiles de Miriam que me impedían gozar de los rezos y el canto, severo y armonioso, de la curandera.

De repente, sin ninguna transición, me encontré en una tumba egipcia. Miriam, Lucy, María Sabina, y María Aurora su hija, eran momias; yacían todas en grandes sarcófagos dorados y policromos. Ahí donde se colaba la tenue claridad de las ventanas, vi las majestuosas columnas de un templo a orillas del Nilo.

-Miriam, Miriam, éste es Egipto. ¡Qué maravilla!

Traté de acariciarle la mano. Estaba helada y húmeda. La retiró con gesto brusco. Al recordar mis sensaciones después de la noche alucinada, me extrañó que esta actitud no hubiera suscitado en mí sentimientos de rencor.

Las imágenes esplendorosas -sarcófagos, columnas, templos- se difuminaron y desaparecieron completamente, sustituidas por sonidos y ritmos. La música se adueñó de mí penetrando en cada una de mis fibras, primero tersa y suave como un concierto angélico; luego se agigantó en una inmensa polifonía. Era yo un hombre hecho música; mejor dicho, me identificaba con toda una orquesta sinfónica, y me puse a dirigirla desde el podium, acompañando con mi voz los ríos de sonidos. Cantaba fuerte: era yo el violín concertino, no, todos los violines, todos los violonchelos y los contrabajos. Un instante -¿o fue una hora?- me volví arpa; luego oboe, y flauta; era yo todos los instrumentos de cuerda y de viento y otra vez, la orquesta completa en u crescendo sin fin, que me transportaba a esferas de gozo espiritual nunca imaginadas.

Con todo, me sentía solitario y con una añoranza inexpresable; tal vez porque Miriam había rechazado mi caricia.

No crean que soy músico. Me gusta, claro está, un concierto sinfónico, pero al cerrar los ojos no sé distinguir los varios instrumentos de la orquesta. En el trance ya no existía para mí el mundo de formas, colores, imágenes y palabras: todo era música, un océano de música, y yo estaba en su centro.

William, el marido de Lucy, se había quedado sin comer hongos, para ayudarnos en caso de necesidad. Yo oía la voz de Miriam que le suplicaba: -Ayude a Bernardo. Es demasiado fuerte para él. Dele agua azucarada. Ayúdele.

William se presentó con un halo de luz intensa. (Ahora sé que era la de su lamparita eléctrica). Su estatura era imponente. Lo vi como si fuera un santo; habló con voz armoniosa que llenó todo el ámbito. Venía de otro mundo; me parecía que había bajado del cielo. Rehusé tomar la bebida. "Es usted mi enemigo", le dije. Los santos me caen pesados también en la vida real. Además me molestaba la preocupación maternal que tenía por mí Miriam. Me acuerdo cómo repetí, sarcásticamente, la palabra azúcar, azúcar, azúcar.

El espacio y el tiempo había adquirido nuevas proporciones inconmensurables. El cuarto de la ceremonia era infinito; los ruidos se oían agigantados. Cada segundo era una hora; cada hora una vida. Lucy lanzaba de vez en cuando exclamaciones de asombro y de júbilo. El palmoteo rítmico de María Sabina parecía llegar desde una enorme lejanía; en realidad la maga estaba a pocos metros de mi petate.

Sería la presencia de María Sabina o el proceso natural de la alucinación; lo cierto es que, antes de salir del cuarto, no tuve ninguna sensación de angustia. Sólo sentía resonar en mí esa música inefable, ultraterrena; estaba mágica y totalmente envuelto en su embeleso. 

Cuando William me pidió que fuera a acostarme, me opuse decididamente. No quería, por nada del mundo, volver a la realidad. Insistió tanto, y con tan buena gracia, que por fin accedí. No tengo el más vago recuerdo de cómo me llevó a mi cuarto, ni de cómo me echó a la cama. Sólo sé que empezó una terrible lucha para volver en mí, que duró horas -o más bien, siglos-. No sabía dónde estaba. También ese cuarto era infinito; empecé a temer que nunca lograría "volver". Me di cuenta de que mi mujer estaba conmigo, cariñosa y preocupada por mí. A las cinco de la mañana (sé la hora porque Miriam se la preguntó a William), nuestro ángel guardián me dio un vaso de agua. Todavía lo vi como a un ser de otro mundo. Cuando, con la claridad del alba, bajé de la cama, tuve la clara sensación de que se abría delante de mí un abismo. Sólo con un supremo esfuerzo de voluntad pude volver al lado de Miriam.

Ella sufría no menos que yo en la sorda lucha para salir del encantamiento que ya era más bien pesadilla y agonía. Las seis, las siete, las ocho, las nueve. En el cuarto brillaba la luz del sol, pero nuestra angustia persistía, con los ojos abiertos o cerrados. Sólo a las doce volvimos a la realidad completa.



La velada vivida por Miriam

Al cabo de media hora de haber ingerido los hongos, súbitamente se presentaron ante mis ojos abiertos en la semioscuridad, manchas de colores y minúsculos decorados; arabescos, florecitas cursis como de bomboneras, pequeños adornos meticulosos pero de lo más convencional. "¡Ajá, son éstas las famosas alucinaciones!". Risas, me dieron. Los diseños cambiaban, se renovaban continuamente, como en el caleidoscopio. "Este dibujo también lo conozco", me decía para mis adentros, con cierto desencanto. Diminutas formas geométricas se alternaban con dibujos de telas, alfombras, vitrales de iglesias.

-Estoy en Egipto- oí que me decía Bernardo. Quiso acariciarme. Sentí una mano enorme, descomunal. No soporté su contacto, y retiré mi brazo. Quería estar sola.

Ya no reía. Las pequeñas formas geométricas crecían en tamaño, adquirían bulto; sus colores eran más vívidos. Como esbeltos rollos policromos avanzaban en sentido oblicuo, se deshacían en miríadas de gotas de todos los tintes, volvían a unirse y a desunirse. Me preguntaba de dónde venían esos colores, alternativamente tiernos y violentos, y deploraba que nunca los podría reproducir, ya que, por mi desdicha, no sé pintar.

Esta reflexión prueba que algo en mi conciencia había quedado despierto. También me di cuenta de que Lucy lanzaba unos pequeños gritos de asombro y que Bernardo se había puesto a tararear y canturrear.

(Pierdo la noción del tiempo, en tanto que el cuarto se ensancha, se vuelve infinito). Los ruidos -hasta un rechinido del petate o un susurro- se agigantan. Parece que llegan de muy lejos y sólo se apagan después de múltiples ecos. El palmoteo intermitente de María Sabina, un clac, clac, clac sordo y seco contribuye a producir una obsesión que crece como un alud: me voy, me voy, me salgo de mí misma. Concentro lo que queda de mi voluntad y grito: " William, ayuda a Bernardo. Dale agua azucarada. Es demasiado fuerte para él. No lo aguantará". Siento que nos estamos perdiendo todos. No sabíamos a dónde íbamos, no sabíamos, no sabíamos. (Otra vez estoy en trance, completamente sumida en el mundo de luces y formas).

Veo nuevos cuadros, nuevos colores, reflejos y matices nunca imaginados. Son obras de un grandísimo pintor; su hermosura es tal que no puedo tolerarla; me corta el aliento. Quiero que la visión se detenga, pero sigue implacable y siempre más bella: las figuras son ahora de mayor tamaño, sin simetría, y los colores más tenues. Ya no es decoración, es arte puro. ¿Son peces de plata que bullen en un mar de oro, o peces de oro que se agitan en un mar de plata?

Me encuentro en un ambiente nuevo y distinto. He vuelto al mundo de mi infancia, el de los cuentos de hadas, imaginario y real al mismo tiempo. Estoy en el bosque encantado de la Bella Durmiente, de Caperucita, de Pulgarcito. Cosa extraña: no es un severo bosque de mi país natal, sino una selva virgen con cantos de pájaros y gritos de monos y zumbidos de insectos, que el eco carga de misterio e inquietud. ¡Qué indecible alegría para mí, ver ese mundo hadado, y al mismo tiempo qué ansiedad, qué miedo de encontrarme sola en medio de él! Me miran venaditos de grandes ojos húmedos y conejos blancos; ahí está la casa de pan de miel de la bruja. ¡Qué precioso palacio! ¡Y esa fuente, qué linda! ¿Qué quiere de mí la rana? No, es el rey de las ranas, tiene una coronita de oro. Le tengo un terror pánico, que no me mire así, quiero cubrirme.

¡Cuántas espinas! Estoy en medio de rosales en flor: las rosas son espléndidas, blancas, amarillas, rojas. Pero ¿podré salir de aquí, con todas esas espinas, podré volver? Volver, sí, pero ¿a dónde?

Otra vez la selva; estoy como muerta, con una debilidad infinita. No importa. Todo a mi alrededor es tan primoroso, tan lleno de colores, y los enanitos bailando, jugando con el eco. Cada enano elige un tono y el eco lo repite, ite, ite, ite.

Todo es exactamente como me lo había figurado de niña. Pero ¿qué hace aquí Puck? Me acecha un grave peligro. Tal vez no podré irme nunca de aquí, ¡qué angustia! Mira quién me mira: Pulgarcito en persona, muy pequeña persona. Ya no está. Tengo que buscar en la oreja de mi caballo, tal vez se ha ocultado ahí. 

En este momento se abrió una pequeña ventana a la realidad. Sentí una terrible congoja por Bernardo. Estaba a mi derecha, y sin embargo, me separaba de él una incolmable distancia. Bernardo gritaba y cantaba y exultaba. "William, ayúdele!" supliqué, y otra vez me sentí arrastrada hacia el otro mundo.

El cuarto era un recinto monumental con altísimas columnas doradas. Un vapor neblinoso envolvía todo, y surcaban el espacio figuras fantasmáticas. Miré a la derecha, donde estaba Bernardo. Vi, espeluznada, una calavera con anteojos, suspendida en el humo. No pude seguir mirando. Otra vez me asaltó la congoja. Mi Bernardo se muere, y no puedo ayudarle. "William, William, ayudamos a volver, danos agua azucarada".

William se acercó con una luz. Bajaba de las alturas, como un redentor. Nos ayudó a incorporarnos y a beber. Era la salvación. Tuve la sensación de que, desde mi más tierna infancia, sólo había recibido beneficios de mi prójimo, y el buen William era el símbolo, la quintaesencia de toda esa bondad, de toda la caridad humana.

Oí cómo sacaban a Bernardo del cuarto. ¿Vivía aún o estaba muerto? Luego me sacaron a mí. Me apoye en el barandal, vencida por una aguda náusea. Estaba yo en el fondo del mar, veía la ondulación de las plantas acuáticas, y más lejos, los riscos. En verdad era el patio de la Posada Rosaura, en Huautla de Jiménez: lo reconocí la mañana siguiente.

El ángel guardián, no sé cómo, me hizo acostar. En la cama yacía mi Bernardo -¿muerto? Mi corazón cesó de latir, el terror me heló toda. Me acerqué. Su cuerpo estaba caliente, ¡vivía! Nunca podré describir el sentimiento de profundísima dicha que sentí entonces.

Sin embargo, al hundirme otra vez en el sueño, ya no vi los aspectos amables de los cuentos de Grimm y Andersen, sino monstruos, dragones, salamandras, el lobo feroz y varias brujas feísimas. Luego vi ciertos raros personajes que se licuaban y caían en gotas y otros, de los cuales no sabía si eran más personas o más hongos.

Las visiones ahora se habían vuelto un tormento. Era otra realidad, porque lo veía con estos mismos ojos, y también tenía tres dimensiones, y colores y olores, pero yo quería salir, quería volver, y ya no me era posible. Nunca más saldré de aquí. Ya no respiraba; mi corazón se paró, no podía ni pensar ni moverme. Morí lentísimamente, sin dolor, sin pesadumbre. Todo se había acabado. 

Después de todo no estaba tan muerta ya que oí cómo Bernardo llamaba a William. Tenía sed. También me di cuenta de la hora. Eran las cinco: lo dijo William.

-¿Dónde estamos, Bernardo? ¿En Japón, verdad?
-No, en Egipto.
-¿Crees que saldremos de esto, quiero decir, que saldremos con vida?
-Claro que saldremos. Ahora descansa, duerme.

Fácil decirlo: dormir. No, durante interminables horas -hasta muy entrado el día- siguieron luchando en mí las dos realidades, hasta que triunfó la de la cordura. La lucha terrible me dejó, literalmente, exhausta.

Dicen que viajé en el paraíso y en el infierno de mi subconsciente. Tal vez sea así; pero creo que con una dosis menor de hongos me hubiera ahorrado el infierno. No repetiré la experiencia; me alegro, de todos modos, de haber pasado por ella. Ha sido una de las más fuertes de mi vida.

(Tomado de: Tibón, Gutierre - La ciudad de los hongos alucinantes. Panorama Editorial, S. A. México, D. F., 1985)



viernes, 24 de mayo de 2019

Qué era el juego de pelota?

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¿Qué era el juego de pelota?

Originalmente era una actividad sagrada en las culturas prehispánicas, pero con el tiempo el juego se volvió profano, sin que por ello desapareciera su significación religiosa. Las canchas para su práctica siempre se construyeron dentro de los centros ceremoniales, en la proximidad de los templos más importantes como en Chichén Itzá, Xochicalco, Tula, Monte Albán y El Tajín. El espacio de juego tenía planta en forma de doble T o de I, limitado a los lados por muros verticales o en talud, en los cuales se encontraban unos marcadores, por los que debía pasar una pelota, y que servían también para dividir la cancha.

Los jugadores portaban un cinturón de cuero de venado con prolongaciones para proteger las caderas, así como musleras, rodilleras y un guante en la mano izquierda. En algunas versiones aparecen con lujosos cascos y gruesos cinturones, lo cual ha hecho pensar a algunos investigadores que se trataba de yugos, mientras las palmas serían la exaltación en piedra de sus suntuosos broches. La pelota era de hule, extraído del látex de varias especies vegetales, y tenían un diámetro de diez a doce centímetros.

El juego consistía en que la pelota estuviera en constante movimiento, sin rebasar ciertas marcas, pegándole exclusivamente con el codo y la cadera o alguna otra parte del cuerpo según la variante local. Quien hacía que un adversario tocara la pelota con otra parte del cuerpo, o la lanzaba hasta la pared opuesta o por encima de la muralla, ganaba un punto; pero la única manera de conseguir un triunfo definitivo consistía en hacer pasar la pelota por el marcador. Su práctica debió estar muy extendida pues ya en el posclásico sólo los pueblos de Tochtepec y Otatitlán tributaban a Moctezuma 16,000 pelotas de hule.

(Tomado de: Silva, Carlos - 101 preguntas de historia de México. Todo lo que un mexicano debería saber. Random House Mondadori, S. A. de C. V., México, D. F., 2008)


martes, 22 de enero de 2019

De lo que decían los indios luego que vinieron españoles y religiosos

(Códice Techialoyan)
 
Luego como vieron los indios los españoles, de ver gente tan extraña y ver que no comían sus comidas de ellos, y que no se emborrachaban como ellos, llamábanlos tucupacha, que son dioses, y teparacha que son grandes hombres; y también toman este vocablo por dioses, y acazecha, que es gente que trae gorras, y sombreros. Y después andando el tiempo, los llamaron cristianos, decían que habían venido del cielo; los vestidos que traían, decían que eran pellejos de hombres como los que ellos vestían en sus fiestas; a los caballos llamaban venados, y otros tuycen, que eran unos como caballos que ellos hacían en una su fiesta de cuingo, de pan de bledos; y que las crines que eran cabellos postizos que les ponían a los caballos.

Decían al Cazonci los indios que primero los vieron, que hablaban los caballos, que cuando estaban a caballo los españoles que les decían los caballos por tal parte habemos de ir; cuando los españoles les tiraban de la rienda decían que el trigo y semillas y vino que habían traído, que la madre Cueravaperi se lo había dado cuando vinieron a la tierra.
 
 Cuando vieron los españoles y cuando vieron a los religiosos con sus coronas y así vestidos pobremente, y que no querían oro ni plata, espantábanse, y como no tenían mujeres, decían que eran sacerdotes del dios que había venido a la tierra, y llamábanlos curitiecha, que eran sus sacerdotes que traían unas guirnaldas de hilo en las cabezas y unas entradas hechas. Espantábanse como no se vestían como los otros españoles, y decían: “dichosos estos que no quieren nada”. Después unos sacerdotes y hechiceros suyos, hiciéronles creer a la gente que los sacerdotes eran muertos, y que eran mortajas los hábitos que traían, y que de noche dentro de sus casas se deshacían todos, y se quedaban huesos, y dejaban allí los hábitos, y que iban allá al infierno donde tenían sus mujeres, y que venían a la mañana, y esta ironía duróles mucho, hasta que fueron más entendiendo. Decían que no morían los españoles, que eran inmortales.

También aquellos hechiceros hiciéronle creer que el agua con que se bautizaban, que les hechaban encima las cabezas que era sangre, y que les hendían las cabezas a sus hijos, y por eso no los osaban bautizar, que decían que se les habían de morir. Llamaban a las cruces Santa María, porque no habían oído la doctrina, y tenían las cruces por dios como los que ellos tenían. Cuando les decían que habían de ir al cielo no lo creían y decían: “nunca vemos ir ninguno”. No creían nada de lo que les decían los religiosos, ni se osaban confiar de ellos; decían que todos eran unos los españoles, y ellos pensaban que ellos habían nacido así los frailes, con los hábitos: que no habían sido niños. Y duróles mucho esto, y aún ahora no se lo acaban de creer que no tuvieran madres.

Cuando decían misa decía que miraban en el agua, que eran hechiceros. No se osaban confiar ni decían verdad en las confesiones, pensando que los habían de matar, y si se confesaban alguno, estaban todos acechando cómo se confesaba, y más si era mujer. Preguntabanles después qué les habían dicho o preguntado aquel padre, y ellos decíanlo todo.

A las mujeres de Castilla llamaban cuchaecha, que son señoras y diosas.

Decían que hablaban las cartas que les daban para llevar a alguna parte, y por eso no osaban mentir alguna vez. Maravillábanse de cada cosa que veían. Como son amigos de novedades, las herraduras de los caballos decían que eran cotaras y zapatos de hierro de los caballos. En Tlaxcala trujeron para los caballos sus raciones de gallinas como para los españoles. Lo que les predicaban los religiosos espantábanse de oírlo, y decían que eran hechiceros, que les decían lo que ellos hacían en sus casas, o que alguno se lo venía a decir, o que era lo que ellos les habían confesado.
 
 
(Tomado de: Anónimo (siglo XVI) – Relación de las cerimonias y rictos y población y gobernación de los indios de la Provincia de Mechoacan. Madrid, 1869. Tomado a su vez de: Federico Gómez de Orozco (comp.) - Crónicas de Michoacán. Biblioteca del Estudiante Universitario #12, Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1991)



jueves, 13 de diciembre de 2018

Del mal agüero, estantiguas


 LIBRO QUINTO 

Que trata de los agüeros y pronósticos, que estos naturales tomaban de algunas aves, animales y sabandijas para adivinar las cosas futuras.


[...]

Capítulo XI
Que trata del agüero que tomaban cuando de noche veían estantiguas

Cuando de noche alguno veía alguna Estantigua, con saber que eran ilusiones de Tezcatlipoca, también tomaba mal agüero en pensar que aquello significaba que el que la veía había de ser muerto en la guerra, o cautivo;

-y cuando acontecía que algún soldado valiente y esforzado veía estas visiones, no temía sino asía fuertemente de la estantigua y demandábala que le diese espinas de maguey, que son señas de fortaleza y valentía, y que había de cautivar en la guerra tantos cautivos cuantas espinas le diese; y cuando acontecía que algún hombre simple y de poco saber veía las tales visiones, luego las escupía o apedreaba con alguna suciedad.

A ese tal ningún bien le venía, más antes le venía algún desdichado infortunio; y si algún medroso o pusilánime veía estas estantiguas, luego se cortaba, luego se le quitaban las fuerzas y luego se le secaba la boca, que no podía hablar, y poco a poco se apartaba de la estantigua para esconderse donde no la viese.

Y cuando iba por el camino, pensaba que iba tras él la estantigua, para tomarle, y en llegando a su casa abría de pronto la puerta y entraba de presto, y cerraba la puerta de su casa y pasaba a gatas por encima de los que estaban durmiendo, todo espantado y pavoroso.

(Tomado de: Sahagún, fray Bernardino de - Historia General de cosas de Nueva España. Numeración, anotaciones y apéndices de Ángel María Garibay K. Editorial Porrúa, S. A. Colección “Sepan Cuantos…” #300. México, D.F. 1982)



jueves, 15 de noviembre de 2018

Urbanidad a la mexicana II

[El carácter de los indígenas]

El carácter de las tribus que tuve oportunidad de tratar no es, en lo general, franco y abierto, sino cerrado, desconfiado y calculador. El indio no solamente levanta ese muro de defensa contra los miembros de otra tribu y contra los descendientes de sus opresores, lo cual sería muy natural; sino también contra su propia gente. Esta tradición está en su lenguaje, en sus maneras y en su historia. De esta suerte, las salutaciones de los indios entre ellos, especialmente las de las mujeres, son todo un galimatías de deseos y de preguntas sobre la salud, repetidas monótona e indiferentemente por los dos lados, aun sin mirarse una a la otra, y a veces sin detenerse. El indio que desea obtener algo de otro, nunca se lo pide directamente o sin rodeos; primero le hace un pequeño regalo, en seguida elogia esto o aquello, y al final formula su deseo. Si un indio tiene algo que preguntarle al juez o al alcalde de su aldea, y aun cuando su demanda sea plenamente justificada, quien por supuesto es también un indio como él, y posiblemente un pariente suyo, primeramente envía a un íntimo amigo con una botella de aguardiente o con una gallina gorda para asegurarse de que el funcionario que recibirá tal presente lo recibirá de buen grado. A menudo acudieron a verme grupos de vecinos de las aldeas indias para pedirme consejo acerca de sus problemas locales; tales grupos constaban de diez o doce personas, por el temor de que un solo emisario pretendiera sacar provecho del asunto en alguna forma. El grupo entero entraba en mi cuarto, un indio tras otro, y a la cabeza iba un gran dignatario que llevaba la voz; cada uno de los visitantes llevaba en la mano algún presente. El que hacía las veces de jefe comenzaba cumplimentándome con una serie de reverencias y diciendo: “Buenos días, padre, ¿cómo está usted?, ¿cómo está nuestra madre, su esposa, y los niños? Vea usted: le traemos esta nimiedad, es pequeña, porque somos pobres; pero debe tomarla por nuestro buen deseo, más que por lo que es.” En seguida, todos se acercaban para entregarme aves, huevos y diversas frutas. Era totalmente inútil que yo rehusara. Respondía: “Usted conoce a mis hijos. Yo no puedo aceptar esto. Si puedo serles útil a ustedes, los atenderé con mucho gusto. Guarden sus regalos y díganme lo que desean.”

“No, padre, no hablaremos si usted rechaza estas cosas…” al terminar el diálogo, y después de que la honorable embajada de vecinos era invitada a sentarse, los mayores se acomodaban en el piso, en semicírculo, a pesar de que no faltaban las sillas; sólo el portavoz permanecía de pie y por medio de un discurso cuidadosamente estudiado exponía sus deseos, mientras los demás asentían de vez en cuando con la cabeza como para reforzar las palabras del que hablaba.

En sus negociaciones los indios actúan como verdaderos diplomáticos, y les gusta expresarse con ambigüedad, con el objeto de poder después interpretar con ventaja para ellos todo cuanto se hubiere hablado. En los tratos con ellos, uno debe tener en cuenta que todas las condiciones sean especificadas de manera precisa.

Si después de una transacción de esta índole usted les ofrece una copa de ron, todas las caras se iluminan y unos y otros se intercambian miradas significativas; ellos prefieren tomar licor fuera de la puerta, y el hombre que regresa con su vaso vacío ciertamente sabe cómo expresar su gratitud en forma tal que pueda asegurarse una segunda copa.
(Tomado de: Carl Christian Sartorius – México hacia 1850)

martes, 13 de noviembre de 2018

Del mal agüero, conejos


 LIBRO QUINTO 

Que trata de los agüeros y pronósticos, que estos naturales tomaban de algunas aves, animales y sabandijas para adivinar las cosas futuras.


[...]

Capítulo VII
Del mal agüero que tomaban cuando veían entrar algún conejo en su casa.


Los aldeanos y gente rústica, cuando veían que en su casa entraba algún conejo, luego tomaban mal agüero y concebían en su pecho que les habían de robar la casa, o que alguno de su casa se había de ausentar o esconder por los montes, o por las barrancas, donde andan los ciervos y los conejos. Sobre todas esas cosas iban a consultar a los que tenían oficio de declarar estos agüeros.

Los conejos de esta tierra son como los de España, aunque no tienen tan buen comer.

(Tomado de: Sahagún, fray Bernardino de - Historia General de cosas de Nueva España. Numeración, anotaciones y apéndices de Ángel María Garibay K. Editorial Porrúa, S. A. Colección “Sepan Cuantos…” #300. México, D.F. 1982)