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jueves, 24 de junio de 2021

Plan de Ayutla 1854

 


Plan de Ayutla 1854

La dictadura de Santa Anna propició que el viejo insurgente Juan Álvarez, con Florencio Villarreal e Ignacio Comonfort, iniciara una rebelión que alcanzó los propósitos expuestos en el plan que la animaba. Pero más que haber quitado del mapa político a Santa Anna, el Plan de Ayutla fue fundamental para el establecimiento de las instituciones liberales en México. Gracias al gobierno de él emanado se reunió el Congreso Constituyente de 1856-1857, y con él, un cambio radical en la historia de México.


Plan de Ayutla, de 1°. de marzo de 1854


Los jefes, oficiales e individuos de tropa que subscriben, reunidos por citación del señor Coronel don Florencio Villarreal, en el Pueblo de Ayutla, Distrito de Ometepec, del Departamento de Guerrero:

Considerando: 

Que la permanencia de don Antonio Lopez de Santa Anna en el poder es un amago constante para las libertades publicas, puesto, que con el mayor escándalo, bajo su gobierno se han hollado las  garantias individuales que se respetan aún en los países menos civilizados;

Que los mexicanos, tan celosos de su libertad se hallan en el peligro inminente de ser subyugados por la fuerza de un Poder absoluto, ejercido por el hombre a quien tan generosa como deplorablemente confiaron los destinos de la patria;

Que bien distante de corresponder a tan honroso llamamiento, sólo ha venido a oprimir y vejar a los pueblos, recargándolos de contribuciones onerosas sin consideración a la pobreza general, empleándose su producto en gastos superfluos y formar la fortuna, como en otra época, de unos cuantos favoritos;

Que el Plan proclamado en Jalisco y que le abrió las puertas de la República, ha sido falseado en su espíritu y objeto, contrariando el torrente de la opinión, sofocada por la arbitraria restricción  de la imprenta;

Que ha faltado al solemne compromiso que contrajo con la Nación al pisar el suelo patrio, habiendo ofrecido que olvidaría resentimientos personales, y jamásas se entregaría en los brazos de ningún Partido;

Que debiendo conservar la integridad del territorio de la República, ha vendido una parte considerable de ella, sacrificando a nuestros hermanos de la frontera del Norte, que en adelante serán extranjeros en su propia patria, para ser lanzados después, como sucedió a los californios;

Que la Nación no puede continuar por más tiempo sin constituirse de un modo estable y duradero, ni dependiendo su existencia política de la voluntad caprichosa de un solo hombre;

Que las instituciones republicanas son las únicas que convienen al pais  con exclusión absoluta de cualquier otro sistema de Gobierno;

Y por último, atendiendo a que la Independencia nacional se halla amagada, bajo otro aspecto no menos peligroso, por los conatos notorios del partido dominante levantado por el General Santa Anna; 

Usando de los mismos derechos de que usaban  nuestros padres en 1821, para conquistar la libertad, los que subscriben proclaman y protestan sostener hasta morir, si fuere necesario, el siguiente Plan: 

1º. Cesan en el ejercicio del poder público don Antonio López de  Santa Anna y los demas funcionarios que, como él hayan desmerecido la confianza de los pueblos, o se opusieren al  presente Plan.

2º. Cuando éste haya sido adoptado por la mayoría de la Nación, el General en Jefe de las fuerzas que lo sostengan, convocará un representante por cada Estado y Territorio, para que reunidos en el lugar que estime conveniente, elijan al Presidente interino de la República, y le sirvan de consejo durante el corto periodo de su encargo.

3º. El Presidente Interino quedará desde luego investido de amplias facultades para atender a la seguridad de independencia del Territorio Nacional, y a los demás ramos  de la Administración Pública.

4º. En los Estados en que fuere secundado este Plan politico, el Jefe Principal de las Fuerzas adheridas, asociado de siete personas bien conceptuadas, que eligirá el mismo, acordará y promulgará al mes de haberlas reunido, el Estatuto provisional que debe regir en su respectivo Estado o Territorio, sirviéndole de base indispensable para cada Estatuto, que la Nación es y será siempre una sola,  indivisible e independiente.

5º. A los quince días de haber entrado en sus funciones el Precidente interino convocará el Congreso extraordinario conforme a las bases de la ley que fue expedida con igual objeto en el año  de 1841, el cual se ocupe exclusivamente de constituir a la Nación bajo la forma de República representativa popular, y de revisar los actos del Ejecutivo Provisional de que se habla en el art. 2º.

6º. Debiendo ser el Ejército el apoyo del orden y de las garantías sociales, el Gobierno Interino cuidará de conservarlo y atenderlo, cual manda su noble instituto, así como de protejer la  libertad del comercio interior y exterior, expidiendo a la mayor brevedad posible los aranceles que deben observarse, rigiendo entre tanto para las aduanas marítimas el publicado bajo la administración del señor Ceballos.

7º. Cesan desde luego los efectos de las leyes vigentes sobre sorteos y pasaportes y la gabela impuesta a los Pueblos con el nombre de ”Capitación”.

8º. Todo el que se oponga al presente Plan, o que prestare auxilios directos a los poderes que en el se desconocen, será tratado como enemigo de la independencia nacional.

9º. Se invita a los Excmos. señores Generales don Nicolás Bravo, don Juan Álvarez y don Tomás Moreno, para que puestos al frente de  las fuerzas libertadoras que proclaman este plan, sostengan y  lleven a efecto las reformas administrativas que en él se consignan, pudiendo hacerle las modificaciones que crean  convenientes para el bien de la Nación.

Ayutla, marzo 1° de 1854.- El Coronel Florencio Villarreal Comandante en Jefe de las fuerzas reunidas.- Esteban Zambrano, Comandante de Batallón.- José Miguel Indar, Capitán de Granaderos.- Martín Ojendiz, Capitán de Cazadores.- Leandro Rosales, Capitán.- Urbano de los Reyes, Capitán.- José Jijón, Subteniente.- Martín Rosa, Subteniente.- Pedro Bedoya, Subteniente.- Julián Morales, Subteniente.- Dionisio Cruz, Capitán de Auxiliares.-  Mariano Terrazas, Teniente.- Toribio Zamora, Subteniente.- José Justo Gómez, Subteniente.- Juan Diego, Capitán.- Juan Luesa, Capitán.- Vicente Luna, Capitán.- José Ventura, Subteniente.- Manuel Monblán, teniente ayudante de S.S. - Por la clase de Sargentos, Máximo Gómez.- Teodoro Nava.- Por la clase de Cabos, Modesto Cortés.- Miguel Pereas.- Por la clase de Soldados, Agustín Sánchez.- El Capitán, Carlos Crespo, secretario.


Plan de Ayutla reformado en Acapulco, el 11 de marzo de 1854.

En la ciudad de Acapulco, a los 11 días del mes de marzo de mil ochocientos cincuenta y cuatro, reunidos en la fortaleza de San Diego, por invitación del señor Coronel don Rafael Solís, los jefes, oficiales, individuos de tropa permanente, guardia nacional y matrícula armada que suscriben, manifestó el primero: que había recibido el señor Comandante principal de Costa Chica, coronel don Florencio Villarreal, una comedida nota en la cual le excitaba a secundar, en compañía de esta guarnición, el plan político que había proclamado en Ayutla, al que enseguida se dio lectura. Terminada ésta, expuso S. S. que aunque sus convicciones eran conformes en un todo con las consignadas en ese Plan, que si llegaba a realizarse, sacaría pronto a la Nación del estado de esclavitud y abatimiento a que por grados la había ido reduciendo el poder arbitrario y despótico del Excmo. señor general don Antonio Lópezde Santa Anna. Sin embargo, deseaba saber antes la opinión de sus compañeros de armas a fin de rectificar la suya y proceder con más acierto en un negocio tan grave,y que en tan alto grado afectaba los intereses más caros de la Patria. Oída esta sencilla manifestación, expusieron unánimes los presentes, que estaban de acuerdo con ella, juzgando oportuno al mismo tiempo, que ya que por una feliz casualidad se hallaba en este Puerto el señor Coronel don Ignacio Comonfort, que tantos y tan buenos servicios ha prestado al sur, se le invitara también para que en el caso de adherirse a lo que esta junta resolviera, se encargase del mando de la plaza, y se pusiera al frente de sus fuerzas; a cuyo efecto pasará una comisión a instruirle de lo ocurrido: encargo que se confió al comandante de batallón, don Ignacio Pérez Vargas, al capitán don Genaro Villagrán y al de igual clase don José Marín, quienes inmediatamente fueron a desempeñarlo. A la media hora regresaron exponiendo: que en contestación les había manifestado el señor Comonfort, que supuesto que en el concepto de la guarnición de esta plaza, la Patria exigía de él el sacrificio de tomar una parte activa en los sucesos políticos que iban a iniciarse, lo haría gustoso en cumplimiento del deber sagrado que todo ciudadano tiene de posponer su tranquilidad y sus intereses particulares, al bienestar y felicidad de sus compatriotas; pero que a su juicio, el plan que trataba de secundarse, necesitaba algunos ligeros cambios, con el objeto de que se mostrara a la Nación con toda claridad, que aquellos de sus buenos hijos que se lanzaban en esta vez los primeros a vindicar sus derechos tan escandalosamente conculcados, no abrigaban ni la más remota idea de imponer condiciones a la soberana voluntad del país, restableciendo por la fuerza de las armas el sistema federal, o restituyendo las cosas al mismo estado en que se encontraban cuando el plan de Jalisco se proclamó; pues todo lo relativo a la forma en que definitivamente hubiere de constituirse la Nación, deberá sujetarse al Congreso, que sé convocará con ese fin, haciéndolo así notorio muy explícitamente desde ahora. En vista de esas razones, que merecieron la aprobación de los señores presentes, se resolvió por unanimidad proclamar y en el acto se proclamó el Plan de Ayutla, reformando en los términos siguientes:


Considerando:

Que la permanencia del Excmo. señor General don Antonio López de Santa Anna, en el Poder, es un constante amago para la independencia y la libertad de la Nación, puesto que bajo su Gobierno se ha vendido sin necesidad una parte del Territorio de la República, y se han hollado las garantías individuales, que se respetan aun en los pueblos menos civilizados;

Que el mexicano, tan celoso de su soberanía, ha quedado traidoramente despojado de ella y esclavizado por el poder absoluto, despótico y caprichoso de que indefinidamente se ha investido a sí mismo el hombre a quien con tanta generosidad como confianza llamó desde el destierro a fin de enmendarle sus destinos;

Que bien distante de corresponder a tan honroso llamamiento, sólo se ha ocupado de oprimir y vejar a los pueblos recargándolos de contribuciones onerosas, sin consideración a su pobreza general, y empleando los productos de ellas, como en otras ocasiones lo ha hecho, en gastos superfluos y en improvisar las escandalosas fortunas de sus favoritos;

Que el plan proclamado en Jalisco, que le abrió las puertas de la República, ha sido falseado en su espíritu y objeto con manifiesto desprecio de la opinión pública, cuya voz se sofocó de antemano, por medio de odiosas y tiránicas restricciones impuestas a la imprenta;

Que ha faltado al solemne compromiso que al pisar el suelo patrio contrajo con la Nación, de olvidar resentimientos personales y no entregarse a partido alguno de los que por desgracia la dividen;

Que ésta no puede continuar por más tiempo sin constituirse de un modo estable y duradero, ni seguir dependiendo su existencia política y su porvenir de la voluntad caprichosa de un solo hombre;

Que las instituciones son las únicas que convienen al país con exclusión absoluta de cualesquiera otras; y que se encuentran en inminente riesgo de perderse bajo la actual administración, cuyas tendencias al establecimiento de una monarquía ridícula y contraria a nuestro carácter y costumbres, se han dado a conocer ya de una manera clara y terminante con la creación de órdenes, tratamientos y privilegios abiertamente opuestos a la igualdad republicana. Y por último: considerando que la independencia y libertad de la Nación se hallan amagadas también bajo otro aspecto no menos peligroso, por los conatos notorios del partido dominante que hoy dirige la política del General Santa Anna; usando los que suscribimos de los mismos derechos de que usaron nuestros padres para conquistar esos dos bienes inestimables, proclamamos sostener hasta morir si fuese necesario, el siguiente:

Plan:

1° Cesan en el ejercicio del poder público, el Excmo. señor General Antonio López de Santa Anna y los demás funcionarios que como él hayan desmerecido la confianza de los pueblos, o se opusieran al presente plan.

2° Cuando éste hubiera sido adoptado por la mayoría de la Nación, el general en jefe de las fuerzas que lo sostengan, convocará un representante de cada Departamento y Territorio de los que hoy existen, y por el Distrito de la capital, para que reunidos en el lugar que estime oportuno, elijan Presidente interino de la República, y le sirvan de Consejo durante el corto periodo de su cargo.

3° El Presidente Interino, sin otra restricción que la de respetar inviolablemente las garantías individuales, quedará desde luego investido de amplias facultades para reformar todos los ramos de la Administración Pública, para atender a la seguridad e independencia de la Nación, y para promover cuanto conduzca a su prosperidad, engrandecimiento y progreso.

4° En los Departamentos y Territorios en que fuere secundado este plan político, el jefe principal de las fuerzas que lo proclamaren, asociado de cinco personas bien conceptuadas, que elegirá él mismo, acordará y promulgará al mes de haberlas reunido, el Estatuto provisional que debe regir a su respectivo Departamento o Territorio, sirviendo de base indispensable para cada Estatuto, que la Nación es y será una, sola, indivisible e independiente.

5° A los quince días de haber entrado a ejercer sus funciones el Presidente Interino, convocará un Congreso extraordinario, conforme a las bases de la ley que fue expedida con igual objeto en diez de diciembre de 1841, el cual se ocupará exclusivamente de constituir a la Nación bajo la forma de República representativa popular, y de revisar los actos del actual Gobierno, así como también los del Ejecutivo Provisional de que habla el artículo 2°.. Este Congreso Constituyente deberá reunirse a los cuatro meses de expedida la convocatoria.

6° Debiendo ser el Ejército el defensor de la independencia y el apoyo del orden, el Gobierno Interino cuidará de conservarlo y atenderlo, cual demanda su noble instituto.

7° siendo el comercio una de las fuentes de la riqueza pública, y uno de los más poderosos elementos para los adelantos de las naciones cultas, el Gobierno Provisional se ocupará de proporcionarle todas las libertades y franquicias que a su prosperidad son necesarias, a cuyo fin expedirá inmediatamente el arancel de aduanas marítimas y fronterizas que deberá observarse, rigiendo entre tanto el promulgado durante la Administración del señor Ceballos, y sin que el nuevo que haya de substituirlo pueda bastarse bajo un sistema menos liberal.

8° Cesan desde luego los efectos de las leyes vigentes sobre sorteos, pasaportes, capitación, derecho de consumo y los de cuantas se hubieren expedido, que pugnan con el sistema republicano.

9° Serán tratados como enemigos de la independencia nacional, todos los que se opusieren a los principios que aquí quedan consignados, y se invitará a los Excmos. señores generales don Nicolás Bravo, don Juan Álvarez y don Tomás Moreno, a fin de que se sirvan adoptarlos, y se pongan al frente de las fuerzas libertadoras que los proclaman, hasta conseguir su completa realización.

10° Si la mayoría de la Nación juzgare conveniente que se hagan algunas modificaciones a este plan, los que suscriben protestan acatar en todo tiempo su voluntad soberana.

Se acordó, además, antes de disolverse la reunión, que se remitieran copias de este Plan a los Excmos. señores generales don Juan Álvarez, don Nicolás Bravo, y don Tomás Moreno, para los efectos que expresa el artículo 9° que se remitiera otra al señor Coronel don Florencio Villarreal, Comandante de Costa Chica, suplicándole se sirva adoptarlo con las reformas que contiene; que se circulara a todos los Excmos. señores Gobernadores y Comandantes Generales de la República, invitándoles a secundarlo: que se circulará igualmente a las autoridades civiles de ese Distrito, con el propio objeto; que se pasará al señor coronel don Ignacio Comonfort, para que se sirva firmarlo, manifestándole que desde este momento se le reconoce como Gobernador de la fortaleza y levantará la presente acta para la debida constancia. -Ignacio Comonfort, coronel retirado. -Idem, Rafael Solís. - Idem, teniente coronel Miguel García, Comandante del Batallón, Ignacio Pérez Vargas. - Idem, de la Artillería, Capitán Genaro Villagrán. - capitán de milicias activas, Juan Hernández. - Idem, de la Compañía de Matriculados, Luis Mallani. - Idem, de la 1a. Compañía de Nacionales, Manuel Maza. - Idem, de la 2a., José Marín. - teniente, Francisco Pacheco. -Idem, Antonio Hernández. -Idem, Rafael González. -Idem, Mucio Tellechea. -Idem, Bonifacio Meraza. -Alférez, Mauricio Frías. -Idem, Tomás de Aquino. -Idem, Juan Vázquez. -Idem, Gerardo Martínez. -Idem, Miguel García. -Por la clase de sargentos, Mariano Bocanegra. -Jacinto Adame. -Concepción Hernández. -Por la de cabos, José Marcos. -Anastacio Guzmán. -Marcelo Medrano. -Por la de soldados, Atanasio Guzmán. -Felipe Gutiérrez. -Rafael Rojas.

(Tomado de: Matute, Álvaro - Antología. México en el siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas. Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)

sábado, 5 de septiembre de 2020

Ignacio de la Llave

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Ignacio de la Llave (1818-1863)

Se había acostumbrado a la rebelión. Desde los 26 años, su vena liberal lo impulsó a luchar contra el régimen de Antonio López de Santa Anna. No pasó mucho tiempo para que volviera al campo de batalla a pelear contra la invasión estadounidense en el estado que lo vio nacer: Veracruz. Después vino la Revolución de Ayutla y en Orizaba, su ciudad natal, se levantó en armas. La voracidad del tiempo en el que le tocó vivir le dio poco descanso, pues se mantuvo activo durante la Guerra de los Tres Años combatiendo a los conservadores. Pero ningún enemigo como el ejército francés del que ahora era prisionero.
Ignacio de la Llave era querido en su estado. El abogado ya había gobernado Veracruz en dos ocasiones, la primera de 1855 a 1856 tras el triunfo de la Revolución de Ayutla; y la segunda, varios años después, entre 1861 y 1862. Además de entablar leyes liberales, había decidido trasladar los poderes estatales hacia Jalapa.
Pero su popularidad era fuerte, incluso en los círculos políticos del centro del país. Su republicanismo había sido reconocido por Comonfort y Juárez, de cuyos gobiernos fue secretario de Gobernación en distintas etapas. Su trascendencia era tal que la cartera de Guerra y Marina también había sido suya de septiembre de 1860 a enero de 1861, antes de volver a su tierra.
La Intervención Francesa, sin embargo, fue un reto al cual no podía dar la espalda. Desde su gubernatura mandó fortificar el camino de Veracruz a Jalapa por donde habría de transitar el ejército invasor con severas dificultades. Sin embargo, la obligación de don Ignacio se encontraba no en la comodidad de la administración, sino en el ríspido camino de las armas. Por ello, se incorporó a las fuerzas de Jesús González Ortega, con quien participó en la defensa de Puebla en marzo de 1863. Sin embargo, la suerte parecía comenzar a cambiarle.
Pocos días después de la caída de Puebla (17 de mayo de 1863), De la Llave y González Ortega fueron capturados por tropas francesas. De inmediato, los invasores conscientes de la importancia de ambos personajes, decidieron remitirlos hacia Orizaba, en donde tendrían mayor control sobre ellos. Poco sabían que llevarlos a esa tierra sería su peor error.
Llegados a tierras veracruzanas fueron auxiliados por pobladores para escapar. El ímpetu de De la Llave le convenció de alcanzar a Juárez y su gabinete en San Luis Potosí con el propósito de continuar la lucha. Sin embargo, la traición le acompañaba. Los miembros de su escolta, al ver en su posesión varias onzas de oro, decidieron asaltarle. Don Ignacio salió gravemente herido de aquel triste suceso. Aún así, aguantó el trayecto hasta la hacienda del Jaral, en Guanajuato. Pero la guerra contra la muerte estaba decidida. El 23 de junio de 1863, el notable veracruzano perdió la vida.

(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 

martes, 14 de julio de 2020

Porfirio Díaz Mori I 1830-1861


Nació en la ciudad de Oaxaca el 15 de septiembre de 1830; murió en París, Francia, el 2 de julio de 1915. Fueron sus padres José Faustino Díaz y Petrona Mori. Fue el penúltimo de 7 hijos, de los cuales sobrevivieron 5: 3 mujeres y 2 varones. Todavía no cumplía años 3 años de edad, cuando quedó huérfano de padre, a consecuencia de la epidemia de cólera morbus que asoló a México en 1833. Su madre asumió la manutención y educación de sus 5 hijos, para lo cual administró por un tiempo el mesón de La Soledad, que había regenteado su esposo y posteriormente tuvo que vender gradualmente las propiedades que había heredado. 
A los 6 años de edad, Porfirio fue enviado a una escuela de primeras letras llamada Amiga, y después a la municipal, donde aprendió a leer y escribir. Su tío y padrino, el canónigo José Agustín Domínguez, que después llegó a ser Obispo de Oaxaca, lo tomó bajo su cuidado a condición de que ingresase al Seminario Conciliar de Oaxaca para seguir la carrera sacerdotal. Se le prometió hacer valer sus derechos a una capillanía que disfrutaba otro pariente suyo, también sacerdote. A los 13 años de edad, Porfirio ingresó al seminario en calidad de alumno externo y estudió latín y filosofía; y para allegarse fondos adicionales, aceptó dar clases privadas de latín al hijo del abogado Marcos Pérez, amigo de Benito Juárez. Las conversaciones con Marcos Pérez le despertaron, a la par que la repugnancia por el sacerdocio, las primeras convicciones liberales. Dejó el seminario e ingresó al Instituto de Ciencias y Artes del Estado, para seguir allí la carrera de leyes. El canónigo Domínguez, al conocer la decisión de su protegido, le retiró toda ayuda y aún le pidió que le devolviera los libros que le había regalado. Así, Porfirio perdió la capellanía, la beca en el seminario y aún la amistad de su tío.
Hizo amistad con Benito Juárez, quien entonces dirigía el Instituto. La precaria situación económica de su familia lo obligó a dar clases particulares y a aprender los oficios de zapatero y carpintero. Más tarde consiguió el empleo de bibliotecario del Instituto, con un salario de 25 pesos mensuales, e hizo prácticas forenses, como pasante de derecho, en el bufete de Pérez. Se habría recibido de abogado, pero lo impidieron las vicisitudes políticas del país.
Durante la dictadura de Antonio López de Santa Anna, el abogado Pérez fue encarcelado. El 1° de diciembre de 1854 el presidente convocó a un plebiscito para afirmarse en el poder. Porfirio Díaz, entonces catedrático del Instituto, se negó a votar; pero como se le tachase de cobarde, fue el único que se pronunció porque se entregara la presidencia a Juan Álvarez, entonces en rebelión contra el gobierno. Con ese motivo sufrió persecuciones y buscó refugio entre las guerrillas adictas al Plan de Ayutla. Un ataque por sorpresa a una partida de soldados que descansaba en el aguaje de la cañada de Teotongo fue el primer hecho de armas del joven Díaz, aunque con poco lustre, pues se dispersaron al mismo tiempo ambos contendientes. Al triunfo de la revolución, Porfirio Díaz fue nombrado jefe político del Distrito de Ixtan. Era muy aficionado a la milicia, y ya desde antes, con motivo de la invasión norteamericana en 1847, había formado parte de un cuerpo de voluntarios, aunque no llegó a entrar en combate. Siendo estudiante del Instituto, asistió a una cátedra de estrategia y táctica, creada por Benito Juárez e impartida por el teniente coronel Ignacio Uría. 
Como jefe político de Ixtan, organizó la Guardia Nacional de su distrito, y la puso en tan buen estado, que con ella salvó al gobernador de Villa Alta, amenazado por los indios juchitecas sublevados, los cuales se dieron a la fuga al presentarse los milicianos de Porfirio Díaz. Esto valió que el gobernador de Oaxaca, Benito Juárez, le otorgara implementos de guerra para armar a sus hombres. Después de servir un año como jefe político, Díaz entró al servicio activo del ejército con el grado de capitán de granaderos adscrito a la Guardia Nacional de Oaxaca. En 1857 ocurrió la rebelión de los conservadores contra la Constitución promulgada ese año; en Oaxaca se pronunció a favor de éstos el coronel José María Salado; el capitán Porfirio Díaz, que estaba a las órdenes del teniente coronel Manuel Velasco, salió a batirlo; en Ixcapa los rebeldes sorprendieron a las guardias nacionales, pero el capitán Díaz tomó la iniciativa del ataque y, seguido de las demás fuerzas gobiernistas, derrotó por completo a Salado, quien resultó muerto en el combate. A su vez, Díaz fue gravemente herido de bala y sufrió una peritonitis, de la cual se salvó por lo excelente de su constitución física. El 28 de diciembre de 1857 Oaxaca fue tomada parcialmente por el general conservador José María Cobos. A Porfirio Díaz, que aún convalecía, se le confió la defensa del convento de Santa Catarina, improvisado en fuerte. Durante el sitio, intentó un asalto, que resultó fallido, a la fortificación de los conservadores establecida en la esquina del Cura Uría (8 de enero de 1858). Al fin, las fuerzas liberales asaltaron y lograron capturar por entero a Oaxaca (día 16) aunque el general reaccionario pudo ponerse a salvo y establecerse en Tehuantepec. Bajo las órdenes del coronel Ignacio Mejía, el capitán Díaz salió a perseguirlo. Mejía hubo de salir de Tehuantepec en auxilio de Juárez, quien se proponía establecer su gobierno en Veracruz. Díaz quedó entonces como gobernador y comandante militar de Tehuantepec, aunque con fuerzas muy escasas, lo cual aprovecharon los conservadores para atacarlo. Este los derrotó en Las Jícaras (13 de abril de 1858), por cuyo triunfo ascendió a mayor de infantería. Sin embargo, su posición era muy precaria, pues los habitantes de Tehuantepec eran profundamente adictos a la Iglesia, la cual patrocinaba a los conservadores. Para sostenerse tuvo que recurrir a toda clase de medios, inclusive la crueldad, pues al igual que sus adversarios fusilaba sin misericordia a todos los prisioneros que caían en sus manos. Recibió y custodió hasta la Ventosa, para embarcarlo allí rumbo a Zihuatanejo, un cargamento de municiones y explosivos comprado en Estados Unidos para el general Juan Álvarez. Todo esto pudo conseguirlo a pesar del duro acoso de las tropas que pretendían capturarlo.
La ciudad de Oaxaca fue nuevamente tomada por los conservadores y el gobierno liberal del Estado hubo de retirarse a Ixtlán. Camino de esa población, Díaz fue interceptado y derrotado, pues los cuerpos de juchitecos y chiapanecos que mandaba huyeron ante el enemigo; logró, sin embargo, incorporarse a las fuerzas del gobierno en Tlalixtac. Con ellas avanzó sobre Oaxaca, a la que pusieron sitio del 1° de febrero al 11 de mayo de 1859, pero tuvieron que levantarlo ante la superioridad de los conservadores. Perseguidos por éstos, Díaz les hizo frente en Ixtepexi (15 de mayo) y les infligió severa derrota. Pudo así el ejército de Díaz establecerse en la sierra durante largo tiempo sin ser molestado. Una vez reorganizadas sus fuerzas, tomó Oaxaca el 15 de mayo de 1860. En premio, el presidente Juárez lo ascendió a coronel efectivo. Tras la toma de Oaxaca, el general conservador Miguel Miramón fue derrotado definitivamente en Calpulalpan y Juárez regresó a la Ciudad de México. Por ese tiempo Díaz enfermó de tifo y se vio a las puertas de la muerte. Al recuperarse, fue elegido diputado al Congreso de la Unión por el distrito oaxaqueño de Ocotlán, por lo cual pasó a residir en la capital de la República. 
El 24 de junio de 1861, mientras el Congreso sesionaba, se supo que el general Leonardo Márquez amenazaba caer sobre la capital. Los diputados acordaron no moverse de sus curules para que Márquez, en ese caso, los encontrase allí cumpliendo con su función legislativa; pero Porfirio Díaz pidió permiso para unirse al ejército y enfrentarse al enemigo. Al mando de una fuerza, rechazó y persiguió a Márquez hasta la Tlaxpana. Al día siguiente se le nombró jefe de la brigada de Oaxaca, por enfermedad del titular, y pudo así participar en la campaña contra los conservadores, bajo las órdenes de Jesús González Ortega. Díaz alcanzó a Márquez en Jalatlaco y antes de que se presentara el grueso de la división, logró derrotarlo. Por ésta acción fue ascendido a general de brigada (13 de agosto de 1861). Dos meses después (20 de octubre) volvió a derrotar a Márquez en Pachuca.
Arribaron entonces a Veracruz los barcos de guerra de la triple alianza formada por Inglaterra, España y Francia, dispuestos a invadir México si no se satisfacían sus reclamaciones presentadas al gobierno de Juárez...

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

viernes, 13 de diciembre de 2019

Santos Degollado

Nació en la ciudad de Guanajuato en 1811. En 1828 llegó a Morelia, donde trabajó de escribiente en la Haceduría de la Catedral. Autodidacto ejemplar, llegó a formarse una vasta cultura. En 1835 se suma al movimiento liberal. Siendo gobernador de Michoacán don Melchor Ocampo (1846), fue designado secretario de la Dirección de Estudios del Estado; también había sido presidente de la Junta Directiva de Fomento de Artesanos; al reabrirse el Colegio de San Nicolás fue nombrado secretario del plantel, al que dio gran prestigio.  
Actuó en el Bajío, como uno de los principales sostenedores de la Revolución de Ayutla. Por riguroso escalafón pasó de soldado raso a general. Al triunfo del movimiento liberal, Comonfort le nombró gobernador y comandante general de Jalisco; participó en el Congreso Constituyente de 1856; en marzo de 1858 fue nombrado ministro de Guerra y Marina y general del Ejército Federal. Fue uno de los más esforzados paladines de la causa progresista; participó en múltiples batallas con espíritu denodado, aunque casi siempre con suerte desafortunada, por lo que se le llamó el Héroe de las derrotas y el Santo de la Reforma.
Destituido de su alto cargo, en 1860, y sometido a proceso, por entablar pláticas para pacificar el país, con el encargado de negocios de Inglaterra, George W. Mathew, en las que se planteó el reemplazo de Juárez como presidente y la reunión de un nuevo congreso.
Al ser fusilado Melchor Ocampo en Tepeji del Río, el 4 de junio de 1861, solicitó y obtuvo de la Cámara de Diputados que se le permitiera, a fin de salir al mando de una columna militar a batir a los conservadores y vengar la muerte de su hermano, el ilustre reformador. El 15 de junio de 1861, en el Monte de las Cruces, al trabar el primer combate con las fuerzas de Márquez, halló la muerte.

(Tomado de:  Tamayo, Jorge L. (Introducción, selección y notas) - Antología de Benito Juárez. Biblioteca del Estudiante Universitario #99. Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1993)


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(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

miércoles, 29 de mayo de 2019

Juan Álvarez



Nació en Santa María de la Concepción Atoyac, Guerrero, en 1790; murió en la hacienda La Providencia, Guerrero, en 1867. Hizo sus estudios de primaria en la Ciudad de México y a la muerte de sus padres, en 1807, regresó a su pueblo natal. A pesar de haber heredado bienes considerables, tuvo que trabajar de vaquero y su juventud estuvo llena de penurias y maltratos, debido a que su tutor, un español que era subdelegado de Acapulco, lo tiranizó y le escatimó el dinero, terminando por despojarlo. En noviembre de 1810 se unió a las fuerzas de Morelos como soldado raso y rápidamente ascendió a capitán. En el ataque a Acapulco (1811) una bala le atravesó ambas piernas. Con el grado de comandante y a la cabeza del Regimiento de Guadalupe, participó con Hermenegildo Galeana en el asalto a Tixtla, durante el cual recibió graves heridas, que le valieron el ascenso a coronel. En 1813 fortificó el cerro del Veladero, donde se mantuvo dos años. 



Habiendo bajado a Pie de la Cuesta, con el propósito de hostilizar Acapulco, fue batido por el brigadier realista Gabriel Armijo (1814). Había contribuido a la lucha insurgente con dinero y pertrechos pagados de su peculio, y después de su derrota frente a Armijo le fueron confiscados los bienes que le quedaban. Sin recursos y perseguido con saña por los españoles, anduvo escondido en los montes durante 4 años, librando ocasionalmente acciones guerrilleras. Hacia fines de 1818 había podido reorganizar alguna tropa y presentó 12 batallas de cierta importancia, con las que logró que los realistas se replegasen sobre Acapulco. Apoyó el Plan de Iguala y al proclamarse la Independencia dio el asalto final contra la plaza de Acapulco, que capituló el 15 de octubre de 1821. Álvarez pensó que había llegado el momento de retirarse del servicio, pero no le fue aceptada su renuncia y se le nombró comandante general de Acapulco. A partir de ese momento y durante los 45 años que siguieron, habría de convertirse no sólo en uno de los principales caudillos militares sino en figura política nacional de influencia decisiva. Se declaró republicano, federalista y liberal y toda su conducta estuvo inspirada en esos principios, aunque en ocasiones asumiera actitudes que parecían contradecirlos, como cuando se adhirió al movimiento que acaudilló Santa Anna para derrocar a Bustamante, porque “no vio la persona que se pronunciaba, sino el principio invocado”. Luchó junto a Guerrero para deponer a Iturbide. Defendió al gobierno republicano en las batallas de Venta Vieja, Acapulco, el Manglar, Dos Arroyos, Chilpancingo y otras  y trató de salvar la vida de Guerrero en 1830. Combatió a Bustamante por su centralismo y al movimiento iniciado en Michoacán por Ignacio Escalada, en 1833, para defender “la santa religión de Jesucristo y los fueros y privilegios del clero y del ejército”.

Aunque repudiaba a Santa Anna, en 1838 ofreció sus servicios para luchar contra la agresión francesa conocida como Guerra de los Pasteles. En 1845, ascendido ya a general de División, tuvo a su cargo la pacificación de las regiones de Guerrero, Oaxaca y Puebla en donde estallaron rebeliones indígenas de fondo agrario. Más que las armas empleó la persuasión y la promesa de resolver las causas de la protesta, de las cuales tenía un justa visión, pues declaró que para que los indios fueran pacíficos productores había que darles protección, en lugar de que “sean perseguidos por los ricos hacendados, para tener en ellos un simulacro de esclavos; y en vez de que les quiten por medio de enredos y trampas los pedazos de tierra que la Nación les dio…”

Esta conducta, junto a otras declaraciones y actitudes en favor de los campesinos y los indios hacen aparecer al general Álvarez como un liberal avanzado, precursor de las ideas de la Revolución Mexicana. Explican también que haya podido disponer de un ejército, la famosa División del Sur, y logrado constituir un cacicazgo de tipo paternalista en una extensa región que comprende parte de los actuales estados de Guerrero, Michoacán, México, Morelos y Oaxaca. Respaldado por ese poder, en 1841 constituyó con Nicolás Bravo el departamento de Acapulco, que no llegó a tener la aprobación constitucional. En 1844 combatió de nuevo a Santa Anna y en 1847 acudió a defender la capital contra los norteamericanos. Al ser creado el Estado de Guerrero, en 1849, fue nombrado gobernador constitucional hasta 1853. Al año siguiente, por conducto de Villarreal, proclamó el Plan de Ayutla y se puso al frente del Ejército Restaurador de la Libertad. Triunfante la revolución, Álvarez fue designado presidente provisional el 4 de octubre de 1853. Renunció en diciembre del mismo año, por haber entrado en conflicto con los liberales moderados, en particular con Manuel Doblado e Ignacio Comonfort, pero en ese corto tiempo convocó al Congreso que habría de emitir la Constitución de 1857, y promulgó la Ley Juárez, que suprimió los tribunales especiales y modificó el sistema de fueros. Durante la Guerra de Tres Años dirigió en su Estado la lucha constitucionalista, librando batallas en las que hubo triunfos y derrotas, pero que le valieron ser declarado Benemérito de la Patria por el Congreso general, en 1861. Al producirse la Intervención Francesa, una vez más fue llamado a defender a la República y la División del Sur entró nuevamente en combate contra los conservadores y los invasores. Juárez recomendó a los jefes militares que en caso de serles imposible comunicarse con él, consultaran con Álvarez el desarrollo de las operaciones. Poco antes de morir, el veterano soldado de la Independencia y la Reforma pudo ver restaurada la república y libre de invasores el país. Sus ideas acerca de los derechos de los campesinos y sus observaciones sobre la situación de los peones de las haciendas están expuestas en los tres manifiestos que lanzó en 1835, 1842 y 1857. Con el título de Manifiesto del C. Juan Álvarez a los pueblos cultos de Europa  y América, Daniel Moreno editó con un prólogo el principal de esos documentos, en 1968.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen I, A - Bajío)

lunes, 1 de abril de 2019

Martín Carrera



Nació el 20 de diciembre de 1806 en Puebla, Puebla.


Perteneció al arma de artillería. Militar de carrera, era capitán a la entrada del Ejército Trigarante y cooperó al asedio y rendición de San Juan de Ulúa en 1825; estuvo en la toma de Guanajuato en 1834.


Fue miembro de la Junta de Notables que redactó las Bases Orgánicas del 12 de junio de 1841 y entre 1843 y 1845 fue Senador.


General de División desde el 28 de junio de 1853. Fue Director General de los cuerpos de artillería, cargo que desempeñaba el 9 de agosto de 1855, cuando la guarnición de la capital se pronunció por el Plan de Ayutla y le aclamó Presidente del país, entretanto se presentaban los delegados que habrían de nombrar al Presidente definitivo, que lo fue don Juan Álvarez.


En esos angustiosos días, de agosto a octubre de 1855, los santanistas urgían a Carrera que no dejara el poder a los “puros”; los militaristas sostenían el derecho que le asistía para gobernar al país, puesto que él era el Comandante de la Plaza de México.


Conciliador y prudente, cuando los mismos que le eligieron le retiraron el mando, exclamó: “Por mí no se verterá ni una lágrima, ni una gota de sangre”. Y dimitió.


Murió el 22 de abril de 1871 en la ciudad de México.




(Tomado de: Covarrubias, Ricardo - Los 67 gobernantes del México independiente. Publicaciones mexicanas, S. C. L., México, D. F., 1968)

martes, 29 de enero de 2019

Plan de Zacapoaxtla I, 1855


Juan Álvarez seguía en Tlalpan, un poco fatigado por la carga que llevaba sobre los hombros y con la cual no sabía qué hacer. Nunca pudo superar esa situación y como las molestias, planes y levantamientos crecían a ojos vistas, el 10 de diciembre, usando las “facultades omnímodas”, nombró sucesor a Ignacio Comonfort y se fue con sus “pintos” a la costa del Pacífico.

Exaltados escándalos en la capital de la República anuncian la salida del presidente Álvarez, el más destacado de los cuales es el que frente a la Universidad promueve un Miguel Buenrostro –que cooperó con la intervención americana-, quien se dirige a las puertas de la Diputación para apoderarse de las armas y poner en prisión al gobernador del Distrito, Juan José Baz, en medio de grandes gritos contra el nuevo presidente, contra el clero, contra los americanos y contra los cantos y misterios de la Iglesia. Juan José Baz tomó enérgicas medidas contra los alborotadores y gracias a éstas no alcanzó proporciones sangrientas el motín.  Al día siguiente, 11 de diciembre, Comonfort ocupa por delegación la Presidencia omnímoda de la República.

Si esto acontecía en la ciudad Capital, en los Estados de la Federación las arbitrariedades, las medidas irritantes, los excesos jacobinos, los salteadores en despoblado, son las plagas que acosan a los ciudadanos. Hay lugares en los que, siguiendo la antigua tradición municipal, se unen los pueblos a deliberar sobre el estado de cosas que los aflige, y se pronuncian por fórmulas que publican en forma de planes. Para nuestra historia y para la vida de nuestro héroe [Miguel Miramón], el más significativo es el Plan de Zacapoaxtla.
Escasamente conocido, apodado de religión y fueros, para así ocultar con frases polémicas la justicia de la causa reclamada, dice así:
“En la Villa de Zacapoaxtla, a los doce días del mes de diciembre de mil ochocientos cincuenta y cinco, reunidos en las casas consistoriales, los señores cura párroco, sub-prefecto, jueces de la Villa y los de todos los pueblos inmediatos, y los vecinos principales, después de una indicación que dirigió el señor Cura a la multitud de los concurrentes, todos acordaron que, cuando abandonó el poder el general Santa-Anna, se temió que una acefalía produjera el destrozo de nuestra sociedad, y la nación para salvarse, de tamaño mal, abrazó con entusiasmo el Plan de Ayutla, reconoció a sus jefes y depositó en sus manos con poder absoluto la suerte de la patria. Debió esperarse en consecuencia que haciendo cesar el estado de guerra en que nos encontrábamos, se procurara la unión y se hicieran efectivas las garantías que ofreció el mencionado Plan de Ayutla; pero nada menos que eso, aun antes de establecerse el gobierno del general Álvarez, hemos visto que poniendo en práctica principios disolventes y desplegándose una persecución encarnizada a todos los buenos ciudadanos que prestaron con fidelidad sus servicios a la administración anterior, el gobierno actual después de tres meses de existencia, siguiendo el camino que el propio ha trazado, se ha enajenado las simpatías de los verdaderos libertadores y de todo ciudadano que profese amor a su Patria, puesto que el relacionado Plan de Ayutla en sus manos, no sólo ha destrozado, sino que le ha dado un sentido completamente contrario. En lugar de garantías sociales ha producido la persecución de las dos clases más respetables de la sociedad, el clero y el ejército, sin tener presente que atacando al primero se destierra de una vez del suelo mexicano la poca moralidad que existe, y persiguiendo al segundo, hoy que el enemigo de nuestra nacionalidad lo tenemos en el seno de la República, sin duda perderemos nuestra independencia que nuestros padres compraron con su sangre. En lugar de garantías individuales, sólo tenemos prisiones, destierros y confiscaciones; y en lugar de conservar nuestro territorio, se faculta al gobierno para poder vender, cuyas arbitrariedades no han podido sufrir ni aun los mismos que fueron caudillos de la revolución y se han separado. ¿En qué hemos mejorado entonces? ¿No estos mismos hechos nos hizo sufrir la administración anterior? –El Plan de Ayutla, por tanto, no ha servido más que de pretexto para el triunfo de un partido débil. La revolución que acaba de operar no ha tenido por objeto más que las personas, y nada más lejos de ella, que la felicidad de los pueblos y la seguridad de la Patria. Triste, muy triste es este cuadro, pero verdadero; la República entera está mirando con escándalo que mientras el enemigo del exterior se presenta en la frontera del norte disfrazado con el nombre de ejército libertador, a las órdenes del traidor Vidaurri, la parodia de gobierno que tenemos, sólo se ocupa de remover empleados, sin cuidar de la seguridad de los pueblos, porque los salteadores con entera libertad cometen sus depredaciones, no sólo en los caminos, sino aun en el corazón de nuestras más populosas ciudades. –Por lo tanto, para conjurar este estado de males, y poner con oportunidad el debido remedio, desconocemos y rehusamos con toda energía las odiosas denominaciones de los partidos que dividen a los mexicanos: nosotros invitamos a todos los que tengan amor a su Patria, sea cual fuere su fe política, a que reunidos bajo una bandera nacional, concurran con sus luces a salvar nuestra nacionalidad y religión, porque primero es tener asegurada nuestra herencia, y como para esto sea necesario poner el gobierno en manos de personas que reuniendo el patriotismo, la inteligencia y moralidad, obtengan la confianza de los pueblos, invitamos a nuestros conciudadanos para que sostengan como lo hacen los que firman, el siguiente
PLAN:

Art. 1°-Se desconoce el actual gobierno de la República y en consecuencia todos sus actos.

2°.-Inter tanto la nación se constituye de una manera libre y legal, las autoridades civiles y eclesiásticas de esta villa, su guarnición y vecindario en general, proclaman para el gobierno de la República las Bases Orgánicas adoptadas en el año de 1836.

3°.-Para la elección de los supremos poderes de la Nación, las mismas autoridades, guarnición y vecindario, se reservan hacer una declaración posterior, de manera que satisfaga los intereses nacionales.

4°.-Mientras no se presente jefe de confianza y de más graduación, se reconoce por jefe de las fuerzas pronunciadas, al teniente coronel del ejército, ciudadano Lorenzo Bulnes. Siguen tres mil seiscientas setenta y ocho firmas, que han puesto los pueblos de este partido y fuerzas pronunciadas de este rumbo hasta ahora. –Es copia del original a que me remito. –Zacapoaxtla, diciembre 12 de 1855. –Francisco Ortega y García. –Lorenzo Bulnes.”
(Tomado de: Luis Islas García – Miramón, caballero del infortunio. Editorial Jus, México, D.F., 1989)

martes, 8 de enero de 2019

El Plan de Ayutla y las Leyes de Reforma

El 1° de marzo de 1854 un oscuro militar, el coronel Florencio Villarreal, lanzó en Ayutla el Plan que lleva su nombre, invitando a la nación a derrocar a Antonio López de Santa Anna y, como algo novedoso –en contraste con los planes de cuartelada y motín-, propone que, en lugar de sustituirlo simplemente con otro Gobierno, el presidente interino designado por los triunfadores deberá convocar a un Congreso Extraordinario

…el cual se ocupará exclusivamente de constituir a la nación bajo la forma de una República representativa popular y de revisar los actos del poder provisional.

Invitado el general Juan Álvarez, junto con otros jefes militares, aceptó ponerse al frente de las fuerzas libertadoras y cuando se alcanzó el triunfo, encabezó al Gobierno provisional.

La fuerte personalidad de este patriota, de escasas letras pero de una gran sensibilidad y experiencia, le permitió en el momento oportuno convertirse en el centro en torno del cual las nuevas generaciones iniciaron la lucha a su sombra; Juan Álvarez, el insurgente y constante luchador por las causas del pueblo, jugó un papel definitivo y de especial importancia al encauzar la lucha a la sombra del Plan de Ayutla.

Este Plan, aparentemente intrascendente, tuvo la virtud de permitir que en torno a él se agruparan las más valiosas personalidades del mundo progresista del México de entonces, ya fueran los que sufrían el destierro, como Juárez, Ocampo y Mata, o los que para salvar su vida se habían refugiado en medio de las montañas; despertado el entusiasmo, también los escépticos y pasivos que en un principio no se habían decidido a actuar, pronto se dirigieron al puerto de Acapulco y más tarde a Cuernavaca, para ofrecer sus servicios.

A partir de esos días se inició uno de los más limpios movimientos de la historia mexicana, que culminó como primera etapa, en la preparación y, más tarde, promulgación de una Constitución moderada, la que todavía el Congreso Constituyente consideró conveniente iniciar en la forma siguiente: “En el nombre de Dios y con la autoridad del pueblo mexicano…”

Antes de reunirse en el Congreso, el grupo radical del que formaban parte destacadamente Juárez, Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, etcétera, había logrado que, obedeciendo el clamor popular, el gobierno provisional interino expidiera una importantísima Ley sobre Administración de Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación del Distrito y Territorios. Por haber sido redactada personalmente por Juárez, en funciones de ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos y presentada a la consideración del Consejo de Ministros, ha recibido el nombre, desde su expedición, el 23 de noviembre de 1855, de “Ley Juárez”.

Con esta ley se logró la abolición de los fueros, pues en el artículo 42, en forma categórica, se declara que se suprimen los numerosos tribunales especiales, con excepción de los eclesiásticos y militares, a los que se restringe su jurisdicción en la forma siguiente:

Los tribunales eclesiásticos cesarán de conocer en los negocios civiles y continuarán conociendo de los delitos comunes de individuos de su fuero, mientras se expide una ley que arregle ese punto. Los tribunales militares cesarán también de conocer de los negocios civiles y conocerán tan sólo de los delitos puramente militares o mixtos de los individuos sujetos al fuero de guerra. Las disposiciones que comprende este artículo son generales para toda la República y los Estados no podrán variarlos o modificarlos.

Esta ley trascendental colocó a todos los mexicanos en el mismo nivel ante la sociedad, eliminando categorías y prejuicios que se venían arrastrando desde la época colonial. Fue, no cabe duda, la primera de las Leyes de Reforma.

Los altos dignatarios de la Iglesia Católica, en el fondo, no rechazaron la Ley en la parte de la supresión del fisco eclesiástico; varios de ellos solicitaron que se pidiera al Papa su conformidad, como requisito para ponerla en vigor. Juárez, como Ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, en nombre del Gobierno se negó, por considerar que el Estado tenía facultades para legislar en cuestiones civiles.

Los documentos cruzados sobre este tema por el arzobispo de México y los obispos de Michoacán, San Luis Potosí y de Guadalajara, constituyen un diálogo epistolar de gran altura.
(Ignacio Comonfort)

Firme en su propósito de transformación, el gobierno interino, no obstante que se había retirado el general Juan Álvarez de la presidencia de la República y lo sustituyó Comonfort, expidió el 25 de junio de 1856, a iniciativa de Miguel Lerdo de Tejada, la Ley de desamortización de Bienes del Clero y de Corporaciones, instrumento que tenía fundamentalmente un propósito económico: poner en circulación los bienes de manos muertas, que no contribuían al progreso económico del país y, como segundo objetivo, eliminar la influencia económica de la Iglesia, que, por su naturaleza conservadora, frenaba el progreso del país y, a la vez, le permitía disponer de una gran fuerza política. Habrá que considerar este paso como otra de las Leyes de Reforma.

Ambas disposiciones fueron examinadas por el Congreso Constituyente y después de acaloradas discusiones, incorporadas a la Constitución del 5 de febrero de 1857.

Dominando en el Congreso Constituyente liberales moderados, no fue posible que se incluyeran en la Constitución reformas radicales, pero se incorporaron los derechos del hombre, pregonados por la Revolución Francesa setenta años antes y por ello se declaró la absoluta prohibición de la esclavitud; la desautorización a los votos religiosos; se estableció la libertad de pensamiento y de expresión de las ideas, el derecho de asociación y de viajar dentro y fuera del país, se abolieron los títulos de nobleza, etcétera. Sin embargo, no fue posible que se precisara la situación de la Iglesia frente al Estado, tampoco se logró que se legislara sobre la enseñanza y, menos aún, que se examinara el grave problema agrario.
Pero no se piense que por falta de conocimiento de los mismos; varios diputados presentaron iniciativas concretas sobre estos temas pero la mayoría los rechazó, prefiriendo dentro de un espíritu de conciliación abstenerse de incluirlos en la Constitución.


(Benito Juárez)

Juárez que, desde enero de 1856, desempeñaba el cargo de gobernador del Estado de Oaxaca, al principio con carácter interino y más tarde por elección popular, siguió paso a paso las deliberaciones del Congreso Constituyente. No estuvo satisfecho del rumbo que el Congreso tomó y menos del texto constitucional final, por lo que al instalar el Congreso local, el 21 de junio de 1857, dijo en la ciudad de Oaxaca, comentando los anhelos insatisfechos:

Verdad es que en esa Constitución aún no se han establecido de lleno y con franqueza, todos los principios que la causa de la libertad demanda para que México disfrute de una paz perdurable. Verdad es también que establecer esos principios por medio de adiciones y reformas, corresponde a los representantes de la Nación; pero entre tanto, vuestra sabiduría y patriotismo os ministrará medios a propósito para preparar los ánimos de vuestros comitentes, removiendo los obstáculos que los intereses bastardos, las preocupaciones y la ignorancia oponen al mejoramiento de nuestra sociedad.

En estas palabas, no sólo se ve al ideólogo insatisfecho, sino al político previsor, que está convencido que podrá, en el futuro, hacer avanzar el texto constitucional. En cierta medida, en las frases anteriores, se observa el anticipo de la acción que más tarde permitiría promulgar las Leyes de Reforma.

A finales de 1857, Comonfort realiza el golpe de Estado; Juárez, en funciones de Presidente de la Suprema Corte, asume la Presidencia interina de la República e instala, después de varias peripecias, el gobierno legítimo en el puerto de Veracruz.

El golpe de Estado y la cruenta lucha posterior, en lugar de desanimar a los liberales, reforzó el grupo radical y pronto los hombres que estaban con las armas en la mano requirieron y exigieron al Gobierno que tomara medidas adecuadas para contrarrestar la acción de la Iglesia, pues ésta proporcionaba recursos económicos a los conservadores que, a la sombra del lema “Religión y Fueros”, se oponían a la vigencia de la Constitución.
Fue así como, a partir de julio de 1859, el Gabinete integrado por Manuel Ruiz, Melchor Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada, bajo la presidencia de Benito Juárez, resolvió expedir las siguientes leyes que forman la segunda etapa de las que la historia ha denominado “Leyes de Reforma”:

Separación de la Iglesia y del Estado (12 de julio).

Nacionalización de los bienes del clero (12 de julio).

Matrimonio civil (23 de julio).

Secularización de cementerios (31 de julio).

Calendario de fiestas públicas laicas (11 de agosto).

La lucha se hizo aún más violenta, exacerbada por la expedición de las leyes anteriores. El segundo semestre de 1859 fue adverso para los liberales, pero al año siguiente cambió la situación, seguramente estimulados por su nueva bandera: las Leyes de Reforma. En diciembre de 1860 alcanzaban el triunfo militar definitivo en Calpulalpan, México, al mando del general Jesús González Ortega.

En diciembre de 1860, Juan Antonio de la Fuente elabora y presenta a la consideración del Gabinete –ahora formado por Ocampo, Emparan y De la Llave-, la Ley sobre la Libertad de cultos, que constituye la última de estas etapas de las reformas.

De regreso a la capital, Juárez no se limita a establecer la administración legítima, sino que auxiliado por un equipo fogueado, audaz y enérgico, pone en marcha la aplicación de las Leyes de Reforma, iniciando la exclaustración de monjas y frailes, tomando posesión de los bienes del clero y de los cementerios, instalando y reforzando el Registro Civil y manteniendo la más completa separación de funciones entre el Estado y el clero.

(Tomado de: Jorge L. Tamayo - Antología de Benito Juárez. Biblioteca del Estudiante Universitario #99)