Hace doscientos ochenta años vino a México un hombre procedente de los Alpes bávaros. De cuantos lugares conoció, nada le apasionó tanto como un desierto en el que “la vida es sólo permitida a quien la merece”. Y tanto empeño puso por explorarlo que pasó veinticuatro años caminando a pie por aquellos calderos de arena. La muerte misma tuvo que ir por él hasta el desierto; se llamó Francisco Eusebio Kino, y su paraíso: el Desierto de Altar, en Sonora.
Seducidos por uno de los caminos narrados por ese hombre increíble, lo recorremos. Va de Bahía Kino a Caborca, después de desvanecerse al cruzar el Bacavochi, volverse mil veredas antes de llegar a Casa Vieja, y dar rodeos y tumbos a su paso por el Burro, Bonancita y Bámori.
Lo que ahí se ve puede ser ensueño o ser pesadilla, realidad o espejismo, pero nadie puede quedar impasible; no en ese país donde las rocas truenan de frío por la noche y de calor al mediodía. Hay zonas donde la arena es de cuarzo y la luz viaja en mil direcciones. La vida se rige por la implacable cronometría solar: cero animales, cero movimiento durante las horas de luz total; infinita acción de animales y alimañas durante el ciclo de la sombra. Todo es gigantesco, desde la silenciosa soledad hasta los fantasmales “cirios”, cactos de 8 y hasta 10 metros de altura. Es el lugar donde usted puede pararse en un sitio jamás hollado desde la creación del mundo.
Una advertencia, y muy seria: no se aventure sin la compañía de un lugareño conocedor. Las veredas o “rodadas” se multiplican y separan de pronto y ninguna va a ninguna parte; pueden hacer que se consuma todo el combustible y usted seguir en un laberinto.
Por lo demás, es fascinante la tierra donde “sólo vive el que lo merece”.
(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario