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miércoles, 21 de mayo de 2025

Los charros franchutes

 


Los charros franchutes 


Hacía principios de siglo [XX] se asentó a tal grado la influencia musical europea, que casi no se escuchaban más que canciones italianas y francesas (algunas de ellas hechas en México). La situación fue descrita por Manuel M. Ponce en estos términos: "La música vernácula agonizaba en las perdidas rancherías del Bajío... Sufría el desdén de los compositores más prestigiados y se escondía como chicuela avergonzada, ocultando su origen plebeyo a las miradas de una sociedad que solo acogía en sus salones a la música de procedencia extranjera y con título en francés. Hubiérase juzgado un enorme atentado contra su majestad el chic, la intromisión de una canción vulgar en el programa de una esplendorosa soirée." 

En 1901, el pianista y compositor Miguel Lerdo de Tejada, hombre extremadamente inquieto y emprendedor, fundó su Orquesta Típica y vistió de charros a sus músicos para distinguirlos de quienes sólo interpretaban música europea. Sin embargo, la tendencia imperante era tan fuerte que ni el mismo Lerdo de Tejada logró escapar de ella. Los músicos charros causaban admiración, pero de sus instrumentos seguía fluyendo música de estilo europeo. El propio Lerdo compuso muchas canciones (Perjura, la más popular de ellas) en las cuales la calidad es tan elevada como obvia su inspiración europeizante. 

Durante los últimos años del régimen de Porfirio Díaz, la Orquesta Típica de Miguel Lerdo de Tejada fue vista como fidelísima intérprete de la música mexicana e incluso viajó al extranjero con la misión de darla a conocer "en todo su valor". Pero esas pulcras interpretaciones no representaban la exaltación sino la mediatización de la canción popular de México.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

lunes, 31 de marzo de 2025

Música de trinchera


 

Música de trinchera 

Mientras empezaban a confluir en la ciudad de México los primeros miembros de una bohemia magnífica que haría historia en la música mexicana, la Revolución desataba un intenso nacionalismo musical que era también expresión de rebeldía contra el exagerado afrancesamiento de la estirada sociedad porfiriana. 

Allá en la ensangrentada campiña los "Dorados", los "Pelones" y las soldaderas llenaban sus ocios y ahuyentaban el temor con canciones frescas y alegres como Cielito lindo, satíricas como La cucaracha, apasionadas como La Valentina y La Adelita o profundamente nostálgicas como la Canción Mixteca, que empezó a difundirse hacia el fin de la lucha. 

Asimismo, al quedar por fin relegadas las modas europeizantes, saltaron al primer plano algunas tonadas ya viejas para entonces, como Las tres pelonas, compuestas en 1893, y La barca de oro, cuyo autor había muerto en 1892. No menos extraordinario fue el resurgimiento "revolucionario" de la marcha Zacatecas estrenada en 1893. 

Pero su majestad el vals se negaba a rendirse y contraatacó con obras tan inspiradas como Río Rosa y Alborada, del duranguense Alberto Alvarado; Club verde de Rodolfo Campodónico; y sobre todo Ojos de juventud, con música de Arturo Tolentino y letra de Gus Águila. 

Fueron estos los últimos fulgores del vals, único género en el que los músicos mexicanos habrían logrado descollar.

Para divertir a Villa 

Las tres pelonas fue obra de Isaac Calderón, a quien le pareció muy gracioso el aspecto de sus tres hijitas que habían perdido el pelo a consecuencia de la epidemia de tifo que azotó al país en 1892. 

Nacido en 1860 en tierras michoacanas, Calderón era un hombre de aspecto enfermizo y suaves modales. Sin embargo, no vaciló en tomar las armas y participar en varios combates de la Revolución, aunque al iniciarse el conflicto ya pasaba de los 50 años y poseía un sólido prestigio como compositor y director orquestal. 

Varios cronistas de la época refieren que Las tres pelonas se cantaba con gran frecuencia entre los revolucionarios; más aún, el máximo admirador de la canción era Pancho Villa, quien gustaba de alegrarse haciéndola tocar una y otra vez, en ocasiones por espacio de horas enteras. Y entre sus "Dorados" era una de las tonadas más populares. 

Ingratas fueron, paradójicamente, las regalías que pagaron los villistas a Calderón. En 1915 una partida de ellos lo capturó y lo fusiló sumariamente en un pueblo de Guanajuato, sin imaginar siquiera que se trataba del compositor favorito de su jefe. Calderón murió sin pedir clemencia. Y -piensa uno- tal vez habría podido salvar su vida con solo identificarse como autor de Las tres pelonas

Periodista y trovador 

En 1892, al morir Arcadio Zúñiga en un pleito callejero, como correspondía a su existencia tormentosa, solo tenía un par de años de haberse dedicado en ratos de ocio a componer canciones. Tenía a su muerte apenas 34 años de edad y su actividad principal era el periodismo de batalla, que le había acarreado incontables persecuciones y sobresaltos. 

Tanto en Guadalajara como en Colima fundó diversos periódicos de tono vitriólico y vida breve. En esta última ciudad empezó a desarrollar sus dotes musicales, alternando la pluma mordaz con la guitarra de canto siempre suave y melancólico. 

Como si supiera que le quedaba poco tiempo, en los últimos dos años de su vida compuso un buen número de canciones y alcanzó a ver cómo varias de ellas se hacían populares en la región. Pero su triunfo máximo lo obtuvo casi 20 años después de muerto, cuando su obra cumbre, La barca de oro, se difundió por todo el país y mantuvo su popularidad durante varias décadas. 

Luces y sombras del "Cielito Lindo"

-¿El Cielito Lindo muy mexicano? Ni pensarlo. ¡Es andaluz! -expresó la investigadora Margit Frenk Alatorre hace varios años en una entrevista periodística. Y agregó-: Si no, dígame, ¿dónde está la Sierra Morena? Ese cantar vino de España y es del siglo XVIII o posiblemente de antes. ¡Quién lo sabe!

Y para corroborar su dicho, extrajo de su archivo una tarjeta con una sorprendente estrofa: 

Por el Andalucía vienen bajando 

dos ojuelos negros de contrabando…

Desde que el Cielito lindo empezó a correr de boca en boca durante la Revolución hasta popularizarse en todo el país y lograr después una extraordinaria difusión mundial, la polémica en torno a la canción fue constante. Por un lado, hay quien asegura, como Margit Frenk Alatorre, que se trata de un viejo cantar español anónimo. Abundan también quiénes opinan que es, efectivamente, un antiguo cantar anónimo, pero nacido en México. En Alemania hay un buen número de musicólogos que juran que la canción es de algún ignorado compatriota suyo. Y todas estas "facciones" tienen pruebas o al menos argumentos que se antojan válidos. 

Lo cierto es que Cielito Lindo está registrada a nombre de Quirino Mendoza con el número 45701 en la Sociedad de Autores y Compositores, entidad que durante años recibió regalías de todo el mundo por su explotación comercial. Hasta que la melodía pasó al dominio público. Estas regalías permitieron a Mendoza una cierta holgura económica en sus últimos años de vida y aún después de su muerte representaron un considerable beneficio para sus descendientes. 

Hace tiempo, en una entrevista, su nieta, Gloria Mendoza de Moreno, declaró en su calidad de beneficiaria de las regalías: -El Cielito Lindo lindo era la canción de mi abuelo que más producía; algunas veces llegué a cobrar hasta 5,000 pesos cada cuatro meses en la Sociedad de Autores y Compositores. Después la pasaron al dominio público y las liquidaciones se redujeron a dos o trescientos pesos.

En cuanto al probable origen español del Cielito lindo, exclamó airadamente: -Mi abuelito no se refería a ninguna "Sierra Morena", sino a su esposa, que era de tez morena y que le inspiró la canción. 

Según estas palabras, la estrofa no decía en realidad: 


De la Sierra Morena, vienen bajando 

un par de ojitos negros, cielito lindo, de contrabando


Sino más bien: 


De la sierra, morena, vienen bajando…


Lo cual, decididamente, parece un tanto absurdo. 

Mendoza nació en el seno de una familia muy humilde en Tulyehualco, D. F., el 10 de mayo de 1858. Aunque su destino parecía estar en la agricultura, él se dedicó a la música y aprendió a tocar varios instrumentos. Sus primeros trabajos musicales fueron como organista de las iglesias de la región. Después ingresó al ejército y más tarde al magisterio. Según la narración de su nieta Gloria, era maestro rural cuando se enamoró de una maestra llamada Catalina Martínez, quien tenía un lunar cerca de la boca. Así, Quirino le cantaba: 


Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca 

no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca. 


Un mar de partituras y silencio


Quirino y Catalina se casaron y tuvieron tres hijos. Mendoza sostuvo trabajosamente a la familia enseñando solfeo y componiendo música "sobre pedido". Produjo una gran cantidad de piezas: 73 himnos, 102 canciones, pasodobles, foxes y marchas, 57 cantos escolares, 50 huapangos, polcas, mazurcas y chotises, y dos cantos religiosos. Sólo dos o tres de ellos llegarían a popularizarse. 

Según sus descendientes, Mendoza se mantuvo hasta su muerte inmerso en un mar de partituras, sin hacer nunca el menor comentario escrito o verbal acerca de las constantes acusaciones de plagio que se le lanzaban. Sin embargo, se dice que lo mató una broma al respecto. Cuenta su nieta Gloria: 

-El 10 de noviembre de 1957 exactamente 6 meses antes de cumplir un siglo de vida mi abuelito recibió la visita de un amigo suyo quien le dijo en broma: "Quirino, dicen que te van a meter a la cárcel porque te apropiaste del Cielito lindo, de Jesusita en Chihuahua y de Honor y gloria." Mi abuelo, aunque sabía que era broma, se enfureció. Trató de levantarse de su asiento y no pudo. En ese mismo momento una embolia cerebral le cortó la vida, lo enterramos poco después. 


Una cucaracha de padre desconocido 


Investigaciones infructuosas y discusiones acaloradas tampoco han aclarado el origen de otras canciones que alcanzaron gran popularidad entre los revolucionarios. Así, por ejemplo, de la famosísima La cucaracha se ha dicho que es originaria lo mismo de Tamaulipas que de Morelos, Campeche o Yucatán. 

Lo único que se sabe a ciencia cierta es que los carrancistas la conocieron en 1914, a poco de haber tomado la ciudad de Monterrey, y la difundieron por toda la nación. Pronto se convirtió en una de las tonadas favoritas de los villistas. Quien dio a conocer La cucaracha a los revolucionarios fue un periodista desempleado que se ganaba la vida tocando el piano en las cantinas regiomontanas. Rafael Sánchez Escobar se llamaba y refería que su madre -quien a su vez la había aprendido de una tía- le cantaba la curiosa canción cuando era niño. 


La canción de Valentina Gatica 


También en 1914 saltó a la fama La Valentina, de la que por vagas referencias se piensa que nació en Sinaloa hacia 1909, de autor anónimo. Unos cinco años más tarde se aplicó a una muchacha llamada Valentina Gatica, quien parecía hecha a la medida de la canción, o viceversa. 

Valentina era la guapa hija de un asistente del general Álvaro Obregón que, al morir su padre en la lucha, tomó el fusil y combatió como parte de la tropa durante varios años, con lo cual se convirtió pronto en una figura muy popular. Relatan los cronistas de la época que era una rara combinación de belleza y valentía, y que la asediaban desde generales hasta reclutas. Uno de tales cronistas comenta: "De no ser porque su nombre coincidía con el de la canción, habríasele aplicado con mayor acierto La Adelita, pues no solo era una "moza valiente" y "popular entre la tropa", sino que también "el mismo general la respetaba" y acaso aspiraba a sus favores.”


¿Quién fue La Adelita?


En cuanto a La Adelita, las discusiones y las dudas no son menores. Hay quienes sostienen que la canción fue escrita en Tampico, en 1915, por un capitán carrancista llamado Elías Cortázar, en honor de una joven del lugar que nunca correspondió a su amor. Se afirma que el capitán murió en combate y que la canción, tras sufrir algunas modificaciones, se popularizó entre los combatientes de las diversas facciones revolucionarias. 

Hay una segunda versión según la cual el autor fue el sargento carrancista Antonio del Río Armenta y la inspiración una enfermera llamada Adela Velarde Pérez. 

Adela Velarde murió en 1971, y hasta el último de sus días aseguró que la auténtica Adelita era ella. Para apoyar su aseveración mostraba una carta autógrafa del finado arzobispo metropolitano Luis María Martínez, que dice: "Para la auténtica Adelita, con mi bendición." O bien un decreto presidencial de 1963 en el que se le concedía una pensión por sus servicios prestados a la Revolución y una nota periodística en la que se decía que el Senado la había reconocido como la verdadera Adelita. Las pruebas, por supuesto, distan mucho de ser irrefutables. Con todo, si no era la auténtica Adelita, merecía serlo. A los 71 años de edad seguía siendo una mujer muy bien puesta, con rastros aún de la belleza de su juventud. Animada, sonriente, bien maquillada y con aretes de Adelita según la versión de José G. Cruz, parecía no conceder importancia al hecho de que padecía cáncer incurable. Era hija de una acaudalado comerciante de Ciudad Juárez, y entre sus ancestros se contaban varios revolucionarios españoles y el célebre luchador juarista Rafael Dondé. Todavía no cumplía 14 años cuando "le entraron unas ganas locas de irse a la Revolución", después de charlar con una exmaestra de escuela que había fundado el cuerpo de enfermeras de la Cruz Blanca. Y como el padre le negó airadamente el permiso ella, se fugó del hogar. El 7 de febrero de 1913 Adelita quedó incorporada a las tropas carrancistas del Coronel Alfredo Breceda. 

Aprendió a curar heridos y le tocó presenciar muchos combates: Camargo, Torreón, Parral, Santa Rosalía...

Adela decía haber conocido a Antonio del Río Armenta en plan de amigo y compañero, y afirmaba haberlo oído tocar en su organillo de boca una canción cuyo título y letra sólo conocería tiempo después: La Adelita. Según Adela, Antonio murió cuando corría al río en medio de una balacera para llevar agua a un herido. Ella corrió a auxiliarlo y él le dijo: -Ya me tocó a mí, Adelita. Estoy peor que coladera. Busque en mi mochila. Ahí tengo música escrita... para usted.

-Minutos antes de morir me declaró su amor. Murió en mis brazos. Sólo entonces supe que me había convertido en protagonista del corrido más popular de la Revolución -narraba Adela, sin advertir el fuerte olor a telenovela que despedían sus palabras. Tras el asesinato de Carranza, Adela Velarde regresó a Ciudad Juárez con un niño de la mano "a tragarme el platillo fuerte de pedir perdón a mi padre", según decía. Luego se trasladó a la ciudad de México, donde trabajó 32 años en la oscuridad de un puesto burocrático en la Secretaría de Industria y Comercio. En 1965 contrajo matrimonio con el coronel Alfredo Villegas, que tenía a la sazón 75 años y vivía en Del Río, Texas, a donde se llevó a vivir a Adela. Ésta murió en un hospital de San Antonio, Texas, tres días antes de cumplir los 71 años. 

Otras melodías revolucionarias 

Lo mismo que Arcadio Zúñiga, autor de La barca de oro, el músico zacatecano Genaro Codina alcanzó la fama nacional después de muerto y con una sola pieza: la marcha Zacatecas. Codina, que murió en 1901, estrenó esta marcha en 1893. Aunque al poco tiempo los zacatecanos la adoptaron entusiastamente como su himno, sólo después de 1910 ganó popularidad gracias a los revolucionarios, en particular los villistas. 

Una vez pasada la ola revolucionaria, gozo de enorme popularidad la fina canción de Marcos Jiménez: Adiós, Mariquita Linda. Y en 1917 empezó a difundirse por todo México una melodía hondamente nostálgica: La Canción mixteca, del oaxaqueño José López Alavés, con sus estrofas:

¡Oh, tierra del sol!

Suspiro por verte, ahora que, lejos 

yo vivo sin luz, sin amor 

y al verme tan solo y triste 

cuál hoja el viento 

quisiera llorar, quisiera morir 

de sentimiento. 

La canción que completa el grupo de las más populares en aquellos años es La pajarera, tomada de autor desconocido que transcribiera Manuel M. Ponce, el músico a quien se considera ampliamente como el creador de la canción mexicana moderna.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

lunes, 24 de febrero de 2025

La joda de la moda



 La joda de la moda 


El aire juega a los recuerdos 

se lleva todos los ruidos 

y deja espejos de silencio 

para mirar los años vividos. 

Xavier Villaurrutia 


Manuel M. Ponce señalaba en 1900 el desdén hacia el folclore y la indiferencia ante su extinción así como la proverbial avidez mexicana por lo extranjero. Tal denuncia, que indudablemente resulta encomiable, se antoja curiosa a vida cuenta de que el folclorismo preconizado por el autor de "Estrellita" y "Concierto del sur" provenía de Europa. Hoy se repite el fenómeno porque el afán de volver la vista a lo autóctono no se genera desde dentro, sino que, como ya ha sido señalado, curiosamente proviene de fuera, en concreto de Estados Unidos y París. 

Por lo visto la gente no está dispuesta a moverse más que hacia donde apunta el signo de la moda. Hace quince años podía uno ir a la Lagunilla o a Tepito y procurarse, a cambio de no mucho dinero, un escritorio de cortina hecho de encino "americano". Actualmente los tales muebles han desaparecido del mercado merced a millares de clasemedieros enterados de cuán elegante resulta tener uno en la sala. Durante los años cincuenta se antojaba insólito ver a una muchacha morenita con aspiraciones clasemedieras luciendo blusas indígenas de artesanía. Hoy han cambiado las cosas gracias, según parece, a la intermediación de jóvenes de tendencias intelectuales que, si no procedían de las colonias francesa, alemana o española, al menos encajaban en familias de inclinaciones artísticas y atentas a la cultura europea. Con la música pasa exactamente lo mismo. 

La música folcloroide andinopampallanera ha aparecido esporádicamente en México desde hace casi cuarenta años sin que se le prestara demasiada atención. Pero bastó con que los franceses pusieran los ojos en blanco al escuchar los charangos y los bombos de algunos estudiantes hispanoamericanos radicados en París, o que Paul Simon y Art Garfunkel grabaran "El cóndor pasa" para ver al paisanaje irrumpir en incondicional aplauso para cuando se hiciera pasar por música de "nuestros hermanos latinoamericanos”.

A continuación se presenta una lista de intentonas tan espontáneas como estériles que, a pesar de sus deficiencias, resulta harto significativa. 

Año de 1934. Faustino Lazcano, Pepe de la Vega y Miguel Bermejo forman Los Gauchos de los Ponchos Verdes.

Abril de 1945. La gran compañía de arte folklórico peruano debuta en Bellas Artes. Ymma Sumac (cantante), César Gallegos (quena), Ríos Amurú (quena), Tipoy Anky Wara (arpa), Nicolás Wetsecc (charango). Todos ellos se presentaban bajo el nombre de Ynca Taky y el Gran Conjunto Típico Suramericano dirigido por Carlos Moisés Vivanco. 

Febrero de 1947. El teatro Follies presenta a María Esther Casas, intérprete de la canción Argentina. 

Marzo de 1947. El público capitalino conoce al Che Marino, "El auténtico gaucho de las pampas”.

Abril de 1947. Los Ángeles del Infierno "los máximos folcloristas del Brasil", según la cartelera del Follies. 

Junio de 1948. El cabaret Aurora presenta a Ñata Gaucha, "la voz de las pampas”.

Diciembre de 1950. Los Llaneros actuaban en la XEW y, ya lanzada a la fama por el Hollywood Bowl y gracias al Times y a Capitol Records, algunos empresarios mexicanos se desvivían por traerse a Ymma Sumac y a Carlos Moisés Vivanco. 

Muy importante resulta resaltar en el mismo año las andanzas de Stella Inda, quien se hacía acompañar por un grupo folclórico -violín, tambor y guitarra- para llevar a Cuba melodías tradicionales michoacanas. Con el mismo repertorio actuó en Las Tullerías de la ciudad de México. 

Febrero de 1952. A falta de la Sumac, se presentó por estos lares la "soprano indoamericana" Suray Surita. 

Mayo de 1952. En Rumba Casino y en el Esperanza Iris actuó la tucumana Ana Morena. Se decía "india americana del sur del continente", pero no hacía más que cantar en francés, alemán, inglés, italiano y, de vez en cuando, en castellano. 

Ya en 1953 el doctor Roque Carbajo y Juanita andaban por Europa asestando a quien se pusiera a tiro sus aires folclóricos mexicanos. 

Año de 1954. Nos visitaron Los Jilguerillos, avezados intérpretes de bambucos colombianos y valses peruanos. 

Octubre de 1955. Mientras "Pancho López" se encontraba en tercer lugar de popularidad, "Camino del Indio" ocupaba el sexto. Se trata de la famosa pieza de Atahualpa Yupanqui que, entre otras versiones, contaba con las huapangoides perpetradas por Rosita Quintana y el Mariachi México, así como por Miguel Aceves Mejía. Es de temerse que el paradigma de tan conspicuos folcloroides fuera la hispana Imperio Argentina, quien grabó, además, "Canto inca" y "La bamba”.

También en 1955 la chilena María Luisa Buchino y sus Llaneros grabaron números sudamericanos para la RCA. 

En enero de 1957 la revista Radiolandia anunciaba que Gloria del Sol -antes integrantes del Dueto del Sol- fue contratada por la Peerless para probar suerte con repertorio sudamericano. 

Durante 1957 las radiodifusoras aztecas dieron algún impulso a una nueva canción de Atahualpa Yupanqui: "A unos ojos". Por entonces volvió a sonar una que otra milonga interpretada por Medeles, Pimentel y Ledezma -integrantes del Trío Argentino (se hace referencia a tres jarochos que adoptaron nombre y repertorio del original Trío Argentino)- que llegaron al D.F. a fines de los cuarenta. También por 1957 el público chilango conoció a Los Embajadores, quienes más tarde serían el Trío Peruano. 

En 1958 la RCA lanza Folclore latinoamericano de Los Cuatro Hermanos Silva, disco de larga duración que incluye, entre otras, "Pájaro campana", "Carnavalito quebradeño" y "Ende que te vi", interpretadas por tan relamido grupo, podían adquirirse también discos de setenta y ocho revoluciones por minuto con "Las dos puntas" y "Paisajes de Catamarca". 

En mayo de 1958 el baterista Tino Contreras grabó América canta y baila con piezas como "Alma llanera" -joropo venezolano-, "Cabaquino" -samba brasileña-, "San José" -montuno costarricense-, "Santo Domingo -apambichao dominicano- y otras parecidas. Mientras tanto, como el folclore boliviano no le redituaba mucho, Raúl Shaw Moreno iniciaba una transición pausada hacia el bolero. 

Mayo de 1959. Raúl Shaw Moreno y Los Peregrinos llevaban al acetato un vals peruano -"Con locura"- y una polca boliviana "Palmeras". En septiembre del mismo año el Tío Sam de Niño Perdido 204 presenta a los Wara Waras con Kosinara y Tito Yupanqui, "creadores (!) del folklore boliviano y suramericano"- ¡viva la alegría! Y a las pocas semanas anunciaba a Tamara y Saldívar -con atuendos peruanos y todo- autobautizados como Los Folcloristas de América. 

En abril de 1959 el trío Los Delfines -mexicanos- promovían "Alma llanera" y "Sabaneando", en tanto que en julio del mismo año estrenaron Ecos de los Andes. Luego, mientras, por instrucciones de Paco de la Barrera, Irma Dorantes copiaba el repertorio completo de la venezolana Adilia Castillo. María Luisa Buchino volvía a la carga con "Zamba de la Candelaria", "Llora, llora corazón" -vals- "El picaflor" -carnavalito-, "La loca" -chacarera- "Soy libre" -baguala- etcétera. 

Y ya en pleno estallido rocanrolero, los Wara-Wara nos ofrecían "Yaraví", "Thaya", "Kunutaguiragui", "A Conocas" -de Tito Yupanqui-, "Marujita", etcétera. 

Un dato curiosísimo es que Los Platters -"Only you", "The Great Pretender"- tuvieron la humorada de incluir nada menos que "Viva Jujuy" en su disco Al estilo latino

Marzo de 1960. La cartelera del teatro Iris anunciaba a Raymi Itica, "La alondra del Perú”.

A los 4 meses vinieron del Uruguay los Hermanos Gamarra y poco después el también uruguayo Lautaro Llempe graba "Tarde tibia" -pasillo- y "Ayer" -vals. 

en 1961 llegaron de Alemania Los Colegiales del Swing y no conforme llevar al acetato piezas folclorulentas mexicanas como "La cucaracha", se lanzaron al ruedo con "Quena blues". Casi simultáneamente Ernesto Torrealba y Los Araucanos hicieron discos con "Tiki, "Tuki", "Rosario", "Concierto de la llanura", etc., anteriormente habían acompañado a Adilia Castillo, "la novia del llano", quien dejó varias piezas folcloroides en el catálogo de la Musart. 

Para cerrar esta lista viene a cuento señalar que en 1963 el Terraza Casino presentó sin pena ni gloria a Los de Ramón, "embajadores de la canción latinoamericana" provistos de bombo y lira y aficionados a tocar toda clase de zambas, malambos y chacareras. 

Por otra parte, a partir de 1960 ciertos medios estudiantiles mexicanos -especialmente la Facultad de Ciencias de la UNAM- empezaron a escoger casi imperceptiblemente la moda folcloide in porque en Estados Unidos tomaba fuerza considerable entre la gente joven. No se trataba ya de los éxitos esporádicos de Los Weavers o Merle Travis, sino que la nube venía cargada con superestrellas como Joan Baez y Bob Dylan. En aquellos tiempos ser folcloroide era estimulante y grato porque no implicaba adocenamientos ni mesianismos. Lo repelente proviene de esa suerte de folcloroidez trasnochada que ha cundido desde 1968, acogiendo en su seno a elementos muy dados a disfrazar su exhibicionismo de compromiso y a pretender que su avidez de triunfo pase por altruismo. Lo irritante está en esos folcloprotestosos empeñados en idealizar al proletariado y a los "campesas" desde una perspectiva peternalista cargada de curiosos complejos y sentimientos de culpa. Lo irrespirable viene cuando los folcloprotestosos asestan al prójimo la paliza calificada por el jazzista John Renshan como "el chanchullo de la sinceridad”.

Por lo demás todo pasa. De hecho, la proliferación de mexicanos dedicados a imitar la música argentina, venezolana o colombiana es oportuna y justa. Así nos vengaremos sañudamente de elementos como Los Rancheros, La Mexicanita, Los Yucatecos -curiosamente nativos de Argentina- Los Pepes -venezolanos- La Mexicanita -en esta ocasión se trata de una colombiana- o Los Charros, todos ellos lanzados por los años cincuenta a jinetear y exprimir por esos mundos de Dios la música vernáculos de nuestro -o de quien sea- sufrido país. Lástima que a los folcloroides mexicanos no les haya dado por atentar contra la música francesa. De otra manera hubiéramos visto vengada a la patria por los agravios perpetrados por unos franchutes cuyo nombre se pierde en la sima de los tiempos y que se valieron del repelente Luis Mariano para filmar en París El cantor de México. Otro tanto puede decirse del impune Tercet Egzotyczny de Polonia formado por dos charros/gauchos -Zbigniew y Mieczyslaw- tan eslavos como Grotovski y una diva -Isabella- que no teme a cactus, haciendas, malagueñas o Granadas. 

Ya desatado los demonios revanchistas, tampoco estaría de más que un Anthar López o un Adriancito Nieto se lanzaran a cantar "The Yellow Rose of Texas" o "Home on the Range" para quedar a mano con la deplorable versión de "Guadalajara" grabada por Elvis Presley a fines de los años cincuenta así como con "A Gay Ranchero" -"Las Alteñitas"- imputable, entre otros, a Roy Rogers.


Tomado de: Arana, Federico. Roqueros y folcloroides. Colección Contrapuntos. Editorial Joaquín Mortis S. A. de C.V. México, Distrito Federal, julio de 1988)

lunes, 27 de enero de 2025

Nacimiento y auge de la música mexicana I

 


Nacimiento y auge 

I

Romances, chuchumbés y jarabes 


La primera canción que podría llamarse "mexicana" -al menos por su lugar de nacimiento- fue tal vez un romance que los soldados españoles dieron encantar después de la Noche Triste:


 En Tacuba está Cortés con su escuadrón esforzado;

triste estaba y muy penoso, triste y con gran cuidado; 

la una mano en la mejilla y la otra en el costado.


 Los conquistadores, que tenían muy arraigada la costumbre de cantar sus aventuras, sus triunfos y sus desdichas en coplas a veces sentimentales, a veces picarescas, dieron así origen a las primeras canciones nacionales. Los indígenas casi no tuvieron oportunidad de contribuir a la formación y desarrollo del género, entre otras razones porque sus instrumentos -la chirimía, el teponaztli y el huéhuetl- fueron proscritos por los cazadores de idólatras, dado su uso eminentemente ceremonial. Además, los conquistadores -más preocupados por borrar todo vestigio de la cultura nativa que por conocerla- pronto relegaron al olvido la música indígena que, por el simple hecho de ser distinta la suya, consideraron inferior. 

En 1523, humeantes todavía las ruinas de la gran Tenochtitlán; fray Pedro de Gante fundó en Texcoco la primera escuela de música de la Nueva España. El ejemplo cundió a tal extremo, que en la mayoría de las iglesias edificadas en los años siguientes se establecieron escuelas de música o por lo menos de canto. Por supuesto, el género primordial que en ellas se cultivaba era la música sacra. 

A fines del siglo XVI y principios del XVII, mientras la música popular se desarrollaba poco menos que clandestinamente, en medio de prohibiciones y anatemas eclesiásticas, la ciudad de Puebla se convirtió en el gran centro novohispánico de la música barroca. Surgieron entonces varios compositores cuyas obras aún hoy son consideradas como ejemplo notable del género por los eruditos europeos y norteamericanos, pues en México se desconocen casi por completo. 

A partir del siglo XVIII, el empuje popular en materia musical llegó a ser tan grande que empezó a desbordar las rígidas costumbres y estructuras sociales establecidas por los españoles. Así, no hubo barreras que lograran impedir que criollos y mestizos desarrollaran y manifestaran gustos propios. 

De acuerdo con las investigaciones del musicólogo Vicente T. Mendoza, ya en 1684 había aparecido el primer corrido popular mexicano: Las coplas del tapado. El título alude a un misterioso personaje de la época llamado Antonio de Benavides. La primera mención del género se encuentra en el Diccionario de Autoridades (1729), que define el corrido como: "Cierto tañido que se toca en la guitarra, a cuyos son cantan las llamadas jácaras. Diósele este nombre por la ligereza y velocidad con que se tañe.”

Poco tiempo después, en el mismo siglo XVIII, el auge del comercio de esclavos determinó el surgimiento de los primeros ritmos afroantillanos. Pronto, el caribeño chuchumbé tomaría por asalto a la Nueva España tal como lo harían posteriormente y de tiempo en tiempo, otros géneros de idéntico origen, hasta culminar en época recientes con la avasalladora incursión del Mambo de Pérez Prado. 

Aunque la música del chuchumbé se perdió completamente como aconteció con casi todas las composiciones populares de la Colonia, los archivos de la Santa Inquisición conservan muchas de sus coplas henchidas de picardía. Y llegaron hasta ahí porque los inquisidores hicieron acopio de ellas como pruebas para prohibir este género "escandaloso, obsceno, ofensivo para oídos castos, que se baila con meneos, manoseos y abrazos, a veces barriga contra barriga”.


La primera canción de protesta 

Tal como sucedería en épocas posteriores con las cantinas, en la segunda mitad del siglo XVIII las pulquerías del altiplano se convirtieron en los principales focos de difusión de la música popular, no sin recibir por parte de los eclesiásticos el calificativo de "imagen e idea viva del infierno". Y, efectivamente, hacia 1770 los asiduos de estos "tugurios demoníacos" bailaban como alegres condenados sones tales como La cosecha o El pan de jarabe, catalogados por los inquisidores como "lo peor que puede inventar la malicia". De El pan de jarabe se conservan algunas coplas picantes: 


Esta noche he de pasear con la amada prenda mía, 

y nos hemos de holgar hasta que Jesús se ría. 

Ya el infierno se acabó, ya los diablos se murieron;

ahora sí, chinita mía, ya no nos condenaremos. 


Otros ritmos que florecieron a finales de la época colonial son el sacamandú y el pan de manteca, ambos subversivos y nacidos de la creciente rebeldía contra el orden impuesto y las autoridades establecidas. El mismo carácter tuvieron muchos sones, seguidillas, tiranas, chimizclanes, catacumbas, fandangos y súas, géneros que proliferaron en la época. De todos ellos sólo el jarabe merecía la aprobación de las autoridades civiles y eclesiásticas, pues las parejas lo bailaban "pudorosamente separadas". Según se sabe, este ritmo se interpretaba con jaranitas de cinco cuerdas, salterios, arpas y bandolones. 

Al estallar la guerra de independencia los ritmos proscritos se convirtieron en verdaderos himnos de la insurgencia, en calidad de alegres "canciones de protesta". Muy popular se hizo, por ejemplo la Canción de Apodaca, que en dos de sus versos decía: 


Señor virrey Apodaca: ya no da leche la vaca…


Años más tarde al consumarse la independencia y erigirse emperador Agustín de Iturbide, el ingenio popular dedicó a éste algunas coplas irónicas: 

Soy soldado de Iturbide, 

visto las Tres Garantías, 

hago las guardias descalzo 

y ayuno todos los días…


¡Europa, Europa! 

Abierto luego el país a las influencias del mundo entero, en los primeros años de vida independiente se registró una verdadera invasión de mazurcas, polcas, cracovianas y redovas, provenientes de la región de Bohemia. Esto explica las similitudes entre la música norteña mexicana y la de aquellas tierras centroeuropeas. 

Otra corriente que tuvo gran influencia fue la Italiana; su vehículo eficaz fueron las compañías de ópera que constantemente llegaban al país para recorrerlo en triunfo. Este influjo resultó tan poderoso que matizó fuertemente casi toda la producción de música fina en México a lo largo del siglo XIX. Puede decirse que todo compositor de cierta relevancia aspiraba a crear y ver en escena por lo menos una ópera "italiana" hecha en México. 

En descargo de aquellos compositores hay que decir que el medio musical mexicano de los primeros años independientes se hallaba frente a dos posibilidades que no satisfacían sus anhelos: por una parte la música sacra que durante tres siglos había sido poco menos que el único camino abierto para el músico con aspiraciones; por otra, la música popular a la que no era posible quitarle de pronto la etiqueta de "género ínfimo, deleznable y digno de la peor especie de gente" que también durante tres siglos le impusieron las autoridades virreinales. 

No quedaba otro recurso que volver los ojos a los géneros europeos mientras se creaban o se decantaban los propios. Esta situación se prolongó durante más de un siglo. Todavía a principios del siglo XX, las polémicas de los músicos mexicanos giraban alrededor de la adopción de tal o cual estilo europeo. 

Uno de los máximos impulsores de la nueva tendencia italianizante -aunque él mismo limitó su producción a la música sacra- fue Mariano Elízaga, quien ya desde los cinco años de edad maravillaba a la corte virreinal con sus prodigiosas interpretaciones en el clavicordio. Muy joven todavía, Elízaga fue maestro de capilla en la corte de Iturbide y profesor de música de la emperatriz. Al caer el Imperio, volvió a su natal Morelia y fundó allí el primer conservatorio de música del país. 

A continuación aparecieron en la capital varias academias musicales como las de José Antonio Gómez y Joaquín Beristáin. Éste, muerto a los 22 años, fue otro niño prodigio que a los 17 años ya era director de la Orquesta de la ciudad de México. 

Gómez fue compositor e intérprete de música sacra hasta 1839, año en que decidió buscar fuentes de inspiración en la música popular. Sus estilizadas transcripciones de jarabes y sobre todo sus Variaciones sobre el tema del jarabe mexicano llevaron por primera vez este ritmo del pueblo a los salones elegantes y dieron lugar a una corriente nacionalista que aunque débil, a partir de ese momento se mantendría con vida. 

Y mientras la música fina sumaba influencias y buscaba cauces, la inspiración popular seguía produciendo tonadas tan ingeniosas como desenfadadas. En 1847, al ocurrir la invasión norteamericana, se popularizaron canciones como Las margaritas, en la que se aludió a las muchachas "colaboracionistas" que aceptaban invitaciones de los soldados invasores: 


Una margarita 

de esas del portal 

se fue con su yanqui 

en coche a pasear. 


Años después, la Intervención Francesa sirvió de marco para que se impusieran arrolladoramente otras canciones. Los cangrejos, con letra de Guillermo Prieto, sirvió para hacer mofa de los conservadores que pretendían "marchar para atrás". Sobre todo, Mamá Carlota fue una especie de himno de los chinacos patriotas, que la cantaban en masa cuando entraron a Querétaro y tomaron prisionero a Maximiliano de Habsburgo. La música es de oscuro origen español, y la letra la compuso el general y literato Vicente Riva Palacio, cuando recibió noticias de que la emperatriz había partido en viaje a Europa buscando ayuda para su infortunado esposo. Es, sin duda, la "canción de protesta" más vibrante que se ha producido en México. Dicen algunos de sus versos: 


Alegre el marinero 

con voz pausada canta 

y el ancla ya levanta 

con extraño rumor.

La nave va en los mares 

botando cual pelota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


De la remota playa 

te mira con tristeza 

la estúpida nobleza 

del mocho y el traidor.

En lo hondo de su pecho 

ya sienten la derrota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

jueves, 9 de noviembre de 2023

Los mariachis

 


Los mariachis

¡Ay, Jalisco, no te rajes!

Los verdaderos mariachis -porque los hay de aquí, de la Candelaria de los Patos- son de Jalisco, para más señas, de Tecalitlán o Cocula. Su asiento natural en México es, o era, la plaza de Garibaldi, frente al Tenampa. En Guadalajara, el Parián de Tlaquepaque.

Los hay de sombrero ancho y galoneado, para apantallar turistas; porque el auténtico suyo es de copa y ala corta y remangada. El zapato de una pieza; el pantalón ajustado y sobrio; la blusa, campera.

"¡Suena el arpa vieja, llora el guitarrón!..." No tiene vuelta de hoja, se necesita ser de palo, sin alma en el cuerpo, para no sentir que hierve el pecho en la agreste varonía de sus canciones. Esas de reto ranchero y de amor rendido -porque todavía los valientes lloran-. Y el guitarrón, el clarinete, la guitarra, los violines, el flautín y el requinto . Y Guadalajara, La Culebra, Atotonilco, Chapala, Virgencita de Talpa, Échame a mí la culpa... rasgan, castor y lentejuela, el pasmo nocturno; nomás para darle gusto al gusto y, en buche de tequila, echarse chiquito el mar. En la madrugada de arrayán aromado, prender el ex voto de la serenata…

Un día, ya lejano, aquel genio impetuoso que se nombraba Silvestre Revueltas convocó en Tecalitlán a los mariachis. Embraveció un mar de sombreros altivos e instrumentos gozosos y él -Poseidón ordenando las olas- pasó de la mañana a la noche dirigiendo una sola música, El Maracumbé: "Yo soy el Maracumbé, el rey de todos los sones".

Mariachis, despectivamente, les llaman en México aquellos acostumbrados a recibir puñalada de pícaro, en vez de la llana nobleza. 


(Tomado de: Cortés Tamayo, Ricardo (texto) y Alberto Beltrán (Dibujos) – Los Mexicanos se pintan solos. Juego de recuerdos I. El Día en libros. Sociedad Cooperativa Publicaciones Mexicanas S.C.L. México, D. F., 1986)

lunes, 7 de agosto de 2023

José Pablo Moncayo

 


José Pablo Moncayo 

(1912-1958)

Pese a su muerte prematura, el músico, compositor y director de orquesta mexicano José Pablo Moncayo García fue un creador fecundo, que dejó para la posteridad una nutrida y excepcional producción musical, que ha pasado a la historia como un destacado e insigne representante del nacionalismo musical mexicano.


Una tenaz carrera 


Nacido en Guadalajara, en el estado de Jalisco, en 1912, a diferencia de otros músicos contemporáneos, como su maestro Carlos Chávez o Blas Galindo, compositor este último con el que mantuvo estrechos vínculos profesionales, José Pablo Moncayo murió joven, en 1958, en Ciudad de México, cuando contaba algo más de cuarenta y cinco  años. Sus comienzos profesionales no fueron fáciles. Ingresó pronto en el Conservatorio Nacional de Música, donde conoció a jóvenes compositores y pudo iniciarse en la nueva estética musical de vanguardia de la mano de un maestro de excepción, Carlos Chávez, quien lo iniciaría en el ideario de la música nacionalista y, posteriormente, se ocuparía de difundir sus producciones.

A fin de poder pagarse sus estudios trabajó como pianista en cafés y radiodifusoras, hasta que fue contratado en 1931 como percusionista por la Orquesta Sinfónica de México iniciándose entonces un estrecho y fructífero vínculo profesional con dicha institución. José Pablo Moncayo dirigió la Orquesta Sinfónica de México en cinco ocasiones, en 1936, 1942 (año en que fue becado por el Institute Berkshire), 1944, 1946 y 1947, al mismo tiempo que su auge profesional se tradujo en nuevas y mayores responsabilidades, ocupando también el cargo de subdirector (1945-1946) y el de director artístico (1946-1947).

En 1935, junto con otros jóvenes músicos, como Blas Galindo, Daniel Anaya y Salvador Contreras, también fervientes defensores de la música nacional y estudiosos de las raíces musicales mexicanas, constituyó el denominado Grupo de los Cuatro,  un conjunto de cámara, formación de tendencias técnicas avanzadas cuyo objetivo primordial fue difundir las propias composiciones en recitales ofrecidos por ellos mismos, así como dar a conocer la música mexicana de vanguardia. Otra fecha importante en la carrera de José Pablo Moncayo fue 1942, cuando obtuvo una beca del Instituto Berkshire para realizar estudios de composición con Aaron Copland, una figura relevante en este campo.

La agitada y polifacética carrera musical de Moncayo inició un nuevo giro al ser nombrado, en 1950, titular de la recién creada Orquesta Sinfónica Nacional, permaneciendo en el puesto varios años. Menos conocida, aunque muy significativa, fue su faceta profesional como pedagogo. En ese sentido cabe citar su labor docente en el Conservatorio Nacional donde desempeñó la cátedra de composición y dirección de orquesta.


Una fecunda capacidad creativa 


Familiarizado con las tendencias musicales de vanguardia, su amplia y rica producción musical da fe del elaborado desarrollo estilístico que, partiendo de un lenguaje caracterizado por el acento en la mexicanidad, evoluciona hacia un estilo más libre, personal y subjetivo. Asimismo, destaca su facilidad para componer y desenvolver su capacidad creativa en géneros musicales tan dispares como ballets, música de cámara, ópera o pieza sinfónicas.

Entre algunas de sus piezas más representativas del nacionalismo musical debe mencionarse su afamado Huapango, obra sinfónica para orquesta compuesta en 1941, que recrea los sones y ritmos populares de Alvarado y Coatzacoalcos en el estado de Veracruz, así como su ópera La mulata de Córdoba (1948), obra basada en una leyenda mexicana, cuyo origen se remonta a la última época colonial.

Otras composiciones conocidas son los ballets Tierra de tempestad (1949) y Zapata. Destacan a sí mismo su obra Llano Grande, que compuso en 1942 durante su estancia en los Festivales de Berkshire (Massachusetts, Estados Unidos), y la Sinfonía N° 1, que obtuvo un premio en 1947. Otras obras significativas de su producción son Pequeño nocturno (1936), Sonata para violín y cello (1937) Amatzinac (1938), compuesta para flauta y orquesta de cuerda, Sinfoneta (1945), Tres piezas para orquesta sinfónica: feria, canción y danza (1947), su conocido Homenaje a Cervantes (1947), su Fantasía Intocable y también las composiciones Penatori, una pieza creada para coros infantiles, y las Canciones de mar, una obra coral escrita para ser cantada por adultos. 

Completan esa amplísima y profusa herencia musical algunas piezas como Danza de los maíces o la Romanza de las flores de calabaza, cuyos títulos ponen abiertamente de manifiesto los vínculos que la música de Pablo Moncayo presenta con el pueblo y las costumbres ancestrales y folclóricas mexicanas. Su respeto y agradecimiento al maestro, por la formación y orientación recibidas, quedaron entrañablemente plasmados en su composición Homenaje a Carlos Chávez el que fuera guía y luz de las nuevas generaciones de músicos mexicanos de vanguardia.

Debido a su muerte prematura, el tenaz, incansable y prolífico compositor José Pablo Moncayo dejó inconclusas dos obras: una titulada Simiente, pieza pensada para piano y orquesta, y una sinfonía.


1912  Nace José Pablo Moncayo en Guadalajara, estado de Jalisco.

1931 Es contratado como percusionista en la Orquesta Sinfónica de México.

1935 Constituye el Grupo de los Cuatro, cuyo objetivo principal es difundir y dar a conocer la música mexicana de vanguardia.

1936 Es nombrado director de la Orquesta Sinfónica de México.

1941 Compone la obra sinfónica para orquesta Huapango.

1942 Obtiene una beca del Instituto Berkshire para realizar estudios de composición con Aaron Copland.

1947 Compone Homenaje a Cervantes y Penatori, pieza para coros infantiles.

1942-1944 Participa en el Festival de Berkshire y compone Llano Grande y Sinfonía N° 1, que obtiene un premio.

1948 Compone La mulata de Córdoba, obra basada en una leyenda mexicana.

1950 Es nombrado titular de la Orquesta Sinfónica Nacional y ejerce como pedagogo en el Conservatorio Nacional donde desempeña la cátedra de composición y dirección de orquesta.

1958 Fallece en Ciudad de México.


(Tomado de: Grandes personajes universales y de México. Océano Grupo Editorial, S. A. Barcelona, España, 1998)

viernes, 21 de julio de 2023

Fernando Benítez y Veracruz, 1950

(Viñeta por Alberto Beltrán)

V. Veracruz, la puerta estrecha de México

Veracruz es una ciudad y es un mar. Una ciudad colmada de aire marino y de gaviotas. También de salina claridad. Donde la calle termina, se abre la plazuela azul de la bahía. El cielo de la costa y el profundo cristal del mar la ciñen, otorgándole esa atmósfera celeste, de ámbitos sin fronteras, que la distingue.

El paisaje urbano está de tal manera contagiado del paisaje marítimo, que la perspectiva abarca por igual torres y mástiles, árboles y muelles. Esta convivencia estrecha del agua y de la piedra crea la sensación de que pisar Veracruz vale tanto como embarcarse. ¿En qué nave? En un balcón de madera, en una mesilla de los portales, mientras a nuestro lado fluye la rica onda de la vida porteña.

El primer acto que realizamos en Veracruz es renunciar a la circunspección de la meseta. Tiramos sobre la primera silla la chaqueta y la corbata. Luego nos desabrochamos la camisa, hecho natural que, de golpe, devuelve a nuestro cuello la libertad tan duramente regateada en las altas ciudades del interior de México.

Un vaso de cerveza helada permite saborear mejor la primera docena de ostiones en su concha que se nos sirve entre rodajas de limón. El menú, por sí solo, es una invitación a la sensualidad: jaibas, camarones, cangrejos, langostas. No faltan los percebes olorosos a plantas marinas. Los pescados más finos figuran también en la lista: huachinangos pequeños de escamas sonrosadas; pámpanos de carne tierna y sápida; suavísimas mojarras de río; róbalos y esmedregales. Faisanes y tórtolas baten sus alas sobre esta naturaleza muerta, necesaria prolongación de los caldos marineros y de las sopas de pescado con sus tonos ácidos, picantes, y su gama de sabores delicados. Los matices del ajo, del aceite de oliva, de la intervención de las salsas de tomate y de "chilpachole", de las especias ya aclimatadas en el trópico americano, unidos a la fragancia de la nieve de guanábana y del aromático café, forman las principales delicias de la cocina veracruzana.

Después de comer, el monótono bisbisear de los ventiladores nos sumiría en un blando sopor, si el discurrir de la vida no lo ahuyentara con sus imágenes novedosas. Un hombre jovial ofrece guacamayas. Otro, tocado con un sombrero de palma de alas arriscadas, vende traviesos monitos de manos inquietas. Un mercader cubierto de tatuajes lleva un pavo real, cuya larga y sedosa cola barre el suelo. La vieja mulata, fumando su puro desfila con un cargamento de camelias, gardenias y orquídeas; un chicuelo apela a todos los recursos de la elocuencia tropical para que se le compren sus cestas de vainilla. Al poco rato de permanecer en el portal, me doy cuenta de que soy propietario de una camelia roja, de un portamonedas de piel de serpiente, de cuatro ejemplares de la misma edición de un periódico local, de dos paquetes de puros y un sombrero de jipi tan útil para mí como los puros y los ejemplares del abominable diario adobado con artículos de algún plumífero superviviente de los tiempos de don Porfirio. Confieso que he estado a punto de sucumbir a la tentación de adquirir el pavo real, pero la melancólica reflexión de que no podría tenerlo como huésped en mi reducida habitación y la más grave de que mi estado financiero empeoraría notablemente, de seguir escuchando las insinuaciones de los vendedores, me obligaron a cerrar los oídos a sus ofrecimientos. 

La simpatía del veracruzano obra en mí como un poderoso reactivo. El aire fino del altiplano, lo mismo en México que en el Perú, crea seres graves, tristes y ceremoniosos, La cortesía es planta que florece a dos mil metros sobre el nivel del mar. Lo mismo podría decirse de la teología, al menos en tierras de América. Mientras en el altiplano la vida se matiza de una delicada dignidad, que ya encierra una roedora y activa propensión al misticismo, en la costa la vida se contagia de una despreocupada sensualidad, ruda quizá, pero inocente y dichosa.

¿En qué sitio de México es posible advertir las escenas que se desarrollan en la plaza de Veracruz? El palacio del Ayuntamiento, con sus blancas columnas y su airosa torre, es, en la tibia noche, bajo las estrellas resplandecientes, una decoración teatral, en la misma medida que lo son los portales vivamente iluminados y los árboles del jardín de recortados follajes. Suenan sin cesar las guitarras costeñas, los sones jarochos y las marimbas. La música en sordina, de la banda municipal, llega por rachas. En este aire estremecido se confunden los gritos de los vendedores, las conversaciones de los parroquianos, las disputas de los marineros, las charlas de los pájaros desvelados y de las muchachas que pasean devolviendo saludos y requiebros. Pero este bullicio no altera los sentidos, sino que los exalta, como el vino de las campiñas mediterráneas.

¡La serenata veracruzana! Necesaria cura de reposo para el triste hombre de la meseta. Se vive al aire libre, a medio vestir, con el apetito afilado y la cabeza trastornada, porque se ha recobrado plenamente la sensualidad y, con ella, la certeza de nuestra condición corpórea.

Abundan los cuadros pantagruélicos. Veracruzanos de enormes panzas y carrillos colorados no cesan de trasegar cerveza; gordas mujeres de comerciantes devoran descomunales fuentes de percebes y pescados; marineros negros y suecos atléticos de enmarañadas greñas rubias, se emborrachan hasta rodar bajo las mesas. En medio de esa humanidad glotona y bárbara, como aves que cruzan el pantano sin mancharse -emplearemos la imagen con el deliberado propósito de no abandonar el coto geográfico de la poesía veracruzana-, se mueven, llenas de gracia, las hijas de estas abigarradas y sudorosas matronas.

Rechazo escandalizado la idea de que tan prosaico destino aguarde a esos ángeles vislumbrados en una noche de magia. La ronda de mariposas, la recuerdo ahora, de vuelta a mi hotel, entre la luz verde que se cuela por el de enrejado morisco de las persianas, como un fragmento de ballet del que se hubieran desvanecido los rostros y las figuras del conjunto. Sólo una figura se destaca en forma inolvidable. Es la de una adolescente. Tenía de la infancia la gracia libre y segura de los movimientos pero la bañaba la luz misteriosa de la feminidad. Su vestido blanco, sin un adorno, insinuaba la curva de las caderas y la sombra de los pechos menudos. La línea del cuello frágil todavía, y la de la dulce curva de la barba, sostenían el rostro inocente y la mata de cabellos castaños anudada por una cinta de terciopelo azul.

Por desgracia sus palabras no llegaban hasta el banco bañado de sombra en que yo contemplaba la escena, pero alcanzaba a distinguir su voz limpia de entonaciones graves, un poco aguda y segura de su fuerza. A cada vuelta, su figura se me hacía más hermosa. Las piernas desnudas, ágiles y finas, apenas tocaban el suelo. La seguía entre las apretadas filas de paseantes, y esperaba con ansia que asomara su noble cabecita. Al fin, su vestido blanco no apareció más en el jardín, y yo me retiré guardando en mi cartera de viajero, como Antonio Machado, la gracia de esta rama florecida en los muros alegres del viejo puerto. Que su imagen cierre la visión de la moderna Veracruz; ella hace buena compañía a las gaviotas y al espacio del mar en que se desvanece. Después de todo, ¿qué figura podría simbolizar mejor la gracia salina de su gente? En la noche colmada de suavidad, en el día de sol ardiente, en medio de la risa de las mulatas y el paisaje de portales, anchos balcones de madera, mástiles y torres, quede la niña del vestido blanco. Ése es su paisaje. La expresión animada de una sonrisa del alma que penetra en el corazón con mayor eficacia que los sones jarochos y el murmullo capitoso de la marimba.


(Tomado de: Benítez, Fernando - La ruta de Hernán Cortés. Lecturas Mexicanas #7, primera serie. Fondo de Cultura Económica, México, 1983)

lunes, 20 de febrero de 2023

Enrique Bátiz

 


Enrique Bátiz

Decenios musicales.

Ciudad de México, enero de 1975.

¿Es un genio? ¿Es virtuoso o compositor? ¿Showman o político? Apasionado y dinámico, a los treintitrés años Enrique Bátiz lo es todo, incluso esposo de una afamada pianista polaca y padre de una niña y un niño.

Desde que tenía 10 años sentí la música -dice- y para mí su valor real emocional, el llevar su estética y su mensaje al corazón de las personas.

Estudió en Nueva York, en la Juilliard, y tiene posgrados en varias ciudades de Europa, donde vivió durante doce años. ¿Por qué regresó?

Volví con la idea de servir. De transmitir mis enseñanzas. Quería trabajar y hacer una obra para México.

Se dice que usted actúa más como político que como artista.

Estudié música. Me gradué de músico. Di muchos conciertos e hice presentaciones en Europa. Soy amigo del que fue gobernador del Estado de México, el profesor Carlos Hank González. Es a través de la política como se desarrollan los países; es como se hace patria. Si uno va a contribuir para cambiar a México, a que se desarrolle distintamente de cómo lo había hecho antes, tiene uno que participar y aportar. Ningún político va a apoyar cosas que no son buenas. Si esto me hace político... entonces a lo mejor lo soy.

¿Hay talento en México?

Sí hay talento, y también hay muchas intrigas. Tengo cinco años de vivir en México, y yo pensé que los cargos que le hacían al maestro Carlos Chávez tenían fundamento: lo acusaban de dictador y de querer arruinar al músico mexicano. Sin embargo, Carlos Chávez fue víctima de un grupo. Él sigue siendo una persona importante, querida y apreciada en el mundo entero, quizás el mexicano vivo más distinguido que tenemos en la música.

¿Interpreta usted a músicos mexicanos?

He drigido casi todos, entre ellos Revueltas, Ponce, Huízar, Moncayo, Blas Galindo y Rodolfo Halftter, que aún vive. Bajo otras batutas la orquesta del Estado de México ha tocado música de Carlos Chávez.

¿Cómo ve usted la educación musical en México?

Muy atrasadita. En México tenemos maestros de música que se dedican a la enseñanza en las escuelas primarias y secundarias, que es el único medio por donde les llega a los niños ese arte. Lo óptimo sería que se les ofreciera esto mismo, pero en forma más completa y más educativa. Debo aclararle que mi madre se ha dedicado a hacer esto durante treinta años aunque debo criticar que no existe un libro de texto adecuado, con un sistema que logre que al niño y al adolescente les guste la música. La Secretaría de Educación debería solucionar este problema.

Su estilo de dirigir tan apasionado, de movimientos tan dinámicos, ¿como lo adquirió?

Así como las composiciones de cada genio musical son distintas, y unas son más grandes que otras, yo creo en las distinción que la vida le ha dado a cada persona, que se llama talento: es una luz divina que se ha colocado en cada persona pero a muy distinto nivel. A algunos les ha tocado bastante y a muchos casi nada. El país no está lleno de músicos y los pocos que se dedican a esto lo hacen porque les gusta, les nace, lo sienten, pero no todos tenemos esa cualidad. Entonces hay que estar muy conscientes de que en el arte lo importante es el talento. En segundo término está en la educación, la escuela y los beneficios que de ellos se derivan. Yo estuve en las mejores escuelas, me precio de haber estado en contacto con los más importantes maestros de mi época, y eso quiere decir que educación no me ha faltado... lo que me falta a lo mejor es mucho talento. Pero independientemente de la educación y del talento, necesita uno también tener una inteligencia que le permite estudiar ambas cosas, para explotarlas a su debido tiempo. La inteligencia nos hace pensar todos los días. Yo pienso en notas musicales, yo pienso en los compositores y de repente escribo, compongo y también analizo. También pienso en la disciplina, en las reglamentaciones de una orquesta sinfónica, pienso en mi trabajo, en mi familia, en fin, en una serie de quehaceres diarios, entre ellos leo, y leo bastante. Llevo una vida que no es rutinaria, me acuesto tarde y me levanto temprano, y a veces no duermo porque estoy intranquilo, porque mi cerebro no descansa. No considero que tengo nada en particular de genio, pienso que tengo simplemente el deseo de que lo que mis manos toquen sea bueno, que produzca, que desarrolle y sea eficaz y perfecto, lo más cercano posible a la perfección a todos los niveles, incluyendo el político, por eso quizás tengo algo de suerte en ese ámbito. Yo quise ser un virtuoso, de ahí que no haya compuesto mucho.

¿El virtuoso es un showman?

Pero de los sensacionales, o sea que todos sus programas son fuertes, que deslumbra al auditorio por su destreza y agilidad. Yo me di cuenta de que en mi técnica no iba a llegar a esos niveles sino le dedicaba otros diez años de mi vida y por el otro lado me apasioné más en el valor estético de la música y de las "acrobacias".

(Tomado de: Krauze, Hellen – Pláticas en el tiempo. Serie: Alios Ventos. Editorial Jus, S.A. de C.V. México, D.F., 2011)

jueves, 22 de diciembre de 2022

Francisco Avitia, el "Charro" Avitia

 


Pionero de la canción ranchera mexicana, el Charro Avitia hizo de su vida canciones; su biografía y la letra de sus composiciones más famosas formaron un todo inseparable en el que arte y vivencias personales eran indistinguibles.

Francisco Avitia Tapia, de origen humilde, nació en Pilar de Conchas, Chihuahua, en la segunda mitad de 1915. De pequeño, cuidaba borregos y con lo poco que ganaba ayudaba a mantener a su numerosa familia. Le gustaba pasear por el campo. A veces caía un chubasco y el niño Francisco se refugiaba junto al rebaño en una pequeña cueva. Se dormía y soñaba con las historias de la revolución. Cuando fue mayor se trasladó a Ciudad Juárez, donde desempeñó varios oficios, y años después fundó el sindicato de cancioneros de esa población, progresó en su arte y mudó de residencia a la ciudad de México, Distrito Federal.

En la capital, tuvo la suerte de conocer al insigne maestro José Eduardo Pierson, quien tenía una academia de música a la que acudieron Dolores del Río, Pedro Vargas, Jorge Negrete, José Mojica y el doctor Alfonso Ortiz Tirado. Su padrino artístico fue el actor y compositor Joaquín Pardavé, pero fue Pedro de Lille quien lo bautizó bautizó con su nombre artístico en un programa de radio.

Avitia llevó a su mejor expresión los corridos mexicanos, género iniciado en la época colonial y muy socorrido en la gesta revolucionaria de 1910. Las interpretaciones del Charro Avitia tuvieron gran éxito entre el público de los Estados Unidos por sus letras nostálgicas, que reflejaban las aventuras de los inmigrantes y la vida de sus pueblos. Al igual que muchos cantantes, de su generación, como Tito Guízar, Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante y Jorge Negrete, también se dio a conocer popularmente por sus intervenciones en películas rancheras, pues participó en más de veinte. Su imagen era la de un hombre del pueblo que se expresaba mediante un lenguaje florido y espontáneo.

Sus canciones más conocidas fueron Traigo un sentimiento muy adentro, El aeroplano, Máquina 501, El corrido de Chihuahua, El gato negro y El penal de la loma, entre otras. Fue el primer cantante que visitó los centros de reclusión para interpretar sus canciones ante los presos. Actuó en más de 500 programas musicales de televisión y realizó giras constantes por todos los países de América. A lo largo de su carrera artística obtuvo muchos reconocimientos tanto nacionales como internacionales entre los que destacaban el Premio Hollywood recibido en la ciudad de Los Ángeles y su investidura como hijo honorario de Albuquerque, Nuevo México.

A pesar de su avanzada edad, el Charro siguió en activo durante los últimos años de su vida. Falleció el 29 de junio de 1995, a los 80 años de edad.


(Tomado de: Todo México 1996. Resumen ilustrado de los acontecimientos más importantes registrados en México en 1995 para la actualización de la Enciclopedia de México. Kentucky, EUA, 1996)

lunes, 20 de septiembre de 2021

Los Dandys

 


El Trío Los Dandys fue en realidad un cuarteto y se dio a conocer el 28 de noviembre de 1958 en La hora nacional, presentando la canción Gema de Güicho Cisneros. Sus integrantes fueron: José Luis Segura (primera voz, guitarra y eje del grupo), Armando Navarro (requinto), Francisco Escamilla (segunda voz) y Joaquín Ruiz Martínez (tercera voz). Curiosamente, después de aquélla, su primera grabación, estuvieron separados durante ocho meses. Pero el éxito logró reunirlos y se presentaron en el Teatro Million Dollar de Los Ángeles. A su regreso hicieron presentaciones en el Teatro Lírico y en el Follies Bergere. Supieron crear un estilo propio, casi totalmente diferente a los demás tríos, en cuanto a voces y requinto se refiere. Luis "Güicho" Cisneros fue considerado el quinto elemento del grupo del grupo pues era quien componía las canciones. En 1960 ganaron el trofeo Guitarra de Oro. En 1963, después de la muerte de José Luis Segura, el trío se desintegró para volverse a formar con los siguientes elementos: Güicho Cisneros, Armando Navarro, Joaquín Ruiz Martínez y José Luis Segura, hijo. Posteriormente Güicho Cisneros perteneció al trío bautizado con el nombre de su canción más exitosa: trío Gema, formado además por Francisco Escamilla (arreglos y segunda voz) y Florentino Cruz. En 1966 Los Dandys grabaron: Cerca del mar de Ezequiel Cisneros Cárdenas, Por fin de Armando Navarro, y Muñeca mía de Joaquín Ruiz Martínez. Han grabado más de 200 canciones. Los títulos de mayor éxito han sido: Gema, Tres regalos, Eternamente, Negrura, y Alma de cristal (G. Cisneros). Recientemente grabaron un disco titulado La joya musical de Los Dandys. Han recibido el Globo de Oro por ser el cuarteto de mayor popularidad en Los Ángeles, California, y el Disco de Oro por su 20 aniversario.


(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D.F., 1989)