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jueves, 22 de agosto de 2019

Lorenzo de Zavala




Lorenzo de Zavala


(1788-1836) Yucateco que termina convirtiéndose en texano, afirma Charles A. Hale, siempre fue en México un forastero. Entendió las ideas que luchaban entre sí, lo que no llegó a sentir fueron los conflictos que estas ideas produjeron en los hombres de una y otra ideologías.
En la lucha sostenida entre los sanjuanistas (partidarios de la transformación) y los rutineros (epígonos del absolutismo colonial), Zavala se enlistó entre los primeros, al lado de José Francisco Bates, José María Calzadilla, los sacerdotes Vicente María Velázquez y Manuel Jiménez, el maestro Pablo Moreno, Pedro Almeida y José Matías Quintana. Desde muy joven, Zavala se sintió atraído por el periodismo. Antes de que llegara la imprenta a Mérida, hacía circular sus manuscritos con el objeto de propagar las nuevas ideas. A partir del momento en que aparece El Misceláneo, colabora en forma asidua, lo mismo que en El Aristarco y posteriormente en El Filósofo Meridano.
Al sr derogada la constitución española de 1812, que consagraba la Libertad de Imprenta, Zavala y sus amigos protestaron con tal intensidad que los partidarios del absolutismo embargaron la imprenta de Bates y persiguieron a los sanjuanistas. Aprehendidos, fueron remitidos a San Juan de Ulúa (Zavala, Bates y Quintana). Al obtener la libertad, Lorenzo el obstinado sacó su último periódico yucateco, El Hispano-Americano Constitucional.
brevemente, así interpreta Zavala nuestro proceso de Independencia: “Como el tiempo anterior a los sucesos de 1808 (que preparan la insurrección de Hidalgo) es un periodo de silencio, de sueño y monotonía, la historia interesante de México no comienza verdaderamente sino en este año memorable”.
 México, sostiene Zavala, no está capacitado para la Independencia en 1808 o 1810. Este es un sentimiento que madura a lo largo de una década, alimentado por las acciones heroicas de Hidalgo y Morelos, el constitucionalismo liberal de las Cortes españolas y el desarrollo en el exterior de la idea de que México es ya una nación. De esta manera, hacia 1819, el pueblo se convence de que la Independencia es necesaria y el terreno queda listo para el surgimiento del implacable y políticamente astuto Agustín de Iturbide.
Ya en la ciudad de México, Zaval defiende brillantemente sus convicciones federalistas en El Águila Mejicana (1823) y El Correo de la Federación (1826), en el que publica, según Sierra O’Reilly, “muy largos y luminosos escritos acerca de la política del país”. El Correo de la Federación, de filiación yorkina, y El Sol, de orientación escocesa, eran los diarios en los cuales “...se depositaban los odios, los rencores y las pasiones de uno y otro partidos -consigna el propio Zavala-. Bastaba ser del otro bando para que cada uno se creyese autorizado a escribir en contra cuanto le sugería su resentimiento, sin prestar atención a lo que se debe a la verdad, a la decencia pública y a la conciencia. A falta de datos se fingían hechos, se fraguaban calumnias y los hombres eran presentados en los periódicos con los coloridos que dictaban las pasiones de los escritores”.
Si su obra periodística es abundante, las referencias a él y a su actuación política desafortunada podrían llenar volúmenes. 

(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S.A. de C.V., México, D.F., 2010)




Lorenzo de Zavala


Nació en Conkal, Yucatán, el 13 de octubre de 1788. Cuando llegó a la capital como diputado al Congreso del Imperio Mexicano, andaba ya en los 34 años, tenía experiencia política y fama entre sus coterráneos. Era célebre por la inquietud intelectual que manifestó desde su temprana adolescencia, por su inconformidad con la vida rutinera, por sus actividades conspiradoras contra el régimen español y por la prisión que sufrió en San Juan de Ulúa de 1814 a 1817, donde aprendió inglés y estudió medicina. El francés lo había aprendido en la biblioteca del Seminario Conciliar de Mérida leyendo autores prohibidos por la Inquisición. Había sido diputado a las Cortes Españolas que se convocaron en 1820 al restablecerse la constitución del año 1812; regresó a Yucatán después de declarada la Independencia de Nueva España, que él y otros diputados defendieron en las Cortes, y pasó al centro del país con su arsenal de conocimientos y de inquietudes.
En su aprendizaje de autodidacta y conspirador descubrió un mundo de proyectos y de inconformidades con el pasado. Según él, las autoridades españolas lo mantenían como presente en un planeta que ya marchaba al futuro. Ese sería uno de los blancos de sus críticas y, claro, un medio de percepción de la sociedad del México independiente al ver que ciertos grupos se obstinaban en mantener privilegios e instituciones heredadas de aquel orden.
Durante el Imperio mantuvo buena relación con Agustín de Iturbide y fue personaje clave después de disuelto el Congreso e instalada la Junta Nacional Instituyente. En 1823 abrazó la causa republicana federal, la sostuvo en el periódico El Águila Mexicana, fundado por él, y como diputado.
Zavala escribió el discurso preliminar de la Constitución Federal de 1824, que respira optimismo por el feliz acierto de haber encontrado el modelo político más avanzado para organizar el país. Pero del papel a la realidad había una enorme y accidentada distancia que Zavala recorrió, primero como actor y luego como crítico de sus propias acciones.
En aquel ambiente, los hombres de más recursos y de mejor situación por su arraigo en la sociedad de la capital y principales ciudades del país, llevaban las de ganar. Se reunían en las logias masónicas del rito escocés, en las que imperaban la etiqueta y las buenas maneras, y copaban los puntos públicos; tanto arraigo y distinción impedían a los recién llegados a la política tomar parte en el banquete de empleos y prestigios.
Con muchos despreciados pero activos, Zavala organizó las logias masónicas del antiguo rito de York, dispensando de toda etiqueta y distinción a sus miembros. Pronto se multiplicaron y en torno a ellas se fue constituyendo el partido popular contra el partido de la oligarquía o de la jerarquía. Así se definieron dos grupos opuestos que no paraban en medios para aniquilarse entre sí. El partido popular clamaba por los derechos de las masas desheredadas y proclamaba la igualdad política pese a las enormes diferencias de fortuna y civilización. Pero, como advirtió más tarde don Lorenzo, lo que había en el fondo era la lucha por el botín.


Trescientos mil criollos querían entrar a ocupar el lugar que tuvieron por trescientos años setenta mil españoles, y la facción yorkina, que tenía esa tendencia en toda su extensión, halagando las esperanzas y deseos de la muchedumbre, era un torrente que no podía resistir la facción escocesa, compuesta de los pocos españoles que habían quedado y de los criollos que participaban de sus riquezas y deseaban un gobierno menos popular.


En proyectos legales para la felicidad del pueblo, Zavala fue generoso cuando actuó como gobernador del Estado de México en 1827 y 1828. Propuso medidas para acabar con la desigualdad, con el abatimiento y con la superstición que pesaba sobre los indígenas; elaboró planes educativos y hacendarios y, sobre todo, se mantuvo en contacto con lo que ocurría en la capital cuando se preparaba la elección presidencial en la que él y los de su partido sostenían la candidatura del general Vicente Guerrero contra el general Manuel Gómez Pedraza.
Eran muy conocidas las dotes de don Lorenzo para la intriga política y su capacidad para organizar a la canalla. Temiendo su presencia en las elecciones, los escoceses urdieron una acusación para sacarlo del campo, pero Zavala huyó, logró entrar a la ciudad de México y, al saberse el resultado de la elección en favor de Gómez Pedraza, don Lorenzo se apersonó en el edificio de la Acordada para dirigir a los militares amotinados que ahí se habían reunido. Estos alegaban que el partido de Gómez Pedraza mantenía españoles en el poder, que las legislaturas de los estados que votaron en favor de él no eran las verdaderas representativas del pueblo. El motín de la Acordada culminó la noche del 2 al 3 de diciembre con el saqueo del mercado del Parián y el asesinato de dos distinguidos partidarios de la jerarquía. Aquellos hechos marcaron el fin del partido popular, pues muchos de sus seguidores se inclinarían a partir de entonces por la moderación, y luego, algunos hasta por la reacción conservadora.
Guerrero subió al poder en diciembre de 1828 y lo abandonó un año después, frente a la reacción y el desprestigio de su administración. Zavala tuvo que salir del país en 1830 y se convenció de que en la política no había concesiones. Nada podía esperarse de las masas, cuyos “excesos son más temibles que los de los tiranos”. La democracia requería una organización necesariamente discriminatoria en la que se tomaran en cuenta varios factores: “Población, propiedad e ideas o cuerpo moral, porque los representantes deben suponerse interesados en la prosperidad de la nación.”
De los grupos y clases sociales del México independiente, ninguno era apto para la vida política, según la exigía el modelo que Zavala tenía en mente. Unos por pobres y carentes de intereses, como los indios víctimas de la Colonia, y la plebe urbana desheredada; otros por ricos y privilegiados, como los grandes propietarios, la Iglesia y el ejército, empeñados en mantener usos y antiguos fueros. Ante eso, Zavala desesperó. Al salir al exilio en 1830, viajó por los Estados Unidos; confirmó entonces su admiración por esa nación de propietarios individuales, de grandes empresarios, de ausencia de desigualdades sociales sancionadas por la ley, pues si había esclavitud de los negros, tal condición estaba llamada a desaparecer, según él. Confirmó, pues, su admiración por aquel modelo y, también, su escepticismo crítico frente a la realidad mexicana.
Volvió a México en 1832, reasumió el gobierno del Estado de México y luego fue diputado por Yucatán en el Congreso Nacional. La situación parecía favorable, pues bajo la vicepresidencia de Valentín Gómez Farías, del partido del progreso (no popular, pues a lo populoso le temían ya todos los políticos), se emprendieron reformas a la educación superior, se quitó el apoyo de la autoridad civil a los votos monásticos y al deber de pagar diezmos, y se promovió la desamortización de los bienes eclesiásticos. Zavala propuso una ley desamortizadora y de arreglo de la deuda pública que, al decir de José María Luis Mora, abría grandes oportunidades a la especulación y al provecho de funcionarios nada probos. Zavala se enfrentó a estos liberales y tuvo que salir del país en un honroso destierro, como ministro plenipotenciario de México en Francia, en 1834. Al año siguiente renunció, al saber que Antonio López de Santa Anna había llegado a la Presidencia y que se declaraba por una república central. Llegó a Texas, donde tenía grandes intereses en tierras que se le habían concedido años antes. Promovió las juntas independentistas entre los colonos norteamericanos y, en el año de 1836, cuando se declaró la independencia de ese Estado, fue electo ahí vicepresidente. Murió en 1837 en su residencia de Zavala’s Point.
De aquel inquieto y discutido personaje nos quedan obras históricas en las que se retratan con impaciencia, pero con agudeza, los horizontes que una sociedad de profundas desigualdades ofrece al sistema democrático liberal. Por otra parte, nadie como Zavala hasta entonces en México había destacado el surgimiento de un tipo, el del político profesional -él lo era- que vive de organizar la lucha por los puestos públicos y encausa el “aspirantismo” -así lo llamó- de los participantes para usarlo como fuerza. También advirtió cómo esas energías se capitalizan en los “partidos” o “grupos extra-constitucionales” que se valen de las formas democráticas como medio de presión en la lucha por el botín. No le fue a la zaga José María Luis Mora, quien habló de la empleomanía como el vicio de la sociedad mexicana, y de la “revolución” como el medio más usual para hacerse de los cargos públicos, única fuente de ascenso y de ingresos en esa sociedad diseñada políticamente para propietarios y clases productivas, pero dominada por el clero y el ejército, clases estériles amparadas en sus fueros. 
[...]


(Tomado de: Lira, Andrés (Selección, introducción y notas) - Espejo de discordias. La sociedad mexicana vista por Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. Secretaría de Educación Pública, CONAFE, México, D.F., 1984)

viernes, 2 de agosto de 2019

José Joaquín Fernández de Lizardi


(1776-1827) Publica entre 1812 y 1827 nueve periódicos, todos ellos de vida corta. El primero fue El Pensador Mexicano, cuyo título adopta como seudónimo. Complementan su labor periodística cerca de trescientos folletos, más colaboraciones aisladas en otras publicaciones periódicas. 
El propósito declarado de El Pensador Mexicano (1812-1813), sugiere Jacobo Chencinsky, es exaltar la Libertad de Imprenta y la Constitución y exponer las ventajas que éstas traen consigo. Las exalta, evidentemente, para que se pongan en práctica, y de paso denunciar los males prevalecientes después de trescientos años de coloniaje: las trabas a la agricultura, la industria y el comercio, el opresivo exceso de impuestos, la exclusión de los nacionales de ciertos empleos y los privilegios que, en cambio, gozaban los peninsulares y los criollos, causas que señala como origen de la insurrección que tenía asolado al país. cierta invocación poco afortunada al virrey lo conduce a la cárcel durante siete meses. al salir se propone ser más cauto.
En los nuevos periódicos Las sombras de Heráclito y Demócrito (1813), del que sólo se imprime un número, Alacena de Frioleras y Cajoncitos de Alacena (ambos de 1815 a 1816), Lizardi no está dispuesto a correr riesgos. Dedica los artículos, chuscos o serios, en prosa o en verso, a inocuos motivos de crítica social, costumbrista y moralizante: las corridas de toros, los malos amigos, el comportamiento en las iglesias, la educación, las formas de vestir, la mendicidad, la situación de los leprosos y los riesgos del juego. Destacan algunos diálogos satíricos y costumbristas por la gracias y maestría con que maneja el lenguaje popular.
De 1816 a 1820, Lizardi renuncia al periodismo por las trabas que le imponen las autoridades y se dedica a escribir sus cuatro novelas y su libro de fábulas. A partir de 1821, Lizardi cambia de tono al redactar sus periódicos: desaparecen los titubeos. Las amenazas de perjuicios y represalias lo hacen tambalearse, pero no consiguen desviarlo de su trayectoria. La fertilidad de estos años, de 1821 a 1827, es notable: seis periódicos, cerca de doscientos folletos, cinco obras de teatro y tres calendarios, además de colaboraciones en otros periódicos. La relación entre folletos y periódicos es muy estrecha. En general, en los folletos se plantean problemas particulares y parciales, en tanto que en los periódicos éstos aparecen dentro de una secuencia más amplia e hilvanada.
La obra más importante de esta etapa son las Conversaciones del Payo y el Sacristán, que aparecieron dos veces por semana a lo largo de 1824 y 1825. en ellas vuelve sobre sus temas de siempre, ahora afrontados y expuestos descarnadamente, sin tapujos y tratados desde el punto de vista del nuevo régimen, que había creado nuevas circunstancias y, en ciertos asuntos, la posibilidad de nuevas soluciones. junto con la descripción crítica de los eternos problemas (el descuido de la ciudad, la falta de honradez de los funcionarios públicos, los frecuentes crímenes y robos, los monopolios y la escasez de artículos de primera necesidad, la situación miserable de los indios, el bajo rendimiento de la agricultura y la industria), en función de las condiciones graves por las que atraviesa el país, dos nuevos grandes problemas forman el eje de las Conversaciones: el eclesiástico y el político-militar. Sus ataques al estado eclesiástico abarcan todos los ángulos: los intereses temporales y el afán de dominio de la Iglesia, la pompa religiosa, la falta de reglamentación en ls nombramientos de los curas, las supercherías y supersticiones, la imposición forzada de los votos conventuales, la irracionalidad del celibato, el absolutismo papal. Simultáneamente le preocupa la inconsistencia militar, por lo cual plantea una serie de reformas al ejército, temeroso de una posible invasión por parte de España.
Sus proposiciones para el mejoramiento de la agricultura, remata Chencinsky, guardan puntos de contacto con las de Morelos, en cuanto exigen una reforma agraria. Establece la nacionalización y una redistribución más equilibrada de las tierras, un sistema de ayuda al campesino y la prohibición de los latifundios. En cuanto a reformas eclesiásticas, pide que la religión se desnude de ostentaciones, que los clérigos abandonen toda pretensión temporal y se concentren a dirigir espiritualmente al pueblo, alejándolo de milagrerías y supersticiones; que los sueldos de los altos prelados no excedan los de cualquier persona de nivel medio; que se conduzcan los servicios en español para hacerlos comprensibles; que se estimule la tolerancia religiosa; que no se sangre al pueblo con diezmos; que se limiten al mínimo las fiestas religiosas. Anticipa, si no de hecho sí de intención, muchas reformas religiosas. La crítica es feroz y no escatima los epítetos sardónicos. Su censura no se confina a la Iglesia mexicana. En los últimos números, ataca al Papa y reta su poder porque favorece los intereses de la Santa Alianza e instiga a México a someterse nuevamente a España.


(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S.A. de C.V., México, D.F., 2010)

martes, 30 de abril de 2019

José María Cos



(¿?-1819) Doctor en teología, vicerrector del Seminario de Guadalajara, cura párroco en diferentes pueblos, se adhirió al movimiento independentista por problemas con las autoridades virreinales. En Zitácuaro ofrece sus servicios a la Junta y pronto se dedica a redactar e imprimir periódicos.


Cos, “criollo de comprensión profunda -a decir de Urbina-, rápido en la discusión, caprichoso y violento en el carácter, de muy educado ingenio, fundó el Ilustrador Nacional (11 de abril al 11 de mayo de 1812) en una población lejana del centro (Sultepec); lo fundó sin elementos, construyendo con sus propias manos una imprenta, labrando en trozos de madera unos caracteres, usando una mezcla de aceite y añil como tinta, poniendo no sólo su inteligencia y sabiduría al servicio de la causa sino también si inventiva, su trabajo mecánico, su industriosa habilidad”.


Después del Ilustrador Nacional, que fue el segundo periódico insurgente, Cos emprende la publicación del Ilustrador Americano (treinta y seis números comprendidos entre el 12 de octubre de 1812 y el 17 de abril de 1813) y del Semanario Político Americano (veintisiete números editados del 19 de julio de 1812 al 17 de enero de 1813). Estos dos últimos periódicos los imprime Cos en una verdadera imprenta, hecha llegar al frente por los Guadalupes.


En 1815 Cos pide y obtiene el indulto, después de enemistarse con sus antiguos compañeros de armas.


(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S. A. de C. V., México, D. F., 2010)

jueves, 11 de abril de 2019

Carlos María de Bustamante



(1774-1848) Funda con Jacobo de Villaurrutia, en octubre de 1805, el Diario de México, donde publica, según afirma Ernesto Lemoine Villicaña, un considerable número de artículos a lo largo de los primeros cinco años. No de tema político, que impedía la censura, sino culturales, históricos, artísticos, de moderada crítica social, costumbristas y notas necrológicas. Tres décadas más tarde, Bustamante recordaba todavía la mordaza que había impuesto tantos silencios al Diario: “Si hubiera habido -dice- alguna libertad para escribir, se habrían presentado producciones muy exquisitas; pero carecíamos de ella de todo punto, hasta prohibir el gobierno que continuasen los buzones que habíamos puesto en los estanquillos de cigarros para que por ellos se pudiesen remitir los artículos que no quisiesen suscribir por modestia sus autores”.


De esta experiencia saca Bustamante, recuerda Lemoine, su acendrada mística por la libertad de expresión; un derecho, lo dijo y reiteró hasta el fin de sus días, consustancial del individuo, por el que libró batallas a lo largo de más de cuarenta años, algunas de ellas auténticamente quijotescas. Lo cierto es que, con censura y todo, su labor en el Diario de México puso su nombre en circulación. De ahí en adelante don Carlos sería cualquier cosa, menos un comentarista inadvertido.


En 1812, a raíz de la corta Libertad de Imprenta, Bustamante publica el semanario El Juguetillo, en el que ataca al general Calleja y defiende la memoria del licenciado Verdad. El Juguetillo, sostiene Lemoine, es sabroso, punzante como un estilete, presumido con sus latinajos y referencias humorísticas, mordaz hacia el sistema. Un epigrama atribuido a él (acerca de los soldados realistas que salían a campaña pobres y regresaban ricos) motivó la orden de arresto en su contra. Bustamante se esconde y poco después se refugia entre los insurgentes, donde reanuda su labor periodística con el Correo Americano del Sur (1813), fundado por el doctor Herrera.


Consumada la Independencia, y en la ciudad de México, funda La Abispa de Chilpancingo (octubre de 1821 a agosto de 1822) en el que asume la responsabilidad de “apoderado de la antigua insurgencia” y actúa como antídoto para erradicar la infección producida por el virus de Iguala.


Como fuente histórica La Abispa representa un magnífico acervo de noticias, juicios críticos, polémicas y meditaciones sobre el primer decenio de vida del México independiente. Dada la filiación del editor y los intereses que defiende, este periódico bien puede caber, como epígono, en el caudal de la prensa insurgente porque prosigue el debate abierto por El Despertador Americano (1810) y es una síntesis de El Juguetillo y el Correo Americano del Sur, los dos voceros editados por Bustamante entre el período de máxima tensión y de perspectivas más amplias del movimiento revolucionario.


El estilo literario de La Abispa es el mismo estilo inconfundible del autor: solemne, dicharachero, declamatorio, moralista, romántico popular, ripioso, anecdótico, evocador de las glorias pasadas, chispeante y mexicanista hasta las cachas. Si en algo benefició La Abispa de Chilpancingo a sus lectores, concluye Lemoine, fue en hacerles sentir, unos de los primeros, su condición de hombres libres.



(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S. A. de C. V., México, D. F., 2010)

martes, 26 de marzo de 2019

Ignacio López Rayón




(1773-1832) Abogado, agricultor y minero, insurgente desde el primer momento, a la muerte de Hidalgo (de quien fue secretario), y antes del encumbramiento de Morelos, se convirtió en la máxima figura independentista con poderes indiscutibles. Vuelto a Michoacán, combate a los realistas, organiza la Junta de Zitácuaro, expide leyes, proclamas y reglamentos y auspicia la publicación de dos órganos de la prensa insurgente: el Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano. En Guadalajara, dos años atrás, fue uno de los promotores de El Despertador Americano.

(Tomado de: Carballo, Emmanuel (prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S. A. de C. V., México, D. F., 2010)