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domingo, 11 de mayo de 2025

De las nieves al desierto


 

De las nieves al desierto


Hace doscientos ochenta años vino a México un hombre procedente de los Alpes bávaros. De cuantos lugares conoció, nada le apasionó tanto como un desierto en el que "la vida es sólo permitida a quien la merece”.

Y tanto empeño puso por explorarlo, que pasó veinticuatro años caminando a pie por aquellos calderos de arena. La muerte misma tuvo que ir por él hasta el desierto; se llamó Francisco Eusebio Kino, y su paraíso: el Desierto de Altar, en Sonora. 

Seducidos por uno de los caminos narrados por ese hombre increíble, lo recorremos. Va de Bahía Kino a Caborca, después de desvanecerse al cruzar el Bacavochi, volverse mil veredas antes de llegar a Casa Vieja, y dar rodeos y tumbos a su paso por El Burro, Bonancita y Bámori. 

Lo que ahí se ve puede ser ensueño o ser pesadilla, realidad o espejismo, pero nadie puede quedar impasible, no en ese país donde las rocas truenan de frío por la noche y de calor al mediodía. Hay zonas donde la arena es de cuarzo y la luz viaja en mil direcciones. La vida se rige por la implacable cronometría solar: cero animales, cero movimientos durante las horas de luz total; infinita acción de animales y alimañas durante el ciclo de la sombra. Todo es gigantesco, desde la silenciosa soledad hasta los fantasmales "cirios", cactus de 8 y hasta 10 metros de altura. Es el lugar donde usted puede pararse en un sitio jamás hollado desde la creación del mundo. 

Una advertencia, y muy seria: no se aventure sin la compañía de un lugareño conocedor. Las veredas o "rodadas" se multiplican y separan de pronto y ninguna va a ninguna parte; pueden hacer que se consuma todo el combustible y usted seguir en un laberinto.

Por lo demás, es fascinante la tierra donde "sólo vive el que lo merece”.


(Tomado de: Möller, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)

viernes, 11 de octubre de 2024

Viento negro (1964)

 



Viento negro 

México, 1964 

Marco Villa | Historiador 

Filmada en el desierto de Altar, esta cinta recrea la trágica historia de una quinteta de trabajadores enviados ahí en 1937 para rectificar el trazo de la línea por la que correría el tren que comunicará a Mexicali con el resto del país. 


"Tengo tres razones para vivir: mi hijo, partir este maldito desierto y tu amistad", le responde el capataz Manuel Iglesias a Lorenzo Montes, luego de que este intentara agredirlo mientras le reclamaba por los golpes que dio a su propio hijo, así como por su rudo carácter para con sus subordinados. Cierto es que los une una gran amistad, pero Montes, envalentonado por la ebriedad, no repara en calificarlo de "ogro malencarado". Y es que además de su incansable tesón en el trabajo, al temerario Manuel lo distingue el inflexible trato que da a los rieleros, quienes se fajan de sol a sol para cumplir con la encomienda de montar las vías del ferrocarril Sonora-Baja California que atravesará el gran desierto de Altar. 

Es la década de 1930. Los años del esfuerzo cardenista por dar a México renovadas señales de progreso, como extender la red ferroviaria. A decir de la mesa directiva de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), la empresa luce imposible y solo un hombre de la talla de Manuel (interpretado por David Reynoso) podría intentar sacarla adelante. Para los funcionarios, el inclemente clima, las limitaciones técnicas y de recursos podrían poner en riesgo la misión, pero la prestigiosa dirección del Mayor les significa una gran esperanza y por ello lo ha nombrado primer jefe de cuadrilla de la División del Sur. 

Manuel sabe que la vida no está exenta del caos y la angustia cuando se pasan largas temporadas en el desierto, "un tigre dormido que en cualquier momento puede despertar". Por si fuera poco, la súbita presencia del viento negro (tormenta de arena que acarrea con fuerza las cenizas y el polvo de roca volcánica negra del Pinacate) realza el drama y la posibilidad de la muerte cuando, en una misión de exploración, su hijo (Enrique Lizalde) se extravía junto con don Lorenzo (José Elías Moreno) y otros tres trabajadores. El hijo de Iglesias, ingeniero del IPN, tendrá que sacar lo mejor de sí para no sucumbir e incluso es quien anota las anheladas coordenadas que serán la referencia más importante para partir el desierto en dos, como tanto quería el Mayor. 

Esta película rememora los trabajos avalados por la administración de Lázaro Cárdenas, a través de la SCOP, para realizar el trazo y tendido de las vías férreas que conectarán la península bajacaliforniana con Sonora y otros territorios. La tarea, que supuso un gran reto para el gobierno, logró cumplirse al cabo de varios años contra todo pronóstico y pese a la tragedia de los desaparecidos contada en el filme y otras vicisitudes. Aparte, cuando por fin corrió el tren, comenzó una inmigración masiva hacia Mexicali, que pasó de ser una localidad de menor población e infraestructura a una importante ciudad del norte mexicano. Se ha dicho, además, que esta importante obra de las comunicaciones evitó que la península de Baja California terminara anexada a Estados Unidos. 

Con argumento de Mario Martini, el cineasta Servando González Hernández (1923-2008) no solo presenta una visión introspectiva de la industria del riel en los años treinta del siglo pasado, sino también una sensible descripción social y antropológica de los personajes.


(Tomado de: Villa, Marco. Viento negro. Relatos e historias en México. Año XII, número 137. Ciudad de México, 2020)

sábado, 20 de abril de 2019

De las nieves al desierto


 
Hace doscientos ochenta años vino a México un hombre procedente de los Alpes bávaros. De cuantos lugares conoció, nada le apasionó tanto como un desierto en el que “la vida es sólo permitida a quien la merece”. Y tanto empeño puso por explorarlo que pasó veinticuatro años caminando a pie por aquellos calderos de arena. La muerte misma tuvo que ir por él hasta el desierto; se llamó Francisco Eusebio Kino, y su paraíso: el Desierto de Altar, en Sonora.


Seducidos por uno de los caminos narrados por ese hombre increíble, lo recorremos. Va de Bahía Kino a Caborca, después de desvanecerse al cruzar el Bacavochi, volverse mil veredas antes de llegar a Casa Vieja, y dar rodeos y tumbos a su paso por el Burro, Bonancita y Bámori.


Lo que ahí se ve puede ser ensueño o ser pesadilla, realidad o espejismo, pero nadie puede quedar impasible; no en ese país donde las rocas truenan de frío por la noche y de calor al mediodía. Hay zonas donde la arena es de cuarzo y la luz viaja en mil direcciones. La vida se rige por la implacable cronometría solar: cero animales, cero movimiento durante las horas de luz total; infinita acción de animales y alimañas durante el ciclo de la sombra. Todo es gigantesco, desde la silenciosa soledad hasta los fantasmales “cirios”, cactos de 8 y hasta 10 metros de altura. Es el lugar donde usted puede pararse en un sitio jamás hollado desde la creación del mundo.


Una advertencia, y muy seria: no se aventure sin la compañía de un lugareño conocedor. Las veredas o “rodadas” se multiplican y separan de pronto y ninguna va a ninguna parte; pueden hacer que se consuma todo el combustible y usted seguir en un laberinto.


Por lo demás, es fascinante la tierra donde “sólo vive el que lo merece”.


(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)