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jueves, 1 de agosto de 2024

Nueva España, miseria en la abundancia



Miseria en la abundancia 

La agricultura y la ganadería novohispanas proporcionaron los productos básicos que alimentaban a sus pobladores: maíz, trigo, frijoles y carne. Desde principios del siglo XVII, ambas actividades se fueron concentrando en grandes latifundios en el centro y en el norte del reino. La expansión territorial de las haciendas del centro se hizo a expensas de los pueblos de indios. Los indígenas no solo perdían sus tierras, sino que eran obligados a trabajar en las haciendas cercanas mediante los repartimientos forzados que ejecutaban los corregidores. En 1632 la corona decidió suprimir el repartimiento forzoso de trabajadores y dispuso que éstos pudieran alquilarse en las haciendas a cambio de un jornal que se pagaba con dinero, o con ropa,comida, vivienda o el permiso de cultivar pequeñas parcelas. De este modo, las grandes haciendas contaron, por primera vez, con una fuerza de trabajo disponible durante todo el año. Estos trabajadores que carecían de libertad de movimiento, eran conocidos como "peones acasillados”.

Las haciendas se convirtieron en las principales abastecedoras de los centros urbanos y mineros. Alrededor de la ciudad de México se fue expandiendo un cinturón de haciendas. Al mercado de la capital llegaban azúcar, algodón, cacao y las frutas de la tierra caliente, los productos costeros de Veracruz y el Pacífico, el trigo y el maíz de Puebla y el Bajío, y las lanas, ovejas, carneros y reses del norte. También en las cercanías de las grandes minas en Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí, Parral y Pachuca surgieron haciendas de cultivo y estancias ganaderas. Desde mediados del siglo XVII, la demanda de los centros mineros y las ciudades permitió que grandes áreas, como el Bajío y los alrededores de Guadalajara, se dedicaran a la producción agropecuaria. 

El desarrollo de la agricultura dependió siempre de las alteraciones climáticas. Los años de lluvias abundantes y regulares producían buenas cosechas, pero en tiempos de sequías, heladas, granizadas o lluvias escasas, la oferta de maíz, trigo y carne no alcanzaba a satisfacer la demanda. Los hacendados evitaban vender sus productos en los meses inmediatos a la cosecha, conservándolos en graneros y trojes bien acondicionados. En los años de 1720-21, 1741-42, 1749-50, 1770-71, 1785-86, las cosechas fueron malas, hubo escasez general de granos y un aumento en los precios. Sólo los grandes hacendados, que poseían las tierras más fértiles y los mejores graneros, lograban colocar sus productos en el mercado. Así, mientras la mayoría de la población era sacudida por el hambre, la carestía, las epidemias y el desempleo, los terratenientes imponían la "ley de los precios" y obtenían grandes ganancias. 

Durante las crisis agrícolas más severas del siglo XVIII, los precios del maíz y el trigo aumentaron hasta un 300 por ciento. En el verano de 1786 -"el año del hambre"- la fanega (55.5 litros) de maíz llegó a venderse en 48 reales (un peso equivalía a 8 reales). El salario máximo de los peones apenas rebasaba los 4 pesos mensuales, es decir, 32 reales. En agosto de 1810, unos días antes del Grito de Dolores, el precio del maíz había subido a 36 reales por fanega. Muchos de los seguidores del padre Hidalgo fueron campesinos pobres, acosados por los altos precios y el hambre. 



(Tomado de: Florescano, Enrique y Rojas, Rafael - El ocaso de la Nueva España. Serie La antorcha encendida. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V. 1a. edición, México, 1996)

sábado, 21 de septiembre de 2019

Ley de Nacionalización de los Bienes de la Iglesia, 1859



El Clero utilizaba para fomentar la guerra los recursos que obtenía de la venta de sus bienes raíces, en lugar de invertirlos en acciones de empresas agrícolas e industriales como indicaba la Ley de 25 de junio. Entonces el Gobierno liberal de Benito Juárez, obligado por las circunstancias, expidió la Ley de Nacionalización de los Bienes de la Iglesia, el 12 de julio de 1859. En consecuencia, desde esa fecha el producto de los inmuebles de “manos muertas” debía ser entregado a las oficinas recaudadoras del Gobierno. No era posible ni razonable continuar permitiendo que el adversario, el Clero en abierta rebelión, empleara el dinero proveniente de los efectos de una ley para combatir a la autoridad legítima que la había expedido.
Lo peor de todo consistió, al fin de cuentas, en que los resultados de las leyes referidas fueron contrarios a los propósitos de sus autores, quienes pensaron que al desamortizar las propiedades eclesiásticas se crearía la pequeña propiedad y se estimularía el desarrollo agrícola e industrial de la República. Por desgracia no fue así; lo que sucedió puede resumirse en la forma siguiente:


1° Las propiedades rústicas y urbanas del Clero fueron efectivamente nacionalizadas.


2° Las propiedades no fueron a dar a manos de los arrendatarios, sino a las de los denunciantes, en su mayor parte ricos propietarios territoriales, que de esa manera agrandaron sus ranchos y haciendas.


3° Las tierras comunales y los ejidos fueron en buen número de casos fraccionados, entregando las parcelas a los indígenas en plena propiedad; pero como éstos no estaban preparados por su grado evolutivo para ser propietarios, bien pronto vendieron sus predios a vil precio a los ricos hacendados vecinos.


En resumen, se fortaleció el latifundismo en México y en consecuencia se llevó a cabo una mayor concentración de la propiedad territorial.


(Tomado de: Silva Herzog, Jesús - Breve historia de la Revolución Mexicana. *Los antecedentes y la etapa maderista. Colección Popular #17, Fondo de Cultura Económica; México, D.F., 1986)