jueves, 11 de abril de 2019

Carlos María de Bustamante



(1774-1848) Funda con Jacobo de Villaurrutia, en octubre de 1805, el Diario de México, donde publica, según afirma Ernesto Lemoine Villicaña, un considerable número de artículos a lo largo de los primeros cinco años. No de tema político, que impedía la censura, sino culturales, históricos, artísticos, de moderada crítica social, costumbristas y notas necrológicas. Tres décadas más tarde, Bustamante recordaba todavía la mordaza que había impuesto tantos silencios al Diario: “Si hubiera habido -dice- alguna libertad para escribir, se habrían presentado producciones muy exquisitas; pero carecíamos de ella de todo punto, hasta prohibir el gobierno que continuasen los buzones que habíamos puesto en los estanquillos de cigarros para que por ellos se pudiesen remitir los artículos que no quisiesen suscribir por modestia sus autores”.


De esta experiencia saca Bustamante, recuerda Lemoine, su acendrada mística por la libertad de expresión; un derecho, lo dijo y reiteró hasta el fin de sus días, consustancial del individuo, por el que libró batallas a lo largo de más de cuarenta años, algunas de ellas auténticamente quijotescas. Lo cierto es que, con censura y todo, su labor en el Diario de México puso su nombre en circulación. De ahí en adelante don Carlos sería cualquier cosa, menos un comentarista inadvertido.


En 1812, a raíz de la corta Libertad de Imprenta, Bustamante publica el semanario El Juguetillo, en el que ataca al general Calleja y defiende la memoria del licenciado Verdad. El Juguetillo, sostiene Lemoine, es sabroso, punzante como un estilete, presumido con sus latinajos y referencias humorísticas, mordaz hacia el sistema. Un epigrama atribuido a él (acerca de los soldados realistas que salían a campaña pobres y regresaban ricos) motivó la orden de arresto en su contra. Bustamante se esconde y poco después se refugia entre los insurgentes, donde reanuda su labor periodística con el Correo Americano del Sur (1813), fundado por el doctor Herrera.


Consumada la Independencia, y en la ciudad de México, funda La Abispa de Chilpancingo (octubre de 1821 a agosto de 1822) en el que asume la responsabilidad de “apoderado de la antigua insurgencia” y actúa como antídoto para erradicar la infección producida por el virus de Iguala.


Como fuente histórica La Abispa representa un magnífico acervo de noticias, juicios críticos, polémicas y meditaciones sobre el primer decenio de vida del México independiente. Dada la filiación del editor y los intereses que defiende, este periódico bien puede caber, como epígono, en el caudal de la prensa insurgente porque prosigue el debate abierto por El Despertador Americano (1810) y es una síntesis de El Juguetillo y el Correo Americano del Sur, los dos voceros editados por Bustamante entre el período de máxima tensión y de perspectivas más amplias del movimiento revolucionario.


El estilo literario de La Abispa es el mismo estilo inconfundible del autor: solemne, dicharachero, declamatorio, moralista, romántico popular, ripioso, anecdótico, evocador de las glorias pasadas, chispeante y mexicanista hasta las cachas. Si en algo benefició La Abispa de Chilpancingo a sus lectores, concluye Lemoine, fue en hacerles sentir, unos de los primeros, su condición de hombres libres.



(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S. A. de C. V., México, D. F., 2010)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario