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viernes, 20 de septiembre de 2019

Manuel Gutiérrez Nájera


Ciudad de México, 1859-1895. La importancia de Gutiérrez Nájera en la renovación modernista se debe sobre todo a las crónicas que empezó a escribir al lado de su gran amigo [José] Martí en 1876 y continuó hasta la víspera de su muerte. Esta inmensa labor, que aún no termina de recopilarse, opaca hasta cierto punto el mérito de su poesía. Uno de los rasgos que la hacen fascinante para el lector actual es ver desplegarse en ella la dialéctica de lo nuevo y lo viejo. “La Duquesa Job” (1884) es el primer poema resuelta e inequívocamente urbano y modernista (cinco años antes de que Darío emplee la palabra “modernismo”) escrito en Hispanoamérica. En él se muestran tanto el proceso de la transformación literaria como la idea de sí mismo que se forjó un sector de la sociedad mexicana.
Para su autor “La Duquesa Job” abrió y cerró un camino. Después la lírica de Gutiérrez Nájera expresó ante todo la angustia de una conciencia religiosa en el siglo del ateísmo, y la desesperación de un artista que ve sus capacidades diariamente consumidas por las exigencias periodísticas. Gutiérrez Nájera se sorprendería al ver hasta qué punto apreciamos hoy las magistrales crónicas que escribió a vuelapluma en la redacción misma de los periódicos. “Literatura de urgencia”, sí, pero en primer término excelente literatura. Dio nuevos tonos, colores, matices y ritmos a la prosa española. Algo aprendieron de ella cuantos llegaron después.


Compilaciones: Poesía (edición de Justo Sierra, 1896, hay reedición facsimilar de 1969). Poesías completas (edición de Francisco González Guerrero, 1953)


Antología: Los cien mejores poemas de M.G.N. (edición de Antonio Castro Leal, 1969).


(Tomado de: Pacheco, José Emilio (Selección, prólogo, notas y cronología) - Poesía modernista, una antología general. Coedición: Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas/SEP y Coordinación de Humanidades/UNAM. México, D.F., 1982) 

lunes, 2 de septiembre de 2019

Enrique González Martínez


Guadalajara, México, 1871 - México, 1952. González Martínez aparece como una de aquellas excepciones que ponen a prueba la regla del modernismo: no fue un poeta de la ciudad (sus primeros libros se publicaron en Mocorito, Sinaloa), salió de su país cuando ya tenía 50 años y vivió y escribió hasta los 81; en 1952 con El nuevo Narciso queda brillantemente cerrado el movimiento que comenzó en 1882.
Así, “La muerte del cisne”, el soneto que escribió en 1911 no fue la oración fúnebre del modernismo ni, mucho menos, un ataque a Rubén Darío. Simplemente González Martínez protestó contra “la exterioridad y el procedimiento”. Es decir, contra los rasgos parnasianos y optó, como su naturaleza se lo pedía, por los simbolistas, a quienes tradujo magistralmente (Jardines de Francia, 1915).
En la línea inaugurada por el Ariel de Rodó (1900), quiso dar una ética al movimiento estético. De allí el tono introspectivo y reflexivo de su poesía que toma su impulso de los filósofos idealistas franceses. La tentativa de responder al dolor con la serenidad encarnó sobre todo en los mejores poemas de madurez, hechos ante la muerte de su esposa y de su hijo, el poeta González Rojo.
A pesar de su equivocación al aceptar un cargo en el gabinete de Victoriano Huerta, González Martínez no se exilió como los otros modernistas. Permaneció en México y fue uno de los maestros que aceptó como tales la generación de “Contemporáneos”. Médico, diplomático en Sudamérica y en España, militó por la paz en la segunda preguerra, fue amigo de los jóvenes poetas y ahondó hasta el final en la línea simbolista del modernismo que le pertenece y lo caracteriza.


Compilación: Obras completas (Ed. de Antonio Castro Leal, 1971).


Antología de su obra poética (Ed. de Jaime Torres Bodet, 1971).



(Tomado de: Pacheco, José Emilio (Selección, prólogo, notas y cronología) - Poesía modernista, una antología general. Coedición: Dirección General de Publicaciones y Bibliotecas/SEP y Coordinación de Humanidades/UNAM. México, D.F., 1982) 

miércoles, 17 de julio de 2019

Amado Nervo


Mexicano (Tepic, Nayarit, 1870 - Montevideo, 1919)
Muerto Darío, Nervo fue proclamado el mayor poeta de América. Su iniciación religiosa en Jacona, Michoacán, configuró su condición de enamorado del misterio, matiz que permaneció en su vida y en su obra. Formó parte del grupo de poetas hispanoamericanos que en la primera década del siglo XX coincidieron en París: Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Guillermo Valencia, primeras figuras de la poesía americana. En el periodismo ejercitó su prosa y escribió cuentos, crónicas y estudios de crítica literaria. Su primer éxito fue la novela corta de índole naturalista El Bachiller (1896). Su poesía, iniciada en la escuela modernista, culmina en Elevación (1917), obra de gran amor y hondura espiritual. Aún a la distancia -obligada por los oficios diplomáticos-, Nervo fue el gran animador de la Revista Moderna (1898-1903), tribuna del modernismo en México, en la que aparecieron las primicias de El Éxodo y las flores del camino (1902), fruto de su primer viaje a Europa.





(Tomado de: Anónimo - Antología. Poesía moderna y contemporánea en lengua española. Lecturas Universitarias 2. UNAM, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1971)






Amado Nervo
1870-1919)

Distinguimos dos épocas en la poesía de Amado Nervo: la de su juventud, realizada en los límites de una inquietud artística, dicha en voz bajo, íntima, musicalmente grata, y la de su madurez religiosa y moralista, ajena, las más veces, a la pureza del arte. El progreso de su poesía se termina en la desnudez; pero así que se ha desnudado por completo, tenemos que cerrar, púdicos, los ojos.

Fue Nervo una víctima de la sinceridad; no sin ironía puede pensarse que este fue su heroísmo. Nadie mejor que él puede servir de pretexto para meditar sobre esa antítesis que se ha hecho de la vida y el arte. Para quienes predican su deshumanización “y que rompa las amarras que a la vida lo sujetan”, el ejemplo de este poeta es un argumento valioso: el hombre, allí, acabó por destruir al artista.

[...]

Bibliografía

Obras completas de Amado Nervo, Biblioteca Nueva, Madrid, 1920





(Tomado de: Cuesta, Jorge - Antología de la poesía mexicana moderna. Colección Lecturas Mexicanas, primera serie, #99. Presentación de Guillermo Sheridan. Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)

miércoles, 19 de junio de 2019

Salvador Díaz Mirón


Mexicano (Veracruz, 1853-1928)
Su obra tiene tres etapas. En la primera, de un heroísmo romántico, están presentes las sombras de Lord Byron y Víctor Hugo, a quien quiso emular convirtiéndose en el poeta defensor de las causas del pueblo. En la segunda, recogida en su libro Lascas (1901), hace un giro hacia su intimidad; cuatro años de cárcel, por haber matado en defensa propia, lo vuelven más riguroso en la expresión y menos altivo. En sus últimos años practica ejercicios de retórica y estilo que depuran su obra de toda palabra vana. En estas etapas Díaz Mirón es un poeta perfecto en la forma y de gran justeza plástica en la imagen; esto más la novedad de su poesía lo convierten, primero, en uno de los más importantes precursores del modernismo; y luego, siendo ya un gran modernista, en uno de los hitos de la poesía mexicana.


(Tomado de: Anónimo - Antología. Poesía moderna y contemporánea en lengua española. Lecturas Universitarias 2. UNAM, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1971)




Salvador Díaz Mirón
1853-[1928]
Fue, durante un período de la literatura mexicana, el más uniformemente gustado de los poetas que Francisco A. de Icaza designó como los dioses mayores de nuestra lírica. Su estética, de un rigor extraordinariamente estricto y personal, lo colocó al amparo de esos imitadores que buscan, para saciarse, ejemplos de un éxito más rápido, o, al menos, de un procedimiento menos difícil. Puente entre el romanticismo y el simbolismo, la poesía de Díaz Mirón recuerda, en algunos aspectos, el destino y los propósitos esenciales del Parnaso. Como en la mayoría de los parnasianos, el paisaje es el asunto más frecuente en sus poemas: especialmente el paisaje de Veracruz -el suyo- que conoce admirablemente y que interpreta con más fidelidad que afecto. La sensualidad hace falta en esta porción de su poesía. Los lectores de hoy lo advierten al comparar el naturalismo de los fragmentos más citados del “Idilio”, con la porción descriptiva de la obra de Othón, o de un modo más evidente, con el colorido de uno de los jóvenes que ven mejor el paisaje: Carlos Pellicer. Más que algún otro poeta de la generación anterior al Ateneo, hallamos en Díaz Mirón el amor al verso nítido. Por desgracia, el límite entre su estética y su retórica permanece siempre un poco impreciso, y la hermosura independiente de cada verso, en sus poemas, da una noción más franca de depuración que de pureza. Si ésta fuera una antología de versos perfectos y plenamente maduros, el lugar de honor correspondería en ellas a Díaz Mirón, pero la amplitud de su aliento -que tenía dilatadamente oratorio, como lo demuestra la “Oda a Hugo”- no sostuvo la perfección minuciosa y elaborada de las composiciones que constituyen el núcleo fundamental de su lirismo: Lascas. La influencia de Díaz Mirón podía haber sido de la mayor utilidad, al menos como empleo de deliberado esfuerzo, a los jóvenes. No fue así: al contrario, se ha vaciado, casi por completo, en dos poetas, ahora mudos: Rafael López y Argüelles Bringas. El primero adquirió en esta escuela de canto el do de pecho de la elocuencia patriótica. El segundo, menos personal, dejó al morir una obra más elogiada que reconocida, que no añade a la de su maestro sino la conciencia de sus defectos. A pesar de esta ausencia de discípulos, Díaz Mirón sigue siendo el poeta más admirado por cierta porción de nuestros escritores.

Matemático, Salvador Díaz Mirón encierra las conquistas de su idioma en fórmulas de espléndido laconismo. Llevado de este propósito, en sus últimos poemas se advierte ya, gracias a la ausencia de todo elemento de relación (odio del latinista al artículo inútil), la aparición de un verso nuevo, concebido como unidad prosódica pura. Este hallazgo -desaprovechado por su continuadores- debería ser tomado muy en cuenta por los poetas que lo juzgan.

Bibliografía

Poesías, La Ilustración, 1886.
Lascas, Tipografía del Gobierno del Estado, Jalapa, Ver., 1906.
Poemas escogidos, Cvltura, México, 1919. Selección de Rafael López.




(Tomado de: Cuesta, Jorge - Antología de la poesía mexicana moderna. Colección Lecturas Mexicanas, primera serie, #99. Presentación de Guillermo Sheridan. Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)

martes, 21 de mayo de 2019

Manuel José Othón


Mexicano (San Luis Potosí, 1858-1906)


Vivió del ejercicio de su profesión de abogado en diversas ciudades de provincia. Escribe, además de poesía, obras de teatro, artículos y cuentos rurales. Perteneciente a la tradición clásica, alejado de las inquietudes intelectuales de su tiempo, frecuenta sin embargo a los poetas de la Revista Moderna. Algunos de los procedimientos que utiliza, con la relación entre música y poesía, son de carácter modernista. Los poemas mayores de Othón se inspiran en la naturaleza: el “Himno de los bosques”, la “Noche rústica de Walpurgis”, “Salmo de fuego”, “Pastoral”, “Ángelus domini”.


Otra constante de su obra poética es la nota elegíaca en la que destacan “El canto del regreso” y la “Elegía” a la memoria del maestro don Rafael Ángel de la Peña.


Pero la fama de Othón no descansa en el concepto trascendente de un paisaje que vivió y cantó en riquísima variedad de registros, sino en el “Idilio salvaje” (1906), un poema de amor desencantado que se publicó póstumamente, en el cual el desierto presta a su paisaje interior los elementos dramáticos que expresan una poderosa y amarga pasión.


(Tomado de: Anónimo - Antología. Poesía moderna y contemporánea en lengua española. Lecturas Universitarias 2. UNAM, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1971)





(1858-1906) Con Manuel José Othón alcanzó nuestro lirismo la conciencia de su mayor honradez artística. La quietud -sólo aparente- de las formas tradicionales que este poeta gustó con delicadeza y aceptó sin academismo, no fue bastante por fortuna, a impedir en sus versos el brote de un manantial de aguas seguras y violentas, aunque -por las contribuciones con que la pasión humana las enriqueció- no siempre muy límpidas ni claras.


En sus poemas, de carácter menos bucólico que rústico y a pesar de los peligros del parecido de tono en que se desarrollan, no se advierte esa atmósfera estrecha, artificial, de la viciosa Arcadia en que otros poetas hispanoamericanos incurrieron al cantar las cosas y las emociones del campo. El recuerdo de Virgilio, de Horacio, de los latinos todos, pierde su consistencia tradicional en este escritor y se aligera de toda pesadumbre erudita al contacto de los modernos, que nutren su poesía y la vuelven más plástica y ágil.


“El paisaje de México que Othón escogió para el desarrollo de sus pequeños dramas líricos -dice de él un escritor contemporáneo- no es el de las costas del Golfo, ni la fría claridad del valle, sino la altiplanicie del Norte. También los tipos, en la poesía de Othón, escapan a las costumbres del lirismo mexicano. La mujer que atraviesa por sus estrofas no tiene nada de común con las melancólicas visiones de Nervo, ni con las frívolas amigas de Gutiérrez Nájera, ni con las figuras abstractas que dejan siempre, en los senderos ocultos de la obra de González Martínez, la huella de un símbolo. Más que la meditación reflexiva de sus compañeros, Othón expresa un sentir oscuro, dramático, de la pasión. Y no es ésta, acaso, la menor cualidad de su lírica”.


Bibliografía


Poesías, San Luis Potosí, 1880.
Poemas rústicos, México, Aguilar Vera, 1902.
Noche rústica de Walpurgis, Escalante, México, 1908.
El himno de los bosques, “Capullos”, San Luis Potosí, 1908.


(Tomado de: Cuesta, Jorge - Antología de la poesía mexicana moderna. Colección Lecturas Mexicanas, primera serie, #99. Presentación de Guillermo Sheridan. Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)