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lunes, 10 de mayo de 2021

Por qué tomaron los rebeldes el estandarte de la Virgen de Guadalupe como su imagen representativa


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¿Por qué tomaron los rebeldes el estandarte de la Virgen de Guadalupe como su imagen representativa? 

La devoción a la Virgen de Guadalupe en México es probablemente el factor religioso más importante en el país. Desde el siglo XVIII, pero en especial desde hace 200 años, tiene un papel fundamental en el sentido de la mexicanidad y de la identidad nacional. Así lo hizo saber fray Servando Teresa de Mier cuando en 1794 pronunció un sermón acerca de la Virgen de Guadalupe. El fraile regiomontano explicó que los antiguos mexicanos ya habían recibido la enseñanza cristiana antes de que llegaran los españoles, pues Quetzalcóatl era en realidad Santo Tomás. Éste cruzó el Atlántico para predicar la palabra de Cristo. Con estos argumentos ya no había justificación para la Conquista ni para la ocupación española. La aparición de la Virgen de Guadalupe en 1531 le otorgó a la iglesia mexicana una espiritualidad propia. Ya no eran los misioneros españoles los portadores de la religiosidad; era la intervención directa de la Madre de Dios, quien escogió a un Indio como testigo de su aparición, lo cual le daba un sustento nativo y, lo más importante, americano.

Era una creencia muy difundida que la Virgen socorría a los pobres y a los oprimidos. La evocación de su nombre era un remedio para la sequía y las epidemias. Defendía a las clases menos privilegiadas de las injusticias de los ricos y poderosos. Los rebeldes incluso llegaron a creer que la Virgen de Guadalupe intervenía por medio de estrategias milagrosas en el campo de batalla.

Desde hace 200 años la iniciativa de utilizar el blasón de la virgen como símbolo de la insurgencia se le ha adjudicado a Hidalgo. Fue en parte una contestación al uso de la Virgen de los Remedios por parte de los realistas. Ignacio Allende, lugarteniente del cura, al igual que muchos otros testigos, subrayó la espontaneidad con la que el religioso eligió esta imagen como insignia. Esta acertada elección le dio al movimiento una legitimidad religiosa. Pero se tiene registro en el Archivo General de la Nación de una confesión judicial en la que Allende, en mayo de 1811, se muestra ambiguo en cuanto a la autoría de la elección: "por idea de alguno de la compañía". Aunque la paternidad de la idea por lo visto no está clara, lo contrario sucede en cuanto a la respuesta. La aprobación fue absoluta y determinó en gran medida (aunque no en su totalidad) el éxito del movimiento: la gente del pueblo que se unió al ejército de Hidalgo en 1810 de Dolores a San Miguel el Grande y finalmente a la ciudad de Guanajuato, llevaba el estandarte con la imagen de la virgen. Durante los años de la rebelión perduró el uso tanto de la iconografía como de la palabra. En el saludo cotidiano en plazas, zócalos, afuera de las casas o en los caminos la gente utilizaba algún tipo de seña: "¿Quién vive?" La contraseña era: "Nuestra Virgen de Guadalupe" o "América". El hecho de contestar "España" o "Nuestro Señor Fernando" significaba que se era realista. Además la ideología se portaba literalmente en las mangas, en donde era frecuente llevar todo tipo de insignias y distintivos. También se llevaba en los sombreros, que en el caso de los realistas era común ver los famosos "Fernanditos".

Miguel Hidalgo, como se acostumbra creer, eligió la imagen de la virgen sin mayor premeditación, pero el éxito de la elección residió en que liberaba a los criollos de sus orígenes españoles.

(Tomado de: Pacheco, Cecilia - 101 preguntas sobre la independencia de México. Grijalbo Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2009)

viernes, 21 de agosto de 2020

Coatlicue


"La de la falda de serpientes" o Tonantzin, "Nuestra Madrecita", madre de todos los dioses del panteón azteca y de todo ser viviente, es una forma de la diosa de la tierra; la madre bondadosa de cuyo seno nace todo y, al mismo tiempo, el ser insaciable que devora corazones dejándolos limpios de inmundicias, recordándonos así el eterno ciclo de la vida y la muerte.
Según una leyenda narrada por Sahagún, Coatlicue vivía una vida de retiro y castidad después de haber engendrado a la Luna y a las estrellas.
Un día, al estar barriendo el templo, encontró unas brillantes plumas de colibrí que guardó sobre su vientre. Cuando terminó sus quehaceres las buscó, pero las plumas habían desaparecido y en ese instante se sintió embarazada. Cuando la Luna, llamada Coyolxauhqui, y las estrellas, llamadas Centzonhuitznahua, supieron la noticia del embarazo afrentoso de su madre, se enfurecieron hasta el punto de querer matarla. Lloraba Coatlicue por su próximo fin, cuando el prodigio que estaba en su seno le habló y la consoló diciéndole que, en el preciso momento, él la defendería contra todos.
Cuando los enemigos llegaron a sacrificar a la madre, nació Huitzilopochtli y, con la serpiente de fuego (el rayo solar), cortó la cabeza a la Luna y puso en fuga a las estrellas. Y dese entonces todos los días el Sol entabla una lucha con sus hermanos para ofrecer a los hombres un nuevo día.
La representación más importante de la Coatlicue es la que se conserva en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México: tiene pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes entrelazada, en la cintura una cinta que simboliza el embarazo virginal y en el pecho, consumido de amamantar a cuanto ser viviente existe, luce un collar de manos y corazones humanos rematado con un cráneo; la cabeza de la diosa son dos cabezas de serpiente encontradas. Simbolismo todo de su misión: sustentar el equilibrio del universo.
Coatlicue tenía un santuario en el cerro del Tepeyac y a él acudían de lejanas tierras a rendirle homenaje; a la llegada de los españoles el culto fue desapareciendo debido al proceso de evangelización. Hay quienes opinan que la Virgen de Guadalupe eligió el mismo sitio que la diosa Tonantzin para que erigieran en él su santuario, con el fin de hacerle entender a los mexicanos que Dios no estaba a disgusto con sus antiguos dioses, pero que había llegado el momento de encontrar una nueva forma de venerarlo.

(Tomado de: Valero de García Lascuráin, Ana Rita: Las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Virgen de Guadalupe, edición especial. Editorial México Desconocido, S.A. de C.V., México 2001)

lunes, 25 de febrero de 2019

Andanzas de Lorenzo Boturini




La historia de las andanzas de Lorenzo Boturini Benaduci en Nueva España parece ser el resultado del modo de sentir de muchos novohispanos de las clases altas y de los patrones de gobierno de las autoridades virreinales. Este caballero Boturini, nacido en Italia, vivió en Viena por algún tiempo y, debido a que la corte de España ordenó, por guerra entre España y Austria, que todos los italianos saliesen de los dominios austríacos, pasó por Portugal y luego a España. Sin arraigo en ésta, aceptó venir a Nueva España, en 1735, a gestionar el pago que la condesa de Santibáñez cobraba en México como descendiente del emperador Moctezuma.

No se sabe por que razones el pasaporte y la licencia para viajar al virreinato no cumplían todos los requisitos que exigían las autoridades metropolitanas. Para salir de España no tuvo mayores dificultades; éstas vendrían después. Llegó a México en febrero de 1736.

Como se recordará, en 1737 la Virgen de Guadalupe fue proclamada patrona de la Ciudad de México, y la curiosidad de Boturini se despertaría ante esta manifestación de fe popular. Se interesó por averiguar el origen del culto a la imagen conservada en el Tepeyac. Dicen sus biógrafos que anduvo buscando testimonios que documentaran la aparición a Juan Diego. Durante ese tiempo no sólo recogió la tradición oral de la historia prehispánica, sino también muchos otros documentos que han sido considerados muy valiosos para conocer el pasado de México.

Mientras todo fue afán de satisfacer su curiosidad de anticuario parece que no tuvo dificultades. Según los catálogos o inventarios que existe de su colección, pudo reunir una considerable cantidad de manuscritos y pinturas antiguas. Pero no paró allí su interés por las cosas de Nueva España. Poseído de fervor guadalupano, quiso contribuir al mayor esplendor de la Virgen, gestionando su coronación, para lo cual se acogía a la gracia que concedía la basílica vaticana de Roma de que fueran coronadas públicamente las imágenes "taumaturgas". Aquí ya entraba en terrenos ajenos y no iba a poder actuar con independencia de los órganos de gobierno colonial. La Audiencia de México pasó por alto la licencia que debía expedir el Consejo de Indias para llevar a cabo la coronación, se mostró anuente a los deseos de Boturini y le permitió seguir adelante con los preparativos. Estaba Boturini recogiendo limosnas o donativos para costear la ceremonia cuando llegó a Nueva España el virrey Fuenclara. Antes de llegar a la capital, en Jalapa se enteró de lo que se proponía don Lorenzo. La desconfianza con que se miraba a los extranjeros hizo que el virrey pidiera un amplio informe sobre la estancia del italo-español. Inmediatamente fue llamado a comparecer ante el alcalde del crimen y se le procesó. Fue acusado de ser extranjero y hallarse en el país sin la debida licencia, de haber recogido donativos sin permiso, de haberse atrevido a promover el culto de Nuestra Señora de Guadalupe siendo extranjero y de haber tratado de poner en la corona de la Virgen otras armas que las del rey. Fue puesto en prisión en febrero de 1743. Papeles, ropa y dinero le fueron embargados y de todo el asunto se dio cuenta al rey.

Boturini se defendió enérgicamente durante su proceso y logró demostrar su inocencia, pero el virrey juzgó que era mejor alejarlo de Nueva España y dio orden para que saliera hacia España a principios de 1744. Con trabajos llegó a Madrid, pues unos corsarios ingleses apresaron el navío en que viajaba, le quitaron su equipaje y lo desembarcaron en Gibraltar. De allí, a pie, se fue a España. Se presentó ante el Consejo de Indias pidiendo que se le hiciera justicia y reclamando sus papeles. El rey había mandado amonestar a los oidores de México por no cumplir con todos los trámites en los negocios de Boturini, pero no encontró reprensible su interés de anticuario. Accedió a recompensarlo por el trabajo que había realizado al juntar los documentos y aprovechar sus conocimientos para que escribiera una historia de los indios. Le concedió licencia de volver a México y le nombró historiógrafo de Indias. Pero Boturini no vivió lo suficiente para gozar del favor del rey. Se quedó en España y allá murió en 1751. Su famosa colección, llamada Museo, quedó depositada en la secretaría de Cámara del virreinato.

Esos papeles, a los que se refieren posteriores historiadores lamentándose de su pérdida, fueron utilizados por don Mariano Veytia (Mariano José Fernández de Echevarría y Orcolaga, Alonso Linage Veytia), criollo distinguido, abogado e historiador, nacido en Puebla de los Ángeles en 1720. Su padre fue José de Veytia, oidor decano de la Real Audiencia y primer superintendente de la Casa de la Moneda, y un tío abuelo, don José Veytia Linage, autor de la célebre obra Norte de la Contratación de Indias. Estudió en México, en donde obtuvo los grados de bachiller en artes, en 1733, y en leyes, en 1736, y el título de abogado en 1737. Viajó extensamente por Europa y visitó Jerusalém y Marruecos. Después de servir al rey en la península, volvió a su patria, a la muerte de su padre, para ponerse al frente de los negocios de la familia.

En Madrid tuvo estrecha amistad con Boturini, a quien alojó en su casa. Allí escribió Lorenzo su libro Idea de una nueva historia de la América septentrional y también allí fue donde Veytia recibió las primeras ideas de las antigüedades mexicanas, que más tarde habían de servirle para redactar su libro Historia Antigua de México.

Veytia dejó varios escritos inéditos, entre otros una pequeña obra llamada Baluartes de México, en la que da noticia de cuatro santas imágenes de Nuestra Señora, que se veneraban en cuatro santuarios, a los cuatro vientos de México. De las cuatro, " la más prodigiosa y que verdaderamente se lleva la admiración y asombro... es la de Guadalupe ". Si se desconociera el lugar y la fecha de su nacimiento, leyendo sus obras advertiríamos su amor y preferencia por la historia de los indios, y podríamos determinar la época en que vivió y su nacionalidad.

(Tomado de: María del Carmen Velázquez - El despertar Ilustrado. Historia de México, tomo 7, El despertar Ilustrado, Salvat Mexicana de ediciones, S.A. de C.V., México,D.F., 1978)

viernes, 30 de marzo de 2018

Marcos Cipac




Primer pintor indio conocido. Alcanzó fama hacia 1555 al realizar varias obras en colaboración con Pedro Chachalaca, Francisco Xinmámal y Pedro de San Nicolás, también de raza indígena. La más importante fue el retablo de la capilla abierta de San José de los Indios, en el convento de San Francisco de México, mencionado por Bernal Díaz del Castillo. También hizo los murales del técpan de Tlatelolco, con retratos y genealogías de los señores indígenas. Según testimonio de fray Francisco de Bustamante, provincial de los franciscanos en 1556, fue Cipac quien pintó la imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en el Tepeyac. Este dato consta en la Información que fray Alonso de Montúfar, segundo obispo de México, mandó levantar ese año con motivo del sermón que Bustamante pronunció en la capilla de san José de los Naturales del convento de san Francisco, en presencia del virrey Luis de Velasco, de la Real Audiencia y de numeroso público. Entre otras cosas, dijo el provincial que “la devoción que esta ciudad ha formado en una ermita e casa de Nuestra Señora que han intitulado de Guadalupe, es en gran perjuicio que los naturales porque les da a entender que hace milagros aquella imagen que pintó el indio Marcos”.

(Tomado de: Enciclopedia de México, tomo 1)